por Lautaro Rivara
14 Noviembre 2025
del Sitio Web TodosLosPuentes

 

 

 

 

 

 


Conversamos con Saúl Méndez,

dirigente sindical en el exilio y

secretario general de SUNTRACS

sobre la política represiva del Estado panameño

y el alineamiento pro-norteamericano

del gobierno de José Raúl Mulino.

 

Publicado en Diario Red

el 14 de noviembre de 2025.
 

 


Dos grandes tendencias regionales convergen hoy por hoy en Panamá:

  • los procesos de militarización regional - principal, pero no exclusivamente, en el Gran Caribe

  • la radicalización política de las fuerzas conservadoras

Ambas tendencias, presentes en el pequeño laboratorio istmeño, se sintetizan en la figura de José Raúl Mulino, un mandatario ignoto que ha ofrendado su país como cabeza de playa del despliegue militar estadounidense, contraviniendo la Constitución nacional y el célebre Tratado de Neutralidad de 1977, firmado entonces entre el gobierno de Omar Torrijos y el gobierno de Jimmy Carter.

 

Hoy por hoy contingentes militares del Comando Sur están ocupando y refuncionalizando la infraestructura de las bases militares emplazadas antiguamente en la Zona del Canal, después de que el país luchara a lo largo de todo el siglo XX por recuperar su plena soberanía sobre el paso interoceánico y las zonas adyacentes.

 

Pero además se encuentran efectivos extranjeros apostados en la Provincia de Colón, sobre la costa Caribe, y ahora también otros tantos desplegados en la selva del Darién, en las cercanías de la frontera colombo-panameña y, de manera evidente, también a tiro de Venezuela.

 

El correlato doméstico de este realineamiento total, que implicó entre otras cosas el inédito abandono del país de la Iniciativa de la Franja y de la Ruta impulsada por China a nivel global, es que Mulino ha hecho suya la prédica y la política de mano dura de las ultraderechas contra los sindicatos, indígenas, estudiantes, ambientalistas y migrantes, dando a su gobierno una fuerte impronta represiva que ya analizamos aquí.

 

Esta política se dirige principalmente contra el SUNTRACS, el poderoso sindicato de la construcción que Mulino prometió "reducir a su mínima expresión", y que ahora busca liquidar por completo a través de los conocidísimos mecanismos del lawfare, repetidamente aplicados para silenciar y encarcelar a la disidencia política en toda América Latina.

 

Para tener una radiografía lo más precisa posible del país y para entender su rol como engranaje de la nueva ofensiva neocolonial desplegada en el hemisferio por los Estados Unidos, conversamos con Saúl Méndez, su secretario general, a quien ya tuvimos la oportunidad de entrevistar en febrero de este año y que se encuentra ahora en el exilio, perseguido por el gobierno y el poder judicial de su país.

 

 

Saúl, muchas cosas han sucedido en Panamá y en la región desde la última vez que conversamos. Estamos frente a un contexto mucho más convulsionado y más belicoso que hace nueve meses.

 

Me gustaría por eso conocer tu mirada sobre la situación doméstica en tu país pero sobre todo comprender dónde se inserta Panamá en el acontecer regional.

 

Quisiera empezar preguntándote por el gobierno de Mulino: ¿cómo podrías caracterizarle en unos breves trazos?

 

Diría, en pocas palabras, que estamos frente a un gobierno fascista, que viola los derechos y garantías fundamentales del país, y que tiene un carácter fundamentalmente apátrida.

 

Estamos, además, frente a delincuentes que han arribado al poder del Estado para saquear las arcas públicas, como lo han hecho distintos gobiernos desde 1903 [fecha de la separación de Panamá de la Gran Colombia] hasta nuestro presente.

 

Pero en este caso, en particular, son innumerables los escándalos de corrupción que han tenido lugar en pocos menos de un año y medio.

 

Se trata de la continuidad de la gestión de un Estado en descomposición, en donde se entremezcla el poder oligárquico y sus peones, como quien hoy dirige el país.

 

Naturalmente, el de Mulino es un gobierno a la usanza de los Noboa, los Milei o el propio Trump, que irrespetan la Constitución y las leyes locales.

 

 

 

¿Qué tipo de política económica y social viene impulsando el gobierno de Mulino, cumplido ya casi año y medio de su mandato presidencial?

 

Ante todo, el gobierno de Mulino es un gobierno atrasado, que sigue imponiendo sin cambios una serie de políticas neoliberales muy antiguas.

 

Esta orientación ha implicado, entre otras cosas, el conflicto por la seguridad social, que de hecho acaba de ser reformada en esta línea; aumento de la edad jubilatoria, de la densidad de las cuotas, privatización de los fondos de pensión, el tránsito a un sistema de cotización individual.

 

Transformaciones, todas, que son un fracaso demostrado.

 

Hay estudios, tanto de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) como de otros organismos, que investigaron la aplicación durante los últimos 35 años de los modelos basados en las cuentas individuales y demostraron que son un fracaso rotundo.

 

Además está el intento de privatizar los recursos naturales, como en el caso de la minería o del embalse de Río Indio, que hacen parte de esa misma política neoliberal que están llevando adelante.

 

El propio Mulino lo ha dicho varias veces:

su gobierno es pro-empresarial, lo que significa que responde a los intereses de una oligarquía que, como lo es la panameña, siempre fue corrupta, improductiva y parasitaria, acostumbrada a hacer fortunas con los recursos del Estado y con la renta del Canal.

 

 

Cuéntanos un poco sobre la situación de SUNTRACS, el sindicato que diriges, y que parece estar en la picota del gobierno, las fuerzas de seguridad, el poder judicial y las corporaciones privadas de prensa.

 

En febrero, cuando conversamos, el principal flanco de ataque estaba en el congelamiento de sus cuentas bancarias.

 

Pero parece que ahora la estrategia oficial se ha ensañado con la propia dirigencia, como de hecho lo expresa tu situación personal como perseguido y exiliado.

 

Incluso hay una demanda judicial de disolución pendiente contra el SUNTRACS.

 

Se habla mucho, sobre todo desde el Norte Global, sobre la calidad democrática relativa de los países de la región gobernados por fuerzas políticas progresistas o de izquierda.

 

¿Pero cuál es el estado de la democracia en un país como Panamá que suele estar fuera del escrutinio internacional, bajo un gobierno que impulsa de manera declarada la destrucción de un sindicato que, amén de su función gremial, opera como el principal vector de oposición al gobierno?

 

Se trata básicamente de una política de tierra arrasada, de una auténtica guerra judicial contra los adversarios políticos, los sindicatos, los movimientos sociales, etcétera.

 

Estamos, en efecto, frente a una persecución brutal contra SUNTRACS.

 

El 13 de febrero de este año Mulino dio la orden de reprimir una protesta que se desarrollaba en la obra en construcción del hospital del niño. Allí se capturó a más de 700 personas, se torturó a trabajadores, se vejó a las mujeres.

 

Fue una operación combinada de todos los estamentos de seguridad, el naval, el aéreo, el SENAFRONT [Servicio Nacional de Fronteras], fuerzas especiales.

 

La idea fue y es sembrar el terror.

 

En ese contexto el presidente aseguró que iba a utilizar todo el poder del Estado para reducir al sindicato a su mínima expresión.

 

A partir de allí él nombró a unos agentes en la Procuraduría General de la Nación, a un abogado personal suyo, que logró salvar a Mulino de un escándalo de corrupción por el que él y sus socios se robaron cientos de millones de dólares de [la compañía italiana] Finmeccanica, con el sobrecosto aplicado a la compra de radares.

 

Con sus aliados al frente de la Procuraduría, se comenzó a instrumentar el lawfare.

 

Es el caso del compañero Jaime Caballero, un preso político que va a cumplir seis meses recluido en una cárcel de máxima seguridad, cuando la ley local y los convenios internacionales establecen claramente que un ciudadano con un proceso de detención provisional no puede estar en una institución de esa naturaleza.

 

Luego reactivaron también un proceso iniciado hace casi tres años que estaba por archivarse, con causas dirigidas contra Genaro López, dirigente histórico de SUNTRACS, y contra Erasmo Cerrud, secretario del sindicato, hoy con estatus de asilado en la Embajada de Nicaragua en Panamá, al que se le ha negado el salvoconducto para abandonar el país.

 

En mi caso también fui vinculado a esos hechos, y sabemos ya que han montado otras causas contra mi persona para evitar mi retorno.

 

¿A qué tipo de delitos se nos intenta vincular? Sobre todo al lavado de dinero.

 

Pero para que haya lavado los recursos del sindicato deberían provenir de delitos precedentes, como el narcotráfico, el terrorismo, el tráfico humano o de armas, etcétera.

 

Pero todos los recursos del sindicato provienen del sudor de sus trabajadores y trabajadoras, y están legalmente acreditados.

 

El fiscal Emeldo [Márquez, a cargo de la Fiscalía Especializada contra la Delincuencia Organizada] es quien abrió esta causa y tiene otras "en reserva" para utilizarlas como un instrumento político contra el movimiento social, evitando que la justicia opere.

 

Para entender la magnitud de la persecución, en pocas semanas se practicaron 19 allanamientos en las casas de los miembros de la Junta Directiva de SUNTRACS, incluyendo las casas de la hija y de la compañera de vida de Caballero, y también en la casa de mi propia hija.

 

Es un acto de venganza vil y cobarde que obviamente busca eliminar a nuestra organización. Y está el caso de la Ministra de Trabajo [Jackeline Muñoz], otro personaje que irrespeta la Constitución y los acuerdos internacionales, quien presentó como mencionabas una demanda de disolución contra SUNTRACS.

 

Esto responde a los intereses de un ala radical del sector empresarial, coaligado con la posición atrasada de este gobierno, que niega la renegociación del convenio colectivo del sector, que desde hace medio siglo se actualiza cada cuatro años.

 

Estos sectores impulsan la narrativa de que el sindicato se habría derivado de sus "verdaderos fines".

 

Pero SUNTRACS es una organización sindical reconocida en Panamá y en el mundo que defiende los derechos laborales y constitucionales de los trabajadores y las trabajadoras, pero que también ha salido en defensa de los derechos del conjunto del pueblo panameño, atendiendo a los grandes problemas nacionales y a la defensa de la soberanía política y económica del país.

 

Se supone que en una democracia todos tenemos derecho a opinar y a hacer valer nuestros planteamientos.

 

Y es por ejercer nuestros derechos democráticos que estamos enfrentando esta etapa de persecución y lawfare a cargo de quien no llega ni a la categoría de dictador, siendo un simple dictadorzuelo.

 

Pero venceremos sin dudas esta nefasta ofensiva.

 

 

 

Mencionabas recién a los otros actores del movimiento social del país, al que conoces muy de cerca.

 

¿Cómo está en la actualidad el tejido social y organizativo panameño para hacer frente a esta ofensiva?

 

Pienso en los estudiantes de la Universidad de Panamá, en los trabajadores bananeros de Bocas del Toro en el noroeste del país, en las comunidades indígenas como los Emberá-Wounaan en Arimae en dónde pude estar hace unos años, todos afectados de diversa manera por la represión estatal y las políticas neoliberales.

 

En Arimae, las violaciones a los derechos humanos fueron acreditadas por una comisión de alto nivel de las Naciones Unidas que trabajó sobre el terreno.

 

Allí también se fraguaron causas contra dirigentes comunitarios, se les encarceló, se les vejó y torturó.

 

Lo mismo ocurrió en Bocas del Toro, donde mujeres fueron desnudadas, otros fueron torturados, y a algunos se les dio de beber agua con químicos lacrimógenos. Allí hay una cantidad de muertos que el gobierno no reconoce, que aparecieron en la morgue bajo extrañas circunstancias.

 

Están también los docentes.

 

Hay más de 200 profesores destituidos de sus cargos, en abierta violación a la Constitución y las leyes. Los recursos administrativos no permiten, como gustar de decir Mulino, "castigar" a la gente.

 

Este es un país territorialmente pequeño, con una población de apenas 4.2 millones de habitantes. Así y todo Panamá se ubica en el segundo peor lugar de América en lo que hace a distribución de la riqueza.

 

Por eso debemos no sólo luchar para acabar con estos problemas, sino también perfeccionar nuestra soberanía y autodeterminación.

 

 

 

A comienzos de febrero, Panamá fue uno de los primeros países de la sub-región visitados por el Secretario de Estado de los Estados Unidos, el señor Marco Rubio.

 

¿Qué decir de la política exterior?

 

¿Qué lugar ocupa Panamá en el escenario de militarización abierto en el hemisferio en general y en el Gran Caribe en particular?

 

El panameño es un gobierno totalmente entregado a los designios de Trump.

 

Cuando aquel no había ganado aún las elecciones, Mulino ya se había comprometido a cerrar la frontera del Darién, afirmando en un acto totalmente apátrida que "la frontera sur de los Estados Unidos estaba en el Darién" [un importantísimo corredor migratorio en los últimos años].

 

Luego se firmó un memorando de entendimiento que revierta la histórica lucha del pueblo panameño comenzada cuando en1903 la oligarquía local entregó a los estadounidenses la soberanía de los territorios donde se construiría el Canal, así como las áreas adyacentes, garantizando su presencia política y militar en el enclave a perpetuidad.

 

Aún con este historial de lucha en el que el pueblo panameño tuvo muchos mártires, Mulino decidió firmar un acuerdo con los Estados Unidos para instalar tres nuevas bases militares, además de que se han movilizado fragatas en la zona de Colón.

 

Esto sólo se puede comprender en el contexto de la agresión norteamericana generalizada en el Caribe, aunque tiene también una dimensión geopolítica global. Estados Unidos teme al avance de China y a su competencia económica en la región.

 

Por eso construyeron una narrativa que afirma que el gigante asiático se habría adueñado del Canal y de sus puertos, y de que esto representaría una amenaza para la sociedad panameña.

 

Pero se trata de una completa falsedad propagada por Trump, Rubio y [el Secretario de Guerra Pete] Hegseth, entre otros.

 

Sin ningún decoro nuestro territorio soberano volvió a ser entregado a los gringos.

 

En esta nueva agresión desplegada en el Caribe, sabemos que han sido asesinados ya colombianos, venezolanos, ecuatorianos y trinitenses, en esas lanchas que ellos aseguran, sin presentar prueba alguna, que son embarcaciones narcotraficantes.

 

La gran narrativa del imperio, amplificada por la maquinaria de desinformación, busca vender una ilusión y justificar con ello la agresión a todo el continente.

 

Para eso es necesario contar con varios súbditos que hagan coro:

Mulino es uno, pero también está la gobernadora [Jenniffer González] de Puerto Rico, la Primera Ministra de Trinidad y Tobago [Kamla Persad-Bissessar], Noboa, Milei, etcétera.

Pero los pueblos de América Latina y el Caribe saben que esta estrategia está encaminada a reconquistar lo que los norteamericanos llaman su "patio trasero".

 

Pero nosotros no somos el patio trasero de nadie; somos pueblos libres y Estados soberanos, obligados a hacer respetar nuestra soberanía y nuestra autodeterminación.

 

Pero para eso debemos practicar en hermandad el latinoamericanismo, una corriente fundamental en el pensamiento progresista de la región, y también en lo que hace al internacionalismo en general.

 

Debemos prohijar acuerdos que conjuren el tipo de amenazas que hoy azotan a Nuestra América, victimizándonos a todos por igual.

 

Así, ya se habla por ejemplo de la intención de Trump de agredir militarmente a México en la presunta guerra contra el narcotráfico.

 

Pero los Estados Unidos no combaten al narco en casa, ni atienden los problemas de consumo de su población, ni ponen el foco en el sistema financiero que, tanto allí como en Panamá, se ha convertido en una gran lavandería para lavar el dinero del narcotráfico, del tráfico de armas, de la trata de personas, para garantizar la evasión fiscal, para posibilitar, en fin, todas las formas de delincuencia mundial organizada.

 

 

 

Considerando precisamente este contexto de militarización general del Caribe y las amenazas específicas lanzadas contra Colombia, Venezuela y México, quería preguntarte por una efeméride cercana.

 

El próximo 20 de diciembre se cumplirán 36 años de la invasión estadounidense a Panamá de 1989, la última de su tipo en nuestra región, desarrollada en los últimos estertores de la Guerra Fría.

 

Te lo pregunto en función de tu experiencia y de tu recuerdo personal de un hecho muy reciente y todavía muy fresco en la memoria colectiva panameña.

 

Pero también en relación a algunas hipótesis que maneja hoy la oposición venezolana, que coquetea con la idea de lo que llaman una "extracción", una operación militar supuestamente quirúrgica que pueda secuestrar o asesinar a Nicolás Maduro y a otros altos mandos políticos y militares de la República Bolivariana; una idea inspirada de alguna forma en la captura de Manuel Noriega a fines de los 80.

 

¿Fue la invasión a Panamá una "operación quirúrgica" como rezaba la propaganda imperial de aquella época y como lo sostiene todavía hoy parte de la historiografía dominante?

 

¿Qué costos tuvo en términos sociales, políticos y económicos para el conjunto de la población y qué legado dejó a las generaciones por venir?

 

La invasión a Panamá es el punto culminante de la decadencia de la propia política impulsada por los Estados Unidos.

 

En el país se dio el golpe de Omar Torrijos Herrera en el año 68, cuando otros golpes se daban, sin mayores diferencias, en América Latina y el Caribe.

 

Las primeras medidas se dirigieron a perseguir a la dirigencia progresista, a las izquierdas, a los comunistas, e incluso a los partidarios del recién derrocado Arnulfo Arias.

 

Se cerró la Universidad de Panamá, se clausuró la asociación de profesores, las organizaciones de estudiantes, los partidos políticos, etcétera.

 

La degeneración de este régimen militar trajo como consecuencia un traspaso de mando a mediados de los 80, y ahí es donde emerge Manuel Noriega, una figura corrompida y vinculada, en este caso sí, a la economía del narcotráfico.

 

Pero hablamos de un narcotráfico impulsado por la propia CIA que, en el marco de lo que después se conoció como el escándalo "Irán-Contra", se vincula al tráfico de drogas para comprar armas destinadas a combatir a la Revolución Sandinista en Nicaragua.

 

Noriega era parte de este esquema y colaborador de la CIA, aunque después hiciera su propio camino.

 

En ese contexto, una fracción de la vieja oligarquía, desplazada del poder del Estado, se enfrentó entonces a la fracción que se había plegado a los gobiernos militares, y convocó a la invasión extranjera, como hoy lo hace una parte de la oposición en Venezuela.

 

Para resolver una puja de naturaleza esencialmente inter-burguesa, los sectores más atrasados, apátridas por naturaleza, clamaron por la intervención extranjera.

 

Entre esos personajes estaba el propio Mulino, que fue miembro de la Cruzada Civilista, que se desempeñó como Vicecanciller del gobierno pos invasión [de Guillermo Endara], un gobierno que se juramentó en una base militar norteamericana.

 

Este triste personaje, hoy al frente de los destinos del país, justificó el año pasado la invasión.

 

¿Pero qué significó para Panamá este hecho terrible? En primer lugar los asesinatos indiscriminados contra el pueblo panameño, así como la violación de todo el derecho internacional (de hecho la ONU rechazó categóricamente la intervención mediante una resolución).

 

¿Cuántos panameños fueron asesinados o desaparecidos en el barrio El Chorrillo [un barrio popular de la capital arrasado e incendiado por las fuerzas de ocupación]? Los estimamos en miles, pero hasta hoy no conocemos sus nombres:

algunos fueron metidos en bolsas, otros escondidos en fosas comunes.

Nunca se indemnizó a las víctimas y se escondió de manera sistemática la verdad de los hechos.

 

Pero también sucedió lo mismo en mi natal Colón, donde fueron asesinados mis coprovincianos, al igual que en Río Hato [en la provincia de Coclé].

 

La mayoría de las víctimas era población civil: mujeres, hombres, niños, ancianos. No hubo tal "operación quirúrgica", porque lo que se buscaba no era deponer a un títere sino invadir el país, tomar control del Canal, someter a la administración, etcétera.

 

Así como hoy buscan en Venezuela apoderarse de su petróleo.

 

Ninguna guerra es buena.

Si en Venezuela hay un problema, tienen que resolverlo los venezolanos.

 

Si en Panamá hay un problema, éste tiene que ser resuelto por el pueblo panameño.

Igual si hay otras tantas contradicciones en otras partes del mundo.

 

Nuestro pueblo tiene derecho a ser libre, a que se respete nuestra soberanía y autodeterminación, y a que nunca más haya presencia militar extranjera en su territorio.

 

 

 

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