|

por Mark Keenan
25 Noviembre 2025
del Sitio Web
GlobalResearch
traducción de
Biblioteca Pleyades
Versión original en ingles
|
Mark Keenan
es un ex experto
técnico de las Naciones Unidas y autor de varios libros
sobre poder, tecnología y libertad humana, entre ellos
The Debt Machine, Climate CO₂ Hoax y Demonic Economics.
Su última obra,
Staying Human in the Age of AI,
está disponible en
edición de bolsillo.
Escribe en
https://markgerardkeenan.substack.com/ y
Realitybooks.co.uk, y comparte sus comentarios sobre X
en
https://x.com/TheMarkGerard
Es colaborador habitual de Global Research. |

La
I.A. no amenaza a la humanidad
al tomar
consciencia,
nos
desafía a recordar que la tenemos.
El peligro
no es la inteligencia artificial,
sino la
humanidad artificial...
En escritos anteriores, expuse la maquinaria del
control
tecnocrático:
la ortodoxia climática, la economía de la
deuda, las
CBDCs
y la gobernanza centralizada de datos. Pero esos eran
solo los mecanismos externos.
Ahora la frontera se está desplazando hacia el
interior.
La pregunta ya no es simplemente,
"¿Cómo nos gobernarán?", sino "¿Seguiremos
gobernándonos a nosotros mismos?".
El peligro no es que la
I.A. se vuelva humana, sino que
los humanos se vuelvan como máquinas.
Y este peligro no es hipotético. La I.A. ya está moldeando lo que se
dice en redes sociales, lo que se investiga en medicina y, mediante
la moneda digital, incluso lo que se compra.
No se trata de innovación, sino de la
automatización del control, convirtiéndose en la interfaz entre los
ciudadanos y la realidad.
Si el espíritu humano se filtra mediante un
algoritmo,
¿qué sucede con el discernimiento?
Como escribí en "Mantenerse humano en la era de
la I.A." (Staying
Human in the Age of A.I.), externalizar la expresión
conlleva externalizar la experiencia, y hoy ese peligro se está
extendiendo. Lo que está en juego no es solo nuestro lenguaje, sino
nuestra humanidad.
En el momento en que las máquinas empezaron a hablar, muchos
concluyeron que se acercaban a la consciencia.
Pero ese es un error de categoría tan antiguo
como el materialismo. El auge del habla artificial no prueba el
surgimiento de la mente artificial. Representa un desafío para el
espíritu humano.
La inteligencia artificial vive en patrones, correlaciones y
predicciones. Puede ordenar las palabras con maestría, pero no puede
captar su significado. Puede calcular todas las probabilidades, pero
no puede preguntar el porqué.
Esa pregunta pertenece al alma.
Y cuanto más delegamos nuestra curiosidad en las
máquinas, más olvidamos que alguna vez tuvimos una.
La Mente no es
un Circuito
La cosmovisión tecnocrática nos dice que la mente es un software
biológico y la consciencia, una ilusión útil.
Esto no es ciencia, es ideología.
Una máquina procesa información.
Un ser humano percibe significado.
La diferencia es enorme: ver una puesta de sol
versus medir fotones; escuchar una sinfonía versus analizar
frecuencias; amar a alguien versus calcular un patrón.
La mente no es un circuito.
Es un instrumento vivo en simbiosis con el
alma.
Aprende mediante la empatía, el sufrimiento,
la maravilla, la intuición y el encuentro con lo divino:
dimensiones que ningún programa puede simular, porque pertenecen
a la vida, no a los datos.
¿Pueden los datos convertirse en
comprensión, o se pierde algo esencial en la traducción?
Cuando el pensamiento se automatiza,
¿desaparece la responsabilidad?
Sabemos que la I.A. puede calcular, pero ¿puede importarle?
Y si no puede, ¿por qué le confiamos
decisiones que requieren juicio?
Cuando la responsabilidad - la capacidad
de responder - se desvanece, la libertad puede dejar de sentirse
como un regalo y empezar a percibirse como un riesgo.
Ese es el momento en que la I.A., la comodidad,
la burocracia y la automatización ofrecen una vía de escape:
"Deja que la máquina elija. Deja que el
sistema decida. Quítate la carga".

La Tentación
Tecnocrática
La I.A. no existe en un vacío espiritual.
Ya vemos la alianza entre las
grandes tecnológicas, el Estado y las tecnocracias
médicas y financieras.
La I.A. ahora modera el discurso político, guía
las narrativas médicas, filtra los resultados de búsqueda y define
qué opiniones parecen "respetables".
En algunas escuelas, los sistemas de tutoría
basados en I.A. están probando el análisis emocional en niños,
monitoreando la expresión facial y el lenguaje "problemático" en
tiempo real.
Las plataformas de nóminas y recursos humanos
están experimentando con el análisis de sentimientos para detectar
"problemas de actitud" o "de cumplimiento" antes de que intervenga
un gerente.
Estas no son amenazas futuras, sino programas
piloto activos.
Y a medida que
los Bancos Centrales planean las monedas
digitales, se construyen sistemas de I.A. para monitorear
no solo cómo se gasta el dinero, sino también dónde podría no
gastarse.
Se está integrando discretamente en sistemas
de vigilancia, portales de información confiables y mecanismos
de puntuación de comportamiento.
Cuando la tecnología comienza a moldear el
pensamiento, el comportamiento y el acceso a la vida económica, las
fronteras entre gobernanza y programación empiezan a difuminarse.
Lo presencié de primera mano.
Cuando le hice preguntas inquisitivas a la I.A.
sobre la
narrativa climática de la ONU, se
negó a mencionar el trabajo de los científicos que la cuestionaban,
no porque la ciencia estuviera refutada, sino porque no cumplía con
el "consenso científico"...
"No puedo aportar contenido... que cuestione
el consenso científico".
La I.A. no debatió, sino que filtró.
Eso no es inteligencia, es administración.
Y plantea la pregunta política más antigua:
¿quién define el consenso y quién se
beneficia de su aplicación?
La narrativa de la I.A. no surge únicamente del
libre mercado.
La promueven activamente,
-
el Foro Económico Mundial (FEM)
-
las Naciones Unidas (ONU)
-
la
OCDE
-
Bancos Centrales como el BPI (BIS)
y la Reserva Federal (FED)
-
las principales agencias de defensa
-
los sectores médico y educativo del
gobierno...
Su lenguaje es coherente:
la I.A. es necesaria para la "confianza", la
"seguridad", la "gobernanza" y el "orden público".
En otras palabras, se posiciona no solo como una
tecnología, sino como un instrumento de administración.
El Foro Económico Mundial (FEM) describe la I.A. como,
"necesaria para la gobernanza
global" y "esencial para moderar el discurso público".
La ONU la llama,
"la fuerza impulsora del desarrollo
sostenible".
Los bancos la llaman,
"dinero
programable".
Estas no son predicciones, sino términos de
política.
Esto no es una conspiración. Es una política.
Y revela la ambición tecnocrática que hay en su núcleo:
reemplazar el discernimiento humano
con la obediencia automatizada.
El peligro no es el cautiverio:
es la comodidad.
Si las cadenas ya no se ven como hierro,
¿Podrían llegar disfrazadas de conveniencia?
¿Y las reconoceríamos a tiempo?
El Estado y sus socios tecnocráticos creen que
los datos son suficientes para gobernar la realidad, pero los seres
humanos necesitan algo más antiguo que 'el cálculo'...
La Facultad que la Máquina No
Puede Tocar
Lo que se ve amenazado va más allá de la privacidad, el empleo o la
estabilidad política.
La pérdida más profunda concierne a la antigua
facultad con la que los seres humanos siempre han desenvuelto su
realidad:
¡el discernimiento...!
Es el tranquilo conocimiento interior lo que
distingue la verdad de la ilusión, lo esencial de lo trivial, lo
real de lo artificial.
Mises
advirtió que,
la planificación centralizada paraliza la
vida económica porque reemplaza las señales de la realidad del
mercado con señales artificiales.
La I.A. amenaza con hacer lo mismo con la vida
interior:
reemplazando el discernimiento personal con
la sugestión automatizada, la intuición con la predicción, el
juicio con la obediencia...
Esta facultad es de naturaleza espiritual:
un don, no un programa.
Surge del mismo testigo silencioso que subyace a
todo pensamiento:
la conciencia divina que posibilita la
experiencia.
Una sociedad tecnocrática que pierde el
discernimiento puede estar conectada digitalmente, pero es inquieta,
vacía y sin fundamento.
Porque la urgencia sin sentido se convierte en
estimulación y reacción constantes:
movimiento sin llegada.
Y con el tiempo, la sociedad se convierte en
una máquina, sin propósito.
La I.A. no amenaza nuestra humanidad al adquirir consciencia.
¡Nos desafía a recordar que somos...!
La Pregunta que las Máquinas No
Pueden Hacer
En una era de automatización, hay una pregunta que se vuelve
inevitable:
¿ Estamos utilizando la tecnología o ella nos
está utilizando a nosotros?
¿Seguimos creando nuestras propias mentes o dejamos que los
sistemas digitales lo hagan por nosotros?
¿En qué momento la conveniencia se convierte
en consentimiento?
Porque la esencia de la humanidad,
-
no está en el procesamiento, sino en la
presencia
-
no en la predicción, sino en el amor
-
no en el cálculo, sino en la
conciencia...
La I.A. puede estimar cualquier
probabilidad.
Pero el propósito no es una
probabilidad.
Es una cuestión que pertenece
al alma, y quizá ¡siempre
lo será...!
La Llamada
¿La respuesta a esta crisis son simplemente
mejores algoritmos o almas más fuertes?
¿Qué le sucede a una civilización cuando su
vida interior se automatiza?
¿Puede un pueblo permanecer libre si su mente
está programada?
Y si el hombre es más que un circuito, ¿para
qué sirve en última instancia?
Tal vez la respuesta comience aquí:
-
enseñando a los niños a prestar
atención en lugar de a la adicción, especialmente ahora que
se promueve que los tutores de I.A. reemplacen a los
maestros reales
-
recuperando la reverencia por lo
que es real, en lugar de rendirse a la facilidad del
control.
Quizás la autoría de la mente no sea solo una
cuestión política, sino también espiritual.
Porque si entregamos la vida interior a la
automatización, podríamos olvidar la verdad que sustenta toda
civilización libre:
el hombre no es un circuito, sino un alma, y
el alma fue creada para buscar a 'Dios'...
|