por Carlos Sánchez
23 Septiembre 2025
del Sitio Web BrownstoneEsp









La ciencia,

al igual que el dinero,

se ha convertido en una pura superstición,

en una monstruosa estructura tecnocrática

en la que el método científico sólo sirve a un propósito:

ganar dinero...




Como sabéis, la semana pasada tuve la oportunidad de entrevistar a Aaron Siri, cuyo trabajo como abogado por los derechos civiles y el consentimiento informado está alcanzando fama mundial.

 

Su hoja de servicios habla por sí sola:

Siri fue abogado de Robert F. Kennedy - hoy Secretario del HHS - y representante legal de la plataforma por la protección del consentimiento informado ICAN, así como de la de afectados por los efectos adversos de los nefastos inóculos COVID, entre los que se encuentra la niña Maddie de Garay, quien tras prestarse a participar en el ensayo clínico de Pfizer, quedó postrada en una silla de ruedas necesitada de alimentación asistida.

Un caso doblemente sangrante, no sólo por sus graves consecuencias, sino por la infamia de que efectos adversos de semejante gravedad no se incluyesen en los resultados de los ensayos clínicos.

 

Repitan conmigo:

las vacunas son seguras y eficaces.........

Este mantra, tantas veces oído en boca de expertos presuntos, ha ido derivando en una suerte de letanía, un peaje a pagar si se quiere mantener la condición de experto.

 

Cada día resulta menos verosímil, a menudo incluso ridículo, pero si algo le debemos agradecer a la contumacia de los expertos durante la crisis del COVID, es precisamente haber servido para inocular el germen de la sospecha sobre el modus operandi habitual de los prebostes de la Big Pharma.

 

Así las cosas, la entrevista con Aaron Siri no ha podido llegar en un momento más oportuno:

  • en primer lugar, por la presentación de su libro Vaccines, Amen, en el que Siri desmonta, con la evidencia acumulada durante años en su práctica jurídica, la sacralización que rodea a la narrativa vacunal

     

  • pero de manera más significativa, por su histórica comparecencia del día 9 de septiembre en la Comisión del Senado de EE.UU., cuyo título no puede resultar más esclarecedor:

"Cómo la corrupción de la ciencia ha impactado la percepción pública y las políticas respecto a las vacunas".

En su exposición inicial, Siri presentaba los resultados de un estudio, ignoto hasta la fecha, dirigido por el Dr. Marcus Zervos, Jefe del Departamento de Enfermedades Infecciosas del prestigioso Centro Médico Henry Ford, de cuyos resultados se desprende una preocupante relación entre el calendario vacunal infantil y la prevalencia de enfermedades crónicas entre los niños en Estados Unidos.

 

Los datos del estudio (que pueden leer aquí) son contundentes:

analizada una cohorte de 18.468 niños (16.511 expuestos a una o más vacunas y 1.957 no expuestos a ninguna), el estudio reveló un aumento significativo en el riesgo de desarrollar enfermedades crónicas en el grupo vacunado.

En concreto, la exposición a la vacunación se asoció con un aumento general de 2.53 veces en la probabilidad de desarrollar una enfermedad crónica.

 

Los datos comparativos son ciertamente preocupantes: después de 10 años, sólo el 43% de los niños vacunados estaban libres de problemas crónicos, frente al 83% de los no vacunados.

 

Entre las condiciones específicas, el riesgo fue notablemente superior en el grupo vacunado:

  • 5.53 veces mayor riesgo de desarrollar trastornos neurológicos

  • 4.25 veces para el asma

  • 4.79 veces para la enfermedades autoinmunes, etc.

Son sólo algunos de los datos presentados, suficientes como para elevar la voz de alarma entre la comunidad médica, y sin embargo, en cuanto se acabó el estudio, este se metió en un cajón.

 

¿Por qué?

Para responder a esta pregunta, es fundamental entender la intrahistoria que subyace.

 

En primer lugar, hay que preguntarse por qué el Dr. Zervos y su segunda, la Dra. (Lois) Lamerato, Jefa de la División de Gestión de Estudios del Centro Henry Ford, a la sazón responsable de los estudios anuales de vigilancia de la influenza y de la efectividad de vacunas financiados por los CDC, decidieron embarcarse en semejante proyecto.

 

Tanto Zervos como Lamerato, atendieron a la petición de Aaron Siri y el mediático Del Bigtree, presentador de The High Wire, de llevar a cabo un estudio sobre la seguridad de las vacunas del calendario infantil, de tal modo que se cerrase por fin la boca a los antivacunas, de una vez por todas.

 

Ese era el espíritu inicial del estudio...

 

Porque lo cierto es que, pese a lo que diga el oficialismo, nunca se había llevado a término un estudio de estas características, en el que se contase de verdad con un grupo de control no expuesto previamente a ninguna vacuna.

Como es natural, de la lectura del currículum de los doctores mencionados no cabe inferir una pulsión favorable al desprestigio de las vacunas, y sin embargo llevaron el estudio hasta sus penúltimas consecuencias, y digo penúltimas, porque, tras comprobar que los resultados obtenidos no encajaban con el sacramento vacunal, decidieron "meter el estudio en un cajón"...

  • quizás no querían ser señalados por sus colegas, etiquetados como "peligrosos" antivacunas

     

  • quizás no querían perder su cómoda posición en el establishment, conseguida tras años de abnegada dedicación

     

  • quizás no quisieron comprometer los fondos que esperaban recibir de los CDC para desarrollar ensayos clínicos de las inyecciones COVID de Johnson y Moderna...

Los motivos que llevaron a Zervos a sepultar en el olvido el estudio, lamentablemente no han trascendido, pero el caso es que así fue como ocurrió, y ese es precisamente el inmenso valor de este estudio, único en su especie.

 

Así habría quedado la cosa, de no ser por la persistencia de Aaron Siri, conocedor de su singularidad.

 

Entendemos que fue Siri quien puso en conocimiento del Senador Ron Johnson la existencia del estudio, y fue por ello que Johnson, haciendo uso de su prerrogativa como presidente de la Comisión del Senado sobre la corrupción en la ciencia,

obligó a Zervos y Lamerato a entregar el documento, que por fin vio la luz el 9 de septiembre de este año.

El ingrato papel de contraparte en la audiencia pública, solicitada por el senador Richard Blumenthal, un halcón pasillero del Deep State, a quien lo mismo se le puede ver arengando a las tropas ucranianas que ocultando los peores vicios de la Big Pharma, correspondió al Dr. Jake Scott, un experto presunto en enfermedades infecciosas de la Universidad de Stanford, bien conocido por su defensa a ultranza de los inóculos COVID, y por su pretendida lucha contra la desinformación médica.

 

La impostada imagen de solvencia proyectada durante su declaración inicial, poco a poco se fue desvaneciendo como un azucarillo en un café recién hecho.

 

Scott arrancó con notable aplomo, afirmando con vehemencia barroca, entre muecas de suficiencia, que el estudio era "defectuoso por diseño".

 

El argumento era simple:

el estudio estaba sesgado ya que los niños no vacunados iban menos al médico, y por tanto, la prevalencia de enfermedades crónicas estaba infrarrepresentada en el estudio.

No me dirán ustedes que no es fantástico:

expertos presuntos, prohombres del sistema culpándose entre sí de sesgar estudios en detrimento de la industria, ya que, a fin de cuentas, era al Dr. Zervos (o más bien a su estudio) a quien Scott estaba difamando ante millones de estadounidenses.

"Jaque mate, Siri", pensaría el buen hombre.

 

No imaginaba el presunto experto lo larga que se le iba a hacer aquella comparecencia.

La estrategia de Siri no requería mayor arma que los propios datos del estudio, los de Zervos, uno de los suyos, un hombre de 'ciencia'.

El argumento de Siri fue tan devastador, que no encontró réplica en su contrario, abrumado por su propia ignorancia específica.

 

Si bien es cierto que los niños no vacunados sanos iban menos al médico de manera general que los vacunados (7 veces al año los vacunados por 2 de los no vacunados), cuando los niños no vacunados desarrollaban alguna condición crónica, la cifra de visitas anuales al médico subía a 5.

 

La comparación de los promedios sugirió que cuando un niño no expuesto desarrollaba una condición crónica, sus padres buscaban atención médica, tal como lo demuestra el aumento de 2 a casi 5 encuentros anuales.

 

Análogamente, Aaron Siri desmanteló la otra estrategia estrella de Scott, que presentó infructuosamente un análisis de 661 estudios con los que pretendidamente buscaba demostrar que las vacunas del calendario infantil sí se habían probado con grupos de control con placebo inerte, esto es, inocuo.

En su respuesta, Siri destripó la estrategia, demostrando uno a uno que los estudios presentados por Scott,

  • o bien no usaban placebos inertes, como solución salina, sino otros productos farmacéuticos, adyuvantes o incluso otras vacunas, ocultando los riesgos reales

     

  • o bien eran ensayos sobre vacunas que no formaban parte del calendario infantil...

Siri redujo la lista de Scott a sólo tres, que además, tampoco usaban placebo inerte.

 

Ante la estupefacción de Scott, Siri desarticulaba su estrategia. A partir de ese momento, un Scott visiblemente noqueado no pudo hacer mucho más que balbucear el resto de la comparecencia.

 

Cuando llegaron las preguntas del Senador Ron Johnson sobre efectos adversos de los productos ARNm, Scott no era capaz de articular palabra.

 

Johnson hizo preguntas bien concisas:

  • preguntó sobre la biodistribución del ARNm de la vacuna

  • preguntó sobre el efecto de la pseudouridina sintética y las nanoparticulas lipídicas en la producción de proteína spike

  • preguntó sobre la degradación del ARNm...

El experto presunto no era capaz de contestar a nada, porque ¡ignoraba todo...!

 

El prestigio de Scott se desmoronaba cual castillo de naipes. El experto presunto fue despojado violentamente de la presunción de conocimiento ante los ojos de millones de personas.

En su turno de palabra, un despistado Blumenthal, en un vano intento fruto de la desesperación, tiró del vulgar recurso del ad hominem, que como ustedes bien saben, es la manera más zafia de argumentación, inquiriendo a Siri si éste era médico, o inmunólogo, o virólogo, indisimuladamente buscando su desprestigio como ponente.

 

Una pregunta absurda, ya que Aaron Siri comparecía en calidad de abogado y conocedor del estudio y del iter de publicación, y no de experto médico.

 

El letrado, sin alterar el rictus ni un ápice replicó con una frase para la posteridad que reclama ser cincelada en mármol:

"Tengo que hacer mis afirmaciones basándome en la evidencia real cuando voy a los juzgados. No puedo depender de títulos.

 

Prefiero no ser médico, porque prefiero confiar en la evidencia, no en eslóganes como los que hemos estado escuchando".

Sin saberlo, y muy posiblemente sin pretenderlo, Siri sentaba doctrina.

 

Había encontrado la manera más eficaz de contrarrestar la presunción de conocimiento, de atacar la atalaya de cartón piedra en que se ha instalado la curia médica, tristemente ungida de propiedades místicas en tiempos del COVID.

 

La cadena de confianza se ha roto, quien sabe si definitivamente.

 

Porque, a fin de cuentas, lo que comúnmente se conoce como "ciencia" era eso,

una maquinaria religiosa engrasada por las farmacéuticas, en la que los sumos sacerdotes del credo administran la ortodoxia alopática en sus encíclicas 'peer reviewed', que por obra y gracia del milagro cientifista acaba siendo administrada a los fieles en forma de inyecciones, pastillas, enemas, o toda suerte de maneras creativas de colonización del cuerpo.

De la presunción de veracidad del paper, a la presunción de conocimiento de su ejército acrítico de dispensadores de fármacos.

 

Y lo más importante:

ningún sacerdote que quiera mejorar su posición en la curia farmacéutica osará a poner en peligro la fe en el único Dios verdadero:

¡el beneficio industrial...!

Nunca se trató de ciencia, en realidad.

 

La ciencia, al igual que el dinero, se ha convertido en una pura superstición, en una monstruosa estructura tecnocrática en la que el método científico sólo sirve a un propósito:

ganar dinero...

El vil metal infecta todo aquello a lo que llaman progreso, hasta el punto de hacernos vivir subyugados a cientos de dogmas delirantes que condicionan nuestra vida hasta el paroxismo, siempre 'por nuestro bien'...

 

Sin embargo, hemos aprendido a no ponerlo en duda, porque, al fin y al cabo, no somos científicos.

 

Hemos sido adiestrados en la indefensión aprendida, en la confianza ciega en las bondades del sistema, en la renuncia total de nuestra autonomía de la voluntad, de modo que cualquier mercachifle que se nos ponga delante, cualquier vendedor de crecepelo venido a más parapetado tras un título académico,

podrá hacernos creer cualquier dislate, desactivando la única herramienta intelectual que nos puede permitir romper el hechizo de la presunción de conocimiento...:

¡la capacidad crítica...!