3 - Unulahgal, la capital de Nalulkára y de las hacedoras de vida

traducción de Luna Azul

Noviembre 28, 2008

del Sitio Web TrinityATierra

«El hombre del proximal era a la vez masculino y femenino por lo cual estructurado por el Padre y la Madre juntos, lo que un versículo subraya : «Y fue dicho : Elohim 19 ¡que la luz sea! Y la luz fue». Las palabras «que la luz sea» indican el Padre (Dios: la Fuente original), y las palabras «y la luz fue» indican la Madre. Es eso el hombre: dos caras. Sin embargo, el hombre no guarda más parecido ni forma que de la Madre suprema. Este se entiende como siendo un nombre de reemplazo y como tal, ella es Elohim» (4).
El Zohar, Tiqoune Ha-Zohar, 22b

19. Elohim es el término hebreo utilizado en la antigüedad para designar las divinidades creadoras de la Tierra y del primer ser humano del Génesis (Gen. 1,26) - No apareciendo Adam hasta la segunda creación en Gen. 2,7. Elohim es un término femenino plural que significa “divinidades”, y por lo tanto, es todavía traducido al día de hoy en “Dios”: este representa las divinidades que crearon el Cielo y la Tierra en la primera parte del Génesis. No hay más que un paso fácil de franquear para acercar a los Elohim de las Amašutum de la historia que nos ocupa.

 
Descodifiquemos la palabra hebrea Elohim con ayuda de los valores fonéticos del silabario sumerio acadio.

 

En las lenguas llamadas “antiguas”, como el hebreo, el dogón, el sumerio, etc., las vocales se comportan muy a menudo según un sistema de armonía vocálica. Numerosos términos sumerios fueron confeccionados sumando varias sílabas. Generalmente, cuando dos vocales comunes se siguen, una de las dos desaparece automáticamente. Sabiendo igualmente que en sumerio la “o” no existe y que está comúnmente admitido que la vocal “u” es la que más se le acerca, Elohim nos dará: EL (o IL : elevado, ser alto), Ú (poderoso, fuerte), HI (mezclar, entreverar), IM (arcilla, barro), o sea : EL-Ú-HI-IM (la segunda “I” ha desaparecido en hebreo)

 

El verdadero sentido oculto de Elohim (EL-Ú-HI-IM) es entonces: “los poderosos elevados que han mezclado la arcilla” (o el arcilloso: ¡el Hombre!). Veremos en la segunda obra el verdadero sentido que daban los “dioses” y los antiguos al término “arcilla”.


 

 

Ğírkù-Tila Nudímmud / Dili-ME-Eš

 

Abastecido con mi preciosa muestra de uzu (carne), tomé la dirección de mi Margíd’da. Mi nave se arrancó del Abzu para surcar de nuevo la superficie de nuestro planeta.

 

Pensé un momento en regresar al Uanna para realizar en secreto mis análisis, pero era demasiado arriesgado, pues An era muy capaz de haber puesto bajo seguro su laboratorio. Estaba fuera de lugar desde ahora en adelante tomar riesgos inútiles. No me quedaba entonces más que una alternativa, acercarme desoyendo el aviso de mi padre creador, a las Amašutum.

 

Pero ¿Dónde ir? ¿Dónde podría yo encontrar un lugar tranquilo para realizar mis pruebas? ¡No lo sabía!

 

Manifiestamente, mi padre creador parecía haber pasado mucho más tiempo en el Abzu y en el espacio que en la superficie de nuestro mundo, al menos que esto no fuera más que el resultado de sus numerosas manipulaciones sobre mi persona… Decididamente, tendría que verificar todo esto. Me recuperé y tomé la decisión de ir a Unulahgal, la capital de Nalulkára.

 

Aquí, todas las ciencias eran estudiadas con esmero. En cuanto a la discreción no era la mejor idea, pero no tenía más tiempo que perder y ese lugar me parecía familiar.

Mi Margíd’da tomó el camino hacia el Sur, desfilando con gran rapidez por encima de numerosas tierras y valles. Llegado al destino, me posé en los límites de la capital para no hacerme notar. Por suerte, la ropa que me había suministrado An tenía una capucha. Tuve que colocármela para esconder mi cara, bajo riesgo de ser traicionado por mi fisionomía, porque aunque yo no tuviera todos los atributos de un varón, sí poseía el aspecto físico y la talla.

Unulahgal, la santa. La joya de nuestro orgulloso planeta, el centro de las grandes iniciadas. Todas las sacerdotisas planificadoras estudiaban en este lugar de aprendizaje de elite. Según su propio dogma, ellas eran las hacedoras de vida, las grandes transformadoras al servicio de la Fuente Original - la Divinidad primordial y universal. Un puñado de éstas tenía el privilegio de planificar la vida sobre el planeta Uraš (la Tierra), situada en el prodigioso sistema estelar Ti-ama-te (el sistema solar). Las doctrinas enigmáticas de las sacerdotisas y de los Kadištu (planificadores) eran terriblemente temidas por los varones de nuestra especie…

Franquee la gran puerta del oeste, dónde se alzaban numerosos estandartes multicolores, engalanados con el símbolo de los dos Muš entrecruzados, el emblema de las Amašutum.

 

Me pareció reconocer hasta los mínimos rincones de esta maravillosa ciudad. Concluí a causa de ello que mi padre creador debía haber residido aquí anteriormente, mucho antes que esta extraña plaga afectara a los Šutum, en una época en que todos los varones estaban todavía autorizados a circular sobre la superficie de nuestro planeta.

 

Ahora las cosas habían cambiado y tuve que andar muy vigilante, para no ser descubierto.

Me adelanté en la avenida central de la ciudad. A una corta distancia, oí una música divina, aquella que sólo las músicas hembras sabían interpretar con la ayuda de sus maravillosos instrumentos de cuerdas. Mezclándome entre el gentío, mis pasos me condujeron hacia una pequeña explanada. La suerte estaba conmigo, el sol estaba en su cenit, y en ese momento de la jornada, la mayoría de las Amašutum se encontraban en el exterior, aprovechándose de los regeneradores rayos del sol.

 

Era el gran descanso cotidiano.

 

Esta ventaja me iba a permitir circular a mi antojo por los edificios dedicados al estudio del cuerpo, mi especialidad. Todavía tenía que alejarme de esta multitud rápidamente con el fin de alcanzar las callejas que iban a llevarme hasta ese lugar. Numerosas risas llenaban la explanada.

 

Mientras bifurcaba para dejar el lugar, una hembra - visiblemente una de las vigilantes de la ciudad - se acercó y me examinó de la capucha a los pies.

-Y bien, ¿Tanto frío tienes para cubrirte así?

En vista de que las Amašutum no conocían la enfermedad, no pude simular ningún mal que hubiera justificado esta precaución. Tomé una voz bastante clara mientras intentaba utilizar ese acento tan particular que, reconozco haber tenido mucha dificultad en imitar.

-Estoy en periodo de Gibil’lásu (renovación de la piel)… ¡Y es la primera vez!

 

-No pienso que sea tan grave, joven Búlug (novicia). Somos todas iguales. Siempre es impresionante la primera vez. ¿Has sido aconsejada por la Guía?

-No, aún no.

-Deberías, te daría un buen consejo. Es allí, sabes, a los pies de las dos grandes torres. ¿Quieres que te acompañe Búlug?

Los maravillosos poderes que me había legado An me fueron bien útiles para acompañar mi respuesta y darle una impresión de confianza.

 

Le respondí negativamente y la dejé rápidamente orientándome hacia el lugar indicado. Todo iba perfecto, era precisamente en esa dirección que tenía que dirigirme. El camino que acababa de tomar me hizo rodear la gran biblioteca flanqueada por su domo culminante, aquella en que toda nuestra historia oficial y acreditada por la autoridad reinante estaba inscrita sobre macizas placas de kùsig (oro).

 

Finalmente, el famoso complejo de ciencias naturales se perfiló detrás de la biblioteca. Franquee la ancha puerta de cedro adornada con bronce y me deslicé en el hall principal. Según lo previsto, el edificio estaba enteramente vacío. Surqué los numerosos pasillos sembrados de columnas de mármol rosa y me introduje en la sala de estudios sobre el cuerpo.

Todos los aparatos estaban ahí, a disposición. El poco tiempo del que yo disponía me obligó a pasar a la acción sin tardar. Saqué el vaso escondido bajo mi ropa con la intención de extraer el precioso tejido de uzu. Le sometí a una serie de exámenes de manera a identificar la bacteria mortal. Los primeros resultados me alarmaron y confirmaron mi mal presentimiento.

 

Efectué frenéticamente otras pruebas. Me tuve que rendir a la evidencia, todos apuntaban en el mismo sentido. La enfermedad de los Šutum no tenía nada de natural. El virus era demasiado sofisticado y no se parecía a nada conocido. Parecía mutar de él mismo. A la salida de la cuba de aceleración del tiempo, era todavía más virulento de lo que era inicialmente.

 

Era un monstruo, un monstruo asesino que provocaba el derrumbamiento del sistema inmunitario.


Lo que acababa de descubrir en poco tiempo, las especialistas Amašutum debían haberlo descubierto desde hace tiempo. Por el contrario, lo que ellas no pudieron apreciar, era de ser el Alagní de un Ušumgal. De ser la criatura de uno de los verdugos. Reconocí ese trabajo como si se tratara del mío, porque llevaba la terrible marca de mi padre creador…

Dejé ese lugar a toda prisa, el gong que marcaba el final del descanso acababa de resonar. Estaba todavía bajo el choque de mi descubrimiento. Todo estaba ahora muy claro en mi cabeza. El hecho de haber encontrado el intríngulis de este enigma fue para mí un verdadero suplicio. Gracias a este elemento, pude sin dificultad anticipar y adivinar las verdaderas intenciones de An.

 

Una visión de pesadilla me invadió el espíritu. Tenía esa enorme ventaja sobre todos los demás y me hubiera bien pasado de ella. Como Alagní, yo no podía traicionar a mi creador, eso hubiera sido peor que desactivarme de un golpe de Zirzi. Yo me transformaba así en el cómplice del desequilibrado e íbamos a comenzar juntos, creador y criatura, mano con mano, la terrible danza de los dementes. Una extraña doctrina más que yo podría haber soslayado, pero el destino lo quiso de otro modo.

Mientras que las hembras iniciadas regresaban a sus estudios, tuve el cuidado de esconderme durante un rato en una calleja. Estas no se dirigían en el mismo sentido que yo llevaba y tuve que redoblar la vigilancia. A continuación, me dirigí hacia la gran puerta del oeste que seguía todavía sin ninguna vigilancia y regresé a mi Margid’da.

 

Por suerte, nadie la había notado a pesar de su vivo resplandor con el reflejo del sol.

 

Me volví y contemplé largamente la espléndida Unulahgal flanqueada de sus dos imponentes Unir (pirámides) a gradas. Una ligera brisa caliente soplaba sobre la región. La temperatura no debía de estar muy lejos de 50º C a la sombra, lo que para nosotros era una temperatura más que agradable. No tengo un recuerdo preciso del tiempo que pasó, pero recuerdo haberme quedado bastante tiempo en el lugar y haber admirado nuestra capital mientras aprehendía el no volver a verla jamás.

 

Las imágenes de Unulahgal que yo acababa de guardar quedaron grabadas para siempre en mi espíritu. Sólo la voz de mi padre creador consiguió arrancarme de ese maravilloso espectáculo.

 

Esta provenía del cuadro de comandos de mi Margid’da, la llamada resonó violentamente:

«Sa’am, el consejo de los Kuku desea entrevistarte una vez más. Reúnete con nosotros lo más rápidamente que puedas».

Yo sabía muy bien lo que An esperaba de mí. Si los Ušumgal deseaban verme de nuevo, es que debían haber votado.

 

Dejé pues Unulahgal abandonando a las Amašutum a su destino, sin sospechar ni un solo instante que nuestros caminos iban a unirse próximamente para siempre jamás.
 

Anterior

Regresar al Contenido

Siguiente