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  por Fernando Mires
 22 Enero 2016
 
			del Sitio Web
			
			TeoduloLopezMelendez 
			
			
			Versión en italiano
 
			  
			  
			  
			
			 
			  
			  
			Lejos están los tiempos de la Europa del
			
			Tratado de Maastrich (1992), de esa 
			Europa que parecía avanzar hacia la integración a través de un 
			sistema monetario único, punto de partida para lo que se pensaba iba 
			a ser una unión política y cultural de histórica trascendencia.
 
			  
			Hoy esa bella utopía ha sido convertida 
			en aterradora distopía, visión surgida de un presente sombrío que se 
			extiende a lo largo y a lo ancho de todo el continente.
 Europa está en guerra...
 
			  
			Hay que decirlo, aunque sus temblorosos 
			gobiernos no lo quieran aceptar. Es la guerra declarada por el ISIS 
			como fue la de ayer por Al Qaeda. En esa guerra se combinan todas 
			las formas de lucha, incluyendo a las políticas.
 ISIS y sus organizaciones afines se ramifican al interior de 
			gobiernos islámicos, sobre todo los sauditas que dicen combatirlas.
 
			  
			No se trata entonces del simple 
			"terrorismo internacional", sino de una guerra pluridimensional, de 
			una que tiene lugar dentro y fuera de los Estados y, sobre todo, 
			dentro y fuera de Europa.
 Barrios poblados de musulmanes de segunda y tercera generación 
			amenazan con convertirse en enclaves de una guerra en contra de un 
			Occidente real o imaginario. Esos ejércitos de jóvenes sin trabajo 
			han pasado a ser masa disponible en el renacer del terrorismo 
			islámico.
 
			  
			Con una Kalaschnikov cualquier 
			desamparado cree acceder a una vida heroica aún más allá de la 
			muerte: en los cielos de las vírgenes desnudas del islamismo vulgar.
 Europa está siendo atacada desde dentro y desde fuera. Pero no solo 
			por islamistas.
 
			  
			Mas destructiva aún que el yidahismo es 
			la acción corrosiva que se desprende de la formación de un 
			antiguo-nuevo fenómeno:  
				
				un anti-europeísmo de origen 
				europeo, ayer organizado en visiones nazis y estalinistas y hoy 
				vuelto a renacer bajo formas más sutiles:  
					
						
						
						en populismos de 
						ultraderecha
						
						en hordas xenofóbicas
						
						en gobiernos clericales y 
						reaccionarios como los de Polonia y Hungría
						
						en movimientos ultra y 
						mini-nacionalistas
						
						por si fuera poco, y de un 
						modo cada vez más evidente, en potencias militares ayer 
						cercanas a Europa, entre ellas Turquía 
			Y apoyando a todas esas siniestras 
			apariciones, aparece como faro luminoso de atracción,
			
			la Rusia 'imperial' de Putin.
 Demasiado para la débil Europa política que recién comenzaba a dejar 
			atrás a la Europa puramente geográfica.
 
 Pero aún más grave son las escasas defensas que muestra la Nueva 
			Europa. Quienes se oponen a la avanzada anti-democrática son siempre 
			los mismos, gente que oscila entre los 40 y 50 años, miembros de 
			"esa Europa podrida" formada "por vegetarianos y ciclistas", según 
			las fascistizadas palabras de Witold Wasczykowski, ministro 
			del exterior polaco.
 
 En ninguna parte aparecen juventudes idealistas o rebeldes. Las 
			nuevas generaciones, o se hunden en la seudo-vida digital o pasan a 
			militar en las filas de los enemigos de Europa.
 
 En el espacio de la política establecida tampoco surgen reacciones.
 
			  
			Conservadores democráticos y 
			socialdemócratas, en lugar de cerrar filas - con excepción de 
			Francia - se dedican a practicar rituales politiqueros del siglo XX, 
			cuando se repartían el poder en una sociedad industrial que ya ha 
			dejado de existir.
 Lo peor del caso es que todos los fenómenos nombrados no son una 
			simple lista. Cada uno se encuentra en estricta correspondencia con 
			el otro. Tiene así lugar una constelación formada por articulaciones 
			múltiples.
 
 Veamos:
 
				
					
					
					Los bombardeos sobre el mundo 
					islámico han desatado las más grandes migraciones vividas 
					por Europa después de la segunda guerra mundial.    
					En los estratos medios, sobre 
					todo en lugares donde sus habitantes nunca habían tenido 
					contacto con extranjeros, han surgido inevitables miedos 
					transformados en pánico por la prensa sensacionalista y en 
					histeria por los partidos de ultraderecha.
					
					Los grupos xenofóbicos que 
					siempre habían existido en sus rincones, viven su primavera 
					dorada. De sectas han pasado a convertirse en partidos que 
					aglutinan a vastos movimientos de masas enardecidas. 
					   
					Ha llegado la hora, 
						
							
							
							de Geert Wilders en los 
							Países Bajos
							
							de Vlaams Belang en 
							Bélgica
							
							del Partido de la 
							Libertad en Austria
							
							de los Verdaderos 
							Demócratas de Suecia
							
							de Aurora Dorada en 
							Grecia
							
							de los Finlandeses 
							Verdaderos
							
							del Partido Popular 
							Danés
							
							de Pegida
							
							de Alternativa para 
							Alemania
					
					En Polonia y Hungría ya son 
					gobiernos.    
					Emulando al régimen autocrático 
					de Putin, los presidentes Kaczynski y Orbán proclaman su 
					desprecio por las libertades democráticas, su rechazo a la 
					república parlamentaria y el culto a la personalidad y a los 
					valores patrios.
					
					Tanto Orbán como Kaczynski han 
					procedido a apoderarse de los aparatos de la justicia, a 
					restringir la prensa libre y a restaurar los ritos más 
					oscuros del catolicismo medieval.    
					La democracia para ellos es solo 
					un instrumento para acceder al poder y cercenar libertades 
					democráticas. 
			Más allá de las diferencias, a todos 
			estos grupos y gobiernos los unen tres principios:  
				
					
					
					una islamofobia radical
					
					un antieuropeísmo rabioso (anti 
					UE) 
					
					un total rechazo a uno de los 
					pocos bastiones democráticos que mantienen cierta solidez en 
					Europa: la Alemania de Ángela Merkel 
			En ese último punto los nacionalistas de 
			la ultraderecha concuerdan plenamente con el neo-izquierdismo, 
				
					
					
					de Syriza en Grecia 
					
					de Podemos en España 
			Como ocurrió en la década de los treinta 
			del siglo XX con el estalinismo y el fascismo, los extremos han 
			comenzado a retroalimentarse.
 No es primera vez que Europa se encuentra amenazada desde fuera y 
			desde dentro. En los momentos en los cuales parecía claudicar, 
			siempre apareció un Churchill, un de Gaulle, un Brandt, e incluso, 
			desde más lejos, un Gorbachov.
 
			  
			Las reservas democráticas son todavía 
			abundantes. Los valores legados por la Ilustración siguen vigentes. 
			Pero eso no significa que no hay que tomar en serio las amenazas que 
			se ciernen sobre el continente.
 Europa, en efecto, puede soportar deserciones de países como Hungría 
			o Polonia, recién llegados a la política post-Guerra Fría. El 
			problema es que esta vez hay tres naciones de la Europa histórica en 
			peligro.
 
			  
			Me refiero a, 
				
			 
			Si cualquiera de ellas sucumbe al 
			influjo antidemocrático de nuestro tiempo, Europa puede dejar de ser 
			lo que ha sido y es:  
				
				la fuente del Occidente político y 
				cultural. 
			Francia se encuentra sitiada desde 
			dentro por las dos cabezas de la hidra antidemocrática.  
				
					
					
					Por un lado, la cabeza islamista 
					que intenta convertir al país en blanco de operaciones 
					terroristas. 
					
					Por otro, la cabeza 
					ultranacionalista representada por el Frente Nacional y su 
					líder Marine Le Pen. 
			Hasta ahora la Francia republicana 
			resiste; y no sin cierto heroísmo.  
			  
			Sus partidos democráticos hacen causa 
			común. Pero de una manera u otra los fundamentalistas islámicos y 
			anti-islámicos han logrado imponer sus condiciones.  
			  
			Los terroristas han desatado el miedo 
			colectivo y su correlato: la más abierta islamofobia.  
			  
			Los ultraderechistas han politizado a la 
			islamofobia hasta llegar a convertirla en alternativa de poder. Con 
			ello han logrado reducir la multicolor política de Francia a solo 
			dos opciones.  
				
				O con la le Pen o sin la le Pen. 
			Está de más decir que el dualismo 
			empobrece radicalmente a la política.  
			  
			Obligados a pactar entre sí los 
			socialistas y los republicanos, las diferencias son atenuadas y los 
			debates, que son la sal de la política, tienden a desaparecer. Aún 
			perdiendo Marine Le Pen ha logrado uno de sus propósitos: la 
			despolitización de la democracia francesa.
 España, aunque así lo parezca, es otro gran país amenazado. Hasta 
			hace poco tiempo parecía ocurrir lo contrario.
 
			  
			La crisis del bipartidismo (PP y PSOE) 
			había dado origen a un interesante cuadrilátero gracias a dos 
			partidos emergentes:  
				
			 
			Podemos podría haber sido el 
			representante del movimiento de los indignados del 2011.  
			  
			Pese a sus infantilismos, sus vacíos 
			programáticos y sus oscuras vinculaciones con el régimen chavista de 
			Venezuela, parecía traer aires nuevos a la letárgica política del 
			país, integrando a muchos desorganizados sin adscripción política.
 'Ciudadanos', a su vez, ha intentado romper con la dicotomía clásica 
			(izquierda y derecha) buscando soluciones no ideológicas a problemas 
			reales.
 
			  
			Además, su doble condición de partido 
			catalán y español lo facultan para ser el puente de plata entre las 
			autonomías y toda la nación. 
				
					
					
					El primer gran problema surgió 
					desde Cataluña donde la extrema izquierda representada en la 
					CUP y los conservadores de Junt pel Sí plantearon el desafío 
					de la escisión plebiscitaria.   
					
					El segundo problema apareció 
					cuando otras regiones (Valencia, el País Vasco, Navarra) 
					comenzaron a asumir el modelo catalán.   
					
					El tercero, el más grave, fue y 
					es el ofrecimiento de Pablo Iglesias para convertir a 
					'Podemos' en el partido eje de los "independentismos" de 
					ultraizquierda y ultraderecha.   
					
					El cuarto problema ha sido y es 
					el oportunismo de Pedro Sánchez quien insiste en ser 
					presidente a través de una alianza de las izquierdas (PSOE y 
					Podemos) pasando por alto, como si no existiera, el peligro 
					secesionista. 
			Si todos estos problemas se articulan y 
			amplían, España será, como alerta Albert Rivera, 
			definitivamente despedazada.  
			  
			De más está decir lo que eso 
			significaría para el ideal de una Europa Unida. El gran peligro de 
			España está concentrado definitivamente en 'Podemos' y en su 
			ambicioso líder Pablo Iglesias.
 Si los españoles no se dan cuenta a tiempo se verán un día en la 
			obligación de tender un cordón sanitario alrededor de 'Podemos' del 
			mismo modo como hacen los franceses con el 'Frente Nacional'.
 
			  
			La comparación no es antojadiza.  
			  
			Si dejamos el chapuceo ideológico a un 
			lado, veremos que Podemos y el FN tienen no pocos puntos en común.
			 
				
					
					
					Ambos han votado en contra del 
					euro en el Parlamento Europeo
					
					Ambos no disimulan simpatías por 
					Putin
					
					Ambos son enemigos de la UE
					
					Y no por último, ambos ven en la 
					persona de Ángela Merkel a una enemiga total 
			En ese ultimo tema no están solos...
 El liderazgo del gobierno Merkel ha sido uno de los 
			principales diques en contra de las tendencias disgregadoras de 
			Europa. Ese liderazgo fue primero nacional. Al aplicar 
			dosificadamente las medidas anti-crisis, Alemania fue el primer país 
			europeo en salir de la recesión.
 
 Ante el tecnocratismo de los jerarcas de la UE, Merkel debió asumir 
			un liderazgo continental. Razón más que suficiente para que los 
			izquierdistas europeos hubieran sustituido la noción de el 
			"imperialismo norteamericano" por la del "imperialismo alemán".
 
			  
			Pero todos saben, sobre todo Alexis 
			Tsipras, que si no hubiera sido por Merkel, Grecia estaría hoy 
			en cualquier parte, menos en Europa.
 Frente a las 'pretensiones expansivas' de Putin, Merkel ha sido el 
			principal obstáculo, hecho que la ha llevado a ejercer liderazgo 
			político, atrayendo hacia sí a Hollande, otro de los que 
			llegó al poder agitando consignas anti-Merkel.
 
			  
			En fin, en todos los niveles, Merkel 
			emerge como líder indiscutida. Razón más que suficiente para que los 
			europeos anti-europeos la conviertan en blanco de todos sus ataques.
 Lo que nadie pensó fue que en su propio país, Merkel llegaría a ser 
			símbolo de la reacción antidemocrática. Todo comenzó con su política 
			frente a
			
			los refugiados provenientes de los 
			países islámicos, sobre todo de Siria.
 
 Merkel fue confrontada con un dilema.
 
				
			 
			Eligió la segunda alternativa.  
			  
			Ya sea por su espíritu cristiano, 
			ya sea por su compromiso en una guerra en la cual Alemania ya está 
			participando, ya sea por su visión de estadista que le permite ver 
			en la futura integración de los trabajadores emigrantes una 
			sustitución para una población laboral en franco descenso, el hecho 
			es que Merkel, con su política migratoria se ha transformado en la 
			enemiga número uno de la ultraderecha alemana y europea.
 En estos momentos tiene lugar en Alemania una sincronizada 
			sublevación política.
 
			  
			Desde los partidos xenofóbicos,
			
			Pegida, pasando por la más elitista
			
			Alternativa para Alemania y 
			sectores ultraconservadores de la
			
			CSU, hasta llegar a algunas 
			fracciones socialdemócratas que imaginan capitalizar "las próximas 
			elecciones", son disparados dardos en contra de Ángela Merkel.
 Merkel se encuentra en estos momentos aislada. De la Linke (la 
			Izquierda) nunca va a recibir apoyo. Y los Verdes tienen, entre 
			varias, la mala costumbre de no meterse en política.
 
 Merkel, sin embargo, sigue manteniendo popularidad entre los 
			sectores más esclarecidos de la sociedad alemana.
 
			  
			Liderazgos sustitutivos no asoman por 
			ninguna parte. Nadie posee su capacidad para lograr consensos entre 
			posiciones antagónicas. Pero está claro que no podrá salir del paso 
			sin hacer concesiones.  
				
				¿Hasta dónde? De esa pregunta depende no 
			solo el destino de Alemania. 
			Pensando en términos macro-históricos puede que esa luz nacida una 
			vez en Atenas, aún sin apagarse, deje de brillar sobre Europa.
			 
			  
			Si así ocurriera, otros deberán asumir 
			su legado luminoso.  
				
				¿América? O mejor: ¿Las tres 
				Américas?  
			Es solo un pensamiento. Es solo una 
			idea...
 
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