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 10 -
			LA CRUZ EN EL HORIZONTE
 
 Unos sesenta años después del Éxodo israelita, un inusual desarrollo 
			religioso tuvo lugar en Egipto. Algunos académicos ven estos 
			impulsos como un intento de adoptar el Monoteísmo—quizá bajo la 
			influencia de las revelaciones en el Monte Sinaí. Lo que han tenido 
			en mente es el reinado de Amenotep (a veces traducido como Amenofis) 
			IV que dejó Tebas y sus templos, desistió del culto a Aton, y 
			declaró a ATON como el único dios creador.
 
			Como mostraremos, eso no fue un eco del Monoteísmo, sino otro 
			heraldo de un esperado Retorno—el retorno, a la vista, del Planeta 
			del Cruce.
 
			El faraón en cuestión es mejor conocido por el nuevo nombre que 
			había adoptado—Aken-Aton (‘El devoto/siervo de Aton’), y la nueva 
			capital y centro religioso que había establecido, Akhet-Aton (‘Aton 
			del Horizonte’), es mejor conocida por el nombre moderno del sitio, 
			Tell el-amarna (donde el afamado y antiguo archivo de la 
			correspondencia internacional real fue descubierto).
 
			Akenaton, de la famosa octava dinastía egipcia, reinó desde 1379 al 
			1362 a.C. y su revolución religiosa no perduró. El sacerdocio de 
			Amon en Tebas encabezó la oposición, posiblemente debido a la 
			deprivación de sus posiciones de poder y riqueza, pero es posible 
			por supuesto, que las objeciones fueran genuinamente de corte 
			religioso, porque los sucesores de Akenaton (de los cuales el más 
			famoso fue Tut-Ankh-Amon) reasumieron la inclusión de Ra/Amon en sus 
			nombres teofóricos.
 
			Apenas se fue Akenaton la nueva capital, sus templos, y su palacio 
			fueron echados abajo y sistemáticamente destruidos. Sin embargo, los 
			restos que los arqueólogos han encontrado arrojan suficiente luz 
			sobre Akenaton y su religión.
 
			La noción que el culto a Aton era una forma de monoteísmo—veneración 
			a un solo creador universal—derivó originalmente de algunos himnos a 
			Aton que han sido encontrados; incluyen versos tales como ‘O dios 
			único, como él no hay otro… El mundo vino a ser por su mano.’
 
			El hecho que, en una clara separación de las costumbres egipcias, 
			que las representaciones de este dios en forma antropomórfica 
			estuvieran absolutamente prohibidas suena mucho como a la 
			prohibición de Yahveh, en los Diez Mandamientos, en contra de hacer 
			‘imágenes grabadas para rendir culto.’
 
			  
			Adicionalmente, algunas 
			porciones de los Himnos a Aton se leen como si fueran clones de los 
			Salmos bíblicos— 
				
					
					O viviente Aton,¡Cómo múltiples son tus obras!
 Escondidas están de la vista de los hombres.
 ¡O dios único, a cuyo lado no hay nadie!
 Creaste la Tierra de acuerdo a tu deseo
 mientras permanecías en soledad.
 
			El famoso egiptólogo James H. Breasted (The Dawn of Consciencia 
			- El 
			Despertar de la Consciencia) compara los versos superiores con el 
			Salmo 104, comenzando con el verso 24—  
				
					
					¡O Señor, cuán multiples son tus obras!En sabiduría las has hecho todas;
 la Tierra está llena de tus riquezas.
 
			La similitud, sin embargo, no surge porque ambos, el himno egipcio y 
			el salmo bíblico, se copian uno a otro, sino porque los dos hablan 
			del mismo dios celestial sumerio de la Epopeya de la Creación—de 
			Nibiru—que formó los Cielos y creó la Tierra, trayéndole la ‘semilla 
			de la vida.’  
			 Virtualmente todos los libros del antiguo Egipto dirán que el disco 
			de Aton del que Akenaton hizo su objeto central de culto 
			representaba al benevolente Sol. Si así fuera, es extraño que en una 
			clara separación de la arquitectura egipcia de templos, que los 
			orientaba a los solsticios en un eje sureste noroeste, Akenaton 
			orientó su templo en el eje este-oeste—pero los puso frente al oeste 
			[poniente], lejos del Sol al amanecer. Si estaba esperando una 
			aparición celestial desde la dirección opuesta a la salida del Sol, 
			no podía ser el Sol.
 
			  
			Una lectura cercana de los himnos revela que la 
			‘estrella-dios de Akenaton no era Ra como Amon ‘el Invisible,’ sino 
			una diferente clase de Ra: era el dios celestial que ha existido 
			desde el tiempo primero… Aquel que renace de si mismo mientras 
			reaparece en toda su gloria, un dios celestial que ‘se iba lejos y 
			volvía,’ En una base diaria, aquellas palabras podrían de cierto 
			aplicarse al Sol, pero en una de largo aliento, la descripción 
			encaja a Ra sólo como Nibiru: se ha vuelto invisible, dicen los 
			himnos, porque estaba ‘lejos en el cielo,’ porque va hasta detrás 
			del horizonte, a la altura del cielo. Y ahora, anunciaba Akenaton, 
			está volviendo en toda su gloria. 
 Los himnos de Aton profetizaron su reaparición, su retorno ‘hermoso 
			en el horizonte del cielo… relumbrando, hermoso, fuerte.’ Trayendo 
			un tiempo de paz y benevolencia para todos. Estas palabras expresan 
			con claridad expectativas mesiánicas que nada tienen que ver con el 
			Sol.
 
 En apoyo de la explicación ‘Aton es el Sol’, se ofrecen varias 
			representaciones de Akenaton; lo muestran (Fig. 68) con su esposa 
			bendecidos por, u orando a, una estrella con rayos; es el Sol, dirá 
			la mayoría de los egiptólogos.
 
			 
			Figura 68 
			  
			Los himnos se refieren al Aton como 
			una manifestación de Ra, el cual a los egiptólogos que han asumido 
			que Ra es el Sol significa que Aton, también, representaba al Sol; 
			pero si Ra era Marduk y el celestial Marduk era Nibiru, entonces 
			Aton, también, representaba a Nibiru y no al Sol.  
			  
			Evidencia 
			adicional viene de mapas del cielo, algunos pintados sobre tapas de 
			ataúdes (Fig. 69), que mostraba claramente las doce constelaciones 
			zodiacales, el Sol-con-rayos, y otros miembros del sistema solar; 
			pero el planeta de Ra, el ‘Planeta del Millón de Años,’ se muestra 
			como un planeta extra en su propia grande e individual barca más 
			allá del Sol, con el hieroglifo pictórico para ‘dios’ en él—Aton de 
			Akenaton.’ 
			
			 Figura 69
 
 
			¿Cuál, entonces, era la innovación de Akenaton, o más bien, su 
			digresión de la línea religiosa oficial? En su núcleo la 
			‘trasgresión’ era el mismo viejo debate que tuviera lugar 720 años 
			atrás acerca de la oportunidad. Entonces el asunto era: ¿Ha llegado 
			el tiempo de la supremacía de Marduk/Ra, ha comenzado la Era del 
			Carnero en los cielos? 
			Akenaton cambió el asunto desde el Tiempo Celestial (el reloj 
			zodiacal) al Tiempo Divino (tiempo orbital de Nibiru), cambiando la 
			pregunta a: ¿Cuándo reaparecerá el dios celestial No Visto y se 
			dejará ver—‘hermoso en el horizonte del cielo’?
 
			Su mayor herejía a los ojos de los sacerdotes de Ra/Amon puede 
			juzgarse por el hecho que erigió un monumento especial honrando al 
			Ben-Ben—un objeto que habían reverenciado generaciones anteriores 
			como el vehículo en el cual Ra había llegado a la Tierra desde los 
			cielos (Fig. 70).
 
			  
			Era una indicación, creemos, que lo que estaba 
			esperando en conexión con Aton era una Reaparición, un Retorno no 
			sólo como el Planeta de los Dioses, sino otra llegada, ¡una Nueva 
			venida de los dioses mismos! 
				 
				Figura 70 
			  
			Esto, debemos concluir, era la innovación, la diferencia introducida 
			por Akenaton. Desafiando al establishment sacerdotal, y sin duda 
			prematuramente en la opinión del resto, estaba anunciando la venida 
			de un nuevo tiempo mesiánico. Esta herejía estaba agravada por el 
			hecho que los pronunciamientos de Akenaton eran acompañados de un 
			aviso personal: Akenaton progresivamente se refería a si mismo como 
			el profeta-hijo de dios, uno ‘que se presenta desde el cuerpo de 
			dios,’ y el cual es el único a quién los planes divinos son 
			revelados: No hay otro que conociera esto excepto tu hijo Akenaton; 
			tú lo has hecho sabio en tus planes. 
			Y esto, también, era inaceptable para los sacerdotes tebanos de 
			Amon. Tan pronto como Akenaton se fue (y no se sabe como…), 
			retornaron al culto de Amon—el dios no-visto—y rompieron y 
			destruyeron todo lo que Akenaton había levantado.
 
			Que el episodio de Aton en Egipto, como la introducción del 
			Jubileo—el ‘Año del Carnero’—fue lo conmovedor de una expectación 
			más amplia del retorno de una ‘estrella dios’ celestial es evidente 
			incluso por otra referencia bíblica al Carnero, otra manifestación 
			de la Cuenta regresiva del Retorno.
 Es el registro de un inusual incidente al final del éxodo. Es una 
			historia repleta de aspectos que confunden, y uno que termina con 
			una visión divinamente inspirada de las cosas por venir.
 
			La Biblia repetidamente muestra la predicción mediante el examen de 
			entrañas animales, la consulta con los espíritus, adivinar, 
			encantamientos, conjuros, y cuenta-fortunas como prácticas 
			‘abominables delante de Yahveh’—todas las formas de brujería 
			practicada por otra nación que no sea la israelita deben ser 
			evitadas.
 
			  
			Al mismo tiempo, afirmaba—citando al mismo 
			
			Yahweh—que los 
			sueños, oráculos, y visiones podían ser caminos legítimos de 
			comunicación divina. Es tal distinción que explica por qué el Libro 
			de Números dedica tres largos capítulos (22-24) para contar— 
			¡aprobantemente!—la historia de una no-israelita vidente y oráculo. 
			Su nombre era Bil’am, traducido Balaam en Biblias inglesas. 
			Los hechos descritos en esos capítulos tuvieron lugar cuando los 
			israelitas (‘Hijos de Israel’ en la Biblia), habiendo dejado la 
			Península de Sinaí, rodearon, dieron la vuelta del Mar Muerto hacia 
			el oriente, avanzando hacia el norte. A medida que se encontraban 
			con los pequeños reinos que ocupaban las tierras orientales del Mar 
			Muerto y el Jordán, Moisés pedía autorización para atravesar 
			pacíficamente; fue, por la mayoría, rechazado. Los israelitas, 
			habiendo recién vencido a los amonitas, que no los dejaron pasar en 
			paz, ahora ‘estaban acampados en los llanos de Mo’ab, al lado del 
			Jordán opuesto a Jericó,’ esperando el permiso del rey moabita para 
			atravesar su tierra.
 
			No dispuesto a dejar que ‘la horda’ pasara aunque temeroso de 
			enfrentarlos, el rey de Mo’ab—Balak hijo de Zippor—tuvo una 
			brillante idea. Envió emisarios por un vidente internacionalmente 
			renombrado, Bala’am el hijo de Be’or, y le pidió ‘que les pusiera a 
			esa gente una maldición,’ que haga posible vencerlos y echarlos 
			fuera.
 
			Balaam se hizo de rogar varias veces antes de aceptar el encargo. 
			Primero en el hogar de Balaam (¿alguna parte cerca del Éufrates?) y 
			luego en el camino a Moab, un Ángel de Dios (la palabra en hebreo, 
			Mal’ach, significa literalmente ‘emisario’) aparece y se involucra 
			en los procedimientos; a veces visible y a veces invisible. El Ángel 
			permitió que Balaam aceptara la asignación sólo después de estar 
			seguro que Balaam comprendió que sólo iba a ser un emisario divino. 
			Confusamente, Balaam llama a Yahveh ‘mi Dios’ cuando repite esta 
			condición, primero a los embajadores del rey y luego al rey moabita 
			mismo.
 
			Se arregló entonces una serie de sesiones oraculares. El rey llevó a 
			Balaam a la cima de una colina desde donde se veía todo el 
			campamento israelita, y en donde por directrices de Balaam erigió 
			siete altares, sacrificó siete novillos y siete carneros, y esperó 
			el oráculo; pero desde la boca de Balaam no surgieron palabras de 
			acusación sino de alabanza por los israelitas.
 
			El persistente rey moabita lleva entonces a Balaam a otro monte, 
			desde el cual sólo el borde del campamento podía ser visto, y se 
			repite el procedimiento por vez segunda.
 
			  
			Pero nuevamente el oráculo 
			de Balaam bendice más que maldecir a los israelitas:  
				
				‘los veo venir 
			desde Egipto protegidos por un dios con cuernos de carnero 
			desplegados,’ dice—‘es una nación destinada a reinar, una nación que 
			se levantará como un león.’ 
			Determinado a tratar de nuevo, el rey ahora llevó a Balaam a una 
			colina que encara al desierto, mirando lejos del campamento 
			israelita; ‘quizá los dioses te permitan aquí sentenciar 
			maldiciones,’ dijo. Siete altares son una vez más erigidos, sobre 
			los cuales siete novillos y siete carneros son sacrificados. Pero 
			Balaam ahora ve a los israelitas y su futuro no con ojo humano sino 
			en ‘una visión divina.’ Por segunda vez ve a la nación protegida, 
			desde que salió de Egipto, por un dios con cuernos de carnero 
			abiertos, y presagia Israel como una nación que ‘se levantará como 
			un león.’ 
			Cuando el rey moabita protesta, Balaam le explica que sin importar 
			cuánto oro o plata sean ofrendados, él sólo puede proferir las 
			palabras que dios pone en su boca. De modo que el frustrado rey 
			desiste y deja ir a Balaam.
 
			  
			Pero ahora Balaam le ofrece al rey un 
			consejo gratis: Deja que te diga lo que trae el futuro, le dice al 
			rey—‘lo que ocurrirá con esta nación y tu gente al fin de los 
			días.’—y procede a describirle la visión divina del futuro 
			relacionándolo con una ‘estrella’: 
				
					
					Lo veo, aunque no para ahora, 
					lo diviso, pero no de cerca:
 de Jacob avanza una estrella,
 un cetro surge de Israel.
 Aplasta las sienes de Moab,
 el cráneo de todos los hijos de Set.
 Números 24: 17
 
			Balaam entonces dio la vuelta y enfocó sus ojos sobre los edomitas, 
			amalequitas, kenitas, y otras naciones cananeas, y ahí mismo 
			pronunció un oráculo: Aquellos que sobrevivieran a la ira de Jacob 
			caerán en manos de Asiria, luego vendrá el turno de Asiria, y 
			perecerá para siempre. Y habiendo pronunciado este oráculo, ‘Balaam 
			se levantó y volvió a su sitio, y lo mismo hizo Balak. 
			Aunque el episodio de Balaam ha sido naturalmente objeto de 
			discusión y debate de académicos teológicos y bíblicos, permanece 
			incomprensible y sin resolver. El texto cambia sin esfuerzo entre 
			referencias a los Elohim—‘dioses’ en plural—y Yahveh, el Dios único, 
			como la Presencia Divina.
 
			Trasgrede de forma grave la más fundamental prohibición bíblica al 
			aplicarle al Dios que sacó a los israelitas de Egipto una imagen 
			física, y luego acrecienta la transgresión al visualizarlo en la 
			imagen de ‘un carnero con cuernos extendidos’— ¡imagen que había 
			sido la representación egipcia de Amon (Fig. 71)!
 
			 
			Figura 71
 
			La actitud 
			aprobatoria hacia un vidente profesional en una Biblia que prohibió 
			la videncia, el conjuro y todo eso, añadido a que todo el cuento era 
			originalmente, una historia no-israelita, y que sin embargo la 
			Biblia lo incorpore y le dedique un espacio sustancial, hace sentir 
			que el incidente y su mensaje debieron haber sido considerados un 
			preludio significativo a la posesión israelita de la Tierra 
			Prometida. 
			El texto sugiere que Balaam era un arameo, residente en algún lugar 
			río Éufrates arriba; sus oráculos proféticos abarcaron desde el 
			destino de los Hijos de Jacob al lugar de Israel entre las naciones 
			a oráculos referente al futuro de tales otras naciones—incluso de la 
			distante y aun-por-venir Asiria imperial.
 Los oráculos eran por consiguiente una expresión de amplias 
			expectativas no-israelitas en ese momento. Al incluir el relato, la 
			Biblia combinó el destino israelita con las expectativas universales 
			de la Humanidad.
 
			Aquellas expectativas, indica el relato de Balaam, fueron 
			canalizadas en dos senderos—el ciclo zodiacal en una mano, y el 
			curso de la Estrella Retornante en la otra mano.
 
			Las referencias zodiacales son más fuertes al mirar la Era del 
			Carnero (¡y su dios!) en el tiempo del Éxodo, y se hizo oracular y 
			profética cuando el Vidente Balaam visualizó el Futuro, cuando los 
			símbolos de las constelaciones zodiacales del Toro y el Carnero 
			(‘novillos y carneros para sacrificios en septenas’) y el León 
			(‘cuando la trompeta real sea oída en Israel’) son invocados 
			(Números, cap. 23). Y es cuando visualizando el futuro distante que 
			el texto de Balaam emplea el significante término Al fin de los días 
			como el tiempo al cual aplicar los oráculos proféticos (Números 24: 
			14).
 
			El término liga directamente estas profecías no-israelitas al 
			destino de la descendencia de Jacob porque fue empleado por Jacob 
			mismo cuando yace en su lecho de muerte y reúne a sus hijos a que 
			escuchen oráculos del futuro (Génesis; 49) ‘Venid y reúnanse todos,’ 
			dijo, ‘que les anunciaré lo que os ha de acontecer al final de los 
			Días.’ Muchos consideran que estos oráculos, señalados 
			individualmente para cada uno de las futuras Tribus de Israel, 
			tienen relación con las doce constelaciones zodiacales. ¿Y qué hay 
			de la Estrella de Jacob—una visión explícita de Balaam?
 
			Durante las discusiones bíblicas académicas, es usualmente 
			considerado un contexto astrológico más que astronómico, y más a 
			menudo que lo contrario, la tendencia ha sido considerar la 
			referencia a la ‘Estrella de Jacob’ como algo puramente figurativo. 
			¿Pero qué si la referencia fuera de verdad a una ‘estrella’ 
			recorriendo su órbita—un planeta visto proféticamente aunque aun no 
			resulte visible?
 
			¿Qué si Balaam, como Akenaton, estaba hablando del retorno, la 
			reaparición, de 
			Nibiru? Tal retorno, debe ser comprendido, sería un 
			evento extraordinario que ocurre sólo en algunos milenios, un hecho 
			que repetidamente ha significado las más profundas particiones de 
			aguas en los asuntos de dioses y de hombres.
 
 Esto no es un asunto retórico. De hecho, los acontecimientos en 
			marcha fueron indicando de forma creciente que un suceso 
			tremendamente significativo estaba en perspectiva. Dentro de un 
			siglo más o menos las preocupaciones y predicciones en relación al 
			Planeta que Vuelve que hallamos en los relatos del Éxodo, Balaam, y 
			Akenaton de Egipto, Babilonia misma, comenzaron a entregar evidencia 
			de tales expectativas de amplio rango, y la clave más prominente 
			estaba en el Signo de la Cruz.
 
			En Babilonia, era el tiempo de la dinastía Kasita, de la cual hemos 
			escrito antes. Poco ha quedado de su reino en Babilonia misma, y 
			como fue señalado sus reyes no brillaron por su excelencia en 
			guardar archivos reales. Pero dejaron tras de sí descripciones 
			habladas—y correspondencia internacional de cartas en tablillas de 
			arcilla.
 
			Fue en las ruinas de Akhet-Aton, la capital de Akenaton—un sitio 
			ahora conocido como Tell el-Amarna en Egipto—que las famosas 
			‘Tablillas el-Amarna’ fueron descubiertas. De las 380 tablillas, 
			todas excepto tres fueron inscritas en lenguaje acadio, el cual era 
			entonces el idioma de la diplomacia internacional.
 Mientras algunas de las tablillas representaban copias de cartas 
			reales enviadas desde la corte egipcia, el bulto fueron por lo 
			general cartas recibidas de reinos extranjeros.
 
			¡El ‘caché’ [término informático] fue el archivo diplomático real de 
			Akenaton, y las tablillas era predominantemente correspondencia que 
			había recibido de los reyes de Babilonia!
 
			¿Empleó Akenaton estos intercambios de cartas con sus contrapartes 
			en Babilonia para decirles de su recién fundada religión de Aton?
 
			  
			No 
			lo sabemos en realidad, porque todo lo que tenemos son cartas del 
			rey de Babilonia a Akenaton en donde se queja que el oro enviado fue 
			hallado exiguo en peso, que sus embajadores fueron robados camino a 
			Egipto, o que el rey egipcio olvidó preguntar por su salud.  
			  
			A pesar 
			de los frecuentes intercambios de embajadores y otros emisarios, así 
			como el saludo al rey de Egipto ‘mi hermano’ por parte del rey 
			babilonio, debe llevar a una conclusión que la jerarquía en 
			Babilonia estaba totalmente al tanto de las movidas religiosas en 
			Egipto; y si Babilonia se preguntó ‘¿qué es toda esta conmoción por 
			este ‘Ra como una Estrella que Vuelve?’ Babilonia debió darse cuenta 
			que era una referencia a Marduk como el Planeta que Vuelve’—Nibiru 
			en retorno orbital. 
			Con la tradición de observaciones celestiales mucho más antiguas y 
			más avanzadas en Mesopotamia que en Egipto, es por supuesto posible 
			que los astrónomos reales de Babilonia hayan llegado a conclusiones 
			en relación al retorno de Nibiru sin ayuda egipcia, e incluso antes 
			que ellos. Que eso es posible, quedó claro cuando en el siglo 
			treceavo a.C. los reyes kasitas de Babilonia comenzaron a señalar, 
			en una variedad de formas, sus propios cambios religiosos 
			fundamentales.
 
			En 1260 a.C. un Nuevo rey ascendió al trono de Babilonia y adoptó el 
			nombre Kadashman-Enlil—un nombre teofórico que sorprendentemente 
			venera a Enlil. No fue un gesto de pase, porque fue seguido en el 
			trono, durante el siguiente siglo, por reyes kasitas que emplearon 
			nombres teofóricos venerando no sólo a Enlil sino también a Adad—un 
			sorpresivo gesto que sugiere un deseo de reconciliación divina. Que 
			algo inusual era esperado y más tarde evidenciado en monumentos 
			conmemorativos llamados kudurru—‘piedras redondeadas’—que fueron 
			colocadas como marcadores fronterizos.
 
			 
			Figura 72 
			  
			Inscritas con un texto que 
			señala los términos del tratado de límites (o tierra otorgada) y los 
			juramentos realizados para conservarlos, los kudurrus eran 
			santificados mediante símbolos de los dioses celestiales. Los 
			símbolos zodiacales divinos—los doce—eran representados con 
			frecuencia (Fig. 72); orbitando sobre ellos estaban los emblemas del 
			Sol, la Luna, y Nibiru.  
			  
			En otra descripción (Fig. 73), Nibiru es 
			mostrado en compañía de la Tierra el séptimo planeta) y la Luna (y 
			el cortador umbilical, símbolo de Ninmah).  
			
			 Figura 73
 
			  
			De manera significativa, Nibiru ya no era más descrito como el 
			símbolo del Disco Alado, sino más bien en una nueva forma—como el 
			planeta de la cruz radiante—acomodando su descripción por los 
			sumerios de los ‘Viejos Días’ como un planeta radiante que se 
			convierte en el ‘Planeta del Cruce.’ 
			Esta forma de mostrar un largamente-no-observado Nibiru mediante un 
			símbolo de una cruz radiante comenzó a hacerlo más común, y pronto 
			los reyes kasitas de Babilonia simplificaron el símbolo a sólo el 
			Signo de la Cruz, reemplazando con él el símbolo del Disco Alado en 
			sus sellos reales (Fig. 74).
 
			 
			Figura 74
 
			Este símbolo de cruz, muy semejante a 
			la posterior Cruz de Malta’ cristiana, es conocida en los estudios 
			de glifos antiguos como una ‘Cruz Kassita.’ Como indican otras 
			representaciones, el símbolo de la cruz era para un planeta 
			diferente del Sol, que se muestra separadamente junto con la Luna 
			creciente y la estrella de seis puntas. (Fig. 75).  
			 Cuando comenzó el primer milenio a.C., el Signo de la Cruz de Nibiru 
			se esparció desde Babilonia al diseño de sellos en tierras cercanas.
 
			 
			Figura 75
 
			 En ausencia de textos kasitas religiosos o literarios, es cosa de 
			conjeturas cuáles expectativas mesiánicas pueden haber acompañado a 
			estos cambios representados. Donde sea que estaban, intensificaron 
			la ferocidad de los ataques de los estados enlilitas—Asiria, 
			Elam—sobre Babilonia y su oposición a la hegemonía de Marduk. Esos 
			ataques retrasaron, pero no previnieron, la eventual adopción del 
			Signo de la Cruz en Asiria misma. Como revelan monumentos reales, 
			era usada, muy conspicuamente, por los reyes asirios en sus pechos, 
			cerca del corazón (Fig. 76) —de la manera como hacen hoy los devotos 
			católicos. 
			
			 Figura 76
 
			  
			 Religiosa y astronómicamente, fue un gesto muy significante. Que era 
			además una abierta manifestación sugerida por el hecho que en 
			Egipto, también, se hallaron representaciones de un rey-dios usando, 
			como su contraparte asiria, el signo de la cruz en su pecho (Fig. 
			77) 
			La adopción del Signo de la Cruz como emblema de Nibiru, en 
			Babilonia, Asiria, y en otros sitios, no fue una renovación 
			sorprendente. El signo había sido empleado antes—por los sumerios y 
			acadianos.
 
			  
			‘¡Nibiru—dejemos que ‘Cruce’ sea su nombre!’ señala la 
			Epopeya de la Creación; y de acuerdo a su
			símbolo, la cruz, había sido empleado en los glifos sumerios para 
			denotar a Nibiru, pero entonces siempre significaba su Retorno a la 
			visibilidad. 
			
			 Figura 77
 
			  
			El Enuma Elish, Epopeya de la Creación, establece con claridad que 
			después de la batalla celestial con Tiamat, el Invasor hizo una gran 
			órbita alrededor del Sol y volvió a la escena del combate. 
			Como Tiamat orbitaba al Sol en un plano llamado la Eclíptica (como 
			lo hacen otros miembros de la familia planetaria de nuestro Sol), es 
			a ese sitio en el cielo que debe regresar el Invasor; y cuando eso 
			sucede, órbita tras órbita, he aquí que cruza el plano de la 
			eclíptica.
 
			  
			Una manera simple de ilustrar esto sería mostrar el plano 
			orbital del bien-conocido Cometa Halley (Fig. 78), la cual emula a 
			escala muy reducida la órbita de Nibiru: su inclinada órbita lo 
			trae, cuando se acerca al Sol, desde el sur, desde abajo la 
			eclíptica, cerca de Urano.  
			  
			Se arquea sobre la eclíptica y da la 
			vuelta alrededor del Sol, diciendo ‘Hola’ a Saturno, Júpiter, y 
			Marte; entonces desciende y cruza la eclíptica cerca del sitio de la 
			Batalla Celestial de Nibiru con Tiamat—el Cruce (marcado ‘X?)—y 
			luego se va, sólo para volver cuando su Destino orbital señala. 
			 
			Figura 78 
			  
			Ese punto, en el cielo y en el tiempo, es El Cruce—es entonces, 
			señala el  
			
			Enuma elish, que el planeta de los 
			Anunnaki se convierte 
			en el Planeta del Cruce: 
				
					
						
						Planeta NIBIRU: Cruce de caminos de Cielo y la Tierra ocupará…
 
						Planeta NIBIRU:
 El mantiene la posición central…
 
						Planeta NIBIRU:
 Es aquel que sin fatiga
 el medio de Tiamat sigue atravesando;
 ¡dejemos que ‘Cruce’ sea su nombre!
 
			Los textos sumerios que tratan con sucesos agrarios en la saga de la 
			Humanidad proveen indicaciones específicas en relación a las 
			periódicas apariciones del Planeta de los Anunnaki—cada 3600 años 
			aproximadamente—y siempre en conjunciones cruciales en la Tierra y a 
			historia de la Humanidad. Fue en una época tal que el planeta que 
			fue llamado Nibiru, y su descripción en glifo—incluso en los 
			antiguos tiempos sumerios—era la cruz. 
			Ese registro comienza con el Diluvio. Algunos textos que tratan del 
			Diluvio asocian la inundante catástrofe con la aparición del dios 
			celestial, Nibiru, en la Era del León (cerca de 10.900 a.C.) —fue en 
			‘la constelación de Leo que los dioses midieron las aguas de la 
			profundidad,’ dijo un texto.
 
			  
			Otros textos describen la aparición de Nibiru en el Diluvio como una estrella radiante, y es representada 
			de acuerdo a eso (Fig. 79) — 
				
						
						 
						Figura 79 
					  
					Cuando salgan gritando ‘¡Inundación!’Es el dios Nibiru…
 Señor cuya brillante corona está cargada de terror;
 Diariamente en Leo es un fuego.
 
			El planeta volvió, reapareció, y de nuevo se convirtió en ‘Nibiru’ 
			cuando a la humanidad le fue concedido el trabajo agrícola y 
			agrario, en la mitad del octavo milenio a.C.; hubo representaciones 
			(en sellos cilíndricos) que ilustraron el comienzo de la 
			agricultura, para lo cual usaron el Signo de la Cruz para mostrar a 
			Nibiru visible en los cielos de la Tierra (Fig. 80). 
			 
			Figura 80 
			  
			Finalmente y más memorable para los sumerios, el planeta fue visible 
			una vez más cuando Anu y Antu vinieron a la Tierra en visita de 
			estado cerca del 4000 a.C., en la Era del Toro (Tauro). La ciudad 
			que fue conocida durante un milenio como Uruk fue fundada en su 
			honor, un zigurat fue erigido, y cuando el cielo nocturno se 
			oscurecía, desde sus pisos era observada la aparición de los 
			planetas en el horizonte.  
			  
			Cuando Nibiru se hizo visible, se escuchó 
			un griterío:  
				
				‘¡La imagen del Creador ha aparecido!’ y todos los 
			presentes rompieron en cantos de himnos para alabar al ‘planeta del 
			Señor Anu.’ 
			La aparición de Nibiru al comienzo de la Era de Tauro significa que 
			para el tiempo del amanecer solar—cuando el amanecer comienza pero 
			aún se pueden ver las estrellas—la constelación del fondo era Tauro. 
			 
			  
			Pero el movedizo Nibiru, hacía un arco en los cielos mientras rodea 
			al Sol, y pronto descendía de vuelta para cruzar el plano planetario 
			(eclíptica’) en el punto del Cruce.  
			  
			Ahí el cruce era observado 
			contra el fondo de la constelación de Leo. Algunas representaciones, 
			en sellos de cilindro y en tablillas astronómicas, emplearon el 
			símbolo de cruz para señalar la llegada de Nibiru cuando la Tierra 
			estaba en
			la Era del Toro y su cruce fue observado en la constelación del León 
			(dibujo en sello cilíndrico, Fig. 81, y como ilustrada en Fig. 82). 
			 
			Figura 81
 
			
			 Figura 82
 
			  
			De este modo el cambio desde el símbolo Disco Alado al Signo de la 
			Cruz no fue una innovación; estaba revirtiendo a la forma en la cual 
			el Señor Celestial fue representado en tiempos anteriores—pero sólo 
			cuando en su gran órbita cruza la eclíptica y se convierte en 
			‘Nibiru.’ 
			Como en el pasado, la renovada manifestación del Signo de la Cruz 
			significa reaparición, de vuelta a la vista, RETORNO
 
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