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			por Alberto Hutschenreuter 
			03 Marzo 
			2017 
			
			del 
			Sitio Web 
			Katehon 
			
			
			
			Versión en 
			italiano 
			
			  
			
			  
			
			 
			 
			  
			
			 
			 
			 
			Durante las últimas semanas, las relaciones entre Estados Unidos y 
			Rusia volvieron a concentrar la atención del mundo.  
			
			  
			
			Si bien desde hace tiempo 
			dichas relaciones se habían tornado inciertas, las señales que había 
			dado 
			Donald Trump respecto del 
			patrón externo que adoptaría frente a la Rusia de 
			
			Vladimir Putin, antes de convertirse en mandatario y 
			ya en la Casa Blanca, hacían prever un curso favorable hacia la 
			distensión. 
			 
			Sin embargo, antiguas y nuevas desavenencias enrarecieron las 
			relaciones, y hoy el panorama se volvió inquietante, al punto que 
			desde ambas partes los diferentes "centros de ideas" consideran 
			escenarios de deterioro y confrontación o querellas militares entre 
			ambos actores preeminentes. 
			 
			Entre las viejas disensiones, la "marcha hacia el este" de la OTAN o 
			la persistencia de Occidente en continuar con el despliegue del 
			sistema antimisilístico en el espacio eurocentro-oriental, mantienen 
			a Washington y Moscú en una situación de tensión variable que ha 
			llevado a las partes a una riesgosa acumulación militar en una 
			"placa geopolítica" que se extiende desde
			
			el Báltico hasta
			
			el Mar Negro. 
			 
			Entre las nuevas diferencias, la proyección de Rusia
			
			en Siria, las tensiones en el este de Ucrania o lo que 
			los expertos denominan "guerra híbrida", esto es, diferentes medidas 
			cuyo propósito es afectar capacidades del otro, por caso, utilizando 
			el ciberespacio, la desinformación, etc., han recargado de tensión 
			la relación. 
			 
			Todo ello tiene lugar en un contexto global también incierto, donde 
			se devaluaron casi todas aquellas ideas e instancias que permitían 
			considerar posibilidades de cooperación entre los Estados. 
			
			  
			
			Por ejemplo, 
			prácticamente han desaparecido hipótesis esperanzadoras y se han 
			afirmado aquellas concepciones relativas con el "regreso" al interés 
			nacional y la autoayuda, como bien destaca Stewart M. Patrick 
			en
			
			un reciente trabajo en la revista "Foreign 
			Affairs".  
			
			  
			
			Por otro lado, las 
			organizaciones intergubernamentales ostentan un poder formal casi 
			sin precedente. 
			 
			El grado de incertidumbre es tal que algunos especialistas, por 
			ejemplo, el ruso Sergei Karaganov, han sugerido realizar una 
			conferencia internacional mayor, acaso en 2019 cuando se cumplan 
			cien años del Tratado de Versalles, en la que los poderes 
			geopolíticos preeminentes y de nivel medio establezcan principios y 
			"bienes estratégicos" que proporcionen estabilidad y previsibilidad 
			internacional, es decir, sienten las bases de un orden interestatal 
			para una nueva era. 
			 
			No obstante la situación particular entre Estados Unidos y Rusia 
			como la general a nivel mundial, tal vez resulte "prematuro" 
			considerar que la situación vaya a tornarse más precaria todavía.
			 
			
			  
			
			Si finalmente ello 
			sucede, el mundo podría quedar "ad portas" del precipicio. Por ello, 
			es necesario considerar el enfoque de Trump respecto de Rusia. 
			 
			Para el mandatario estadounidense, aún en la crisis de hoy, Rusia 
			no es el enemigo de los Estados Unidos.  
			
			  
			
			En otros términos y 
			salvando diferencias de poder nacional, la concepción del mandatario 
			estadounidense es relativamente similar a la que tenía el presidente 
			ruso Boris Yeltsin en relación con los Estados Unidos a 
			principios de los años noventa. 
			 
			Entonces, Rusia consideró que, desaparecida la Unión Soviética, era 
			posible alcanzar un nivel de cooperación con los Estados Unidos con 
			el fin de que Rusia se recuperara y entre ambos actores lograran 
			consensos favorables con la gestión internacional ante nuevos 
			desafíos.  
			
			  
			
			Pero mientras Rusia 
			apostó a esa dirección, Estados Unidos mantuvo la política de poder 
			que lo llevó a triunfar en la Guerra Fría, con el fin estratégico de 
			evitar la recuperación de Rusia y preservar la predominancia 
			estadounidense. 
			 
			Para Trump, el desafío estratégico primordial que enfrenta Estados 
			Unidos es el "yihadismo", es decir, la expresión más violenta del 
			fundamentalismo islámico, que es la que ha dañado a Estados Unidos 
			en su propio espacio nacional, y que requiere, para superarla, un 
			enfoque de nueva cooperación con Moscú.  
			
			  
			
			Dicha prioridad 
			estratégica se encuentra por encima incluso de la competencia con 
			China, actor cuyo ascenso casi inevitablemente lo llevará, tarde o 
			temprano, a chocar con Estados Unidos, según reza el enfoque 
			realista estadounidense. 
			 
			En este sentido, la pugna de Trump es con la concepción de poderes
			
			como la CIA, para la que el enemigo continúa siendo 
			Rusia, hecho que explica la marcha de la OTAN hasta las mismas 
			"líneas geopolíticas rojas" de Rusia. 
			 
			Desde el enfoque de la CIA como así de la "galaxia" de agencias 
			estadounidenses de inteligencia, desmontar la amenaza rusa, es 
			decir, reconsiderar la ampliación a manera preventiva de la OTAN, 
			implicaría un nuevo fracaso y hasta, 
			
				
				"reconsiderar los 
				términos de victoria ante la Unión Soviética".  
			 
			
			En breve, como Yeltsin en 
			Rusia, Trump es un mandatario "transformacional". 
			
			  
			
			Esto es, su propósito es 
			hacer "tabula rasa" con el curso o línea de política externa 
			estadounidense desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y más allá 
			del fin de la Guerra Fría, pues considera que si bien Estados Unidos 
			es un actor inigualable en términos de poder internacional, el 
			mundo está cambiando y necesariamente se requieren de 
			nuevos enfoques de cooperación entre Estados. 
			 
			Claro está que, y Yeltsin supo de ello, el carácter transformacional 
			no necesariamente implica éxito seguro. Pero por ahora no sabemos si 
			Trump correrá la misma suerte.  
			
			  
			
			Y, en buena medida, 
			también la correrá el mundo... 
			 
  
			
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