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			 por Paul Davies traducción de Adela Kaufmann 
			del sitio Web 
			
			NationalInstituteForDiscoveryScience 
 
 El reciente descubrimiento de abundante agua en Marte, aunque en la forma de escarcha permanente, ha levantado esperanzas para encontrar rastros de vida allí. 
 
			El Planeta Rojo hace mucho ha sido una 
			ubicación favorita para aquellos que especulan acerca de la vida 
			extraterrestre, especialmente desde 1890, cuando H.G. Wells escribió
			La Guerra de los Mundos y el astrónomo americano Percival Lowell 
			afirmó que el podía ver canales artificiales grabados al agua fuerte 
			en la seca superficie del planeta. 
 
			Ya 
			sea que estemos solos o no es una de las mayores incógnitas 
			espirituales con las que enfrentamos hoy. Probablemente debido a los 
			altos contenidos emocionales, la búsqueda de vida más allá de la 
			Tierra es profundamente fascinante para el público. 
 
			Un par de naves espaciales 
			pasó a través de la atmosfera extremadamente delgada, tocaron la 
			superficie y encontraron que era un desierto congelado y seco, 
			liofilizado con los mortales rayos ultravioleta. La nave espacial, 
			equipada con brazos robóticos, extrajo suelo marciano, para que éste 
			pudiera ser examinado, buscando señales de actividad biológica. Los 
			resultados del análisis fueron poco concluyentes, pero generalmente 
			negativos, y las esperanzas se desvanecieron, de encontrar incluso 
			simples microbios en la superficie de Marte. 
 
			Varias pruebas están 
			programadas para visitar Marte en los meses venideros, y todas 
			estarán buscando señales de vida. Este interés renovado es debido, 
			en parte, al descubrimiento de organismos viviendo en algunos 
			ambientes notablemente hostiles en la Tierra (lo cual abre la 
			posibilidad de vida en Marte en aquellos lugares que no examinaron 
			las sondas Viking), y en parte a una mejor información acerca de la 
			antigua historia del planeta. 
 Se sabe que la Tierra y Marte son conocidos por intercambiar material en forma de rocas de las destruidas de la superficie de los planetas, por los violentos impactos de asteroides y cometas. Los Microbios podrían haberse enganchado a un paseo en estos escombros, elevando la posibilidad de que la vida haya comenzado en la Tierra y fue transferida a Marte o viceversa. 
 
			Si en 
			Marte han sido descubiertos rastros de vida pasada y fueron 
			encontrados idénticos a alguna forma de vida terrestre, el 
			transporte por medio de rocas expulsadas serían la explicación más 
			plausible, y todavía careceríamos de evidencia de que la vida 
			comenzó de cero en dos distintos lugares. 
 En su teoría de la evolución, Charles Darwin proporcionó una cuenta muy persuasiva de cómo evolucionó la vida sobre mil millones de años, pero el omitió cualquier explicación de cómo la vida comenzó, en primer lugar. 
 
			Un siglo y medio más adelante, los científicos 
			todavía entienden muy poco cómo vino a la existencia la primera cosa 
			viva. Algunos científicos creen que la vida en la Tierra es un 
			accidente anormal de química, y como tal, debe ser única. Porque 
			ellos argumentan que incluso el microbio más simple conocido es 
			impresionantemente complejo, las oportunidades que uno formado por 
			una mezcla molecular al azar son infinitesimales, la probabilidad de 
			que el proceso ocurriría dos veces, en ubicaciones separadas es 
			virtualmente insignificante. 
 
			El utilizó esta sombría opinión como trampolín para argumentar a 
			favor del ateísmo y lo absurdo y la inutilidad de la existencia. 
			Como Monod lo vio, no somos más que productos químicos extras en un 
			majestuoso pero impersonal drama cósmico – un show de diapositivas 
			irrelevante y no deseado. 
 Muchos científicos creen que la vida no es un fenómeno anormal (las probabilidades de que la vida a partir de la oportunidad, el cosmólogo británico Fred Hoyle sugirió una vez, son comparables a las probabilidades de que un torbellino que soplara a través de un depósito de chatarra, ensamblando así un Boeing 747 en funcionamiento), sino que está escrito en las leyes de la naturaleza. 
 
			Nadie puede decir precisamente en que sentido el 
			universo podría estar fecundo con vida, o cómo las expectativas 
			generales de las que habló Dyson pudieran traducirse a procesos 
			físicos específicos a nivel molecular. Talvez la materia y la 
			energía siempre toman la vía rápida a lo largo del camino a la vida, 
			por medio de los que a menudo llamamos “auto organización.” 
 En 1994, reflexionando en este mismo punto, otro laureado Nóbel, el bioquímico belga Christian de Duve escribió: 
 
			Ausente de estas cuentas está cualquier mención de los milagros. 
 
			El 
			problema con invocar a Dios de esta manera es que, al avanzar la 
			ciencia, las brechas se cierran, y Dios se ve progresivamente 
			marginado fuera de la historia de la naturaleza. Los teólogos hace 
			tiempo aceptaron que ellos estarían para siempre luchando una 
			batalla de retaguardia si trataban de desafiar a la ciencia en su 
			propio terreno. 
 
			La línea de batalla teológica en relación con la 
			formación de vida no es, por lo tanto, entre lo natural y lo 
			milagroso, sino que entre la pura casualidad y la certeza de la ley. 
 
			De hecho, pudiera haber logrado nuestro nivel de ciencia y 
			tecnología hace millones o incluso billones de años. Solamente 
			contemplando la posibilidad de tales avanzados extraterrestres 
			parece levantar incómodas y adicionales preguntas para la religión. 
 
			En primer lugar, se ha demostrado que la 
			Tierra es solamente un planeta de varios que orbitan alrededor del 
			Sol. Luego, el sistema solar mismo fue relegado a los remotos 
			suburbios de la galaxia, y el Sol ha sido clasificado como una 
			insignificante estrella enana entre billones. La teoría de la 
			evolución propuso que los seres humanos ocupan solamente una pequeña 
			rama de un complejo árbol evolutivo. Este patrón continuó hasta el 
			siglo veinte, cuando la supremacía de nuestra tan jactada 
			inteligencia se vio amenazada. Las computadoras comenzaron a ser más 
			astutas e inteligentes que nosotros. 
 
			A lo largo de los siglos, las 
			iglesias cristianas, por ejemplo, se han visto obligadas una y otra 
			vez a acomodar la nueva información científica que desafía la 
			doctrina existente. Pero estas acomodaciones han sido generalmente 
			hechas de mala gana y muy tardíamente. Solo recientemente, por 
			ejemplo, fue que el Papa reconoció que la evolución Darviniana es 
			más que solamente una teoría. 
 Después de todo, la religión se ocupa principalmente de la relación de la gente con Dios, más que de sus cualidades biológicas o intelectuales. Es posible imaginar a seres alienígenas que son más listos y sabios de lo que somos nosotros, pero que son espiritualmente inferiores o simplemente malvados. Sin embargo, es más probable que cualquier civilización que nos haya sobrepasado a nosotros científicamente habría superado también nuestro nivel de desarrollo moral. 
 
			Uno bien podría especular que una 
			sociedad alienígena avanzada, tarde o temprano hubiera encontrado 
			algún camino para eliminar genéticamente la conducta malvada, dando 
			como resultado una raza de seres santos. 
 Este enigma plantea una dificultad en particular para los cristianos, por la naturaleza única de la Encarnación. De todas las religiones más importantes del mundo, la Cristiandad es la más específica de la especie. Jesús Cristo fue el salvador y redentor de la humanidad. El no murió por los delfines o los gorilas, y ciertamente tampoco por los pequeños hombrecillos verdes. 
 Pero, 
 Aquellos pocos teólogos cristianos que han abordado este espinoso tema, se dividen en dos campos. 
 Algunos posan múltiples encarnaciones y incluso múltiples crucifixiones – Dios encarnándose en unas pequeñas carnes verdes para salvar a los pequeños hombrecillos verdes, como me dijo una vez un prominente ministro anglicano. Pero la mayoría están apabullados por esta idea, o la encuentran absurda. Después de todo, en la visión cristiana del mundo, Jesús fue el único hijo de Dios. 
 
			Sería que Dios hizo que esta 
			misma persona naciera, fuera muerto y resucitado en una sucesión sin 
			fin de planeta en planeta? 
 Paine siguió argumentando que la cristiandad era simplemente incompatible con la existencia de seres extraterrestres, y escribió: 
 Los católicos tienden a ver la idea de múltiples encarnaciones como rayando en la herejía, no debido a su aspecto algo cómico, sino porque parecería automatizar un acto que se supone que es un don singular de Dios. 
 Paul Tillich, uno de los pocos prominentes teólogos protestantes que dio serias consideraciones al tema de los seres alienígenas tomó una visión más positiva. 
 El teólogo luterano, Ted Peters, del Centro de Teología y Ciencias Naturales en Berkeley, California, hay hecho un estudio especial sobre el impacto de la fe religiosa de creencias en extraterrestres. 
 Discutiendo la tradición de debate en este tópico, el escribe, 
 Peters cree que la cristiandad es lo suficientemente robusta y flexible para acomodar el descubrimiento de inteligencia extraterrestre, o ETI. Un teólogo que enfáticamente no teme ese reto es Robert Russel, también del Centro para Teología y Ciencias Naturales. 
 Claramente, hay considerable diversidad – uno pudiera incluso decir cualquier disparate – sobre este tópico en círculos teológicos. 
 Ernan McMullin, un catedrático emérito de filosofía en la Universidad de Notre Dame, afirma que la dificultad central proviene de las raíces de la cristiandad en una cosmología pre-científica. 
 El reconoce que los cristianos especialmente enfrentan una dura situación con relación a los ETI, pero considera que Thomas Paine y sus sucesores afines en mentalidad han presentado el problema demasiado simplísticamente. Señalando que tales conceptos como el pecado original, la encarnación y la salvación están abiertos a una variedad de interpretaciones, McMullin concluye que hay una gran divergencia entre los cristianos sobre la respuesta correcta al desafío ETI. 
 En cuanto a la cuestión de las múltiples encarnaciones, escribe, 
 
			Incluso para aquellos cristianos que descartan la idea de las 
			múltiples encarnaciones, hay una interesante posición de retraso: 
			quizás el curso de la evolución tiene un elemento de direccionalidad, 
			con seres parecidos a humanos como inevitable producto final. 
			Incluso si el Homo sapiens como tal pudiera no ser el único enfoque 
			de la atención de Dios, la clase más amplia de todos los seres 
			humanos y parecidos a humanos en el universo sí podrían serlo. 
 
			El 
			ve el progreso incrementado de la evolución natural como el modo 
			escogido por Dios de la creación, y la historia de la vida como una 
			escalera que conduce inexorablemente desde microbios hasta el 
			hombre. La mayoría de los biólogos consideran absurda una “evolución 
			progresiva”, con los seres humanos como implícito objetivo 
			predeterminado. Stephen Jay Gould una vez describió la noción misma 
			como “nociva”.  
			 
 
			Otro biólogo darwinianno, Simon Conway Morris, de la Universidad de 
			Cambridge, hace su propio caso para una “escalera de progreso”, 
			invocando el fenómeno de la evolución convergente – la tendencia de 
			los organismos similares a evolucionar independientemente en nichos 
			ecológicos similares. Por ejemplo, el tigre de Tasmania (ahora 
			extinto) jugó el papel de los grandes felinos de Australia, aunque, 
			como marsupial, está genéticamente muy lejos de los mamíferos 
			placentarios. 
 Los Musulmanes, por los menos, están preparados para los ETI: el Corán afirma explícitamente, 
 No obstante, ambas religiones hacen hincapié en lo especial de los seres humanos – y, de hecho, de grupos específicos, bien definidos que han sido recibidos dentro de la fe. ¿Podría un alienígena convertirse en Judío o un Musulmán? ¿Hace algún sentido acaso este concepto? 
 Entro las comunidades religiosas más importantes, los budistas y los hindú parecieran ser los menos amenazados por el prospecto de alienígenas avanzados, debiéndole su concepto pluralista de Dios y su visión tradicional más grande del cosmos. 
 
			Entre las religiones minoritarias, algunos darían, de manera 
			positiva, el descubrimiento de alienígenas inteligentes. 
 
			Sus seguidores comparten una 
			creencia de que los alienígenas están ubicados más arriba, no solo 
			en la escalera evolutiva, sino que también en la escalera espiritual, 
			y pueden, por ello, ayudarnos a acercarnos a Dios y a la salvación. 
			 
 Pero Jill Tarter, el director del Centro del Instituto para Investigación, SETI, en Mountain View, California, no tiene problemas con la religión, y es despectivo con la gimnasia teológica con la cual los eruditos religiosos acomodan la posibilidad de extraterrestres. 
 No obstante, descartar esto es más bien ingenuo por parte de Tarter. Aunque muchos movimientos religiosos han venido y se han ido a través de la historia, alguna clase de espiritualidad parece ser parte de la naturaleza humana. Incluso los científicos ateos profesan experimentar lo que Albert Einstein llamó una “sensación cósmica religiosa” al contemplar la impresionante y majestuosa inmensidad del universo. 
			 
 Steven Dick, un historiador de ciencia en el Observatorio Naval Estadounidense cree que sí. Dick es un experto en la historia de la especulación acerca de vida extraterrestre, y el sugiere que la espiritualidad de la humanidad sería grandemente expandida y enriquecida por el contacto con una civilización alienígena. Sin embargo, el considera que nuestro actual concepto de Dios, probablemente requiere una transformación mayor. 
 Dick ha esbozado lo que el llama una nueva “cosmoteología”, en la cual la espiritualidad humana esté colocada en un contexto completamente cosmológico y astrobiológico. 
 Dick propone abandonar al Dios trascendental de la religión monoteística a favor de lo que el llama un “Dios natural” – un super-ser ubicado dentro del universo y dentro de la naturaleza. 
 Alguna forma de Dios natural fue también propuesta por Fred Hoyle, en un provocativo libro titulado El Universo Inteligente (The Intelligent Universe). Hoyle condujo en su trabajo en astronomía y física cuántica a delinear la noción de un “superintelecto” – un ser que ha, como le gustaba decir a Hoyle, “jugado con la física”, ajustando las características de las varias partículas fundamentales y fuerzas de la naturaleza para que los organismos basados en el carbón pudieran prosperar y extenderse a través de la galaxia. 
 
			Hoyle incluso sugirió que este 
			ingeniero cósmico pudiera comunicarse con nosotros manipulando 
			procesos cuánticos en el cerebro. La mayoría de científicos encogen 
			los hombros ante las especulaciones de Hoyle, pero sus ideas sí 
			muestran cuanto más allá de las doctrinas tradicionales religiosas 
			algunas personas sienten que necesitan llegar cuando contemplan la 
			posibilidad de formas avanzadas de vida más allá de la Tierra. 
 La Astrobiología también ha conducido a un sorprendente resurgimiento del llamado “argumento de diseño” para la existencia de Dios. El argumento original del diseño, tal como fue articulado por William Paley en el siglo dieciocho era que los organismos vivos “se adaptan intrincadamente a sus ambientes señalados por la mano providencial de un Creador benigno. 
 
			Darwin 
			demolió el argumento mostrando cómo la evolución conducida por una 
			mutación al azar y una selección natural pueden mimetizar el diseño. 
 
			Si se descubre que la vida está extendida en el 
			universo, el nuevo argumento del diseño es válido, entonces deberá 
			surgir más bien fácilmente de mezclas químicas no vivas, y así, las 
			leyes de la naturaleza deberán ser hábilmente logradas liberando 
			este notable y muy especial estado de la materia, el cual en sí 
			mismo conduce a un estado aún más notable y especial: la mente. 
 
			El universo, en otras palabras, es uno en el 
			cual no haya milagros, excepto el milagro mismo de la naturaleza. 
 
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