¿Dónde estaba la Atlántida?


Del mismo modo que coexisten opiniones considerablemente diferentes en el mundo académico respecto de si la Atlántida existió o no, incluso entre sus más fervientes partidarios, también hay criterios diversos acerca de su localización geográfica. Muchos piensan, como Platón, que está sumergida en el Atlántico. Otros creen que se encuentra bajo tierra, por ejemplo bajo las arenas del Sahara, que en una época anterior estuvieron cubiertas por un mar interior.

 

Otros consideran que puede hallarse bajo el hielo del Ártico, o bajo las aguas de otros océanos y mares, y hay quienes afirman que la Atlántida fue simplemente el nombre que Platón aplicó a otra cultura histórica, situándola “más allá de las columnas de Hércules” por un error geográfico.


Se han escrito varios miles de libros para demostrar la existencia o inexistencia de la Atlántida, pero es interesante que analicemos lo que piensan los autores o investigadores más destacados, antiguos o modernos, en cuanto a la situación geográfica de la islacontinente.

 

Después de realizar una muestra de 270 especialistas llegamos a la siguiente división de opiniones (considerando el elevado número de quienes han escrito sobre el tema, sólo hemos tenido en cuenta a los de mayor importancia histórica o a los investigadores más destacados, o a los que han realizado expediciones de búsqueda en una zona especial):

 

Supuesta localización de la Atlántida

Número de partidarios de esta localización:

- Isla sumergida o puentes terrestres en el Atlántico

- Nunca existió físicamente. Es sólo una leyenda

- Existió en Norte o Sudamérica o en ambas a la vez 

- En Marruecos o el norte de África, incluyendo Cartago
- En Tierra Santa, posiblemente en Israel o El Líbano, Tartessos y el sur dé España, Creta y/o Tera
- Gibraltar; otras islas del Mediterráneo y/o Malta
- Continente hundido en el Pacífico
- Desierto del Sahara, Irán
- Islas Canarias, Ceilán, México, Groenlandia, Sudáfrica, Crimea y sur de Rusia, Países Bajos, montañas del Cáucaso, Brasil, Nigeria

- Arabia, Bélgica, Gran Bretaña, Cataluña, Prusia Oriental, Etiopía, Francia, Iraq, Mecklenberg (Alemania), Europa del Norte, continente del Polo Norte, Portugal, Siberia, Spitzbergen, Suecia, Venezuela, Indias Occidentales, isla sumergida en el océano Indico

97

46

21

15

9

 

6

4

3

2

 

1

 

 


En esta lista no se menciona en forma separada a las islas Azores, puesto que para los que piensan que la Atlántida era un continente sumergido en el Atlántico, las Azores son cumbres de montañas no cubiertas por las aguas que se alzaban en el “octavo” continente, como también suele llamársele.


Llama la atención que casi una quinta parte de los investigadores (que han pasado un número indeterminado de años llevando a cabo su investigación) hayan llegado a la conclusión de que la Atlántida nunca existió, excepto en las mentes de quienes escribieron acerca de ella. Muchos de ellos piensan que, o bien Platón la inventó, como un ejemplo para ilustrar su idea acerca del Estado perfecto, o bien escuchó el nombre de labios de viajeros que regresaban del Mediterráneo Occidental y lo utilizaban en relación con lugares que existían y cuyos adelantos arquitectónicos y en materia de ingeniería, así como su avanzada organización, les había impresionado profundamente.

 

Los informes sobre la grandeza de Babilonia, Creta o Persia encajan perfectamente en esta idea de una “superpotencia”. Otros han sugerido que los sacerdotes egipcios podrían haber contado a Solón lo que relata Platón, pero que lo habrían hecho con el fin de ganarse su voluntad y establecer la reputación de los atenienses como pueblo que había sido lo bastante fuerte en el pasado como para derrotar al ejército atlántico.


Los críticos modernos de la teoría atlántica parecen haber perdido un tanto de su escepticismo desde la época de Aristóteles. Esta aparente simpatía hacia el tema, incluso de parte de quienes no dejan de mostrar su reserva, puede deberse al atractivo que ejerce la leyenda atlántica, o a un mejor conocimiento del pasado, que lleva a la creencia generalizada de que ciertas culturas prehistóricas no han sido descubiertas aún y de que la época prehistórica del hombre tiene una antigüedad mayor de lo que pensamos.

 

Algunos de los antiatlantistas han llegado a la conclusión de que la isla-continente viene a llenar una necesidad psicológica: la que siente el hombre de refugiarse en la idea de que alguna vez, en una edad de oro, las cosas eran mejores, antes que otros factores provocaran la destrucción de la primera civilización perfecta del hombre.


Otros la consideran un ejemplo desde el punto de vista pedagógico, sobre todo teniendo en cuenta que la leyenda afirma que la Atlántida fue destruida como consecuencia de la decadencia moral de su pueblo. En esta idea abundan los que creen en la isla-continente de hoy y esperan que la Humanidad haya aprendido la lección del pasado y no volverá a provocar su propia destrucción. El tema vuelve a plantearse cada vez que se descubre una civilización misteriosa.

 

Entonces se plantean preguntas de este tipo: ¿Podría tratarse de la Atlántida? o ¿es esto lo que originó la leyenda de la Atlántida? Algunas de estas teorías son particularmente interesantes por las medidas que mencionan. Es decir, habría que tomar las dimensiones que Platón atribuyó a la islacontinente y a su ciudad capital, con su red de canales, y aplicarlas, o interpretarlas, según los lugares arqueológicos de que se trata.


Albert Hermann, un historiador-geógrafo que se contaba entre quienes pensaban que la Atlántida estaba en Túnez, basó una gran parte de su teoría en una posible traducción errónea de lo que los sacerdotes egipcios de Sais dijeron a Solón.

 

Observa cómo todas las medidas que proporciona Platón son divisibles por 30, y por ello cree que las medidas de los egipcios estaban probablemente dadas en “schomos” (un estadio equivale a treinta schomos) y que, de alguna manera, en un confuso intento por hacer que la traducción resultara bien, el traductor multiplicó por 30 las cifras que le daban. Pero no podemos estar seguros de que Solón utilizó traductor, pues es posible que los sacerdotes egipcios hablasen griego. En todo caso, Hermann hizo coincidir a Túnez exactamente con las medidas atribuidas a la Atlántida, y al medir la gran planicie central descubrió que sus dimensiones también coinciden con las de la isla sumergida, si se divide por 30.

 

En su opinión, Shott el Djerid, un lago pantanoso en cuyos alrededores se encontraron moluscos marinos, fue antes el lago Tritonis, un mar interior abierto hacia el Mediterráneo, y los grandes canales circulares tenían una anchura de sólo tres metros. Hermann pensó que había encontrado restos de la ciudad de Poseidón, que según él estaba relacionada también con las leyendas árabes sobre la antigua “ciudad de bronce”, situada en el Sahara, cerca de la aldea de Relisia.

 

Esta aldea contaba sólo con quince casas, pero disponía de ciertas vías de agua subterráneas (¿restos de canales?). Sin embargo, aunque las medidas horizontales que presenta Hermann son cuando menos discutibles, la aplicación de las dimensiones verticales en una relación de 30 a 1 convertirían las grandes montañas y soberbios templos descritos por Platón en simples montículos y chozas.


Otro alemán, el pastor Jürgen Spanuth, escribió un libro en 1953 situando la Atlántida en el Mar del Norte, en la desembocadura del río Elba, al este de Heligoland, donde muy frecuentemente se habla acerca de edificios sumergidos. Según él, la isla-continente era la capital de un imperio septentrional del que habría partido el ataque contra Egipto, que según los archivos egipcios habría tenido lugar en el siglo XII a.C.

 

Refiriéndose especialmente a algunas grandes rocas halladas en el fondo llano y que según él podían corresponder a la ciudadela atlántica, Spanuth introdujo un nuevo elemento en la investigación submarina: los buceadores. Pensamos que ésta fue la primera vez que se han utilizado buceadores en la búsqueda de la Atlántida, lo que constituye un adelanto a la vez lógico y prometedor.

 

Sin embargo, en el caso de Spanuth, los mensajes telefónicos de los submarinistas desde el fondo al buque madre y a una profundidad de sólo ocho metros, indicaban un entusiasmo exagerado. Informaron haber hallado una serie de muros paralelos “hechos de grandes rocas”. Sus mediciones posteriores e incluso sus colores coinciden con el relato de Platón, aunque a escala reducida, como ocurre con la teoría de Hermann. Otras dos expediciones submarinas que se llevaron a cabo en este lugar efectuaron nuevas mediciones y extrajeron algunos trozos de pedernal trabajados.


Debido al aumento general del nivel de las aguas en relación con el hundimiento de la costa en muchas partes de Europa, que tuvo lugar en las Edades de Piedra y de Bronce, muchas otras tierras sumergidas a la orilla del mar podrían encerrar nuevos elementos de la Edad de Piedra. Pero la exploración submarina en las zonas cercanas a la costa, en el Mar del Norte o en el Atlántico Norte es difícil y a menudo poco satisfactoria, debido a la falta de visibilidad, algo muy distinto a lo que ocurre en las aguas habitualmente claras del Mediterráneo, el Caribe y otros mares más meridionales.


Probablemente, la explicación más verosímil de la Asentida como actual emplazamiento arqueológico de la isla de tera, en el mar Egéo, la debemos a dos investigadores griegos, los doctores Spiridon Marinatos, arqueólogo, y Angelos Galanopoulos, sismólogo. Su teoría aparece en el libro Voyage to Atlantis (Viaje a la Atlántida), del arqueólogo y oceanógrafo norteamericano James Mavor. En él se explica el misterioso colapso del imperio minoico de Creta y la destrucción de su espléndida capital, Cnosos, como consecuencia de una explosión volcánica que destruyó la isla de Tera en el año 1500 a. C., dejando un enorme abismo submarino donde antes se hallaba una parte de la isla.

 

Según se cree, esta convulsión afectó también a Creta, abatiendo y quemando ciudades que nunca recuperaron su elevada civilización anterior. Las ondas provocadas por este fenómeno debieron alcanzar las playas del Mediterráneo, hundiendo poblaciones costeras y dando origen quizás a las leyendas sobre la inundación universal. Las excavaciones han revelado la presencia de cenizas volcánicas en Tera y Creta que algunas veces alcanzan una profundidad de 40 metros. Futuras excavaciones en tierra o en el fondo del mar nos proporcionarán, sin duda, información más detallada sobre la catástrofe.


Como el comercio entre Egipto y Creta fue interrumpido por el misterioso declive de Cnosos y del imperio minoico, es posible que los egipcios, al no tener noticias de Creta, hayan dado origen a la leyenda de que ésta había desaparecido o se había hundido. Se ha sugerido también que las informaciones respecto a una invasión de Egipto desde el Norte podrían responder al movimiento de las oleadas de gentes arruinadas por el terremoto, que habrían atacado la nación egipcia en su afán por encontrar nuevas tierras donde instalarse.


El doctor Galanopoulos ha dado mayor fuerza a la teoría que sitúa la Atlántida en la isla de Tera. Su método consiste en dividir las medidas de Platón, y también sus otros cálculos, por 10, en caso de que sean superiores a mil. Si son inferiores a esa cifra las acepta sin modificaciones. De esta forma, el foso que rodeaba la ciudad principal de la Atlántida, convertido en kilómetros, no tendría una extensión de 1800 kilómetros, sino de 180, que sería aproximadamente la circunferencia de la planicie de Mesara, en Creta.

 

Se podría calcular igualmente que el ejército constaba de 120.000 hombres, en lugar de 1.200.000 y la flota de la isla quedaría reducida, de 1200 barcos, a una cifra más modesta, de 120. Incluso la fecha señalada por Platón para la destrucción de la Atlántida resultaría más de acuerdo con la de la destrucción real de Tera, si se divide por diez. La explicación de esta discrepancia en los números superiores a 1000 sería que el error básico se cometió al reducir los jeroglíficos egipcios o al interpretar incorrectamente el manuscrito cretense.


Arthur Clarke, un destacado científico y escritor de ciencia ficción, que se interesa tanto por el pasado y las profundidades como por el futuro y el espacio, opina que, incluso si la Atlántida hubiese existido, los pueblos mediterráneos habrían recordado el desastre de Tera, por ser más reciente.

 

Clarke hace notar que nadie habla acerca del terremoto de San Francisco, ocurrido en 1836, porque se suelen recordar únicamente las catástrofes más próximas en el tiempo como, por ejemplo, el “incendio” de 1906, que por lo demás fue mucho menos grave. Y luego plantea la siguiente y muy inquietante analogía: que si se lanzara una bomba atómica en Chicago, los sobrevivientes sólo recordarían la bomba y no el incendio de 1871.


Ignatius Donnelly citó la isla de Tera (llamada también Santorini o Santorin) en 1882, como ejemplo de las transformaciones ocurridas en algunas islas del Mediterráneo, a causa de erupciones volcánicas y terremotos, y sostuvo que “un examen reciente de dichas islas muestra que la masa total de Santorin se ha hundido más de-400 metros desde que fue proyectada fuera del mar”. Aparentemente, Donnelly se refería a la profunda “caldera” que ocupaba anteriormente la isla de Tera (Santorin) antes de hundirse.


El doctor Galanopoulos, que ha participado en investigaciones realizadas en este mismo lugar, sugirió que la capital atlántica estaba situada en los alrededores de aquella depresión, y ha ofrecido una ingeniosa superposición que muestra cómo la ciudadela de Poseidón descrita por Platón encajaría dentro de los “dientes” de Tera que se extiende hacia Occidente desde el extremo oriental de la isla, formando una bahía. Se ha informado que algunas ruinas submarinas se hallaban a una profundidad de 40 metros en esta bahía.

 

Por su mismo aspecto Tera parece la parte sobreviviente de algún cataclismo, con su cono central humeante, sus arrecifes negros y sus frecuentes y periódicos terremotos. Uno de ellos destruyó recientemente el sistema de transporte por funicular hacia el volcán central. Como prueba adicional de la actividad sismológica en la zona, cada cierto tiempo emergen pequeñas islas del fondo del mar, que los nativos llaman “las islas quemadas”. El agua en torno a ellas es tan sulfurosa que los pescadores han descubierto que pueden eliminar las lapas adheridas a sus botes, por el simple procedimiento de anclarlas cerca de dichas islas durante varios días.


El nombre de Tera se deriva del griego antiguo, “bestia feroz”, y el lugar sigue haciendo honor a estas sugerencias de peligro y vida salvaje, rugiendo y humeando, como dispuesta a ofrecer en cualquier momento una repetición de la gran explosión.


Pero Tera y Creta se hallan dentro del Mediterráneo, y sin duda aquende las Columnas de Hércules; en cambio Platón y la leyenda sitúan la Atlántida en medio del Atlántico. ¿Es posible que el filósofo griego o sus informadores hubiesen sufrido una confusión geográfica? Muy posible, teniendo en cuenta la época en que vivió. Y, sin embargo —el nombre de la Atlántida no ha sido mencionado en relación con Tera o Creta— fueron centros de civilizaciones en los que ocurrieron algunas catástrofes.

 

Si aceptamos la destrucción de Tera, como estamos obligados a hacerlo dadas las evidencias de que disponemos, ¿significaría ello que debemos abandonar cualquier idea acerca de la Atlántida atlántica? Si aceptamos igualmente que Tera fue la Atlántida, todavía tendríamos que explicar el nombre mismo y ciertas interrogantes misteriosas y aún no resueltas relacionadas con las tradiciones, la memoria racial, distribución de animales y personas, y las similitudes culturales en materia de arte y arquitectura que estaban presentes en ambos lados del Atlántico, antes de Colón.


Pero, ¿hay algo más? ¿Existen otros indicios en el sentido de que la Atlántida no era solamente un nombre atribuido a una buena historia basada en un desastre local? Existen algunos hechos sorprendentes que, al ser considerados cuidadosamente en relación con otros factores, podrían convertirse en una gran ayuda para explicar el misterio de la islacontinente y abrir el camino hacia una futura explicación más adecuada.


Pero, antes de ofrecer la explicación obvia (si es que puede explicarse de manera obvia algo que ocurrió en el pasado distante), he aquí otro aspecto misterioso de la cuestión: cuando se descubrieron las islas Canarias, en el siglo XIV, y una vez que los españoles pudieron comunicarse con sus habitantes, éstos manifestaron su sorpresa de que existiera otro pueblo vivo, ya que pensaban que toda la Humanidad había perecido en una catástrofe y que sólo algunas montañas, que ahora constituían su hogar, habían permanecido sobre el agua. Además, estos isleños poseían una extraña mezcla de civilización y barbarie de la Edad de Piedra.


Entre otras cosas, se regían por un sistema de monarquía electiva compuesta por diez reyes, adoraban al Sol, tenían una clase sacerdotal especialmente dedicada al culto de este dios, momificaban a sus muertos, construían sus casas con piedras encajadas con mucha precisión y con paredes pintadas de rojo, blanco y negro, tenían grandes fortificaciones circulares, practicaban una forma de irrigación por medio de canales, se tatuaban la piel mediante sellos que imprimían los dibujos, confeccionaban una cerámica similar a la de los indios americanos, fabricaban lámparas de piedra, poseían literatura y poesía y contaban con un lenguaje escrito y con alfabeto.

 

Su lenguaje hablado, que ahora se ha perdido, parece haber estado relacionado con el del pueblo beréber y tal vez también con los de los pueblos tuareg, de África, a los que se ha considerado posibles sobrevivientes de la isla de Platón.


Varios de estos rasgos culturales coinciden estrechamente con las tradiciones atlánticas y de otras civilizaciones mediterráneas y trasatlánticas. Se ha sugerido que las Canarias pudieran haber sido colonizadas por los fenicios; sin embargo, es dudoso que los descendientes de un pueblo de marinos vivieran en islas pero evitando el contacto con el mar. La explicación de este hecho podría ser que una inundación o hundimiento hubiese dejado una huella permanente en el sistema psíquico de los sobrevivientes.


Hay otros indicios que apuntan hacia un considerable declive cultural, como por ejemplo que para hacer la guerra se sirvieran de armas de piedra y madera. Sin embargo, su organización fue lo bastante eficaz como para hacer frente durante cierto tiempo a los españoles.


Al examinar los cráneos de las momias se ha advertido una curiosa similitud en las costumbres médicas; concretamente en las técnicas de trepanación, que consistían en colocar una lámina de oro o plata sobre el cerebro cuando el cráneo había sido herido. Tanto los guanches de las islas Canarias como los incas peruanos practicaron este arte delicado, pero sólo podemos especular acerca de si esto era una consecuencia de una cultura atlántica compartida o si se desarrolló en forma natural en unos pueblos habituados a golpear a sus enemigos en la cabeza.


Incluso algunas de las características físicas que Platón describe en detalle pueden ser identificadas en las islas atlánticas. El filósofo menciona la existencia de rocas negras, blancas y rojas, como las de origen volcánico que todavía pueden verse en las Azores, las Canarias y otras islas del océano Atlántico. La referencia a climas templados y cantidades ilimitadas de fruta pueden aplicarse todavía a Madeira, las Canarias y las Azores, y la gran montaña que se alza desde la planicie central podría ser el monte Teide, de Tenerife. En la narración de Platón se advierte otra coincidencia, cuando habla de manantiales fríos y calientes, que habrían sido creados por el tridente de Poseidón. Estas fuentes, al igual que las rocas blancas, negras y rojas, también existen en las Azores.


Paul Le Cour, fundador de la organización francesa “Amigos de la Atlántida” y de la revista “Atlántida”, visitó las Azores y comentó estas coincidencias. También se refirió al uso que actualmente se da a los trineos en las Azores. Los isleños los hacen deslizar sobre piedrecillas redondas, lo que significa trasladar a la época moderna un sistema de transporte correspondiente a la Edad de Piedra. Las Azores, aún más que la isla Tera, presentan un aspecto de tierras sumergidas, con grandes cumbres montañosas de color negro que se alzan directamente desde el mar.


En la época clásica hubo evidentes contactos esporádicos entre los guanches y los fenicios, cartagineses, numidios y romanos, pero el nivel cultural había retrocedido considerablemente en el momento de su “redescubrimiento” por los españoles.


No existen documentos relativos al descubrimiento de habitantes nativos en las Azores, aunque se han encontrado ciertas reliquias de indígenas o visitantes que llegaron por el mar. En una caverna de la isla de San Miguel se descubrió un bloque de piedra con una talla que representaba un edificio. Paul Le Cour, llevado del entusiasmo que nacía de su condición de fundador de los “Amigos de la Atlántida”, clasificó esta talla como la reproducción de un templo atlántico.


Parece que las islas fueron visitadas por cartagineses y fenicios, puesto que se han encontrado monedas de Cartago en Corvo, la más occidental de las Azores. Los primeros exploradores también hallaron en Corvo la estatua de un jinete, esculpida en piedra y con una inscripción indescifrable en la base. Desgraciadamente para los investigadores posteriores, el rey de Portugal ordeno su traslado en el siglo XVI. La estatua ha desaparecido y también la base y la inscripción. Sin embargo, ha llegado hasta nosotros otra pieza fascinante, según señala A. Braghine, un moderno investigador, en su libro The Shadow of Atlantis (La sombra de la Atlántida).

 

Cuando los exploradores portugueses que buscaban nuevos territorios llegaron a las Azores y vieron la estatua, advirtieron que el brazo del jinete apuntaba hacia Occidente; es decir, hacia el Nuevo Mundo. Se dice que los habitantes de las islas la llamaban Cates, lo cual no tiene significado, ni en portugués ni en español, pero que, por una curiosa coincidencia lingüística, se asemeja, en el lenguaje quechua del antiguo imperio inca, a la palabra cati, que quiere decir “siga”, o “vaya hacia allí”.


Al estudiar las islas del Atlántico y su posible relación con las costas del Atlántico y con las islas y culturas del mundo mediterráneo primitivo, nos acercamos mucho a una posible solución del misterio de la Atlántida, un misterio que tal vez nunca lo fue, ya que siempre hemos tenido una explicación a mano.


La investigación oceanógrafica, al igual que la exploración submarina por medio de hombres-rana, que constituye un campo de investigación completamente nuevo, se han unido para proporcionarnos una respuesta lógica y verosímil.


Aunque algunos suelen ser visionarios, los submarinistas tienden al mismo tiempo a adoptar una actitud práctica y pragmática, que les ayuda a sobrevivir. En los últimos años, y gracias a observaciones de primera mano, han advertido que las aguas de la tierra han estado subiendo a través de los siglos y que a ello se debe que todavía exista un terreno abonado para los descubrimientos arqueológicos a lo largo de las líneas costeras del Mediterráneo, el Caribe y otros mares.


Jean-Albert Foéx nos ha ofrecido la explicación más plausible y al mismo tiempo más obvia acerca de la Atlántida, en su libro Histoire sous-marine des Hommes (Historia submarina de los hombres)*.

 

* Publicado por Editorial Pomaire en 1969. (N. del E.)
 

Su deducción no se basa en leyendas o mitos, sino en hechos científicos aceptados como tales. Se apoya en el consenso general existente entre geólogos y oceanógrafos, en el sentido de que, si bien el nivel del agua se ha elevado en los últimos milenios a un ritmo de unos 30 centímetros cada siglo, hace muchos miles de años se produjo una enorme crecida, a un ritmo mucho más rápido. Alrededor del siglo X a.C., el nivel del mar se hallaba unos 135 a 150 metros por debajo del actual.

 

La elevación del nivel se debió a las inundaciones originadas por el deshielo de los últimos glaciares. Cuando el tercer y último glaciar se retiró y los hielos se derritieron, las aguas se elevaron en más de 150 metros y produjeron lluvias torrenciales y erupciones volcánicas, especialmente en las zonas volcánicas del Atlántico. Esto debió parecer como el fin del mundo, en medio de un gran diluvio. En otras palabras, el “complejo cultural” atlántico, que lógicamente se debió producir en las islas de clima templado y en las costas adyacentes, desapareció durante los trastornos sismológicos que acompañaron a las grandes inundaciones subsiguientes al deshielo.

 

Este aumento del nivel de las aguas podría explicar también el gran crecimiento del Mediterráneo, cuyo fondo no es un verdadero fondo marino, sino que se caracteriza por tener valles y montañas. Esta vez, al estudiar la Atlántida estamos pisando terreno científico firme, en general. Sabemos que los glaciares existieron; que el hombre preglacial también existió, y conocemos el ritmo de aumento de nivel de las aguas del océano gracias a la precisión que el empleo del carbono radiactivo nos ofrece para establecer la edad de los materiales dragados. Entre esos materiales figuran conchas marinas, moluscos, turbas, mastodontes y mamuts e incluso herramientas prehistóricas.


Si proyectamos las islas del Atlántico de acuerdo con su situación en aquella época, incluyendo todo el fondo del mar que las rodeaba, hasta una profundidad de 150 metros o más, obtenemos islas con áreas terrestres mucho mayores; tal vez no del tamaño de los continentes, pero sí lo bastante extensas como para mantener una población numerosa y activa, capaz de desarrollar una civilización. Algo similar ocurrió con las otras costas, de Francia, España, Portugal, África del Norte y América, que se extendían probablemente tanto como el zócalo continental, como lo demuestran los cañones submarinos que parten de los ríos actuales hasta llegar al borde de grandes abismos.

 

Estas islas oceánicas no sólo habrían sido mayores que las actuales, sino más numerosas, lo cual significaría extensas zonas secas comprendidas en las orillas de las grandes y pequeñas Bahamas, donde se han realizado recientes descubrimientos de edificios y ciudades sumergidas. La extensión “anterior a la inundación” de estas zonas y de las islas atlánticas nos recuerda la mención por parte de Platón de “...otras islas; y desde las islas se podía atravesar al continente opuesto...”.

 

Los centros poblados de este imperio prehistórico se encontrarían, naturalmente, en el antiguo nivel del agua y es precisamente allí, como sugiere Foéx, donde la búsqueda de la Atlántida debería arrojar resultados provechosos. No sería la búsqueda de leyendas y tradiciones, sino la exploración de ciudades y puertos reales pertenecientes a la sumergida isla-continente. Tanto en las Azores como en las Canarias se ha informado de la existencia de construcciones submarinas de origen desconocido.


Con esta explicación, que aparece corroborada por la ciencia, por lo menos en cuanto se refiere a la elevación del nivel de las aguas, devolvemos la isla-continente perdida al Atlántico, precisamente al lugar donde la situaba Platón. Pero era distinta, algo más pequeña, incluidas islas mucho más grandes y cercanas a las costas de los continentes que la rodeaban, tal como lo describieron Platón y otros autores.


Incluso el factor tiempo es inesperadamente coherente. Platón sitúa el hundimiento, según le informaron los sacerdotes de Sais, hace 11.250 años, mientras la ciencia moderna sugiere el año 10.000 a.C. como el período del fin de los últimos glaciares europeos, a los que siguió la inundación. La difusión de la civilización megalítica hacia Europa se produjo alrededor de esta época y, puesto que las fechas correspondientes a las culturas Tartessos, el sur de España, el norte de África y las islas mediterráneas están siendo constantemente retrasadas, todas ellas se acercan al período de la última retirada de los glaciares y del supuesto éxodo desde la Atlántida.


En otras palabras, todo era parcialmente cierto, pero ligeramente deformado a través del turbulento polvo de la leyenda y de la inconstante memoria del ser humano. Hubo una vez grandes islas en el Atlántico. Ocurrió una vez una inundación que pareció cubrir la tierra, pero las aguas no retrocedieron y todavía están en torno a nosotros. Y las tierras no se hundieron realmente, sino que resultaron anegadas, y con excepción de los sectores cubiertos por las mareas, no volvieron a emerger. Y esas tierras perdidas están todavía allí, en lo profundo del océano, y sólo sobresalen del Atlántico sus partes más elevadas. A lo largo de sus orillas sumergidas y los terrenos originalmente fértiles de la época anterior al diluvio, deben yacer las ruinas y los restos de sus ciudades, palacios y templos.


Naturalmente, la visión de la Atlántida a la que acabamos de referirnos, esta civilización del océano anegada por el deshielo de los glaciares no coincide precisamente con el imperio mundial, postulado por Donnelly, ni con la edad de oro soñada por tantos de sus supuestos descendientes.

 

Probablemente no fue tampoco la supercivilización que pretenden otros escritores, que poseía adelantos ultramodernos y fue castigada por sus pecados, como ejemplo para todos nosotros. Lo que sin embargo es probable, es que en aquellas fértiles y florecientes islas algunos de los hombres de Cro-Magnon desarrollaran inicialmente una cultura que luego difundieron hacia otras tierras. Ello habría ocurrido antes y después que los cambios experimentados por el planeta les obligaran a emigrar.


No sabemos qué idioma hablaban y sólo tenemos una vaga idea respecto de sus rasgos culturales. Pero si alguna vez llegamos a descubrirlo —y existen buenas posibilidades de que ello sea así— sabremos mucho más acerca del origen de nuestra civilización, de nuestro pasado cultural, nuestra prehistoria y, tal vez, acerca de nosotros mismos.

 

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¿Es posible encontrar la Atlántida?


Con el desarrollo de la exploración submarina y la arqueología, el problema del hallazgo de la Atlántida y todos sus tesoros culturales y materiales se convierte en un proyecto de investigación submarina, el campo más lógico tratándose de la búsqueda de tierras sumergidas. Se han logrado grandes avances en la utilización de hombres rana, cuyo radio de acción y profundidad a la que pueden descender aumentan constantemente. En un futuro próximo, y utilizando combinaciones especiales de gases, podrían alcanzar los 400 ó 500 metros.


Existen sumergibles de gran profundidad, como el Trieste II, de Picard y el Archiméde, que son capaces de descender hasta las grietas oceánicas más profundas. Se están construyendo otros submarinos pequeños, dotados de gran maniobrabilidad y con capacidad de realizar trabajos como si fuesen una extensión de los brazos del submarinista.

 

Además, cuentan con sonar y elementos de televisión para el examen del fondo del mar. The Alvin, perteneciente a la Union Carbide y con capacidad para dos hombres, localizó y “rescató” la bomba atómica perdida frente a las costas españolas.

¿Era ésta la Atlántida? Planicie elevada a lo largo de la cordillera meso-atlántica.

 

En los modelos más pequeños se están introduciendo constantes modificaciones. El Star Class I, de la General Dynamics, para dos hombres también, tiene un límite de permanencia en el agua de seis horas y un alcance en cuanto a profundidad de 130 metros, mientras el nuevo Star Class III puede bajar hasta casi 1000 metros y han aumentado su autonomía hasta veinticuatro horas. Jacques Cousteau ha perfeccionado un vehículo en forma de platillo que puede operar a una profundidad de 300 metros.

 

En aguas menos profundas, contamos con el Pegasus, de Omitri Rebikoff, que es una especie de torpedo en el que un submarinista cabalga como si se tratase de un caballo submarino y que, tal como ocurre con los buenos jinetes, lo maneja con piernas y aletas, no con las manos. Se trata de un aparato que combina movilidad con una visibilidad óptima. El PX 15, o Benjamín Franklin, capaz de transportar una tripulación de cinco hombres, es un vehículo utilizado para investigaciones prolongadas, con amplias ventanas y capaz de permanecer bajo el agua durante semanas, ya sea actuando con su propia fuente de energía o flotando y dejándose llevar por las corrientes submarinas, a profundidades de hasta 600 metros.


El Asherah, construido por la General Dynamics, es un submarino diseñado especialmente para llevar a cabo investigaciones arqueológicas bajo las aguas del Mediterráneo y en relación con las expediciones de la Universidad de Pensylvania. Es lento, sólo desarrolla una velocidad de 2,5 nudos, está equipado con elementos para detectar objetos, circuito cerrado de televisión y cámaras estereoscópicas, una herramienta para la investigación hecha a la medida de la arqueología submarina.

 

Existen planes para construir otro submarino especial, destinado a investigar el pasado “viviente”, o, más específicamente, todo lo relativo al monstruo del Loch Ness, utilizando además unidades de sonar situadas en tierra y en un barco como auxiliares de orientación. Tal vez la herramienta más útil con que cuentan los submarinistas en su trabajo a grandes profundidades es el Deep Diver, con su cámara hermética. Los submarinistas se someten a compresión en ese compartimiento, antes de descender a determinadas profundidades y luego, al volver a la cámara y antes de retornar al sumergible, opera la descompresión.

 

De esta forma pueden descender a profundidades mucho mayores y prolongar el tiempo de exploración. Con ello se logra también simplificar el problema de la descompresión. El proyecto Sea Lab (Laboratorio marino), que se encuentra en proceso de experimentación, permite a los submarinistas operar durante largos períodos a una profundidad de más de 180 metros.

Esto presenta un interés especial si se piensa que la mayor parte de la plataforma continental tiene una profundidad de menos de 180 metros. El Sea-Lab es una “casa” submarina que reposa sobre pilotes y a escasa distancia del fondo, con una salida directa hacia el mar en el suelo, a la que el agua no puede pasar debido a un mecanismo de presión y a través de la cual se deslizan los submarinistas, utilizando equipos Mark VII, dotados de mezclas especiales de oxígeno y helio. Los buceado-res son mantenidos a la misma presión, dentro y fuera del Sea Lab y gracias a ello pueden permanecer durante largos períodos a grandes profundidades, antes de someterse a descompresión.


Actualmente existe un sistema, utilizado por los submarinos, que consiste en un “sonar” capaz de perfilar superficies o proporcionar una visión lateral, que puede ser empleado para localizar construcciones submarinas y también formaciones naturales. Incluso puede realizarse una investigación electrónica de promontorios submarinos, para determinar su composición. Y, utilizando la impresión magnética del fondo del océano, que es una técnica nueva y sorprendente, se puede llevar a cabo la exploración para precisar la “edad” del terreno desde el propio vehículo submarino. Además, en los últimos años se han realizado espectaculares avances en la precisión de la época de origen de los objetos. Entre ellos, junto al uso del carbono radiactivo figuran las nuevas técnicas de termoluminiscencia y arqueo-magnetismo.


Ahora que se puede contar con tales elementos, la localización de los verdaderos vestigios de la Atlántida está más próxima que en la época en que Wm. Gladstone trató de obtener del Parlamento británico fondos para la investigación en el Atlántico, o cuando Donnelly sugirió que,

“...las naciones de la tierra podrían utilizar sus flotas de guerra ociosas (sic) para traer a la luz del día algunas de las reliquias de estos pueblos enterrados. Ciertas partes de la isla yacen sólo a algunos cientos de brazas bajo el mar, y si se han enviado expediciones cada cierto tiempo para resucitar tesoros sumergidos desde las profundidades del océano, ¿por qué no hacer un esfuerzo para llegar hasta las maravillas de la Atlántida?...”

Las nuevas técnicas de buceo y submarinismo han permitido ya la exploración completa de la plataforma continental que se halla a nuestro alcance, y es allí donde sin duda habremos de descubrir restos prehistóricos y claves que permitirán obtener una mayor precisión en torno al “misterio” de la isla-continente. Esto debería ocurrir no sólo en la zona de las Azores, las Canarias y otras islas atlánticas, ya que el alcance de la exploración submarina en el Atlántico cubre todos los territorios que realmente no se sumergieron, sino que fueron anegados por la crecida de las aguas provocada por el último deshielo de los glaciares.

 

Estas tierras se extienden sobre una gran parte de la plataforma continental de Europa y del continente americano y también por los zócalos de las islas atlánticas, algunas de las cuales pueden haber sido cubiertas por las aguas, en crecidas provocadas por movimientos sísmicos, producidos a su vez por las erupciones volcánicas.


Estas tierras sumergidas incluyen, pues, muchas zonas donde se piensa que estuvieron situadas ciudades y tal vez continentes perdidos. Los últimos lugares de colonización, frente a las costas de Francia, España e Irlanda, las tierras anegadas de la cuenca mediterránea, los restos del mar Báltico y de las culturas prehistóricas de Norte y Centroamérica (incluso la “reaparecida Atlántida”, frente a las Bimini) y especialmente las primitivas tierras bajas y ciudades costeras de las islas atlánticas que, de haber existido, habrían estado cerca de la vieja línea de la costa o planicie costera que ahora, tras las inundaciones e inmersiones, se encontraría por lo menos a 200 metros bajo el mar.


De ahí que el espectro de la investigación atlántica pueda extenderse ahora hacia todo el litoral atlántico y también hacia las islas oceánicas y sus planicies sumergidas. Pero resulta improbable suponer que se organicen expediciones costosas para encontrar la Atlántida, por muy importantes o valiosos que puedan ser los restos y utensilios sumergidos, sin tener indicios acerca de ubicaciones específicas, dentro del otro mundo que existe bajo el mar.


Sin embargo, podemos esperar que sean descubiertos elementos arqueológicos relacionados con el complejo cultural atlántico en el fondo del mar, gracias principalmente al azar y a que el nuevo y más eficiente equipo de investigación permite a los científicos realizar una mayor variedad de investigaciones submarinas. Estas incluyen, por ejemplo, la búsqueda de buques desaparecidos, como el submarino atómico Scorpion, que fue finalmente localizado a 130 kilómetros al sudoeste de la isla Santa María, en las Azores; la prospección de pozos petrolíferos u otros materiales en la plataforma continental; la confección de mapas y la realización de estudios del fondo del mar, de las corrientes submarinas y la población ictiológica.
 

El océano es el último gran tesoro del mundo y lo que se ha hundido en él o ha sido tragado por sus aguas está allí, esperando a que dispongamos de los medios y la capacidad para encontrarlo. Ahora, por primera vez en la larga historia de la búsqueda de la Atlántida, tenemos esa posibilidad. La clave respecto de nuestro pasado podría hallarse en el fondo del océano.


Una pregunta final: ¿Es posible encontrar la Atlántida?


El futuro inmediato nos dará la respuesta. Creemos que sí. Depende fundamentalmente de los esfuerzos de los exploradores submarinos, los descendientes psicológicos de los atlantes; el nuevo “pueblo del mar”.

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El hallazgo de la Atlántida


Desde la publicación de este libro se han realizado extraños hallazgos y descubrimientos que constituyen serios indicios de que algunos edificios de la época de la Atlántida estuvieron situados en el centro del océano Atlántico, y en los sectores oriental y occidental.

 

Debemos recordar que casi todas las tesis sobre la isla-continente se han apoyado en teorías, leyendas, referencias históricas de la Antigüedad, lingüísticas y culturales que serían difíciles de explicar de otra forma, coincidencias geológicas y zoológicas; e incluso revelaciones psíquicas y recuerdos heredados. Por todo ello, hay que imaginarse lo que ocurriría si se encontrara alguna prueba concreta de la existencia de ciudades submarinas, aproximadamente en la misma zona que indicara Platón y que han confirmado las creencias populares desde la más remota antigüedad.

 

Tales descubrimientos exigirían una evolución en la perspectiva histórica, una reconsideración de nuestro propio progreso como civilización e incluso, considerando el lapso de tiempo transcurrido entre la existencia de la Atlántida y nuestro propio mundo, una reconsideración acerca de las habilidades de quienes damos el nombre de “hombres primitivos”. Cabría esperar también que el mundo oficial de la ciencia restase importancia a los hallazgos, tratando en cada caso de descartarlos mediante alguna explicación, o de evitar en cualquier forma lo que Charles Hapgoods ha llamado “la terrible alternativa de los continentes sumergidos”.


De hecho, esto es lo que ha ocurrido. Desde 1968, cuando el doctor Manson Valentino descubrió y exploró el “Camino de las Bimini”, una muralla, pilares, carretera o muelle sumergido que yace a una profundidad de unas seis brazas, al este de la Bimini septentrional, las críticas de los científicos se hicieron sentir de manera inmediata y muy severa.

 

Se sugirió que aquellos bloques ciclópeos eran sencillamente rocas arenosas separadas hasta dar la impresión de bloques. No obstante, cabe hacer notar que la roca no forma grandes bloques capaces de ajustar unos con otros hasta adquirir una forma determinada; que las rocas quebradas al azar no forman ángulos de 90 grados ni poseen pasajes trazados regularmente que las comuniquen y, sobre todo, las rocas “naturales” no suelen permanecer en el fondo del mar apoyadas sobre pilares de piedra como los que existen debajo de aquellos inmensos bloques.

 

Cualquiera que haya observado personalmente este soberbio trabajo en piedra desde el fondo del mar, y lo haya visto en su extensión de miles de metros, adentrándose en la distancia color violeta y cayendo luego nuevamente sobre la arena, para reaparecer enseguida en otros puntos de las Bimini, como si se tratara de una ciudadela gigantesca, no tiene otra alternativa que creer que ha sido construido por el hombre. Además, la roca tiene una composición distinta ala de arena, y según el doctor Valentine, podría tratarse de piedras especialmente tratadas, o incluso de una mezcla.

 

Mar adentro, frente a las Bimini, y a una profundidad de unos 30 metros, algunos pilotos de aviones comerciales han observado muros verticales e incluso un gran arco. Se han divisado pirámides o bases de pirámides sumergidas, desde distancias que varían entre algunos kilómetros frente a la costa y cientos de kilómetros mar adentro. A unos 16 kilómetros del extremo sur de la bahía de Andros se han fotografiado grandes especies de círculos quebrados, de piedras monolíticas que yacen en el fondo del mar, algunas en círculos concéntricos dobles y otras triples.

 

Todo ello sugiere una especie de “Stonehenge” americano, lo que tal vez pueda comprobarse cuando se investigue debidamente. Se han encontrado docenas de curiosos vestigios arquitectónicos en distintos lugares de la costa de las Bahamas. Algunos sólo aparecen sugeridos por la vegetación del fondo, que crece sobre las formaciones pétreas sumergidas bajo la arena, pero que aún muestra las líneas rectas y las formas perfectamente rectangulares o circulares que, indudablemente, no se dan espontáneamente en la Naturaleza.


En el caso de los distintos hallazgos a los que los buceadores tienen acceso fácilmente, se han realizado pruebas para determinar su antigüedad. Aunque las piedras no pueden ser clasificadas dentro de ciertos períodos “históricos”, como ocurre con la materia orgánica, las raíces de mangle que crecen bajo las piedras del camino de las Bimini tendrían entre diez y doce mil años de antigüedad. Esto coincide, no sólo con la fecha señalada por Platón para la destrucción de la Atlántida, sino también con la fecha geológica aceptada para el deshielo de los últimos glaciares.


En el Caribe y en las zonas vecinas abundan las estructuras construidas por el hombre. Cuando el agua está clara y serena pueden advertirse diques o caminos a lo largo del fondo de las zonas costeras que parten de la zona oriental del Yucatán y Honduras y se dirigen mar adentro hacia puntos demasiado profundos como para ser explorados. Ciertas investigaciones con sonar han mostrado una muralla de 160 kilómetros de longitud que se extiende por el fondo del mar, frente a Venezuela.

 

Los geólogos sostienen que se trata de un fenómeno natural y explican que es “demasiado grande” como para que se pueda pensar que se trata de una obra realizada por el hombre. Esta sería también la explicación de la muralla de 16 kilómetros que existe en el fondo del Atlántico, frente al cabo Hateras. Al norte de Cuba existe un complejo de edificios que aparentemente han sido explorados con la colaboración de técnicos soviéticos.

 

La Unión Soviética ha mostrado considerable interés en la investigación atlántica, que podría aumentar a raíz de las nuevas maniobras que están realizando con submarinos. Una expedición bastante reciente que los soviéticos realizaron en las Azores confirmó la tesis de P. Termier acerca de la taquilita (un tipo de lava que se forma sobre el agua sometida a la presión atmosférica), surgida durante el incidente de la rotura del cable atlántico en 1898, que fue la base de su teoría de que grandes zonas alrededor de las Azores se hallaban sobre el nivel del mar hace 15.000 años.


La mayor parte de los descubrimientos en el Atlántico Occidental y en el Caribe se han producido en la plataforma continental, en aguas relativamente poco profundas: es decir, desde los 10 hasta los 50 ó 60 metros. Su número ha ido en aumento desde el período 1965-69, lo cual coincide con la predicción que hizo Cayce antes de su muerte, en 1945, en el sentido de que la Atlántida surgiría desde el fondo del mar. Hay varias razones que explican esto: muy raramente la superficie del mar está absolutamente en calma: cada vez hay un mayor número de rutas aéreas; las actividades de los submarinistas han ido en constante aumento. Pero la razón principal es que a los arqueólogos jamás se les ocurrió buscar ruinas prehistóricas en las aguas del océano que se extienden frente al continente americano.


Naturalmente, existen indicios de que a mayores profundidades podrían encontrarse ruinas aún más imponentes. Una inmersión del submarino francés Archiméde frente a la costa de Puerto Rico reveló la existencia de escalones tallados en los costados abruptos de la plataforma continental frente a Andros, a una profundidad mucho mayor que en los otros hallazgos. Y, aunque no sabemos quién los hizo o quién construyó las estructuras, hay algo seguro: el trabajo no fue realizado bajo el agua.


Lo que podría ser una extraordinaria coincidencia en relación a estos restos prehistóricos es el hecho de que se encuentran dentro del muy discutido Triángulo de las Bermudas, esa región del océano que se extiende entre las Bermudas, la Florida oriental y el este de Puerto Rico, en el que durante los últimos treinta años han ocurrido desapariciones de centenares de aviones, grandes barcos y pequeñas lanchas con todas sus tripulaciones y sin dejar rastro.

 

Entre las características de estas desapariciones podemos citar el loco girar de las brújulas, el mal funcionamiento de ciertos instrumentos, el cese de las transmisiones de radio y radar, una neblina resplandeciente y algunos “apagones” electrónicos.

 

Una de las muchas explicaciones que se han sugerido para justificar las anomalías electromagnéticas supone que existió una avanzada civilización atlántica que poseía fuentes de poder a base de rayos láser; cristales gigantescos, uno más de los cuales aún estaría funcionando en el fondo de ciertas fosas oceánicas, como la que existe en la Lengua del Océano, una zona que tiene un aura de mal agüero y se extiende entre Andros y la cadena Exuma.

 

Edgar Cayce informó a través de sus trances psíquicos que, efectivamente, la Atlántida poseía dicho poder y describió con bastante detalle ciertas operaciones realizadas con rayos láser, varias décadas antes de que los láser se pusieran de actualidad.


Si suponemos que hemos descubierto ciertas zonas sumergidas de la Atlántida en los alrededores de las Bahamas y de las islas del Caribe, ¿cómo quedaría la tesis platónica de una Atlántida convencional, situada en medio del océano? Los descubrimientos de las Bahamas no modificarían las observaciones de Platón. Recordemos sus palabras:

En aquel tiempo, en efecto, era posible atravesar este mar. Había una isla delante de este lugar que llamáis vosotros las Columnas de Hércules. Esta isla era mayor que la Libia y el Asia unidas. Y los viajeros de aquellos tiempos podían pasar de esta isla a las demás islas, y desde estas islas podían ganar todo el continente, en la costa opuesta de este mar que merecía realmente su nombre. Pues, en uno de los lados, dentro de este estrecho de que hablamos, parece que no había más que un puerto de boca muy cerrada y que, del otro lado, hacia afuera, existe este verdadero mar y la tierra que lo rodea, a la que se puede llamar realmente un continente, en el sentido propio del término...

Debemos admitir que una parte muy considerable del relato de Platón ha recibido un respaldo científico total con el descubrimiento del continente americano, y es posible que pronto aparezcan pruebas que corroboren el resto del relato. Las observaciones submarinas realizadas desde aviones han permitido descubrir edificios y ciudades enteras, en los alrededores de las Azores, ya en 1942, cuando unos pilotos que volaban desde Brasil a Dakar observaron lo que parecía una ciudad sumergida en la zona occidental de las montañas de la cordillera meso-atlántica, de la cual las Azores son simplemente las cumbres más altas que sobre salen de las aguas.

 

Tales observaciones accidentales se producen cuando el sol y la presión alcanzan las condiciones óptimas para la observación submarina. Frente a Boa Vista, en las islas de Cabo Verde, y frente a Fayal, en las Azores, se han advertido restos arquitectónicos que tal vez corresponden al área andina central. Por otra parte, los primeros conquistadores españoles de las islas Canarias encontraron restos sumergidos de ciudades y edificios que tal vez databan de la época atlántica. No olvidemos que los guanches, que habitaban las islas Canarias a la llegada de los españoles y que han conservado la tradición de una gran civilización perdida en el Atlántico, ya no eran capaces de construir nada, salvo simples chozas.


A lo largo de los zócalos continentales y las llanuras costeras del Atlántico estamos empezando a encontrar restos de lo que podrían ser reliquias de la Atlántida pertenecientes a quienes sobrevivieron a la catástrofe. Es evidente también que las aguas que anegaron la isla-continente y las fuerzas sísmicas que cambiaron la corteza terrestre repercutieron en toda su superficie.


En las costas de Irlanda, Francia, España y Portugal y frente a las del norte de África existen leyendas acerca de puertos perdidos y ciudades sumergidas, mientras hay verdaderos caminos y murallas que se extienden bajo el Atlántico. En aguas del Mediterráneo existen dos tipos de restos submarinos: los edificios hundidos en aguas poco profundas desde épocas remotas (21.500 años) que se encuentran a una profundidad equivalente a 30 centímetros por cada 100 años y otro nivel mucho más profundo, correspondiente a 10.000 e incluso más años de antigüedad, muy anteriores a la historia de Egipto, Grecia y Roma.

 

Gracias a las exploraciones que se han realizado con submarinistas se han podido hallar pruebas de la existencia de este nivel más profundo, heredado tal vez de pueblos civilizados de la época en que el Mediterráneo era un conjunto de lagos interiores. Un buceador que estaba persiguiendo un pez, encontró una muralla de 14 kilómetros de largo, muy bien construida, frente a Marruecos, Cuando investigaba las ruinas que se advertían sobre la cumbre de una montaña submarina, a 40 metros bajo la superficie, el doctor J. Thorne pudo ver algunos caminos que descendían aún más por la montaña, hacia la oscuridad púrpura de las profundidades desconocidas.

 

Ocho kilómetros mar adentro, en el Mediterráneo, exactamente al sur de Marsella, un explorador francés, Jacques Mayol, exploró un banco de 1500 metros de largo que yacía a una profundidad de 30 a 40 metros, en que se advertían galerías verticales, canteras y montones de escoria apilados junto a las galerías. En otras palabras, una mina trabajada por el hombre contemporáneo al del hombre de Cro-Magnon.


En otras palabras, gran parte de la arquitectura atlántica y un sinnúmero de útiles yacen hoy bajo el mar, en zonas que eran planicies costeras o valles antes de que el nivel del mar variase en todo el mundo. D. H. Lawrence traza un vivido cuadro de un mundo primitivo en su obra The Plumean Serpent (La serpiente emplumada), al describir una época en que,

“las aguas del mundo se aglomeraron en estupendos glaciares... alto, muy alto, más allá de los Polos...”.

 

“...Las grandes llanuras se extendían hacia los océanos, como la Atlántida y el continente perdido de la Polinesia, de manera que los mares eran solamente grandes lagos y los habitantes de aquel mundo, suaves y de ojos negros, podían desplazarse alrededor del globo...”.

Es posible que aún subsistan vestigios de una cultura atlántica en lugares inesperados y a la espera de ser reconocidos. Las enormes paredes de piedra existentes en las cumbres montañosas del Perú, cuyos bloques están unidos con enorme perfección hasta el punto de parecer soldados, fueron un misterio tan grande para los conquistadores españoles como para los incas, cuyo imperio estaban invadiendo.

 

La ciudad boliviana de Tiahuanaco, que es increíblemente antigua, fue construida al parecer hace tanto tiempo, que sus animales prehistóricos aparecen en los utensilios de cerámica que utilizaban sus habitantes. Los enormes edificios erigidos a una altura de 4000 metros, con paredes de tres metros de ancho y piedras de cimentación que pesan 200 toneladas, fueron construidos con una exactitud y un conocimiento de física y astronomía tales, que muchos investigadores están convencidos de que sus constructores no pueden haber sido seres de este planeta.


Ciertos descubrimientos geológicos, como las líneas de sal en las montañas, los campos de maíz antiguos y que se hallan bajo la línea de las nieves de las montañas de los alrededores, y las conchas marinas encontradas en las costas del cercano lago Titicaca, indican que la ciudad no era una fortaleza montañosa sino más bien un puerto del océano, que alcanzó su altura actual en alguna época del pasado remoto, y durante las convulsiones volcánicas que acompañaron el deshielo de los glaciares. Posansky, un arqueólogo especializado en el estudio de esta región, calcula que el fenómeno se produjo hace 15.000 años.


Al plegarse la corteza terrestre, otras ciudades de Sudamérica pueden haber sido arrojadas al abismo oceánico. Como ejemplo notable de ello podemos citar las fotografías de la fosa Milne-Edwards tomadas por el doctor Menzies, de la Universidad de Duke, desde el barco oceanógrafico Antón Bruun, en 1965, frente a la costa del Perú. Las grabaciones de sonar realizadas en esta zona indicaron configuraciones muy extrañas en el fondo del océano, que aparentemente era una superficie cubierta de lodo. Las fotografías que se tomaron a una profundidad de 2000 metros mostraban lo que parecían enormes pilares y murallas.

 

Algunos parecían cubiertos de signos caligráficos. Cuando se trató de tomar otras fotografías se advirtió que aunque la posición de la cámara especial fue modificada por las corrientes submarinas, se obtuvieron otras placas de rocas con formas artificiales que yacían sobre los costados, y algunas de ellas en montones, como si hubiesen rodado unas encima de otras. Esto es tal vez lo que ocurrió en la época en que esta misteriosa ciudad se hundió a una profundidad de más de 1.500 metros.

 

Aun cuando este incidente muestra las mayores profundidades del océano en que se hayan encontrado supuestas ruinas, es probable que las futuras exploraciones submarinas, realizadas a iguales o similares profundidades, aporten pruebas definidas, en un futuro relativamente próximo, acerca de la existencia de una civilización mundial cuyas florecientes ciudades yacen ahora en el fondo de los océanos del mundo.


La tarea de descubrir la Atlántida o el imperio atlántico se está llevando a cabo ahora, gracias al nuevo equipo con que contamos, tanto para la datación de restos y ruinas como para realizar exploraciones submarinas. Guste o no a los historiadores convencionales o a las instituciones científicas oficiales, la exploración submarina que se está realizando está provocando que empiecen a encajar las piezas de un rompecabezas, o mejor dicho un mosaico que pronto resultará demasiado concluyente como para ser ignorado o negado, incluso si gratas y familiares nociones del tiempo y la cultura tuviesen que ser modificadas.


La observación que, según Platón, los sacerdotes egipcios hicieron a Solón en Sais, es tan aplicable a nosotros como el filósofo quiso que lo fuera a su antiguo público. No debemos olvidar que los antiguos griegos no pensaban que eran antiguos, y se consideraban tan “modernos” como nosotros ahora.


Según Platón, “uno de los sacerdotes, un hombre de mucha edad” hizo el siguiente comentario a Solón, cuando éste le visitó:

...Vosotros sois todos jóvenes en lo que a vuestra alma respecta. Porque no guardáis en ella ninguna opinión antigua, procedente de una vieja tradición, ni tenéis ninguna ciencia encanecida por el tiempo. Y ésta es la razón de ello. Los hombres han sido destruidos y lo serán aún de muchas maneras...

Este sentimiento, que era común a muchos pueblos de la Antigüedad, es aún compartido por nosotros, que somos sus modernos descendientes. Ha sido consciente y subconscientemente conservada por leyendas, tradiciones y la memoria racial, y se ve hoy reforzada por descubrimientos cada vez más frecuentes. Hubo sin duda culturas anteriores a nuestro “período vital”, desde el 3500 antes de C. hasta el presente.

 

Una de ellas, con seguridad la que precedió inmediatamente a nuestra propia “antigüedad”, fue la que llamamos Atlántida, cuyo nombre por sí solo, aun cuando resulte incierto, ha dejado un eco tan vibrante en la historia de nuestro mundo y en el océano que conmemora su nombre.

 

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