14. JUAN EL CRISTO


Mientras estudiábamos la vida de Leonardo da Vinci para averiguar si había sido el falsificador del Sudario de Turín, nos sorprendió la frecuente aparición de Juan el Bautista en aquélla. Fuese coincidencia o no, el Maestro estuvo en relación con infinidad de lugares consagrados a dicho santo, además de ser gran admirador suyo. El principal de todos ellos, su amada ciudad de Florencia, en cuyo corazón se alza un extraordinario baptisterio.

 

En 1995 lo visitamos con un equipo de rodaje de la BBC que realizaba un documental sobre el Sudario para la televisión; la mágica sigla funcionó como una especie de «ábrete sésamo», y nos permitieron entrar fuera de los horarios de visita del público. El baptisterio es una obra arquitectónica extraña, de planta octogonal, que data de los tiempos de la primera cruzada y es muy posible que su construcción se debiese a los templarios, quienes además de sus características iglesias de planta circular también promovieron la forma octogonal, de acuerdo con lo que creían había sido la planta del Templo de Salomón en Jerusalén.

 

Sobre todo deseábamos ver la única escultura conservada de Leonardo (aunque hecha a medias con Giovanni Francesco Rustici), puesta al exterior de esa singular edificación de ocho lados. Es una estatua de Juan el Bautista, naturalmente. Y como en todas las imágenes de Juan realizadas por Leonardo, lo vemos con el dedo índice derecho levantado.

Como hemos dicho, la Herejía Europea tiene al Bautista como uno de sus temas centrales, aunque se ha preferido mantener secretas las verdaderas razones de ello. En efecto, hace algunos años, cuando emprendimos nuestras pesquisas sobre el asunto, se echó de ver en seguida que tenía relación con los secretos internos de organizaciones corno los caballeros templarios y los francmasones. Pero en los tiempos actuales, ¿por qué interesa seguir guardando el misterio tan celosamente?


La imagen clásica cristiana de Juan el Bautista es de una notable simplicidad. Queda convenido que cuando bautizó a Jesús principió el ministerio de éste; más precisamente, dos de los Evangelios canónicos empiezan relatando la predicación de Juan a orillas del Jordán. El retrato de los autores representa a Juan como un predicador ascético pero de carácter ardiente, que abandonó su vida de anacoreta en el desierto para hablar al pueblo de Israel e instarle a arrepentirse de sus pecados y bautizarse. Desde el principio la figura humana de Juan según los evangelistas causa cierto desasosiego al lector actual, por lejana e intransigente; o mejor dicho, no vemos nada en los Evangelios que justifique la gran veneración prodigada al personaje por generaciones de heréticos... ni desde luego, nada susceptible de atraer a mentes privilegiadas como lo fue Leonardo da Vinci.


En suma los relatos evangélicos poco dicen acerca del Bautista. Que el rito administrado por él era un signo externo de arrepentimiento, y que muchos hicieron caso de su llamada y se bañaron en el Jordán. Entre ellos, el mismo Jesús.
 

Según Mateo, Marcos, Lucas y Juan, el Bautista proclamó que él no era más que el precursor del Mesías anunciado, y admitió que esa persona era Jesús. Cumplida su misión, desaparece casi por completo del panorama, si bien siguió bautizando durante algún tiempo, según dan a entender ciertos pasajes de los textos.


En el Evangelio de Lucas, Jesús y Juan son primos y el relato de la concepción y nacimiento del primero presenta, a manera de motivo entretejido, las circunstancias del caso de Juan, que son paralelas aunque desde luego menos milagrosas. Sus progenitores, el sacerdote Zacarías y su esposa Isabel, son de edad avanzada y no tienen hijos, pero entonces el ángel Gabriel les anuncia que han sido elegidos y tendrán descendencia.

 

Poco después de esto, la posmenopáusica Isabel concibe. A ella acude María al saberse embarazada; en ese momento Isabel lleva ya seis meses de gestación y la presencia de María hace que el niño no nacido «salte en su seno». Con esto ella comprende que el hijo de la otra mujer es el futuro Mesías: Isabel elogia a María y este «cántico» de alabanza es lo que hoy llamamos el Magnificat.1
 

Sigamos leyendo los Evangelios y veremos que poco después de bautizar a Jesús, Juan fue apresado por orden de Herodes Antipas y encarcelado. El motivo que se aduce es que Juan había condenado el reciente matrimonio de Herodes con Herodías, ex esposa de su hermanastro Felipe; matrimonio que era contrario a la ley judía por haberse ella divorciado antes de Felipe. Después de pasar en el calabozo una temporada que no se especifica, Juan fue ejecutado.

 

Según la historia que todos conocen, Salomé, hija del matrimonio anterior de Herodías, bailó para su padrastro en la fiesta del cumpleaños de éste, y él quedó tan encantado que prometió darle lo que ella le pidiera, hasta «la mitad de su reino». Pero inducida por Herodías, ella pidió la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja. No queriendo renegar de su palabra, Herodes accedió, aunque de mala gana porque empezaba a admirar al Bautista. Decapitado Juan, se consintió que sus discípulos se llevaran su cadáver para darle sepultura, aunque no consta si les entregaron también la cabeza2


Está todo lo que hace falta para un buen relato: el rey tiránico, la perversa madrastra, la danza de la doncella núbil y la muerte horrible de un gran hombre, y santo por añadidura. Material agradecido para generaciones de artistas, poetas, músicos y dramaturgos. Tiene una fascinación que no decae, lo cual no deja de ser curioso por tratarse de un pasaje evangélico que apenas ocupa unos cuantos versículos. Escandalizaron a los públicos, en particular, dos versiones de comienzos del siglo XX: Richard Strauss, en su opera Salome, retrata a una joven desvergonzada que intenta seducir a Juan en su mazmorra y al no conseguirlo, exige su cabeza en venganza para besar luego triunfalmente los fríos labios.

 

La comedia del mismo título de Oscar Wilde conoció una sola representación debido al tumulto que originó la publicidad anterior al estreno, basada fundamentalmente en el hecho de que el mismo autor quiso representar el papel titular. Nos queda, sin embargo, el famoso cartel dibujado por Aubrey Beardsley para la obra, el cual da la versión gráfica del enfoque planteado por Wilde y se centra, una vez más, en la supuesta pasión necrofílica de Salomé.


Este cóctel intoxicante de erotismo imaginario tiene poco que ver con el lacónico relato del Nuevo Testamento, cuya única intención consiste en establecer más allá de toda duda que Juan fue el precursor de Jesús e inferior a éste en el plano espiritual; además debía desempeñar un rol profetizado como reencarnación de Elías, anunciadora del advenimiento del Mesías.


Sin embargo, hay otra fuente de información sobre Juan, y es fácilmente accesible: las Antigüedades judías de Josefo. A diferencia de la supuesta alusión a Jesús de este autor, la autenticidad de lo que dice sobre Juan no se discute, porque surge con naturalidad en la narración, es una crónica imparcial que no elogia a Juan, y además difiere del relato de los evangelistas en varios puntos sustanciales.3


Cuenta Josefo que Juan predicaba y bautizaba, con lo que alcanzó enorme popularidad entre las masas. Esto alarmó a Herodes Antipas, quien mandó prenderlo y ejecutarlo a título de «medida profiláctica». Josefo no da detalles del encarcelamiento, ni de las circunstancias de la ejecución, ni menciona para nada las supuestas críticas contra el casamiento de Herodes. Sí en cambio menciona el gran seguimiento popular de Juan y agrega que, habiendo sufrido Herodes poco después una gran derrota militar, el pueblo la interpretó como justo castigo por la injusticia perpetrada con el Bautista.


Así pues, ¿qué nos permiten deducir acerca de Juan los evangelistas y Josefo? Lo primero, que el relato del bautismo de Jesús debe de ser auténtico; el hecho de incluirlo da a entender que era demasiado sabido para omitirlo, y ya hemos comentado antes que los autores de los Evangelios procuraron marginar a Juan siempre que pudieron.


La actividad de ése se centró en Perea, al este del Jordán, territorio que pertenecía efectivamente a la jurisdicción de Herodes Antipas junto con Galilea. La descripción de Mateo es contradictoria;4 el Evangelio de Juan es más concreto y cita dos poblaciones donde Juan bautizó, «Betania, al otro lado del Jordán» (1, 18), pueblo próximo a la principal ruta comercial, y Ainón, al norte del valle del Jordán (3, 23). Hay bastante distancia entre ambos lugares, así que Juan debió de realizar considerables viajes durante su misión.


La impresión de que era un anacoreta y asceta quizá sea debida a las traducciones, y no del todo exacta. La palabra griega eremos se puede traducir por «yermo, desierto» o «soledad», lo segundo en el más amplio sentido. Es la misma que se emplea, significativamente, para calificar el lugar donde Jesús dio de comer a los cinco mil.5 Carl Kraeling, en su estudio sobre Juan que por ahora constituye autoridad, aduce también que la dieta de «langostas y miel» atribuida a Juan no indica un estilo de vida especialmente ascético.6


También es probable que Juan no limitase su predicación a los judíos. En la crónica de Josefo dice que si bien al principio exhortaba «a los judíos» para que llevasen una vida de virtud y devoción, «luego congregó a otros [a su alrededor, se entiende] que también se conmovían grandemente al escuchar sus enseñanzas».7
 

Algunos estudiosos creen que la frase sólo se entiende en el supuesto que esos «otros» eran los no judíos, y como dice el especialista británico en estudios bíblicos Robert L. Webb:

[...] en el contenido, nada sugiere que pudieran no ser gentiles. Y los lugares en los que se desarrolló el ministerio de Juan permiten suponer que tuviese contacto con los gentiles que recorrían la ruta comercial viniendo de Oriente, o los que vivían en la región de TranJordania.8

Otra concepción errónea muy común es la que concierne a la edad de Juan como más o menos similar a la de Jesús. Pero todos los Evangelios dan a entender que Juan llevaba ya varios años predicando cuando bautizó a Jesús, y que era el mayor de los dos, quizá por un margen mayor de lo que se cree.9 (El relato del nacimiento de Juan en el Evangelio de Lucas es, como demostraremos luego, muy inverosímil, y no parece probable que corresponda a ninguna circunstancia real.)
 

Como el de Jesús, el mensaje de Juan disparaba por elevación contra el culto del Templo de Jerusalén, y no era sólo que denunciase la corrupción de sus funcionarios, sino todo lo que éstos representaban. Su invitación al bautismo debió de enfurecer a las autoridades del Templo porque además de presentarlo como espiritualmente superior a los ritos de ellos, lo daba de balde.


Quedan luego las anomalías en los relatos de su muerte, sobre todo si se compara con la crónica de Josefo. Los motivos que éste y aquéllos atribuyen a Herodes, temor a la influencia política de Juan (para Josefo), o cólera porque éste condenaba su matrimonio (para los evangelistas), no son mutuamente excluyentes. En efecto, las disposiciones matrimoniales de Herodes Antipas tuvieron consecuencias políticas, pero no a causa de la persona con quien se unió.

 

El problema estuvo en el hecho de que se divorció para poder hacerlo, y su primera mujer había sido una princesa del reino árabe de los nabateos. La ofensa inferida a esa familia real precipitó una guerra entre los dos reinos, y recordemos que Nabatea lindaba con los territorios de Herodes Antipas por la parte de Perea, que era donde predicaba Juan. Por consiguiente, si Juan habló en contra del matrimonio real, a los efectos prácticos se ponía de parte de Aretas, el rey enemigo.


Con la amenaza implícita de que, si la multitud le daba la razón, todas aquellas gentes se pasarían al bando de Aretas y en contra de Antipas.10


Podrá parecer un argumento demasiado rebuscado e historicista, pero no deja de extrañar que los Evangelios intenten «quitar hierro» a los verdaderos motivos que tuviese Herodes para querer eliminar a Juan. Si nos damos cuenta de que son, esencialmente, obras de propaganda, y cuando confunden algún acontecimiento la confusión suele ser intencionada, tendremos que preguntarnos a qué móviles obedecían los evangelistas en este caso.


Es comprensible que los evangelistas desearan censurar cualquier sugerencia de que Juan hubiese tenido un gran seguimiento popular, ya que eso cuadra con la línea general que mantienen al respecto. Pero si querían inventar algo, cabría
esperar que hubiesen ideado un pretexto que destacase la misión de Jesús en alguna manera. Por ejemplo, decir que Juan fue apresado por proclamar que Jesús era el Mesías.


Además los narradores de los Evangelios cometen un error. Dicen que Juan criticó a Herodes Antipas porque se había casado con la ex mujer de su hermanastro Felipe. Si bien las circunstancias de ese matrimonio son históricamente exactas, el hermanastro en cuestión era otro Herodes, pero no Felipe, y este otro Herodes era el padre de Salomé.11


Aunque los autores de los Evangelios hayan marginado a Juan tanto como a la Magdalena, todavía encontramos huellas de su influencia sobre los contemporáneos de Jesús. En un episodio cuyo significado parece habérsele escapado a muchos cristianos, los discípulos de Jesús le suplican: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».12

 

Esta petición sólo puede entenderse de dos maneras: «enséñanos oraciones como Juan enseñó a sus discípulos», o «enséñanos las mismas oraciones que Juan enseñó...». Y leemos luego que Jesús les enseñó lo que luego se ha llamado el Padrenuestro («Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...»).


En el siglo XIX el gran egiptólogo sir E. A. Wallis Budge había descubierto ya los orígenes de la imprecación inicial en una antigua plegaria a Osiris-Amón:

«Amón, Amón que estás en los cielos [...]»,13 obviamente anterior a Jesús y a Juan en varios siglos.

Y el Señor a quien invoca la plegaria claramente no es Yahvé ni el supuesto hijo, Jesús. En cualquier caso el «Padrenuestro» no lo compuso él.

 

Según otra noción muy corriente, Juan quedó casi abrumado de respeto tan pronto como vio a Jesús y antes de bautizarle. Nos quedamos con la impresión de que toda su misión, o tal vez toda su vida, no aguardaba sino ese único instante. Pero hay muchos indicios, en realidad, de que Juan y Jesús, aunque estrechamente unidos al comienzo de la carrera de éste, llegaron a ser enconados rivales.

 

Lo cual no ha escapado a la atención de los más prestigiosos comentaristas bíblicos actuales, como cuando escribe Geza Vermes:

El propósito de los evangelistas fue, indudablemente, el de comunicar una impresión de amistad y mutua estima, pero sus intentos dejan una sensación de superficialidad; un examen detallado de los indicios, fragmentarios por supuesto, sugiere que no faltaron los sentimientos de rivalidad, por lo menos entre los discípulos del uno y el otro.14

Vermes dice también que el empecinamiento de Mateo y Lucas en destacar la precedencia de Jesús sobre Juan es «tedioso». En efecto, cualquier lector objetivo empieza a desconfiar cuando observa la reiterada y más bien servil insistencia con que Juan subraya la superioridad del «que viene detrás de mí». Tenemos aquí un Juan el Bautista que literalmente se prosterna delante de Jesús.


Ahora bien, como señala Hugh Schonfield:

Las fuentes cristianas nos permiten darnos cuenta de que existió una secta judía considerable, que rivalizaba con los seguidores de Jesús y mantenía que Juan el Bautista era el auténtico Mesías [...].15

Schonfield también observa la «amarga rivalidad» entre los dos grupos de seguidores, pero agrega que la influencia de Juan sobre Jesús era demasiado conocida:

«Por consiguiente, y como no podían hablar mal del Bautista, no tuvieron otra salida sino tratar de relegarlo a un lugar secundarlo».16

(Si no se entiende esa rivalidad, resulta imposible una explicación completa de los verdaderos roles de Juan y Jesús. Aparte las implicaciones para la propia teología cristiana, que son de mucho alcance, el no haber tenido en cuenta esa dialéctica es lo que hace insatisfactorias muchas teorías radicales modernas. Por ejemplo, y como ya hemos mencionado, Ahmed Osman zanja la cuestión afirmando que Jesús fue inventado por los seguidores de Juan el Bautista para que se cumpliese su profecía de que después de él venía otro. Por el contrario, Knight y Lomas en The Hiram Key, llegan al extremo de afirmar que Jesús y Juan compartieron funciones de Mesías como buenos compañeros,17 lo cual viene a decir que ambos predicadores fueron íntimos: nada más lejos de la verdad.)


La conclusión más lógica es que Jesús empezó siendo un discípulo de Juan, y luego se apartó de él para fundar su propio grupo. (De manera que es muy probable que fuese bautizado por Juan, según se nos ha contado, pero en calidad de acólito y no como Hijo de Dios.) En efecto, los Evangelios corroboran que Jesús reclutó a sus primeros discípulos de entre la muchedumbre de los seguidores de Juan.


De hecho el gran erudito bíblico inglés C.H. Dodds ha traducido la frase del Evangelio de Juan, «el que viene después de mí» (ho opiso mou erchomenos) por «el que me sigue», lo cual, dado que la ambigüedad se mantiene en nuestro idioma, también puede significar «discípulo». Ésa fue también la interpretación del mismo Dodds.18


La crítica bíblica más reciente apunta la idea de que Juan nunca hizo la famosa proclamación acerca de la superioridad de Jesús, ni siquiera insinuó nunca que éste fuese el Mesías. En apoyo de ello se citan varios hechos.


Los Evangelios citan (con bastante ingenuidad) que Juan, estando en la cárcel, puso en tela de juicio la naturaleza mesiánica de Jesús. Quieren dar a entender que dudó de si habría acertado cuando lo respaldó, pero también podría ser otro caso en que los evangelistas se vieron obligados a adaptar un episodio auténtico para ponerlo al servicio de sus propios fines. ¿Tal vez fue que Juan negó inequívocamente que Jesús fuese el Mesías... tal vez incluso le denunció?


Desde el punto de vista de lo que creen los cristianos, las deducciones que resultan de todo el episodio son, o deberían serles, profundamente inquietantes. Por un lado, admiten que Juan recibió la inspiración divina cuando reconoció a Jesús como el Mesías; por otro, el hecho de mandar a preguntarlo desde la cárcel revela que debió de tener sus dudas, como mínimo. Es obvio que durante la reclusión tuvo tiempo para pensarlo... o quizá fue que le abandonó la inspiración divina.


Como veremos luego, más tarde otros seguidores de Juan, los que Pablo encontró durante sus viajes misioneros a Éfeso y Corinto, no sabían nada de la supuesta proclamación, por parte de Juan, de un personaje más grande que sobrevendría después que él.


La prueba más concluyente de que el Bautista jamás proclamó que Jesús fuese el Mesías anunciado es que los propios discípulos de Jesús no reconocieron a éste como tal, por lo menos al principio. Él era su Maestro y ellos le seguían, pero nada indica que lo hiciesen inicialmente porque creyeran que era el Mesías tan esperado por los judíos. Según las muestras que van dando los discípulos, la identidad de Jesús como Mesías fue una convicción que se impuso poco a poco, en función de los acontecimientos de la vida pública de aquél. Pero esa vida pública comenzó con el bautismo de Jesús por Juan; por tanto, si este anunció en tal ocasión que Jesús era el Mesías, ¿no lo habrían sabido todos desde el primer momento? (En los Evangelios se observa que el pueblo le seguía, aunque no porque creyeran que era el Mesías, sino por algún otro motivo.)


Queda todavía otra consideración que da mucho que pensar. Cuando el movimiento de Jesús empezó a hacerse notar, Herodes Antipas se asustó y, a lo que parece, creyó que Jesús era Juan resucitado o reencarnado (Marcos 6, 14-16):

La fama de Jesús llego a oídos del rey Herodes. Unos decían: «Ése es Juan Bautista, que ha resucitado y tiene el poder de hacer milagros» [...].

Pero Herodes, al oír hablar de esto, decía: «Es Juan, a quien yo mandé cortar la cabeza, que ha resucitado».

Estas palabras siempre se han leído con extrañeza. ¿Qué quiso decir Herodes? ¿Que Jesús era Juan, de alguna manera reencarnado? Pero eso no podía ser, porque durante algún tiempo estuvieron vivos ambos, Juan y Jesús. Antes de examinar con más detenimiento ese relato, anotemos algunas consecuencias importantes de las palabras de Herodes.


La primera, que evidentemente éste no sabía que Juan hubiese profetizado que «después de él» sobrevendría otro más grande: de lo contrario habría sacado la conclusión obvia de que Jesús era esa persona anunciada. Si la venida del Mesías hubiese sido una parte destacada de las enseñanzas de Juan, como aseguran los Evangelios, ¿cómo no lo supo Herodes?
 

La segunda, cuando Mateo (14, 1) pone en boca de Herodes:

«Ése es Juan Bautista que ha resucitado de entre los muertos y por eso tiene poder de obrar milagros».

Que Juan hubiese tenido tal poder, lo niegan los Evangelios en redondo; de hecho el Evangelio de Juan (10, 4 1) expresa la negativa con tanto énfasis como para hacer sospechar un renuncio. ¿Acaso Juan el Bautista había convertido el agua en vino, había dado de comer a millares con un puñado de alimentos, había curado enfermos... tal vez resucitado muertos? A lo mejor sí. Pero una cosa es cierta: no será en el Nuevo Testamento, la propaganda del movimiento de Jesús, donde podamos leer semejantes hechos.


Hay una posible interpretación de las palabras de otro modo inexplicables de Herodes en el sentido de que Juan había renacido, como si dijéramos, a través de Jesús. Aunque parezca increíble, tanto en el sentido literal como en el metafórico, recordemos que se trata de una cultura y una época tan diferentes de las muestras en muchos aspectos como si hubieran estado en otro planeta. Como señaló en 1940 Carl Kraeling, las palabras de Herodes sólo cobran sentido si entendemos que reproducían ideas ocultas pero muy difundidas en el mundo grecorromano de los tiempos de Jesús.19

 

La sugerencia fue recogida y desarrollada por Morton Smith en Jesus the Magician (1978).20 Como hemos mencionado, la conclusión de Smith en cuanto al enigma de la popularidad de Jesús apunta a sus exhibiciones de magia egipcia.


Por aquel entonces se creía que tales demostraciones requerían que el hechicero tuviese poder sobre un demonio, o espíritu. De hecho hay una alusión en tal sentido cuando Jesús comenta la acusación dirigida contra Juan por algunas gentes: que «tenía un demonio». Esto no significa, como pudiera parecer a primera vista, que estuviese poseído por un espíritu malo, sino todo lo contrario, que Juan tenía poder sobre uno de los tales.


En este contexto, Kraeling propone que interpretemos las palabras de Herodes Antipas como una referencia a ese concepto, porque no sólo se podía «sujetar» a un demonio de esa manera, sino también el alma de una persona, especialmente la de alguien que hubiese fallecido de muerte violenta. Un alma o espíritu así esclavizado, se creía, no tendría más remedio que hacer cuanto le ordenase su amo. (La misma acusación se dirigió luego contra Simón el Mago, de quien se dijo que tenía «esclavizada» el alma de un muchacho asesinado.)


Escribe Kraeling:

Los detractores de Juan aprovecharon la oportunidad de su muerte para desarrollar la sugerencia de que su espíritu desencarnado estaba al servicio de Jesús como instrumento para realizar trabajos de magia negra, lo cual implicaba de por sí una no pequeña concesión en cuanto a los poderes de Juan.21

Teniendo presente esa explicación, Morton Smith apostilla así las palabras de Herodes:

Juan Bautista ha resucitado de entre los muertos [por la necromancia de Jesús, que ahora es su dueño] y por eso [ Jesús-Juan] tiene [control sobre el] poder de [las potencias inferiores y éstas consiguen] obrar milagros [bajo sus órdenes].22

En apoyo de esa idea Smith cita el texto mágico de un papiro que se conserva en París. Se trata de una invocación al dios Helios, y tal vez esto también es significativo.

Concédeme autoridad sobre este espíritu de un hombre asesinado, de cuyo cuerpo yo poseo una parte [...].23

En este contexto son especialmente interesantes los dones que el mago solicita recibir por medio de la operación: la aptitud para sanar y para anunciar si una persona enferma vivirá o morirá, y la promesa de que «serás adorado como un dios [...]».24
 

Otro episodio viene a subrayar el hecho de que la popularidad de Juan era, si acaso, mayor que la de Jesús. Sucede hacia el final del ministerio de éste, cuando predica a la multitud en el Templo de Jerusalén.25 «Los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo» buscan polemizar con él en público y le plantean preguntas capciosas con intención de atraparlo, cuestiones que Jesús elude con habilidad de consumado político. Cuando le invitan a manifestar de quién ha recibido autoridad para hacer lo que hace, Jesús replica con otra pregunta: el bautismo de Juan, ¿era del cielo o era de los hombres?


Los adversarios se toman su tiempo para pensarlo:

Ellos se hicieron este razonamiento:

«Si decimos que del cielo, nos dirá: Entonces, ¿por qué no creísteis en él? y ¿cómo vamos a decir que de los hombres...? Temían al pueblo, porque todos tenían a Juan como verdadero profeta.

 

Ante este dilema, declinan contestar.

Lo significativo de este diálogo es que Jesús utiliza contra los sacerdotes el miedo de éstos a la popularidad de que disfrutaba entre la multitud Juan, no él mismo. Como hemos visto, también Josefo subrayó la gran influencia y el seguimiento que tenía Juan entre el pueblo; es obvio que el Bautista no fue un predicador itinerante cualquiera, sino un dirigente de gran carisma y poder que, por las razones que fuese, tenía numerosos seguidores. O lo que dice Josefo, que tanto judíos como gentiles «se conmovían grandemente al escuchar sus enseñanzas».

 

Hay un curioso episodio en el evangelio apócrifo llamado Libro de Santiago o Protoevangelio, según el cual Juan era importante por derecho propio.26 Aun admitiendo que este evangelio se recopiló en época relativamente tardía y trae muchos sucesos de la infancia de Jesús que nadie toma en serio, es evidente que incluye materiales de distintas fuentes y por tanto, sugiere algunas deducciones acerca de tradiciones conocidas. Quien lo escribió seguramente no conocía los Evangelios canónicos, pues en tal caso habría sido una invención descabellada.


En este relato de las infancias de Jesús y de Juan, y después de la conocida narración del nacimiento de Jesús y la visita de los Sabios de Oriente, Herodes dispone la matanza de los inocentes. Hasta aquí todo parece idéntico a la versión del Nuevo Testamento, pero luego emprende una dirección totalmente distinta.


Cuando María se entera de la matanza su reacción consiste, sencillamente, en ponerle pañales al niño y esconderlo en un pesebre para bueyes. Para que no lo encuentren los soldados, es de suponer, pero resulta que es Juan el que buscan. Leemos que Herodes envía a sus alguaciles para que interroguen a Zacarías, el padre de Juan, pero éste ignora donde están su mujer y su hijo.


Herodes montó en cólera y exclamó: Ese hijo será el rey de Israel.


En esta versión es Isabel la que se refugia en los montes con Juan. Se insinúa aquí un evidente paralelismo, o tal vez incluso una «Sagrada Familia» rival.
 
Como hemos dicho, Juan tenía un multitudinario seguimiento popular, mientras que el movimiento de Jesús consistía en un círculo de discípulos que lo acompañaban a todas partes, y gentes del pueblo que se acercaban a escuchar sus palabras. Y también como en el caso de Jesús, después de la muerte de Juan sus discípulos se pusieron a escribir la crónica de su vida para enseñar lo que eran a todos los efectos, unas Escrituras de Juan.


Los eruditos admiten que ese cuerpo de «libros de Juan» existió... antaño, pero nosotros no lo tenemos. Es posible que fuese destruido, o guardado en secreto por los «herejes». En cualquier caso, debía de contener algún material que no concordase con lo que dice de Juan y Jesús el Nuevo Testamento, ya que de lo contrario se habría conservado en alguna forma y sería conocido.


Lo que dice Lucas sobre la concepción «simultánea» de Jesús y de Juan, es muy interesante. Los estudiosos analizaron el relato y han establecido más allá de toda duda que es, en realidad, una refundición de dos narraciones distintas, la que cuenta la concepción de Juan y la de Jesús, unidas (como postula Kraeling) «por una argamasa de materiales básicamente desvinculados de ambas».27

 

Dicho de otro modo, Lucas (o la fuente que éste manejase) tomó dos historias distintas y trató de unirlas mediante el artificio literario de la conversación entre las dos futuras madres, Isabel y María. La conclusión lógica es que el relato de la infancia de Juan era, en principio, ajeno al Evangelio, y probablemente anterior a la historia de la Natividad de Jesús. De donde resultan varias consecuencias importantes.

 

Una de ellas, que circulaban ya relatos tocantes a la biografía de Juan. Otra, que Lucas concibió expresamente su versión de la Natividad con intención de «mejorar» la que circulaba acerca de Juan; al fin y al cabo, el «milagro» de la concepción de éste sólo consistió en que sus progenitores eran de edad avanzada: en cambio Jesús según Lucas es hijo de una virgen. Y el único motivo que podía tener Lucas para montar semejante progresión dramática es que el seguimiento de Juan aún existía y rivalizaba con el de Jesús.


Esto lo corrobora otro hecho demostrado por los eruditos... pero que sigue siendo desconocido para la mayoría de los cristianos, que la popularísima alabanza de María, el Magnificat, en realidad es la de Isabel y se refiere a su hijo.


Las palabras del «cántico» establecen la relación con Ana, el personaje del Antiguo Testamento que tampoco tuvo hijos hasta edad avanzada, de modo que se ajusta más a la Situación de Isabel. Y de hecho algunos manuscritos antiguos del Nuevo Testamento dicen que el cántico es de Isabel; hacia 170 Ireneo, un Padre de la Iglesia, dice que fue ella quien las pronunció, y no María.28


Continuando con los paralelismos, en la ceremonia de la circuncisión de Juan, su padre Zacarías pronuncia una «profecía», o himno en elogio de su hijo recién nacido. Es lo que llamamos el Benedictus.29 Es evidente que éste debía de formar parte del relato originario de la natividad de «Juan el Bautista». El Magnificat y el Benedictus pueden ser dos himnos diferentes en loor de Juan, incorporados a un «Evangelio de Juan» que luego debió de ser adulterado por Lucas para hacerlo más agradable a los seguidores de Jesús. Lo cual indicaría que las gentes no sólo escribieron narraciones de la vida de Juan sino que además le elogiaban en verso y música.

 

Pero ¿es de creer que estas tradiciones acerca de Juan suministrasen a los autores de los Evangelios, que sobrevinieron después, materiales en los que basaron los relatos de la vida de Jesús? Como dice Schonfield en Essene Odyssey:

A los cristianos, la relación con los seguidores de Juan el Bautista [...] les dio conocer los relatos de la Natividad de Juan en los que éste figura como el Mesías niño de las tradiciones sacerdotales, nacido en Belén.30

Por otra parte, los textos antiguos de la Iglesia conocidos como las Recognitiones clementinas afirman taxativamente que algunos de los discípulos de Juan creyeron que éste era el Mesías.31 En el mismo sentido de que los seguidores de Juan creyeron que era el Mesías apuntan, según Geza Vermes, algunos episodios de los Evangelios y de los Hechos.32


El convencimiento de que existió lo que podríamos llamar «los libros de Juan» aporta una respuesta a los muchos problemas que plantea el cuarto Evangelio, el atribuido al discípulo Juan. Ya hemos mencionado que contiene varias contradicciones internas este Evangelio. Aunque es el único que se dice basado en un testimonio presencial —pretensión sustentada por la minuciosidad de los detalles que ofrece el texto—, contiene muy notorios elementos gnósticos que chocan con los demás Evangelios y con el tono distante del libro mismo, observable sobre todo en el «prólogo», que es un tratado breve sobre Dios y el Logos.

 

El Evangelio de Juan es el más rabiosamente antiBautista de todos, pero también el único que contiene el reconocimiento expreso de que Jesús reclutó a sus primeros discípulos de entre los seguidores de Juan... sin exceptuar al supuesto autor y testigo ocular, el mismo «discípulo predilecto».33


No obstante, dichas contradicciones no invalidan necesariamente el Evangelio. Está muy claro que el autor recopiló tomando de varias fuentes, entretejidas e interpretadas con arreglo a lo que él mismo creía acerca de Jesús, y reescribiendo parte del material donde le pareció necesario. Quienquiera que fuese el autor, se diría que desde luego el Evangelio contiene el testimonio de primera mano del «discípulo predilecto». Pero muchos de los más prestigiosos especialistas en el Nuevo Testamento opinan que el autor utilizó también algunos de los textos escritos por seguidores del Bautista, a quien, según Edwin Yamauchi, gran autoridad en estudios sobre el Próximo Oriente, «el cuarto evangelista [...] desmitologizó y cristianizó».34


Este material del Bautista estaría formado, principalmente, por el prólogo y lo que se conoce como «revelaciones de Jesús a los discípulos». El gran especialista bíblico alemán Rudolf Bultmann dice que eran:

[...] según se cree, documentos originarios de los seguidores de Juan el Bautista que exaltaban a Juan y le asignaban, en principio, la misión de Redentor enviado por el mundo de la Luz. De acuerdo con esto, buena parte del Evangelio de Juan no fue cristiano en origen, sino que resultó de la transformación de una tradición del Bautista.35

Observemos que estos elementos del Evangelio de Juan son los más gnósticos, de ahí que hayan originado las mayores dificultades para los historiadores, en lo que se refiere a este Evangelio. Por discrepar tanto estos elementos de la teología de los demás Evangelios así como del resto del Nuevo Testamento, con frecuencia se ha supuesto que ese libro era bastante más tardío. Pero el panorama cambia si admitimos que quizá no proviene de los seguidores de Jesús, sino de otras fuentes. Varios comentaristas han relacionado el cuarto Evangelio con una «fuente gnóstica precristiana» que hubiese sido adaptada por el autor de aquél. En esa fuente se quiere ver a Juan el Bautista y a sus seguidores, quienes según eso fueron también gnósticos.


(Estos descubrimientos podrían resolver la controversia sobre la datación del Evangelio de Juan. Como hemos mencionado, durante mucho tiempo prevaleció la opinión de que, a tenor de los materiales gnósticos y otros no judaicos, debió de escribirse después de los Sinópticos. Pero si Jesús no fue judío, y si una buena parte del material deriva de los seguidores de Juan el Bautista, supuesto que éstos fuesen gnósticos, sería bien posible que este Evangelio fuese contemporáneo de los demás o incluso anterior a ellos.)


No sólo Juan tuvo seguidores numerosos y devotos mientras vivió, sino que el movimiento siguió creciendo después. Nuevo y curioso paralelismo con la cristiandad, pues hay indicios de que había llegado a ser toda una Iglesia por derecho propio, y no confinada a Palestina.

 

En 1992 A. N. Wilson escribió en su libro Jesus:

Si la religión de Juan el Bautista [y ahora sabemos que la hubo] hubiera llegado a ser el culto predominante de la región mediterránea, y no la religión de Jesús, probablemente conoceríamos mejor a ese sorprendente personaje. Ese culto sobrevivió por lo menos hasta el año 50 y tantos, como ingenuamente nos hace saber el autor de los Hechos [...]. En Éfeso se creyó que «El Camino» (como llamaban a la religión de esos primitivos creyentes) consistía en seguir «el bautismo de Juan» [...]. Si Pablo hubiera tenido un carácter menos enérgico [...] o no hubiese escrito tantas epístolas, bien habría podido suceder que fuese el «Bautismo de Juan» la religión que captó la imaginación del mundo antiguo, como lo hizo en realidad el Bautismo de Jesús y el culto habría seguido evolucionando, de tal manera que sus seguidores actuales, a quienes tendríamos que llamar juanistas, o baptistas, creerían [...] en la naturaleza divina de Juan [...]. Pero ese accidente de la Historia no sucedió.36

Así que incluso el Nuevo Testamento describe la existencia de la Iglesia de Juan fuera de las fronteras de Israel. Lo cual comenta Bamber Gascoigne:

El grupo que se encontró Pablo en Éfeso proporciona un intrigante atisbo sobre esa posible religión en vías de desarrollo [...] pero Pablo tuvo buen cuidado de ahogarla en germen.37

Ese grupo era la Iglesia de Juan, naturalmente. Su propia existencia como entidad separada después de la muerte de Jesús da a entender que Juan nunca predicó que «detrás de él» vendría otro más grande, o si lo hizo, quizá no pensó que el sucesor iba a ser Jesús. Desde luego cuando los seguidores de Juan hablaron con Pablo no parece que tuvieran ni idea de semejante profecía.

 

Y no eran una secta insignificante. Ha sido descrita como «un culto internacional»,38 y se extendía desde el Asia Menor hasta Alejandría. Los Hechos de los Apóstoles consignan que la religión de Juan fue llevada a Éfeso por un alejandrino llamado Apolo. Que ésta sea la única mención de Alejandría en todo el Nuevo Testamento invita a desconfiar.


Así pues, Juan el Bautista tuvo un seguimiento numeroso y distinto, que le sobrevivió formando una verdadera Iglesia. Siempre se ha dado por supuesto, sin embargo —como lo hace A. N. Wilson en el comentario citado anteriormente— que ésta quedó muy pronto subsumida en la cristiana. Es verdad que algunas de sus comunidades, como las visitadas por Pablo, fueron absorbidas por el movimiento de Jesús; pero hay fuertes indicios de que la Iglesia de Juan sobrevivió.
 

Pero ese conjunto de indicios tiende a destacar el papel de un personaje que parecería muy fuera de lugar en este drama, a primera vista, y tanto que en toda la Historia del cristianismo ha sido vilipendiado como «padre de todas las herejías» y nigromante de la peor especie. E incluso prestó su nombre a un pecado: el de querer comprar el Espíritu Santo, la simonía. Nos referimos, naturalmente, a Simón el Mago.


A diferencia de María Magdalena y Juan el Bautista, los otros dos personajes principales que venimos comentando, nadie dirá que Simón el Mago fuese marginado de la crónica cristiana primitiva, ya que tiene en ella un lugar bien destacado. Sólo que denunciado inequívocamente como un pérfido, como el hombre que pretendió emular a Jesús, el que en un momento dado se infiltró en la incipiente Iglesia para espiar sus secretos... hasta que fue desenmascarado por los apóstoles, según era de esperar.


Llamado a veces «el primer Hereje», a Simón el Mago suelen tratarlo como un caso sin redención. Los motivos de ello los indica el hecho de que gnóstico era sinónimo de herético para los primeros Padres de la Iglesia, y Simón fue gnóstico (aunque no el fundador del gnosticismo como ellos creían).


La aparición de Simón en el Nuevo Testamento es breve (Hechos de los Apóstoles 8, 9-24). Significativamente, es un samaritano, quien según el libro de los Hechos asombraba a Samaria con sus magias; pero cuando predicó allí el apóstol Felipe quedó tan impresionado que se hizo bautizar. Lo cual resultó ser un ardid con la intención de ver cómo se confería el Espíritu Santo mediante la imposición de manos. Ofrece dinero a Pedro y a Juan para recibir ese poder, lo cual tropieza con una enérgica reprimenda. Temiendo por su alma, Simón se hace atrás, se arrepiente y les suplica que recen por él.


Pero los primeros Padres de la Iglesia conocían bien a ese personaje, y lo que cuentan de él no va de acuerdo con la sencilla moraleja de los Hechos.39 Era un oriundo de la aldea de Gitta y cobró fama por sus habilidades de mago (de ahí el sobrenombre). Durante el reinado de Claudio (41-54 d.C., es decir a unos diez años de la Crucifixión), estuvo en Roma, donde recibió honores de dios y le consagraron incluso una estatua. Entre los samaritanos ya estaba reconocida su naturaleza divina.


Simón el Mago viajaba con una mujer llamada Helena, ex prostituta de la ciudad fenicia de Tiro, a quien llamaba la Primera Noción (Ennoia) y la Madre del Todo. Lo cual responde a las ideas gnósticas:

enseñaba que el primer pensamiento de dios había sido una entidad femenina —como la figura judía de la Sabiduría/Sophia que hemos comentado—, y luego fue ella la que creó los ángeles y otros semidioses que son los dioses de este mundo. Ellos crearon la Tierra siguiendo las instrucciones de ella, pero luego se rebelaron y la encarcelaron en la materia, en el mundo sensible. Así estaba atrapada en una sucesión de cuerpos femeninos (entre los cuales el de Helena de Troya), sufriendo humillaciones cada vez más insoportables, hasta recalar como prostituta en la ciudad portuaria de Tiro. Pero no todo estaba perdido porque Dios también se había encarnado en la figura de Simón. Él la buscó y la redimió.

El concepto de un sistema cosmológico que abarca una serie de planos y mundos superiores e inferiores nos resulta ya familiar: aunque los detalles concretos varían, es la creencia común de los gnósticos que todavía influyó a los cátaros de la Edad Media, y la que constituye el sustrato de la cosmología hermética en que se funda el ocultismo occidental, pasando además por la alquimia y la hermética del Renacimiento. También hay paralelismos exactos y sorprendentes con otros sistemas de pensamiento que hemos comentado; el más significativo es el parecido con el gnosticismo copto del Pistis Sophia, donde es Jesús quien acude a la redención de la Sophia atrapada, personaje expresamente vinculado a la Magdalena en dicho texto.40 (También Simón llamaba a Helena su «oveja extraviada».)


La personificación de la Sabiduría como una mujer, y más concretamente una prostituta, también es un tema familiar de esta investigación y la recorre como una especie de hilo oculto. En el caso de Simón, esa encarnación era literal en la persona de Helena.


Como ha escrito Hugh Schonfield:

[...] los simonianos adoraban a Helena como Atenea (la diosa de la Sabiduría), quien a su vez estaba identificada con Isis en Egipto.41

Schonfield también relaciona a Helena con la misma Sophia y con Astarté.

 

También Karl Luckert retrotrae a Isis el concepto de Ennoia encarnado en Helena según Simón.42 Geoffrey Ashe coincide con ello y añade:

«[Helena] se sitúa en el mismo recorrido de retorno a la gloria como Kyria o Reina celestial».43

Otra fuente apócrifa cuyo origen se sitúa hacia 185 describe a Helena diciendo que era «negra como una etíope», y que bailaba encadenada. Y agrega:

«Todo el Poder de Simón y de su Dios está en esa Mujer que baila».44

Ireneo escribe que los sacerdotes iniciados por Simón «vivían en la inmoralidad»,45 pero luego nos decepciona no concretando la afirmación. Es bastante obvio, sin embargo, que debieron de practicar ritos sexuales, como revela Epifanio en su monumental tratado Contra la herejía:

Y tomó parte en misterios de obscenidad y [...] derramamientos corporales, emissionum virorum, feminarum menstruorum, a fin de recogerlos en la más repugnante de las despensas para los misterios.46

(G. R. S. Mead, buen victoriano que hizo esa traducción dejándose palabras en latín para no ofender el recato, quiere decir que Simón practicaba la magia sexual con utilización de semen y de sangre menstrual.)

 

Salta a la vista el miedo que le tuvieron los Padres de la Iglesia a Simón el Mago y su influencia. Todo sugiere que fue un serio peligro para la primitiva Iglesia, lo cual extraña... hasta que nos damos cuenta de lo mucho que Simón el Mago tuvo en común con Jesús.


Los Padres procuran subrayar que, si bien Simón y Jesús hacían y decían casi lo mismo, sin exceptuar los milagros, las fuentes de los poderes del uno y el otro eran bien distintas. Lo de Simón era hechicería maligna, mientras que Jesús recibía el poder del Espíritu Santo. En la práctica Simón venía a ser una parodia satánica de Jesús. Así hallamos en Hipólito, por ejemplo, la rotunda declaración acerca de Simón: «No era Cristo».47


Más revelador aún lo que escribe Epifanio:

Entre los tiempos de Jesús, y nuestros días, la primera herejía fue la de Simón el Mago, y aunque no sea de recibo darle nombre de cristiana, hizo mucho daño por la corrupción que sembró entre cristianos.48

Y más todavía, según Hipólito:

[...] al comprar la libertad de Helena, ofrecía la salvación a los hombres por el conocimiento peculiar que tenía él mismo.49

Otro relato acredita a Simón la capacidad de obrar milagros, como convertir las piedras en panes. (Tal vez eso explica la tentación de Jesús cuando se le ofreció ese mismo poder, lo cual rechazó. Pero más adelante se nos cuenta que alimentó a cinco mil personas con cinco panes y dos peces, que viene a parecerse bastante.)


Jerónimo cita de una de las obras de Simón:

Yo soy la Palabra de Dios, el glorioso, el Paracleto, el Todopoderoso. Yo soy la totalidad de Dios.50

Es decir, que Simón proclamaba su propia naturaleza divina y prometía la salvación a sus seguidores. En el libro apócrifo de Hechos de Pedro y Pablo se cuenta un concurso entre Simón Mago y Pedro consistente en resucitar un difunto. Pero Simón sólo consigue reanimar la cabeza, mientras que Pedro domina el truco a la perfección.51 Hay muchos de estos relatos apócrifos de rivalidad mágica entre Simón el Mago y Simón Pedro, aunque todos terminan con el obligado triunfo de los cristianos. Lo que demuestran esas narraciones, sin embargo, es que aquél tuvo tanta influencia que fue necesario idear esos cuentos para contrarrestar su ascendiente sobre las masas.


El Mago no fue un simple hechicero itinerante, sino un filósofo que escribió sus ideas. Obvio es decir que sus libros se han perdido, pero quedan citas bastante extensas de ellos en las obras de los Padres de la Iglesia que polemizaron contra él y lo condenaron. Esos fragmentos revelan con claridad, no obstante, el gnosticismo de Simón y su creencia en dos fuerzas opuestas, pero complementarias, masculina y femenina.

 

Véase por ejemplo esta cita de su Gran Revelación:

Dos géneros hay de Eones universales [...] el uno se manifiesta desde arriba, que es el Gran Poder, el Numen Universal que ordena todas las cosas, masculino, y el otro por abajo, la Gran Noción, femenina, que produce todas las cosas. Así pues, al emparejarse la una con el otro se unen y manifiestan la Distancia Media [...] en eso está el Padre [...].
Él es el que permaneció, permanece y permanecerá, el poder macho-hembra en el Poder sin límites [...].52

Nos parece estar oyendo un eco del hermafrodita alquímico, del andrógino simbólico que tanto fascinó a Leonardo. Pero ¿de dónde provenían las ideas de Simón el Mago?


Karl Luckert 53 retrotrae las «raíces ideológicas» de las enseñanzas de Simón a las religiones del antiguo Egipto, y en efecto parece que reflejan o tal vez incluso continúan esos cultos de una forma adaptada. Y si bien, como hemos visto, las escuelas de Isis/Osiris subrayaban la oposición y la igual naturaleza de las deidades femenina/masculina, a veces se entendió que ambas se fundían en una sola persona y cuerpo, los de Isis. En ocasiones la representaron con barba, o lo atribuyeron las palabras «aunque soy hembra, me he convertido en macho...».


Por lo que concierne a la Iglesia primitiva, el parecido entre las enseñanzas de Simón el Mago y las de Jesús era peligroso: de ahí la acusación de que Simón había intentado hurtar el conocimiento de los cristianos. Eso es una admisión tácita de que sus enseñanzas eran en realidad compatibles con las de Jesús, o incluso formaban parte del mismo movimiento. Las posibles deducciones son inquietantes.


¿Quizá Jesús y María Magdalena practicaron los mismos ritos sexuales que Simón y Helena? Según Epifanio, los gnósticos tenían un libro llamado de las Grandes Preguntas de María, que atesoraba por lo visto los secretos internos del movimiento de Jesús y adoptaba la forma de ceremonias «obscenas».54


Podríamos sentirnos tentados a rechazar esos rumores como parte de la mutua difamación propagandística; pero como hemos visto, hay indicios de que la Magdalena era una iniciadora sexual dentro de la tradición de las prostitutas del templo cuya función consistía en conferir a los hombres el don de la horasis, la iluminación espiritual a través del acto sexual.
 

John Romer en su libro Testament clarifica el paralelismo:

La gran prostituta Helena, como la llamaban los cristianos, era la María Magdalena de Simón el Mago.55

Hay además otro vínculo, el de su posible común origen egipcio. Karl Luckert dice de Simón:

En tanto que «padre de todas las herejías», actualmente debe ser estudiado no sólo como adversario sino también como conspicuo rival de Cristo en la primitiva Iglesia cristiana, o según los casos, como un eventual aliado [...].


El hecho de la posible formación común egipcia determina tal vez la intensidad del peligro que representaba Simón el Mago. Y dicho peligro se resume en la posibilidad de que se confundiese a éste con el propio personaje de Cristo [...].56

Luckert ve otro paralelismo estrecho en lo que él postula fue la misión verdadera de los dos hombres. Admite la aparente dicotomía de la predicación de Jesús, si era un mensaje esencialmente egipcio ofrecido a unos oyentes judíos, pero también recuerda la estrecha relación entre la teología hebrea originaria y la de Egipto, por lo que dice de Simón el Mago:

[él] [...] creyó que su misión consistía en rectificar lo que se había desviado, a saber, que toda la dimensión femenina Tefnut-Mahet-Nut-Isis se hubiese escindido de la divinidad masculina.57

Que es precisamente el motivo de la misión de Jesús en Judea, según nuestra hipótesis, y el que le atribuye el Levitikon. La conclusión que saca Luckert de todo esto es que Jesús venció a Simón el Mago acudiendo al recurso extremo de incluir en el panorama su propia muerte. Pero el cariz del asunto cambia por completo si entendemos que la Crucifixión tal vez no causó la muerte de Jesús.


Además de todas las comparaciones que se quiera establecer hay otro hecho inquietante, y para nosotros revelador: que Simón el Mago había sido discípulo de Juan el Bautista. Y no sólo eso, sino que en realidad Juan lo nombró sucesor suyo (aunque, por las razones que veremos en seguida, la sucesión directa no pudo ser).


Esto tiene implicaciones asombrosas. Porque se sabía desde siempre, y no sólo después del martirio de Juan, que Simón era hechicero y que practicaba la magia sexual. No fue el caso del discípulo que usurpa la sucesión una vez el gran guru puritano ha desaparecido de la escena. Juan sin duda conocía las enseñanzas de Simón, y no las desaprobó. Y suponiendo que Simón hubiese formado parte del círculo íntimo de Juan, tal vez aprendió la magia del Bautista... lo mismo que otros discípulos en similar posición. Como Jesús, sin ir más lejos.


He aquí un fragmento de las Recognitiones clementinas del siglo III:

Fue en Alejandría donde Simón perfeccionó sus estudios de magia, en tanto que seguidor de Juan, un hemerobaptista [«el que bautiza de día»: poco sabemos de ese término] por medio del cual entró a tratar de doctrinas religiosas. Juan fue el precursor de Jesús [...].
[...] De entre todos los discípulos de Juan el favorito era Simón, pero éste se hallaba ausente de Alejandría cuando murió el maestro, por lo que eligieron a un codiscípulo, Dositeo, para que los dirigiese.58

Este relato aduce también unas razones numerológicas muy retorcidas para justificar por qué Juan tenía treinta discípulos —es de suponer que contando sólo a los del círculo interior—, aunque en realidad eran veintinueve y medio porque al hallarse entre ellos una mujer ésta no contaba completamente como persona. Se llamaba Helena... lo cual es interesante porque, en el contexto, implica que debió de ser la Helena de Simón el Mago y que ésta era también discípula de Juan. Todo eso nos deja una sensación bastante incómoda: ¿si Juan, a quien siempre se ha presentado como una especie de monje anacoreta, un puritano, fue algo muy distinto en realidad?


Cuando Simón regresó de Alejandría, Dositeo le cedió la jefatura de la Iglesia de Juan, aunque no sin resistencia. Una vez más observamos la importancia que cobra en el relato la ciudad de Alejandría, probablemente porque fue donde aprendieron sus artes mágicas los protagonistas principales.


También Dositeo dio origen a una secta que llevó su nombre, y que logró sobrevivir hasta el siglo VI. Según el testimonio de Orígenes:

[...] de entre los samaritanos surgió un tal Dositeo y dijo ser el Cristo anunciado: desde entonces hay dositeanos que dicen tener los escritos de Dositeo y además cuentan hechos suyos, como que no sufrió la muerte, sino que todavía vive.59

En cuanto a los seguidores de Simón, pueden rastrearse hasta el siglo III. Su inmediato sucesor fue un tal Menandro.
Los dositeanos «adoraban a Juan el Bautista» en tanto que «verdadero maestro [...] de los últimos Días».60 Tanto la secta de Simón como la de Dositeo fueron luego erradicadas por la Iglesia.


Lo que se saca en limpio es que Juan el Bautista no fue el eventual predicador que se manifiesta de manera tumultuosa, sino que encabezaba una organización, y ésta tuvo su base en Alejandría. Por eso los primeros misioneros del movimiento de Jesús tuvieron la sorpresa de tropezarse en Éfeso con una «Iglesia de Juan» que había sido llevada allí por Apolo de Alejandría.

 

Dicha metrópoli fue también la base de Simón el Mago, sucesor oficial de Juan y conocido rival de Jesús, que además era samaritano. Conviene saber que los cristianos veneraron una supuesta tumba del Bautista en Samaria, hasta que la destruyó en el siglo IV el emperador Juliano. Pero la noticia implica que al menos una tradición antigua relacionaba a Juan el Bautista con esa región. (Tal vez la parábola del Buen Samaritano fue en realidad un hábil intento conciliador de cara a los discípulos de Juan o de Simón el Mago.)


Nada sugiere, por otra parte, que Simón el Mago fuese judío, ni siquiera de Samaria. En sus más virulentos ataques contra él, los Padres de la Iglesia nunca mencionaron que fuese judío, lo cual es particularmente revelador dada la gran virulencia con que se acusó a los judíos, durante siglos, de ser el «pueblo deicida».


Como hemos mencionado, Juan predicaba a los no judíos y atacó el culto del Templo de Jerusalén, es decir el fundamento mismo de la religión judía. Con toda probabilidad tuvo fuertes vínculos con Alejandría... y aún es más significativo que admitiese por sucesor a un gentil. Todo ello implica que el mismo Juan no era judío, y que estaba familiarizado con la cultura egipcia.


Extraña sobremanera que los Padres de la Iglesia primitiva, como Ireneo, retrotraigan los orígenes de las sectas «heréticas» a Juan el Bautista, ¡nada menos! Al fin y al cabo, los evangelistas habían dicho que él inventó el bautismo y que prácticamente sólo vivió para preparar el camino a Jesús. Pero ¿sabían ellos la verdad acerca de Juan? ¿Llegaron a darse cuenta de que no era un precursor sino un enconado rival, que estaba siendo saludado como Mesías por derecho propio? ¿Supieron reconocer el asombroso hecho de que en realidad Juan no fue cristiano en absoluto?


Es verdad que los evangelistas se tomaron su venganza con Juan. Lo reescribieron, y en ese proceso lo «domesticaron» y lo realinearon. De tal manera, quien había sido en tiempos rival y tal vez incluso enemigo de Jesús quedaba representado de rodillas ante éste, reducido a la misión de ínfimo servidor de la divinidad. Eliminaron los auténticos motivos, las palabras y los hechos de Juan, y los reemplazaron por una imagen creada a comodidad de Jesús y su movimiento.


Como pieza de propaganda, ha tenido un éxito descomunal, aunque tal vez debido en parte a que la Iglesia antigua pronto aprendió a reaccionar con el cepo y la hoguera frente a cualquier desafío «herético». La verdad cristiana que hoy recibimos confiados es la herencia de un reinado de terror, tanto como de la misma propaganda evangélica.


A resguardo de la perniciosa influencia de la Iglesia institucionalizada, algunos seguidores de Juan guardaron fielmente su recuerdo como el «auténtico Mesías». Y siguen existiendo aún.

 

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