
	por Manlio Dinucci
	
	
	6 Junio 2013
	
	del Sitio Web
	
	RedVoltaire
	
	
	Versión en italiano
	
	 
	
		
			
				
					
						
							
							
							El presidente Obama se prepara para recibir a su homólogo chino. 
							
							 
							
							Pero el 
	encuentro va a desarrollarse en un ambiente de cordialidad a la vez que de 
	temor. 
							 
							
							Washington no sabe cómo controlar el desarrollo del panda chino, cuya 
	influencia se ha hecho planetaria.
 
						
					
				
			
		
	
	
	 
	
	
	
	Xi Jinping, secretario general del Comité Central del Partido Comunista 
	Chino, 
	
	presidente de la Comisión Militar Central del Partido, 
	
	
	presidente de 
	la República Popular China 
	
	y presidente de la Comisión Militar Central de 
	China.
	
	 
	
	 
	
	 
	
	La cumbre «informal» entre el presidente Obama y 
	el presidente chino Xi Jinping, que se desarrollará en California el 7 y el 
	8 de junio de 2013, se transmitirá por televisión a escala planetaria, según 
	el guión washingtoniano de la cálida atmósfera familiar, aderezada con 
	sonrisas y payasadas.
	
	El tono cambiará, sin embargo, cuando se apaguen las cámaras. Muchas 
	preguntas candentes están sobre la mesa.
	
	Estados Unidos, país que ocupa el primer lugar mundial en inversiones 
	directas en el exterior (IDE) tiene invertidos más de 55 000 millones en 
	China (primer destino mundial de las IDE), donde las transnacionales 
	estadounidenses han deslocalizado cada vez más su producción manufacturera, 
	gran parte de la cual se reimporta después [a Estados Unidos].
	
	Sin embargo, Estados Unidos ha contraído así ante China un déficit comercial 
	que sobrepasó en 2012 los 315 000 millones de dólares, o sea 20 000 millones 
	más que en 2011. 
	
	 
	
	Las inversiones chinas en Estados Unidos son mucho menores, 
	lo cual se debe sobre todo a las restricciones impuestas. 
	
	 
	
	Por ejemplo, sólo 
	se aceptan inversiones chinas en el sector de la alimentación (un grupo de Shanghai acaba de comprar el mayor productor estadounidense de carne de 
	puerco), pero el sector de las telecomunicaciones está enteramente vedado 
	para los capitales chinos. 
	
	 
	
	Washington acusa además a China de haber 
	penetrado con sus hackers los sistemas informáticos estadounidenses y de 
	robar así datos sobre una veintena de sistemas de armas entre los más 
	avanzados.
	
	La economía, que ha alcanzado el segundo lugar mundial con un ingreso 
	nacional bruto que es casi la mitad del que registra Estados Unidos, se hace 
	cada vez más dinámica: no sólo su capacidad productiva es impresionante - exporta 
	cada año 1 000 millones de teléfonos celulares o móviles y 20 000 millones 
	de piezas de ropa - sino que también invierte cada vez más en países de 
	importancia estratégica para Estados Unidos.
	
	Después de gastar 6 000 millones de dólares en las guerras de Afganistán e 
	Irak y de haberse endeudado hasta el cuello, Estados Unidos se ve ahora ante 
	una China cada vez más presente en esos países. 
	
	 
	
	En Irak, no sólo compra 
	alrededor de la mitad del petróleo producido sino que además está haciendo, 
	a través de compañías estatales, grandes inversiones en la industria del 
	petróleo, ascendientes a más de 2 000 millones de dólares al año. 
	
	 
	
	Cerca de 
	la frontera iraní se ha construido incluso un aeropuerto destinado 
	especialmente a garantizar el transporte del personal técnico chino.
	
	La carta de triunfo de las compañías chinas es que, al contrario de la 
	compañía estadounidense ExxonMobil y de otras compañías occidentales, las 
	empresas chinas aceptan contratos para la explotación de los yacimientos en 
	condiciones mucho más ventajosas para el Estado iraquí, sin priorizar la 
	ganancia sino la garantía del abastecimiento en petróleo, del que China se 
	ha convertido en el principal importador mundial.
	
	En Afganistán, compañías chinas están invirtiendo en el sector minero, 
	después de que geólogos del Pentágono descubriesen allí ricos yacimientos de 
	litio, cobalto y otros metales.
	
	Al enfrentar cada vez más dificultades en el plano de la competencia 
	económica, Estados Unidos pone la espada en la balanza. 
	
	 
	
	En vísperas de la 
	cumbre, el secretario de Defensa Hagel «tranquilizó a los aliados asiáticos 
	ante el crecimiento militar chino» prometiendo que, a pesar de la austeridad, 
	Washington desplegará en la región Asia/Pacífico fuerzas dotadas de las más 
	avanzadas tecnologías militares: 
	
		
			- 
			
			unidades navales con armas laser 
- 
			
			navíos de 
	combate costero 
- 
			
			aviones de combate F-35, etc. 
			 
	
	Los navíos de guerra 
	desplegados en el Pacífico, que hoy constituyen la mitad de los 100 
	desplegados (de un total de 283), serán después más numerosos.
	
	Según Hagel, Estados Unidos conservará así,
	
		
		«un margen decisivo de 
	superioridad militar». 
	
	
	A la que sigue aferrado 
	
	el imperio «americano» de 
	Occidente en su lucha contra la decadencia.