por Enrique Ortega Gironés
20 Octubre 2025
del Sitio Web Entrevisttas








Desde hace varias décadas, se viene atemorizando a la población con informaciones sobre las consecuencias que puede tener el calentamiento global para el futuro del Planeta y de la Humanidad.

 

Las noticias que se difunden sobre esta problemática suelen tener un tono alarmista y catastrófico, responsabilizando a,

las actividades humanas, especialmente a las emisiones de CO2 a la atmósfera, del calentamiento que está experimentando la Tierra.

Para frenar y revertir el aumento de la temperatura, la mayor parte de los países están adoptando políticas climáticas que inducen a condicionar y restringir algunos aspectos de la vida cotidiana, como por ejemplo,

  • la alimentación

  • el transporte

  • el consumo de energía

  • la libertad de desplazamiento,

...limitaciones que implican importantísimas consecuencias económicas.

 

La imposición de este tipo de medidas se apoya en un supuesto consenso científico sobre el origen humano del calentamiento global [sic] y sus dramáticas consecuencias, profetizadas para las próximas décadas gracias a "sofisticados" modelos climáticos que utilizan millones de datos meteorológicos y las más poderosas herramientas informáticas disponibles.

 

Sin embargo, ese alardeado consenso está lejos de existir, porque miles de científicos (entre ellos, varios premios Nobel) opinan que,

el calentamiento que está experimentando el Planeta no es extraordinario, ni crítico ni peligroso...

La información geológica, que permite reconstruir la historia climática del Planeta a lo largo de miles de millones de años, demuestra que,

el calentamiento actual está ocurriendo de acuerdo con los ritmos ancestrales que impone la naturaleza desde el principio de los tiempos.

Estos datos indican no sólo que las temperaturas actuales están muy lejos de ser anómalas (por el contrario, son frías en comparación con las alcanzadas en épocas anteriores) sino que, además, la evolución térmica de la Tierra es independiente del contenido de CO2 en la atmósfera. 

 

 

 

La tozuda realidad, la que se deriva de la observación de los procesos naturales, desautoriza las interpretaciones catastrofistas del calentamiento global, ya que ninguno sus dramáticos pronósticos se han cumplido.

 

En efecto, en contra de los vaticinios,

  • el nivel de aumento del nivel del mar es hoy más lento que en épocas anteriores (las ciudades costeras y archipiélagos del Océano Pacífico no han sido "tragados" por las aguas)

     

  • el hielo ártico no ha desaparecido

     

  • el hielo antártico está aumentando

     

  • el planeta no se está desertizando (por el contrario, es cada vez es más verde)

     

  • las estadísticas indican que no hay un aumento en la frecuencia e intensidad de los desastres naturales.

Sin embargo, a pesar de la flagrante contradicción entre realidad y vaticinios, la interpretación que atribuye a las actividades humanas la responsabilidad del calentamiento del Planeta,

en lugar de considerarse como una simple hipótesis, se erige como una verdad absoluta que no puede ser discutida.

Ese es el dogma que sustenta las políticas climáticas oficiales y que, gracias a una formidable campaña de publicidad a nivel global, han conseguido incrustar el miedo al cambio climático en la conciencia colectiva.

 

Ese logro ha sido posible gracias a un enorme y continuado despliegue informativo en los medios de comunicación, en las redes sociales (incluyendo la Inteligencia Artificial...) y también en los programas educativos.

 

En efecto, en los libros de texto, empezando por los niveles más elementales de la educación, se presenta la hipótesis antrópica del calentamiento global como un hecho probado e indiscutible, educando a las nuevas generaciones con las mismas informaciones sesgadas que inundan periódicos y noticieros.

 

 

 

 

Existe por lo tanto una considerable presión mediática que, gracias a un gigantesco embudo informativo, empuja la conciencia social colectiva hacia un pensamiento único.

 

Esta situación empieza a tener una deriva peligrosa que recuerda a las sociedades descritas en las fábulas distópicas escritas por Aldous Huxley (Un Mundo Feliz) y  Georges Orwell (1984).

 

Ambas novelas, a pesar de sus diferencias de estilo y planteamiento, tienen un inquietante punto en común porque en sus respectivas tramas, barridas por el viento del desarrollo tecnológico,

han desaparecido las libertades individuales y la diversidad cultural, como si fuesen entelequias arcaicas.

La comparación entre las sociedades descritas en dichas novelas y alguna de las tendencias que se observan en el mundo actual,

es la que ha llevado al autor a la escritura de la fábula anovelada, cuya portada encabeza este artículo y cuyo título toma como clara referencia las mencionadas obras de Huxley y Orwell.

 

 

 

2064, Un Mundo No tan Feliz constituye la tercera entrega de una trilogía focalizada en conflictivos temas medioambientales.

La primera parte (No es oro todo lo que reluce) estuvo dedicada al uso del mercurio en la minería artesanal del oro.

 

La segunda (El encinar del plutonio) centrada en la energía nuclear y los residuos radioactivos.

 

Y, esta tercera, centrada en la problemática del cambio climático y el calentamiento global, donde la narración se proyecta hacia un futuro no muy lejano, donde los protagonistas deben hacer frente a las adversas consecuencias derivadas de las políticas fallidas que han pretendido ejercer un control sobre el clima.

La acción se inicia en 1989, cuando al mismo tiempo que se derrumbaba el Muro de Berlín, una élite global maniobra para establecer un nuevo orden mundial, basado en el miedo, convirtiendo el ecologismo en una nueva religión, que servirá como excusa para limitar libertades y manipular a la población.

 

Las bases conceptuales de la narración se fundamentan en los criterios científicos detallados en los numerosos artículos publicados aquí, en Entrevisttas.com y en la obra Cambios Climáticos, escrita conjuntamente con Jose Antonio Saénz de Santa María y con Stefan Uhlig.

 

Con este telón de fondo, la novela trata de alertar sobre,

las consecuencias económicas y sociales del derroche (tan contraproducente como estéril) de miles de millones de euros en una guerra inútil contra un cambio climático sobre el que no tenemos capacidad para frenar ni para revertir (porque es dependiente de la Naturaleza)...

Leyendo las novelas antes mencionadas desde la perspectiva actual, debe reconocerse la formidable intuición que tuvieron sus autores hace un siglo.

 

En aquellos momentos, ellos aún desconocían las capacidades que en el futuro tendrían los medios de comunicación, antes de que Joseph Goebbels empezase a aplicar en Alemania,

las técnicas propagandísticas basadas en la repetición exhaustiva de ideas falsas para convertirlas en verdades.

Ellos no podían vislumbrar ni por asomo el enorme potencial de la tecnología hoy disponible, aunque en cierto modo, los omnímodos poderes del Gran Hermano pueden considerarse precursores de las herramientas cibernéticas actuales.

 

 

 

 

Hoy, a punto de culminar el primer cuarto del siglo XXI, mirando a nuestro alrededor, podemos observar cómo se cumplen con asombrosa precisión las profecías de Huxley.

La mayoría de la población acepta con naturalidad e indiferencia las distorsiones de la realidad, un entramado de medias verdades y flagrantes falsedades que inducen el miedo climático, mientras disfruta de la mayor comodidad y de las mejores diversiones que ha tenido la humanidad desde el inicio de los tiempos.

Esta situación se ha alcanzado después de una larga evolución, registrada a lo largo de las últimas décadas, gracias a lentos cambios progresivos en la escala de valores, donde han influido significativamente las modificaciones introducidas en los sistemas educativos.

 

Es decir, gracias a lo que se ha denominado ingeniería social.

 

A lo largo de la Historia, han sido los conceptos religiosos o nacionalistas (y con frecuencia, una combinación de ambos), los que a menudo han servido de excusa a los gobernantes, o a las élites dirigentes, para satisfacer sus ambiciones personales a costa de imponer sacrificios a la población.

 

Durante siglos, a los ciudadanos normales, se les ha imbuido de la imprescindible necesidad de autoimponerse restricciones y sacrificios, sufriendo en este mundo para optar a la recompensa de la vida eterna, ya fuese en el cielo cristiano o en el paraíso de la huríes.

 

En el siglo XVIII, conocido como Siglo de las Luces, la fulgurante evolución de la Ciencia, la Ilustración y la Revolución Industrial, se llevaron por delante en buena medida los criterios religiosos como vertebradores sociales, imponiendo (al menos teóricamente), criterios basados en la Razón y el Conocimiento.

 

Como consecuencia, gobernantes y dirigentes se vieron obligados a recurrir a nuevas estrategias de movilización y de control de la población, ya que las doctrinas religiosas, dejaron de ser mayoritariamente efectivas como instrumento político.

 

En los países donde las doctrinas y credos fueron erradicadas por razones ideológicas, o en aquellos otros donde las religiones fueron permitidas, aunque bajo regímenes dictatoriales, la solución fue simple:

censurar y filtrar la información para que la población sólo pudiese acceder a la parte de la realidad que les interesaba a sus dirigentes.

 

 

 

Pero,

¿cómo mantener esa capacidad de movilización y dirección social en un régimen 'democrático'...?

Es complicado imponer un criterio único, cuando oficialmente existe libertad de pensamiento, sin restricciones para acceder, publicar o difundir cualquier tipo de información.

 

Sin embargo, como ha demostrado la experiencia, se puede conseguir el objetivo deseado mediante la implantación de una estrategia múltiple.

 

En primer lugar, estableciendo un sistema de educación selectivo, que proporcione los conocimientos necesarios para el mantenimiento de la economía y del desarrollo tecnológico, pero limitando la capacidad crítica, minimizando la formación en aquellas materias que ayudan a analizar y evaluar la realidad por comparación con periodos anteriores, como son la Filosofía y la Historia.

 

 

En segundo lugar, proporcionando a la población una variada y completa oferta lúdica, que inhiba la curiosidad y los estímulos hacia inconvenientes o inoportunas reflexiones sobre la realidad.

 

Los emperadores romanos ya aplicaron con éxito esta fórmula, el conocido lema de panem et circenses.

 

 

Y, en tercer lugar, introduciendo un sucedáneo eficiente que supla el papel aglutinante y generador de la capacidad de sacrificio que antaño proporcionaba la religión.

 

Dicho sustitutivo, apareció de forma espontánea y poco llamativa hace algunas décadas, aunque no tardó mucho en llamar la atención de dirigentes y políticos.

 

El movimiento ecologista surgió en la década de los años 70 del siglo XX, y pronto consiguió un logro tan imprescindible como urgente:

concienciar a la humanidad de que el equilibrio de la naturaleza es frágil y de que es necesario poner freno a una contaminación desenfrenada y creciente.

Gracias a las ideas ecologistas, ha sido posible romper la inercia de comportamientos sociales inaceptables, creando conciencia sobre los problemas de medio ambiente y cambiando los hábitos cotidianos de millones de personas.

 

Es este un mérito indiscutible e incuestionable, que debe ser reconocido como tal, ya que, sin su contribución, la situación y las perspectivas de futuro del medio ambiente en nuestra querida Tierra, no serían hoy las mismas.

 

Sin embargo, la implantación y aceptación social del ecologismo ha sido tan fulgurante, ha tenido tal impacto social, que aquel movimiento inicialmente espontáneo y desinteresado, se vio rápidamente abocado a participar en la vida política, aumentando progresivamente su cuota de poder, accediendo a responsabilidades legislativas y de gobierno, así como a ingentes recursos económicos, y evolucionando en sus estrategias hacia los comportamientos habituales en política.

Inicialmente, los partidos políticos tradicionales contemplaron la irrupción del ecologismo con escepticismo y reticencia, mirándolo por encima del hombro con aires de superioridad.

 

Pero pocos años después, a la vista de su meteórica evolución, se vieron obligados a incluir en sus programas las nuevas doctrinas, so pena de perder un buen porcentaje de votos.

Así, progresivamente, el ecologismo se fue desvirtuando respecto de sus planteamientos iniciales para convertirse, salvo raras y honrosas excepciones, en lo que es hoy:

una palanca, un instrumento en el que apoyarse para conseguir objetivos políticos y económicos, utilizando como excusa los graves problemas medioambientales que afectan al planeta.

Y en la cresta de la ola de esa tendencia de politización interesada se encuentra,

la lucha contra el calentamiento global, una cruzada de dimensiones planetarias en la que se están invirtiendo recursos astronómicos, a pesar de las advertencias de numerosos y prestigiosos científicos sobre la inutilidad de dichas inversiones.

 

La lucha contra el calentamiento global se ha convertido en una especie de nueva religión, la doctrina que proporciona los argumentos imprescindibles para que los ciudadanos asuman de buen grado sacrificios que de otra forma serían inaceptables.

En todo sistema religioso son imprescindibles las verdades que se tienen como ciertas, que no tienen por qué ser demostrables y no pueden ser puestas en duda, porque constituyen el núcleo de la creencia.

 

Es decir, los dogmas, que deben ser obligatoriamente aceptados, aunque existan muchas evidencias sobre su falta de realidad.

 

En la nueva religión climática, el dogma principal sobre el que se basa toda la doctrina, afirma que,

el Hombre es responsable exclusivo del calentamiento global, y como ocurre en todas las religiones, quien no acepte esa verdad debe ser estigmatizado.

Afortunadamente, el mundo actual está todavía lejos de las distópicas sociedades descritas por Huxley y Orwell, ya que los patriarcas de la nueva religión no han alcanzado todavía el control absoluto de la sociedad.

 

Sin embargo, no deben minimizarse los riesgos que conlleva la progresiva intromisión en nuestras vidas de la nueva religión, limitando de forma creciente las libertades individuales, como demuestra la Agenda 2030 y el Green Deal diseñado por la Unión Europea.

 

Estas son las reflexiones a las que invita la lectura de 2064 - Un Mundo No Tan Feliz, una fábula que intenta alertar sobre un futuro potencialmente peligroso y oscuro si se continúan y acentúan ciertas derivas actuales.

 

A quienes hayan leído Un Mundo Feliz y 1984, no les costará reconocer que, desde el punto de vista conceptual, el control de las redes sociales empujado hacia un pensamiento único recuerda bastante,

al Gran Hermano y los manejos estadísticos de los datos climáticos por parte del IPCC no difieren mucho de las maniobras que realizaban la Policía del Pensamiento o el Ministerio de la Verdad

Por eso, volviendo al encabezamiento de este artículo, cabe preguntarse,

¿qué es lo que supone un mayor riesgo para la humanidad, el calentamiento global o la política climática?

Aldous Huxley fue capaz de responder una disyuntiva similar con una frase genial:

"Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar.

 

Sería esencialmente un sistema de esclavitud en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre."

El refranero español, por su cuenta, lo dice de una forma más sucinta y directa,

¡puede ser peor el remedio que la enfermedad...!