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 6 Diciembre 2011 
	Fuente - CounterPunch, 05.12.2011. 
 
 
	 Irán ha sido denunciado en Washington como la fuente de donde procede buena parte del mal en Oriente Próximo. 
 
	Arabia Saudí 
	y sus aliados sunníes ven la mano de Teherán en las protestas de Bahrein y en 
	las de la Provincia Oriental rica en petróleo de Arabia Saudí. Ante la 
	salida de las últimas fuerzas estadounidenses de Irak a finales de año se 
	están produciendo nefastas advertencias al respecto de que Irak se está 
	convirtiendo en un peón de Irán. 
 En ambos casos, un Estado aislado con recursos limitados se presenta como un peligro real para la región y para el mundo. 
 
	Se da crédito oficial a teorías de la 
	conspiración, poco probables y a veces cómicas, como el supuesto complot de 
	un concesionario de automóviles usados iraní-estadounidense en Texas en 
	equipo con la Guardia Revolucionaria iraní para asesinar al embajador saudí 
	en Washington. El programa nuclear de Irán se identifica como una amenaza en 
	la misma medida y del mismo modo que las inexistentes armas de destrucción 
	masiva de Sadam Husein. 
 Esa había sido la convicción esencial de la familia real de Bahrein y de los monarcas del Golfo. 
 El temor a una intervención armada iraní fue la justificación para que Bahrein solicitara una contundente fuerza militar de 1.500 miembros dirigida por Arabia Saudí el 14 de marzo de este año antes de sacar a los manifestantes de las calles. 
 
	Bahrein contó incluso con buques de 
	guerra kuwaitíes para patrullar las costas de la isla en el caso de que Irán 
	tratara de entregar armas a los manifestantes chiítas partidarios de la 
	democracia. 
 
	Después de aceptar el informe Bassiuni, el rey 
	Hamad bin Isa al-Jalifa 
	dijo que, aunque su gobierno no podía presentar pruebas claras, el papel de 
	Teherán se hizo evidente para “todo el que tenga ojos y oídos”. 
 Un disidente de Bahrein que huyó a Qatar a principios de este año, me dijo que, 
 La identificación del activismo político chií con Irán ha calado demasiado profundo en la mente de los sunníes como para borrarla. 
 La semana pasada presencié un resurgimiento de las protestas entre los dos millones de chiítas de Arabia Saudí, en su mayoría en la Provincia Oriental. Los disturbios comenzaron cuando un hombre de 19 años, llamado Nasser al-Mheishi, fue asesinado en uno de los muchos puestos de control en Qatif, de acuerdo con Hamza al-Hassan, un activista de la oposición. 
 Él dice que lo que alimentó la ira popular fue la negativa de las autoridades durante varias horas a permitir que su familia se llevara el cadáver. 
 
	Al igual que en el pasado, el 
	Ministerio del Interior saudí dijo que los enfrentamientos entre la policía 
	y los manifestantes fueron “ordenados por patrones extranjeros”, que es 
	siempre la forma en que el Estado saudí se refiere a Irán. 
 Las protestas en la Provincia Oriental probablemente se intensificarán. 
 Como en otros lugares del mundo árabe, la juventud ya no obedece a los líderes tradicionales. El monarca saudí y el bahreiní podrán culpar a la televisión iraní de inflamar la situación pero lo que realmente enciende la ira chií es lo que ven en YouTube o lo que leen en Twitter y en Internet. 
 
	Lo que influye 
	en los manifestantes no es tanto Irán como el ejemplo de jóvenes 
	manifestantes similares a ellos que exigen derechos políticos y civiles en 
	El Cairo y Siria. 
 La semana pasada, aquellos se quejaron ante el gobernador de la Provincia Oriental, el príncipe Mohammad bin Fahd, (quien les había pedido que asistieran a una reunión en la capital provincial, Dammam) de que ya no podían convencer a su gente de que pusieran fin a las protestas porque sus llamadas a la moderación a comienzos de año no habían producido ninguna concesión del gobierno saudí con respecto a la discriminación contra los chiítas. 
 
	Los 
	prisioneros chiítas detenidos sin juicio desde 1996 no han sido liberados. 
 
	Los chiítas quieren unirse al club, no volarlo por los aires. Negándose a ver 
	esto, los monarcas saudí y bahreiní desestabilizan sus propios Estados. 
 
	El ministro de Exteriores iraquí, Hoshyar Zebari, solía 
	decir que era divertido, en las conferencias donde estaban representados 
	tanto Estados Unidos como Irán, ver a estadounidenses e iraníes 
	denunciándose con furia unos a otros por sus nefastas acciones en Irak, y 
	luego hacer discursos de apoyo al gobierno iraquí muy similares. 
 
	Ciertamente, la importancia de Estados Unidos en 
	Irak caerá porque sus soldados se habrán ido y porque ya está gastando menos 
	dinero en el país. En un momento dado, por ejemplo, la financiación de la 
	mujabarat iraquí [policía secreta] no figuraba en el presupuesto iraquí 
	porque la pagaba en su totalidad la CIA. 
 La próxima vez, puede que los reformistas frustrados busquen ayuda exterior. 
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