por José Robles
08 Septiembre 2022
del Sitio Web PijamaSurf





La reina Isabel II y el príncipe Carlos

durante la Apertura de Estado del Parlamento

en el Palacio de Westminster

el 14 de octubre de 2019

en Londres, Inglaterra

(Paul Edwards - WPA Pool

Getty Images)
 



La relación entre el rey y súbditos podría considerarse obsoleta en este momento de la Historia

Como es sabido, las monarquías de Europa son una herencia forjada a lo largo de una extensa y compleja historia de sus sociedades, con orígenes no sólo en sus periodos más antiguos, sino incluso allende su propio pasado.

 

Ya en la cuna de las primeras civilizaciones, en Egipto, Mesopotamia y el Valle del Indo se podrían encontrar gobiernos jerárquicos concentrados en una sola persona identificada como monarca.

Con todo, bajo la forma en que actualmente sobreviven algunas casas reinantes, su historia es relativamente reciente, pues la mayoría de ellas son las que sobrevivieron al periodo de las Guerras Napoleónicas y especialmente a las llamadas "revoluciones burguesas" del siglo XVIII.

 

Estos dos acontecimientos modificaron sustancialmente las condiciones políticas de Europa y, entre otras características, tienen en común haber nacido como una especie de respuesta espontánea al "Antiguo Régimen", precisamente el de la monarquía y sus estratos, el cual buscaron reemplazar por formas de organización más democráticas, liberales y aun populares (al menos en principio).

En el caso de las revoluciones burguesas, el ejemplo paradigmático es la Revolución Francesa (1789), impulsada sobre todo por el llamado "tercer estado", compuesto en su mayor parte por burgueses (en oposición a los otros dos estados, el de la nobleza y el clero).

 

Su importancia en la historia es tal, que, de hecho, el resultado del proceso fue que la burguesía se erigió en clase social dominante.

Con todo, como ocurre en muchos procesos históricos, aun cuando muchas casas reinante sucumbieron durante esos años, su fin no fue definitivo.

 

De hecho en Francia misma hubo todavía algunos periodos de monarquía posteriores a la Revolución y, como se sabe, Napoleón mismo se coronó emperador, traicionando de alguna manera los ideales que habían impulsado el inicio de su ascenso meteórico.

Ahora, más de dos siglos después y transcurridos esos procesos históricos, no deja de ser un tanto sorprendente que algunas monarquías continúen existiendo en Europa, más aún cuando varias de ellas ocupan ahora un lugar ambiguamente simbólico, aparentemente sin mayor autoridad de gobierno.

 

Pese a todo, todavía poderosas, ya sea en razón del dinero acumulado en su historia, o precisamente por su simbolismo, que todavía ejerce una influencia importante en muchísimas personas de los países europeos donde se encuentran.

Y ese quizá es el rasgo que podría ponerse en cuestionamiento:

¿por qué sostener una figura cuya autoridad es mucho más simbólica e incluso hasta imaginaria?

En el siglo XVI, como parte del fermento que dio lugar a la Revolución de 1789, Étienne de La Boétie, el amigo más querido de Michel de Montaigne, escribió un libelo al que dio el título de Discurso de la servidumbre voluntaria.

 

Su argumento, grosso modo, es que la relación entre amo y esclavo, tirano y gobernados, rey y súbditos, está fundamentada en una ilusión, especialmente del lado de los siervos, quienes por temor y otros motivos afines conceden al tirano el poder sobre ellos.

 

Pero bastaría retirar esa ilusión para que el rey cayera, así, sencillamente, incluso sin sobresaltos.

 

Dice de La Boétie, en una de las líneas de su texto:

Decidíos, pues, a dejar de servir, y seréis libres. No pretendo que os enfrentéis a él, o que lo tambaleéis, sino simplemente que dejéis de sostenerlo...

La muerte de Isabel II es, desde cierta perspectiva, el fallecimiento de una persona más.

 

Si quizá se viera eso, que después de todo Isabel fue un ser humano como cualquier otro, tal vez la monarquía del Reino Unido llegaría a su fin...