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			por Thierry Meyssan 
			
			Abril 2010 
			
			del Sitio Web
			
			VoltaireNet 
			
			  
			
			  
			
			Parte 1 
			
			
			
			1970-1982 - La ecología de guerra 
			22 Abril 2010 
			 
			El discurso ambientalista apareció en la escena política 
			internacional a principios de los años 1980.  
			
			  
			
			Esencialmente positivo, 
			rápidamente se convirtió en atributo indispensable del poder 
			legítimo. Los más importantes jefes de Estado o de gobierno lo han 
			hecho suyo en algún momento de sus carreras.  
			
			  
			
			Las transnacionales más 
			contaminadoras han financiado abundantemente los órganos de 
			
			la ONU 
			vinculados a la protección del medio ambiente.  
			
			  
			
			En este artículo, que 
			presentamos en 3 partes y que no será probablemente del agrado de 
			los ecologistas ni de sus adversarios, Thierry Meyssan hace un 
			recuento de la perturbadora historia de la retórica ambientalista, 
			que a menudo ha servido para manipular las buenas intenciones o el 
			miedo al futuro como medio de justificar polémicas decisiones 
			militares o económicas. 
			
				
				  
				
				El presidente Gerald Ford, el secretario de Estado 
				Henry Kissinger y 
			el consejero para la seguridad nacional Brent Scowcroft. Después de 
			haber estudiado las consecuencias del calentamiento climático, los 
			tres decidieron, a finales de 1974, que Estados Unidos tenía que 
			hacer de la reducción de la población mundial uno de sus objetivos 
			estratégicos. 
			 
			
			La 
			
			conferencia de Copenhague sobre el medio ambiente fue el ejemplo 
			por excelencia del abismo que existe entre la realidad de este tipo 
			de evento y la imagen de él que nos ofrecen los medios. 
			 
			Antes de la conferencia, numerosas personalidades aseguraban que el 
			mundo se iba a acabar al día siguiente si no se hacía algo y 
			calificaban la cumbre de «última oportunidad para la humanidad». 
			Pero cuando ese encuentro se terminó sin alcanzar un acuerdo de 
			obligatorio cumplimiento, esas mismas personalidades aseguraron que 
			la situación no era tan grave, que se alcanzaría el acuerdo en 
			futuros encuentros y que la Apocalipsis podía esperar un poco más. 
			
			 
			Los principales medios de difusión ni siquiera dieran explicación 
			alguna sobre el brusco viraje. Simplemente, pasaron la página. 
			 
			Para entender lo que realmente sucedió en Copenhague y lo que 
			realmente está en juego cuando se habla de la «amenaza climática» es 
			necesario mirar hacia atrás y pasar en revista todo el proceso que 
			dio como resultado el surgimiento de esta nueva ideología y 
			desembocó en el show de Copenhague. 
			
			 
			Nuestro objetivo no es abordar aquí las consecuencias de los cambios 
			climáticos, que durante siglos han llevado a los hombres a 
			desplazarse de una región a otra, ni predecir los próximos cambios 
			climáticos y las migraciones que han de provocar. 
			 
			Concentraremos nuestra atención en otro aspecto del asunto: 
			
				
			 
			
			A lo largo de 40 años, las cuestiones vinculadas al medio ambiente 
			han sido manipuladas con los más diversos fines políticos por 
			Richard Nixon, Henry Kissinger, Margaret Thatcher, Jacques Chirac y 
			Barack Obama. 
			
			 
			Ninguno de esos líderes creía que los cambios climáticos son 
			imputables a la actividad humana. Si aceptaban esa premisa era en 
			función de otros intereses.  
			
			  
			
			Veamos la historia de la ecología como 
			área de enfrentamiento de las grandes potencias. 
			  
			
			  
			
			El día de la Tierra 
			
				
				  
				
				U-Thant, secretario general de la ONU proclama el «Día de la Tierra» 
			como forma de protesta contra la guerra de Vietnam (a sus espaldas, 
			la campana japonesa de la paz, durante la primera celebración). 
			 
			
			Todo comienza en 1969.  
			
			  
			
			El militante pacifista estadounidense John 
			McConnell propone a la UNESCO la proclamación de un «Día de la 
			Tierra» que debe celebrarse durante el equinoccio de primavera y en 
			forma de día feriado mundial, para fortalecer el espíritu de unidad 
			entre todos los seres humanos a través de todo el planeta. 
			 
			Su sueño obtiene el apoyo del secretario general de la ONU, U-Thant, 
			quien lo ve como una nueva oportunidad de expresar su oposición a la 
			guerra de Vietnam. Para el diplomático birmano, al igual que para 
			muchos asiáticos, el respeto por el medio ambiente es indisociable 
			del respeto por la vida humana y forma parte de una búsqueda de la 
			armonía que debe poner fin a las guerras. U-Thant implanta el «Día», 
			pero ningún Estado sigue su recomendación. 
			
			 
			El secretario general de la ONU organiza de todas formas una pequeña 
			ceremonia en la que hace sonar la campana japonesa de la paz en el 
			palacio de cristal y declara:  
			
				
				«Que sólo haya en el futuro días de 
			paz y alegría para nuestra nave espacial Tierra, que sigue viajando 
			y rotando en el frío espacio con su cálida y frágil carga de vida.» 
				[1] 
			 
			
			No se registra entonces ninguna reacción directa por parte de 
			Washington. 
			 
			Sin conexión aparente con lo anterior, Gaylord Nelson, senador por 
			el Estado de Wisconsin, propone aplicar las técnicas de movilización 
			de la izquierda estadounidense contra la guerra de Vietnam a las 
			cuestiones medioambientales estadounidenses. Y proclama el miércoles 
			22 de abril de 1970 como… «Día de la Tierra» [2]. 
			
				
				  
				
				La versión estadounidense del «Día de la Tierra» permite a la clase 
			dirigente desviar de su objetivo a los militantes que se oponían a 
			la guerra estadounidense contra Vietnam. La imagen muestra la 
			primera plana del Daily News en Nueva York. 
			 
			
			Siendo Nelson miembro del partido demócrata, nadie denuncia la 
			manipulación. Por el contrario, la prensa dominante se hace eco de 
			su llamado y le aporta su apoyo. 
			
			 
			El New York Times expresa su regocijo:  
			
				
				«La creciente preocupación 
			ante la crisis medioambiental recorre las universidades del país con 
			una intensidad que, de mantenerse, pudiera llegar a eclipsar el 
			descontento estudiantil contra la guerra de Vietnam» [3]. 
			 
			
			Más de 20 millones de estadounidenses participan en el evento, que 
			consiste ante todo en limpiar ciudades y zonas rurales de los 
			desechos amontonados. Para el presidente Richard Nixon y su 
			omnipresente consejero 
			
			Henry Kissinger se trata de un éxito 
			inesperado. 
			 
			Se demuestra así que es posible crear un movimiento diversionista 
			capaz de competir con el movimiento antibelicista y de desviar la 
			energía de los manifestantes hacia otros combates. La ecología tiene 
			que apoderarse del lugar que ocupan el pacifismo y el tercermundismo. 
			
			 
			Esta versión estadounidense del «Día de la Tierra» logrará 
			reemplazar exitosamente a la celebración que proponía la ONU. 
			
			 
			El senador Nelson exhorta a los manifestantes a declarar «la guerra 
			por el medio ambiente» (sic) [4]. 
			 
			Bajo su influencia personal, las asociaciones estudiantiles demandan 
			un cambio en las prioridades del momento y que una parte de los 
			presupuestos destinados a la Defensa se transfiera a la protección 
			del medio ambiente. Al hacerlo están renunciando, en particular, a 
			la condena de la guerra de Vietnam y a la condena del imperialismo 
			en general. [5] 
			 
			Rápidamente, los republicanos logran imponer varias leyes sobre la 
			calidad del aire y del agua, así como otras a favor del desarrollo 
			de los parques naturales y de la protección del patrimonio natural. 
			 
			
			  
			
			El presidente Richard Nixon crea una Agencia Federal de Protección 
			del Medio Ambiente (USEPA, siglas en inglés), mientras que 42 
			Estados de la Unión institucionalizan la celebración anual del «Día 
			de la Tierra». 
			
				
				  
				
				En ocasión del primer «Día de la Tierra» (Denver, 22 de abril de 
			1970), el senador estadounidense Gaylord Nelson lanza un llamado a 
			declarar «la guerra por el medio ambiente». A sus espaldas, la 
			bandera del movimiento diseñada por Ron Cobb en base a la bandera de 
			los Estados Unidos. 
				
				  
				
				En lugar de las estrellas aparece un símbolo que 
			conjuga las letras E y O, haciendo así referencia a una Organización 
			del Medio Ambiente. Se exhorta a la juventud a asumir la defensa de 
			esta bandera, en vez de quemar la bandera de las barras y las 
			estrellas. 
			 
			
			La ecología se convierte, en lo adelante, en una «preocupación» de 
			Washington y requiere por lo tanto un tratamiento especial en el 
			plano internacional, sobre todo con vistas a neutralizar el 
			movimiento antibelicista en el resto del mundo. 
			  
			
			  
			
			1972 - Estocolmo, la primera «Cumbre de la Tierra» y el Club de Roma 
			
			  
			
			En 1972, la ONU organiza en Estocolmo su primera conferencia sobre 
			el medio ambiente humano, posteriormente conocida como la primera «Cumbre 
			de la Tierra» [6]. 
			
			 
			El canadiense 
			
			Maurice Strong es designado para ocupar el puesto de 
			secretario general de la conferencia, responsable de los trabajos 
			preparatorios. 
			 
			Este alto funcionario dirigía la Agencia canadiense de Desarrollo 
			Internacional [7], administración hermana de la USAID y que, al 
			igual que esta última, sirve de pantalla a la CIA [8]. 
			 
			Al ocupar además el puesto de administrador en el seno de la 
			Rockefeller Foundation, Strong encarga a esta última el documento 
			preparatorio de la conferencia Only One Earth. The care and 
			maintenance of a small planet (En español, “Una sola Tierra: cuidado 
			y preservación de un pequeño planeta”), redactado por la economista 
			británica Barbara Ward y el biólogo franco-estadounidense René 
			Dubos.  
			
			  
			
			Es evidente que los recursos del planeta no son lo 
			suficientemente abundantes como para permitir que toda la humanidad 
			tenga el mismo nivel de desarrollo económico. Es necesario tomar 
			medidas de carácter conservacionista. 
			 
			Aunque el tema no está todavía a la moda en ese momento, 113 Estados 
			participan en la Cumbre. Sólo dos jefes de Estado asisten a ella: 
			 
			
				
					- 
					
					Olof Palme, primer 
					ministro de Suecia (país sede del encuentro)  
					- 
					
					Indira Ghandi, primera ministra de la India. 
					  
				 
			 
			
			Se trata de dos 
			resueltos adversarios de la política imperial estadounidense que son 
			también resueltamente contrarios a la guerra estadounidense contra 
			Vietnam. 
			
			 
			Lejos de remar en la dirección prevista, las conclusiones que estos 
			dos jefes de Estado sacan de la reflexión de la Rockfeller 
			Foundation es exactamente inversa a la de los autores del informe. 
			Olof Palme e Indira Ghandi afirman que si los recursos naturales no 
			permiten extender a todo el mundo el nivel de desarrollo occidental, 
			no es porque el desarrollo para todos sea una meta imposible sino 
			porque el modelo occidental es inadecuado y debe ser condenado [9]. 
			 
			Lo cual implica que no son los pobres sino los ricos los que están 
			poniendo en peligro el planeta. 
			 
			El testimonio de los habitantes de la isla japonesa de Minamata - contaminados, 
			a través del pescado que les sirve de alimento, por el mercurio 
			proveniente de los desechos industriales [10] - da a conocer al mundo 
			entero los peligros de un capitalismo sin conciencia. 
			
			 
			La conferencia afirma que los problemas del medio ambiente van más 
			allá de los marcos nacionales y de los bloques, exigen una 
			cooperación internacional. Los participantes deciden entonces la 
			creación del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). 
			
				
				  
				
				Durante la clausura de la conferencia de Estocolmo, el 16 de junio 
			de 1972, el secretario general de la conferencia Maurice Strong (a 
			la izquierda) saluda al presidente de la sesión Ingemund Bengtsson. 
			 
			
			Como las cosas están bien organizadas, los anglosajones se apoderan 
			poco a poco del tema.  
			
			  
			
			Proponen poner al fiel Maurice Strong a la 
			cabeza del PNUMA y que la sede del nuevo programa de la ONU se 
			instale en Nairobi (Kenya), donde Strong había comenzado su carrera 
			como representante de la compañía petrolera CalTex. 
			
			 
			Se restablece el orden. Los participantes a esta primera Cumbre se 
			dan cita para pasar revista a la situación dentro de 10 años. 
			 
			El multimillonario 
			
			David Rockefeller milita por el cese del 
			crecimiento mundial. Apadrina un think tank, el 
			
			Club de Roma [11] 
			que paga la realización de un estudio por el equipo de Dennis 
			Meadows (Massachussetts Institute of Technologie), estudio que se 
			publica bajo el título 
			
			The Limits to Growth [Título en español: Los 
			límites del crecimiento] y se convierte en un best seller, un éxito 
			de venta en las librerías. 
			
			 
			El estudio retoma la interrogante de Thomas Malthus (1766-1834) en 
			cuanto a si el crecimiento de la población y el consumo de esta es 
			superior a la producción de riquezas. 
			 
			Malthus planteaba este problema a la escala de las islas británicas 
			mientras que el Club de Roma lo amplía a todo el planeta. 
			
			 
			¿Qué será de la humanidad si la población sigue creciendo de forma 
			casi exponencial y consumimos los recursos naturales no renovables 
			de la Tierra? 
			En algún momento enfrentaremos una carencia de recursos y nuestro 
			sistema se derrumbará. 
			
				
				  
				
				Informe del Club de Roma: 
				
				The Limits to Growth (Título de la versión 
			en español: Los límites del crecimiento). 
			 
			
			Esta reactivación del maltusianismo en los años 1970 parece 
			sorprendente dado que ya en aquel momento los historiadores de la 
			demografía habían comprobado de forma convincente que el crecimiento 
			de la población varía según los grupos humanos y que la tasa de 
			fecundidad de las mujeres disminuye considerablemente a partir del 
			momento en que estas tienen acceso a la educación. 
			
			 
			Poco importa. El Club de Roma se apodera de los debates del PNUMA y 
			enfoca la atención sobre la cuestión de los recursos no renovables 
			en un mundo acabado. 
			 
			Más allá de las críticas metodológicas formuladas contra los modelos 
			matemáticos no diferenciados del Club de Roma, y a pesar de las 
			lógicas esperanzas en cuanto a la posibilidad de resolver el 
			problema gracias al progreso de la ciencia y la técnica, la opinión 
			pública occidental se interroga en cuanto a la fragilidad de su 
			propio sistema de desarrollo económico, sobre todo teniendo en 
			cuenta que enfrenta en ese mismo momento una escasez temporal de 
			petróleo, durante la guerra israel-árabe de octubre de 1973. 
			 
			En Washington, el consejero de seguridad nacional Henry Kissinger 
			encarga un informe sobre la cuestión [12]. 
			
			 
			De manera nada sorprendente, el informe viene a confirmar lo que 
			piensa la Casa Blanca: el problema no son los Estados ricos sino los 
			países pobres. 
			  
			
			El informe señala:  
			
				
				«No sabemos si el desarrollo técnico permitirá 
			alimentar a 8,000 millones de personas, y mucho menos a 12,000 
			millones en el siglo 21.
  No podemos estar completamente seguros de que en la próxima década 
			no aparezcan cambios climáticos que creen considerables dificultades 
			para la alimentación de una población que sigue creciendo, 
			especialmente en los países en vías de desarrollo que viven en 
			condiciones cada vez más marginales y vulnerables. 
				
				 Existe en definitiva una posibilidad de que el desarrollo de hoy se 
			dirija hacia condiciones maltusianas en numerosas regiones del mundo» 
				[13]. 
			 
			
			Sobre esa base, Washington decide condicionar la ayuda destinada al 
			desarrollo económico del Tercer Mundo a la aplicación de programas 
			para el control de los nacimientos, así como orientar en ese mismo 
			sentido la acción del Fondo de 
			
			las Naciones Unidas para la Población 
			y prestar apoyo a ciertos movimientos feministas a través del mundo. 
			
				
				
				  
				
				El banquero David Rockefeller, cofundador del 
				
				Grupo de Bilderberg, 
			fundador de la 
				Comisión Trilateral, ex director del
				
				Council on 
			Foreign Relations y promotor del 
				
				Club de Roma. 
			 
			
			La corriente ideológica de Rockefeller no se designa como «maltusiana» 
			sino como «neo-maltusiana» ya que predica la difusión de la píldora 
			anticonceptiva y el uso del aborto, soluciones que habrían 
			horrorizado al pastor Malthus, partidario de la abstinencia 
			obligatoria. 
			 
			Esa doctrina parece sin embargo más comprensible si la situamos en 
			su contexto histórico. A finales del siglo 18, el hambre asola 
			Inglaterra. 
			
			 
			La ley obliga a las parroquias a alimentar a los pobres, lo que 
			provoca el empobrecimiento de la parroquia del pastor Malthus, quien 
			observa que la fertilidad de los pobres es muy superior a la de los 
			ricos. 
			
			 
			Como consecuencia, los pobres son cada vez más numerosos, lo cual 
			hace pensar que la carga que representan para la comunidad seguirá 
			creciendo de forma exponencial mientras que los ingresos de la 
			parroquia crecen sólo aritméticamente. 
			
			 
			Inexorablemente llegará un momento en que ya no será posible seguir 
			alimentando a los necesitados y estos harán entonces una revolución, 
			como en Francia. 
			 
			En plena guerra fría, los neo-maltusianos siguen el mismo 
			razonamiento, con el temor de que en el nuevo contexto las 
			multitudes hambrientas caigan en brazos del comunismo soviético. 
			
			 
			Los neo-maltusianos emprenden una crítica del liberalismo y exigen 
			que se implemente la protección del capitalismo mediante la 
			imposición simultánea de un control estatal sobre el acceso a los 
			recursos naturales mundiales y de una disminución autoritaria de la 
			demografía del Tercer Mundo. 
			 
			Volvamos ahora a la crisis petrolera de 1973. En Estados Unidos e 
			Israel surgen inquietudes en cuanto al medio de presión del que 
			disponen los países árabes productores de petróleo. 
			
			 
			Henry Kissinger, Edward Luttwak y Lee Hamilton militan a favor de la 
			protección por la vía militar del acceso de Estados Unidos al 
			petróleo del Golfo. En 1979, Estados Unidos sigue enfrentando 
			dificultades económicas. 
			
			 
			En la Casa Blanca, el consejero para los Asuntos Internos, Stuart 
			Eizenstat, aconseja utilizar a la OPEP (Organización de Países 
			Exportadores de Petróleo) como chivo expiatorio. 
			 
			Finalmente, el presidente Jimmy Carter (miembro de la Comisión 
			Trilateral, otro think tank financiado por 
			
			David Rockefeller y 
			dirigido por 
			
			Zbignew Brzezinski) pronuncia su célebre discurso sobre 
			la crisis de confianza [14]. 
			
			 
			Subraya en ese discurso la necesidad de Estados Unidos de lograr la 
			independencia energética para recuperar la confianza en su propio 
			porvenir económico. 
			Seis meses más tarde, el propio Jimmy Carter anuncia que el acceso 
			de Estados Unidos a los recursos energéticos que necesita la 
			economía estadounidense ha sido elevado a la categoría de prioridad 
			estratégica [15]. 
			
			 
			Esta decisión conducirá posteriormente a la creación del CentCom y a 
			los intentos de rediseño del Gran Medio Oriente. 
			
				
				  
				
				Durante la guerra estadounidense contra Vietnam, equipos de la US 
			Air Force que tenían sus bases en Tailandia desencadenaron contra 
			Laos una guerra climática que duró 5 años. Cada equipo se componía 
			de 2 aviones C-130 escoltados por 2 F-4 (Foto tomada el 31 de julio 
			de 1968 durante la incursión número 500). 
			 
			
			En 1975, la caída de Saigón pone fin a la guerra en Vietnam y en el 
			sudeste asiático. El posterior balance saca a la luz la guerra 
			ambiental y climática que desató Estados Unidos sobre esa región. 
			
			 
			A pedido del Pentágono, las firmas Dow Chemical y 
			
			Monsanto 
			fabricaban los llamados «herbicidas del arco iris». 
			 
			El más célebre, el «agente naranja», se fabricaba a base de dioxina. 
			Estos productos químicos fueron utilizados masivamente y durante 
			largos periodos de tiempo, primeramente para destruir los arrozales 
			y sembrar así el hambre entre la población y después para destruir 
			las selvas que servían de refugio a los guerrilleros (Operación 
			Ranch Hand). Resultado: 2,5 millones de hectáreas envenenadas y 5 
			millones de personas afectadas con diversos grados de contaminación 
			[16]. 
			 
			El Pentágono también ordenaba bombardear las nubes con yoduro de 
			plata para provocar lluvias torrenciales sobre el territorio de 
			Laos, alargar la temporada del monzón e impedir así el uso de la 
			ruta Ho Chi Minh, que garantizaba el aprovisionamiento de la 
			guerrilla en Vietnam del sur (Operación Popeye) [17]. 
			 
			Estados Unidos y la Unión Soviética deciden de común acuerdo que, 
			antes de emprender cualquier discusión sobre los temas ecológicos, 
			es indispensable excluir de ellas las guerras ambientales y 
			climáticas. 
			
			 
			Sin previa concertación internacional, Washington y Moscú redactan 
			entonces la Convención sobre la Prohibición del uso de técnicas de 
			modificación del medio ambiente con fines militares o con cualquier 
			objetivo hostil. 
			 
			La Asamblea General de la ONU adopta a regañadientes ese texto a 
			finales de 1976. Pero el documente está redactado de manera que las 
			dos superpotencias se reservan diversas vías para eludir la 
			prohibición que ellas mismas acaban de imponer a los demás Estados. 
			
			 
			En lo adelante, las guerras ambientales y climáticas ni siquiera 
			existen. 
			  
			
			Por lo tanto… no hay por qué hablar de ellas. 
			
			  
			
			  
			
			Referencias 
			
				
				[1] «May there be only peaceful and 
				cheerful Earth Days to come for our beautiful Spaceship Earth as 
				it continues to spin and circle in frigid space with its warm 
				and fragile cargo of animate life». 
				 
				[2] Ver en Internet el memorial Nelson Earth Day. 
				 
				[3] «Rising concern about the "environmental crisis" is sweeping 
				the nation’s campuses with an intensity that may be on its way 
				to eclipsing student discontent over the war in Vietnam..», in 
				«’Environmental Crisis’ May Eclipse Vietnam as College Issue», 
				por Gladwin Hill, The New York Times, 30 de noviembre de 1969. 
				 
				[4] En el contexto de la época, la frase se refiere 
				simultáneamente a la guerra de Vietnam y a la ley de guerra 
				contra la pobreza (1964), propuesta por el presidente Lyndon 
				Johnson. 
				 
				[5] La misma estrategia fue aplicada en Alemania con el 
				financiamiento de los Grunen. El objetivo de Washington era por 
				entonces debilitar la oposición alemana a la OTAN y 
				posteriormente, durante la reunificación, neutralizar a las 
				juventudes comunistas de la antigua RDA. 
				 
				[6] Documentos de la conferencia disponibles en inglés en el 
				sitio del PNUMA. 
				 
				[7] En inglés, Canadian International Development Agency. 
				 
				[8] Ver «La USAID y las redes terroristas de Bush», por Edgar 
				González Ruiz, Rrd Voltaire, 15 de julio de 2004. 
				 
				[9] La posición de Olof Palme debe analizarse dentro del 
				contexto del creciente conflicto entre Suecia y Estados Unidos, 
				que se manifestará 6 meses más tarde mediante la congelación de 
				las relaciones diplomáticas entre ambos países. 
				 
				[10] «Dix choses à savoir sur la maladie de Minamata» (Diez 
				cosas a saber sobre la enfermedad de Minamata), por el Minamata 
				Disease Municipal Museum. Documento disponible para su descarga 
				a través de este vínculo. 
				 
				[11] El Club de Roma se crea por iniciativa del industrial 
				italiano Aurelio Peccei (muy activo por aquel entonces en 
				América Latina) y del director científico de la OCDE Alexander 
				King, y gracias al apoyo financiero de la familia Agnelli (de 
				quien el propio Peccei había sido empleado). La idea original 
				era crear un Foro Mundial que vincularía las cuestiones 
				económicas y el medio ambiente. Este objetivo se alcanzó en 
				parte con la creación del PNUMA. El Club de Roma, ya ampliamente 
				financiado por la familia Rockfeller, abandonó entonces su 
				discurso metodológico para convertirse en vocero del 
				neomaltusianismo. Algunos de los participantes en la reunión en 
				la que se fundó el Club (en abril de 1968) ya se habían alejado 
				de ese discurso en el momento de la publicación del informe 
				Meadows (en marzo de 1972). 
				 
				[12] National Security Study Memorandum 200. Implications of 
				Worldwide Population Growth For U.S. Security and Overseas 
				Interests, documento conocido como el «Informe Kissinger», 10 de 
				diciembre de 1974. Este documento se mantuvo en secreto hasta 
				que fue desclasificado, en 1989, siendo entonces objeto de duras 
				polémicas. 
				 
				[13] «We do not know whether technological developments will 
				make it possible to feed over 8 much less 12 billion people in 
				the 21st century. We cannot be entirely certain that climatic 
				changes in the coming decade will not create great difficulties 
				in feeding a growing population, especially people in the LDCs 
				who live under increasingly marginal and more vulnerable 
				conditions. There exists at least the possibility that present 
				developments point toward Malthusian conditions for many regions 
				of the world». 
				 
				[14] Alocución televisiva conocida como «The Crisis of 
				confidence speech», pronunciada por Jimmy Carter el 15 de julio 
				de 1979. 
				 
				[15] Discurso sobre el estado de la Unión pronunciado por Jimmy 
				Carter el 23 de enero de 1980. 
				 
				[16] Estados Unidos ya había utilizado anteriormente el agente 
				naranja en Corea, aunque de forma menos intensiva. El gobierno 
				brasileño y la multinacional Alcoa también utilizaron el agente 
				naranja, a fines de los años 1970 y a principios de los años 
				1980, para destruir una zona selvática y expulsar de ella a la 
				población autóctona con vistas a facilitar la explotación minera 
				y la construcción de la represa de Tucuruí. 
				 
				[17] En el marco de la Operación PopEye, también conocida como 
				Operation Intermediary o Operation Compatriot, se realizaron 2 
				602 incursiones aéreas de los C-130 entre el 20 de marzo de 1967 
				y el 5 de julio de 1972. Ver «Rainmaking Is Used As Weapon by 
				U.S.; Cloud-Seeding in Indochina Is Said to Be Aimed at 
				Hindering Troop Movements and Suppressing Antiaircraft Fire 
				Rainmaking Used for Military Purposes by the U.S. in Indochina 
				Since ’63», por Seymour Hersh, The New York Times, 3 de julio de 
				1972. Spacecast 2020: Into the Future [the U. S. Air Force 
				Visioin of Their Future, Possibilities, Capabilities, 
				Technologies in the Pursuit of National Security objectives, US 
				Department of Defense, Air University, 1994. El Pentágono 
				disponía en realidad de una unidad de guerra medioambiental 
				denominada Defense Environmental Services y creada por Cyrus 
				Vance en 1966. 
			 
			
			 
			 
			 
			 
			Parte 2 
			
			
			1982-1996 - La ecología de mercado 
			25 Abril 2010 
			 
			Durante los años 1980-90 se buscó disociar la ecología de las 
			cuestiones de defensa para vincularla con los problemas económicos. 
			 
			
			  
			
			En esta segunda parte de su estudio sobre la retórica ambientalista, Thierry Meyssan analiza cómo las transnacionales invirtieron la 
			situación y pasaron de la posición de acusado a la de padrino de las 
			asociaciones verdes. 
			  
			
			
			 
			1982 - Nairobi, la segunda «Cumbre de la Tierra» y el liderazgo de Margaret Thatcher 
			 
			Poco a poco el debate se desplaza del Programa de las Naciones 
			Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) hacia el 
			Fondo de Población de 
			las Naciones Unidas (FPNU) en cuyo seno dará lugar a enfrentamientos 
			entre Estados Unidos, por un lado, y, del otro lado, la Santa Sede e 
			Irán sobre el tema de la moral sexual. 
			
			 
			Dentro del bando capitalista, los neo-maltusianos pierden influencia 
			ante los partidarios de la desregulación. 
			
			 
			El presidente estadounidense Ronald Reagan trata con desdeño la 
			segunda «Cumbre de la Tierra» (Nairobi, 1982), que pasa sin pena ni 
			gloria. Ni siquiera se prevé la realización de una nueva conferencia. 
			
				
				  
				
				Para Jessica Mathews (WRI), el capitalismo y las transnacionales no 
			son los responsables del deterioro del medio ambiente sino que, por 
			el contrario, los grandes consorcios y el mercado son la solución 
			del problema. 
			 
			
			Los demócratas estadounidenses toman las cosas con más seriedad. 
			
			 
			James Gus Speth, ex consejero de Jimmy Carter para el medio ambiente, 
			y Jessica Mathews, ex adjunta de Zbignew Brzezinski en el Consejo de 
			Seguridad Nacional y administradora de la Rockefeller Foundation, 
			fundan el World Resources Institute (WRI), un think tank ecologista 
			que debe ejercer su influencia sobre el Banco Mundial. 
			 
			Financiado por varias transnacionales, el WRI será el primer 
			organismo de su tipo en dedicar grandes presupuestos al estudio 
			político del clima. 
			El WRI cuestiona la capacidad de los Estados para enfrentar los 
			desafíos vinculados al medio ambiente y milita por una 
			administración global que, según asegura, no se ejercerá a través de 
			la ONU sino a traves del mercado [capitalista] mundial. 
			 
			Los tratados son inútiles. Las transnacionales serán quienes 
			resuelvan los problemas y lo harán sólo cuando sea de interés para 
			sus accionistas. 
			
			 
			Después del fracaso de la conferencia de Nairobi, las Naciones 
			Unidas reducen sus ambiciones y se conforman con negociar la 
			Convención de Viena y el Protocolo de Montreal sobre la prohibición 
			de los clorofluorocarbonos (CFCs), responsables del «hueco de la 
			capa de ozono». 
			
				
				  
				
				Para Gro Harlem Brundtland (Comisión Mundial de Medio Ambiente y 
			Desarrollo) el acceso a los recursos constituye a la vez un problema 
			medioambiental y una cuestión de justicia social. 
			 
			
			Para reactivar el debate que se la va de las manos, el secretario 
			general de la ONU, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, nombra una 
			Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo que tendrá como 
			presidenta a la ministra de Estado noruega (o sea, primera ministra), 
			la doctora Gro Harlem Brundtland, y a Jim MacNeill como secretario 
			general.  
			
			  
			
			Este organismo, que cuenta entre sus miembros a Maurice 
			Strong, entrega un informe pesimista y ambiguo titulado Nuestro 
			futuro común [1]. 
			
			 
			El texto es innovador dado que toma en cuenta las preocupaciones del 
			Tercer Mundo. 
			 
			En ese sentido menciona, por vez primera en un documento 
			internacional, la noción de «desarrollo sostenido», posteriormente 
			traducida como «desarrollo sostenible». El crecimiento industrial no 
			es enemigo de la especie humana, pero es necesario regularlo para no 
			hipotecar los derechos de las futuras generaciones. 
			
			 
			Lo cual implica, claro está, que la actividad humana no debe 
			destruir el medio ambiente. Pero también implica que la actividad 
			humana no debe crear desigualdades que priven de futuro a los niños 
			que nacen en los países pobres. 
			
			 
			El problema del acceso a los recursos naturales y del manejo de 
			dichos recursos escapa de las manos de los neo-maltusianos y 
			adquiere una dimensión revolucionaria que no todo el mundo entiende 
			de la misma manera. 
			 
			Para los tercermundistas, los Estados tienen que adoptar leyes que 
			garanticen el acceso de todos a los bienes comunes. Para los 
			capitalistas (neo-liberales), por el contrario, los Estados deben 
			desregular [o sea, eliminar leyes] para garantizar el acceso de las 
			transnacionales [a los bienes comunes]. 
			
			 
			Esta doble lectura suscita inquietud en algunos Estados 
			desarrollados.  
			
			  
			
			Dos factores los incitarán, sin embargo, a implicarse 
			en la continuación de las negociaciones. 
			
				
				  
				
				El alarmista James Hansen adapta al nuevo contexto la teoría del 
			efecto invernadero, lo cual permite a la NASA, agencia en la que él 
			mismo trabajo, adjudicarse una nueva utilidad : la observación del 
			clima a través de los satélites. 
			 
			
			En 1986, el trasbordador espacial 
			
			Challenger se desintegra en vuelo, 
			73 segundos después de su lanzamiento. Estados Unidos decreta la 
			inmediata interrupción de los vuelos. 
			
			 
			La NASA entra en una fase de introspección y reorganización. Y 
			analiza, en aras de conservar su presupuesto, la posibilidad de 
			reciclarse como observadora de los cambios climáticos a través de 
			los satélites artificiales. 
			 
			El director del instituto de climatología de la NASA, James Hansen, 
			dramatiza el problema al comparecer ante una comisión del senado 
			[2]. Gracias a Hansen, el movimiento ecologista estadounidense se dota de 
			un aval científico y la NASA recupera su presupuesto. 
			
			 
			  
			
			Video 
			
			1986, el trasbordador Challenger se desintegra 
			en vuelo 
			  
			
			
			
			 
			  
			
			
			Hansen reactiva la teoría del «efecto invernadero», concepto 
			formulado en 1896 por el físico y químico sueco Svante Arrhenius que 
			afirma que la presencia en la atmósfera de ciertos gases, como el 
			CO2, puede provocar un aumento de la temperatura global de la 
			superficie terrestre. 
			
			
			 
			Este científico, adepto del cientificismo, había emitido la 
			hipótesis de que la humanidad lograría evitar una nueva edad de los 
			glaciares gracias al calor de sus fábricas. Su demostración resultó 
			improvisada, provocando el abandono de la idea. 
			 
			James Hansen la retoma al cabo de los años - sin verificarla - pero 
			sacando la conclusión inversa: el desarrollo industrial va a 
			provocar un calentamiento climático perjudicial para la humanidad. 
			 
			Margaret Thatcher se apodera entonces de la cuestión climática y se 
			impone rápidamente como líder mundial en la materia. 
			
			
			 
			En 1987, Maumoon Abdul Gayoom, presidente de las Maldivas, aborda el 
			tema durante la cumbre de la Commonwealth, en Vancouver. Su país, 
			dice el presidente de las Maldivas, desaparecerá si el clima se 
			recalienta y sube el nivel del mar. 
			
			
			 
			En 1988, Canadá y Noruega organizan en Toronto una conferencia 
			ministerial mundial sobre el tema «Cambios en nuestra atmósfera: 
			implicaciones para la seguridad global» [3], donde se abordan por 
			vez primera los posibles desplazamientos de población y se mencionan 
			objetivos determinados para la reducción de los gases de efecto 
			invernadero. 
			 
			Los primeros ministros de Canadá y Gran Bretaña, Brian Mulroney y 
			Margaret Thatcher, convencen a sus colegas del G7 (Estados Unidos, 
			Francia, Alemania e Italia) de financiar un Grupo Intergubernamental 
			de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) [Conocido por sus 
			siglas en inglés (IPCC) y en español como Panel Intergubernamental 
			sobre el Cambio Climático, denominación que utilizaremos en lo 
			adelante en este trabajo. NdT.] bajo los auspicios del PNUMA y de la 
			Organización Meteorológica Mundial, que ya habían iniciado un 
			programa común de investigación [4].  
			
			  
			
			
			Poco después, la señora Thatcher pronuncia un importante discurso en la Royal Society
			[5]. 
			 
			Afirma en él que los gases de efecto invernadero, el hueco de la 
			capa de ozono y las lluvias ácidas exigen respuestas 
			intergubernamentales. En 1989, la propia Margaret Thatcher se dirige 
			a la Asamblea General de la ONU con un mensaje de alarma en el que 
			llama a una movilización general sobre el tema. 
			
			
			 
			Anuncia que Gran Bretaña ya ha tomado una serie de iniciativas para 
			modernizar su industria y que pondrá a la disposición de los 
			investigadores de todo el mundo las herramientas informáticas 
			necesarias para el estudio del clima [6].  
			
			  
			
			
			De regreso en Londres, 
			crea el Hadley Center for Climate Prediction and Research, 
			institución que inaugura con gran solemnidad [7]. Participa también 
			en la conferencia mundial sobre el clima, en Ginebra, donde se 
			pronuncia por la redacción de una convención global [8]. 
			 
			El Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático adquiere toda 
			su dimensión con la creación del Hadley Center. El interés de Lady 
			Thatcher no era crear una academia científica internacional sino un 
			órgano político encargado de enmarcar la investigación, lo que cual 
			se hace mucho más fácil en la medida en que los expertos 
			participantes necesitan al Hadley Center para poder continuar sus 
			trabajos. 
			
			
			 
			El objetivo de Margaret Thatcher no era fabricar una ciencia falsa 
			para apoyar una línea política, sino orientar la investigación 
			fundamental para convertirla en investigación aplicada, útil para la 
			nueva revolución industrial a la que aspiraba. 
			
				
				  
				
				Margaret Thatcher aborda el desafío climático como una posibilidad 
			para el Reino Unido de asumir el liderazgo científico a nivel 
			mundial y de emprender una nueva revolución industrial (En la imagen, 
			Margaret Thatcher en la apertura del Hadley Center, el 25 de mayo de 
			1990). 
			 
			
			El deseo de Lady Thatcher, ex investigadora en el sector de la 
			química orgánica, de basar la prosperidad y la influencia de su 
			propio país en su liderazgo científico resulta indudable. 
			 
			
			  
			
			Contrariamente a los neo-maltusianos, Margaret Thatcher plantea que 
			los progresos científicos deben permitir resolver el desafío 
			climático. Pone como ejemplo la manera cómo la ciudad de Londres ha 
			logrado deshacerse del fog, la espesa nube de humo de las fábricas 
			que la niebla impide disiparse.  
			
			  
			
			Lejos de condenar la 
			industrialización, Margaret Thatcher quiere realizar una nueva 
			revolución industrial que pondrá nuevamente a su país a la cabeza de 
			la economía mundial. Cierra las minas de carbón, recurre al petróleo 
			del Mar del Norte y prepara el futuro con el sector nuclear. 
			 
			Esta enorme ambición, que Margaret Thatcher implementa con el mayor 
			desprecio por la clase obrera e imponiendo a la clase dirigente un 
			paso de marcha forzada, se estrella contra las disensiones del 
			Partido Conservador, que se rebela contra su autoritarismo y la 
			obliga a dimitir. 
			  
			
			  
			
			1992 - Río de Janeiro, la tercera «Cumbre de la Tierra» y el triunfo 
			de Maurice Strong 
			Durante los últimos años, Maurice Strong ha abandonado la actividad 
			en el sector público canadiense y se ha hecho millonario.  
			
			  
			
			Ha sido 
			nombrado director de Petro-Canada y ha acumulado una impresionante 
			fortuna personal. Junto con el vendedor de armas saudita Adnan 
			Kashoggi, Maurice Strong crea American Water Development, sociedad 
			que compra el valle de Saint Louis para explotar las reservas de 
			agua del río Colorado.  
			
			  
			
			Pero enfrentan la cólera de los habitantes, 
			quienes temen que esa verde región se convierta en un desierto. 
			
				
				  
				
				Entrada de la «Nave Tierra» en el Haidakhandi Universal Ashram de 
			Crestone. Maurice Strong instaló santuarios para las religiones 
			hindú, budista, chamánica, judía y cristiana en el Baca Ranch. 
			 
			
			Strong renuncia bruscamente al proyecto.  
			
			  
			
			Según afirma, un sabio le 
			reveló las propiedades místicas del lugar, que los indios consideran 
			sagrado. Junto a su esposa Hanne, convencida esta última de ser la 
			reencarnación de una sacerdotisa india, Strong crea la Manitou 
			Foundation. 
			
			 
			Su esposa es la presidenta y el propio Strong es el tesorero. 
			Invierten 1,2 millones de dólares en el Baca Ranch de Crestone, 
			construyen un gran complejo espiritual al estilo New Age en el que 
			coexisten templos hindúes y budistas, templos judíos e iglesias 
			cristianas, chamanes y otros tipos de brujos, en el marco de un 
			urbanismo esotérico. 
			 
			Altas personalidades, miembros del muy serio 
			
			Aspen Institute 
			(Rockefeller, Kissinger, etc.), vienen a meditar al lugar para que 
			todas las religiones se conviertan en una sola. 
			
			 
			
			Laurance Rockefeller, hermano de David, hace una donación de 100 
			millones de dólares. La extraña aventura se termina tan abruptamente 
			como había comenzado sin que se haya logrado determinar si se trató 
			de un caso de delirio colectivo o si fue una maniobra 
			propagandística para atenuar la imagen de tiburones de Maurice 
			Strong y sus amigos. 
			 
			En todo caso, el Baca Ranch sirvió de laboratorio para la 
			elaboración de la propaganda ecologista con una religiosidad a la 
			moda, basada en el mito bíblico del diluvio y envuelta en imágenes 
			provenientes de diferentes culturas, principalmente del budismo. 
			
			 
			El hombre pecador ha sucumbido ante la tentación industrial y debe 
			asumir el castigo divino. Debido al calentamiento climático, que él 
			mismo ha provocado, las aguas pronto cubrirán la faz de la Tierra. 
			
			 
			El único sobreviviente será Noé, el ecologista, y con él 
			sobrevivirán las plantas y animales que él mismo logre poner a 
			salvo. 
			
				
				  
				
				Según 
				James Lovelock, el planeta Tierra se comporta como un ser 
			vivo. Es Gea, la diosa madre. 
			 
			
			Esa creencia se basa en la cosmogonía inspirada en los trabajos del 
			investigador James Lovelock, quien recibe el título honorífico de 
			Comendador del Imperio Británico, otorgado por Margaret Thatcher.  
			
			  
			
			En 
			su Teoría de Gaia, el científico inglés pretende demostrar que la 
			regulación de la composición de la atmósfera terrestre depende de 
			los seres que la habitan. Basados en ese razonamiento, que todavía 
			está por demostrar, los creadores del Baca Ranch plantean que el 
			planeta Tierra se comporta como un organismo vivo.  
			
			  
			
			Es Gaia, la diosa 
			madre de la mitología griega.  
			
			  
			
			Por muy absurdo que parezca esta 
			cosmogonía se impone en el imaginario contemporáneo. Por lo tanto, 
			ya no se trata de «salvar la humanidad» sino de «salvar el planeta», 
			aunque nadie pone en duda que a este astro muerto todavía le quedan 
			por delante varios miles de millones de años. 
			 
			Como quiera que sea, los anglosajones logran obtener la elección de 
			Maurice Strong como presidente de la Federación Mundial de 
			Asociaciones de las Naciones Unidas (WFUNA, siglas en ingles).  
			
			  
			
			Esta 
			posición le permite hacer campaña para que la ONU organice una nueva 
			cumbre de la Tierra. Una vez tomada la decisión, Strong no encuentra 
			la menor dificultad, dado el papel que ya había desempeñado en 
			Estocolmo y su paso por el PNUMA, para obtener el cargo de 
			secretario general de la futura conferencia. 
			 
			Para la preparación de la cumbre de Río, Strong se busca en primer 
			lugar un consejero especial, su amigo Jim MacNeill, quien había sido 
			director de Medio Ambiente en la OCDE y, posteriormente, redactor 
			del informe Brundtland.  
			
			  
			
			Al igual que Strong, MacNeill es miembro de 
			la Comisión Trilateral, creada por David Rockefeller con Zbignew 
			Brzezinski. 
			 
			En ese marco MacNeill redacta el informe preparatorio de la 
			conferencia, titulado Beyond Interdependence (Más allá de la 
			interdependencia) [9], mientras que Strong redacta el prefacio.  
			
			  
			
			La 
			idea principal que se desprende del informe de la Rockefeller 
			Foundation, previo a la conferencia de Estocolmo, y del informe de 
			la comisión de la ONU posterior a la conferencia de Nairobi así como 
			del de la Comisión Trilateral, antes de la conferencia de Río, es 
			que los intereses económicos y las preocupaciones sobre el medio 
			ambiente no deben oponerse entre sí acusando a las transnacionales 
			de contaminar indiscriminadamente.  
			
			  
			
			Por el contrario. Industriales y 
			ambientalistas deben unirse. La ecología puede ser un negocio 
			lucrativo. Lo que falta es hacerle tragar eso a la opinión pública. 
			 
			Maurice Strong complace a las asociaciones ecologistas invitándolas 
			a presentar sus sugerencias para la cumbre y tratándolas con todo de 
			atenciones. Al mismo tiempo reserva un espacio estratégico a las 
			transnacionales, nombrando al multimillonario suizo Stephan 
			Schmidheiny como consejero principal para la preparación de la 
			cumbre. 
			
				
				  
				
				Considerado el mayor contaminador con amianto a escala mundial, Stephan Schmidheiny dirige el WBCSD, un sindicato de transnacionales 
			«verdes». 
			 
			
			Schmidheiny reúne en el seno del World Business Council for 
			Sustainable Development (WBCSD) a las principales transnacionales, 
			temerosas de que la cumbre pueda dar lugar a un cuestionamiento de 
			sus prácticas.  
			
			  
			
			Les propone la realización de acciones de cabildeo 
			para evitar la adopción de cualquier reglamentación internacional 
			que entorpezca sus actividades y para promover la globalización 
			económica bajo la fachada de la acción ecológica. 
			 
			Mundialmente celebrado como filántropo de la ecología, Schmidheiny 
			amasó su fortuna a través de la empresa de materiales de 
			construcción Eternit. Como consecuencia de una investigación 
			ordenada por Rafaelle Guariniello, fiscal general de Turín, en 
			Italia, Schmidheiny debe comparecer ante los tribunales en 2010. Se 
			le acusa de ser el mayor contaminador del mundo con amianto. 
			
			 
			A pesar de tener total conocimiento de causa, Schmidheiny contaminó 
			o permitió la contaminación de la ciudad de Casale donde se 
			encontraban las fábricas de su empresa, provocando la muerte de 2 
			900 personas mientras que otras 3 000 quedaban afectadas. 
			
				
				  
				
				Maurice Strong inaugura, como secretario general adjunto de la ONU, 
			la Iglesia de Cienciología de Nueva York el 25 de septiembre de 
			2004. 
			 
			
			Mientras Maurice Strong y sus amigos preparan la conferencia, 
			numerosos científicos expresan su descontento ante el rumbo que 
			están tomando las cosas.  
			
			  
			
			El periodista francés Michel Salomon reúne 
			3 000 universitarios y laureados del Premio Nóbel alrededor del 
			Llamado de Heidelberg. Haciendo alusión a los santuarios del Baca 
			Ranch y las teorías de Gea, denuncian, 
			
				
				«el surgimiento de una 
			ideología irracional que se opone al progreso científico e 
			industrial y perjudica el desarrollo económico y social». 
			 
			
			Observando la movilización del WBCSD, reafirman,  
			
				
				«la necesidad 
			absoluta de ayudar a los países pobres a alcanzar un nivel de 
			desarrollo sostenible y en armonía con el del resto del planeta, de 
			protegerlos de lo perjudicial proveniente de naciones desarrolladas 
			y de evitar encerrarlos en una red de obligaciones irrealistas que 
			comprometen a la vez su independencia y su dignidad». 
			 
			
			Finalmente, concluyen que,  
			
				
				«los peores males que amenazan nuestro 
			planeta son la ignorancia y la opresión, no la ciencia, la 
			tecnología y la industria cuyos instrumentos, en la medida en que se 
			utilicen adecuadamente, son herramientas indispensables que 
			permitirán a la humanidad acabar, por sí misma y para sí misma, con 
			males como el hambre y la sobrepoblación». 
			 
			
			Strong y Schmidheiny reclutan entonces la firma de relaciones 
			públicas Burson-Marsteller.  
			
			  
			
			La especialidad de su presidente, Harold 
			Burson, consiste en identificar los sectores de población que pueden 
			ser utilizados a favor de una causa, organizarlos en asociaciones y 
			utilizarlas después para que defiendan, sin saberlo, los intereses 
			de los clientes de la firma. 
			
			 
			Entre otros ejemplos, Burson había creado en el pasado asociaciones 
			de enfermos para facilitar el acceso a los medicamentos que 
			fabricaban sus clientes, en vez de militar por el acceso a los 
			medicamentos más eficaces. 
			 
			También formó asociaciones de fumadores para luchar contra las leyes 
			anti-tabaquismo, en vez de luchar por la fabricación de cigarrillos 
			que no fuesen tóxicos. Burson transformará entonces la cumbre de Río 
			en una gigantesca feria asociativa, dando así una apariencia de 
			legitimidad popular a decisiones ya tomadas de antemano, en secreto 
			y al más alto nivel, por un sindicato de transnacionales [10]. 
			 
			Esta técnica de manipulación se ha hecho clásica.  
			
			  
			
			Y ha sido 
			reproducida desde entonces en múltiples conferencias internacionales. 
			
				
				  
				
				La Cumbre de la Tierra, en Río de Janeiro: la ecología es una 
			necesidad, la ecología es un mercado. 
			 
			
			172 delegaciones, de las que forman parte un centenar de jefes de 
			Estado y de gobierno, participan en la cumbre de Río, del 3 al 14 de 
			junio de 1992.  
			
			  
			
			En medio de una atmósfera festiva, el encuentro sirve 
			de marco a la adopción de numerosos documentos. La Declaración de 
			Río [11] establece 27 principios, como el principio de precaución: 
			 
			
				
				«la ausencia de certeza científica absoluta no debe servir de 
			pretexto para posponer la adopción de medidas efectivas tendientes a 
			prevenir la deterioración del medio ambiente» [12]. 
			 
			
			Esta Declaración es fruto de una verdadera negociación entre Estados. 
			 
			
			  
			
			El documento reconoce el derecho de las generaciones futuras al 
			desarrollo sostenible, lo cual implica no sólo que el crecimiento 
			económico no debe concretarse a costa del medio ambiente sino que 
			tampoco debe perpetuar las desigualdades entre el Norte y el Sur. En 
			materia de derecho internacional, el medio ambiente se convierte en 
			una cuestión de justicia social.
  Para la aplicación de esos principios, los Estados miembros deben 
			atenerse a otro documento: Action 21 [13].  
			
			  
			
			Es un detallado programa 
			que explica la relación entre desarrollo y medio ambiente, enumera 
			los principales problemas ambientales, precisa los grupos e 
			instituciones que deben ser movilizados y refiere gran cantidad de 
			buenas intenciones. Pero en este segundo documento se elimina toda 
			referencia a situaciones de conflicto. Estados Unidos e Israel 
			logran que se elimine toda mención de los derechos de los «pueblos 
			sometidos a la opresión, la dominación y la ocupación».
  Lo más importante es que la guerra ya no aparece como el principal 
			factor de los ataques al desarrollo y al medio ambiente. Es el 
			triunfo de Maurice Strong y de la ecología edulcorada. Las 
			transnacionales pueden seguir saqueando el planeta, con tal de que 
			no contaminen en los países desarrollados.
  El Pentágono, que acaba de desatar su primera agresión militar 
			contra Irak, puede seguir destruyendo sin preocuparse porque la 
			destrucción de la guerra no cuenta. 
			
			  
			
			  
			
			Referencias 
			
				
				[1] Título en francés:
				
				Notre avenir à tous. Título en inglés:
				
				Our Common Future. Título en español:
				
				Nuestro Futuro Común. 
				
				[2] Greenhouse Effect and Global 
				Climate Change, audiencia de James Hansen ante la Comisión 
				senatorial de Energía y Recursos Naturales, 23 de junio de 1988. 
				
				[3] «Our Changing Atmosphere: 
				Implications for Global Security». 
				
				[4]
				
				Déclaration économique, G7, Toronto, §33. 
				
				[5] 
				
				Speech to the Royal Society, por Margaret Thatcher, 27 
				de septiembre de 1988. 
				
				[6] 
				
				Speech to United Nations General Assembly (Global 
				Environment) por Margaret Thatcher, 8 de noviembre de 1989. 
				
				[7] 
				
				Speech opening Hadley Centre for Climate Prediction and Research, 
				por Margaret Thatcher, 25 de mayo de 1990. 
				
				[8] 
				
				Speech at 2nd World Climate Conference, por Margaret 
				Thatcher, 6 de noviembre de 1990. 
				
				[9] Beyond Interdependence: The 
				Meshing of the World’s Economy and the Earth’s Ecology, por Jim 
				MacNeill, Pieter Winsemius y Taizo Yakushiji, Oxford Paperbacks, 
				febrero de 1992. 
				
				[10] «Burson-Marsteller, Pax 
				trilateral and the Bruntland Gang versus the Environment» por 
				Joyce Nelson, y «Poisoning the Grassroots» por John Dillon, 
				Covert Action quaterly, primavera de 1993. 
				
				[11] Texto íntegro de la 
				
				Declaración de Río. 
				
				[12] El principio de precaución, 
				como aparece formulado en la Declaración de Río o en la Carta 
				francesa sobre el medio ambiente, tiene como objetivo ampliar la 
				base jurídica de la acción política a favor del medio ambiente 
				ante las evaluaciones científicas que presentan las 
				transnacionales. Posteriormente ha sido a menudo tergiversado 
				para justificar una forma de pasividad política en todos los 
				sectores. 
				
				[13] Texto íntegro de
				
				Action 21. 
			 
			
			 
			 
			 
			 
			 
			Parte 3 
			
			
			1997-2010 - La ecología financiera 
			28 Abril 2010 
			 
			Al igual que Henry Kissinger y Margaret Thatcher, el ex 
			vicepresidente estadounidense 
			
			Al Gore también recurre a la retórica 
			ambientalista.  
			
			  
			
			Ya el objetivo no es desviar la atención de las 
			guerras que desata el imperio estadounidense ni restaurar la 
			grandeza del Imperio británico sino salvar el capitalismo anglosajón. 
			 
			
			  
			
			En esta tercera parte de su estudio sobre el discurso ecologista, Thierry Meyssan analiza la dramaturgia preparatoria de la Cumbre de 
			la Tierra prevista para el año 2012 y la rebelión de Cochabamba. 
			
				
				  
				
				En su filme «2012», Roland Emmerich 
			muestra el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las 
			aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados en dos 
			modernas arcas de Noé mientras el resto de la humanidad sucumbe a 
			los embates de las aguas. 
			 
			
			  
			
			El Protocolo de Kyoto 
			En 1988, Margaret Thatcher había incitado al G7 a financiar un Grupo 
			Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) [Conocido 
			en español por sus siglas en inglés (IPCC) y como Panel 
			Intergubernamental sobre el Cambio Climático, denominación que 
			utilizaremos en lo adelante en este trabajo. NdT.] bajo los 
			auspicios del PNUMA y de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). 
			 
			En su primer informe, en 1990, el Panel Intergubernamental sobre el 
			Cambio Climático consideraba «poco probable» un claro aumento del 
			efecto invernadero para «las próximas décadas o más allá».  
			
			  
			
			En 1995, 
			un segundo informe de este órgano político se hace eco de la 
			ideología de la Cumbre de Río y «sugiere una influencia detectable 
			de la actividad humana en el clima planetario» [1]. 
			 
			Al ritmo de una al año, se suceden entonces una serie de 
			conferencias de la ONU sobre el cambio climático. 
			
			  
			
			La de Kyoto, en 
			Japón, elabora en diciembre de 1997 un Protocolo en el que los 
			Estados firmantes se comprometen de forma voluntaria a reducir sus 
			emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente las de 
			dióxido de carbono (CO2) así como las de otros 5 gases:  
			
				
					- 
					
					el metano 
			(CH4)  
					- 
					
					el protóxido de nitrógeno (N20) 
					 
					- 
					
					el hexafluoruro de azufre 
			(SF6)  
					- 
					
					los fluorocarburos (FC) 
					 
					- 
					
					los hidroclorofluocarburos 
					 
				 
				
				  
				
				El presidente estadounidense Bill Clinton (aquí con su 
			vicepresidente Al Gore) firmó con gran pompa el Protocolo de Kyoto, 
			pero instruyó discretamente a los parlamentarios demócratas para 
			evitar su ratificación en el Congreso. 
			 
			
			En la medida en que el Protocolo de Kyoto incita a los firmantes a 
			hacer un mejor uso de los recursos energéticos no renovables, su 
			firma parece positiva incluso a los Estados que no creen en la 
			existencia de una influencia significativa de la actividad humana 
			sobre el clima.  
			
			  
			
			Pero parece muy difícil que los Estados en vías de 
			desarrollo logren modernizar sus industrias para hacerlas menos 
			consumidoras de energía y menos contaminantes. 
			
			 
			Señalando que esos Estados, cuyas industrias se encuentran en estado 
			embrionario, producen pocos gases de efecto invernadero pero 
			necesitan ayuda financiera para poder dotarse de industrias limpias 
			y poco consumidoras, el 
			
			Protocolo de Kyoto instituye un Fondo de 
			Adaptación administrado por el Banco Mundial y un sistema de 
			autorizaciones negociables. 
			 
			Cada Estado recibe autorizaciones para la producción de ciertos 
			volúmenes de gases de efecto invernadero que pueden repartir entre 
			sus industrias.  
			
			  
			
			Los Estados en desarrollo que no utilicen la 
			totalidad de sus permisos pueden revenderlos a los Estados 
			desarrollados que contaminan más de lo autorizado. Con el producto 
			de la venta [de los permisos que no utilizan] pueden financiar 
			entonces la adaptación de sus industrias. 
			 
			La idea parece llena de virtudes. El problema está en los detalles. 
			La creación de un mercado de autorizaciones negociables abre el 
			camino a una financiación adicional de la economía y, partir de 
			ahí, a nuevas posibilidades para proseguir el saqueo del que ya eran 
			objeto los países pobres. 
			
			 
			De forma totalmente hipócrita, el presidente estadounidense Bill 
			Clinton firma el Protocolo de Kyoto. Pero instruye a los 
			parlamentarios del Partido Demócrata para que no lo ratifiquen. El 
			Senado estadounidense lo rechaza de forma unánime. 
			
			 
			Durante el periodo de ratificación del Protocolo de Kyoto, Estados 
			Unidos se dedica a organizar el mercado de autorizaciones 
			negociables, a pesar de que su intención es de no someterse a las 
			exigencias comunes hasta el último momento. 
			 
			Una organización caritativa, la Joyce Foundation, subvenciona varios 
			estudios preparatorios.  
			
			  
			
			La dirección de dichos estudios está a cargo 
			de Richard L. Sandor, economista republicano que ha desarrollado una 
			doble carrera como corredor (Kidder Peabody, IndoSuez, Drexel 
			Burnham Lambert) y universitario (Berkeley, Stanford, Northwestern, 
			Columbia). 
			
				
				
				  
				
				El entonces desconocido jurista Barack Obama redactó los estatutos 
			de la Bolsa Mundial de Derechos de Emisión de gases de efecto 
			invernadero. 
			 
			
			Bajo el estatuto de firma establecida según el derecho británico y 
			la denominación de Climate Exchange [bolsa de valores sobre el clima], 
			se crea un holding correspondiente a la modalidad Public Limited 
			Company, lo cual implica que partes de dicha empresa pueden venderse 
			a través de una oferte pública y que la responsabilidad de sus 
			accionistas se limita a los aportes.  
			
			  
			
			El redactor de sus estatutos es 
			un administrador de la Joyce Foundation, un jurista totalmente 
			desconocido para el público llamado 
			
			Barack Obama. 
			
			 
			El ex vicepresidente estadounidense Al Gore y David Blood, ex 
			director del banco Goldman Sachs, hacen un llamado público en busca 
			de inversionistas.
			Como resultado de dicha operación, Gore y Blood crean en Londres un 
			fondo de inversiones de carácter ecológico denominado Generation 
			Investment Management (GIM). 
			
			 
			Para ello se asocian a: 
			
				
					- 
					
					Peter Harris (ex director del equipo de 
			trabajo de Al Gore)  
					- 
					
					Mark Ferguson y Peter Knight (dos ex adjuntos 
			de Blood en Goldman Sachs)   
					- 
					
					Henry Paulson (en aquel 
			entonces director general de Goldman Sachs, puesto que dejará para 
			convertirse en secretario del Tesoro de la administración Bush) 
					 
				 
			 
			
			
			
			Climate Exchange Plc, 
			
				
					- 
					
					abre Bolsas en, 
					
						- 
						
						Chicago (Estados Unidos) 
						  
						- 
						
						Londres (Reino Unido) 
						 
					 
					 
					- 
					
					con filiales en, 
					
						- 
						
						Montreal (Canadá) 
						 
						- 
						
						Tianjin 
			(China)  
						- 
						
						Sydney (Australia) 
						 
					 
					 
				 
			 
			
			Al reunir las acciones bloqueadas en el momento de la creación del 
			holding con las que posteriormente adquiere, después del llamado 
			público, Richard Sandor llega a poseer cerca de la quinta parte de 
			todas las acciones. 
			
			 
			El resto se reparte esencialmente entre fondos especulativos 
			millonarios, como Invesco, BlackRock, Intercontinental Exchange (donde 
			el propio Sandor funge también como administrador), General Investment Management y 
			DWP Bank. Su capital bursátil sobrepasa 
			actualmente los 400 millones de libras esterlinas. Los dividendos 
			que percibieron los accionistas en 2008 se elevaron a 6,3 millones 
			de libras. 
			 
			Ingenuamente, los miembros de la Unión Europea son los primeros en 
			adoptar la teoría del origen humano del calentamiento climático y en 
			ratificar el Protocolo de Kyoto. Pero necesitan a Rusia para ponerlo 
			en vigor. Este último país no tiene nada que temer en la medida en 
			que el límite que se le fija no puede perjudicarlo, dado su 
			retroceso industrial posterior a la disolución de la URSS. 
			
			 
			Sin embargo, no lo acepta fácilmente, para exigir a cambio el apoyo 
			de la Unión Europea a su admisión en la Organización Mundial del 
			Comercio. 
			  
			
			En definitiva, el Protocolo de Kyoto no entra en vigor hasta 2005. 
			  
			
			  
			
			2002 - cuarta «Cumbre de la Tierra» en Johannesburgo y recordatorio 
			de las prioridades por parte del presidente francés Jacques Chirac 
			La cumbre de Johannesburgo, en Sudáfrica, no presenta para Estados 
			Unidos mayor interés que la de Nairobi. La agenda estadounidense 
			está orientada exclusivamente hacia la guerra global contra el 
			terrorismo.  
			
			  
			
			Por lo tanto, las cuestiones medioambientales tendrán 
			que esperar. 
			
			 
			El presidente estadounidense 
			
			George W. Bush ni siquiera asiste a la 
			cumbre y solamente envía al secretario de Estado Colin Powell, quien 
			pronuncia un breve discurso en lo que su avión calienta los motores 
			para emprender el viaje de regreso. 
			 
			En Johannesburgo, la conferencia abandona el ambiente festivo que 
			había primado en Río y se concentra en temas precisos:  
			
				
					- 
					
					el acceso al 
			agua y a la salud  
					- 
					
					el agotamiento previsible de las fuentes de 
			energía no renovables   
					- 
					
					el precio de esta última 
					 
					- 
					
					la ecología de la 
			agricultura   
					- 
					
					la diversidad de las especies animales 
					 
				 
			 
			
			El clima es un 
			tema entre tantos otros. 
			
				
				  
				
				En Johannesburgo, el presidente francés Jacques Chirac se pronuncia 
			por un cambio de prioridades. Lo urgente no es la búsqueda de Bin 
			Laden sino el desarrollo libre de contaminación. 
			 
			
			La cumbre se convierte bruscamente en terreno de confrontación 
			cuando el presidente francés Jacques Chirac declara:  
			
				
				«Nuestra casa 
			está en llamas y nosotros estamos mirando hacia otro lado. La 
			Naturaleza, mutilada y sobreexplotada, no logra reconstituirse y 
			nosotros nos negamos a admitirlo. 
				
				 La humanidad está sufriendo. Está enferma de mal-desarrollo, tanto en 
			el Norte como en el Sur, y nosotros nos mantenemos indiferentes» 
				[2]. 
			 
			
			Su discurso suena como una acusación contra Estados Unidos. No, la 
			prioridad no es perseguir a 
			
			Osama Bin Laden. Es el desarrollo de los 
			países pobres y el acceso de todos a los bienes esenciales. 
			 
			Furiosos, los altos funcionarios de la delegación estadounidense 
			sabotean las negociaciones. Enfrascada en la instalación del centro 
			de tortura de Guantánamo y de prisiones secretas en 66 países, la 
			
			administración 
			Bush tiene sin embargo el descaro de dar lecciones al 
			resto del mundo y condiciona todo compromiso estadounidense a la 
			obtención de concesiones de los países del Sur en materia de 
			derechos humanos y de lucha contra el terrorismo. 
			
			 
			No se obtiene la adopción de ningún documento final de real 
			importancia. 
			  
			
			  
			
			Copenhague, en espera de la Cumbre de la Tierra de 2012 
			2012 será el año de la quinta Cumbre de la Tierra y de la revisión 
			del Protocolo de Kyoto. Pero Washington y Londres han decidido 
			convertir la 15ª conferencia sobre el cambio climático en una gran 
			cita intermedia. 
			
			 
			La cuestión es que la nueva política anglosajona pretende utilizar 
			el calentamiento climático para avanzar hacia la obtención de sus 
			dos objetivos esenciales: 
			
				
			 
			
			No hay más remedio que reconocer que 
			
			la economía estadounidense está 
			en baja y que no logra rebasar su crisis interna. 
			
			 
			Los estadounidenses ya no producen prácticamente nada importante, 
			con excepción del armamento, mientras que los bienes que ellos 
			mismos consumen se fabrican en una China cada día más próspera. 
			
			 
			La principal solución es un cambio del capitalismo. Es hora de 
			reactivar la especulación orientándola hacia las autorizaciones 
			negociables para contaminar, de reactivar el consumo con productos 
			ecológicos y de reactivar el trabajo con los empleos verdes [3]. 
			 
			Por otro lado, como la resistencia a la globalización forzosa se 
			hace cada día mayor es conveniente presentarla de otra manera para 
			obtener su aceptación. Habrá que decir que las cuestiones 
			medioambientales exigen una administración global cuyo liderazgo 
			tiene que estar en manos de los estadounidenses.  
			
			  
			
			Y para lograrlo hay 
			que demostrar la ineficacia de la ONU en ese sector. 
			
				
				
				  
				
				Convertido en consejero especial de la Corona de Inglaterra, el ex 
			vicepresidente estadounidense Al Gore obtuvo el premio Nóbel por su 
			filme de propaganda «An Inconvenient Truth» 
			 
			
			Una larga y poderosa campaña de propaganda precedió la conferencia 
			de Copenhague, comenzando por el filme de Al Gore
			
			An Inconvenient 
			Truth, (en castellano esta película lleva el título de: 
			
			Una Verdad 
			Incómoda) presentado en el Festival de Cannes de 2006, documental 
			que le valió a Gore el premio Nóbel de la Paz correspondiente al año 
			2007. 
			
			 
			El vicepresidente estadounidense, cuyo doble juego ante el Protocolo 
			de Kyoto ya nadie parece recordar, se presenta ahora como un 
			convencido militante que defiende su noble causa dedicándole 
			benévolamente su tiempo libre. 
			
			 
			En realidad, fue en calidad de consejero de la Corona británica, la 
			verdadera promotora de la operación, que Al Gore realizó el 
			documental y emprendió una gira promocional. 
			 
			Al Gore es un especialista de la manipulación de las masas. Fue el 
			organizador, a fines del siglo 20, de la campaña de alarmismo 
			milenarista vinculada al llamado «error informático del año 2000». 
			 
			
			  
			
			Suscitó entonces la creación de un grupo de expertos de la ONU, el 
			Y2KCC - en todo sentido comparable al Panel Intergubernamental sobre 
			el Cambio Climático - para ofrecer la apariencia de que existía un 
			consenso científico alrededor de lo que en realidad no era otra cosa 
			que la magnificación de un problema menor [4]. 
			 
			Varios filmes de ficción se agregan al documental de Al Gore.  
			
			  
			
			El 
			PNUMA divulga mundialmente el filme Home, del fotógrafo francés Yann 
			Arthus-Bertrand, el 5 de junio de 2009. Algo similar sucede con 
			2012, el filme hollywoodense del alemán Roland Emmerich, que 
			presenta el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las 
			aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados gracias a 
			dos modernas arcas de Noé mientras que los pobres perecen bajo las 
			aguas. 
			 
			Aparentemente, la conferencia de Copenhague debía resolver la 
			cuestión de los gases de efecto invernadero estableciendo límites 
			para las emisiones y ayudas destinadas a los países en desarrollo. 
			
			 
			La realidad es que Londres y Washington pretendían llevar a los 
			europeos a reducir por sí mismos los límites establecidos en el 
			Protocolo de Kyoto para aumentar así la cantidad de permisos 
			negociables, y por consiguiente la especulación bursátil, y hacer 
			fracasar la conferencia como medio de preparar a la opinión pública 
			mundial para la adopción de una solución fuera del marco de la ONU. 
			 
			El presidente ruso Dimitri Medvedev, perfectamente cómodo en medio 
			de toda esta farsa, preparó una maniobra que puede resultar muy 
			productiva para su país. 
			  
			
			Decidió subir las apuestas eligiendo un compromiso espontáneo y 
			radical. Anuncia entonces a los países de Europa occidental que 
			Moscú apoya lo que ellos exigen y que reducirá sus emisiones de 
			gases de efecto invernadero de un 20 a un 25% de aquí al año 2020 en 
			relación con las emisiones registradas en 1990.  
			
			  
			
			¿Quién da más? ¡Nadie! 
			
			 
			El detalle es que entre 1990 y 2007 las emisiones rusas de gases de 
			efecto invernadero se redujeron en un 34% como consecuencia al 
			colapso industrial que se produjo en tiempos de Yeltsin.  
			
			  
			
			O sea, el 
			supuesto compromiso del Kremlin [para la reducción de las emisiones] 
			le deja margen… ¡para un aumento del 9 al 14%! 
			
				
				  
				
				En violación de las reglas de las Naciones Unidas, Nicolas Sarkozy 
			utiliza la urgencia climática para conformar un directorio encargado 
			de redactar la declaración final de la conferencia de Copenhague en 
			sustitución de la Asamblea General de la ONU. 
			 
			
			De forma nada sorprendente, los anglosajones mueven sus peones 
			utilizando al presidente francés Nicolas Sarkozy, enteramente 
			satisfecho este último de verse en el papel de deus ex machina. 
			
			 
			Sarkozy llega en medio de los debates, denuncia la falta de voluntad 
			de sus homólogos y convoca una reunión no programada entre varios 
			jefes de Estado y de gobierno [5]. 
			
			 
			Sin traductores, sentados en sillas incómodas, unos cuantos 
			personajes se prestan para la maniobra. Garabatean en un pedazo de 
			papes unas cuantas líneas de buenas intenciones y las presentan como 
			la panacea. 
			
			 
			«El planeta» ha sido salvado y… ¡cada uno para su casa! 
			
			 
			El verdadero objetivo de esa farsa no es otro que preparar a la 
			opinión pública mundial para las decisiones que habrá que imponer en 
			la «Cumbre de la Tierra» de 2012. 
			 
			Pero el presidente venezolano Hugo Chávez cuestiona la problemática 
			de la cumbre, sin desalentar por ello a las asociaciones ecologistas 
			que se manifiestan ante el centro donde se desarrolla la conferencia. 
			
			 
			Hugo Chávez denuncia la maniobra de Sarkozy, que consiste en la 
			redacción de una declaración final por un reducido grupo de Estados 
			que se autoproclaman «responsables» para imponerla después al resto 
			de la comunidad internacional. 
			
			 
			El presidente de Venezuela denuncia una farsa destinada a permitir 
			que un capitalismo sin conciencia logre escamotear sus propias 
			responsabilidades y pueda presentarse como si estuviera libre de 
			polvo y paja [6]. 
			
			 
			Chávez se hace eco de una de las consignas que gritan los 
			manifestantes fuera del centro de conferencia: «¡No cambien el clima, 
			cambien el sistema!» 
			  
			
			  
			
			Cochabamba, la antítesis de Copenhague 
			El presidente boliviano Evo Morales expone sus propias conclusiones 
			sobre la cumbre de Copenhague.  
			
			  
			
			Para él está claro que las grandes 
			potencias están jugando con el medio ambiente. Como ya viene 
			sucediendo con muchos otros temas, las grandes potencias pretenden 
			utilizar la cuestión del medio ambiente en beneficio propio y en 
			detrimento del Tercer Mundo. 
			
			 
			La presencia de una multitud de manifestantes fuera del centro de 
			conferencias permite sin embargo abrigar esperanzas en cuanto a una 
			voluntad planetaria muy diferente. 
			 
			El presidente Evo Morales convoca entonces a una «Conferencia 
			Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de 
			la Madre Tierra». El encuentro se desarrolla 4 meses más tarde en 
			Cochabamba, Bolivia. 
			
			 
			Sobrepasando todas las previsiones, más de 30 000 personas y 48 
			delegaciones gubernamentales participan en la Conferencia de 
			Cochabamba. El ambiente de este encuentro recuerda a la vez el de la 
			Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro y el de las diferentes 
			ediciones del Foro Social Mundial. 
			
			 
			Lo que está en juego es sin embargo muy diferente. 
			 
			En Río, la firma de relaciones públicas Burson-Marsteller había dado 
			realce a las asociaciones como medio de legitimar las decisiones 
			tomadas a puertas cerradas. En Cochabamba sucede lo contrario. Las 
			asociaciones, excluidas del centro de conferencias de Copenhague, 
			son ahora los actores de la toma de decisiones. La comparación con 
			el Foro Social Mundial deja de ser válida. 
			 
			El objetivo del Foro Social Mundial es ser la contraparte del Foro 
			Económico de Davos y para ello se exila a sí mismo en el otro 
			extremo del mundo, como recurso para evitar los enfrentamientos que 
			ya se habían producido en Suiza. Lo que se cuestiona ahora es la ONU. 
			
			 
			Evo Morales ha tomado nota del fiasco de Copenhague y de la voluntad 
			de las grandes potencias de ignorar la autoridad de la Asamblea 
			General de la ONU, así que convoca a la sociedad civil a unirse 
			frente a los gobiernos occidentales. 
			 
			El presidente boliviano Evo Morales y su ministro de Relaciones 
			Exteriores, David Choquehuanca, abordan las cuestiones 
			medioambientales desde su propia cultura de indios aimaras [7]. 
			
			 
			Mientras los occidentales discuten para determinar hasta dónde hay 
			que limitar las emisiones de gases de efecto invernadero para no 
			perturbar el clima, el presidente de Bolivia y su ministro de 
			Relaciones Exteriores señalan que si se piensa que esas emisiones 
			pueden ser peligrosas, lo que se impone es interrumpirlas. 
			 
			Rompiendo con la lógica dominante, Morales y Choquehuanca rechazan 
			el principio de las autorizaciones negociables, estimando que no se 
			puede permitir, y mucho menos vender, algo que se cree peligroso. A 
			partir de ese razonamiento, el presidente boliviano y su ministro de 
			Relaciones Exteriores se pronuncian por un completo cambio del 
			principio fundamental. 
			
			 
			Los Estados desarrollados, sus ejércitos y sus transnacionales han 
			herido a la Tierra que nos alimenta, poniendo así en peligro a toda 
			la humanidad, mientras que los pueblos originarios han dado pruebas 
			de su propia capacidad para preservar la integridad de la Madre 
			Tierra. 
			
			 
			La solución es, por lo tanto, de orden político: hay que devolver a 
			los pueblos autóctonos el manejo de los grandes espacios mientras 
			que las transnacionales tienen que responder ante un tribunal 
			internacional por los daños que han provocado. 
			
				
				  
				
				La conferencia de Cochabamba confirma la capacidad de los pueblos 
			autóctonos para hacer lo que los occidentales no han podido lograr. 
			De izquierda a derecha, el presidente de Venezuela Hugo Chávez, el 
			ministro boliviano de Relaciones Exteriores David Choquehuanca y el 
			presidente de Bolivia Evo Morales. 
			 
			
			La Conferencia de los Pueblos celebrada en Cochabamba llama a la 
			organización de un referendo mundial para la institución de una 
			justicia climática y medioambiental y la abolición del sistema 
			capitalista. 
			
			 
			Siguiendo el mismo método ya tantas veces aplicado en numerosas 
			cumbres internacionales que habían logrado escapar al control de los 
			anglosajones, Washington desata de inmediato una campaña mediática 
			destinada a desacreditar el mensaje de la conferencia de Cochabamba. 
			
			 
			Dicha campaña deforma los razonamientos y el discurso del presidente 
			boliviano Evo Morales [8]. 
			
			 
			Demasiado tarde. La ideología verde de Occidente ya ha perdido la 
			unanimidad. 
			  
			
			  
			
			El árbol que no deja ver el bosque 
			En 40 años de discusiones de la ONU, las cosas no han mejorado sino 
			todo lo contrario.  
			
			  
			
			Lo que se ha producido es un increíble acto de 
			prestidigitación que resalta la responsabilidad individual mientras 
			que pasa por alto las responsabilidades de los Estados y oculta la 
			de las transnacionales. Como el árbol que no deja ver el bosque. 
			 
			En las cumbres internacionales nadie trata de evaluar el costo 
			energético de las guerras desatadas contra Afganistán e Irak, costo 
			energético que incluye el puente aéreo que transporta diariamente 
			toda la logística proveniente de Estados Unidos hacia el campo de 
			batalla, incluyendo la alimentación de los soldados. 
			 
			Nadie se preocupa por medir la superficie habitada contaminada por 
			las municiones de uranio enriquecido, de los Balcanes a Somalia y 
			pasando por el Gran Medio Oriente. 
			 
			Nadie menciona las áreas agrícolas destruidas por las fumigaciones 
			en el marco de la guerra contra la droga, en América Latina o en 
			Asia central; ni las áreas esterilizadas por el uso del agente 
			naranja, desde la jungla vietnamita hasta los palmares iraquíes. 
			 
			Hasta la celebración de la conferencia de Cochabamba, la conciencia 
			colectiva olvidó las evidencias existentes de que los principales 
			ataques contra el medio ambiente no son consecuencia de 
			comportamientos individuales ni de la industria civil sino de 
			
			guerras desatadas para que las transnacionales puedan explotar los 
			recursos naturales, y de la explotación sin escrúpulos de esos 
			mismos recursos por parte de las transnacionales que alimentan los 
			ejércitos imperiales.  
			
			  
			
			Lo cual nos trae nuevamente al punto de 
			partido, cuando U-Thant proclamaba el «Día de la Tierra» en protesta 
			contra la guerra de Vietnam. 
			
			  
			
			  
			
			Referencias 
			
				
				[1] Todos los informes del Panel 
				Intergubernamental sobre el Cambio Climático están disponibles 
				en inglés, francés y
				
				español en el sitio Internet de dicho órgano. 
				
				[2] «Discours 
				de Jacques Chirac au sommet mondial sur le développement durable 
				de Johannesburg», 2 de septiembre de 2002. 
				
				[3] «La 
				mue de la finance mondiale et la spéculation verte» (La 
				metamorfosis de la finanza mundial y la especulación verde), por 
				Jean-Michel Vernochet, Réseau Voltaire, 2 de marzo de 2010. 
				
				[4] «No 
				hay un consenso científico en la ONU», por Thierry Meyssan, 
				Red Voltaire, 17 de diciembre de 2009. 
				
				[5] «Intervention 
				au sommet de Copenhague sur le climat» (Discruso del 
				presidente francés Sarkozy en la cumbre climatica de Copenhague, 
				en francés), por Nicolas Sarkozy, Réseau Voltaire, 17 de 
				diciembre de 2009. 
				
				[6] «Discurso 
				de Chávez en Copenhague» (en castellano), por Hugo Chávez 
				Frías, Red Voltaire, 16 de diciembre de 2009. 
				
				[7] Ver su tribuna libre publicada 
				en el diario estadounidense Los Angeles Times: «Combating 
				climate change: lessons from the world’s indigenous peoples» 
				(disponible para su descarga en el sitio de la Red Voltaire). 
				
				[8] Evo Morales denunció en su 
				discurso las consecuencias sanitarias que tiene para los hombres 
				el consumo de carne con hormonas femeninas. Sus palabras fueron 
				interpretadas como declaraciones homofóbicas. Esta táctica de 
				descrédito se ha hecho clásica. Basta con recordar la campaña 
				mediática contra el Papa Juan Pablo II después de su discurso en 
				la Gran Mezquita de Damasco o la que se desató contra el primer 
				ministro de Malasia Mahathir bin Mohamad luego de su discurso 
				ante la Conferencia Islámica. 
			 
			
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