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por Emilio José Triviño Triviño
05 Diciembre 2025
del Sitio Web
BrownstoneEsp

Los
partidos políticos
son los
verdaderos soberanos,
y por ese
motivo utilizan
las
instituciones del estado
con un
único propósito partidista,
nunca de
servicio social.
Es evidente que algo está emergiendo en la conciencia colectiva de
Occidente, o quizá sea más preciso decir, en la conciencia de
aquellas sociedades que creían vivir al amparo del imperio de la
ley, donde se pensaba que las libertades civiles estaban debidamente
protegidas por las instituciones políticas.
Las mentes más lúcidas e integras de estas
sociedades revelan hoy en día con precisión la red de intereses que
subyace en la información oficial que nos llega a través de los
medios de comunicación oligárquicos, meros portavoces del poder
político establecido.
Ciertamente, hay un claro patrón y consiste en insistir en el
reconocimiento de la autoridad de nuestras instituciones públicas.
Se trata de obedecer...
Ese patrón es sistemático y su objetivo siempre
es el mismo, mantener el poder político y económico en las mismas
manos que vienen manteniéndose.
Lógicamente, cada nación europea tiene su propia configuración
institucional, pero todas tienen algo en común, protegen a una
oligarquía política y económica, y esto no deja de ser una forma de
corrupción amparada por la legalidad que ellas mismas edifican.
La cosa viene de lejos y los primeros en rebelarse conscientemente
contra este tipo de corrupción sistemática fueron los habitantes de
las trece colonias británicas.
La corrupción política es la cara oculta de la
falta de libertad, sin embargo en raras ocasiones se plantea este
problema de la corrupción como la ausencia de libertad política.
No obstante, hay magníficos trabajos al respecto,
como puede ser el del profesor de la Universidad de Maryland,
John Joseph Wallis, publicado con el título "El concepto de
corrupción sistemática en la historia económica y política
americana" (The
Concept of Systematic Corruption in American History).
En él hace una ilustrativa diferenciación entre
lo que se denomina corrupción sistemática y
corrupción venal.
Al respecto señala lo siguiente:
La corrupción sistemática es una idea.
Es también una forma concreta de conducta
política.
En una política plagada de corrupción
sistemática, los agentes políticos deliberadamente crean rentas
económicas a través de otorgar selectivamente privilegios
económicos.
Estas rentas vinculan los intereses de los
receptores a los políticos que generan esas rentas.
Los políticos manipulan los intereses que
ellos crean -un partido, facción o conspiración- para controlar
el gobierno. [...]
La corrupción venal tiene lugar cuando la
economía corrompe la política.
En términos de bienestar social y crecimiento
económico, la corrupción venal representa un problema menor (corruption
is small potatoes) comparada con la corrupción sistemática.
Y unas páginas más adelante de este mismo trabajo
cita un párrafo del historiador J.G.A. Pocock que recoge la
siguiente reflexión:
La noción de un poder legislativo ejercido
conjuntamente por reyes, lores y comunes es una noción de
soberanía legislativa insuficientemente desarrollada en la
teoría republicana clásica.
Su presencia en la "Answer" es un
recordatorio de que la noción de "separación de poderes", aunque
inventada en gran parte en Inglaterra, no tuvo efecto allí y
solo pudo ser llevada a cabo en los Estados Unidos, pero
únicamente después de rechazar el gobierno
parlamentario...
Y continúa el Profesor Wallis refiriéndose
a este trance de la Revolución americana con una interesantísima
observación:
Hemos alcanzado el punto donde los caminos
británicos y americanos se dividen.
La "síntesis republicana" en la historia
americana ofrece una convincente explicación de por qué los
americanos se rebelaron y qué hizo su revolución tan inusual,
porque ellos se rebelaron no contra la
Constitución inglesa, sino en nombre de ella.
En definitiva, la Revolución americana tuvo
origen en la convicción de esos colonos de haber nacidos libres, lo
que movió a esas sociedades coloniales a revolverse contra sus
propias instituciones para alcanzar la legítima aspiración de vivir
en un sistema de gobierno democrático.
Pero lo que considero realmente importante, es el hecho de notar que
la Constitución estadounidense fue redactada para evitar
la corrupción política que los colonos habían encontrado en
el sistema parlamentario británico, dando lugar a un sistema de
gobierno democrático apoyado en la separación de poderes y en la
representación política (la posterior aparición del denominado
Estado profundo en las
instituciones estadounidenses no es objeto de este artículo).
Pero si la corrupción venal es aquella en que los agentes económicos
corrompen la política y la corrupción sistemática es aquella en la
que los agentes políticos corrompen la economía,
¿en qué consiste la corrupción sistémica?
Al respecto, me arriesgaré a proponer mi propia
definición apoyándome en el pensamiento de García-Trevijano.
La corrupción sistémica tiene su origen en
las propias fuerzas que diseñan un sistema político sin atender
a la voluntad política de la nación objeto de ese gobierno.
Se debe tener presente que la corrupción
política ataca esencialmente a la libertad política, esto es, al
bien jurídico-político de una nación que toda constitución debe
proteger.
En el caso de España, aunque podríamos extenderlo
a gran parte del resto de Europa, las instituciones políticas
no están diseñadas para proteger la llamada soberanía nacional...
La Constitución del 78 lo que instaura es un
régimen de partidos estatales, con un sistema electoral proporcional
de listas cerradas en los que se concentran los tres poderes,
ejecutivo, legislativo y judicial.
En este régimen de partidos estatales, ellos son los verdaderos
soberanos, y lo son porque están por encima de las instituciones
públicas; ellos las gobiernan, y es aquí donde puede aparecer el
interés de distinguir lo que es la corrupción sistemática de la
corrupción sistémica...
Decir que en España (y/o Europa) tenemos un enorme problema
de corrupción, es dar noticia de un hecho notorio.
Que fuerzas económicas condicionan la labor
legislativa en beneficio propio (corrupción venal o económica)
es evidente.
Que los agentes políticos utilizan las
instituciones políticas (corrupción sistemática) mediante
numerosas fórmulas que distorsionan la actividad social y
económica con el único propósito de mantenerse en el poder, es
otra evidencia.
Sin embargo, en mi opinión, lo que suele
olvidarse, es lo que diferencia la corrupción sistemática de la
sistémica.
La primera, la sistemática, puede ser
corregida con las propias instituciones establecidas en ese
sistema de gobierno.
Sin embargo, la corrupción sistémica
no puede ser enmendada por el propio sistema porque esta está en
la misma genética de la estructura el juego de intereses
políticos.
Como he dicho,
en España los partidos políticos son los
verdaderos soberanos (art.6 C.E.), y por ese motivo utilizan las
instituciones del estado con un único propósito partidista (no
de servicio social), lo que lleva inevitablemente al choque
entre instituciones públicas ya sean judiciales, ejecutivas o
legislativas (ruptura del eufemístico "consenso"), proyectándose
esa guerra fatalmente en el resto del cuerpo de las
administraciones públicas y finalmente en la sociedad civil.
El poder no se regala y ningún partido político
que anide en este sistema va a cambiar ese "status quo".
Como dice el Profesor Wallis, utilizando las palabras de otro
historiador estadounidense, el Profesor
Gordon S. Wood:
la historia americana ofrece una convincente
explicación de por qué los americanos se rebelaron y qué hizo su
revolución tan inusual, porque ellos se rebelaron no
contra la Constitución inglesa, sino en nombre de
ella.
Si los redactores de la Constitución española
(y en otros países de Europa) fueron sinceros al proclamar su
voluntad de constituir un sistema de gobierno democrático, es hora
de reconocer que se equivocaron.
Y si lo que a todos nos mueve es un verdadero
sentimiento de libertad política, quizá sea el momento de aprender
de la historia.
Fue precisamente
Jorge Santayana, un intelectual
español formado en Estados Unidos, quien sentenció que,
aquellos que no pueden recordar el pasado,
están condenados a repetirlo.
Quizá sea hora de aprender de la historia y
podamos encontrar en la sociedad civil la energía suficiente para
provocar el cambio, no contra la democracia, sino en
nombre de la democracia.
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