por Michael Tracey
25 Julio 2018
del Sitio Web TheSpectator
traducción de SOTT
29 Julio 2018
del Sitio Web SOTT
Versión original en ingles

Versión en italiano








Bienvenidos al post-excepcionalismo americano

Ahora que la crisis mediática, totalmente absorbente y explosiva, sobre la actuación de Donald Trump en Helsinki ha disminuido un poco, vale la pena intentar examinar qué fue lo que inspiró el frenesí exactamente.

 

Prácticamente todo el cuerpo de prensa de la élite y los grandes sectores de la clase política se unieron para denunciar al actual presidente no sólo como incompetente, sino como un traidor consciente y activo.

 

Teniendo en cuenta la cualidad interminable de la saga Trump/Rusia, es probable que este furor vuelva a surgir en un futuro próximo.

 

Entonces, ¿cuál es la raíz de todo esto?

En el relato popular, la apoplejía fue provocada por el servilismo de Trump a Vladimir Putin, junto con su rechazo de las conclusiones de su propia Comunidad de Inteligencia sobre la supuesta "intromisión" rusa en las elecciones de 2016.

 

Esto es cierto, hasta donde se sabe.

 

Pero existe algo más fundamental con lo que Trump alimenta tal angustia:

se aparta del guión tradicional del excepcionalismo estadounidense.

El que sostiene que los motivos de Estados Unidos son siempre puros y de amor a la democracia, que sus agencias de espionaje son infalibles y que su superioridad moral es evidente.

 

Trump evidentemente no cree ninguna de estas cosas, y por eso no es un jefe de Estado debidamente elegido, sino más bien un saboteador a quien la clase política y los medios de comunicación nunca podrán tolerar.

Trump tiene la reputación de ser un defensor del nacionalismo bullicioso, y lo es.

 

Pero, en aspectos cruciales, el vigor nacionalista que encarna no es necesariamente el mismo que el mito de la "nación excepcional" que ha inspirado la autoconcepción de la clase política estadounidense durante décadas.

 

Para sus detractores en los think tanks y las instituciones mediáticas de la élite, esto es una herejía.

Antes de lanzar su campaña presidencial, Trump opinó extensamente sobre porqué "nunca le gustó" el concepto del excepcionalismo estadounidense, y observó que al invocarlo constantemente, como hacen a menudo los presidentes,

"se está insultando al mundo".

Trump, en cambio, hace hincapié en una especie de transaccionalismo crudo que, si bien siempre está cargado de fanfarronadas superficialmente patrióticas, representa una desvalorización del excepcionalismo.

 

En el mito excepcionalista, Estados Unidos no es simplemente una hegemonía, sino un ejemplo moral:

una ciudad brillante en la cima de una colina.

En sus momentos de descuido, Trump traiciona a una parte esencial del escepticismo de esta mitología.

 

Para Trump, no existe una superioridad esencial que distinga necesariamente a Estados Unidos de, por ejemplo, Rusia, o que impida que los dos países se sitúen como pares morales.

"Tenemos muchos asesinos", dijo Trump a Bill O'Reilly en febrero de 2017, cuando O'Reilly lo presionó para que condenara a Putin.

 

"¿Qué cree? ¿Que nuestro país es tan inocente?"

Quizás incluso más que cualquier otro de los excesos retóricos de Trump, ésta es la manera más contundente con la que ha desestabilizado la conciencia de la clase política y de los medios de comunicación, que se criaron con una dieta constante a base de dogmas excepcionalistas, ya sea la versión conservadora, militarista, arrogante, de "mi país correcto o incorrecto", o la versión liberal, bondadosa, humanitaria y protectora del orden mundial.

 

En definitiva, Trump no se adhiere a ninguna de las dos y esto provoca cierta histeria en las élites paranoicas por el declive de su país.

Así que para Trump, rendirle respeto a Putin no es una violación atroz del "honor sagrado" de Estados Unidos. Es simplemente lo que una persona racional y con mentalidad de negocios haría en presencia de un importante líder extranjero.

 

Al no estar sujeto a la mitología popular del excepcionalismo y, en cambio, estar sujeto a la mitología de su propia habilidad para hacer tratos, Trump no está amarrado a las típicas restricciones retóricas que limitaban lo que incluso su predecesor podía decir sobre la naturaleza del poder estadounidense.

En la conferencia de prensa de Helsinki, Trump señaló literalmente una equivalencia entre Estados Unidos y Rusia por su respectiva culpabilidad en fechorías geopolíticas.

"Considero a ambos países responsables", dijo Trump sobre el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia.

 

"Creo que Estados Unidos ha sido estúpido. Creo que todos hemos sido estúpidos. Deberíamos haber tenido este diálogo hace mucho tiempo, mucho tiempo, francamente, antes de que yo llegara al cargo.

 

Y creo que todos tenemos la culpa".

En una era anterior, el Partido Republicano se habría hinchado de furia ante la mera sugerencia de que Estados Unidos y Rusia podrían ser considerados en el mismo plano moral, pero eso es exactamente lo que su abanderado, Trump, ha hecho.

 

Sin embargo, debido a que él combina este anti-excepcionalismo con tópicos nacionalistas, no se le reconoce extensamente como el descarnado repudio que es tan claramente.

Esto es aún más irónico debido a que el estribillo constante del Partido Republicano al denunciar a Barack Obama fue que era un débil avatar de la hegemonía estadounidense que despreciaba secretamente a su propio país, como lo demostró su propensión a viajar por todo el mundo en una "Gira de disculpas", en la que anunció lo arrepentido que estaba por las ofensas pasadas de Estados Unidos.

 

Mitt Romney, el candidato presidencial republicano que precedió a Trump, escribió una autobiografía titulada "Sin disculpas - Argumentos a favor de la grandeza estadounidense / No Apology - The Case for American Greatness", y el tópico se calcificó rápidamente en la sabiduría convencional republicana.

 

Ignore el hecho de que los comentarios dispersos de Obama nunca equivalieron a nada cercano al rechazo generalizado del poderío estadounidense que los jefes republicanos jamás querrían imaginar.

 

Obama nunca llegó tan lejos como Trump en socavar las mismas premisas que constituyen los cimientos de la cosmovisión excepcionalista.

 

De hecho, la "marca" de Obama se basaba en lo excepcional que era que alguien con un pasado como el suyo pudiera ascender a las más altas esferas del poder político.

 

Trump generalmente no vende tales ilusiones...

Curiosamente, una notable figura política que durante mucho tiempo había reconocido este instinto de Trump fue Hillary Clinton.

 

Durante la campaña presidencial de 2016, Clinton alegó con frecuencia que Trump no había demostrado suficiente reverencia por el pedigrí excepcional de Estados Unidos.

"Si hay una creencia fundamental que me ha guiado e inspirado en cada paso del camino", proclamó en un discurso pronunciado en agosto de 2016, "es ésta: Estados Unidos es una nación excepcional".

Clinton contrastó esto con la postura más cautelosa demostrada por Trump, a quien denunció por pensar supuestamente que,

"el excepcionalismo estadounidense es un insulto para el resto del mundo".

Estrictamente hablando, no estaba equivocada...

 

Su acusación de que Trump sería un mal administrador del imperium americano, y su observación de que Trump no estaba del todo de acuerdo con el mantra del excepcionalismo, eran correctas.

 

Pero el ataque fracasó políticamente porque Trump siempre fue capaz de disimular su escepticismo con insinuaciones regulares de la "grandeza" estadounidense y otras variaciones propias del gusto nacionalista.

 

Clinton nunca fue capaz de garantizar el alto terreno patriótico.

"Seguimos siendo la brillante ciudad en la colina de Reagan", declaró ella en el discurso del 31 de agosto, de manera poco convincente.

Por el contrario, Trump no ve en Estados Unidos un conjunto de ideales políticos excepcionales, sino un conjunto de actividades comerciales.

 

El tema de su campaña no se basaba en que Estados Unidos estuviera brillando, sino ardiendo.

Un "Estado Profundo" desenfrenado que lo debilita a cada paso.

Él es lo que se podría llamar un post-excepcionalista.

 

Y a medida que Estados Unidos entra en una fase post-excepcionalista, sus élites no desean asumir lo que esto augura.

Cuando lee los comentarios preparados, Trump a menudo recita los habituales salmos sobre el excepcionalismo que se han convertido en el triste requisito para cualquier jefe de Estado estadounidense.

 

Pero cuando improvisa espontáneamente, el "verdadero Trump" suele emerger, como ocurrió en Helsinki.

 

Y para las angustiadas élites, el "verdadero Trump" es un impostor, una imposición desagradable al cuerpo político que debe estar al servicio de un siniestro tirano extranjero.

 

Ésa es para ellos la única explicación que tiene sentido...

 

Porque de lo contrario, su misma presencia en el escenario mundial sugiere que el proyecto estadounidense no es tan "excepcional" como se les ha hecho creer...