SEGUNDA PARTE
LA PRIMERA PRUEBA - DOLORES DE PARTO
 


Las teorías de Milton Friedman le dieron el Premio Nobel; a Chile le dieron el general Pinochet.
EDUARDO GALEANO, Días y noches de amor y de guerra, 1983
 


No creo que nunca me hayan considerado "malvado".
MlLTON FRIEDMAN, citado en The Wall Street Journal, 22 de julio de 2006
 

 


Capítulo 3
ESTADOS DE SHOCK
 

El sangriento nacimiento de la contrarrevolución
Las injurias deben hacerse de una vez, de modo que,

al tener menos tiempo para saborearlas, ofendan menos.
NICOLÁS MAQUIAVELO, El príncipe, 1513 1



Si se adoptase esta estrategia del shock, creo que debería anunciarse públicamente con detalle, para pasar a estar en vigor al poco tiempo. Cuanto más información tenga el público, más facilitará su reacción al ajuste.
MlLTON FRIEDMAN en una carta al general Augusto Pinochet, 21 de abril de 1975 2
 


El general Augusto Pinochet y sus seguidores se refirieron siempre a los hechos del 11 de septiembre de 1973 no como un golpe de Estado sino como "una guerra".

 

Santiago de Chile, desde luego, parecía zona de guerra: carros blindados abrían fuego conforme avanzaban a través de los bulevares y los edificios del gobierno eran atacados por cazas de combate. Pero había algo extraño en esa guerra: sólo combatía un bando.

Desde el principio, Pinochet tuvo el completo control del ejército, la Armada, los marines y la policía. El presidente Salvador Allende, mientras tanto, se opuso a que sus seguidores se organizaran en ligas de defensa, así que no disponía de ejército propio.

 

La única resistencia procedió del palacio presidencial, La Moneda, y de los tejados a su alrededor, desde donde Allende y sus allegados intentaron con gallardía defender la sede de la democracia chilena.

 

No se puede decir que fuera una lucha justa: a pesar de que en el interior del palacio sólo había treinta y seis defensores fieles a Allende, los militares lanzaron veinticuatro cohetes contra el palacio.3

Pinochet, el vanidoso y volátil comandante (cuya constitución recordaba a la de los tanques en los que se desplazaba), claramente quería que el acontecimiento fuera lo más dramático y traumático posible. A pesar de que el golpe no fue una guerra, estaba diseñado para parecerlo, lo que lo convierte en un precursor chileno de la estrategia de shock y conmoción.

 

Difícilmente podría el shock haber sido mayor. A diferencia de la vecina Argentina, que había sido dirigida por seis gobiernos militares en los cuarenta años previos, Chile carecía de experiencia en ese tipo de violencia: había disfrutado de 160 años de pacífico gobierno democrático, los últimos 41 ininterrumpidos.

Ahora el palacio presidencial estaba en llamas y de él se sacaba el cuerpo amortajado del presidente sobre una camilla mientras se obligaba a sus colegas más próximos a estirarse boca abajo en la calle bajo las bocas de los rifles de los soldados.

 

A pocos minutos en coche del palacio presidencial, Orlando Letelier, que acababa de retornar de Washington para tomar el puesto de ministro de Defensa de Chile, había ido a su despacho en el ministerio esa mañana. Tan pronto como entró por la puerta, doce soldados vestidos con uniforme de combate se echaron sobre él, todos apuntándole con sus ametralladoras.4

Allende fue descubierto con la cabeza descerrajada por un tiro. Continúa el debate sobre si fue alcanzado por una de las balas que se dispararon contra La Moneda o si se suicidó, prefiriendo morir a dejar en la memoria colectiva de los chilenos la imagen de su presidente electo rindiéndose ante un ejército insurrecto.

 

La segunda teoría es más creíble.

En los años que llevaron al golpe, asesores estadounidenses, muchos de ellos de la CIA, habían excitado el ánimo del ejército chileno, atizando un anticomunismo rabioso y persuadiendo a los militares de que los socialistas eran, de hecho, espías rusos, una fuerza ajena a la sociedad chilena, una especie de "enemigo interior" crecido en casa.

 

Lo cierto es que fueron los militares los que se convirtieron en el auténtico enemigo doméstico, dispuestos a volver sus armas contra la población que habían jurado proteger.

Con Allende muerto, su gabinete cautivo y sin indicios de que fuera a haber resistencia popular, la gran batalla de la Junta Militar había terminado a media tarde. Letelier y los demás prisioneros "VIP" fueron al final trasladados a la gélida isla Dawson, en el sur del estrecho de Magallanes, la versión pinochetista de los campos de concentración siberianos. Pero matar y encarcelar al gobierno no era suficiente para la nueva Junta Militar chilena.

 

Los generales estaban convencidos de que sólo podrían retener el poder si lograban que los chilenos vivieran completamente aterrorizados, como había pasado con la población de Indonesia.

 

En los días que siguieron al golpe, unos trece mil quinientos civiles fueron arrestados, subidos a camiones y encarcelados, según un informe de la CIA recientemente desclasificado.5 Miles acabaron en los dos principales estadios de fútbol de Santiago, el Estadio de Chile y el enorme Estadio Nacional.

 

Dentro del Estadio Nacional, la muerte reemplazó al fútbol como espectáculo público. Los soldados paseaban entre las gradas al sol acompañados de colaboradores encapuchados que señalaban a los "subversivos" entre los detenidos; los seleccionados eran enviados a los vestuarios o a los palcos, transformados en improvisadas cámaras de tortura.

 

Cientos fueron ejecutados. Cuerpos sin vida empezaron a aparecer en las cunetas de las principales carreteras o flotando en mugrientos canales urbanos.

Para asegurarse de que el terror se extendía más allá de la capital, Pinochet envió a su comandante más despiadado, el general Sergio Arellano Stark, en helicóptero en una misión en las provincias del norte para visitar una serie de prisiones en las que se retenía a "subversivos".

 

En cada ciudad y pueblo, Stark y su escuadrón de la muerte itinerante escogían a los prisioneros de perfil más alto, a veces hasta veintiséis a la vez, y los ejecutaban.

 

El rastro de sangre que dejaron durante esos cuatro días se conocería como la caravana de la muerte.6 Al, poco tiempo la comunidad entera había captado el mensaje: la resistencia es mortal.

A pesar de que la batalla de Pinochet sólo tuvo un bando, sus efectos fueron tan reales como cualquier guerra civil o invasión extranjera: en total, más de 3.200 personas fueron ejecutadas o desaparecieron, al menos 80.000 fueron encarceladas y 200.000 huyeron del país por motivos políticos.7

 

 


EL FRENTE ECONÓMICO

Para los Chicago Boys, el 11 de septiembre fue un día de vertiginosa anticipación y letal adrenalina.

 

Sergio de Castro había estado trabajando a fondo su contacto en la Armada, consiguiendo que aprobara página a página "el ladrillo".

Ahora, el día del golpe, varios Chicago Boys estaban acampados junto a las rotativas del periódico de derechas El Mercurio. Mientras en la calle sonaban disparos, trabajaron frenéticamente para que el documento quedara impreso a tiempo para el primer día de gobierno de la Junta.

 

Arturo Fontaine, uno de los editores del periódico, recuerda que las rotativas trabajaron,

"sin cesar para producir copias de aquel largo documento".

Y lo consiguieron, por los pelos.

"Antes del mediodía del miércoles 12 de septiembre de 1973, los generales de las fuerzas armadas que desempeñaban cargos de gobierno tenían el plan sobre sus escritorios."8

Las propuestas que aparecen en ese documento final se parecen asombrosamente a las que hace Milton Friedman en Capitalismo y libertad: privatización, desregulación y recorte del gasto social; la santísima trinidad del libre mercado.

 

Los economistas chilenos educados en Estados Unidos habían tratado de introducir esas ideas pacíficamente, dentro de los confines del debate democrático, pero habían sido rechazadas de forma abrumadora. Ahora los Chicago Boys y sus planes habían vuelto en un clima mucho más permeable a su punto de vista radical.

 

En esta nueva era no era necesario que nadie más allá de un puñado de hombres uniformados estuviera de acuerdo con ellos.

 

Sus oponentes políticos más enconados estaban o encarcelados o muertos o huidos; el espectáculo de los cazas de combate y las caravanas de la muerte mantenía a todo el mundo a raya.

"Para nosotros, fue una revolución", dijo Cristian Larroulet, uno de los asesores económicos de Pinochet.9

Era una descripción adecuada.

 

El 11 de septiembre de 1973 fue mucho más que el violento final de la pacífica revolución socialista de Allende; fue el principio de lo que The Economist calificaría más tarde de "contrarrevolución", la primera victoria concreta en la campaña de la Escuela de Chicago por recuperar las ganancias que se habían conseguido con el desarrollismo y el keynesianismo.10

 

A diferencia de la revolución parcial de Allende, templada y matizada por el característico tira y afloja de la democracia, esta revuelta, impuesta mediante la fuerza bruta, tenía las manos libres para llegar hasta el final. En los años siguientes, las políticas descritas en "el ladrillo" se impondrían en docenas de otros países bajo la coartada de una amplia gama de crisis. Pero Chile fue la génesis de la contrarrevolución, una génesis de terror.

José Piñera, un alumno de la Facultad de Economía de la Universidad Católica que se definía a sí mismo como un Chicago Boy, era estudiante de posgrado en Harvard cuando tuvo lugar el golpe.

 

Al oír las buenas noticias, regresó a casa,

"para ayudar a fundar un país nuevo, dedicado a la libertad, de las cenizas del antiguo".

Según Piñera, que acabaría convirtiéndose en ministro de Trabajo y Minería con Pinochet, ésta era,

"la auténtica revolución [...] un movimiento radical, completo y sostenido hacia el libre mercado".11

Antes del golpe, Augusto Pinochet tenía reputación de ser muy educado, casi demasiado obsequioso, reputación de adular y dar siempre la razón a sus superiores civiles.

 

Como dictador, Pinochet desveló nuevas facetas de su carácter. Se adueñó del poder con un regocijo indecoroso y adoptó la actitud de un monarca absoluto, declarando que el "destino" le había otorgado su cargo. Sin dilación, dirigió un golpe dentro del golpe para deshacerse de los otros tres líderes militares con los que había acordado dividirse el poder y se hizo nombrar jefe supremo de la nación, además de presidente.

 

Le encantaba la pompa y la ceremonia, prueba de su derecho a gobernar, y no desperdiciaba ninguna ocasión de vestirse con su uniforme prusiano, con capa y todo. Para moverse por Santiago, escogió una caravana de Mercedes-Benz dorados y a prueba de balas.12

A Pinochet se le daba bien gobernar de forma autoritaria, pero, igual que Suharto, no sabía prácticamente nada de economía. Eso era un problema, porque la campaña de sabotaje empresarial liderada por ITT había conseguido hacer que la economía entrara en barrena y Pinochet se encontró con una crisis entre manos.

 

Desde el principio se produjo una lucha de poder dentro de la Junta entre los que simplemente querían reinstaurar el statu quo anterior a Allende y regresar rápidamente al sistema democrático, y los de Chicago, que presionaban para conseguir una liberalización del mercado de pies a cabeza que tardaría años en imponerse.

 

A Pinochet, que disfrutaba a fondo de sus nuevos poderes, no le gustaba nada la idea de que su destino fuera una simple operación de limpieza, limitada a "restaurar el orden" y luego marcharse.

"No somos como una aspiradora que barrió el marxismo para luego darle el poder a esos señores políticos", dijo.13

La visión de los de Chicago de una remodelación completa del país estaba en sintonía con su recién desatada ambición y, al igual que Suharto con la mafia de Berkeley, de inmediato nombró a varios licenciados de Chicago como sus principales asesores económicos, entre ellos Sergio de Castro, el líder de hecho del movimiento y principal autor del "ladrillo".

 

Los llamaba los tecnos - los tecnócratas - lo cual encajaba con la pretensión de los de Chicago de que arreglar una economía era una cuestión científica y no de elecciones humanas subjetivas.

Pese a que Pinochet entendía poco sobre inflación y tipos de interés, los tecnos hablaban un lenguaje que comprendía. Para ellos la economía era una fuerza de la naturaleza a la que había que respetar y obedecer porque "ir contra la naturaleza es contraproducente y es engañarse a uno mismo", como explicó Piñera.14

 

Pinochet estaba de acuerdo: la gente, escribió en una ocasión, debe someterse a la estructura porque,

"la naturaleza muestra que el orden básico y la jerarquía son necesarios".15

Esta convicción compartida de obedecer unas leyes naturales superiores formó la base de la alianza Pinochet-Chicago.

Durante el primer año y medio Pinochet siguió fielmente las reglas de Chicago:

  • privatizó algunas, aunque no todas, empresas estatales (entre ellas varios bancos)

  • permitió formas nuevas y muy avanzadas de especulación financiera

  • abrió las fronteras a las importaciones extranjeras, derribando las barreras que habían protegido durante muchos años a las manufacturas chilenas

  • recortó el gasto público un 10% excepto, claro, el gasto militar, que aumentó significativamente 16

También eliminó el control del precios, una decisión radical en un país que llevaba regulando el coste de productos de primera necesidad como el pan y el aceite durante décadas.

Los de Chicago le aseguraron a Pinochet que si hacía que el gobierno dejara de intervenir en esas áreas rápidamente, las leyes "naturales" de la economía harían que se recuperara el equilibrio y la inflación - que consideraban una especie de fiebre económica que indicaba la presencia de organismos insalubres en el mercado - descendería mágicamente. Se equivocaban.

 

En 1974, la inflación alcanzó el 375%, la tasa más alta en todo el mundo y casi el doble de su punto más alto con Allende.17

 

El precio de productos de primera necesidad como el pan se puso por las nubes. En paralelo, los chilenos perdían su empleo gracias a que el experimento de Pinochet con el "libre mercado" estaba inundando el país de importaciones baratas. Las empresas locales cerraban a docenas, incapaces de competir; el desempleo alcanzó cifras récord, y se extendió el hambre.

 

El primer laboratorio de la Escuela de Chicago estaba en caída libre.

Sergio de Castro y los demás de Chicago arguyeron, en el mejor estilo de Chicago, que su teoría era perfectamente correcta y que el problema era que no se estaba aplicando de forma suficientemente estricta.

 

La economía no había podido corregirse sola y volver a un equilibrio armonioso porque todavía quedaban "distorsiones", consecuencia de casi medio siglo de interferencias gubernamentales. Para que el experimento funcionase, Pinochet tenía que acabar con esas distorsiones: más recortes, más privatizaciones y todo llevado a cabo con más rapidez.

En ese año y medio, buena parte de la élite empresarial chilena se hartó de las aventuras de los de Chicago con el capitalismo radical. Los únicos que se beneficiaban de la situación eran las empresas extranjeras y un pequeño grupo de financieros conocidos como los "pirañas", que se forraban especulando. Los fabricantes industriales que habían apoyado con entusiasmo el golpe estaban siendo barridos.

 

Orlando Sáenz - el presidente de la Sociedad de Fomento Fabril que había sido quien había introducido a los de Chicago en el complot del golpe - declaró que los resultados del experimento constituían,

"uno de los mayores fracasos de nuestra historia económica".18

A los empresarios no les gustaba el socialismo de Allende, pero no tenían ningún problema con una economía controlada por el gobierno.

"Es imposible continuar con el caos financiero que domina Chile", dijo Sáenz.

 

"Es necesario canalizar hacia inversiones productivas los millones y millones de recursos financieros que hoy se utilizan en operaciones especulativas alocadas frente a los ojos de los que no tienen siquiera empleo."19

Con su plan en grave peligro, los de Chicago y los pirañas (que en muchos casos eran las mismas personas) decidieron que había llegado el momento de sacar la artillería.

 

En marzo de 1975, Millón Friedman y Arnold Harberger volaron a Santiago invitados por un banco importante para ayudar a salvar el experimento.

La prensa, controlada por la Junta, recibió a Friedman como si fuera una estrella del rock, el gurú del nuevo orden. Cada una de sus declaraciones acababa en los titulares, sus clases se emitían en la televisión nacional y contó con la audiencia más importante de todas: un encuentro privado con el general Pinochet.

A lo largo de toda su visita, Friedman machacó un solo tema:

la Junta había empezado bien, pero necesitaba abrazar el libre mercado sin ninguna reserva.

En discursos y entrevistas utilizó un término que hasta entonces jamás se había aplicado a una crisis económica del mundo real: pidió un "tratamiento de choque".

 

Afirmó que era,

"la única cura. Con certeza. No hay otra forma de hacerlo. No hay otra solución a largo plazo".20

Cuando un periodista chileno apuntó que hasta Richard Nixon, entonces presidente de Estados Unidos, imponía controles para atemperar el libre mercado, Friedman replicó:

"Yo no los apruebo. Creo que no deberíamos aplicarlos. Estoy en contra de que el gobierno intervenga en la economía, sea el gobierno de mi país o el de Chile".21

Después de su reunión con Pinochet, Friedman escribió unas notas personales sobre el encuentro, que reprodujo décadas más tarde en sus memorias.

 

Observó que al general,

"le atraía la idea de un tratamiento de choque, pero le preocupaba claramente el aumento del desempleo que podía crear".22

Llegados a este punto, Pinochet ya se había hecho tristemente célebre en el mundo por ordenar masacres en estadios de fútbol, de modo que el hecho de que al dictador le "preocupara" el coste humano de su terapia de shock debería haber hecho que Friedman reflexionara.

 

Pero en vez de ello insistió en sus tesis en una carta de seguimiento en la que alabó las decisiones "extremadamente sabias" del general, pero animaba a Pinochet a recortar todavía mucho más el gasto público,

"un 25% en los próximos seis meses [...] en todos los apartados", y a la vez le pedía que adoptara un paquete de políticas proempresariales que le acercarían más "al completo libre mercado".

Friedman predijo que los cientos de miles de personas que serían despedidas del sector público pronto encontrarían trabajo en el sector privado, que despegaría espectacularmente gracias a que Pinochet eliminaría,

"tantos como sea posible de los obstáculos que ahora perjudican el mercado privado".23

Friedman aseguró al general que si seguía sus consejos podría anotarse el mérito de un "milagro económico"; podría "acabar con la inflación en unos meses" mientras que el problema del desempleo sería igualmente "breve -  cuestión de meses - y la subsiguiente recuperación económica sería rápida".

 

Pinochet tenía que actuar rápida y decididamente; Friedman subrayó la importancia del "shock" repetidamente. Usó la palabra tres veces en su carta y subrayó que el "gradualismo no era factible".24

Pinochet se convirtió.

 

En su carta de respuesta, el jefe supremo de Chile expresaba su,

"más alta y respetuosa admiración" por Friedman y le aseguraba a éste que "el plan está aplicándose plenamente en estos momentos".25

Inmediatamente después de la visita de Friedman, Pinochet despidió a su ministro de Economía y entregó el cargo a Sergio de Castro, al que después ascendería a ministro de Finanzas.

 

De Castro llenó el gobierno de colegas suyos de Chicago y nombró a uno de ellos director del banco central. Orlando Sáenz, que se había opuesto a los despidos masivos y al cierre de fábricas, fue sustituido al frente de la Sociedad de Fomento Fabril por alguien con una actitud más favorable al shock. "Si hay empresarios que se quejan de ello, que se vayan al infierno. No les defenderé", declaró el nuevo director.26

Libres de críticos, Pinochet y De Castro empezaron a desmontar el Estado del bienestar para alcanzar su pura utopía capitalista. En 1975 recortaron el gasto público el 27% de un solo golpe y siguieron recortando hasta que, hacia 1980, llegaron a la mitad de lo que era con Allende.27

 

Salud y educación fue lo que más sufrió. Incluso The Economist, una animadora del equipo del libre mercado, calificó lo que sucedía como "una orgía de automutilación".28

 

De Castro privatizó casi quinientas empresas y bancos estatales, prácticamente regalando muchos de ellos, puesto que lo que quería era ponerlos lo más rápido posible en el lugar que les correspondía dentro del orden económico.29

 

No se apiadó de las empresas locales y eliminó todavía más barreras arancelarias. El resultado fue la pérdida de 177.000 puestos de trabajo en la industria entre 1973 y 1983.30

 

A mediados de la década de 1980, la industria como porcentaje de la economía descendió a niveles que no se habían visto desde la Segunda Guerra Mundial.31

 

"Tratamiento de choque" era un nombre adecuado para lo que Friedman había recetado. Pinochet envió deliberadamente a su país a una profunda recesión, basándose en una teoría sin probar que afirmaba que la súbita contracción haría que la economía recuperase la salud.

 

En su lógica interna, esta medida era asombrosamente parecida a la de los psiquiatras que recetaron terapia electroconvulsiva en las décadas de 1940 y 1950, convencidos de que las conmociones deliberadamente inducidas con las descargas conseguirían mágicamente reiniciar los cerebros de sus pacientes.

La teoría de la terapia de shock económica se basa en parte en el papel de las expectativas como combustible de un proceso inflacionario.

 

Para poner freno a la inflación no basta con cambiar la política monetaria sino que además hay que cambiar la actitud de los consumidores, empresarios y trabajadores. Lo que hace un cambio súbito y brutal de política es alterar rápidamente las expectativas y señalar al público que las reglas del juego han cambiado dramáticamente: los precios no van a seguir subiendo ni tampoco los sueldos.

 

Según esta teoría, cuanto antes se consigan mitigar las expectativas de inflación, más corto será el doloroso período de recesión y alto desempleo. Sin embargo, particularmente en países en los que la clase dirigente ha perdido su credibilidad ante el público, se dice que sólo un shock político enorme y decidido puede lograr "enseñar" al público esta dura lección.

Algunos economistas de la Escuela de Chicago afirman que el primer experimento con la terapia de shock se llevó a cabo en Alemania Occidental el 20 de junio de 1948. El ministro de Finanzas, Ludwig Erhard, eliminó la mayoría de los controles aplicados a los precios e introdujo una moneda nueva.

 

Lo hizo rápidamente y sin previo aviso, lo que supuso un shock tremendo para la economía alemana, que llevó a una subida masiva del desempleo. Pero ahí es donde terminan las similitudes: las reformas de Erhard se limitaron a los precios y a la política monetaria y no fueron acompañadas de recortes en los programas sociales ni por la rápida introducción del libre mercado, y se tomaron muchas precauciones para proteger a los ciudadanos del shock, entre ellas el aumento de los salarios.

 

Alemania Occidental, incluso después del shock, se adecuaba con facilidad a la definición que Friedman hacía de un Estado del bienestar casi socialista: ofrecía vivienda de protección oficial, pensiones, sanidad pública y un sistema educativo estatal, mientras que además el gobierno dirigía y subsidiaba casi todo, desde el teléfono a plantas productoras de aluminio.

 

Concederle a Erhard el mérito de haber inventado la terapia de shock es una historia agradable, puesto que su experimento tuvo lugar después de que Alemania Occidental fuera liberada de la tiranía.

 

El shock de Erhard, sin embargo, no se parece en nada a las transformaciones radicales que hoy se entienden como terapia económica de shock: los pioneros de este método fueron Friedman y Pinochet, en un país que acababa de perder su libertad.

Causar una recesión o una depresión es una idea brutal, pues conlleva crear pobreza generalizada, motivo por el cual ningún líder político hasta ese momento había estado dispuesto a poner a prueba la teoría.

 

¿Quién querría ser responsable de lo que Business Week denominó "un mundo a la doctor Strangelove en el que se impulsa deliberadamente la recesión"?32

Pinochet quería serlo. En el primer año de la terapia de shock recetada por Friedman, la economía chilena se contrajo un 15% y el desempleo - que sólo sufría un 3% con Allende - alcanzó el 20%, un porcentaje inaudito en el Chile de la época.33

 

El país, ciertamente, se convulsionaba bajo el "tratamiento". Contrariamente a lo que Friedman predijo con optimismo, la crisis duró años, no meses. Hacia 1986 uno de cada cinco trabajadores industriales había perdido su empleo.34

 

La Junta, que había adoptado inmediatamente la metáfora de la enfermedad que utilizó Friedman, no se arrepentía de nada y explicaba que,

"se había escogido ese camino porque es el único que ataca directamente las causas de la enfermedad".35

Friedman estaba de acuerdo. Cuando un periodista le preguntó,

"si el coste social de sus políticas no sería excesivo", respondió: "Esa es una pregunta estúpida".36

A otro periodista le dijo:

"Lo único que me preocupa es que perseveren el tiempo necesario y con la fuerza necesaria".37

Es interesante saber que la mayor crítica hacia la terapia de shock procedió de uno de los propios ex alumnos de Friedman, André Gunder Frank.

 

Durante sus años en la Universidad de Chicago en la década de 1950, Gunder Frank - originario de Alemania - oyó hablar tanto sobre Chile que cuando se doctoró en economía decidió ir él mismo al país que sus profesores habían descrito como una distopía desarrollista mal gestionada. Le gusto lo que vio y acabó enseñando en la Universidad de Chile y luego siendo asesor económico de Salvador Allende, hacia el que desarrolló un gran respeto.

 

Como hombre de Chicago en Chile, Frank tenía una perspectiva privilegiada sobre la aventura económica del país.

 

Un año después de que Friedman recetara el shock máximo, escribió una airada "Carta abierta a Arnold Harberger y Milton Friedman" en la que utilizó su formación en la Escuela de Chicago,

"para examinar cómo ha respondido el paciente chileno a su tratamiento".38

Calculó lo que significaba para una familia chilena tratar de sobrevivir con lo que Pinpchet afirmaba que era un "sueldo mínimo".

 

Aproximadamente el 74% de sus ingresos se dedicaban simplemente a comprar pan, lo cual obligaba a la familia a prescindir de "lujos" como la leche y el autobús para ir a trabajar. En comparación, bajo Allende el pan, la leche y el autobús alcanzaban el 17% del sueldo de un empleado público.39

 

Muchos niños tampoco tenían leche en las escuelas, pues una de las primeras medidas de la Junta había sido eliminar el programa de leche escolar. Como resultado combinado de ese recorte más la situación desesperada de las familias, cada vez más estudiantes se desmayaban en clase, mientras que otros muchos dejaron de acudir a la escuela.40

 

Gunder Frank vio una relación directa entre las brutales políticas económicas impuestas por sus antiguos compañeros de estudios y la violencia que Pinochet había desatado contra el país. Las recetas de Friedman eran tan dolorosas, afirmó el desafecto hombre de Chicago, que no podían "imponerse ni llevarse a cabo sin los elementos gemelos que subyacen a todas ellas: la fuerza militar y el terror político".41

Impasible, el equipo económico de Pinochet se adentró todavía más en terreno experimental, adoptando las políticas más vanguardistas de Friedman: el sistema educativo público fue sustituido por cheques escolares y escuelas chárter, la sanidad pasó a ser de pago y se privatizaron guarderías y cementerios. Lo más radical de todo fue que privatizaron el sistema de seguridad social de Chile.

 

José Piñera, que fue el artífice del programa, dijo haber tenido la idea después de leer Capitalismo y libertad.42

 

Suele concedérsele a la administración de George W. Bush el mérito de haber sido los pioneros de la "sociedad de propietarios" cuando, de hecho fue el gobierno de Pinochet, treinta años antes, el que primero introdujo el concepto de "una nación de propietarios".

Chile avanzaba en territorio desconocido y los partidarios del libre mercado en todo el mundo, acostumbrados a debatir los méritos de tales políticas en marcos puramente académicos, le prestaban mucha atención.

"Los manuales de economía dicen que ésa es la forma en que debería funcionar el mundo, pero ¿en qué otro lugar se puede ver puesta en práctica?", se maravillaba la revista norteamericana de negocios Barron's.43

En un artículo titulado "Chile, laboratorio para un teórico", The New York Times destacó que,

"pocas veces uno de los principales economistas convencido de sus ideas recibe la oportunidad de probar recetas concretas en una economía gravemente enferma. Resulta todavía menos habitual que el cliente del economista sea un país que no es el suyo".44

Muchos se acercaron a ver en persona el laboratorio chileno, entre ellos el propio Friedrich Hayek, que viajó al Chile de Pinochet en varias ocasiones y que en 1981 escogió Viña del Mar (la ciudad en la que se tramó el golpe) para celebrar la convención regional de la Sociedad Mont Pelerin, la asamblea de cerebros de la contrarrevolución.

 

 


EL MITO DEL MILAGRO CHILENO

Incluso tres décadas más tarde Chile sigue siendo considerado por los entusiastas del libre mercado como una prueba de que el friedmanismo funciona.

 

Cuando murió Pinochet, en diciembre de 2006 (un mes después de Friedman), The New York Times le elogió por,

"transformar una economía en bancarrota en una de las más prósperas de América Latina" y un editorial del Washington Post dijo que había, "introducido las políticas de libre mercado que habían producido el milagro económico chileno".45

Los hechos tras el "milagro chileno" siguen siendo objeto de intenso debate.

Pinochet se mantuvo en el poder diecisiete años y durante ese tiempo cambió de rumbo político varias veces. El período de crecimiento continuado de la nación que se cita como prueba de su milagroso éxito no empezó hasta mediados de los años ochenta, una década entera después de que los de Chicago implementaran su terapia de shock y bastante después de que Pinochet se viera obligado a cambiar radicalmente el rumbo.

 

Y sucedió porque en 1982, a pesar de su estricta fidelidad a la doctrina de Chicago, la economía de Chile se derrumbó: explotó la deuda, se enfrentaba de nuevo la hiperinflación y el desempleo alcanzó el 30%, diez veces más que con Allende.46

 

La causa principal fue que las pirañas, las empresas financieras al estilo de Enron a las que los de Chicago habían liberado de cualquier tipo de regulación, habían comprado los activos del país con dinero prestado y acumularon una enorme deuda de 14.000 millones de dólares.47

La situación era tan inestable que Pinochet se vio obligado a hacer exactamente lo mismo que había hecho Allende: nacionalizó muchas de estas empresas.48

 

Al borde de la debacle, casi todos los de Chicago perdieron sus influyentes puestos en el gobierno, incluyendo a Sergio de Castro. Muchos otros licenciados de Chicago tenían altos cargos en las empresas de los pirañas y fueron investigados por fraude, con lo que se desvaneció la fachada de neutralidad científica tan fundamental para la identidad que se habían construido los de Chicago.

La única cosa que protegía a Chile del colapso económico total a principios de la década de 1980 fue que Pinochet nunca privatizó Codelco, la empresa de minas de cobre nacionalizada por Allende. Esa única empresa generaba el 85% de los ingresos por exportación de Chile, lo que significa que cuando la burbuja financiera estalló, el Estado siguió contando con una fuente constante de fondos.49

Está claro que Chile nunca fue el laboratorio "puro" del libre mercado que muchos de sus partidarios creyeron. Al contrario: fue un país donde una pequeña élite pasó de ser rica a super-rica en un plazo brevísimo basándose en una fórmula que daba grandes beneficios financiándose con deuda y subsidios públicos, para luego recurrir también al dinero publico para pagar aquella deuda.

 

Si uno consigue apartar el boato y el clamor de los vendedores, el Chile de Pinochet y los de Chicago no fue un Estado capitalista con un mercado libre de trabas, sino un Estado corporativista.

 

El corporativismo se refería originalmente al modelo de Estado ideado por Mussolini, un Estado policial gobernado bajo una alianza de las tres mayores fuentes de poder de una sociedad - el gobierno, las empresas y los sindicatos - todos colaborando para mantener el orden en nombre del nacionalismo.

 

Lo que Chile inauguró con Pinochet fue una evolución del corporativismo: una alianza de apoyo mutuo en la que un Estado policial y las grandes empresas unieron fuerzas para lanzar una guerra total contra el tercer centro de poder - los trabajadores - incrementando con ello de manera espectacular la porción de riqueza nacional controlada por la alianza.

Esa guerra - que muchos chilenos comprensiblemente ven como una guerra de los ricos contra los pobres y la clase media - es la auténtica realidad tras el "milagro" económico de Chile.

 

Hacia 1988, cuando la economía se había estabilizado y crecía con rapidez, el 45% de la población había caído por debajo del umbral de la pobreza.50 El 10% más rico de los chilenos, sin embargo, había visto crecer sus ingresos en un 83%.51

 

Incluso en 2007 Chile seguía siendo una de las sociedades menos igualitarias del mundo. De las 123 naciones en que Naciones Unidas monitoriza la desigualdad, Chile ocupaba el puesto 116, lo que le convierte en el octavo país con mayores desigualdades de la lista.52

Si ese historial hace que Chile sea un milagro para los economistas de la Escuela de Chicago, quizá sea porque el tratamiento de choque nunca tuvo como objetivo devolver la salud a la economía. Quizá se suponía que tenía que hacer exactamente lo que hizo: enviar la riqueza a los de arriba y conmocionar a la clase media hasta borrarla del mapa.

Así lo creía Orlando Letelier, ex ministro de Defensa con Allende.

 

Después de pasar un año en las prisiones de Pinochet, Letelier consiguió escapar de Chile gracias a una intensiva campaña de presión internacional.

 

Al contemplar desde el extranjero el rápido empobrecimiento de su país, Letelier escribió en 1976 que,

"durante los últimos tres años varios miles de millones de dólares fueron sacados de los bolsillos de los asalariados y depositados en los de los capitalistas y terratenientes [...] la concentración de la riqueza no fue un accidente, sino la regla; no es el resultado colateral de una situación difícil - que es lo que a la Junta le gustaría que el mundo creyera - sino la base de un proyecto social; no es una desventaja de la economía, sino un éxito político temporal".53

Lo que Letelier no podía saber entonces era que Chile bajo el gobierno de la Escuela de Chicago ofrecía un avance del futuro de la economía global, una pauta que se repetiría una y otra vez, de Rusia a Sudáfrica y a Argentina:

  • una burbuja urbana de especulación frenética y contabilidad dudosa que generaba enormes beneficios y un frenético consumismo, y rodeada por fábricas fantasmagóricas e infraestructuras en desintegración de un pasado de desarrollo

  • aproximadamente la mitad de la población excluida completamente de la economía

  • corrupción y amiguismo fuera de control

  • aniquilación de las empresas públicas grandes y medianas

  • un enorme trasvase de riqueza del sector público al privado, seguido de un enorme trasvase de deudas privadas a manos públicas

En Chile, si estabas fuera de la burbuja de riqueza, el milagro se parecía a la Gran Depresión, pero dentro de su caparazón estanco los beneficios fluían tan libre y rápidamente que el dinero fácil que las reformas estilo terapia de shock hace posible se ha convertido desde entonces en la cocaína de los mercados financieros.

 

Y es por eso por lo que el mundo financiero no respondió a las obvias contradicciones del experimento chileno reevaluando las premisas básicas del laissez-faire.

 

En lugar de ello, reaccionó como reacciona un drogadicto: se preguntó dónde conseguir la siguiente dosis.

 

 


LA REVOLUCIÓN SE EXTIENDE, EL PUEBLO DESAPARECE

Durante un tiempo la siguiente dosis la aportaron otros países del Cono Sur a los que la contrarrevolución de la Escuela de Chicago se extendió rápidamente.

 

Brasil estaba ya bajo el control de una junta apoyada por Estados Unidos y muchos de los estudiantes brasileños de Friedman ocupaban puestos clave en el gobierno. Friedman viajó a Brasil en 1973, en la época de mayor brutalidad del régimen y declaró que el experimento económico era "un milagro".54

 

En Uruguay los militares dieron un golpe de Estado en 1973 y al año siguiente decidieron seguir el rumbo trazado por Chicago.

 

Ante la falta de uruguayos licenciados en la Universidad de Chicago, los generales invitaron a,

"Arnold Harberger y a [el profesor de economía] Larry Sjaastad de la Universidad de Chicago y su equipo, que incluía ex alumnos de Chicago argentinos, chilenos y brasileños, para que reformaran el sistema impositivo y la política comercial de Uruguay".55

Los efectos sobre la sociedad anteriormente igualitaria de Uruguay fueron inmediatos: los salarios reales descendieron un 28% y hordas de mendigos aparecieron por primera vez en las calles de Montevideo.56


El siguiente país en unirse al experimento fue Argentina en 1976

Antes de que la Junta tomara el poder, Argentina tenía menos pobres que Francia o Estados Unidos - solo un 6% de la población - y una tasa de desempleo de sólo el 4,2%.

El siguiente país en unirse al experimento fue Argentina en 1976, cuando una junta arrebató el poder a lsabel Perón.

 

Con ello Argentina, Chile, Uruguay y Brasil - los países que habían sido los abanderados del desarrollismo - estaban ahora todos dirigidos por gobiernos militares apoyados por Estados Unidos y se habían convertido en laboratorios vivos de la Escuela de economía de Chicago.

Según documentos brasileños desclasificados en marzo de 2007, semanas antes de que los generales argentinos tomaran el poder contactaron con Pinochet y con la Junta brasileña y "esbozaron los principales pasos que debería tomar el futuro régimen".57

A pesar de esta estrecha colaboración, el gobierno militar argentino no fue tan lejos en su experimento neoliberal como Pinochet; no privatizo las reservas de petróleo del país ni la seguridad social, por ejemplo (eso vendría después).

 

Sin embargo, en lo que se refiere a atacar las políticas e instituciones que habían conseguido elevar a los pobres argentinos a la clase media, la Junta siguió fielmente el ejemplo de Pinochet, gracias en parte a la abundancia de economistas argentinos que habían asistido a los cursos de Chicago.

Los argentinos recién salidos de Chicago se hicieron con puestos clave en el gobierno: secretario de Finanzas, presidente del banco central y director de investigaciones del Departamento del Tesoro del Ministerio de Finanzas, además de otros puestos económicos de menor nivel.58

 

Pero mientras los de Chicago de la rama argentina fueron partícipes entusiastas del gobierno militar, el principal puesto económico no fue para ninguno de ellos, sino para José Alfredo Martínez de Hoz.

 

Martínez de Hoz pertenecía a la alta burguesía rural que formaba parte de la Sociedad Rural, la asociación de rancheros que desde hacía tiempo controlaba las exportaciones del país. A estas familias, lo más cercano a una aristocracia que tenía Argentina, el orden económico feudal les parecía perfecto: no tenían que preocuparse de que sus tierras se redistribuyeran entre los campesinos ni de que el precio de la carne se redujera para que todo el mundo pudiera comer.

Martínez de Hoz había presidido la Sociedad Rural, igual que su padre y su abuelo antes que él; también formaba parte de los consejos de administración de varias multinacionales, entre ellas Pan American Airways e ITT.

 

Cuando tomó el cargo en el gobierno de la Junta quedó claro que el golpe representaba una revuelta de las élites, una contrarrevolución contra cuarenta años de avances de los trabajadores argentinos.

La primera decisión como ministro de Martínez de Hoz fue prohibir las huelgas e instaurar el despido libre. Abolió los controles de precios, disparando el precio de la comida. También estaba decidido a hacer que Argentina volviera a ser un lugar hospitalario para las multinacionales extranjeras. Derogó las restricciones a las propiedades que los extranjeros podían tener en el país y en pocos años vendió cientos de empresas estatales.59

 

Estas medidas le granjearon poderosos aliados en Washington. Documentos desclasificados muestran que William Rogers, subsecretario de Estado para América Latina, le dijo a su jefe, Henry Kissinger, poco después del golpe:

"Martínez de Hoz es un buen hombre. Hemos mantenido consultas con él constantemente".

Kissinger quedó tan impresionado que, "como gesto simbólico", organizó un encuentro de alto nivel con Martínez de Hoz cuando éste visitó Washington.

 

También se ofreció a hacer un par de llamadas para ayudar a Argentina en sus esfuerzos económicos:

"Llamaré a David Rockefeller", le dijo Kissinger al ministro de Exteriores de la Junta, refiriéndose al presidente del Chase Manhattan Bank.

 

"Y llamaré a su hermano, el vicepresidente [de Estados Unidos, Nelson Rockefeller] ".60

Para atraer inversores extranjeros, Argentina publicó un folleto de treinta y una páginas en Business Week, producido por Burson-Marsteller, un gigante de las relaciones públicas, en el que se declaraba que,

"pocos gobiernos en la historia han animado más a la inversión privada. [...] Estamos realizando una auténtica revolución social y buscamos socios. Nos estamos desembarazando del estatalismo y creemos firmemente en la importancia fundamental del sector privado".61

La Junta estaba tan ansiosa por subastar el país a los inversores que incluso inundó "un 10% de descuento en el precio de la tierra para construcción durante los próximos sesenta días".

También en esta ocasión el impacto humano fue inconfundible: en un año los salarios perdieron el 40% de su valor, cerraron fábricas y la pobreza se generalizó.62

Antes de que la Junta tomara el poder, Argentina tenía menos pobres que Francia o Estados Unidos - solo un 6% de la población - y una tasa de desempleo de sólo el 4,2%. Ahora el país empezaba a dar muestras de un subdesarrollo que creía haber dejado atrás. Los barrios pobres carecían de agua corriente y enfermedades que podían prevenirse se convertían en epidemias.

En Chile, Pinochet tuvo las manos libres para destripar a la clase media gracias a la forma devastadora y aterradora en que se hizo con el poder.

 

Aunque sus cazas y sus pelotones de fusilamiento habían sido muy efectivos para extender el terror habían acabado por convertirse en un desastre de relaciones públicas.

 

Las noticias sobre las masacres de Pinochet provocaron la indignación del mundo y activistas en Europa y América del Norte presionaron agresivamente a sus gobiernos para que no comerciaran con Chile. Era un resultado claramente desfavorable para un régimen cuya razón de ser era mantener el país abierto a los negocios.

Los documentos recientemente desclasificados en Brasil demuestran que cuando los generales argentinos estaban preparando su golpe de 1976 se propusieron,

"evitar sufrir una campaña internacional como la que se ha desatado contra Chile".63

Para conseguir ese objetivo eran necesarias tácticas de represión menos espectaculares, tácticas de perfil bajo que pudieran extender el terror pero que no resultaran tan obvias para los fisgones de la prensa internacional.

 

En Chile, Pinochet pronto optó por las desapariciones. En lugar de matar abiertamente o incluso de arrestar a su presa, los soldados secuestraban a la víctima, la llevaban a campos clandestinos, la torturaban, muchas veces la mataban y luego negaban saber nada del asunto. Los cuerpos se enterraban en fosas comunes.

 

Según la Comisión de la Verdad de Chile, creada en mayo de 1990, la policía secreta se deshacía de algunas de sus víctimas arrojándolas al océano desde helicópteros,

"después de abrirles el estómago con un cuchillo para que los cuerpos no flotaran".64

Además de tener un perfil bajo, las desapariciones se demostraron un medio todavía más efectivo para aterrorizar a la población que las masacres descaradas, pues la idea de que el aparato del Estado pudiera utilizarse para hacer que la gente se desvaneciera en la nada era mucho más inquietante.

A mediados de la década de 1970 las desapariciones se habían convertido en el principal instrumento de coerción de las juntas de la Escuela de Chicago en todo el Cono Sur y nadie las utilizó con más entusiasmo que los generales que ocupaban el palacio presidencial argentino. Durante su reinado se estima que desaparecieron treinta mil personas.65

 

Muchas de ellas, como sus equivalentes chilenas, fueron lanzadas desde aviones en las turbias aguas del Río de la Plata.

La Junta argentina se destacó por saber mantener el equilibrio justo entre el horror público y el privado, llevando a cabo las suficientes operaciones públicas para que todo el mundo supiera lo que estaba pasando pero simultáneamente manteniendo sus actos lo bastante en secreto como para poder negarlo todo.

 

En sus primeros días en el poder, la Junta hizo una única y dramática demostración de su disposición a usar la fuerza de modo letal: un hombre fue sacado a empujones de un Ford Falcon (el vehículo habitual de la policía secreta), atado al monumento más famoso de Buenos Aires, el Obelisco blanco de 67,5 metros, y ametrallado a la vista de todos los transeúntes.

Después de eso, los asesinatos de la Junta pasaron a ser encubiertos, pero estaban siempre presentes.

 

Las desapariciones, oficialmente inexistentes, eran espectáculos muy públicos que contaban con la complicidad silenciosa de barrios enteros. Cuando se decidía eliminar a alguien, una flota de vehículos militares aparecía frente al hogar o lugar de trabajo de esa persona y acordonaba toda la manzana, muchas veces mientras un helicóptero sobrevolaba la zona.

 

A plena luz del día y a la vista de los vecinos, la policía o los soldados echaban la puerta abajo y se llevaban a la víctima, que a menudo gritaba su nombre antes de que se la llevaran en el Ford Falcon que aguardaba con la esperanza de que la noticia de lo sucedido llegase a su familia.

 

Algunas operaciones "encubiertas" eran mucho más descaradas: la policía subía a un autobús abarrotado y se llevaba a pasajeros arrastrándolos por el pelo; en la ciudad de Santa Fe, una pareja fue secuestrada en el altar durante su boda, en una iglesia repleta de gente.66

El carácter público del terror no cesaba con la captura inicial. Una vez bajo custodia, en Argentina los prisioneros eran conducidos a uno de los más de trescientos campos de tortura que había en el país.67

 

Muchos de ellos estaban situados en zonas residenciales densamente pobladas; uno de los más conocidos ocupaba el local de un antiguo club atlético en una concurrida calle de Buenos Aires, otro estaba en una escuela en el centro de Bahía Blanca y aún otro en un ala de un hospital que seguía funcionando como centro sanitario.

 

En estos centros de tortura se veían entrar y salir a toda velocidad vehículos militares a horas extrañas, se podían oír gritos a través de las mal insonorizadas paredes y se veía entrar y salir extraños paquetes con forma de persona. Los vecinos eran conscientes de todo ello y guardaban silencio.

El régimen uruguayo era igual de descarado: uno de sus principales centros de tortura estaba en unos barracones de la Marina que daban al paseo marítimo de Montevideo, una zona junto al océano por la que antes solían pasear e ir de picnic las familias.

 

Durante la dictadura, aquel bello lugar estaba vacío y los vecinos de la ciudad evitaban cuidadosamente oír los gritos.68

La Junta argentina era particularmente chapucera al deshacerse de sus víctimas. Un paseo por el campo podía acabar siendo una pesadilla porque las fosas comunes apenas estaban escondidas.

 

Aparecían cuerpos en cubos de basura, sin dedos ni dientes (igual que sucede hoy en Irak) o, después de uno de los "vuelos de la muerte" de la Junta, aparecían cadáveres flotando en la orilla del Río de la Plata, a veces hasta una docena a la vez. En algunos casos hasta llovían desde helicópteros y caían en el campo de un granjero.69

Todos los argentinos fueron de alguna forma reclutados como testigos de la erradicación de sus conciudadanos, y aun así la mayoría afirmaba no saber qué sucedía.

 

Hay una frase que los argentinos utilizaban para explicar la paradoja del haber visto cosas pero cerrar los ojos ante el terror, que era el estado mental predominante en aquellos años:

"No sabíamos lo que nadie podía negar".

Puesto que muchos de los perseguidos por las distintas juntas a menudo se refugiaban en uno de los países vecinos, los gobiernos de la región colaboraron entre ellos en la conocida Operación Cóndor.

 

Con Cóndor, las agencias de inteligencia del Cono Sur compartieron información sobre "subversivos" - ayudadas por un sistema informático de tecnología punta suministrado por Washington - y dieron mutuamente a sus respectivos agentes salvoconducto para llevar a cabo secuestros y torturas cruzando la frontera, un sistema inquietantemente parecido a la actual red de "extradiciones" de la CÍA.70

La operación latinoamericana parece haberse basado en la "Noche y niebla" de Hitler.

 

En 1941, Hitler decretó que los miembros de la resistencia que se capturaran en los países ocupados por los nazis fueran trasladados a Alemania para que "se desvanecieran en la noche y la niebla". Muchos nazis de alto nivel se refugiaron en Chile y Argentina tras la Segunda Guerra Mundial, y algunos han especulado con la posibilidad de que entrenaran a los servicios de inteligencia del Cono Sur en esas tácticas.

Las juntas también intercambiaban información sobre los medios más efectivos para extraer información a los prisioneros que cada una de ellas había descubierto. Varios chilenos torturados en el Estadio de Chile en los días posteriores al golpe destacaron el inesperado detalle de que había soldados brasileños en la sala aconsejando sobre cómo usar científicamente el dolor.71

Hubo incontables oportunidades para este tipo de intercambios durante este período, muchas de ellas a través de Estados Unidos y con la implicación de la CIA. Una investigación de 1975 del Senado estadounidense sobre la intervención en Chile descubrió que la CIA había entrenado al ejército de Pinochet en formas de "controlar la subversión".72

 

Está perfectamente documentado, además, que Estados Unidos asesoró a las policías brasileña y uruguaya en técnicas de interrogación.

 

Según un testimonio judicial citado en el informe de la Comisión de la Verdad, Brasil: Nunca Mais, publicado en 1985, oficiales del ejército asistieron a "clases de tortura" impartidas por unidades de la policía militar durante las cuales se les mostraron varias diapositivas que ilustraban diversos métodos atroces.

 

Durante estas sesiones se hacía venir a prisioneros para "demostraciones prácticas" en las que eran torturados mientras hasta cien sargentos del ejército miraban y aprendían.

 

El informe afirma que,

"una de las primeras personas en introducir esta práctica en Brasil fue Dan Mitrione, un agente de policía estadounidense.

 

Como instructor de policía en Belo Horizonte durante los primeros años del régimen militar brasileño, Mitrione recogió a mendigos de las calles y los torturó en sus clases para que la policía local aprendiera diversas formas de crear en el prisionero la contradicción suprema entre el cuerpo y la mente".73

Mitrione pasó luego a organizar la formación de la policía en Uruguay donde, en 1970, fue secuestrado y asesinado por los tupamaros.

 

El grupo de guerrilleros revolucionarios izquierdistas planeó la operación para poner al descubierto la implicación de Mitrione en la enseñanza de la tortura. Según uno de sus ex alumnos, Mitrione insistía, como los autores del manual de la CIA, que la tortura efectiva no se basaba en el sadismo, sino en la ciencia.

 

Su lema era:

"El dolor preciso en el punto preciso en la cantidad precisa".74

Los resultados de sus enseñanzas se pueden ver con claridad en todos los informes sobre derechos humanos en el Cono Sur realizados en este siniestro período.

 

Una y otra vez dan testimonio de los métodos característicos codificados en el manual Kunbark:

arrestos a primera hora de la mañana, encapuchamientos, total aislamiento, drogas, desnude forzado, electroshocks…; y en todas partes el terrible legado de los experimentos de McGill con las depresiones económicas inducidas deliberadamente.

La soberbia película de Costa-Gavras Estado de Sitio (1972) se basa en estos hechos.

Los prisioneros liberados del Estadio Nacional de Chile dicen que las brillantes luces del campo estuvieron encendidas las veinticuatro horas del día y que parecía que el ritmo de las comidas se rompía deliberadamente.75 Los soldados obligaron a muchos de los prisioneros a llevar mantas sobre la cabeza, para que no pudieran ni ver ni oír con normalidad, una práctica incomprensible puesto que todos los prisioneros sabían que estaban en el estadio.

 

El efecto de las manipulaciones, informaron los prisioneros, fue que perdieron el sentido de cuándo era de noche y de día y que aumentó la conmoción y el pánico desencadenados por el golpe y los subsiguientes arrestos. Fue casi como si el estadio se hubiera convertido en un laboratorio gigante y ellos en cobayas de un extraño experimento de manipulación sensorial.

Una aplicación más fiel de los experimentos de la CIA pudo verse en la prisión chilena de Villa Grimaldi, "conocida por sus "cuartos chilenos", compartimentos de aislamiento hechos de madera y tan pequeños que los presos no podían arrodillarse" ni estirarse en el suelo.76

 

Los prisioneros de la prisión uruguaya Libertad eran enviados a "la isla": pequeñas celdas sin ventanas en las que sólo había una bombilla, que siempre estaba encendida.

 

Los prisioneros más importantes fueron mantenidos aislados durante más de una década.

"Empezamos a pensar que estábamos muertos, que nuestras celdas no eran celdas sino más bien tumbas, que el mundo exterior no existía y que el sol era sólo un mito", recordó Mauricio Rosencof, uno de esos prisioneros.

Vio el sol durante un total de ocho horas durante once años y medio. A tal extremo llegó el embotamiento de sus sentidos durante el tiempo de reclusión que "olvidé los colores: los colores no existían".77

La administración de la prisión de Libertad trabajaba codo con codo con psicólogos conductistas para diseñar técnicas de tortura a medida del perfil psicológico de cada individuo, un método que hoy se aplica en la base de Guantánamo.

En la Escuela Mecánica de la Armada, uno de los mayores centros de tortura de Buenos Aires la cámara de aislamiento se conocía como la "capucha".

 

Juan Miranda, que pasó tres meses en la capucha, me contó cómo era ese lugar oscuro.

"Te mantenían con los ojos vendados v encapuchado y con las manos y las piernas esposadas, tumbado boca abajo en un colchón de espuma durante todo el día, en el ático de la prisión. No podía ver a los demás prisioneros, me separaban de ellos planchas de contrachapado.

 

Cuando los guardias traían la comida, me ponían de cara a la pared y luego me levantaban la capucha para que pudiera comer. Era la única ocasión en la que nos permitían sentarnos: por lo demás siempre teníamos que estar tendidos".

Otros prisioneros argentinos padecieron la desnutrición sensorial en celdas del tamaño de un ataúd, llamadas "tubos".

Lo único que aliviaba el aislamiento era el todavía peor destino de la sala de interrogatorios. La técnica más extendida, usada en cámaras de tortura de los régimenes militares de toda la región, era el electroshock.

 

Existían docenas de variantes sobre cómo se aplicaba la corriente al cuerpo del prisionero:

con cables al descubierto, con teléfonos militares, con agujas bajo las uñas, mediante pinzas colocadas en las encías, pezones, genitales, orejas, bocas, heridas abiertas; en cuerpos remojados con agua para aumentar la intensidad de la carga o en cuerpos atados a mesas o a la "silla dragón" metálica de Brasil.

La Junta argentina, formada en buena parte por rancheros, se enorgullecía de su particular contribución: los prisioneros eran atados a una cama de metal a la que se llamaba "la parrilla" y se les aplicaba la "picana".*

* Una vara a través de la que se descargaba corriente eléctrica sobre la víctima. Su origen está en el instrumento usado en los mataderos para el sacrificio de reses. (N. de la T.)
 


El número exacto de personas que pasaron por la maquinaria de torturas del Cono Sur es imposible de calcular, pero probablemente está entre 100.000 y 150.000, decenas de miles de las cuales fueron asesinadas.78

 

 


TESTIMONIO EN TIEMPOS DIFÍCILES

Ser de izquierdas en esos años significaba ser perseguido.

 

Los que no escaparon al exilio se vieron en una lucha minuto a minuto para mantenerse un paso por delante de la policía secreta, llevando una existencia de pisos francos, códigos telefónicos e identidades falsas.

 

Una de las personas que vivió de ese período en Argentina fue el legendario periodista de investigación Rodolfo Walsh. Hombre renacentista y muy sociable, escritor de novela policíaca y de relatos premiados, Walsh fue también un superdetective capaz de descifrar códigos militares y espiar a los espías.

 

Obtuvo su mayor triunfo trabajando como periodista en Cuba, al interceptar y descifrar un telegrama de la CIA que demolía la coartada de la invasión de Bahía de Cochinos. Esa información fue la que permitió a Castro prepararse para la invasión y defenderse de ella con éxito.

Cuando la anterior Junta Militar argentina prohibió el peronismo y estranguló la democracia, Walsh decidió unirse a los montoneros, como su experto en inteligencia.

 

Eso le convirtió en el hombre más buscado por los generales, y cada nueva desaparición conllevaba el temor de que la información que éstos obtenían a través de la picana llevara a la policía al piso franco que compartía con su pareja, Lilia Ferreyra, en un pequeño pueblo a las afueras de Buenos Aires.

Los montoneros se formaron como respuesta a la anterior dictadura.

 

El peronismo fue prohibido y Juan Perón, desde el exilio, pidió a sus jóvenes partidarios que tomaran las armas y lucharan por la vuelta de la democracia. Lo hicieron, y los montoneros - aunque tomaron parte en ataques armados y en secuestros - tuvieron un papel importante en conseguir que en 1973 hubiera elecciones democráticas con un candidato peronista.

 

Pero cuando Perón regresó al poder vio una amenaza en el apoyo popular que concitaban los montoneros y animó a los escuadrones de la muerte de la derecha a que fueran a por ellos, por lo que el grupo - objeto de gran controversia - ya estaba seriamente debilitado cuando se produjo el golpe de 1976.

A través de su gran red de contactos, Walsh se dedicó a rastrear los muchos crímenes de la Junta. Compiló listados de los muertos y desaparecidos, así como de la localización de las fosas comunes y de los centros de tortura secretos. Se enorgullecía de conocer a su enemigo, pero hasta él quedó conmocionado en 1977 por la cruel brutalidad que la Junta argentina desencadenó contra su propio pueblo.

 

Durante el primer año de gobierno militar docenas de sus amigos íntimos y de sus colegas desaparecieron en los campos de concentración y su hija de veintiséis años, Vicki, falleció también, lo que hizo que Walsh enloqueciera de dolor.

Pero con los Ford Falcon patrullando constantemente la calle, Walsh no podía contar con una vida dedicada al luto por su pérdida. Sabiendo que no contaba con mucho tiempo, tomó una decisión sobre cómo señalaría el venidero primer aniversario del gobierno juntista: mientras los periódicos del régimen se deshacían en elogios hacia los generales por haber salvado a la nación, él escribiría su propia versión, sin censuras, de la depravación en la que su país había caído.

 

Se titularía "Carta abierta de un escritor a la Junta Militar" y estaba escrita con la característica valerosa claridad de Walsh.

 

La escribió,

"sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles".79

La carta sería una decidida condena tanto de los métodos del terrorismo de Estado como del sistema económico al cual servían.

 

Walsh planeaba distribuir su "Carta abierta" del mismo modo que había distribuido sus anteriores comunicados clandestinos: haciendo diez copias y luego enviándolas desde diez buzones distintos dirigidas a diez contactos cuidadosamente escogidos que se encargarían de seguir distribuyéndolas.

"Quiero que esos cabrones sepan que todavía estoy aquí, vivo y escribiendo", le dijo a Lilia al sentarse frente a su máquina de escribir Olympia.80

La carta empieza con una descripción de la campaña terrorista de los generales, mencionando su utilización de la "tortura absoluta, intemporal, metafísica", así como la participación de la CIA en la formación de la policía argentina.

 

Después de enumerar los métodos de tortura y las fosas de forma dolorosamente detallada, Walsh cambia súbitamente de marcha:

"Estos hechos, que sacuden la conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones de los derechos humanos en que ustedes incurren.

 

En la política económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada. [...]

 

Basta andar unas horas por el Gran Buenos Aires para comprobar la rapidez con que semejante política la convirtió en una villa miseria de diez millones de habitantes".80

El sistema que describía Walsh era el neoliberalismo de la Escuela de Chicago, el modelo económico que se iba a hacer con el mundo.

 

Conforme sus raíces se adentraran en la sociedad argentina durante las décadas siguientes, acabaría por empujar a más de la mitad de la población bajo el umbral de la pobreza. Walsh no creía que se tratara de un resultado accidental, sino de la cuidadosa ejecución de un plan, una "miseria planificada".

Firmó la carta el 24 de marzo de 1977, exactamente un año después del golpe.

 

A la mañana siguiente, Walsh y Lilia Ferreyra viajaron a Buenos Aires. Se repartieron las diez copias de la carta y las dejaron en buzones de diversos puntos de la ciudad. Unas pocas horas después Walsh asistió a una reunión que había organizado con la familia de un colega desaparecido.

 

Era una trampa: alguien había hablado bajo tortura y diez hombres armados con órdenes de capturarle esperaban fuera de la casa para tenderle una emboscada.

"Traedme a ese bastardo vivo: es mío", se dice que ordenó a los soldados el almirante Massera, uno de los tres líderes de la Junta.

Walsh, cuyo lema era,

"no es un crimen hablar; el crimen es ser arrestados", desenfundó su pistola al instante y empezó a disparar.

Hirió a uno de los soldados, que respondieron a su fuego.

 

Para cuando llegó a la Escuela Mecánica de la Armada estaba muerto. Quemaron su cadáver y lo arrojaron a un río.82

 

 


LA TAPADERA DE "LA GUERRA CONTRA EL TERROR"

Las juntas del Cono Sur no ocultaron sus ambiciones revolucionarias de cambiar sus respectivas sociedades, pero fueron lo bastante astutas como para negar aquello de lo que Walsh les acusaba públicamente:

usar la violencia masiva para conseguir objetivos económicos que, sin un sistema que mantuviera al pueblo aterrorizado y eliminara todos los demás obstáculos, con certeza habrían provocado una revuelta popular.

En el grado en el que se admitían asesinatos de Estado, las juntas los justificaban con el argumento de que estaban librando una guerra contra peligrosos terroristas marxistas financiados y controlados por el KGB.

 

Si las juntas utilizaban tácticas "sucias" era porque su enemigo era monstruoso. Con un lenguaje que hoy nos suena inquietantemente familiar, el almirante Massera calificó la situación de,

"una guerra por la libertad y contra la tiranía [...] una guerra contra aquellos que están a favor de la muerte librada por aquellos que estamos a favor de la vida. [...]

 

Combatimos contra nihilistas, contra agentes de la destrucción cuyo único objetivo es la destrucción misma, aunque lo quieran ocultar bajo la máscara de cruzadas sociales".83

En los prolegómenos del golpe chileno, la CIA financió una gran campaña propagandística que retrataba a Salvador Allende como un dictador camuflado, como un maquiavélico conspirador que se había servido de la democracia constitucional para hacerse con el poder, pero que se proponía instaurar un Estado policial al estilo soviético del que los chilenos jamás podrían escapar.

 

En Argentina y Uruguay se presentó a los principales movimientos guerrilleros de izquierdas - los montoneros y los tupamaros - como amenazas tan graves para la seguridad nacional que no dejaron otra opción a los generales que suspender la democracia, hacerse con el Estado y usar los medios que fueran necesarios para aplastarlos.

En todos los casos, la amenaza fue o bien brutalmente exagerada, o bien totalmente inventada por las juntas.

 

Entre muchas otras revelaciones, la Investigación que llevó a cabo en 1975 el Senado de Estados Unidos descubrió que los propios informes de los servicios de inteligencia estadounidenses mostraban que Allende no suponía ninguna amenaza para la democracia.84 Por lo que se refiere a los montoneros argentinos y los tupamaros uruguayos, eran grupos armados con un importante apoyo popular, capaces de lanzar atrevidos ataques contra objetivos militares y empresariales.

 

Pero los tupamaros uruguayos estaban totalmente desarticulados para cuando el ejército tomó el poder absoluto y los montoneros, argentinos desaparecieron en los primeros seis meses de una dictadura que se alargó durante siete años (por eso Walsh tuvo que esconderse).

 

Documentos desclasificados por el Departamento de Estado estadounidense demuestran que César Augusto Guzzetti, el ministro de Exteriores de la Junta, le dijo a Henry Kissinger el 7 de octubre de 1976 que "las organizaciones terroristas han sido desmanteladas" y a pesar de ello la Junta seguiría haciendo desaparecer a decenas de miles de ciudadanos después de esa fecha.85

Durante muchos años el Departamento de Estado también presentó las "guerras sucias" del Cono Sur como igualadas batallas entre los militares y peligrosas guerrillas, una lucha que a veces se les iba de las manos a las juntas pero que aun así valía la pena apoyar militar y económicamente.

 

Cada vez hay más pruebas de que en Argentina, al igual que en Chile, Washington sabía que estaba apoyando un tipo de operación militar muy distinta.

En marzo de 2006 el Archivo de Seguridad Nacional de Washington publicó las actas recién desclasificadas de una reunión del Departamento de Estado que tuvo lugar sólo dos días después de que la Junta argentina perpetrase su golpe de Estado en 1976.

 

En la reunión, William Rogers, subsecretario de Estado para América Latina, le dice a Kissinger que,

"es de esperar que haya bastante represión, probablemente mucha sangre, en Argentina muy pronto. Creo que van a tener que dar muy duro no sólo a los terroristas sino también a los disidentes de los sindicatos y a sus partidos".86

Y así fue.

 

La inmensa mayoría de las víctimas del aparato del terror del Cono Sur no eran miembros de grupos armados sino activistas no violentos que trabajaban en fábricas, granjas, arrabales y universidades.

 

Eran economistas, artistas, psicólogos y gente leal a partidos de izquierdas. Les mataron no por sus armas (que no tenían) sino por sus creencias.

 

En el Cono Sur, donde nació el capitalismo contemporáneo, la "guerra contra el terror" fue una guerra contra todos los obstáculos que se oponían al nuevo orden.

 

 


NOTAS

  1. Estados de shock: el sangriento nacimiento de la contrarrevolución

  2. Nicolás Maquiavelo, The Prince, trad. W. K. Marriott, Toronto, Alfred A. Knopf, 1992, pág. 42 (trad. cast.: El príncipe, Pozuelo de Alarcón, Espasa-Calpe, 2006).

  3. Milton Friedman y Rose D. Friedman, Two Lucky People: Memoirs, Chicago, University of Chicago Press, 1998, pág.592.

  4. Batalla de Chile [documental en tres partes] compilado por Patricia Guzmán, producido originalmente en 1975-1979, Nueva York, First Run/Icarus Films, 1993.

  5. John Dinges y Saúl Landau, Assassination on Embassy Row, Nueva York, Pantheon Books, 1980, pág. 64.

  6. Report of the Chilean National Commission on Truth and Reconciliation, vol. 1 , trad. De Phillip E. Berryman, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1993, pág. 153; Peter Kornbluh, The Pinochet File: A Declassified Dossier on Atrocity and Accountability, Nueva York, New Press, 2003, págs. 153-154.

  7. Kornbluh, The Pinochet File, op. cit., págs. 155-156.

  8. Estos números son objeto de debate porque el gobierno militar era famoso por encubrir y negar sus crímenes. Jonathan Kandell, "Augusto Pinochet, 91, Dictator Who Ruled by Terror in Chile, Dies", New York Times, 11 de diciembre de 2006; Leslie Bethell (comp.), Chile Since Independence, Nueva York, Cambridge University Press, 1993, pág. 178; Rupert Cornwell, "The General Willing to Kill His People to Win the Battle against Communism", Independent (Londres), 11 de diciembre de 2006.

  9. Juan Gabriel Valdés, Pinochet's Economists: The Chicago School in Chile, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pág. 252.

  10. Pamela Constable y Arturo Valenzuela, A Nation of Enemies: Chile Under Pinochet, Nueva York, W. W. Norton & Company, 1991, pág. 187.

  11. Robert Harvey, "Chile's Counter-Revolution", The Economist, 2 de febrero de 1980.

  12. José Piñera, "How the Power of Ideas Can Transform a Country", sepinera.com

  13. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., págs. 74-75.

  14. Ibídem, pág. 69.

  15. Valdés, Pinochet's Economists, op. cit., pág. 31.

  16. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., pág. 70.

  17. El único arancel de Pinochet fue una tarifa de un 10% a las importaciones, cosa que no constituye una barrera al comercio sino un impuesto de importación de poca monta. André Gunder Frank, Economic Genocide in Chile: Monetarist Theory Versus Humanity, Nottingham, Reino Unido, Spokesman Books, 1976, pág. 81.

  18. Es una estimación conservadora. Gunder Frank escribe que durante el primer año de gobierno de la Junta la inflación alcanzó el 508% y puede que se acercara al 1.000% en lo relativo a las "necesidades básicas". En 1972, el último año del gobierno Allende, la inflación fue del 163%. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., pág. 170; Gunder Frank, Economic Genocide in Chile, op. cit., pág. 62.

  19. Qué Pasa (Santiago), 16 de enero de 1975, citado en Gunder Frank, Economic Genocide in Chile, pág. 26.

  20. La Tercera (Santiago), 9 de abril de 1975, citado en Orlando Letelier, "The Chicago Boys in Chile", The Nation, 28 de agosto de 1976.

  21. El Mercurio (Santiago), 23 de marzo de 1976, citado en ibídem.

  22. Qué Pasa (Santiago), 3 de abril de 1975, citado en ibídem.

  23. Friedman y Friedman, Two Lucky People, op. cit., pág.399.

  24. Ibídem, págs. 593-594.

  25. Ibídem, págs. 592-594.

  26. Ibídem, pág. 594.

  27. Gunder Frank, Economic Genocide in Chile, op. cit., pág. 34.

  28. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., págs. 172-173.

  29. "En 1980 la inversión pública en sanidad había descendido un 17,6% comparándola con la de 1970 y la de educación en un 11,3%".

  30. Valdés, Pinochet's Economists, op. cit., págs. 23 y 26; Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., págs. 172-173; Robert Harvey, "Chile's Counter-Revolution", The Economist, 2 de febrero de 1980.

  31. Valdés, Pinocbet's Economists, op. cit., pág. 22.

  32. Albert O. Hirschman, "The Political Economy of Latin American Development: Seven Exercises in Retrospection", Latin American Research Review, vol. 12, n°3, 1987, pág.15.

  33. Public Citizen, "The Uses of Chile: How Politics Trumped Truth in the Neo-Liberal Revisión of Chile's Development", proposición de debate, septiembre de 2006, .

  34. "A Draconian Cure for Chile's Economic Ills?", Business Week, 12 de enero de 1976.

  35. Peter Dworkin, "Chile's Brave New World of Reaganomics", Fortune, 2 de noviembre de 1981; Valdés, Pinochet's Economists, op. cit., pág. 23; Letelier, "The Chicago Boys in Chile", op. cit.

  36. Hirschman, "The Political Economy of Latin American Development", op. cit., pág. 15.

  37. La declaración fue del ministro de Finanzas de la Junta, Jorge Cauas. Constable y Valenzuela, Nation of Enemies, op. cit., pág. 173.

  38. Ann Crittenden, "Loans from Abroad Flow to Chile's Rightist Junta", New York Times, 20 de febrero de 1976.

  39. "A Draconian Cure for Chile's Economic Ills?", Business Week, 12 de enero de 1976.

  40. Gunder Frank, Economic Genocide in Chile, op. cit., pág. 58.

  41. Ibídem, págs. 65-66.

  42. Harvey, "Chile's Counter-Revolution", op. cit., Letelier, "The Chicago Boys ir. Chile", op. cit.

  43. Gunder Frank, Economic Genocide in Chile, op. cit., pág. 42.

  44. Piñera, "How the Power of Ideas Can Transform a Country", op. cit.

  45. Roben M. Bleiberg, "Why Attack Chile?, Barron’s, 22 de junio de 1987.

  46. Jonathan Kandell, "Chile, Lab Test for a Theorist", New York Times, 21 de marzo de 1976.

  47. Kandell, "Augusto Pinochet, 91, Dictator Who Ruled by Terror in Chile, Dies"; "A Dictator's Double Standard", Washington Post, 12 de diciembre de 2006.

  48. Greg Grandin, Empire's Workshop: Latin America and the Roots of U.S. Imperialism, Nueva York, Metropolitan Books, 2006, pág. 171.

  49. Ibídem, pág. 171.

  50. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, págs. 197-198.

  51. José Piñera, "Wealth through Ownership: Creating Property Rights in Chilean Mining", Cato Journal, vol. 24, n ° 3, otoño de 2004, pág. 296.

  52. Entrevista con Alejandro Foxley realizada el 26 de marzo de 2001 para Commanding Heights: The Battle for the World Economy

  53. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., pág. 219.

  54. Central Intelligence Agency, "Field Listing-Distribution of family income-Gini Index", World Factbook 2007, .

  55. Letelier, "The Chicago Boys in Chile", op. cit.

  56. Milton Friedman, "Economic Miracles", Newsweek, 21 de enero de 1974.

  57. Glen Biglaiser, "The Internationalization of Chicago's Economics in Latin America", Economic Development and Cultural Change, vol. 50, 2002, pág. 280.

  58. Lawrence Weschler, A Miracle, a Universe: Settling Accounts with Torturers, Nueva York,-Pantheon Books, 1990, pág. 149.

  59. La cita procede de las notas tomadas por el embajador de Brasil en Argentina en aquellos tiempos, Joao Baptista Pinheiro. Reuters, "Argentine Military Warned Brazil, Chile of '76 Coup", CNN, 21 de marzo de 2007.

  60. Mario I. Blejer fue el secretario de Finanzas de Argentina durante la dictadura. Recibió un doctorado en la Universidad de Chicago el año antes del golpe. Adolfo Diz, doctor por la Universidad de Chicago, fue presidente del Banco Central durante la dictadura. Fernando De Santibáñes, doctor por la Universidad de Chicago, trabajó en el Banco Central durante la dictadura. Ricardo López Murphy, máster por la Uniersidad de Chicago, fue director nacional de la Oficina de Investigaciones Económicas y Análisis Fiscal en el Departamento del Tesoro del Ministerio de Finanzas (1974-1983 ). Muchos otros graduados de la Universidad de Chicago ocuparon posiciones económicas de menor importancia en la dictadura como consultores y asesores.

  61. Michael McCaughan, True Crimes: Rodolfo Walsh, Londres, Latin America Bureau, 2002, págs. 284-290; "The Province of Buenos Aires: Vibrant Growth and Opportunity", Business Week, 14 de julio de 1980, sección especial de publicidad.

  62. Henry Kissinger y César Augusto Guzzetti, memorando de conversación, 10 de junio de 1976, desclasificado, .

  63. "The Province of Buenos Aires". Nota a pie de página: ibídem.

  64. McCaughan, True Crimes, op. cit., pág. 299.

  65. Reuters, "Argentine Military Warned Brazil, Chile of '76 Coup".

  66. Report of the Chilean National Commission on Truth and Reconciliation, vol. 2, trad. de Phillip E. Berryman, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1993, pág.501.

  67. Marguerite Feitlowitz, A Lexicon of Terror: Argentina and the Legacies of Torture, Nueva York, Oxford University Press, 1998, pág. IX.
    Ibídem, págs. 149 y 175.

  68. Ibídem, pág. 165.

  69. Weschler, A Miracle, a Universe, op. cit., pág. 170.

  70. Amnistía Internacional, Report on an Amnesty International Mission to Argentina 6-15 November 1976, Londres, Amnesty International Publications, 1977, pág. 35; Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., pág. 158.

  71. Alex Sánchez, Council on Hemispheric Affairs, "Uruguay: Keeping the Military in Check", 20 de noviembre de 2006, .

  72. Gunder Frank, Economic Genocide in Chile, op. cit., pág. 43; Batalla de Chile, documental citado.

  73. Comité Selecto para el Estudio de las Operaciones Gubernamentales relativas a las Actividades de Inteligencia, Senado de Estados Unidos, Covert Action in Chile 1963-1973, Washington, D.C., U.S. Government Printing Office, 18 de diciembre de 1975, pág. 40.

  74. Archidiócesis de Sao Paulo, Brasil, Nunca Mais / Torture in Brazil: A Shocking Report on the Pervasive Use of Torture by Brazilian Military Governments, 1964-1979, Joan Dassin (comp.), trad. de Jaime Wright, Austin, University of Texas Press, 1986, págs. 13-14.

  75. Eduardo Galeano, "A Century of Wind", Memory of Fire, vol. 3, trad. de Cedric Belfrage, Londres, Quartet Books, 1989, pág. 208 (ed. original: Memoria del fuego (1982-1986), Madrid, Siglo XXI, 2006).

  76. Report of the Chilean National Commission on Truth and Reconciliation, vol. 1, pág. 153.

  77. Kornbluh, The Pinochet File, op. cit., pág. 162.

  78. Weschler, A Miracle, a Universe, op. cit., pág. 145. Nota a pie de página: Jane Mayer, "The Experiment", The New Yorker, 11 de julio de 2005.

  79. Esta estimación se basa en que Brasil tenía 8.400

  80. presos políticos en este período y miles de ellos fueron torturados. Uruguay tenía 60.000 presos políticos y, según la Cruz Roja, la tortura en las cárceles era sistemática. Se estima que unos 50.000 chilenos y al menos 30.000 argentinos fueron torturados, lo que convierte a la cifra general de 100.000 en muy conservadora. Larry Rohter, "Brazil Rights Group Hopes to Bar Doctors Linked to Torture", New York Times, 11 de marzo de 1999; Organización de Estados Americanos, Comisión Interamericana sobre Derechos Humanos, Report on the Situation of Human Rights in Uruguay, 31 de enero de 1978, ; Duncan Campbell y Jonathan Franklin, "Last Chance to Clean the Slate of the Pinochet Era", Guardian (Londres), 1 de septiembre de 2003; Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., pág. IX.

  81. McCaughan, True Crimes, op. cit., pág. 290.

  82. Ibídem, pág. 274.

  83. Ibídem, págs. 285-289.

  84. Ibídem, págs. 280-282.

  85. Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., págs. 25-26.

  86. "Covert Action in Chile 1963-1973", op. cit., pág. 45.

  87. Weschler, A Miracle, a Universe, op. cit., pág. 110; Departamento de Estado, "Subject: Secretary's Meeting with Argentine Foreign Minister Guzzetti", memorando de conversación, 7 de octubre de 1976, desclasificado, "Presente: viernes 26 de marzo de 1976", documento desclasificado disponible en el Archivo de Seguridad Nacional.


 

 

 

 

 


Capítulo 4
TABLA RASA
 


El terror cumple su función

Un veterano de varios golpes de Estado argentinos explicó cuál era la opinión dentro del ejército:

"En 1955 creíamos que el problema era [Juan] Perón, así que lo eliminamos; pero en 1976 ya sabíamos que el problema era la clase trabajadora".19

 

En toda la región sucedió lo mismo: el problema era amplio y profundo. Eso quería decir que si la revolución neoliberal quería triunfar, las juntas tenían que lograr lo que Allende consideraba imposible: segar definitivamente la semilla que se sembró durante el auge de las izquierdas latinoamericanas

El exterminio en Argentina no es espontáneo, no es casual, no es irracional: es la destrucción sistemática de una "parte sustancial" del grupo nacional argentino con la intención de transformar dicho grupo, de redefinir su forma de ser, sus relaciones sociales, su destino y su futuro.
DANIEL FEIRSTEIN, sociólogo argentino, 20041

 


Sólo tenía un objetivo: llegar vivo al día
siguiente... Pero no se trataba sólo de
sobrevivir, sino de sobrevivir siendo yo.

MARIO VlLLANl, superviviente tras cuatro años en los campos de tortura de Argentina 2
 

En 1976 Orlando Letelier estaba de vuelta en Washington, D.C., ya no como embajador sino como activista trabajando para un think tank progresista, el Institute for Policy Studies.

 

Destrozado al pensar en los colegas y amigos que seguían enfrentándose a torturas en los campos de la Junta, Letelier utilizó su recién recuperada libertad para denunciar los crímenes de Pinochet y defender el historial de Allende frente a la maquinaria propagandística de la CIA.

El activismo estaba consiguiendo resultados y Pinochet se enfrentaba a la condena de todo el mundo por su desprecio de los derechos humanos.

 

Lo que frustraba a Letelier, que era economista, era que a pesar de que el mundo contemplaba horrorizado los informes de ejecuciones sumarias y electroshocks en las cárceles, no decía nada sobre la terapia económica de shock; o en el caso de los bancos internacionales no sólo no decían nada sino que seguían concediendo una cascada de créditos a la Junta y estaban encantados con que hubiera adoptado los "fundamentos del libre mercado".

 

Letelier rechazó la noción a menudo repetida de que la Junta tenía dos proyectos distintos y claramente separados: uno, un atrevido experimento de transformación económica y el otro un malvado sistema de crueles torturas y terror.

 

El ex embajador insistió en que sólo había un proyecto, en el que el terror era la herramienta fundamental de la transformación hacia el libre mercado.

"La violación de los derechos humanos, el sistema de brutalidad institucionalizada, el control drástico y la supresión de toda forma de disenso significativo se discuten - y a menudo condenan - como un fenómeno sólo indirectamente vinculado, o en verdad completamente desvinculado, de las políticas clásicas de absoluto "libre mercado" que han sido puestas en práctica por la Junta Militar", escribió Letelier en un desgarrador ensayo para The Nation.

 

Señaló que "este concepto particularmente conveniente de un sistema social en el cual la "libertad económica" y el terror político coexisten sin interferirse, permite a estos voceros financieros sostener su idea de "libertad" mientras ejercitan sus músculos verbales en defensa de los derechos humanos".3

Letelier llegó al extremo de escribir que Milton Friedman como "arquitecto intelectual y consejero no oficial del equipo de economistas ahora a cargo de la economía chilena" era corresponsable de los crímenes de Pinochet.

 

No concedía valor a la defensa de Friedman de que el cabildeo a favor del tratamiento de choque se limitaba a ofrecer consejos "técnicos".

 

El "establecimiento de una "economía privada" libre y el control de la inflación "a la Friedman"" dijo Letelier, no se podían llevar a cabo de forma pacífica.

"El plan económico ha tenido que ser impuesto, y en el contexto chileno ello podía hacerse sólo mediante el asesinato de miles de personas, el establecimiento de campos de concentración a través de todo el país, el encarcelamiento de más de cien mil personas en tres años, el cierre de los sindicatos y organizaciones vecinales y la prohibición de todas las actividades políticas y de todas las formas de expresión. [...]

 

Represión para las mayorías y "libertad económica" para pequeños grupos privilegiados son en Chile dos caras de la misma moneda."

Había, escribió, "una armonía interna" entre el "libre mercado" y el terror ilimitado.4

El controvertido artículo de Letelier se publicó a fines de agosto de 1976. Menos de un mes después, el 21 de septiembre, el economista de cuarenta y cuatro años de edad conducía hacia su trabajo en el centro de Washington,

D.C. Al pasar por el corazón del barrio de las embajadas detonó una bomba a control remoto colocada bajo el asiento del conductor, haciendo que el coche saliera volando y volándole las dos piernas. Dejando abandonado su pie seccionado en el asfalto, Letelier fue llevado a toda velocidad al hospital George Washington.

 

Entró cadáver. El ex embajador iba en el coche con una colega americana de veinticinco años, Ronni Moffit, que también perdió la vida en el atentado.5

 

Fue el crimen más ultrajante y atrevido de Pinochet desde el propio golpe.

Una investigación del FBI reveló que la bomba había sido cosa de Michael Townley, miembro de la policía secreta de Pinochet, que después fue condenado en un tribunal estadounidense por ese crimen. Los asesinos habían sido admitidos en el país con pasaportes falsos con el conocimiento de la CIA.6

Cuando Pinochet murió en diciembre de 2006 a la edad de noventa y un años, se enfrentaba a múltiples intentos de llevarlo a juicio por los crímenes cometidos bajo su mandato: desde asesinato, secuestro y tortura a corrupción y evasión de impuestos. La familia de Orlando Letelier llevaba décadas tratando de llevar a Pinochet ante la justicia por el atentado de Washington y de reabrir el caso en Estados Unidos.

 

Pero la muerte le dio al dictador la última palabra. Le permitió escapar a todos los juicios y que se publicase una carta postuma en la que defendía el golpe y el uso del "máximo rigor" para impedir una,

"dictadura del proletariado [...] ¡Cómo quisiera que no hubiese sido necesaria la acción del 11 de septiembre de 1973!", escribió Pinochet.

 

"¡Cómo hubiera querido que la ideología marxista-leninista no se hubiera interpuesto en nuestra vida patria!" 7

No todos los criminales de los años del terror en Latinoamérica han tenido tanta suerte.

 

En septiembre de 2006, veintitrés años después del final de la dictadura militar argentina, uno de los principales responsables del terror fue finalmente sentenciado a cadena perpetua. El condenado fue Miguel Osvaldo Etchecolatz, que había sido comisario de policía de la provincia de Buenos Aires durante los años de la Junta.

Durante el histórico juicio, Jorge Julio López, un testigo clave, se desvaneció.

 

Despareció. López ya había sido uno de los desaparecidos durante la década de 1970, cuando fue brutalmente torturado y luego liberado. Ahora todo volvía a empezar. En Argentina, López se hizo famoso como la primera persona que "desapareció dos veces".8

 

A mediados de 2007 seguía desaparecido y la policía está prácticamente segura de que fue secuestrado como un aviso a los otros posibles testigos: las mismas viejas tácticas de los años del terror.

El juez del caso, Carlos Rozanski, de cincuenta y cinco años y miembro de la Corte Federal argentina, falló que Etchecolatz era culpable de seis cargos de homicidio, seis cargos de encarcelamiento ilegal y siete casos de tortura. Cuando pronunció su veredicto, dio un paso extraordinario.

 

Dijo que la condena que pronunciaba no estaba a la altura de la auténtica naturaleza del crimen y que, en interés de la "construcción de la memoria colectiva" tenía que añadir que todos esos crímenes,

"lo fueron contra la humanidad, en el contexto del genocidio que tuvo lugar en la República de Argentina entre 1976 y 1983".9

Con esa frase, el juez interpretó su papel en la reescritura de la historia de Argentina:

los asesinatos de gente de izquierda en la década de 1970 no formaron parte de una "guerra sucia en la que se enfrentaron dos partes y durante la cual se cometieron varios crímenes en ambos bandos, como ha repetido la historia oficial durante décadas.

No fueron tampoco los desaparecidos meramente víctimas de dictadores locos ebrios de sadismo y de poder. Lo que sucedió fue algo más científico, más aterradoramente racional.

 

Tal y como expresó el juez, existió un "plan de exterminio llevado a cabo por aquellos que gobernaban el país".10

Explicó que los asesinatos formaban parte de un sistema, planificado de antemano, que se aplicó de igual forma en todo el país y diseñado con la intención de atacar no a personas individuales sino a destruir las partes de la sociedad que esas personas representaban. El genocidio es un intento de asesinar a un grupo, no a una serie de personas individuales; así pues, argumentó el juez, fue genocidio.11

Rozanski reconoció que la forma en que usaba la palabra "genocidio" era controvertida, y escribió una extensa sentencia para fundamentar su elección.

 

Reconoció que la Convención de Naciones Unidas sobre el Genocidio define el crimen como un "intento de destruir, en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, religioso o racial"; la Convención no incluyó en la definición la eliminación de un grupo unido por sus ideas políticas - que es lo que había sucedido en Argentina - pero Rozanski dijo que no le parecía que esa exclusión fuera legalmente válida.12

 

Señalando un capítulo poco conocido de la historia de Naciones Unidas, explicó que el 11 de diciembre de 1946, en respuesta directa al Holocausto nazi, la Asamblea General de la ONU aprobó una resolución de forma unánime prohibiendo los actos de genocidio,

"en los que grupos raciales, religiosos, políticos o de otro tipo han sido destruidos en su totalidad o en parte".13

La palabra "políticos" fue eliminada en la Convención dos años después porque Stalin así lo exigió.

 

Sabía que si destruir un "grupo político" era considerado genocidio, sus sangrientas purgas y sus encarcelamientos masivos de opositores políticos entrarían dentro de la definición. Stalin contó con el apoyo de otros líderes que también querían reservarse el derecho de exterminar a sus oponentes políticos, así que la palabra se eliminó.14

Rozanski escribió que consideraba la definición original de la ONU como la más legítima, pues no había sido producto de ese compromiso interesado.

 

También citó una sentencia de un tribunal español que había juzgado a uno de los torturadores argentinos más conocidos en 1998. Ese tribunal había afirmado que la Junta argentina había cometido un "crimen de genocidio".

 

Definió el grupo que la Junta había tratado de eliminar como,

"aquellos ciudadanos que no encajaban en el modelo que los represores habían decidido el adecuado para el nuevo orden que estaban estableciendo en el país".15

El año siguiente, en 1999, el juez español Baltasar Garzón, célebre por haber emitido una orden internacional de arresto contra Augusto Pinochet, argumentó también que Argentina sufrió un genocidio.

 

Intentó definir qué grupo en concreto se había tratado de exterminar.

 

El objetivo de la Junta, escribió, era,

"establecer un nuevo orden - como en Alemania pretendía Hitler - en el que no cabían aquellas personas que no encajaban en el cliché establecido".

Quien no encajaba en el nuevo orden eran,

"las personas ubicadas en aquellos sectores que estorbaban a la configuración ideal de la nueva nación argentina".16

Los códigos penales de muchos países, entre ellos Portugal, Perú y Costa Rica, prohíben los actos de genocidio y lo definen de forma que claramente incluye los ataques contra agrupaciones políticas o "sectores sociales".

 

La ley francesa va incluso más allá y define el genocidio como un plan diseñado para destruir en todo o en parte "a un grupo definido por cualquier criterio arbitrario".

Por supuesto, no se puede comparar la escala de lo sucedido bajo los nazis o en Ruanda en 1994 con los crímenes de los dictadores corporativistas de América Latina en la década de 1970. Si el genocidio comporta un holocausto, estos crímenes no pertenecen a esa categoría.

Si el genocidio, sin embargo, se entiende, tal y como lo definen estos tribunales, como un intento deliberado de exterminar a los grupos que suponen un obstáculo para un determinado proyecto político, entonces se trata de un proceso que puede verse no sólo en Argentina sino, con mayor o menor intensidad, a lo largo y ancho de toda la región que se había convertido en el laboratorio de la Escuela de Chicago.

 

En estos países las personas que "estorbaban a la configuración ideal" eran gente de izquierda de todo tipo: economistas, trabajadores de caridades, sindicalistas, músicos, organizadores campesinos, políticos... Miembros de todos estos grupos fueron objeto de una clara y deliberada estrategia, que abarcaba toda la región y estaba coordinada internacionalmente a través de la Operación Cóndor, con objeto de erradicar y exterminar a la izquierda.

Desde la caída del comunismo el libre mercado y la libertad de los pueblos se han presentado como una única ideología que pretende ser la mejor y única defensa de la humanidad para no repetir una historia plagada de fosas comunes, masacres y cámaras de tortura.

 

En el Cono Sur, sin embargo, el primer lugar en el que la religión contemporánea del libre mercado desbocado escapó de los sótanos y seminarios de la Universidad de Chicago y se aplicó en el mundo real, no trajo consigo la democracia; país tras país, se predicó precisamente al derrocar la democracia. No trajo la paz, sino que requirió el asesinato sistemático de decenas de miles y la tortura de entre 100.000 y 150.000 personas.

Existía, escribió Letelier, una "armonía interna" entre el impulso de extirpar algunos sectores de la sociedad y la ideología fundamental del proyecto.

 

Los de Chicago y sus profesores, que ofrecieron asesoramiento a los regímenes militares del Cono Sur y ocuparon puestos en sus gobiernos, creían en una forma de capitalismo esencialmente purista. El suyo es un sistema basado enteramente en la fe en el "equilibrio" y el "orden", un sistema que, para funcionar, exigía que no existieran "distorsiones".

 

Debido a estas características, un régimen decidido a aplicar fielmente este ideal no puede aceptar la presencia de puntos de vista alternativos o que aporten matices.

 

Para alcanzar el ideal buscado es imprescindible un monopolio sobre la ideología pues, de otro modo, según la tesis principal de la teoría, las señales económicas se distorsionan y el sistema entero se desequilibra.

Los de Chicago difícilmente podrían haber escogido una parte del mundo menos hospitalaria para su experimento absolutista que el Cono Sur de Latinoamérica en la década de 1970. El extraordinario ascenso del desarrollismo implicaba que el área era una cacofonía precisamente de esas políticas que la Escuela de Chicago consideraba distorsiones o "ideas aeconómicas".

 

Más importante todavía, la región hervía de movimientos populares e intelectuales que habían surgido en oposición directa al capitalismo de laissez-faire. Este punto de vista no era marginal, sino el típico de la mayoría de los ciudadanos, y así se reflejaba en las sucesivas elecciones de los distintos países.

 

Una transformación según los parámetros de la Escuela de Chicago tenía tantas posibilidades de ser bien recibida en el Cono Sur como una revolución proletaria en Beverly Hills.

Antes de que la campaña de terror alcanzase Argentina, Rodolfo Walsh había escrito:

"Nada puede detenernos, ni la cárcel ni la muerte. Porque no se puede encarcelar ni matar a todo un pueblo y puesto que la gran mayoría de los argentinos [...] saben que sólo el pueblo salvará al pueblo".17

Salvador Allende, mientras veía cómo los tanques avanzaban para poner cerco al palacio presidencial, pronunció un último discurso radiofónico, imbuido de la misma actitud desafiante:

"Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente", afirmó en sus últimas palabras dirigidas al público.

 

"Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos".18

Los comandantes de la Junta en la región y sus cómplices económicos eran perfectamente conscientes de esas verdades.

 

Un veterano de varios golpes de Estado argentinos explicó cuál era la opinión dentro del ejército:

"En 1955 creíamos que el problema era [Juan] Perón, así que lo eliminamos; pero en 1976 ya sabíamos que el problema era la clase trabajadora".19

En toda la región sucedió lo mismo: el problema era amplio y profundo.

 

Eso quería decir que si la revolución neoliberal quería triunfar, las juntas tenían que lograr lo que Allende consideraba imposible: segar definitivamente la semilla que se sembró durante el auge de las izquierdas latinoamericanas.

 

En su declaración de principios, publicada después del golpe, la dictadura de Pinochet afirmó que su misión era "una acción profunda y prolongada [para] cambiar la mentalidad de los chilenos", un eco de la idea que Albion Patterson, de USAID, padrino del Proyecto Chile, había hecho veinte años antes:

"Lo que tenemos que hacer es cambiar la formación de los hombres".20

Pero ¿cómo se consigue eso?

 

La semilla a la que Allende se refería no consistía en una sola idea ni en un grupo de partidos políticos y sindicatos.

 

En los años sesenta y principios de los setenta, la izquierda era la cultura popular dominante en América Latina. Era la poesía de Pablo Neruda, la música de Víctor Jara y Mercedes Sosa, la teología de la liberación de Sacerdotes para el Tercer Mundo, el teatro emancipador de Augusto Boal, la pedagogía radical de Paulo Freiré, el periodismo revolucionario de Eduardo Galeano y el mismo Walsh.

 

Eran los héroes y mártires legendarios del pasado y la historia reciente desde José Gervasio Artigas, pasando por Simón Bolívar hasta el Che Guevara.

 

Cuando las juntas trataron de desafiar la profecía de Allende y arrancar de raíz el socialismo, estaban declarando la guerra a toda esta cultura.

El imperativo se reflejó en las metáforas habituales de los regímenes militares en Brasil, Chile, Uruguay y Argentina: los eufemismos fascistas que hablaban de limpiar, barrer, erradicar y curar. En Brasil las detenciones de gente de izquierda se bautizaron con el código Operacao Limpeza.

 

El día del golpe, Pinochet se refirió a Allende y su gobierno como "escoria que iba a arruinar el país".21

 

Un mes después se comprometió a,

"extirpar el mal de raíz de Chile", a conseguir una "depuración moral" de la patria, "purificada de los vicios y malos hábitos", un objetivo muy parecido al de Alfred Rosenberg, escritor del Tercer Reich, cuando exigía "una limpieza despiadada con una escoba de hierro".22

 


PURIFICADORES DE CULTURAS

En Chile, Argentina y Uruguay las juntas llevaron a cabo operaciones masivas de limpieza, quemando libros de Freud, Marx y Neruda, cerrando cientos de periódicos y revistas, ocupando universidades, prohibiendo huelgas y reuniones políticas...

Algunos de los ataques más brutales los reservaron para los economistas "rosas" a los que los de Chicago no consiguieron derrotar antes de los golpes. En la Universidad de Chile, la rival de la base local de los de Chicago, la Universidad Católica, cientos de profesores fueron despedidos por "no observar los deberes morales" (entre ellos André Gunder Frank, el disidente de Chicago que escribió airadas cartas a sus ex profesores).23

 

Durante el golpe, Gunder Frank informó que,

"se disparó a seis estudiantes a la vista de todos en la entrada principal de la Facultad de Económicas para dar una lección a todos los demás".24

Cuando la Junta se hizo con el poder en Argentina, grupos de soldados entraron en la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca y arrestaron a diecisiete miembros del claustro acusados de "enseñanzas subversivas"; también en este caso la mayoría fueron del Departamento de Economía.25

"Es necesario destruir las fuentes que alimentan, forman y adoctrinan a los delincuentes subversivos", anunció uno de los generales en una rueda de prensa.26

Un total de ocho mil educadores de izquierdistas, "de ideología sospechosa", fueron purgados como parte de la Operación Claridad.27 En los institutos se prohibieron las presentaciones en grupo, que eran muestra de un espíritu colectivo latente peligroso para la "libertad individual".28

En Santiago, el legendario cantante de izquierdas Víctor Jara estaba entre los que fueron llevados al Estadio de Chile. La forma en que le trataron encarna la decidida furia con la que se emprendió el silenciamiento de una cultura. Primero los soldados le rompieron ambas manos para que no pudiera tocar la guitarra y luego le dispararon cuarenta y cuatro veces, según los hechos desvelados por la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación.29

 

Para asegurarse de que no se convirtiera en una inspiración más allá de su muerte, el régimen ordenó que se destruyeran las grabaciones originales de sus discos.

  • Mercedes Sosa, también música, se vio obligada a exiliarse de Argentina

  • el dramaturgo revolucionario Augusto Boal fue torturado en Brasil y forzado a exiliarse

  • Eduardo Galeano fue expulsado de Uruguay

  • Walsh fue asesinado en las calles de Buenos Aires

Era el exterminio deliberado de toda una cultura.

En paralelo otra cultura aséptica y purificada ocupaba su lugar. Al inicio de las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay las únicas reuniones públicas aceptadas fueron las demostraciones de poderío militar y los partidos de fútbol. En Chile, si eras una mujer, llevar pantalones era motivo suficiente para un arresto; si eras un hombre, lo era el pelo largo.

"En toda la República se está produciendo una profunda purificación", afirmaba un editorial de un periódico argentino controlado por la Junta.

Exigía la limpieza total e inmediata de los graffiti de izquierdas:

"Pronto las superficies relucirán, liberadas de esa pesadilla por la acción del jabón y el agua".30

En Chile, Pinochet estaba decidido a quitar a su pueblo la costumbre de echarse a la calle.

 

Hasta las reuniones más pequeñas eran dispersadas con cañones de agua, el arma favorita de Pinochet para el control de las masas. La Junta tenía cientos de ellos, lo bastante pequeños para ir por las aceras y lanzar su chorro contra los grupos de escolares que repartían panfletos; la represión alcanzaba incluso a los funerales, si eran demasiado movidos.

 

Bautizados como "guanacos", por una llama famosa por su costumbre de escupir, los omnipresentes cañones de agua limpiaban la gente tomo si tratara de basura humana, dejando las calles relucientes, limpias y vacías.

Poco después del golpe, la Junta chilena publicó un edicto apremiando a los ciudadanos para que "contribuyeran a limpiar la patria" informando sobre los "extremistas" extranjeros y los "chilenos fanatizados".31
 

 


QUIÉN FUE ASESINADO Y POR QUÉ

La mayoría de la gente contra la que se arremetió en las redadas no fueron "terroristas", como proclamaba la retórica oficial, sino más bien las personas a las que las juntas habían identificado como los mayores obstáculos a su programa económico.

 

Algunos de verdad eran opositores, pero a muchos se los veía como simplemente representantes de valores contrarios a la revolución del libre mercado.

La naturaleza sistemática de esta campaña de limpieza queda patente al cotejar las fechas y horas de las desapariciones documentadas en los informes de la Comisión de Derechos Humanos y de la Comisión de la Verdad. En Brasil, la Junta no empezó la represión en masa hasta finales de la década de 1960, pero hizo una excepción: tan pronto como se lanzó el golpe, los soldados rodearon a los líderes de los sindicatos activos en las fábricas y en los grandes ranchos.

 

Según Brasil: Nunca Mais, fueron enviados a la cárcel, donde muchos fueron torturados,

"por la sola razón de tener una filosofía política opuesta a la de las autoridades".

Este informe de la Comisión de la Verdad, basado en las actas judiciales de los propios militares, destaca que la Confederación General del Trabajo (CGT), la principal asociación de sindicatos, aparece en los procedimientos judiciales de la Junta "como un demonio omnipresente que debe ser exorcizado".

 

El informe concluye claramente que el motivo por el que "las autoridades que tomaron el poder en 1964 tuvieron especial cuidado en "limpiar" este sector" es porque,

"temían la generalización de la [...] resistencia desde los sindicatos a sus programas económicos, que estaban basados en la austeridad en los salarios y en la privatización de la economía".32

Tanto en Chile como en Argentina los gobiernos militares utilizaron el caos inicial del golpe para lanzar con éxito su ataque contra el movimiento sindical.

 

Claramente se trató de operaciones planeadas con mucha antelación, pues las redadas sistemáticas empezaron el mismo día del golpe. En Chile, mientras todas las miradas se dirigían al asediado palacio presidencial, otros batallones fueron enviados a,

"fábricas en lo que se conocía como 'cinturones industriales', donde las tropas llevaron a cabo redadas y arrestaron a gente."

 

"Durante los días siguientes", según el informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, hubo redadas en varias fábricas más, "lo que llevó a arrestos masivos de personas, muchas de las cuales fueron luego asesinadas o desaparecieron".33

En 1976, el 80% de los prisioneros políticos de Chile eran obreros y campesinos.34

El informe de la Comisión de la Verdad de Argentina, Nunca Más, documenta una intervención quirúrgica similar contra los sindicatos:

"Hemos visto que una gran parte de las operaciones [contra los trabajadores] se llevaron a cabo el mismo día del golpe o inmediatamente a continuación".35

Entre la lista de ataques a las fábricas, un testimonio es particularmente revelador de cómo el "terrorismo" se usó como pantalla de humo para perseguir a activistas pro obreros no violentos.

 

Graciela Geuna, prisionera política en el campo de tortura conocido como La Perla, describió cómo los soldados que la vigilaban empezaron a ponerse nerviosos con una huelga que iba a tener lugar en una central eléctrica.

 

La huelga iba a ser "un ejemplo importante de resistencia a la dictadura militar" y la Junta no quería que tuviera lugar.

 

Así que, recordó Geuna, los,

"soldados de la unidad decidieron convertirla en ilegal o, como ellos dijeron, 'montonerizarla'" (los montoneros eran un grupo guerrillero que el gobierno ya había derrotado).

Los huelguistas no tenían nada que ver con los montoneros, pero eso no importaba.

Los "mismos soldados que había en La Perla imprimieron panfletos que firmaron como 'montoneros', panfletos en los que incitaban a los trabajadores a la huelga".

Los panfletos se convirtieron entonces en la "prueba" necesaria para secuestrar y asesinar a los líderes sindicalistas.36
 

En ocasiones los ataques a los líderes sindicales estaban coordinados con los propietarios de los lugares de trabajo. Demandas interpuestas en los últimos años han aportado algunos de los ejemplos mejor documentados de intervención directa de filiales locales de multinacionales extranjeras.

En los años previos al golpe en Argentina, el ascenso de la militancia de izquierdas había afectado a las empresas extranjeras tanto económica como personalmente: entre 1972 y 1976 fueron asesinados cinco ejecutivos de la compañía automovilística Fiat.37

 

La suerte de tales empresas cambió radicalmente cuando la Junta tomó el poder y aplicó las políticas de la Escuela de Chicago; ahora podían inundar el mercado local de importaciones, pagar salarios más bajos, despedir a trabajadores libremente y enviar los beneficios a casa sin trabas legales.

Varias multinacionales expresaron efusivamente su agradecimiento.

 

En el primer Año Nuevo del gobierno militar en Argentina, Ford Motor Company publicó en los periódicos un anunció de felicitación en el que abiertamente se alienaba con el régimen:

"1976: Argentina encuentra de nuevo el camino. 1977: año nuevo de fe y esperanza para todos los argentinos de buena voluntad. Ford Motor de Argentina y su gente se comprometen en la lucha para conseguir el gran destino de la patria".38

Las empresas extranjeras hicieron más que dar las gracias a las juntas por un trabajo bien hecho: algunas participaron activamente en las campañas de terror.

 

En Brasil, varias multinacionales se unieron y financiaron escuadrones de tortura privados. A mediados de 1969, justo cuando la Junta entraba en su fase más brutal, se lanzó una fuerza policial extralegal llamada Operación Bandeirantes, conocida por sus siglas, OBAN.

 

Formada por oficiales del ejército, OBAN fue fundada, según Brasil: Nunca Mais,

"gracias a contribuciones de varias corporaciones multinacionales, entre ellas Ford y General Motors".

Al estar fuera de las estructuras militares y policiales oficiales, OBAN disfrutaba de "flexibilidad e impunidad respecto a los métodos de interrogatorio", afirma el informe, y pronto su sadismo sin igual se hizo tristemente célebre.39

Fue en Argentina, no obstante, donde la implicación de la filial local de Ford con el aparato del terror se hizo más obvia. La empresa suministraba vehículos a los militares, de modo que el Ford Falcon fue el automóvil utilizado en miles de secuestros y desapariciones.

 

El psicólogo y dramaturgo argentino Eduardo Pavlovsky describió el coche como,

"lo terrorífico como expresión simbólica. El coche de la muerte".40

Mientras Ford suministraba coches a la Junta, la Junta le correspondió con un favor: eliminar las cadenas de producción de problemáticos sindicalistas.

 

Antes del golpe, Ford se había visto obligada a realizar importantes concesiones a sus trabajadores: una hora libre para comer en lugar de veinte minutos y un 1% de lo obtenido por la venta de cada coche para dedicarlo a programas de servicios sociales.

 

Todo eso cambió abruptamente cuando empezó la contrarrevolución, el día del golpe.

 

La fábrica de Ford en las afueras de Buenos Aires se convirtió en una fortaleza armada; en las semanas siguientes se llenó de vehículos militares, tanques incluidos, y sobre ella se oían constantemente los rotores de los helicópteros.

 

Los obreros han testificado que hubo un batallón de cien soldados destinado permanentemente a la fábrica.41

"En Ford parecía como si estuviéramos en guerra. Y todo estaba dirigido contra nosotros, los trabajadores", recordó Pedro Troiani, uno de los delegados sindicales.42

Los soldados rondaban por las instalaciones, agarrando y encapuchando a los sindicalistas más activos, a los que el capataz de la fábrica tenía la amabilidad de señalar.

 

Pedro Troiani se contó entre los que fueron sacados de la cadena de montaje.

 

Recuerda que,

"antes de detenerme me pasearon por la fábrica, lo hicieron al descubierto para que la gente pudiera verlo: Ford lo utilizó para acabar con los sindicatos en la fábrica".43

Más sorprendente fue lo que pasó a continuación: en lugar de llevarlos rápidamente a alguna cárcel cercana, Troiani y los demás dicen que los soldados les llevaron a unas instalaciones de detención que habían sido construidas dentro del perímetro de la fábrica.

 

En su lugar de trabajo, en el mismo lugar en el que tan sólo unos días atrás habían estado negociando contratos, esos trabajadores fueron golpeados, pateados y, en dos casos, sometidos a electroshocks.44

 

Fueron conducidos luego a prisiones fuera de la fábrica donde las torturas continuaron durante semanas y, en algunos casos, durante meses.45

 

Según los abogados de los trabajadores, al menos veinticinco representantes sindicales en Ford fueron secuestrados en este período, la mitad de ellos detenidos en la misma empresa en unas instalaciones que los grupos de defensa de los derechos humanos en Argentina están presionando para que se incluya en una lista oficial de antiguos centros clandestinos de detención.46

En 2002, fiscales federales presentaron una acusación penal contra Ford Argentina en nombre de Troiani y otros catorce trabajadores, alegando que la empresa era legalmente responsable por la represión que tuvo lugar en su propiedad.

"Ford [Argentina] y sus ejecutivos colaboraron en el secuestro de sus propios trabajadores y creo que deben ser considerados responsables de él", dice Troiani.47

Mercedes-Benz (una filial de DaimlerChrysler) se enfrenta a una investigación similar a causa de alegaciones de que la empresa colaboró con el ejército en la década de 1970 para purgar una de sus fábricas de sindicalistas, supuestamente dando nombres y direcciones de dieciséis trabajadores que luego desparecieron, catorce de ellos para siempre.48

Según la historiadora Karen Robert, experta en Latinoamérica, hacia el final de la dictadura,

"prácticamente habían desaparecido todos los delegados de a pie de las fábricas de las principales empresas del país [...] como Mercedes-Benz, Chrysler y Fiat Concord".49

Tanto Ford como Mercedes-Benz niegan que sus ejecutivos tomaran parte en la represión. Los juicios siguen abiertos.

No fueron sólo los sindicalistas los que sufrieron un ataque preventivo: lo sufrió cualquiera que representase una visión de la sociedad construida sobre cualquier valor que no fuera el puro beneficio.

Particularmente brutales a lo largo y ancho de la región fueron los ataques a los granjeros que se habían implicado en la lucha por la reforma agraria. Los líderes de las Ligas Agrarias Argentinas - que habían difundido ideas incendiarias sobre el derecho de los campesinos a poseer tierras - fueron perseguidos y torturados, a menudo en los mismos campos que trabajaban, a la vista de toda la comunidad.

 

Los soldados utilizaban las baterías de los camiones para dar electricidad a sus picanas, volviendo aquel ubicuo utensilio campesino contra los propios granjeros.


Mientras tanto, las políticas económicas de la Junta fueron un auténtico regalo para los terratenientes y ganaderos. En Argentina, Martínez de Hoz eliminó los controles sobre el precio de la carne, con lo que éste subió más de un 700%, provocando un récord de beneficios.50

En los barrios pobres, el objetivo de los ataques preventivos fueron los trabajadores comunitarios, muchos de ellos asociados a la Iglesia, que organizaban a los sectores más desfavorecidos de la sociedad para que exigieran sanidad, vivienda y educación públicas o, en otras palabras, para que pidieran el "Estado del bienestar", que era precisamente lo que los de Chicago estaban desmantelando.

"¡Los pobres no van a tener más santurrones que cuiden de ellos!", le dijeron a Norberto Liwsky, un doctor argentino, mientras "aplicaban descargas eléctricas en mis encías, pezones, genitales, abdomen y orejas".51

Un sacerdote argentino que colaboró con la Junta explicó cuál era la filosofía que les guiaba:

"El enemigo era el marxismo. El marxismo en la Iglesia, digamos, y en la patria. El peligro de una nación nueva".52

Ese "peligro de una nación nueva" ayuda a explicar por qué tantas de las víctimas de las juntas fueron jóvenes.

 

En Argentina, el 81% de los treinta mil desaparecidos tenían entre dieciséis y treinta años.53

"Estamos trabajando ahora para los siguientes veinte años", le dijo un conocido torturador argentino a una de sus víctimas.54

Entre los más jóvenes estaban un grupo de estudiantes de instituto que, en septiembre de 1976, se agruparon para pedir una bajada del billete de autobús.

 

Para la Junta, aquella acción colectiva demostraba que los adolescentes estaban contagiados del virus del marxismo, y respondió con furia genocida, torturando y matando a seis de los estudiantes que se habían atrevido a plantear aquella subversiva demanda.55

 

Miguel Osvaldo Etchecolatz, el comisario de policía finalmente sentenciado en 2006, fue uno de los personajes clave de aquella operación.

La pauta de las desapariciones estaba clara: mientras los terapeutas del shock eliminaban todos los resquicios de colectivismo de la economía, las tropas de shock debían eliminar a los representantes de ese ethos de las calles, las universidades y las fábricas.

En algunos momentos distendidos, algunos de los que estuvieron en la línea del frente de la transformación económica han reconocido que para lograr sus objetivos era necesario el uso generalizado de la represión.

 

Víctor Emmanuel, el ejecutivo de relaciones públicas de Burson-Marsteller encargado de vender al resto del mundo el nuevo régimen favorable a las empresas instaurado por las juntas, explicó a un investigador que la violencia era necesaria para abrir la economía "proteccionista y estatalista" de Argentina.

"Nadie, pero nadie, invierte en un país que está en guerra civil", dijo, pero admitió que no sólo se mataba a las guerrillas.

 

"Probablemente se mató también a mucha gente inocente", le dijo a la escritora Marguerite Feitlowitz, pero, "dada la situación era necesario aplicar una fuerza inmensa".56

Sergio de Castro, el ministro de Economía de Pinochet de la Escuela de Chicago que supervisó la aplicación del tratamiento de choque, dijo que nunca podría haberlo hecho sin el apoyo del puño de hierro de Pinochet.

"Teníamos a la opinión pública muy en contra, así que necesitábamos una personalidad fuerte para mantener la política. Tuvimos suerte de que el presidente Pinochet lo entendiera y tuviera el valor de resistir a las críticas."

De Castro también ha dicho que un "gobierno autoritario" es el más capacitado para salvaguardar la libertad económica gracias a su uso "impersonal" del poder.57

Como sucede casi siempre con el terrorismo de Estado, los objetivos seleccionados servían a un doble propósito.

En primer lugar, eliminarlos quitaba de en medio obstáculos reales al proyecto, pues desaparecían aquellos que era más probable que contraatacasen.

En segundo lugar, el hecho de que todo el mundo viera que los "problemáticos" desaparecían servía de aviso a aquellos que podrían considerar resistir, eliminando también, por tanto, obstáculos futuros.

Y funcionó.

"Estábamos confundidos y angustiados, aguardábamos dóciles a seguir las órdenes [...] la gente sufrió una regresión; se volvió más dependiente y temerosa", recordó el psiquiatra chileno Marco Antonio de la Parra.58

Estaban, en otras palabras, en estado de shock.

 

Así que cuando los shocks económicos hicieron que los precios se dispararan y los salarios se hundiesen, las calles de Chile, Argentina y Uruguay siguieron despejadas y en calma. No hubo disturbios por la falta de comida ni huelgas generales.

 

Las familias sobrellevaron la penuria saltándose en silencio algunas comidas, alimentando a sus bebés con mate, un té tradicional que quita el apetito, y despertándose antes del amanecer para caminar durante horas hasta su puesto de trabajo y así ahorrarse el billete de autobús. Los que morían de malnutrición o de fiebre tifoidea eran enterrados discretamente.

Sólo una década antes, los países del Cono Sur - con sus sectores industriales en alza, sus clases medias creciendo rápidamente y sus sólidos sistemas de sanidad y educación - habían sido la esperanza del mundo en vías de desarrollo.

 

Ahora los ricos y los pobres se movían en mundos económicos totalmente distintos, con los ricos accediendo a la ciudadanía honorífica en el estado de Florida y el resto empujados hacia el subdesarrollo en un proceso que se agudizaría durante las "reestructuraciones" neoliberales de la era posterior a las dictaduras.

 

Si no ya ejemplos a seguir, estos países se convirtieron en ejemplos aterradores de lo que les sucede a las naciones pobres que creen que pueden prosperar por sus propios medios hasta salir del Tercer Mundo.

 

Fue una conversión paralela a la que sufrieron los prisioneros en los centros de tortura de la Junta: no bastaba con hablar, se les exigía además que abjuraran de sus creencias más queridas, que traicionaran a sus amantes e hijos. A los que se rendían se les llamaba "quebrados".

 

Eso fue lo que le sucedió al Cono Sur.

 

La región no sólo fue derrotada: fue quebrada.

 

 


LA TORTURA COMO "CURA"

Mientras se trataba de extirpar el colectivismo de la cultura mediante medidas políticas, dentro de las prisiones la tortura intentaba extirparlo de la mente y el espíritu.

 

Como un editorial de la Junta argentina subrayó en 1976,

"también las mentes deben limpiarse, pues es allí donde nació el error".59

Muchos torturadores adoptaban el papel de un doctor o un cirujano. Igual que los economistas de Chicago con sus shocks dolorosos pero necesarios, estos interrogadores imaginaban que sus electroshocks y demás tormentos eran terapéuticos, que administraban una especie de medicina a sus presos, a los que muchas veces se referían dentro de los campos como "apestosos", es decir, como los sucios o enfermos.

 

Les iban a curar de la enfermedad del socialismo, del impulso hacia la acción colectiva.

 

Sus "tratamientos" eran atroces, cierto, puede que incluso letales, pero eran por el bien de los pacientes.

"Si tienes gangrena en un brazo, tienes que cortártelo, ¿verdad?", dijo Pinochet, impaciente ante las críticas a su historial de ataques a los derechos humanos.60

Con ello, la electroterapia regresaba a su anterior encarnación como técnica de exorcismo.

 

El primer uso registrado de la electrocución médica fue por un médico suizo que ejerció en el siglo XVIII. Ese médico creía que las enfermedades mentales las causaba el diablo, así que hacía que el paciente sujetara un cable al que daba potencia con una máquina de electricidad estática. Administraba una descarga de electricidad por cada demonio que habitaba en el cuerpo del paciente y luego lo declaraba curado.

En testimonios que aparecen en los informes de las comisiones de la verdad por toda la región, los prisioneros describen un sistema diseñado para obligarles a traicionar el principio más fundamental de su sentido del yo.

 

Para la mayor parte de los latinoamericanos de izquierdas, ese principio fundamental era lo que el historiador radical argentino Osvaldo Bayer llamó,

"la única ideología trascendental: la solidaridad".61

Los torturadores entendían perfectamente la importancia de la solidaridad y se aplicaron a destruir ese impulso de interconexión social entre sus prisioneros.

 

Se da por supuesto que todo interrogatorio consiste en obtener información valiosa y, por lo tanto, forzar una traición, pero muchos prisioneros informan que sus torturadores estaban bastante poco interesados en la información, que ya solían tener de antemano, y mucho más interesados en conseguir el acto de traición en sí.

 

Lo importante del ejercicio era lograr que los prisioneros sufrieran una lesión irreparable en aquella parte de ellos que creía que ayudar a los demás era el valor supremo, la parte que les hacía activistas, y reemplazarla por una sensación de vergüenza y humillación.

A veces el preso no podía controlar estas traiciones.

 

El prisionero argentino Mario Villani, por ejemplo, llevaba su agenda encima cuando fue secuestrado.

 

En ella estaban las señas de una reunión que había acordado con un amigo. Los soldados se presentaron en su lugar y otro activista desapareció en la maquinaría del terror.

 

En la mesa de interrogación, los interrogadores de Villani le torturaron con el dato de que,

"habían capturado a Jorge porque se había presentado a la cita conmigo. Sabían que para mí eso era un tormento peor que 220 voltios. El remordimiento era casi insoportable".62

Los actos de rebelión más extremos en este contexto consistían en pequeños gestos de bondad entre prisioneros, como tratar de curar las heridas de los demás o compartir la escasa comida.

 

Cuando se descubría alguno de esos gestos, el castigo era durísimo. Se machacaba a los prisioneros para que fueran lo más individualistas posible y se les ofrecían constantemente tratos fáusticos, como escoger entre más torturas insoportables para ellos mismos o más torturas para otro de sus compañeros de celda.

 

En algunos casos los prisioneros fueron quebrados hasta tal punto que aceptaron aplicar la picana a sus compañeros presidiarios o abjurar por televisión de sus creencias anteriores.

 

Estos prisioneros representaban el triunfo final de sus torturadores: no sólo los prisioneros habían abandonado cualquier idea de solidaridad sino que, para sobrevivir, habían sucumbido al ethos despiadado que era el núcleo del capitalismo de laissez-faire,

"estar pendiente del número 1", en palabras de un directivo de ITT.63

La manifestación contemporánea de este proceso de destrucción de la personalidad se halla en la forma en que se utiliza el islam como arma contra los prisioneros musulmanes en las prisiones dirigidas por Estados Unidos.

 

De entre el alud de pruebas que se han filtrado de Abu Ghraib y de la bahía de Guantánamo, dos formas concretas de maltrato a los prisioneros aparecen una y otra vez: el desnudo y la interferencia deliberada con las prácticas islámicas, sea obligando a los prisioneros a afeitarse la barba, dando patadas a un Corán, envolviendo a los prisioneros en banderas israelíes, forzándoles a adoptar posturas homosexuales o incluso tocando a los hombres con sangre de menstruación simulada.

 

Moazzam Begg, que estuvo recluido en Guantánamo, dice que le obligaron a afeitarse con frecuencia y que un guardián le decía:

"Esto es lo que de verdad os molesta a los musulmanes, ¿verdad?".

Se profana el islam no porque los guardianes lo odien (aunque bien puede ser así) sino porque los prisioneros lo aman.

 

Puesto que el objetivo de la tortura es destruir la personalidad, todo lo que comprende la personalidad de un prisionero debe ser sistemáticamente robado: desde su ropa hasta sus creencias más queridas. En la década de 1970 eso llevaba a atacar la solidaridad social; hoy conduce a agredir al islam.

Los dos grupos de "doctores" del shock que trabajaban en el Cono Sur - los generales y los economistas - recurrieron a metáforas prácticamente idénticas en su trabajo.

 

Friedman comparó su trabajo en Chile al de un médico que ofrecía "consejos médicos técnicos al gobierno chileno para ayudar a curar una epidemia médica", la "epidemia de la inflación".64

 

Arnold Harberger, director del programa sobre Latinoamérica en la Universidad de Chicago, fue incluso más allá.

 

En una conferencia que pronunció en Argentina frente a un público formado por jóvenes economistas, mucho después de que la dictadura hubiera terminado, dijo que los buenos economistas son en sí mismos el tratamiento, pues funcionan,

"como anticuerpos que combaten las ideas y políticas antieconómicas".65

El ministro de Exteriores de la Junta argentina, César Augusto Guzzetti, dijo que,

"cuando el cuerpo social del país ha sido contaminado por una enfermedad que corroe sus entrañas, forma anticuerpos. Estos anticuerpos no pueden considerarse del mismo modo que los microbios.

 

Conforme el gobierno controle y destruya a la guerrilla, la acción de los anticuerpos desaparecerá, como ya está sucediendo. Se trata tan sólo de una reacción natural de un cuerpo enfermo".66

Este lenguaje tiene, por supuesto, el mismo andamiaje intelectual que permitía a los nazis afirmar que al asesinar a los miembros "enfermos" de la sociedad estaban curando "el cuerpo de la nación".

 

Como dijo el doctor nazi Fritz Klein:

"Quiero preservar la vida. Y por respeto a la vida humana, amputaré un apéndice gangrenado de un cuerpo enfermo. El judío es el apéndice gangrenado del cuerpo de la humanidad".

Los jemeres rojos utilizaron el mismo lenguaje para justificar su masacre en Camboya:

"Hay que amputar lo que está infectado".67

 


NlÑOS "NORMALES"

Los paralelismos más escalofriantes se encuentran en la forma en que la Junta argentina trató a los niños dentro de su red de centros de tortura.

 

La Convención de las Naciones Unidas sobre el Genocidio declara que entre las prácticas genocidas más habituales está,

"imponer medidas tendentes a evitar nacimientos dentro del grupo" y "transferir a la fuerza a niños de un grupo a otro grupo".68

Se estima que nacieron unos quinientos niños en los centros de tortura argentinos.

 

Esos bebés fueron alistados inmediatamente en el plan para rediseñar la sociedad y crear una nueva raza de ciudadanos modelo. Tras un breve período de guardería, cientos de bebés fueron vendidos o entregados a parejas, la mayor parte de ellas con vínculos directos con la dictadura.

 

Según el grupo de defensa de los derechos humanos Abuelas de la Plaza de Mayo, que con gran esfuerzo ha localizado a docenas de aquellos bebés, los niños fueron criados según los valores del capitalismo y el cristianismo que la Junta consideraba "normales" y saludables.69

 

Los padres de los bebés, considerados demasiado enfermos como para poder ser salvados, fueron casi siempre asesinados en los campos. El robo de bebés no fue producto de excesos de personas individuales, sino parte de una operación estatal organizada.

 

En un caso llevado a los tribunales se presentó como prueba un documento oficial del Departamento del Interior titulado "Instrucciones sobre procedimientos a seguir con los niños menores de edad de líderes políticos o sindicales cuando sus padres son detenidos o desaparecen".70

Este capítulo de la historia de Argentina guarda un sorprendente paralelismo con el robo masivo de niños indígenas en Estados Unidos, Canadá y Australia, donde se les enviaba a internados, se les prohibía hablar sus lenguas nativas y se les coaccionaba para que fueran más "blancos". En la Argentina de la década de 1970 operaba una lógica supremacista similar, pero no basada en la raza sino en las creencias políticas, la cultura y la clase social.

Uno de los vínculos más gráficos entre los asesinatos políticos y la revolución del libre mercado no se descubrió hasta cuatro años después del final de la dictadura argentina.

 

En 1987 un equipo de rodaje estaba filmando en el sótano de Galerías Pacífico, uno de los centros comerciales más lujosos del centro de Buenos Aires, cuando descubrieron horrorizados un centro de tortura abandonado. Resultó ser que durante la dictadura, el Primer Cuerpo del Ejército escondió a algunos de sus desaparecidos en las tripas del centro comercial.

 

En las paredes de las mazmorras todavía se podían ver las marcas desesperadas que habían hecho los prisioneros muertos hacía tiempo: nombres, fechas, súplicas de ayuda.71

Hoy, Galerías Pacífico es la joya de la corona de la zona comercial de Buenos Aires, la prueba de su consolidación como una capital consumista globalizada.

 

Techos abovedados y suntuosos frescos sirven de marco a una larga serie de tiendas de marca, desde Christian Dior a Ralph Lauren pasando por Nike, con precios inalcanzables para la gran mayoría de los habitantes del país pero que parecen una ganga a los extranjeros que acuden a la ciudad atraídos por las ventajas de su devaluada divisa.

Para los argentinos que conocen su historia, el centro comercial constituye un escalofriante recordatorio de que igual que una forma más antigua de conquista capitalista se edificó sobre las tumbas de los pueblos indígenas, el proyecto de la Escuela de Chicago en América Latina se construyó literalmente sobre los centros de tortura secretos en los que desaparecieron miles de personas que creían en un país diferente.

 

 


NOTAS

  1. Daniel Feierstein y Guillermo Levy, Hasta que la muerte nos separe: Prácticas sociales genocidas en América Latina, Buenos Aires, Ediciones al margen, 2004, pág. 76.

  2. Marguerite Feitlowitz, A Lexicon of Terror: Argentina and the Legacies Of Torture, Nueva York, Oxford University Press, 1998, pág. XII.

  3. Orlando Letelier, "The Chicago Boys in Chile", The Nation, 28 de agosto de 1976.

  4. Ibídem.

  5. John Dinges y Saúl Landau, Assassination on Embassy Row, Nueva York, Pantheon Books, 1980, págs. 207-210.

  6. Pamela Constable y Arturo Valenzuela, A Nation of Enemies: Chile Under Pinochet, Nueva York, W. W. Norton & Company, 1991, págs. 103-107; Peter Kornbluh, The Pinochet File: A Declassified Dossier on Atrocity and Accountability, Nueva York, New Press, 2003, pág. 167.

  7. Eduardo Gallardo, "In Posthumous Letter, Lonely Ex-Dictator Justifies 1973 Chile Coup", Associated Press, 24 de diciembre de 2006.
    "Dos Veces Desaparecido", Página 12, 21 de septiembre de 2006.

  8. Carlos Rozanski fue el ponente de la sentencia, apoyada por los jueces Norberto Lorenzo y Horacio A. Insaurralde. Audiencia de la Corte Federal n° 1, caso NE 2251/06, septiembre de 2006,

  9. Audiencia de la Corte Federal n° 1, caso NE 2251/06, septiembre de 2006.

  10. Ibídem.

  11. Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, "Convención sobre la prevención y castigo del crimen de genocidio", aprobada el 9 de diciembre de 1948,

  12. Leo Kuper, "Genocide: Its Political Use in the Twentieth Centurv", en Alexander Laban Hielen (comp.), Genocide: An Anthropoligical Reader, Malden, Massachusets, Blackwell, 2002, pág. 56.

  13. Beta Van Schaack. "The Crime of Political Genocide: Repairing the Genocide Convention's Blind Spot", Yale Law Journal, n°7, mayo de 1997.

  14. "Auto de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional confirmando la jurisdicción de España para conocer de los crímenes de genocidio y terrorismo cometidos durante la dictadura argentina", Madrid, 4 de noviembre de 1998, >. Nota a pie de página: Van Schaack, "The Crime of Political Genocide", op. cit.

  15. Baltasar Garzón, "Auto de procesamiento a militares argentinos", Madrid, 2 de noviembre de 1999,

  16. Michael McCaughan, True Crimes: Rodolfo Walsh, Londres, Latín American Bureau, 2002, pág. 182.

  17. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., pág. 16.

  18. Guillermo Levy, "Considerations on the Connections between Race, Politics. Economics, and Genocide", Journal of Genocide Research, vol. 8, n° 2, junio de 2006. pág.142.

  19. Juan Gabriel Valdés, Pinochet's Economists: The Chicago School in Chile, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, págs. 7-8 y 113.

  20. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., pág. 16.

  21. Ibídem, 39; Alfred Rosenberg, Myth ofthe Ttventieth Century: An Evaluación of the Spirítual-lntellectual Confrontations of Our Age (1930), reimp. Newport Beach, California, Noontide Press, 1993, pág. 333.

  22. André Gunder Frank, Economic Genocide in Chile: Monetarist Theory Versus Humanity, Nottingham, Reino Unido, Spokesman Books, 1976, pág. 41.

  23. Ibídem.

  24. Amnistía Internacional, Report on an Amnesty International Mission to Argentina 6-15 November 1976, Londres, Amnesty International Publications, 1977, pág.65.

  25. Ibídem.

  26. Marguerite Feitlowitz, A Lexicon of Terror: Argentina and the Legacies of Torture, Nueva York, Oxford University Press, 1998, pág. 159.

  27. Diana Taylor, Disappearing Acts: Spectacles of Gender and Nationalism in Argentina's "Dirty War", Durham, NC, Duke University Press, 1997, pág. 105.

  28. Report of the Chilean National Commission on Truth and Reconciliation, vol. 1, trad. de Phillip E. Berryman, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1993, pág.140.

  29. Editorial de La Prensa (Buenos Aires), citado en Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., pág. 153.

  30. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., pág. 153.

  31. Archidiócesis de Sao Paulo, Brasil: Nunca Mais / Torture in Brazil: A Shocking Report on the Pervasive Use of Torture by Brazilian Military Governments, 1964-1979, Joan Dassin (comp.), trad. de Jaime Wright, Austin, University of Texas Press, 1986, págs. 106-110.

  32. Report of the Chilean National Commission on Truth and Reconciliation, vol. 1, pág. 149.

  33. Letelier, "The Chicago Boys in Chile", op. cit.

  34. Nunca Más: The Report of the Argentine National Commission ofthe Disappeared, Nueva York, Parrar Straus Giroux, 1986, pág. 369.

  35. Ibídem, pág. 371.

  36. Amnistía Internacional, Report on an Amnesty International Mission to Argentina 6-15 November 1976, op. cit., pág. 9.

  37. Taylor, Disappearing Acts, op. cit., pág. 111.

  38. Archidiócesis de Sao Paulo, Torture in Brazil, op. cit., pág. 64.

  39. Karen Robert, "The Falcon Remembered", NACLA Report on the Americas, vol. 39, n° 3, noviembre-diciembre de 2005, pág. 12.

  40. Victoria Basualdo, "Complicidad patronal-militar en la última dictadura argentina", Engranajes: Boletín de FETIA, n° 5, edición especial, marzo de 2006.

  41. Transcripción de entrevistas realizadas por Rodrigo Gutiérrez con Pedro Troiani y Carlos Alberto Propato, ambos ex trabajadores de Ford y sindicalistas, para un próximo documental sobre el Ford Falcon, Falcon.

  42. "Demandan a la Ford por el secuestro de gremialistas durante la dictadura", Página 12, 24 de febrero de 2006.

  43. Robert, "The Falcon Remembered", op. cit., págs. 13-15; transcripción de las entrevistas de Gutiérrez con Troiani y Propato.

  44. "Demandan a la Ford por el secuestro de gremialistas durante la dictadura", op. cit.

  45. Ibídem.

  46. Larry Rohter, "Ford Motor Is Linked to Argentina's "Dirty War"", New York Times, 27 de noviembre de 2002.

  47. Ibídem; Sergio Correa, "Los desaparecidos de Mercedes-Benz", BBC Mundo, 5 de noviembre de 2002.

  48. Robert, "The Falcon Remembered", op. cit., pág. 14.

  49. McCaughan, True Crimes, op. cit., pág. 290.

  50. Nunca Más: The Repon of the Argentine National Commission ofthe Disappeared, op. cit., pág. 22.

  51. Citando al padre Santano. Patricia Marchak, God's Assassins: State Terrorism in Argentina in the 1970s, Montreal, McGill-Queen's University Press, 1999, pág. 241.

  52. Marchak, God's Assassins, op. cit., pág. 155.

  53. Levy, "Considerations on the Connections between Race, Politics, Economics, and Genocide", op. cit., pág.142.

  54. Marchak, God's Assassins, op. cit., pág. 161.

  55. Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., pág. 42.

  56. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., págs. 171, 188.

  57. Ibídem, pág. 147.

  58. Editorial de La Prensa (Buenos Aires), citado en Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., pág. 153.

  59. Constable y Valenzuela, A Nation of Enemies, op. cit., pág. 78. Nota a pie de página: L. M. Shirlaw, "A Cure for Devils", Medical World, vol. 94, enero de 1961, pág. 56, citado en Leonard Roy Frank (comp.), History of Shock Treattnent, San Francisco, Frank, septiembre de 1978, pág.2.

  60. McCaughan, True Crimes, op. cit., pág. 295.

  61. Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., pág. 77.

  62. Nota a pie de página: David Rose, "Guantanamo Briton "in Handcuff Torture"", Observer (Londres), 2 de enero de 2005.

  63. Milton Friedman y Rose D. Friedman, Two Lucky People: Memoirs, Chicago, University of Chicago Press, 1998, pág. 596.

  64. Arnold C. Harberger, "Letter to a Younger Generation", Journal of Applied Economics, vol. 1, n° 1, 1998, pág. 4.

  65. Amnistía Internacional, Report on an Amnesty International Mission to Argentina 6-15 November 1976, op. cit., págs. 34-35.

  66. Robert Jay Lifton, The Nazi Doctors: Medical Killing and the Psychology of Genocide, 1986, reimp. Nueva York, Basic Books, 2000, pág. 16; Franc.ois Ponchaud, Cambodia Year Zero, trad. de Nancy Amphoux (1977), reimp. Nueva York, Rinehart and Winston, 1978, pág. 50.

  67. Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de Naciones Unidas, "Convención sobre la prevención y castigo del crimen de genocidio", aprobada el 9 de diciembre de 1948, .

  68. HIJOS (una organización de derechos humanos de los hijos de los desaparecidos) estima más de quinientos niños. HIJOS, "Lineamientos", ; la cifra de doscientos casos está sacada de Human Rights Watch, Annual Report 2001,.

  69. Silvana Boschi, "Desaparición de menores durante la dictadura militar: presentan un documento clave", Clarín (Buenos Aires), 14 de septiembre de 1997.

  70. Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., pág. 89.



 

Capítulo 5
"NINGUNA RELACIÓN"
 

Cómo una ideología fue absuelta de sus crímenes Milton [Friedman] es la encarnación del aforismo que reza que "las ideas tienen consecuencias".
DONALD RUMSFELD,

secretario de Defensa de Estados Unidos, mayo de 2002 1

Se metía a la gente en la cárcel para que los precios pudieran ser libres.
EDUARDO GALEANO

1990 2
 

Durante un breve período pareció que el movimiento neoliberal no podría desentenderse de los crímenes que había cometido en el Cono Sur y que éstos le desacreditarían por completo antes que pudiera expandir su primer laboratorio.

 

Después del trascendental viaje de Milton Friedman a Chile en 1975, el columnista del New York Times Anthony Lewis formuló una pregunta tan sencilla como incendiaria:

"Si la teoría económica pura de Chicago sólo se puede poner en práctica en Chile mediante el recurso a la represión, ¿tienen sus autores algún tipo de responsabilidad por ello?" 3

Después del asesinato de Orlando Letelier, los activistas de base respondieron a su llamamiento para exigir responsabilidades por el coste humano de sus políticas al "arquitecto intelectual" de la revolución económica chilena.

 

Durante aquellos años Milton Friedman no podía dar una conferencia sin que alguien le interrumpiera citando a Letelier y se vio obligado a entrar por la puerta de la cocina en varios eventos celebrados en su honor.

Los estudiantes de la Universidad de Chicago se preocuparon tanto al saber de la colaboración de sus profesores con la Junta que exigieron una investigación académica. Algunos profesores les apoyaron, entre ellos el economista austríaco Gerhard Tintner, que había huido del fascismo en Europa y llegado a Estados Unidos en la década de 1930.

Tintner comparó Chile bajo Pinochet con Alemania bajo los nazis y dibujó un paralelismo entre el apoyo de Friedman a Pinochet y el de los tecnócratas que colaboraron con el Tercer Reich. (Friedman, a su vez, acusó a su críticos de "nazismo").4

Tanto Friedman como Arnold Harberger se atribuyeron con placer el mérito de los milagros económicos conseguidos por sus Chicago Boys latinoamericanos.

 

Como un padre orgulloso, Friedman alardeó en Newsweek en 1982 de que,

"los Chicago Boys [...] combinaban una extraordinaria habilidad intelectual y ejecutiva con el valor para sostener sus convicciones y la dedicación necesaria para ponerlas en práctica".

Harberger dijo:

"Me siento más orgulloso de mis estudiantes que de cualquier cosa que haya escrito; de hecho, el grupo latino es mucho más mío que mis contribuciones a la literatura".5

Ninguno de los dos, sin embargo, alcanzaba a ver relación alguna entre los "milagros" que sus estudiantes habían realizado y el coste humano que habían tenido.

"A pesar de que estoy profundamente en desacuerdo con el sistema político autoritario de Chile", escribió Friedman en su columna de Newsweek, "no creo que sea algo malo que un economista ofrezca asesoría técnica al gobierno chileno".6

En sus memorias, Friedman afirmó que Pinochet trató, durante los primeros dos años, de llevar la economía él solo y que no fue hasta,

"1975, cuando la inflación seguía disparada y una recesión mundial provocó una depresión en Chile, cuando el general Pinochet acudió a los Chicago Boys".7

Se trata de un caso descarado de revisionismo: los Chicago Boys trabajaron con los militares incluso desde antes de que tuviera lugar el golpe y la transformación económica empezó el mismo día en que la Junta llegó al poder.

 

En otros momentos Friedman llegó a afirmar que todo el reinado de Pinochet - diecisiete años de dictadura con decenas de miles de víctimas de tortura - no fue un violento intento de destruir la democracia, sino todo lo contrario.

"Lo verdaderamente importante del tema chileno es que al final el libre mercado cumplió su labor en la creación de una sociedad libre", dijo Friedman.8

Tres semanas después de que Letelier fuera asesinado, sucedió algo que acabó con el debate sobre la relación entre los crímenes de Pinochet y el movimiento de la Escuela de Chicago.

 

Milton Friedman fue galardonado en 1976 con el premio Nobel de Economía por su "original e influyente" trabajo sobre la relación entre la inflación y el desempleo.9

 

Friedman utilizó su discurso de aceptación para defender que la economía era una disciplina científica tan rigurosa y objetiva como la física, la química o la medicina, y que se basaba en el examen imparcial de los hechos disponibles. Ignoró convenientemente el hecho de que las hipótesis fundamentales por las que estaba recibiendo el Premio Nobel se estaban demostrando falsas de manera muy gráfica en las colas para comprar pan, los brotes de tifus y los cierres de fábricas de Chile, el régimen que había sido lo bastante despiadado como para poner sus ideas en práctica.10

Un año más tarde sucedió algo más que definió los parámetros del debate sobre el Cono Sur: Amnistía Internacional ganó el premio Nobel de la Paz, en buena parte por su valerosa cruzada para poner al descubierto los abusos a los derechos humanos cometidos en Chile y Argentina.

El premio Nobel de Economía es independiente del premio Nobel de la Paz, lo otorga un comité distinto en una ciudad diferente.

Desde la distancia, sin embargo, parecía como si con ambos nóbeles el jurado más prestigioso del mundo hubiera pronunciado su veredicto:

había que condenar el shock de las cámaras de tortura, pero el tratamiento de shock económico debía aplaudirse; y las dos formas de shock no tenían, como había escrito Letelier con punzante ironía, "ninguna relación".11


 

LA ANTEOJERA DE LOS "DERECHOS HUMANOS"

Este cortafuegos intelectual no se levantó sólo porque los economistas de la Escuela de Chicago no reconocieran ninguna conexión entre sus políticas y el uso del terror.

 

Contribuyó a afianzarlo la forma particular en que estos actos de terror se calificaron como actos "contra los derechos humanos" en lugar de como herramientas con fines claramente políticos y económicos.

 

En parte fue así porque el Cono Sur en los años setenta no fue sólo un laboratorio para un nuevo modelo económico, sino también para un nuevo modelo de activismo: el movimiento de base internacional por los derechos humanos. Ese movimiento fue indudablemente decisivo para obligar a la Junta a poner fin a sus peores abusos.

 

Pero al centrarse puramente en los crímenes y no en las razones que los motivaron, el movimiento de defensa de los derechos humanos también ayudó a la Escuela de Chicago a escapar de su primer sangriento laboratorio prácticamente sin un rasguño.

El dilema se remonta al nacimiento del moderno movimiento de defensa de los derechos humanos, con la adopción en 1948 por Naciones Unidas de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Tan pronto se escribió, ese documento se convirtió en un ariete partidista utilizado por ambos bandos de la Guerra Fría para acusar al otro de ser el próximo Hitler.

 

En 1967, investigaciones periodísticas desvelaron que la Comisión Internacional de Juristas, el grupo más importante que investigaba las violaciones soviéticas de los derechos humanos, no era el arbitro imparcial que proclamaba ser, sino que recibía financiación secreta de la CIA.12

Fue en este contexto tan politizado en el que Amnistía Internacional desarrolló su doctrina de estricta imparcialidad: se financiaría exclusivamente a través de las donaciones de sus miembros y sería siempre rigurosamente,

"independiente de cualquier gobierno, facción política, ideología, interés económico o credo religioso".

Para demostrar que no usaba los derechos humanos con ningún fin político, cada grupo local de Amnistía Internacional fue instruido para que "adoptara" a la vez tres presos de conciencia,

"uno de países comunistas, otro de países occidentales y un tercero de países del Tercer Mundo".13

La posición de Amnistía Internacional, emblemática de la de todo el movimiento de defensa de los derechos humanos en aquellos tiempos, fue que puesto que las violaciones de estos derechos eran algo universalmente reconocido como pernicioso, malas en sí y por sí mismas, no era necesario determinar por qué se estaban produciendo, sino documentarlas tan meticulosa y fiablemente como fuera posible.

Este principio se refleja en la forma en que se investigó la campaña de terror en el Cono Sur.

 

Constantemente vigilados y acosados por la policía secreta, los grupos pro derechos humanos enviaron delegaciones a Argentina, Uruguay y Chile para entrevistar a cientos de víctimas de torturas y a sus familias; también consiguieron acceder en la medida de lo posible a las prisiones.

 

Puesto que los medios de comunicación independientes estaban prohibidos y las juntas negaban sus crímenes, estos testimonios formaron la documentación primaria de un relato que los gobiernos de la zona hubieran deseado que nunca se escribiera. Fue un trabajo muy importante, pero limitado: los informes son listas jurídicas de los métodos más horribles de represión cruzados con los artículos de los tratados de Naciones Unidas que esos métodos violan.

Esta estrechez de miras es muy problemática en el informe de Amnistía Internacional de 1976 sobre Argentina, un relato de las atrocidades de la Junta que supuso un enorme paso adelante e hizo a la organización merecedora del Premio Nobel.

 

A pesar de su meticulosidad, el informe no aporta ninguna idea sobre por qué se cometieron esos abusos. Sí formula la pregunta de "hasta qué punto son las violaciones explicables o necesarias" para garantizar "la seguridad", exactamente el motivo oficial con el que la Junta justificó la "guerra sucia".14

 

Después de examinar las pruebas, el informe concluyó que la amenaza que suponían las guerrillas de izquierdas no se correspondía en absoluto con el nivel de represión utilizado por el Estado.

Pero ¿existía algún otro objetivo que hiciera la violencia "explicable o necesaria"? Amnistía no dijo nada al respecto.

 

De hecho, en su informe de noventa y dos páginas no hizo ninguna mención al hecho de que la Junta había emprendido un proceso para rehacer el país sobre unos parámetros radicalmente capitalistas. No manifestaba ninguna opinión sobre la cada vez más extendida pobreza ni sobre la dramática reversión de los programas de redistribución de riqueza, aunque fueran las piedras de toque del gobierno de la Junta.

 

El informe enumera cuidadosamente todas las leyes y decretos de la Junta que redujeron los sueldos y aumentaron los precios, violando así el derecho a comida y techo, que está reconocido en la Declaración de Naciones Unidas.

 

Hubiera bastado un examen superficial del proyecto económico revolucionario de la Junta para evidenciar por qué fue necesaria aquella extraordinaria represión, así como para explicar por qué tantos de los presos de conciencia registrados por Amnistía eran pacíficos sindicalistas y trabajadores sociales.

Otra de las principales omisiones del informe de Amnistía es que presentó el conflicto como un enfrentamiento limitado entre militares y extremistas de izquierdas locales. No se menciona a otros implicados, ni al gobierno de Estados Unidos ni a la CIA ni a los terratenientes locales ni a las corporaciones multinacionales.

 

Sin un estudio del plan general para imponer el capitalismo "puro" en América Latina y de los poderosos intereses que impulsaban el proyecto, los actos de sadismo documentados en el informe no tienen sentido:

son sólo actos malvados aleatorios y exentos de contexto a la deriva en el éter político, actos que deben ser condenados por todas las personas de buena voluntad pero que resultan imposibles de comprender.

Todas las facetas del movimiento de defensa de los derechos humanos operaban bajo circunstancias extremadamente restringidas, aunque por motivos distintos.

 

En los países afectados, los primeros que hicieron sonar las alarmas sobre el terror fueron los amigos y parientes de las víctimas, pero existían severos límites a lo que se les permitía decir. No podían hablar sobre los planes políticos o económicos que había tras las desapariciones porque hacerlo significaba arriesgarse a que ellos también les desaparecieran.

 

Las activistas más famosas que emergieron en estas circunstancias fueron las Madres de la Plaza de Mayo, conocidas en Argentina como las Madres. En sus manifestaciones semanales frente a la sede del gobierno en Buenos Aires, las Madres no se atrevían a llevar pancartas, sino que mostraban las fotografías de sus hijos desaparecidos sobre una leyenda que rezaba "¿Dónde están?".

 

En lugar de cantar consignas, desfilaban en silencio, con la cabeza cubierta por pañuelos blancos con el nombre de sus hijos bordados. Muchas de las Madres tenían firmes convicciones políticas, pero se cuidaban mucho de presentarse como nada que no fuera madres angustiadas, desesperadas por conocer el paradero de sus inocentes hijos.

Al terminar la dictadura, las Madres se convirtieron en uno de los grupos más críticos con el nuevo orden económico en Argentina y hoy en día lo siguen siendo.

En Chile el principal grupo de defensa de los derechos humanos fue el Comité para la Paz, formado por políticos opositores, abogados y dirigentes de la Iglesia. Se trataba de veteranos activistas políticos que sabían que el intento de detener las torturas y liberar a los prisioneros políticos era sólo un frente en una guerra mucho mayor en la que estaba en juego quién controlaría la riqueza de Chile.

 

Para no convertirse en las siguientes víctimas del régimen abandonaron las consignas habituales de la vieja izquierda contra la burguesía y aprendieron a utilizar el nuevo lenguaje de los "derechos humanos universales".

 

Despojada de toda referencia a ricos y pobres, a débiles y fuertes, al Norte y al Sur, esta forma de explicar el mundo, tan popular en América del Norte y Europa, simplemente afirmaba que todo el mundo tiene derecho a un juicio justo y a no ser tratado de forma cruel, inhumana o degradante. No se preguntaba por qué, sólo afirmaba.

 

En la mezcla de lenguaje jurídico e historia de interés humano que caracteriza el léxico de los derechos humanos, aprendieron que sus compañeros encarcelados eran en realidad presos de conciencia cuyos derechos a la libertad de pensamiento y expresión, protegidos por los artículos 18 y 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, habían sido violados.

Para los que vivían bajo una dictadura, el nuevo lenguaje era esencialmente un código; igual que los músicos enmascaraban el izquierdismo de las letras de sus canciones mediante astutas metáforas, ellos lo escondían utilizando ese lenguaje legal. Era para ellos una forma de comprometerse políticamente sin mencionar la política.

Incluso a pesar de estas precauciones, los defensores de los derechos humanos no estaban a salvo del terror. Las cárceles chilenas estaban llenas de abogados de los grupos de defensa de los derechos humanos.

 

En Argentina la Junta envió a uno de sus más infames torturadores para que se infiltrara entre las Madres fingiendo ser un pariente de una de las víctimas. En diciembre de 1977 el grupo sufrió un ataque.

 

Doce madres desaparecieron para siempre, entre ellas la líder del grupo, Azucena de Vicenti, junto con dos monjas francesas.

Cuando la campaña del terror en Latinoamérica captó la atención del pujante movimiento internacional de defensa de los derechos humanos, aquellos activistas tenían también sus motivos particulares para no hablar de política, muy distintos de los del movimiento en general.

La negativa a establecer una conexión entre el aparato de terror de Estado y el proyecto ideológico al que servía es una característica común a casi toda la literatura de derechos humanos de este período.

 

Aunque se puede interpretar la reticencia de Amnistía como un esfuerzo por mantener la imparcialidad entre las tensiones de la Guerra Fría, hubo, para muchos otros grupos, otro factor en juego: el dinero. La principal fuente de financiación de su trabajo, con gran diferencia, era la Fundación Ford, entonces la mayor organización filantrópica del mundo.

 

En la década de 1960, la organización gastaba sólo una pequeña parte de su presupuesto en derechos humanos, pero en las décadas de 1970 y 1980 la fundación gastó la sorprendente cifra de 30 millones de dólares en la defensa de los derechos humanos en Latinoamérica.

 

Con esos fondos la fundación apoyó a grupos latinoamericanos como el Comité de la Paz chileno así como a otros grupos con sede en Estados Unidos, entre ellos Americas Watch.15

Antes de los golpes militares, la principal tarea de la Fundación Ford en el Cono Sur había sido financiar la formación de profesores, principalmente de económicas y ciencias agrarias, en estrecha colaboración con el Departamento de Estado de Estados Unidos.16

 

Frank Sutton, vicepresidente segundo de la división internacional de Ford, explicó la filosofía de la organización:

"No se puede conseguir un país modernizador sin una élite modernizadora".17

Aunque totalmente en sintonía con la lógica de la Guerra Fría de intentar fomentar una alternativa al marxismo revolucionario, la mayoría de las becas académicas de Ford no mostraban una tendencia a la derecha. Se enviaron estudiantes latinoamericanos a un amplio abanico de universidades de Estados Unidos, entre ellas grandes universidades públicas con reputación progresista.

Hubo, no obstante, varias excepciones significativas.

 

Como se ha visto antes, la Fundación Ford fue la principal fuente de financiación del Programa de Investigación y Formación económica para Latinoamérica de la Universidad de Chicago, que produjo cientos de Chicago Boys latinos.

 

Ford también financió un programa paralelo en la Universidad Católica de Santiago, diseñado para atraer estudiantes universitarios de economía de los países vecinos para que estudiaran con los Chicago Boys. Eso hizo que la Fundación Ford, conscientemente o no, se convirtiera en la principal fuente de financiación de la difusión de la ideología de la Escuela de Chicago por toda América Latina, superando incluso al gobierno de Estados Unidos.18

La llegada al poder de los Chicago Boys mediante las metralletas de Pinochet no hizo quedar nada bien a la Fundación Ford.

 

Los Chicago Boys habían sido becados como parte de la misión de la Fundación de,

"mejorar las instituciones económicas para así impulsar la consecución de objetivos democráticos".19

Ahora las instituciones económicas que Ford había ayudado a construir tanto en Chicago como en Santiago estaban jugando un papel central en el derrocamiento de la democracia chilena y sus ex estudiantes estaban procediendo a aplicar su educación obtenida en Estados Unidos en un contexto descarnadamente brutal.

 

Todavía peor para la fundación es que aquélla era la segunda vez en pocos años que sus protegidos escogían hacerse con el poder de forma violenta, como ya había sucedido con el meteórico ascenso de la mafia de Berkeley en Indonesia después del sangriento golpe de Suharto.

Ford había construido el Departamento de Economía de la Universidad de Indonesia desde la nada, pero cuando Suharto llegó al poder "casi todos los economistas que el programa producía eran reclutados por el gobierno", apunta un documento de la propia Ford.

 

Prácticamente no quedó nadie para enseñar a las nuevas hornadas de estudiantes.20

 

En 1974 se produjo en Indonesia una revuelta nacionalista contra la "subversión extranjera" de la economía y la Fundación Ford se convirtió en objetivo de la ira popular. Fue la fundación, recordaron muchos, la que había instruido a los economistas de Suharto que habían vendido la riqueza petrolera y minera de Indonesia a las multinacionales extranjeras.

Entre los Chicago Boys de Chile y la mafia de Berkeley en Indonesia, Ford se estaba labrando una reputación bastante desafortunada: licenciados de sus dos programas insignia dominaban ahora las más infames dictaduras de derechas del mundo.

 

Aunque Ford no podía haber sabido que las ideas en las que formaba a sus graduados se llevarían a la práctica con aquel salvajismo, se vio objeto de preguntas incómodas sobre por qué una fundación dedicada a la paz y a la democracia estaba metida hasta el cuello en dictaduras y violencia.

Fuera consecuencia del pánico, de su conciencia social o de una combinación de ambos factores, la Fundación Ford se enfrentó a su problema con las dictaduras de la misma forma en que lo hubiera hecho cualquier buena empresa: proactivamente.

 

A mediados de los años setenta, Ford se transformó de una productora de "asesoría técnica" para el llamado Tercer Mundo en la principal financiadora del activismo en defensa de los derechos humanos. Ese cambio radical fue particularmente dramático en Chile e Indonesia.

Después de que la izquierda hubiera sido arrasada en esos países por regímenes que Ford había ayudado a formar, fue la misma Ford la que financió a una nueva generación de abogados idealistas que se entregaron a fondo para liberar a los cientos de miles de prisioneros políticos que esos mismos regímenes habían encarcelado.

Dada su comprometedora historia, no es sorprendente que cuando Ford entró en el campo de los derechos humanos los definiera de la .forma más limitada posible.

 

La fundación favoreció decididamente a los grupos que presentaban sus trabajos como una lucha legal por el "imperio de la ley", la "transparencia" y el "buen gobierno".

 

Como dijo un alto cargo de la Fundación Ford, la actitud de la organización en Chile fue,

"¿cómo podemos hacer esto sin meternos en política?".21

No se trataba solamente de que Ford fuera una institución intrínsecamente conservadora, acostumbrada a trabajar codo con codo, no frente a frente, con la política exterior oficial de Estados Unidos.

 

Sucedía además que cualquier investigación seria de los objetivos a los que servía la represión en Chile conduciría inevitable y directamente hasta la Fundación Ford y revelaría el papel fundamental que había jugado la fundación en el adoctrinamiento de los dirigentes de aquel país en una secta económica fundamentalista.

En la década de 1950 la Fundación Ford actuó muchas veces como tapadera para la CIA, permitiendo a la agencia canalizar fondos a académicos y artistas antimarxistas que no sabían de dónde procedía el dinero, un proceso documentado con detalle en La CIA y la guerra fría cultural, de Francés Stonor Saunders.

 

Amnistía no recibió financiación de la Fundación Ford, así como tampoco la recibieron las defensoras más radicales de los derechos humanos en Latinoamérica, las Madres de la Plaza de Mayo.

También estaba la cuestión de la inevitable asociación de la fundación con la Ford Motor Company, una relación muy complicada, especialmente para los activistas sobre el terreno. Hoy la Fundación Ford es completamente independiente de la empresa de automoción y sus herederos, pero en las décadas de 1950 y 1960, cuando financiaba proyectos educativos en Asia y América Latina, no era así.

 

La fundación empezó en 1936 con una donación de acciones de tres ejecutivos de Ford Motor, entre ellos Henry y Edsel Ford.

 

Al aumentar su patrimonio, la fundación empezó a operar independientemente, pero su independencia de las acciones de Ford Motor no se completó hasta 1974, el año siguiente al golpe en Chile y varios años después del golpe en Indonesia, y en su consejo de administración siguió habiendo miembros de la familia Ford hasta 1976.22

En el Cono Sur las contradicciones eran surrealistas: el legado filantrópico de la empresa que estaba más íntimamente relacionada con el aparato del terror - una empresa acusada de tener un centro de tortura secreto en sus propiedades y de ayudar a hacer desaparecer a sus propios trabajadores - era la mejor, y a menudo la única, posibilidad de poner fin a los peores abusos.

 

A través de su financiación de las campañas a favor de los derechos humanos, la Fundación Ford salvó muchas vidas esos años.

 

Y merece al menos que se le conceda parte del mérito de persuadir al Congreso de Estados Unidos para que interrumpiera la ayuda militar a Argentina y Chile, lo que gradualmente obligó a las juntas del Cono Sur a abandonar algunas de sus tácticas de represión más agresivas. Pero Ford no acudió al rescate gratuitamente.

 

Su ayuda, conscientemente o no, tuvo un precio: la honestidad intelectual del movimiento de defensa de los derechos humanos.

 

La decisión de la fundación de implicarse en la defensa de los derechos humanos "sin meterse en política" creó un contexto en el que era prácticamente imposible formular la pregunta que subyacía a la violencia que estaban documentando: ¿por qué había sucedido todo aquello? ¿A quién beneficiaba?

Esa omisión ha desfigurado la forma en que se ha contado la historia de la revolución del libre mercado, eliminando casi por completo cualquier mención de las circunstancias extraordinariamente violentas en las que nació.

 

Igual que los economistas de Chicago no tenían nada que decir sobre la tortura (no estaba relacionada con las áreas en las que asesoraban), los grupos de derechos humanos tenían poco que decir sobre las transformaciones radicales que estaban teniendo lugar en la esfera económica (estaban más allá del limitado ámbito legal en el que habían decidido trabajar).

La idea de que la represión y la economía formaban parte de un único proyecto se refleja sólo en uno de los principales informes sobre derechos humanos de este período: Brasil: Nunca Mais.

 

Significativamente, ésta es la única Comisión de la Verdad que publicó un informe independiente tanto del Estado como de fundaciones extranjeras. Está basado en los registros de los tribunales militares, fotocopiados en secreto a lo largo de los años por abogados y activistas de la Iglesia tremendamente valientes mientras el país estaba todavía bajo la dictadura.

 

Tras detallar algunos de los crímenes más horrendos, los autores plantean la cuestión fundamental que otros se habían tomado tanto trabajo en eludir: ¿por qué?

 

Su respuesta es directa:

"Puesto que la política económica era extremadamente impopular entre la mayoría de los sectores de la población, tuvo que recurrirse a la fuerza para implementarla".23

El modelo económico radical que echó raíces durante la dictadura se demostraría más resistente que los generales que lo habían puesto en práctica.

 

Mucho después de que los soldados hubieran regresado a sus barracones y los latinoamericanos pudieran elegir de nuevo a sus gobiernos, la lógica de la Escuela de Chicago seguía firmemente atrincherada en los países de la zona.

Claudia Acuña, una periodista y educadora argentina, me contó lo difícil que fue en los años setenta y ochenta comprender que la violencia no era el objetivo de la Junta, sino sólo un medio.

"Las violaciones de los derechos humanos eran tan aberrantes, tan increíbles, que detenerlas se convirtió, por supuesto, en lo más importante. Pero aunque pudimos destruir los centros de tortura secretos, lo que no pudimos destruir fue el programa económico que los militares empezaron y que todavía continúa en la actualidad."

Al final, como predijo Rodolfo Walsh, muchas más vidas serían arrebatadas por la "miseria planificada" que por las balas.

 

En cierta manera, lo que sucedió en América Latina en los años setenta es que fue tratada como la escena de un asesinato cuando, en realidad, era la escena de un robo a mano armada extraordinariamente violento.

"Era como si esa sangre, la sangre de los desaparecidos, hubiera tapado el coste del programa económico", me dijo Acuña.

El debate sobre si los "derechos humanos" pueden de verdad separarse de la política y la economía no es exclusivo de América Latina; éstas son cuestiones que emergen a la superficie siempre que un Estado utiliza la tortura como instrumento político.

 

A pesar de la mística que rodea la tortura, y a pesar del comprensible impulso de tratarla como una conducta aberrante que está más allá de la política, no se trata de algo particularmente complicado o misterioso.

 

Es una herramienta de la coerción más despiadada y es fácil predecir que se utilizará siempre que un déspota local o un ocupante extranjero carece del consenso "social necesario para gobernar:

  • Marcos en Filipinas

  • el Sha en Irán

  • Sadam en Irak

  • los franceses en Argelia

  • los israelíes en los territorios ocupados

  • Estados Unidos en Irak y Afganistán

Se podrían añadir muchos más ejemplos a la lista.

 

Los abusos generalizados a los presos son la prueba del algodón de que los políticos tratan de imponer un sistema - sea político, religioso o económico - que un enorme número de sus gobernados rechaza.

 

Del mismo modo que los ecologistas definen los ecosistemas por la presencia de ciertas "especies indicadoras" de plantas y pájaros, la tortura es un indicador de que un régimen está sumido en un proyecto profundamente antidemocrático, aunque ese régimen haya llegado al poder mediante las urnas.

Como medio de extraer información durante un interrogatorio, la tortura es notoriamente poco fiable, pero como medio de aterrorizar y controlar a la población, nada resulta más efectivo.

 

Fue por este motivo por el que, en los años cincuenta y sesenta, muchos argelinos se impacientaron con los liberales franceses que expresaban su indignación ante las noticias de que sus soldados estaban electrocutando y ahogando a los que luchaban por la liberación y que, sin embargo, no hacían nada por acabar con la ocupación que era la razón de esos abusos.

En 1962 Giséle Halimi, una abogada francesa de varios argelinos que habían sido brutalmente violados y torturados en prisión, escribió exasperada:

"Las palabras eran los mismos clichés rancios: desde que la tortura se usa en Argelia se han usado esas mismas palabras, la misma expresión de indignación, las mismas firmas de protestas públicas, las mismas promesas.

 

Esta rutina automática no ha destruido ni un solo juego de electrodos ni una sola manguera; tampoco ha disminuido ni de forma remotamente efectiva el poder de aquellos que los usan".

Simone de Beauvoir, escribiendo sobre el mismo tema, se mostró de acuerdo:

"Protestar en nombre de la moral contra "excesos" o "abusos" es un error que sugiere complicidad activa. No hay "abusos" o "excesos" aquí, simplemente un sistema que lo abarca todo".24

Lo que quería decir es que la ocupación no podía realizarse de una forma humanitaria.

 

No hay ninguna forma humanitaria de gobernar a la gente contra su voluntad.

 

Hay solo dos opciones, escribió Beauvoir: aceptar la ocupación y todos los métodos necesarios para implementarla,

"a menos que se rechacen no meramente algunas prácticas específicas, sino el objetivo superior que las ampara y para el que resultan esenciales".

Hoy esa dura elección se produce en Irak y en Israel/Palestina, y esa dura elección era la única opción en el Cono Sur en los años setenta.

 

Igual que no existe ningún modo amable y bondadoso de ocupar un país contra la voluntad de su pueblo, no hay ninguna forma pacífica de arrebatarles a miles de ciudadanos lo que necesitan para vivir con dignidad, que es exactamente lo que los Chicago Boys estaban decididos a hacer.

 

El robo, fuera de tierras o de modo de vida, requiere el uso de la fuerza o al menos una amenaza creíble de violencia.

 

Es por eso por lo que los ladrones llevan armas y a menudo las usan. La tortura es asquerosa, pero muchas veces es un medio racional de conseguir un objetivo específico, quizá incluso el único medio de conseguirlo. Se plantea entonces una cuestión más profunda, una pregunta que muchos en aquellos tiempos en América Latina no podían formular.

 

¿Es el neoliberalismo una ideología inherentemente violenta, hay algo en sus objetivos que exija el ciclo de brutal purificación política seguida por las operaciones de limpieza de las organizaciones de derechos humanos?

Uno de los testimonios más conmovedores sobre esta cuestión procede de Sergio Tomasella, un cultivador de tabaco que fue secretario general de las Ligas Agrarias de Argentina y fue torturado y encarcelado durante cinco años, igual que su mujer y muchos de sus amigos y familiares.*

 

 

* Por este relato estoy en deuda con el excelente libro de Marguerite Feitlowitz, A Lexicon of Terror.
 

 

En mayo de 1990, Tomasella subió al autocar nocturno que iba de la provincia rural de Corrientes hasta Buenos Aires para aportar su voz al Tribunal contra la Impunidad, que escuchaba los testimonios sobre abusos a los derechos humanos durante la dictadura.

 

El testimonio de Tomasella fue distinto del de las demás víctimas.

 

Se presentó ante el público urbano con sus ropas de granjero y sus botas de trabajo y explicó que él era una víctima de una larga guerra, una guerra entre los campesinos pobres que querían trozos de tierra para formar cooperativas y los todopoderosos rancheros que poseían todas las tierras de su provincia.

"Es una línea continua: aquellos que arrebataron la tierra a los indios siguen oprimiéndonos con sus estructuras feudales." 25

Insistió en que los abusos que habían sufrido tanto él como los demás miembros de las Ligas Agrarias no podían aislarse de los grandes intereses económicos a los que benefició que se torturaran sus cuerpos y se disolvieran sus redes de activismo.

 

Así que en lugar de dar los nombres de los soldados que le torturaron, prefirió dar los de las empresas, nacionales y extranjeras, que se habían beneficiado de la prolongada dependencia económica de Argentina.

"Los monopolios extranjeros nos imponen cosechas, nos imponen productos químicos que contaminan la tierra, nos imponen su tecnología y su ideología. Todo eso a través de la oligarquía que es dueña de la tierra y controla a los políticos.

 

Pero debemos recordar que esa oligarquía está también controlada por esos mismos monopolios, por esos mismos Ford Motor, Monsanto o Philip Morris. Es la estructura lo que debemos cambiar. Eso es lo que he venido a denunciar. Eso es todo."

El público rompió a aplaudir. Tomasella concluyó su testimonio con las siguientes palabras:

"Creo que la verdad y la justicia triunfarán al final. Llevará generaciones. Si debo morir en esta lucha, que así sea. Pero un día triunfaremos. Mientras tanto, sé quién es el enemigo, y el enemigo también sabe quién soy yo".26

La primera aventura de los Chicago Boys en la década de 1970 debió haber servido de aviso a la humanidad: sus ideas eran peligrosas.

 

Al no hacer responsable a la ideología de los crímenes cometidos en su primer laboratorio, se dio inmunidad a esta subcultura de ideólogos impenitentes y se les liberó para que recorrieran el mundo en busca de su próxima conquista.

 

Hoy vivimos de nuevo en una era de masacres corporativas, con países que son víctima de una tremenda violencia militar combinada con intentos de rehacerlos como economías de "libre mercado" modélicas; vemos cómo las desapariciones y las torturas han vuelto con mayor intensidad que nunca.

 

Y también ahora parece que no se sepa ver ninguna relación entre el objetivo de conseguir crear nuevos mercados libres y la necesidad de utilizar la violencia para lograrlo.
 

 

 

NOTAS

  1. Donald Rumsfeld, Secretary Of Defense Donald H. Rumsfeld Speaking at Tribute to Milton Friedman, Casa Blanca, Washington, D.C., 9 de mayo de 2002, fenselink.mil.

  2. Lawrence Weschler, A Miracle, a Universe: Settling Accounts with Torturers, Nueva York, Pantheon Books, 1990, pág. 147.

  3. Anthony Lewis, "For Which We Stand: II", New York Times, 2 de octubre de 1975.

  4. "A Draconian Cure for Chile's Economic Ills?", Business Week, 12 de enero de 1976; Milton Friedman y Rose D. Friedman, Two Lucky People: Memoirs, Chicago, University of Chicago Press, 1998, pág. 601.

  5. Milton Friedman, "Free Markets and the Generals", Newsweek, 25 de enero de 1982; Juan Gabriel Valdés, Pinochet's Economists: The Chicago School in Chile, Cambridge, Cambridge University Press, 1995, pág. 156.

  6. Friedman y Friedman, Two Lucky People, op. cit., pág. 596.

  7. Ibídem, pág. 398.

  8. Entrevista a Milton Friedman el 1 de octubre de 2000, para Commanding Heights: The Battle for the World Economy.

  9. El Premio Nobel de Economía está separado de los demás premios otorgados por el Comité Nobel. El nombre completo del premio es Premio Sveriges Riksbank en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel.

  10. Milton Friedman, "Inflation and Unemployrnent", Discurso pronunciado en la ceremonia del Premio Nobel, 13 de diciembre de 1976.

  11. Orlando Letelier, "The Chicago Boys in Chile", The Nation, 28 de agosto de 1976.

  12. Neil Sheehan, "Aid by CIA Groups Put in the Millions", New York Times, 19 de febrero de 1967.

  13. Amnistía Internacional, Report on an Amnesty International Mission to Argentina 6-15 November 1976, Londres, Amnesty International Publications, 1977, pág. de copyright; Yves Dezalay y Bryant G. Garth, The Internationalization of Palace Wars: Lawyers, Economists, and the Contest to Transform Latín American States, Chicago. University of Chicago Press, 2002, pág. 71.

  14. Amnistía Internacional, Report on an Amnesty International Mission to Argentina 6-15 November 1976, op. cit., pág. 48.

  15. El Comité de la Paz fue rebautizado por el vicariado para cuando Ford empezó a financiarlo. Americas Watch formaba parte de Human Rights Watch, que empezó bajo el nombre de Helsinki Watch con una donación de 500.000 dólares de la Fundación Ford. La cifra de 30 millones de dólares procede de una entrevista con Alfred Ironside en la Oficina de Comunicación de la Fundación Ford. Según Ironside, la mayor parte del dinero se gastó en la década de 1980. Dijo que "prácticamente no se gastó nada de dinero en derechos humanos en América Latina en los años cincuenta" y que "hubo una serie de donaciones en los sesenta orientadas a los derechos humanos que estuvieron alrededor de los 700.000 dólares en total".

  16. Dezalay y Garth, The Internationalization of Palace Wars, op. cit., pág. 69.

  17. David Ransom, "Ford Country: Building an Élite for Indonesia", en Steve Weissman (comp.), The Trojan Horse: A Radical Look at Foreign Aid, Palo Alto, California, Ramparts Press, 1975, pág. 96.

  18. Valdés, Pinochet's Economists, op. cit., págs. 158, 186 y 308.

  19. Fundación Ford, "History", 2006.

  20. Goenawan Mohamad, Celebrating Indonesia: Fifty Years with the Ford Foundation 1953-2003, Yakarta, Fundación Ford, 2003, pág. 56.

  21. Dezalay y Garth, The Internationalization of Palace Wars, op. cit., pág. 148.

  22. Fundación Ford, "History", 2006, . Nota a pie de página: Frances Stonor Saunders, The Cultural Cold War: The CIA and the World of Art and Letters, Nueva York, New Press, 2000.

  23. Archidiócesis de Sao Paulo, Brasil: Nunca Mais / Torture in Brazil: A Shocking Report on the Pervasive Use of Torture by Brazilian Military Govemments, 1964-1979, Joan Dassin (comp.), trad. de Jaime Wright, Austin, University of Texas Press, 1986, pág. 50.

  24. Simone de Beauvoir y Giséle Halimi, Djamila Boupacha, trad. de Peter Green. Nueva York, MacMillan, 1962, págs. 19, 21 y 31.

  25. Marguerit de Feitlowitz, A Lexicon of Terror: Argentina and the Legacies of Torture, Nueva York, Oxford University Press, 1998, pág. 113.

  26. He realizado unos pequeños cambios en la traducción de Feitlowitz por mor de la claridad. Feitlowitz, A Lexicon of Terror, op. cit., pág. 113-115. Cursiva en el original.

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