Técnica y Totalitarismo
- Digitalización, Deshumanización
y los Anillos del Poder Global -
reseña elaborada por Héctor Orlando Pinilla Suárez
22 Diciembre 2023
modificación 11 Octubre2024
del Sitio Web
MiColombiaDigital


En la actualidad, los imaginarios sociales se
crean mediante una delicada red de operaciones y con la
participación de sofisticadas tecnologías.
Son representaciones que se inoculan en la
mente de las personas y que las llevan a actuar de una forma o
de otra.
La migración, de otro lado, es un asunto que
ha tenido muchas perspectivas de estudio, pero, quizá, una de
las menos profundizadas es la que tiene que ver con el papel que
juegan esos imaginarios a la hora tomar la decisión de emprender
viajes al extranjero que suponen la pérdida de identidad y de
familiaridad.
Cruzar una frontera, más si es de manera indocumentada es, entre
otras cosas, perder el mundo conocido, las relaciones
intersubjetivas, la particularidad. Todo en busca de un albur,
de una promesa no elaborada directamente.
Este libro de Jordi Pigem es un
acercamiento a la tecnología y al impacto que ella tiene en la
creación de esos imaginarios.
Su lectura puede permitir la discusión acerca
de cómo se crean ideas, ensoñaciones e ilusiones en las mentes
de los usuarios de cierto tipo de tecnología y trata de revisar
cuál es la incidencia de esas metáforas en la toma de
decisiones.
En la antigüedad,
la educación consistía en extraer lo
mejor de cada ser humano.
Se trataba de recibir la formación
necesaria para que el estudiante pudiera encontrar su propia
vocación y esencia.
Se decía que cada quien era único e
irrepetible.
No había afán por parecerse a nadie ni
por hacer cosas que fueran en contra de ese deseo íntimo de
singularidad.
Por ejemplo, las grandes obras de la
literatura eran reflejo esa búsqueda de autenticidad.
Por eso, era muy frecuente encontrar obras
protagonizadas por personajes que manifestaban ese combate
íntimo donde enfrentaban circunstancias que moldeaban su
carácter.
Libros como El Quijote, Ulises, Madame Bobary,
Anna Kareninna, son solo algunos títulos que ilustran esta idea.
La famosa frase de Nietzsche:
"Debes convertirte en lo que eres", era
uno de los ideales que movían a las personas de esos
tiempos.
Ahora, tales presupuestos han cambiado
ostensiblemente.
La sociedad, a través de la tecnología, ha
diseñado unos roles que obligan a los ciudadanos a no a
ser fieles a su esencia interior, sino a adecuarse a patrones
establecidos previamente.
Tal parece que uno de los mandatos de esta
época es:
encajar en el sistema a costa de lo que
sea.
Ese proceso de adecuación social supone la
pérdida de individualidad, de autonomía y de capacidad crítica.
"Ya no nos interesa la sabiduría, solo
los datos; no nos fijamos en las cualidades, solo en las
cantidades; confiamos más en las máquinas que en las
personas y estamos perdiendo el respeto por nosotros mismos"
(Pigem. J. 2023. P. 16).
Para Jordi Pigem, este proceso de pérdida de
lo individual es muestra de una paulatina deshumanización.
Deshumanizar significa, entonces, retirar las
singularidades de lo humano e imponer modelos universales y
masificados.
Esta deshumanización se ha dado de
muchas maneras.
Una de las más efectivas ha sido la de
suprimir el carácter individual de manera gradual.
En ese sentido, el papel de los medios
electrónicos ha sido sumamente eficaz.
Por ejemplo, en la Alemania nazi, la radio
desempeñó una labor importante en ese sentido.
En 1933, de acuerdo con las indicaciones
de Joseph Goebbels, ministro de la propaganda, usaron
las ondas hertzianas para penetrar los hogares alemanes y
lograr la alienación que requería el poder de turno.
El pueblo fue perdiendo libertad y
capacidad crítica frente a un sistema que se impuso
silenciosamente.
"En cierto modo, todo empezó
'escuchando las noticias'."
(Ibid. P. 21)
Es decir, el
totalitarismo alemán logró
la pérdida de la voluntad y del espíritu individuales haciendo
que la audiencia estuviera conectada a programas radiales que
insuflaron 'el espíritu alemán'.
Poco a poco, la búsqueda de la sabiduría dejó de ser un valor
social y se han venido imponiendo otros valores de manera
subrepticia.
Es tanta la información con la que se
bombardea a las sociedades tecnologizadas que es prácticamente
imposible retenerla, comprenderla o analizarla.
"Cuando integramos datos de manera
coherente, tenemos información.
Cuando integramos diferente tipo de
información y la ponemos en su contexto, tenemos
conocimiento.
Cuando integramos diferentes tipos de
conocimiento, tenemos sabiduría".
(Ibid. P. 26)
Dentro del proceso de deshumanización de que
habla Pigem, el papel de la ciencia y la tecnología es
crucial.
Tecnocracia es el
término que emplea para referirse al poder que han logrado
acumular ciertas compañías.
Un poder que, en ocasiones, tiene mayor
injerencia en la vida de las personas que el que pueda tener
cualquier gobierno.
Sin embargo, ese poder nunca ha acudido a
elecciones ni es sometido a ningún tipo de control social. Bajo
esta perspectiva, hablar de
democracia también resulta
un tanto ridículo...
Recientemente, en el marco del
COVID-19,
la OMS decretó pandemia
planetaria y empezó la puja de las empresas farmacéuticas para
encontrar la vacuna.
A la sociedad civil nunca se le explicó
con claridad cuál era el origen de este "virus" y, mucho
menos, cuál era la
efectividad de las vacunas.
Sencillamente, se impusieron unas
marcas y se desestimaron otras sin fórmula de juicio.
Muchos analistas llegaron a sostener que fue
un amplio ejercicio de manipulación planetaria que pudo
difundirse gracias a la incidencia de las tecnologías de la
comunicación en el día a día.
La tecnocracia, con su mensaje unificador, divertido y precario
ha logrado convertirse en un poder manipulador que dicta las
convenciones culturales, la moda y los pensamientos adecuados.
Es la nueva versión del totalitarismo que
pretende imponer un mensaje único que no pueda ser controvertido
ni puesto en discusión.
El totalitarismo aparece cuando el hombre
pierde su individualidad y queda aislado, atomizado, carente de
libertad y dignidad. Además, pretende ser aceptado dentro del
esquema que está basado en el mercado, en el consumo, y en la
exhibición morbosa de productos y de pantallas.
Se crea, entonces, un ideal que está por fuera de la naturaleza
del propio ser humano y que está relacionado con el poder
adquisitivo.
El totalitarismo de las marcas destruye la
vida privada, la capacidad de elección y la posibilidad de
relacionarse con los demás. El Covid agudizó esta situación. Con
el confinamiento se destruyó la vida privada, los lazos
intersubjetivos y la posibilidad de tomar decisiones autónomas.
El totalitarismo, tal y como lo entiende
Pigem, promueve el desarraigo y la superficialidad.
Es decir,
el hombre debe negarse a sí mismo para
ajustarse a los patrones establecidos...
Al hacer esto se hace superficial,
carente de objetivos particulares porque anda en busca de la
aprobación externa, de seguidores o de ser popular en redes.
Para que estas ideas logren perforar las
mentes de las personas (usuarios), se los somete desde temprana
edad a informaciones rápidas, descontextualizadas,
abundantes, inconexas y ficcionales (TikTok...)
Uno de los mayores objetivos es mantenerlos
alejados de la realidad y de la política.
Para tal efecto, crean dispositivos en los
que la ficción se impone.
Claros ejemplos de esto son: las películas,
los juegos de video, las gafas de realidad virtual, el
transhumanismo, el
metaverso, etcétera.
"El poder totalitario puede hacer
afirmaciones de lo más absurdas, y cuando se demuestra que
no pasa nada, nadie pide disculpas y las masas siguen
admirando la ficticia coherencia del sistema".
(Ibid. P. 37)
Este totalitarismo de la actualidad no es
violento ni represor como los de antaño que buscaban libros
'perniciosos' para quemarlos o prohibirlos. Es mucho más sutil.
Está estrechamente vinculado a las
tecnologías de la información.
Sistemáticamente se ha impuesto la idea de
que las máquinas tienen niveles de eficiencia superiores a los
de cualquier humano y que, además, la ciencia es objetiva y
neutra.
Por lo tanto, libre de cualquier tipo de
manipulación.
Sin embargo, al estudiar el fenómeno de
cerca, se puede ver que tales afirmaciones son dudosas.
Para Jordi Pigem, no hay un problema más acuciante que el de la
digitalización.
Lo pone, incluso, por sobre el cambio
climático o la posibilidad del estallido de guerras
nucleares.
Antes las comunicaciones eran efectuadas
frente a otro ser humano al cual debíamos ver, escuchar, palpar,
para desentrañar la veracidad de sus mensajes y la
intencionalidad de los mismos.
En los tiempos que corren, la comunicación se
realiza a través de textos predictivos, de algoritmos, de la
Inteligencia Artificial (I.A.).
La nueva tecnología deslumbra por sus
desarrollos e innovación, pero está diseñada para tomar los
datos privados de los usuarios con el fin de almacenarlos y,
posteriormente, usarlos en contra de ellos mismos.
El biotiempo 1 le ha sido sustraído a
las personas por parte de las empresas de alta tecnología.
Es tanta la dependencia que se ha generado
por los aparatos de comunicación y sus pantallas brillantes que
ya algunos especialistas se atreven a hablar de que estos
aparatos digitales crean problemas mentales como el sesgo por la
comunicación y la complacencia por la
automatización.
La primera se refiere a que se le otorga
mayor validez a lo establecido por la máquina, el programa o
el algoritmo, en lugar de lo que dice el conocimiento de las
personas, su experiencia o el sentido común.
La complacencia con la automatización
quiere decir que se le delega la responsabilidad a la
tecnología y, de paso, se considera obsoleto al ser humano.
Por ejemplo, el papel de los correctores
ortográficos o de los pilotos automáticos gira en ese
sentido.
Esta complacencia nos vuelve vulnerables porque, ya se sabe,
que los aparatos conectados a Internet son manipulables.
La propaganda vende la digitalización como
ícono de avance y de desarrollo, cuando es la expresión más
sofisticada del totalitarismo al invadir el espacio privado de
los usuarios.
Se pretende pasar del Internet de las cosas
al Internet de los cuerpos. 1
Para eso se requiere que los aparatos
succionen la mayor cantidad de información privada del ser
humano para que luego los algoritmos hagan su trabajo.
Serán ellos los que indiquen qué comprar,
qué odiar, qué desear, qué mercancías se deben comprar para
tener una 'vida digna'.
Todo lo hacen con base en la información
que los usuarios mansamente entregan sin reprochar.
"A medida que el mundo se digitaliza, se
deshumaniza. La vida va quedando reducida a códigos y
algoritmos".
(Ibid. P. 53)
Es un proceso delicado y masificado.
No recibe críticas en ningún sentido.
No hay una asociación de consumidores que
dé herramientas para no caer en las ficciones que establecen
la tecnocracia.
El sistema educativo no reflexiona sobre
estos temas.
"Pronto los ordenadores serán tan grandes
y tan rápidos, y la red estará tan llena de información, que
la gente quedará obsoleta".
(Ibid. P. 53)
Las mercancías tienen vida útil.
El tecno-capitalismo ha implementado la misma
idea para las personas. Aquellas que no puedan entregar su
fuerza física al sistema o que no puedan comprar las mercancías
que éste ofrece, se convertirán en obsoletas. Eso ya, más
o menos, se intuye.
Lo novedoso del mensaje de Pigem es que el
gran objetivo está en convertir a todas las personas en
superfluas, en seres sin valor más allá de las fuerzas del
mercado. Una vez las personas han sido sustraídas de la
humanidad, pueden ser reemplazadas.
Habrá otras dispuestas a adecuarse al sistema
de cosas.
"Cuando los seres humanos pasan a ser
considerados superfluos, sobrantes, nada impide que el
sistema se proponga eliminarlos según convenga a la
'eficiencia' de su gran maquinaria".
(Ibid. P. 57)
La estrategia de ocultación funciona
perfectamente.
Los aparatos tecnológicos no dicen nada
acerca de cómo someten la voluntad, de cómo manipulan y
controlan. Los datos de cada usuario son guardados en diferentes
partes.
Son tantos que, al parecer, son
irrecuperables.
"Cuando nos conectamos a los aparatos
digitales, nuestro rastro queda bajo la continua vigilancia
de todo tipo de empresas y entidades que se aprovechan de
nuestros datos (los que generamos con cada tecla pulsada y
con cada movimiento del cursor), que podrán usar para
controlarnos y manipularnos".
(Ibid. P. 64)
Las personas terminan absorbidas por los
aparatos y los hacen ausentes, se sustraen de su entorno, de sí
mismos.
No obstante, son observados por quienes
manejan los datos. Este poder oculto sabe las necesidades que ha
estimulado en las mentes desprevenidas y lo que resta es esperar
que se lancen a todo tipo de aventuras para obtener las
mercancías y los modos de vida ofrecidos.
La soberanía es otro concepto caduco a la luz de las
nuevas tecnologías y del influjo que ellas tienen en las
acciones de las personas.
Carl Schmitt, politólogo y jurista
alemán, sostenía que la soberanía le pertenecía a aquel que
pudiera crear Estados de Excepción...: 1
confinamientos, cuarentenas, guerras,
distanciamiento social, etc.
Antes de morir, cambió sus tesis y planteó
una novedosa:
la soberanía solo podía ser ejercida por
el que lograra controlar las ondas espaciales.
Schmitt se adelantó en mucho al escenario que
se observa en la actualidad.
Por ejemplo,
Elon
Musk es poseedor de una red de satélites privados
que controlan las comunicaciones del mundo. Esos aparatos, junto
con otros tantos que tienen órbita en el espacio, pueden hacer
los cálculos más detallados que se quiera y emplear la
información que registran en el sentido de sus intereses.
Todo sin que los usuarios de los
celulares, las plataformas o las redes sociales se den por
enterados.
La soberanía, entonces, no reside, de acuerdo
con este postulado, ni en los Estados, los gobiernos, los
pueblos y, mucho menos, en los usuarios.
La vigilancia se efectúa a distancia y
por diferentes medios: cámaras, satélites, programas,
algoritmos.
De acuerdo con las revelaciones hechas por
Edward Snowden, 4
se han creado sofisticados programas de espionaje que funcionan
de la mano de tecnologías de punta para acumular información de
las personas y para hacer espionaje en varios niveles.
"Otro territorio en la vanguardia de las
tecnologías de la vigilancia es la zona fronteriza de
Estados Unidos con México:
hasta 150 kilómetros dentro del
territorio de la gran potencia se extienden sistemas de
vigilancia que incluyen reconocimiento facial y drones
'depredadores'.
Otra innovación prevista para incrementar
la vigilancia son los perros robóticos (robot dogs)".
(Ibid. P. 77)
El gobierno chino, por su parte, ha diseñado
torres autónomas de vigilancia que identifican a las personas en
un rango de tres kilómetros a la redonda.
La biometría que se empezó a utilizar para
perseguir delincuentes, se usa con el ánimo de obtener datos de
todos los ciudadanos para mantenerlos bajo vigilancia. En
últimas, la tecnología está puesta al servicio del
totalitarismo.
La tecnocracia funciona como un dogma religioso. Los sacerdotes
no permiten que se señalen sus falencias. Crean relatos de
supuesta emancipación e independencia con el consumo de ella.
La Agenda 2030 es uno de
los relatos más recientes en ese sentido.
Toda esta propuesta está sustentada en las
tecnologías de la información.
La tecnología puede ser como el descubrimiento del fuego.
Si se usa con contención, sin dejarse
llevar, puede ser una herramienta muy importante de
supervivencia.
De otro lado, si se usa sin ningún
criterio, puede ser devastadora.
Pigem lanza una alerta a los lectores:
la tecnocracia, según él, se opone a lo
humano, a lo bello, a lo sutil.
Hay que luchar denodadamente para que los
seres humanos no sean convertidos en superfluos.
No se puede permitir que la tecnología arrase
la esencia humana, su espiritualidad y espontaneidad.
"El mejor
metaverso es el mundo de
los libros, del arte, de la espiritualidad.
Cuando te sumerges plenamente en un buen
relato, una buena música o una experiencia contemplativa o
meditativa, no hacen falta head-mounted displays".
(Ibid. P. 109)
Los migrantes son la muestra
perfecta de creación de seres superfluos...
Seres que han perdido su esencia y que
están comprometidos con la consecución de objetivos ajenos,
generalmente materiales, para ser incluidos y aceptados por
una sociedad que los señala.
El proceso de adecuación a la sociedad de
este tipo de migrantes pasa por el incremento de poder
adquisitivo.
Con esos recursos se podrá acceder a la
tecnología que pretende crear imaginarios alejados de la
realidad...
¡Todo un círculo vicioso...!
Información Adicional
[1] El poder de unas personas
sobre otras, se manifiesta con la apropiación del tiempo de
unos por parte de los otros. El tiempo es un factor de
poder. En la Edad Media el señor feudal no solo controlaba
los cuerpos esclavizados, sino además el tiempo que debían
dedicar a la concreción de sus deseos.
El capitalismo pretende
algo semejante, quedarse con el tiempo de los trabajadores y
hacer que realicen determinadas acciones en beneficio de
quien posee los bienes materiales. Las empresas de
comunicaciones y las de tecnología de la información, buscan
sustraer el tiempo libre de las personas. La cantidad de
biotiempo que se consume viendo series, películas o
asistiendo a lugares de Internet es muestra de esta nueva
forma de dominación.
[2] A grandes rasgos, la
Internet de las cosas tiene
que ver con establecer una red de aparatos electrónicos e
informáticos para que funcionen de manera coordinada. La
Internet de los cuerpos
actúa bajo el mismo principio, pero se enfoca en los seres
humanos. Para eso han creado dispositivos 'inteligentes'
que, por ejemplo, lucen en las muñecas y que paulatinamente
van obteniendo la información más detallada posible de los
usuarios para su posterior manipulación.
[3] Giorgio Agamben estudia el concepto de
Estado de Excepción.
Según él, esta figura jurídica ha existido desde la
antigüedad y a ella recurrían los mandatarios para decretar
una anomalía en el orden habitual de la sociedad. En época
de paz, el Estado se erige en garante de la vida. Ese es un
acuerdo tácito con su población, pero, cuando se decretan
las guerras, los Estados se convierten en los primeros
violadores de ese mandato. Una vez decretada la guerra, el
enemigo puede ser asesinado y su muerte no es delito.
Agamben demuestra que el Estado de Excepción ha sido
una figura muy utilizada por los gobiernos tanto despóticos
como democráticos. En la actualidad, decretar los Estados
de Excepción dejó de ser un privilegio de los
gobernantes.
[4] Snowden fue un consultor de la Agencia
de Seguridad Nacional (NSA)
de los Estados Unidos, se hizo famoso al revelar los planes
del gobierno norteamericano de obtener datos de forma
fraudulenta con base en el uso de medios electrónicos por
parte de los usuarios. La revelación alcanzó visos
destacados cuando precisó que se espiaba, incluso, a los
gobiernos de naciones aliadas de los propios
norteamericanos.