por Jordi Pigem
10 Diciembre 2025
del Sitio Web BrownstoneEsp

 

 

Jordi Pigem

es Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona. Fue profesor del Masters in Holistic Science del Schumacher College (Inglaterra).

Entre sus libros destaca una reciente trilogía sobre el mundo contemporáneo: Pandemia y posverdad (2021), Técnica y totalitarismo (2023) y Conciencia o colapso (2024). Desde 2025 es Fellow del Brownstone Institute y miembro fundador de Brownstone España.

 



 



Obra de Zdzislaw Beksiński



Hace cerca de medio siglo

ha aparecido un fenómeno sin precedentes

en la historia de la cultura:

el intento supuestamente científico

de negar el

carácter único de cada persona...




Escuchando las noticias de la radio, desde París, durante la invasión nazi de Austria en 1938, Jacques Lusseyran sintió que tenía que ponerse a estudiar alemán a fondo. Intuyó que lo que había oído expresarse a través de aquella lengua tendría terribles consecuencias.

 

Cuando en 1943 fue arrestado y enviado al campo de concentración de Buchenwald, su dominio del alemán le permitió ayudar a sus compañeros a entender mejor lo que iba sucediendo.

 

Aunque habría parecido que un joven ciego difícilmente resistiría en aquel infierno (el vecino desesperado podía robarte el poco pan que tenías), Lusseyran se convirtió en fuente de inspiración por su ejemplo de integridad y fue uno de los treinta supervivientes de entre los dos mil franceses que habían sido deportados con él.

Después de la guerra Lusseyran volvió a estudiar y se estableció en los Estados Unidos como profesor universitario.

 

Cuando le preguntaban cómo podía dar clases siendo ciego, respondía que no necesitaba la vista para percibir la calidad de la atención del auditorio - la percibía interiormente.

 

Murió el 27 de julio de 1971 en un accidente de tráfico, cuando se dirigía a impartir una conferencia en Zúrich. El texto de aquella conferencia se ha conservado.

 

Empieza señalando que,

en aquel momento hay un hecho terrible, la guerra del Vietnam.

 

Y hay un hecho todavía más terrible, la contaminación química del mundo, que destruye múltiples formas de vida.

 

Pero hay un hecho más terrible todavía, dice Lusseyran: la contaminación mental, la contaminación de nuestro espacio interior, la contaminación del yo.

"El yo, [...] la más frágil de nuestras posesiones, [...] está siendo contaminado más rápidamente que la Tierra."

Lusseyran, naturalmente, distingue entre el ego, que es "la parte engañosa de nuestro yo" (la parte egoísta, la que nos deslumbra con la codicia y el orgullo, la que pierde el norte y se deja llevar por la propaganda), y el verdadero yo, el núcleo de luz, conciencia y vitalidad que hay en el fondo de nuestro ser:

El yo es la animación, el impulso que me permite emplear [...] mi inteligencia y mis emociones [...]. Es la esperanza cuando ya no hay ninguna base racional para la esperanza.

 

Del yo surge todo el mundo del ingenio humano. Y, al fin y al cabo, es lo que nos queda cuando nos lo han quitado todo.

Al llegar al campo de concentración de Buchenwald, explica que varios hombres, íntegros y conscientes de haber cumplido con su deber, rompieron a llorar de forma conmovedora.

 

En los días siguientes, Lusseyran quiso saber qué los había hecho llorar así y se lo preguntó, sin ninguna actitud de superioridad, porque, como escribe,

"cuando la vida te ha hecho pasar ciertas pruebas, lo único que puedes sentir por la debilidad humana es compasión amorosa".

Un panadero y un sociólogo le dijeron lo mismo:

sin su ropa, sin su cabello (rapados al cero), habían perdido sus signos de identidad, sentían que ya no eran nada...

El incidente que hizo llorar a estos hombres tuvo lugar el 24 de enero.

 

El 1 de marzo estaban todos muertos. He de decir que las condiciones de Buchenwald eran durísimas. Pero no eran más duras para ellos que para los demás. Murieron (¿cómo podría no darme cuenta?) de carencia del yo, de parálisis del yo.

Un cuarto de siglo después de haber salido de Buchenwald, el peligro que Lusseyran consideraba más grave eran,

las amenazas que se ciernen sobre nuestro espacio interior, a consecuencia de la sociedad de masas (y sus medios, como la radio y la televisión) y de la ideología materialista ("estamos muy mal armados contra la invasión de las computaciones, de la materia, de la abstracción", afirmaba).

Veía en marcha un intento de,

"expulsar al yo, expulsarlo para siempre, para que no vuelva" y lo describía como "una guerra contra el yo, la más peligrosa de todas las guerras".

Como Erich Fromm y tantos otros observadores lúcidos, Lusseyran constataba que, a la vez que se contrae el yo, se expande la máquina.

Ahora estamos, escribía, acercándonos cada vez más al simple objeto, a la máquina. [...] Eso no sería tan grave si los hombres no fueran más que máquinas.

 

Pero resulta que son una cosa muy diferente, porque tienen un yo.

La psiquiatría contemporánea confirma que hay una psicopatología creciente asociada con la,

"pérdida del yo" (en inglés loss of self, loss of ipseity) o, lo que viene a ser lo mismo, "pérdida de la presencia".

En un caso extremo, una persona con esquizofrenia puede declarar que,

"No soy capaz de sentirme de ninguna manera".

El psiquiatra Giovanni Stanghellini señala que,

"la persona con esquizofrenia experimenta una sensación concreta de pérdida de presencia".

Cabe decir que el riesgo de padecer esquizofrenia y otras psicopatologías es el doble en zonas urbanizadas (altamente tecnificadas, donde predomina lo abstracto y artificial) que en zonas rurales (donde es posible un mayor contacto con la tierra y el cielo).

 

Como escribe el también psiquiatra Iain McGilchrist en su monumental estudio sobre todos los aspectos de la mente humana, 'The Matter with Things' ('Lo que Ocurre con las Cosas', 2022), crece la incidencia de trastornos,

"en los que el sentido de la propia identidad queda debilitado o se pierde completamente", a menudo porque la persona "queda absorbida por la masa - de la población, de la ciudad, de las organizaciones burocráticas y las corporaciones globales".

Desde 2020, las medidas de gestión del Covid, al imponer,

formas de vida mucho más artificiales, enclaustradas y distanciadas (y al minar la intersubjetividad, base natural de la existencia humana), además de multiplicar los suicidios y las depresiones han agravado también la pérdida del sentido del yo y la pérdida de presencia.

En el último medio siglo hemos tenido condiciones materiales y sociales que proporcionaban más oportunidades que nunca para poder ser quien somos.

 

Pero también han crecido las amenazas a la condición humana y los intentos deliberados de destruir toda idea de libertad y dignidad y reducirnos a cosas o a máquinas.

 

El intento de destruir el carácter único de cada persona que los totalitarismos del siglo XX desarrollaron desde el poder político, a través de la propaganda y de la violencia, ha pasado a un nuevo registro, más sutil.

Jaron Lanier lo llama cybernetic totalism, "totalismo cibernético" (totalismo es el término que Robert Jay Lifton, psiquiatra experto en víctimas de "lavado de cerebro", empleaba para referirse a los sistemas que, sin ostentar nominalmente el poder político, buscan el control total de los seres humanos).

El totalismo cibernético o totalismo digital, que hoy fomentan las empresas tecnológicas y también, cada vez más, los gobiernos y las instituciones globales, considera que,

"toda la realidad, seres humanos incluidos, es un gran sistema de información",

...y que el propósito único de la existencia es hacer que los sistemas de información sean más eficientes.

En el amanecer de la cultura occidental, lo que más se valoraba era la sabiduría.

A ella aspiraban los filósofos (φιλόσοφοι, philósophoi, 'amantes de la sabiduría').

Hoy lo que más se valora es la información y, todavía más, los datos.

 

Pero los datos no son más que sombras, huérfanas de contexto.

Cuando integramos datos de manera coherente, tenemos información.

 

Cuando integramos diferentes tipos de información y los ponemos en su contexto, tenemos conocimiento.

 

Cuando integramos diferentes tipos de conocimiento, tenemos sabiduría.

Pero de sabiduría hoy ya no se habla...

Solo interesa lo que está al nivel de las máquinas: los datos...

Si nos viesen,

¿qué dirían los antiguos griegos, o los hombres y mujeres del Renacimiento?

Hace cerca de medio siglo ha aparecido un fenómeno sin precedentes en la historia de la cultura:

el intento supuestamente científico de negar el carácter único de cada persona, el intento de convencernos, desde nuestro interior (en vez de constreñirnos desde el exterior), de que la libertad y la dignidad son falsas ilusiones.

 

 

 

Nota

Extraído del capítulo 5 de 'Técnica y Totalitarismo: Digitalización, Deshumanización y los Anillos del Poder Global'. Fragmenta, Barcelona, 2023, pp. 22-26.


 

 

 

 

Técnica y Totalitarismo

- Digitalización, Deshumanización y los Anillos del Poder Global -
reseña elaborada por Héctor Orlando Pinilla Suárez
22 Diciembre 2023

modificación 11 Octubre2024

del Sitio Web MiColombiaDigital

 

 

 

 

 

 

 

 

En la actualidad, los imaginarios sociales se crean mediante una delicada red de operaciones y con la participación de sofisticadas tecnologías.

 

Son representaciones que se inoculan en la mente de las personas y que las llevan a actuar de una forma o de otra.

 

La migración, de otro lado, es un asunto que ha tenido muchas perspectivas de estudio, pero, quizá, una de las menos profundizadas es la que tiene que ver con el papel que juegan esos imaginarios a la hora tomar la decisión de emprender viajes al extranjero que suponen la pérdida de identidad y de familiaridad.

Cruzar una frontera, más si es de manera indocumentada es, entre otras cosas, perder el mundo conocido, las relaciones intersubjetivas, la particularidad. Todo en busca de un albur, de una promesa no elaborada directamente.

 

Este libro de Jordi Pigem es un acercamiento a la tecnología y al impacto que ella tiene en la creación de esos imaginarios.

 

Su lectura puede permitir la discusión acerca de cómo se crean ideas, ensoñaciones e ilusiones en las mentes de los usuarios de cierto tipo de tecnología y trata de revisar cuál es la incidencia de esas metáforas en la toma de decisiones.

En la antigüedad,

la educación consistía en extraer lo mejor de cada ser humano.

 

Se trataba de recibir la formación necesaria para que el estudiante pudiera encontrar su propia vocación y esencia.

 

Se decía que cada quien era único e irrepetible.

 

No había afán por parecerse a nadie ni por hacer cosas que fueran en contra de ese deseo íntimo de singularidad.

Por ejemplo, las grandes obras de la literatura eran reflejo esa búsqueda de autenticidad.

 

Por eso, era muy frecuente encontrar obras protagonizadas por personajes que manifestaban ese combate íntimo donde enfrentaban circunstancias que moldeaban su carácter.

 

Libros como El Quijote, Ulises, Madame Bobary, Anna Kareninna, son solo algunos títulos que ilustran esta idea.

 

La famosa frase de Nietzsche:

"Debes convertirte en lo que eres", era uno de los ideales que movían a las personas de esos tiempos.

Ahora, tales presupuestos han cambiado ostensiblemente.

 

La sociedad, a través de la tecnología, ha diseñado unos roles que obligan a los ciudadanos a no a ser fieles a su esencia interior, sino a adecuarse a patrones establecidos previamente.

 

Tal parece que uno de los mandatos de esta época es:

encajar en el sistema a costa de lo que sea.

Ese proceso de adecuación social supone la pérdida de individualidad, de autonomía y de capacidad crítica.

"Ya no nos interesa la sabiduría, solo los datos; no nos fijamos en las cualidades, solo en las cantidades; confiamos más en las máquinas que en las personas y estamos perdiendo el respeto por nosotros mismos"

(Pigem. J. 2023. P. 16).

Para Jordi Pigem, este proceso de pérdida de lo individual es muestra de una paulatina deshumanización.

 

Deshumanizar significa, entonces, retirar las singularidades de lo humano e imponer modelos universales y masificados.

 

Esta deshumanización se ha dado de muchas maneras.

Una de las más efectivas ha sido la de suprimir el carácter individual de manera gradual.

En ese sentido, el papel de los medios electrónicos ha sido sumamente eficaz.

Por ejemplo, en la Alemania nazi, la radio desempeñó una labor importante en ese sentido.

En 1933, de acuerdo con las indicaciones de Joseph Goebbels, ministro de la propaganda, usaron las ondas hertzianas para penetrar los hogares alemanes y lograr la alienación que requería el poder de turno.

 

El pueblo fue perdiendo libertad y capacidad crítica frente a un sistema que se impuso silenciosamente.

"En cierto modo, todo empezó 'escuchando las noticias'."

(Ibid. P. 21)

Es decir, el totalitarismo alemán logró la pérdida de la voluntad y del espíritu individuales haciendo que la audiencia estuviera conectada a programas radiales que insuflaron 'el espíritu alemán'.

Poco a poco, la búsqueda de la sabiduría dejó de ser un valor social y se han venido imponiendo otros valores de manera subrepticia.

 

Es tanta la información con la que se bombardea a las sociedades tecnologizadas que es prácticamente imposible retenerla, comprenderla o analizarla.

"Cuando integramos datos de manera coherente, tenemos información.

 

Cuando integramos diferente tipo de información y la ponemos en su contexto, tenemos conocimiento.

 

Cuando integramos diferentes tipos de conocimiento, tenemos sabiduría".

(Ibid. P. 26)

Dentro del proceso de deshumanización de que habla Pigem, el papel de la ciencia y la tecnología es crucial.

Tecnocracia es el término que emplea para referirse al poder que han logrado acumular ciertas compañías.

 

Un poder que, en ocasiones, tiene mayor injerencia en la vida de las personas que el que pueda tener cualquier gobierno.

Sin embargo, ese poder nunca ha acudido a elecciones ni es sometido a ningún tipo de control social. Bajo esta perspectiva, hablar de democracia también resulta un tanto ridículo...

Recientemente, en el marco del COVID-19, la OMS decretó pandemia planetaria y empezó la puja de las empresas farmacéuticas para encontrar la vacuna.

A la sociedad civil nunca se le explicó con claridad cuál era el origen de este "virus" y, mucho menos, cuál era la efectividad de las vacunas.

Sencillamente, se impusieron unas marcas y se desestimaron otras sin fórmula de juicio.

 

Muchos analistas llegaron a sostener que fue un amplio ejercicio de manipulación planetaria que pudo difundirse gracias a la incidencia de las tecnologías de la comunicación en el día a día.

La tecnocracia, con su mensaje unificador, divertido y precario ha logrado convertirse en un poder manipulador que dicta las convenciones culturales, la moda y los pensamientos adecuados.

 

Es la nueva versión del totalitarismo que pretende imponer un mensaje único que no pueda ser controvertido ni puesto en discusión.

 

El totalitarismo aparece cuando el hombre pierde su individualidad y queda aislado, atomizado, carente de libertad y dignidad. Además, pretende ser aceptado dentro del esquema que está basado en el mercado, en el consumo, y en la exhibición morbosa de productos y de pantallas.

Se crea, entonces, un ideal que está por fuera de la naturaleza del propio ser humano y que está relacionado con el poder adquisitivo.

 

El totalitarismo de las marcas destruye la vida privada, la capacidad de elección y la posibilidad de relacionarse con los demás. El Covid agudizó esta situación. Con el confinamiento se destruyó la vida privada, los lazos intersubjetivos y la posibilidad de tomar decisiones autónomas.

 

El totalitarismo, tal y como lo entiende Pigem, promueve el desarraigo y la superficialidad.

 

Es decir,

el hombre debe negarse a sí mismo para ajustarse a los patrones establecidos...

 

Al hacer esto se hace superficial, carente de objetivos particulares porque anda en busca de la aprobación externa, de seguidores o de ser popular en redes.

Para que estas ideas logren perforar las mentes de las personas (usuarios), se los somete desde temprana edad a informaciones rápidas, descontextualizadas, abundantes, inconexas y ficcionales (TikTok...)

 

Uno de los mayores objetivos es mantenerlos alejados de la realidad y de la política.

 

Para tal efecto, crean dispositivos en los que la ficción se impone.

 

Claros ejemplos de esto son: las películas, los juegos de video, las gafas de realidad virtual, el transhumanismo, el metaverso, etcétera.

"El poder totalitario puede hacer afirmaciones de lo más absurdas, y cuando se demuestra que no pasa nada, nadie pide disculpas y las masas siguen admirando la ficticia coherencia del sistema".

(Ibid. P. 37)

Este totalitarismo de la actualidad no es violento ni represor como los de antaño que buscaban libros 'perniciosos' para quemarlos o prohibirlos. Es mucho más sutil.

 

Está estrechamente vinculado a las tecnologías de la información.

 

Sistemáticamente se ha impuesto la idea de que las máquinas tienen niveles de eficiencia superiores a los de cualquier humano y que, además, la ciencia es objetiva y neutra.

 

Por lo tanto, libre de cualquier tipo de manipulación.

 

Sin embargo, al estudiar el fenómeno de cerca, se puede ver que tales afirmaciones son dudosas.

Para Jordi Pigem, no hay un problema más acuciante que el de la digitalización.

Lo pone, incluso, por sobre el cambio climático o la posibilidad del estallido de guerras nucleares.

Antes las comunicaciones eran efectuadas frente a otro ser humano al cual debíamos ver, escuchar, palpar, para desentrañar la veracidad de sus mensajes y la intencionalidad de los mismos.

 

En los tiempos que corren, la comunicación se realiza a través de textos predictivos, de algoritmos, de la Inteligencia Artificial (I.A.).

 

La nueva tecnología deslumbra por sus desarrollos e innovación, pero está diseñada para tomar los datos privados de los usuarios con el fin de almacenarlos y, posteriormente, usarlos en contra de ellos mismos.

El biotiempo 1 le ha sido sustraído a las personas por parte de las empresas de alta tecnología.

 

Es tanta la dependencia que se ha generado por los aparatos de comunicación y sus pantallas brillantes que ya algunos especialistas se atreven a hablar de que estos aparatos digitales crean problemas mentales como el sesgo por la comunicación y la complacencia por la automatización.

La primera se refiere a que se le otorga mayor validez a lo establecido por la máquina, el programa o el algoritmo, en lugar de lo que dice el conocimiento de las personas, su experiencia o el sentido común.

 

La complacencia con la automatización quiere decir que se le delega la responsabilidad a la tecnología y, de paso, se considera obsoleto al ser humano.

 

Por ejemplo, el papel de los correctores ortográficos o de los pilotos automáticos gira en ese sentido.

Esta complacencia nos vuelve vulnerables porque, ya se sabe, que los aparatos conectados a Internet son manipulables.

La propaganda vende la digitalización como ícono de avance y de desarrollo, cuando es la expresión más sofisticada del totalitarismo al invadir el espacio privado de los usuarios.

 

Se pretende pasar del Internet de las cosas al Internet de los cuerpos. 1

 

Para eso se requiere que los aparatos succionen la mayor cantidad de información privada del ser humano para que luego los algoritmos hagan su trabajo.

Serán ellos los que indiquen qué comprar, qué odiar, qué desear, qué mercancías se deben comprar para tener una 'vida digna'.

Todo lo hacen con base en la información que los usuarios mansamente entregan sin reprochar.

"A medida que el mundo se digitaliza, se deshumaniza. La vida va quedando reducida a códigos y algoritmos".

(Ibid. P. 53)

Es un proceso delicado y masificado.

No recibe críticas en ningún sentido.

 

No hay una asociación de consumidores que dé herramientas para no caer en las ficciones que establecen la tecnocracia.

El sistema educativo no reflexiona sobre estos temas.

"Pronto los ordenadores serán tan grandes y tan rápidos, y la red estará tan llena de información, que la gente quedará obsoleta".

(Ibid. P. 53)

Las mercancías tienen vida útil.

 

El tecno-capitalismo ha implementado la misma idea para las personas. Aquellas que no puedan entregar su fuerza física al sistema o que no puedan comprar las mercancías que éste ofrece, se convertirán en obsoletas. Eso ya, más o menos, se intuye.

 

Lo novedoso del mensaje de Pigem es que el gran objetivo está en convertir a todas las personas en superfluas, en seres sin valor más allá de las fuerzas del mercado. Una vez las personas han sido sustraídas de la humanidad, pueden ser reemplazadas.

 

Habrá otras dispuestas a adecuarse al sistema de cosas.

"Cuando los seres humanos pasan a ser considerados superfluos, sobrantes, nada impide que el sistema se proponga eliminarlos según convenga a la 'eficiencia' de su gran maquinaria".

(Ibid. P. 57)

La estrategia de ocultación funciona perfectamente.

 

Los aparatos tecnológicos no dicen nada acerca de cómo someten la voluntad, de cómo manipulan y controlan. Los datos de cada usuario son guardados en diferentes partes.

 

Son tantos que, al parecer, son irrecuperables.

"Cuando nos conectamos a los aparatos digitales, nuestro rastro queda bajo la continua vigilancia de todo tipo de empresas y entidades que se aprovechan de nuestros datos (los que generamos con cada tecla pulsada y con cada movimiento del cursor), que podrán usar para controlarnos y manipularnos".

(Ibid. P. 64)

Las personas terminan absorbidas por los aparatos y los hacen ausentes, se sustraen de su entorno, de sí mismos.

 

No obstante, son observados por quienes manejan los datos. Este poder oculto sabe las necesidades que ha estimulado en las mentes desprevenidas y lo que resta es esperar que se lancen a todo tipo de aventuras para obtener las mercancías y los modos de vida ofrecidos.

La soberanía es otro concepto caduco a la luz de las nuevas tecnologías y del influjo que ellas tienen en las acciones de las personas.

 

Carl Schmitt, politólogo y jurista alemán, sostenía que la soberanía le pertenecía a aquel que pudiera crear Estados de Excepción...: 1

confinamientos, cuarentenas, guerras, distanciamiento social, etc.

Antes de morir, cambió sus tesis y planteó una novedosa:

la soberanía solo podía ser ejercida por el que lograra controlar las ondas espaciales.

Schmitt se adelantó en mucho al escenario que se observa en la actualidad.

 

Por ejemplo, Elon Musk es poseedor de una red de satélites privados que controlan las comunicaciones del mundo. Esos aparatos, junto con otros tantos que tienen órbita en el espacio, pueden hacer los cálculos más detallados que se quiera y emplear la información que registran en el sentido de sus intereses.

Todo sin que los usuarios de los celulares, las plataformas o las redes sociales se den por enterados.

La soberanía, entonces, no reside, de acuerdo con este postulado, ni en los Estados, los gobiernos, los pueblos y, mucho menos, en los usuarios.

La vigilancia se efectúa a distancia y por diferentes medios: cámaras, satélites, programas, algoritmos.

De acuerdo con las revelaciones hechas por Edward Snowden, 4 se han creado sofisticados programas de espionaje que funcionan de la mano de tecnologías de punta para acumular información de las personas y para hacer espionaje en varios niveles.

"Otro territorio en la vanguardia de las tecnologías de la vigilancia es la zona fronteriza de Estados Unidos con México:

hasta 150 kilómetros dentro del territorio de la gran potencia se extienden sistemas de vigilancia que incluyen reconocimiento facial y drones 'depredadores'.

Otra innovación prevista para incrementar la vigilancia son los perros robóticos (robot dogs)".

(Ibid. P. 77)

El gobierno chino, por su parte, ha diseñado torres autónomas de vigilancia que identifican a las personas en un rango de tres kilómetros a la redonda.

 

La biometría que se empezó a utilizar para perseguir delincuentes, se usa con el ánimo de obtener datos de todos los ciudadanos para mantenerlos bajo vigilancia. En últimas, la tecnología está puesta al servicio del totalitarismo.

La tecnocracia funciona como un dogma religioso. Los sacerdotes no permiten que se señalen sus falencias. Crean relatos de supuesta emancipación e independencia con el consumo de ella.

La Agenda 2030 es uno de los relatos más recientes en ese sentido.

Toda esta propuesta está sustentada en las tecnologías de la información.

La tecnología puede ser como el descubrimiento del fuego.

Si se usa con contención, sin dejarse llevar, puede ser una herramienta muy importante de supervivencia.

 

De otro lado, si se usa sin ningún criterio, puede ser devastadora.

Pigem lanza una alerta a los lectores:

la tecnocracia, según él, se opone a lo humano, a lo bello, a lo sutil.

Hay que luchar denodadamente para que los seres humanos no sean convertidos en superfluos.

 

No se puede permitir que la tecnología arrase la esencia humana, su espiritualidad y espontaneidad.

"El mejor metaverso es el mundo de los libros, del arte, de la espiritualidad.

 

Cuando te sumerges plenamente en un buen relato, una buena música o una experiencia contemplativa o meditativa, no hacen falta head-mounted displays".

(Ibid. P. 109)

Los migrantes son la muestra perfecta de creación de seres superfluos...

Seres que han perdido su esencia y que están comprometidos con la consecución de objetivos ajenos, generalmente materiales, para ser incluidos y aceptados por una sociedad que los señala.

 

El proceso de adecuación a la sociedad de este tipo de migrantes pasa por el incremento de poder adquisitivo.

 

Con esos recursos se podrá acceder a la tecnología que pretende crear imaginarios alejados de la realidad...

¡Todo un círculo vicioso...!
 




Información Adicional

[1] El poder de unas personas sobre otras, se manifiesta con la apropiación del tiempo de unos por parte de los otros. El tiempo es un factor de poder. En la Edad Media el señor feudal no solo controlaba los cuerpos esclavizados, sino además el tiempo que debían dedicar a la concreción de sus deseos. El capitalismo pretende algo semejante, quedarse con el tiempo de los trabajadores y hacer que realicen determinadas acciones en beneficio de quien posee los bienes materiales. Las empresas de comunicaciones y las de tecnología de la información, buscan sustraer el tiempo libre de las personas. La cantidad de biotiempo que se consume viendo series, películas o asistiendo a lugares de Internet es muestra de esta nueva forma de dominación.

[2] A grandes rasgos, la Internet de las cosas tiene que ver con establecer una red de aparatos electrónicos e informáticos para que funcionen de manera coordinada. La Internet de los cuerpos actúa bajo el mismo principio, pero se enfoca en los seres humanos. Para eso han creado dispositivos 'inteligentes' que, por ejemplo, lucen en las muñecas y que paulatinamente van obteniendo la información más detallada posible de los usuarios para su posterior manipulación.

[3] Giorgio Agamben estudia el concepto de Estado de Excepción. Según él, esta figura jurídica ha existido desde la antigüedad y a ella recurrían los mandatarios para decretar una anomalía en el orden habitual de la sociedad. En época de paz, el Estado se erige en garante de la vida. Ese es un acuerdo tácito con su población, pero, cuando se decretan las guerras, los Estados se convierten en los primeros violadores de ese mandato. Una vez decretada la guerra, el enemigo puede ser asesinado y su muerte no es delito. Agamben demuestra que el Estado de Excepción ha sido una figura muy utilizada por los gobiernos tanto despóticos como democráticos. En la actualidad, decretar los Estados de Excepción dejó de ser un privilegio de los gobernantes.

[4] Snowden fue un consultor de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de los Estados Unidos, se hizo famoso al revelar los planes del gobierno norteamericano de obtener datos de forma fraudulenta con base en el uso de medios electrónicos por parte de los usuarios. La revelación alcanzó visos destacados cuando precisó que se espiaba, incluso, a los gobiernos de naciones aliadas de los propios norteamericanos.