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por Marcelo Ramírez
28 Febrero 2025
del Sitio Web
KontraInfo

La prensa estadounidense, siempre atenta a las conveniencias del
momento, está cambiando el tono.
Washington Post y
New York Times, máximos
exponentes del
globalismo, de pronto empiezan a
reconocer cosas que hace unos años habría sido impensado que
admitieran.
Ahora resulta que Putin nunca fue un factor
externo a la ecuación estadounidense, que la narrativa de una
campaña "anti" no era una invención de Trump, sino una posición
firme del Kremlin.
Qué curioso, ¿no?
Es lo que venimos diciendo desde hace tiempo.
La
polarización del mundo no es un
capricho de redes sociales ni de debates televisivos, sino un
reacomodamiento estructural del poder global.
La lucha no es entre "buenos y malos", sino
entre quienes quieren un mundo gobernado por corporaciones
transnacionales y quienes apuestan a que los estados nacionales
mantengan la dirección de los acontecimientos.
Y en esa pelea, aunque no lo digan abiertamente,
hay un punto de confluencia entre
Trump y
Putin:
la oposición ¡al globalismo...!
No es que sean aliados, ni mucho menos.
No tienen ni la misma cultura ni la misma
visión del mundo.
Pero lo que los une es el enemigo común.
Y en ese ajedrez, el otro gran jugador es China,
con quien Trump también está maniobrando.
Ahora el New York Times nos quiere hacer
creer que,
China se aprovecha de la "inconsistencia y
excentricidad" de
Trump, como si las
políticas de
Biden no hubieran sido un
absoluto caos...
Trump no es un improvisado, tiene una estrategia
clara:
un mega-acuerdo
con China que le permita a
Estados Unidos equilibrar su balanza comercial.
Porque el verdadero problema de Trump no es
ideológico, es económico.
La deuda estadounidense se ha disparado hasta
niveles insostenibles, y Washington ya no puede seguir imprimiendo
dólares indefinidamente sin que explote el sistema. Por eso necesita
reconfigurar su relación con China.
El déficit comercial entre Estados Unidos y China ha sido brutal.
En los últimos 10 años, el saldo negativo
para los estadounidenses superó los 3 billones (trillones en
anglosajón) de dólares.
En 2018, en plena era Trump, el déficit con
Pekín alcanzó los 419.000 millones de dólares.
Ahora, con Biden, ha caído a 279.000
millones.
Pero que nadie se engañe:
esa reducción no se debe a que EE.UU. esté
vendiendo más, sino a que está comprando menos por su crisis
interna.
Trump quiere forzar a China a invertir en la
economía estadounidense.
Su gran meta es conseguir que China financie la
creación de al menos 500.000 empleos en territorio norteamericano.
Y para lograrlo, está dispuesto a negociar.
No le interesa una guerra comercial, como
muchos pensaban.
Quiere presionar, forzar mejores condiciones,
pero sin romper la relación.
Porque, aunque no lo digan abiertamente,
Estados Unidos ya no tiene margen para un enfrentamiento abierto
con China.
Por su parte, China tampoco quiere una guerra.
Necesita tiempo.
Y si para ganar tiempo tiene que hacer algunas
concesiones a Trump, lo hará. Porque su estrategia es a largo plazo.
A diferencia de EE.UU., China no mide el tiempo en períodos
electorales de 4 años, sino en ciclos de 50 o 100 años...
China ya le demostró a EE.UU. que puede avanzar sin su tecnología.
El mejor ejemplo es lo que hizo con la
inteligencia artificial y la computación de alto rendimiento.
Cuando EE.UU. le impidió el acceso a los
chips más avanzados, China desarrolló su propio sistema,
DeepSeek.
Y no solo eso, sino que lo patentó de manera
abierta, permitiendo que cualquiera pueda usarlo.
EE.UU. está en un dilema:
si le niega tecnología a China, Pekín la
desarrollará de todos modos.
Y si se la vende, corre el riesgo de que
China la use para superarlo en el futuro.
La arrogancia estadounidense los
hace creer que siempre estarán por delante, pero los chinos no
piensan igual.
En este contexto, la jugada de Trump es clara.
Necesita mostrarle a su electorado que está
recuperando la grandeza de EE.UU. y que logró que los chinos
inviertan en su país.
Si además consigue que compren más productos
estadounidenses y reduzcan el déficit comercial, tendrá un
argumento fuerte para su reelección.
El panorama global está cambiando rápidamente.
No estamos viendo un enfrentamiento directo entre
EE.UU. y China, sino una reconfiguración de equilibrios.
Mientras Trump busca reindustrializar EE.UU.
con inversiones chinas, China busca ganar tiempo y seguir
fortaleciéndose.
Y en el medio de todo esto, está Rusia.
Porque el tercer jugador en esta partida es
Putin. Si hay un acuerdo entre Trump y Xi Jinping, Putin
será parte de esa mesa.
Y eso significa el final de la
hegemonía globalista...
Estamos viendo el nacimiento de un Nuevo Orden
Global basado en tres ejes de poder:
EE.UU., China y Rusia.
Ya no hay un solo hegemón dictando las reglas.
Europa y el globalismo están perdiendo el
control del tablero.
Y el mundo que emergerá de este proceso no será el que los
medios globalistas nos vendieron durante décadas.
No habrá un "gobierno mundial" ni un "orden
basado en reglas" escritas por
las élites de Davos.
En su lugar, veremos un mundo donde los estados
vuelven a recuperar el control y donde los acuerdos se definen entre
potencias reales.
Trump, Putin y Xi Jinping
están redefiniendo el futuro...
Los que todavía creen en el cuento del "progreso
globalista" harían bien en despertar antes de que
sea demasiado tarde.
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