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  por Jorge Alvarez
 04 Septiembre 2016
 
			del Sitio Web
			
			LaBrujulaVerde
 
 
			  
			  
			
			 
			  
			  
			1576 fue especialmente pródigo en descubrimientos:
 
				
					
					
					el navegante portugués Paulo 
					dias de Novais fundaba en la costa atlántica de África 
					una factoría que con el tiempo se convertiría en Luanda, la 
					actual capital de Angola  
					
					el marino inglés Martin 
					Frobisher llegaba a Groenlandia y, en el mismo viaje, 
					descubría el estrecho que lleva su nombre  
					
					los españoles también hicieron 
					sus aportaciones, pues Diego García de Palacio 
					enviaba una carta de relación a Felipe II informándole sobre 
					la exploración de la provincia de Guatemala y en el texto se 
					hacía la primera alusión documental a una ciudad maya 
					conocida como Xukpi, actualmente conocida como Copán y 
					ubicada en Honduras 
			En ese último sentido, España también 
			fue la responsable de un curioso descubrimiento más al sur, en aquel 
			territorio que más tarde sería institucionalizado como 
			Gobernación del Río de la Plata (luego Virreinato del Río de la 
			Plata y, más tarde, hasta hoy, Argentina), pero que entonces todavía 
			era una región del Perú a medio conquistar donde apenas había unos 
			pocos asentamientos como Sancti Espiritus, Santiago de Estero y 
			Córdoba (Buenos Aires había sido abandonada y se refundaría en 
			1580).
 Aquel año, en ese vasto territorio, una partida de exploración 
			española se internó en Otumpa, lo que hoy es la parte meridional (o 
			Austral, como de hecho, se llama) de la provincia norteña del Chaco, 
			entonces una región que las tribus locales llamaban Piguem Nonraltá.
 
			  
			El significado de esa expresión es 
			Campo del Cielo y los pueblos del entorno se lo pusieron 
			basándose en dos leyendas distintas: 
				
				los tobas o qom, mocovíes y abipones 
				(tres ramas del mismo tronco guaicurúa) contaban que el sol 
				había llorado sobre ellos enormes lágrimas de piedra con las que 
				había fertilizado la tierra, mientras que los matacos (wichis) 
				identificaban aquellos colosos pétreos con pedazos de la Luna, 
				arrancados por jaguares pero con el mismo resultado positivo 
				sobre el suelo. 
			  
			
			 
			Mapa de la provincia 
			de El Chaco
 
			A los conquistadores les interesaban esas historias porque habían 
			podido comprobar que las puntas de flecha y las boleadoras de los 
			indígenas eran de hierro, por lo que pensaron que había yacimientos 
			de ese mineral, de manera que el gobernador de Tucumán, Gonzalo 
			de Abreu y Figueroa, encargó investigarlo al capitán Hernán 
			Mejía de Mirabal.
 
			  
			Este veterano del bando realista contra 
			las huestes pizarristas en las guerras del Perú, y más tarde en las 
			calchaquíes para someter a los diaguitas, se puso en marcha 
			acompañado de una decena de soldados y un grupo de indios 
			chiriguanos que le hicieron de guía.  
			  
			La columna alcanzó aquella llanura 
			boscosa en busca de lo que pronto constituiría uno de aquellos mitos 
			que se formaban a base de juntar leyendas aborígenes, habladurías y 
			un leve poso de realidad:  
				
				el Mesón de Fierro, la fabulosa mina 
				de donde los indios extraían el hierro. 
			
  
 
			En realidad se trataba de un área de unos 19 kilómetros de largo por 
			3 de ancho horadada por 27 cráteres, por la que se diseminaba 
			multitud de fragmentos de un meteorito que había llegado a la Tierra 
			cuatro o cinco milenios antes, rompiéndose en pedazos al entrar en 
			la atmósfera y provocando aquella lluvia de lágrimas de la que 
			hablaba la tradición nativa.
 
			  
			Alguna de aquellas huellas circulares 
			mide 115 metros de diámetro, pero también hay agujeros que penetran 
			en el subsuelo hasta 8 metros, dejando tras de sí una marca de 
			arrastre de 25 por la velocidad del impacto, calculada en 140.000 
			kilómetros por hora.  
			  
			Ello puede dar una idea de las 
			dimensiones que tendría la roca original: las estimaciones apuntan a 
			unas 600 toneladas, de las que la mitad se calcinaron con el choque 
			atmosférico.
 Hay miles de fragmentos, unos minúsculos y otros más grandes:
 
				
				el mayor recuperado hasta la fecha, 
				en 1969 y bautizado como El Chaco, pesa 37 toneladas y es el 
				segundo del mundo sólo por detrás
				
				del Hoba de Namibia, estando el 
				conjunto expuesto al saqueo continuo (en 1990 incluso se produjo 
				un intento de robo de El Chaco).  
			Es curioso porque, frente a esa codicia 
			moderna, los españoles se sintieron decepcionados al no encontrarle 
			la utilidad esperada a aquella enorme roca grisácea que Mejía supuso 
			de plata y a la que también se conoció como Fierro del Chaco y 
			Meteorita. 
			  
			No había mina alguna y seguramente no 
			compensaba organizar una explotación para tan poca cantidad, así que 
			el Campo del Cielo quedó un tanto olvidado, hasta el punto de que ni 
			siquiera se consignaron las coordenadas con detalle.
 
			  
			
			 
			Meteorito El Chaco
 
			Así quedaron las cosas hasta 1774, año en que otro virrey organizó 
			una nueva expedición al mando de Francisco de Maguna.
 
			  
			Éste describió el meteorito como "una 
			gran barra o planchón de metal" y calculó que pesaría unos 500 
			quintales (23.000 kilos), reuniendo algunas muestras que se llevó 
			consigo y que, según los testimonios de la época, estaban compuestas 
			por, 
				
				"una quinta parte de plata y el 
				resto fierro de extraordinaria pureza".  
			En 1776 retornó al lugar, recogió más 
			mineral y levantó un plano, además de dibujar el citado "planchón”; 
			lamentablemente, esos documentos se han perdido.
 Los datos disponibles de la época fueron aportados por dos nuevas 
			misiones.
 
				
					
					
					La primera fue la del sargento 
					mayor Francisco de Ibarra, que visitó el sitio en 1779, 
					haciendo un nuevo plano y registrando todas las operaciones 
					en un diario.   
					
					La segunda corrió a cargo del 
					teniente de fragata Miguel Rubín de Celis en 1783, quien 
					fijó más exactamente altitud y latitud y movió El Chaco 
					mediante palancas para analizar su parte inferior, enviando 
					el preceptivo informe a España.  
			El marino estimó un peso mayor que el 
			calculado por Maguna, 900 quintales, y detalló las dimensiones: 2,89 
			x 1,28 x 1,37 metros.  
				
				"Una inmensa mesa de fierro que 
				sobresalía de la llanura" describió, de donde derivaría lo de 
				Mesón del Fierro. 
			  
			
			 
			Meteorito El Toba
 
			Unos años más tarde, parte de las muestras (arrancadas con pólvora) 
			se enviaron a la Royal Society of London for Improving Natural 
			Knowledge (Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia 
			Natural), donde un análisis científico demostró que procedían de 
			meteoritos y no de una erupción volcánica, como se había pensado.
 
			  
			Con el paso del tiempo fueron hallándose 
			otros fragmentos importantes, como el que encontró en 1803 Diego 
			Bravo de Rueda en Runa Pocito, de una tonelada, y varios más.  
			  
			Ya en la Argentina independiente, en 
			1923, apareció uno casi tan pesado como El Chaco - con 4.210 
			kilogramos de peso y al que se puso El Toba de nombre.  
			  
			De aquel que los españoles bautizaron 
			Mesón del Chaco no se ha vuelto a saber.
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