IV. LA TRANSICIÓN - GENTES EN CAMBIO

No hay más que una historia importante:
la historia de lo que en otro tiempo
creíamos y de lo que ahora creemos.
KAY BOYLE

Toto, tengo la sensación de que ya no estamos en Kansas.
Dorothy

La diferencia que existe entre una transformación accidental y una transformación sistemática es semejante a la que existe entre un rayo y una lámpara. Ambos pueden iluminar, pero el uno es incierto y peligroso, mientras que la otra es relativamente segura, controlable y disponible.


Los desencadenantes intencionales de experiencias transformativas son innumerables, pero todos tienen una cualidad en común: el enfocar la conciencia sobre la conciencia, un cambio crítico de por sí. Por debajo de su aparente diversidad, la mayoría de esos mecanismos desencadenantes implican concentrarse en algo demasiado extraño, complejo, difuso o monótono, como para que pueda hacerse con la mitad analítica, intelectual, del cerebro: por ejemplo, en la respiración, en un movimiento físico repetitivo, en una música, en el agua, en una llama, en un sonido desprovisto de significado, en una pared vacía, en un koan o en una paradoja.

 

El cerebro intelectual no puede dominar el campo de la conciencia más que cuando se centra sobre algo definido y limitado. Las señales del otro lado de la mente pueden hacerse oír si se le consigue capturar por medio de una concentración difusa y monótona.


Entre los desencadenantes de este tipo de experiencias, citados por los individuos que respondieron al cuestionario de la Conspiración de Acuario, se encuentran los siguientes:

- Aislamiento sensorial y sobrecarga sensorial, porque toda profunda alteración del input sensorial se traduce en un cambio de conciencia.
- Biofeedback: uso de máquinas que proporcionan información visual o auditiva de procesos corporales como son la actividad eléctrica cerebral, la actividad muscular, la temperatura cutánea, porque para aprender a controlar estos procesos se requiere un estado no habitual de relajación y de atención.
- Entrenamiento autógeno: método nacido en Europa hace más de cincuenta años, fundado en autosugestiones de relajación, de respiración por sí mismo, etc., dirigidas al cuerpo.
- Música (a veces combinada con imaginación o meditación), a causa de la sensibilidad del cerebro a la tonalidad y al ritmo, y porque la música implica al hemisferio derecho. También el canto, la pintura, la escultura, la cerámica, y otras actividades semejantes que proporcionan a quienes las practican la oportunidad de perderse en el proceso creativo.
- Improvisación dramática, que requiere una atención y una espontaneidad totales. El psicodrama, porque acentúa la conciencia de los roles y la interpretación de los mismos. La contemplación de la naturaleza y otras experiencias estéticamente sobrecogedoras.
- Las estrategias de «ampliación de conciencia» de diversos movimientos sociales que centran la atención en los antiguos modos de pensar.
- Redes y movimientos de autoayuda o de ayuda mutua, como por ejemplo los Alcohólicos Anónimos, y otros semejantes, cuyas reglas incluyen el prestar atención a los propios procesos conscientes y de cambio, y el reconocimiento de que podemos elegir nuestra conducta y cooperar con las «fuerzas superiores» mirando hacia adentro.
- La hipnosis y la auto hipnosis.
- Meditación de cualquier tipo: Zen, Budismo tibetano, caótica, trascendental, cristiana, cabalista, kundalini, raja yoga, tantra yoga, etc. También la psicosíntesis, sistema que combina la imaginación con el estado meditativo.
- Cuentos sufíes, koans y danza de los derviches. Asimismo diversas técnicas chamánicas y mágicas sobre focalización de la atención.
- Seminarios diversos, como Control Mental Silva, Realización, y Manantial de Vida, que intentan romper el acondicionamiento cultural y abrir al individuo a nuevas opciones.
- Los diarios de sueños, ya que los sueños son el medio más asequible para obtener información de los dominios situados más allá de la gama ordinaria de conciencia.
- La teosofía y los sistemas de Arica y otros inspirados en Gurdjieff, que sintetizan muchas tradiciones místicas diferentes y enseñan técnicas para alterar la conciencia.
- Psicoterapias contemporáneas, como la Logoterapia de Viktor Frankl, que comprende la búsqueda de sentido y el uso de la «intención paradójica», en un enfrentamiento directo con la fuente del miedo. La Terapia Primal y sus derivados, que provocan la reviviscencia de tempranos sufrimientos infantiles. El proceso de Fischer-Hoffman, que parte de una vuelta semejante a las ansiedades infantiles, seguida de intenso empleo de la imaginación orientada a una reconciliación y perdón de los propios padres, en relación con tempranas experiencias negativas. La Terapia de la Gestalt, que provoca suavemente el reconocimiento de pautas significativas o cambios de paradigma.
- La Ciencia de la Mente, método de curación y autocuración.
- Un curso sobre los milagros, enfoque cristiano contemporáneo y poco ortodoxo, basado en un cambio profundo de la percepción.
- Innumerables disciplinas y terapias corporales, como Hatha yoga, terapia Reichiana, sistema de Bates para mejorar la visión, T'ai Chi Ch'uan, Aikido, Karate, footing, danza, Rolfing, bioenergética, métodos de Feldenkrais y de Alexander, kinesiología aplicada.
- Experiencias intensivas de cambio personal y colectivo en Esalen (Big Sur), grupos de sensibilización en los National Training Laboratories de Washington, grupos de encuentro, grupos informales de apoyo amistoso.
- El deporte, el montañismo, el piragüismo, y otras actividades similares físicamente estimulantes, que causan un cambio cualitativo en la sensación de estar vivo. También los retiros a lugares salvajes, los vuelos en solitario y la práctica de la vela también en solitario, que favorecen el auto-descubrimiento y la sensación de intemporalidad.

Todos estos métodos pueden recibir el nombre de psicotécnicas, esto es, sistemas por los que se puede obtener un cambio deliberado de conciencia. Lo que no quita que algunos individuos puedan descubrir por su cuenta nuevas maneras de fijar la atención, y puedan aprender a inducir tales estados por métodos diseñados por ellos mismos. Todo puede funcionar.1


Como señalaba William James hace tres cuartos de siglo, la clave de la expansión de la conciencia es el abandono. Cuando se abandona la lucha, el combate está ganado. «Para ir más deprisa, es preciso disminuir la velocidad», decía un héroe de Shockware River, novela futurista de John Brunner. Un investigador de biofeedback, jefe del departamento de psiquiatría en un centro médico famoso, decía a sus colegas: "Para ganar este tipo de carreras, hay que quitar el pie del acelerador".


La complejidad de un método no debería confundirse con su efectividad. Ciertas disciplinas altamente estructuradas o el uso de un simbolismo complicado pueden ser útiles a algunas personas, mientras que otras pueden experimentar cambios profundos sobre la base de una tecnología de lo más simple. Métodos que funcionan durante un tiempo pueden de pronto resultar inadecuados, o bien, al contrario, puede parecer que tal método no era especialmente significativo, y sin embargo, visto retrospectivamente, uno se da cuenta que han ocurrido cosas importantes.


Nuestros sistemas nerviosos difieren en cuanto a su organización; podemos encontrarnos en estados de salud diferentes; tenemos historias distintas en cuanto a introspección, sueños, rigidez, ansiedad. Así como hay quienes naturalmente son atletas, también hay personas que experimentan cambios de conciencia con más facilidad. El estado de atención difusa y relajada, que es clave en todas estas técnicas, no debe ser forzado, sino simplemente permitido. El esfuerzo interfiere con el proceso, y alguna gente siente dificultad precisamente en dejarse ir.


Mucha gente parece ofrecer resistencia neurológica a las psicotécnicas, tal vez a causa de una mayor sensibilidad al dolor cuando eran niños, o por haber sufrido experiencias más dañinas. Estos tienen mayores probabilidades de desconexión del hemisferio derecho, por su mayor sensibilidad a la emotividad y al sufrimiento. Otros muestran una mayor elasticidad, quizá por haber sido innovadores y exploradores desde que nacieron, o por tener temperamentos más flexibles, o haber aprendido a enfrentar el miedo y el dolor en una época temprana de su vida.


A causa de esa ventaja o desventaja inicial, según la diversidad de sistemas nerviosos, parece a primera vista que los ricos se enriquecen aún más, mientras que los pobres se desaniman. Pero todo el mundo puede hacer progresos, lo mismo que podemos, con la práctica, mejorar nuestra destreza como nadadores o como esquiadores, sea cual sea la habilidad natural con que contemos. Al igual que el ejercicio físico, las técnicas tienen un efecto progresivo, pero los cambios operados en el cerebro no se pierden como sucede con el desarrollo muscular, en caso de falta de constancia.

«Ningún espejo se convierte de nuevo en hierro, decía el poeta sufí Rumi, ni ninguna uva madura se torna otra vez en agraz. »
 

Las etapas de la transformación
Ningún sistema puede garantizar el paso del estado humano ordinario de fragmentación a un estado de claridad mental que persista las veinticuatro horas del día. La transformación es un viaje que no tiene destino final. Pero en ese viaje hay etapas, que sorprendentemente pueden señalarse en el mapa con facilidad, sobre la base de los miles de relatos que nos han llegado de tiempos pasados o a la proliferación de informaciones que nos llegan de buscadores contemporáneos. Todo viaje individual atraviesa trampas, grutas, arenas movedizas, y cruces peligrosos, que son exclusivamente propios, pero también hay desiertos, picos, y ciertos extraños montículos que son observados por prácticamente todos los que perseveran en el recorrido. Así pues, aun reconociendo que el mapa no es el territorio mismo de la transformación, describiremos el proceso distinguiendo en él cuatro etapas principales.


La primera etapa es preliminar y casi fortuita: un medio de acceso. En la mayor parte de los casos, el medio de acceso sólo puede identificarse mirando retrospectivamente. La entrada puede desencadenarla cualquier cosa que conmueva la vieja concepción respecto del mundo, las antiguas escalas de valores. Algunas veces tiene su origen en un gesto mínimo, hecho por aburrimiento, por curiosidad o por desesperación: un libro de bolsillo, un mantra recibido en un cursillo, un curso de perfeccionamiento en la universidad. Para un buen número, el detonante ha sido una experiencia mística o psíquica espontánea, tan difícil de explicar como de negar. O la intensa sensación de una realidad alternativa, propiciada por una droga psicodélica.


Es imposible sobre estimar el rol histórico que han desempeñado para mucha gente los psicodélicos como medio de entrada hacia otras técnicas transformativas. Para decenas de miles de «zurdos cerebrales», ingenieros, químicos, psicólogos y estudiantes de medicina, incapaces hasta entonces de comprender a sus hermanos «diestros», más espontáneos e imaginativos, las drogas fueron, sobre todo en los años sesenta, un visado para Xanadú. Los cambios operados por los psicodélicos en la química del cerebro ocasionan una metamorfosis del mundo que consideramos familiar.

 

Esos cambios dejan paso a una rápida sucesión de imágenes, a una desacostumbrada profundidad en la percepción visual y auditiva, a una avalancha de «nuevos» conocimientos, que al mismo tiempo parecen muy antiguos, como provenientes de una penetrante memoria primordial. A diferencia de los estados mentales producidos por el sueño o la bebida, la conciencia psicodélica no es confusa, antes con frecuencia es más intensa que la conciencia ordinaria de vigilia. Solamente a través de ese estado profundamente alterado se han hecho algunos plenamente conscientes del papel de la conciencia como creadora de la realidad cotidiana.


Quienes habían ingerido psicodélicos pronto se daban cuenta que los relatos históricos más cercanos a sus propias experiencias provenían, bien de la literatura mística, bien del país de las maravillas de la física teórica, visiones complementarias de «el todo y la nada», lo más real de las dimensiones, que no puede ser medida en términos de metros ni minutos. Como señalaba un cronista de los años sesenta, «el LSD proporcionó una experiencia religiosa a toda una generación».

 

Pero el satori químico es efímero, y sus efectos son demasiado avasalladores para poder integrarlos en la vida cotidiana. Las psicotécnicas que funcionan sin drogas ofrecen un movimiento continuo y controlado en dirección a esa misma espaciosa realidad. Los anales de la Conspiración de Acuario están llenos de relatos de tránsitos del LSD al Zen, del LSD a la India, del psilocibo a la psicosíntesis. Fueran cuales fuesen los esplendores escondidos en los hongos o en los terrones de azúcar impregnados, no eran más que un atisbo, atracciones para abrir boca pero no el número fundamental.
 

La experiencia que sirve de medio de entrada es un indicio de que la vida tiene una dimensión más brillante, más rica, más plena de significado. Algunos, acosados por la visión alcanzada en ese atisbo, se esfuerzan por ver más. Otros, menos serios, se quedan cerca de la entrada, jugando al ocultismo, a las drogas, o a los múltiples juegos de alteración de la conciencia. Algunos tienen miedo de continuar, de cualquier forma. El enfrentamiento con lo no-racional es desconcertante.

 

La mente, libre de sus cadenas, sufre aquí una especie de agorafobia, un miedo sobrecogedor a sus propios espacios. Quienes sienten una fuerte necesidad de control pueden sentirse asustados al tocar unos dominios en que la realidad se vuelve múltiple, en donde se puede ver de varias maneras. Con más gusto, se quedarían pegados a su versión de un mundo hecho de blanco y negro y de buenos y malos, reprimiendo toda visión que pueda contradecir su antiguo sistema de creencias.


Algunos vacilan, al no saber qué hacer a continuación. A otros les detiene el miedo a la crítica. Podrían parecer tontos, pretenciosos, o incluso locos, a sus familiares, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo. Les preocupa que el viaje hacia su propio interior pueda parecer narcisista o escapista. Realmente, quienes perseveran más allá del punto de entrada tienen que superar un prejuicio cultural generalizado frente a la introspección.

 

A menudo la búsqueda del propio conocimiento es mirada como un intento de darse importancia, como un ocuparse de la propia psique a expensas de las propias responsabilidades sociales. La crítica popular dirigida a las psicotécnicas se concreta típicamente en la expresión «el nuevo narcisismo», acuñada por Peter Marin en un artículo en el Harper, y en la de «la década del yo», usada peyorativamente por Tom Wolfe en la revista New York.2


La sensación de soledad de quienes se inician en el proceso transformativo se agrava por su propia dificultad para explicar cómo se sienten y por qué siguen en la brecha. Sin intentar describir la sensación de haber descubierto una especie de «bienestar» interior, un yo potencialmente completo y sano, a la espera de ser liberado, tienen miedo de resultar egoístas.
Hay un miedo a ser rechazado.

 

El conocimiento que se obtiene en estas experiencias es con frecuencia huidizo, difícil de reconstruir. ¿Y si todas las percepciones que he tenido no fueran más que fantasmas, ilusiones? En el pasado hemos creído en promesas, que luego no se cumplieron. Hemos visto disolverse espejismos de esperanza, al intentar echarles mano. El recuerdo de todas estas decepciones, grandes y pequeñas, nos advierte:

"No te fíes..." .

Más común aún es el miedo a nuestras propias potencialidades más elevadas, como ha señalado Abraham Maslow.

«Disfrutamos y hasta nos estremecemos de gozo ante las posibilidades quasi divinas que descubrimos en nosotros mismos en ciertos momentos culminantes. Y, no obstante, al mismo tiempo, temblamos de debilidad, de estupor y de miedo ante esas mismas posibilidades. »

A menudo, la aparente falta de curiosidad no es más que una defensa. «El miedo a saber no es, en lo más hondo, más que un miedo a hacer», decía Maslow. El conocimiento entraña responsabilidad.


Hay un miedo a sí mismo, una resistencia a fiarse de las necesidades propias más profundas. Tememos caer en manos de los propios aspectos impulsivos. Imagínate que nos encontramos con que lo que realmente queremos en la vida resulta ser peligrosamente diferente de lo que tenemos. Y hay también un miedo, relacionado con ello, a sentirnos absorbidos en un torbellino de experiencias extrañas, y, peor aún, a que pudieran gustarnos. O miedo a verse implicado en alguna técnica demasiado exigente: si empezamos a hacer meditación, igual tenemos que empezar a levantarnos a las cinco de la mañana o hacernos vegetarianos.


El hombre tiene miedo de cosas que no pueden hacerle daño, y ansía cosas que no pueden ayudarle, dice un texto hasídico. «Pero ahora tanto lo que teme como lo que ansía se encuentra dentro de él. » Tememos y ansiamos a un tiempo llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En algún punto, a la entrada, nos damos cuenta de que si continuamos tras este Santo Grial, ya nunca será todo exactamente como antes. Siempre podemos darnos la vuelta en el lugar de entrada. La oportunidad de retirarse está a la mano, como esa puerta de emergencia que hay en lo alto de la montaña rusa en Disneylandia, que abre el escape a quienes se lo piensan por segunda vez.


Para quienes siguen adelante, la segunda etapa es la exploración, el Sí después del No final. Con cautela o con entusiasmo, después de haber sentido que hay algo que merece la pena encontrar, el individuo parte en su búsqueda. Este primer paso, aunque pequeño, dado con seriedad, es fortificante y significativo. La misma búsqueda, como dice un maestro espiritual, es ya la transformación.

 

Esta exploración consiste en ese «dejarse ir deliberado» que describe el psicólogo Eugene Gendlin. Ese dejarse ir permite emerger el conocimiento interior. Es un soltar intencionado, como cuando aflojamos deliberadamente el agarre que mantenemos sobre algo. El agarre aquí es una contracción de la propia conciencia, un espasmo psíquico, que es preciso soltar antes para que pueda ocurrir algún cambio. Las psicotécnicas están diseñadas precisamente para liberar ese rígido aferramiento, a fin de poder flotar, de la misma forma que un salvavidas permite a una persona que se está ahogando soltarse de aquello a que se aferra contraído por el pánico, haciendo posible su rescate.


No sin ironía, participamos en las experiencias transformativas de la única forma que sabemos hacerlo: como consumidores, como competidores, operando aún desde la escala de valores del antiguo paradigma. Comparamos nuestra experiencia con las de los otros, nos preguntamos si lo estamos «haciendo bien», si vamos lo suficientemente deprisa, si hacemos progresos. Puede que intentemos tener de nuevo alguna experiencia que nos resultó especialmente gratificante o motivadora. Durante esta fase, numerosos individuos prueban muchas técnicas y maestros, comparando los productos como buenos consumidores. En una era de viajes supersónicos y comunicaciones vía satélite, tenemos tendencia a esperar una gratificación instantánea, un resultado o un feedback inmediatos. Tal vez el proceso transformativo está hirviendo por debajo como un géiser, pero no podemos verlo y nos consumimos de impaciencia por falta de acción.


Algunos caen al comienzo en el cambio pendular. El primer método que conocen, sea la Meditación Trascendental, el footing, el Rolfing, o lo que sea, les parece la panacea contra todos los males, despreciando todas las demás técnicas. En este falso amanecer de certezas, surge a menudo un intenso afán de proselitismo. Los apóstoles en ciernes aprenden rápidamente que ninguna técnica vale para todo el mundo, y que los mismos métodos, a través de su insistencia en la concentración consciente, conducen finalmente a la conclusión de que no hay que esperar últimas respuestas.

 

Como dice el escritor de ciencia-ficción Ray Bradbury,

«todos andamos en la misma búsqueda, tratando de resolver el viejo misterio. Por supuesto, nunca llegaremos a resolverlo. Trataremos de subir hasta él por otros lados. Finalmente, llegaremos a habitar en el misterio... ».

En la tercera etapa, la integración, se habita en el misterio. Aunque pueda preferir unos a otros métodos o maestros, el individuo confía en un «gurú» interior.


En las primeras etapas habla probablemente una cierta disonancia, un conflicto agudo entre las nuevas creencias y las viejas concepciones. Como una sociedad, que ha sufrido perturbaciones, lucha por rehacerse a sí misma echando mano de sus viejos instrumentos y estructuras, así el individuo intenta al principio mejorar la situación más que cambiarla, procura reformar antes que transformar.


Puede ahora haber una oscilación entre el entusiasmo y la sensación de soledad, porque el miedo se centra en el efecto de rompimiento que el proceso transformativo comienza a ejercer en el antiguo, y por ello querido, itinerario que uno se había trazado: la orientación de la propia carrera, relaciones, objetivos, valores... En medio de la vieja cultura emerge un nuevo yo. Pero surgen también nuevos amigos, nuevas gratificaciones, nuevas posibilidades.


En este período se emprende un nuevo tipo de trabajo, más reflexivo que la búsqueda atareada de la etapa de exploración. Así como un cambio de paradigma científico viene seguido por una operación de «limpieza», tratando de encajar los cabos sueltos en el nuevo marco de referencia, de igual forma quienes emprenden el camino de la transformación personal padecen una necesidad de saber, que proviene de su cerebro izquierdo. El conocimiento intuitivo se ha adelantado a la comprensión. ¿Qué es lo que realmente ha ocurrido? El individuo experimenta, depura y somete a prueba sus ideas, las agita, les saca punta, deja que se expandan.


Muchos bucean en temas en los que nunca antes habían mostrado interés o aptitud, en un intento de aprender algo acerca de los cambios en la experiencia consciente. Pueden asomarse al campo de la filosofía, de la física cuántica, de la música, la semántica, la investigación sobre el cerebro o la psicología. De vez en cuando el «científico» neófito se retira durante un cierto tiempo para tratar de asimilar lo aprendido. La apertura ha sido inmensa. Todo le interesa ahora.


Curiosamente, mientras menos necesidad se experimenta de validación o justificación externa, tanto más el propio cuestionamiento puede alcanzar niveles realmente inquisitoriales. Generalmente, el individuo emerge robustecido, con una nueva sensación de fuerza y de seguridad, confirmado en su propósito.


En el punto de entrada el individuo descubría la existencia de otros modos de conocimiento. En la exploración, se encontraba con una diversidad de técnicas capaces de hacerle conectar con esas otras formas de conocimiento. En la integración, después de haber comprobado que muchos de sus antiguos hábitos, ambiciones y estrategias no resultaban adecuados a sus nuevas convicciones, aprendía que existen otras formas de existir.


Ahora, en la cuarta etapa, la conspiración, descubre otras fuentes de poder y el modo de usarlo en beneficio de su propia plenitud y al servicio de los demás. El nuevo paradigma no solamente funciona en su propia vida, sino que parece también funcionar para los demás. Si la mente es capaz de sanar y transformarse, ¿por qué no pueden unirse las mentes de unos y otros para sanar y transformar a la sociedad? Antes, cuando intentaba comunicar las ideas de la transformación, se trataba más que nada de explicarse a sí mismo o de empujar a amigos y familiares a emprender el proceso. Ahora las vastas implicaciones sociales de la transformación le resultan evidentes.


Se trata de una conspiración para facilitar la transformación. No se trata de imponerla a quienes no están maduros para ella ni interesados en ella, sino de hacerla posible para aquellos que sienten hambre de ella. Michael Murphy, cofundador de Esalen, sugería que hasta las mismas disciplinas estaban conspirando en favor de la renovación.

«Hagamos patente esa conspiración. Podemos transformar nuestra vida ordinaria de todos los días en ese baile que es la razón de ser de este mundo. »

Paradójicamente, en este período en el que el individuo se plantea sus propias responsabilidades, roles y directrices, puede producirse un hiato en relación con su propio activismo social.


Después de todo, si tiene el poder de cambiar la sociedad, aunque sea en pequeña medida, más le vale considerar las cosas con toda atención. Puede así someter a total reconsideración ideas como poder, jerarquía y liderazgo. Hay un miedo a destruir una gran oportunidad de transformación social por caer en viejos patrones de conducta: conducta defensiva, egoísmo o timidez.


Ninguna narración individual del propio proceso transformativo puede, con propiedad, considerarse como típica, ya que cada una es única como una huella digital. Pero el avance de etapa en etapa si es algo que se repite frecuentemente en las historias individuales. Un joven que trabajaba como psicólogo clínico en un hospital del estado añadió, como apéndice a su respuesta al cuestionario de la Conspiración de Acuario una carta de cuatro páginas en la que describe el clásico proceso a que nos estamos refiriendo.

 

En primer lugar, el medio de entrada:

"En la primavera de 1974 estaba justamente terminando mi tesis de licenciatura desde una perspectiva psicológica behaviorista... Una tarde, otro compañero de estudios y yo decidimos experimentar con LSD. Esa tarde tuve una experiencia que me resultaba difícil de explicar o de describir: la súbita sensación de un vórtice que se abría en mi cabeza y terminaba en algún lugar por encima de mí. Comencé a seguir esta sensación con mi atención. Según me elevaba empecé a perder el control y a sentir mucha presión y ruidos, y sensaciones corporales de flotar, de alejarme en ascensión, etc. De pronto, salté fuera del vórtice.


Lo que antes había contemplado como un complejo no muy atractivo de viviendas universitarias para estudiantes casados, se me representaba ahora como un conjunto de edificios de increíble belleza, que aún ahora no puedo describir. Había un orden, una sencillez y complejidad al mismo tiempo, como si todo tuviera sentido por sí mismo y encajara a la perfección con los restantes elementos del entorno. En el fondo de esta experiencia, yo tenía una fuerte sensación de que no se debía exclusivamente al hecho de haber tomado la droga".

En los días que siguieron, se dedicó a preguntar a sus compañeros y profesores acerca de su experiencia, y fue «inmediatamente tachado de pirado». Al continuar preguntando, un compañero le instó repetidas veces para que leyera los libros de Don Juan de Carlos Castañeda. Al principio, se sentía escéptico. «Yo me consideraba un verdadero científico, y esas historias sobre un brujo indio me resultaban demasiado excéntricas. » Pero buscaba desesperadamente una respuesta. Dejó de lado sus protestas intelectuales, y entró de lleno en la etapa siguiente, la exploración:

"Cogí en mis manos el primer libro y a las pocas páginas me di cuenta de que alguien sabía también de las mismas experiencias. Me leí los restantes libros y decidí especializarme en esta área con vistas a mis exámenes y a mi exposición doctoral. En ese punto, yo no estaba aún seguro en qué me iba a especializar concretamente, ni sabía el nombre de lo que estaba buscando.


Después de un verano de lectura y ampliación de mis experiencias personales, había conseguido fijar la tarea que iba a emprender: utilizar la meditación como procedimiento estandarizado de exploración de la conciencia humana".

Aquel mismo verano comenzó a anotar en un diario sus ideas y experimentos, y estudió sus propios campos de percepción bajo los efectos del LSD (diez sesiones); usó también de diversas estrategias en orden a alcanzar alteraciones espectaculares de la conciencia. Ciertos episodios negativos, y que a veces hasta asustaban, le indujeron a dejar las drogas y a poner freno a la práctica de juegos psíquicos.

«La meditación era un camino más prudente y seguro para procurarme la exploración de la conciencia y sus cambios, de una forma profunda y estable. »

A fines de 1974, comenzó el período de integración:

"Durante el otoño y la primavera continué mi búsqueda personal usando como vehículo la meditación. Estaba redactando un informe sobre mi posición en torno a la meditación y la conciencia, enfocado a mis exámenes de doctorado. Probé algunas de las cosas sobre las cuales estaba leyendo, como experiencias fuera del cuerpo, por ejemplo, y decidí que había allí una realidad, para la que no me sentía aún preparado. Además, yo sabía por mis lecturas que la meditación debe ser practicada de una forma más creativa".

Como puede observarse, actúa más seriamente. Han dejado de intrigarle los trucos y las habilidades paranormales, y ha dejado de preguntarse cuáles podrían llegar a dominar, para pasar ahora a preguntarse por lo que él mismo puede ser.
Una noche tuvo una experiencia extraordinaria. Había estado meditando antes de irse a dormir, y se despertó viendo una estructura tridimensional circular que estaba latiendo ante sus ojos.

 

Al día siguiente hizo unos dibujos de la imagen, que más tarde pudo identificar como un mantra, esto es una forma usada en la contemplación en escuelas espirituales del oriente. Cuando se enteró de que Carl Jung había escrito acerca de la emergencia de formas semejantes desde el inconsciente colectivo, se sintió aún con más fuerza para defender la importancia psicológica de la meditación, incluso ante los profesores más escépticos de su universidad.


En 1975 expuso su tesis, basada en un estudio experimental de personas que habían estado practicando meditación, técnicas de relajación y biofeedback. Fue capaz de exponer sus descubrimientos en presencia del tribunal que debía juzgar su tesis, en el que se encontraba «un psicólogo behaviorista acérrimo» y un profesor profundamente introducido en el estudio de la conciencia.


En 1976 pasó a trabajar en un hospital del estado. Hacia 1977 se encontraba sin pensarlo en la cuarta etapa: la conspiración.

"A partir de este punto, el resto de mi relato se orienta, creo yo, hacia una síntesis, entrando en lo que usted llama la Conspiración de Acuario. Deseo continuar trabajando en psicología transpersonal, en meditación, en biofeedback, y en meditación con música, todo ello dentro del campo de la psicología clínica.


He trabajado con constancia, tratando de levantar la bandera transpersonal en este hospital, aunque lentamente, ya que en este estado no soplan los mismos vientos progresistas que en el área de la bahía y en Los Angeles. No obstante, el trabajo con la meditación musical ha progresado hasta tal punto que el hospital nos ha dado una subvención... Ayer oí de gente que se interesaba por esto en una institución de Ohio, y hoy de gente de Washington.


Estoy encantado con el rumbo por donde me ha ido llevando mi meditación, e intento no olvidarme de «apresurarme despacio» en este camino. Poco a poco estamos infiltrándonos en el bloque granítico del tratamiento clínico que se hace por aquí... Estamos empleando el tratamiento experimental en la unidad de tratamientos intensivos, y hemos podido comprobar que funciona incluso con esquizofrénicos severamente enfermos"

Más tarde juntó sus esfuerzos con los de un psiquiatra perteneciente al staff del hospital (era de Oklahoma y había asistido durante un tiempo a un centro de meditación Zen en California), y con un psicólogo interno. Los tres habían estado trabajando durante más de un año en la necesidad de reformar el hospital, que estaba sobresaturado. Frustrados ante la continua resistencia de la administración, acudieron a presentar sus ideas a un máximo dirigente estatal, responsable de las instituciones.


El personaje, después de escucharles hasta el fin, les miró con toda franqueza: «Tal vez puedan sacarlo adelante». Y a continuación les sorprendió con esta cita, tomada de Carlos Castañeda: «Tal vez sea éste su centímetro cúbico de suerte».3


El plan de reorganización del hospital fue aceptado, prácticamente intacto, y el empleo de las psicotécnicas fue recomendado oficialmente como parte integrante del tratamiento clínico. Todo ello provocó un jaleo interno, a consecuencia de la cual fueron cesados o cambiados de destino varios de los supervisores, mientras que al psicólogo le fue ofrecido el puesto de administrador de una de las unidades. Finalmente se negó a aceptarlo.

«Me di cuenta de que realmente yo no quería el dinero ni el status que ello representaba; que lo que yo quiero en realidad es trabajar con los pacientes. »

Hoy en día trabaja en su propia clínica privada, y es consultor en una prisión del Estado. También pertenece a un consejo oficial encargado de evaluar los servicios que se ocupan de la salud mental.

"Es interesante observarme a mí mismo en este cambio reciente en mi vida, desde que realmente me lancé al vado... Es curioso observar cómo voy asumiendo riesgos, sin saber a dónde me pueden conducir. La antigua sensación negativa de un posible fracaso siempre está ahí a la vuelta de la esquina, pero mi creciente sensación de centramiento acaba siempre por borrar del mapa estos fantasmas molestos surgidos de las sombras. Estaré atento a mi próximo centímetro cúbico".

Este tránsito de la experimentación fortuita al interés serio, al compromiso y a la conspiración, no es ni típico ni raro.
 


Los descubrimientos
Las psicotécnicas, actuando a modo de picos, azadas, compases o prismáticos, han ayudado a restablecer señales interiores de demarcación que han recibido nombres diversos en las diversas culturas a lo largo del tiempo. Para comprender mejor el proceso transformativo, vamos a contemplar los paisajes descubiertos a la luz de esas señales. Los descubrimientos, como veremos, son mutuamente dependientes y se refuerzan entre sí, sin que puedan aislarse claramente unos de otros. Tampoco son necesariamente secuenciales; algunos ocurren simultáneamente. También se profundizan y se modifican; ninguno de ellos se puede considerar acabado de una vez por todas.


Históricamente, la transformación ha sido descrita como un despertar, como una nueva cualidad de la atención. Y de la misma forma que nos admiramos de haber tomado como real el mundo de nuestros sueños una vez que hemos salido de él, así quienes han experimentado un ensanchamiento de su conciencia se sorprenden de haber creído estar despiertos cuando no hacían más que andar como sonámbulos. Toda persona se siente temerosa hasta que despierta su humanidad, decía Blake.

«Si limpiásemos las puertas de la percepción, veríamos el mundo tal como es, esto es, infinito. »

Y el Corán advierte:

«Los hombres están dormidos. ¿Tienen que morir antes de despertar?».

El estado de ensanchamiento de la conciencia recuerda a muchos sensaciones tenidas en la infancia, cuando sus sentidos estaban claros y abiertos y el mundo parecía cristalino. Realmente, los individuos que mantienen una continua lucidez en su edad adulta son escasos. Investigaciones realizadas sobre el sueño han demostrado que la mayoría de los adultos muestran signos fisiológicos de somnolencia a lo largo de sus horas de vigilia, y sienten que ese estado es perfectamente normal.


En su famosa Oda sobre los indicios de inmortalidad, William Wordsworth describe esa progresiva cerrazón de los sentidos: el esplendor y el sueño se marchitan, la casa-prisión se cierra en si misma tras la infancia, y se viene encima la costumbre, «pesada como el hielo». La prisión es nuestra atención fragmentada, controladora, irritada, siempre planeando o recordando pero no siendo. Ante la necesidad de bregar con los problemas cotidianos, sacrificamos la conciencia del milagro de la conciencia. Como decía el apóstol Pablo, vemos a través de un espejo, oscuramente, no cara a cara.

 

Una y otra vez resurge la metáfora del despertar aplicada a la nueva vida. Estábamos muertos dentro del vientre, no habíamos nacido.


Uno de los conspiradores de Acuario, un acaudalado agente inmobiliario, informaba en su respuesta al cuestionario:

"Fue en mi primer viaje a Esalen, hace unos cuantos años. Acababa de hacer una sesión de Rolfing, y había salido a dar un paseo.


De pronto me sentí sobrecogido por la belleza de cuanto veía. Esta experiencia vívida y trascendente abría, desgarrándola, la limitación de mi visión. Nunca había creído que la exaltación emocional fuera posible. Pero en esta experiencia en solitario, de media hora de duración, me sentí unido a todo, sentí la conexión, el amor universal. Este rato grandioso destruyó de forma definitiva mi antigua visión de la realidad".

Y se preguntaba, como muchos otros: Si me ha sucedido esto una vez, ¿Por qué no va a sucederme más veces?.
 

Se descubre así una nueva comprensión de sí mismo, algo que tiene muy poco que ver con el ego, con el egoísmo. Hay múltiples dimensiones en uno mismo; la sensación de estar recién integrado como individuo... , la sensación de estar ligado con los otros como si fueran uno mismo... y la fusión con un Sí mismo aún más universal y primario.


Al nivel individual, descubrimos un sí mismo al que no le gusta competir. Es curioso como un niño, y disfruta poniendo a prueba sus fuerzas cambiantes. Es además ferozmente autónomo. No persigue ganancia alguna, sino conocerse mejor a sí mismo, sabiendo que nunca llegará a alcanzar el fondo de sus propias posibilidades. Como decía un ex alcohólico,

«la única persona que necesito ser es yo mismo. Puedo hacer esto bien. Realmente, nunca podré fracasar si me limito a ser yo y dejar que tú seas tú».

La redefinición de sí mismo desplaza toda competición.

«El gozo de esta búsqueda no está en el triunfo sobre los otros, decía Theodore Roszak, sino en el cultivo de las cualidades que compartimos con ellos y de la propia unicidad, lo cual nos eleva por encima de toda competición. »

El conocimiento de sí mismo es una ciencia; cada uno de nosotros es un laboratorio, nuestro único laboratorio, nuestra más cercana visión de la naturaleza en sí misma.

«Si las cosas van mal en el mundo, algo va mal dentro de mí», decía Jung. «Por tanto, si soy sensible, primero trataré de ponerme bien yo mismo. »

El sí mismo liberado por el proceso transformativo reúne en si aspectos que habían sido relegados. Algunas veces esto lo experimenta la mujer como capacidad de actuar (el principio masculino), y el hombre como la aparición de sentimientos maternales (el principio femenino). La literatura budista describe pintorescamente esta reunión como sahaja, «nacidos juntos».

 

A medida que la naturaleza innata se reafirma, la turbulencia emocional disminuye. La espontaneidad, la libertad, el equilibrio y la armonía parecen aumentar. «Es como hacerse real», decía alguien al responder el cuestionario. Sufríamos una división en todos los niveles, incapaces de poner paz en medio de pensamientos y sentimientos contradictorios. Poco antes de su suicidio, el poeta John Berryman expresaba el deseo universal: «unificar mi alma múltiple... ». Cuando respetamos y aceptamos nuestras identidades fragmentadas, entonces hay reunión y renacimiento.


Si hay un renacimiento, ¿qué es lo que muere? Tal vez el actor. Y las ilusiones: de que uno es una víctima, de que tiene razón, que es independiente, o que es capaz de obtener todas las respuestas. La «ilusionectomía» puede ser una operación dolorosa, pero es rica en recompensas.

«Conocerás la verdad, dice un personaje de la obra de Brunner Shockwave River, y la verdad te hará ser tú. »

Un conspirador de Acuario hablaba de la experiencia de,

«una potenciación interna, una mayor competencia que parece provenir de una mayor apertura emocional, de ser capaz de echar mano de todos los aspectos de uno mismo. Cuando decimos que alguien es fuerte, parecemos estar hablando de alguien que no necesita ir pidiendo excusas. No tiene nada que ver con su posición, tampoco. Todo el mundo puede ser fuerte en este sentido».

La directora de una revista de Boston declaraba que su experiencia transformativa más viva había sido aprender a ver sin las gafas que había estado usando durante dieciocho años. Usando el método de reducción del stress mental diseñado por William Bates, había tenido un «flash» de claridad visual.

"Cuando tuve el primer flash, una fuerza poderosa parecía decirme en mi interior: «Ahora que nos has dejado ver un poco, insistimos en querer llegar a ver perfectamente». Me di cuenta de que todos somos completos y perfectos desde este mismo momento, y que si no experimentamos esa integridad es porque la hemos tapado.


Se requiere menos energía para sentirse libre y dejarse ir que para mantenerse bloqueado por el estrés, y hay algo dentro de nosotros que ansía experimentar y expresar esa sensación de fluir con libertad. Aprendemos a base de soltarnos y dejarnos ir, no a base de añadirnos cosa alguna."

Esa perfección, esa integridad, no se refiere a ningún logro superior, ni tiene nada que ver con la rectitud moral ni con la personalidad. No pertenece al plano de lo que se puede comparar, ni siquiera es algo personal. Más bien es una captación intuitiva de la naturaleza, de la integridad de forma y función en la vida misma, la conexión con un proceso perfecto en sí mismo. Es reconocernos a nosotros mismos, aunque sea brevemente, como hijos de la naturaleza, no como extraños en este mundo.


Más allá de la reunificación personal, de la reconexión interna y de la recuperación de porciones perdidas de uno mismo, está la conexión con un Sí mismo aún más amplio, con ese invisible continente sobre el que todos construimos nuestro hogar. En su respuesta al cuestionario de la Conspiración de Acuario, un profesor de universidad contaba cómo le había afectado profundamente una larga estancia en zonas remotas de las islas de Indonesia, donde sintió «una especie de círculo mágico, una unidad intacta con la vida entera y con los procesos cósmicos, en donde se incluía mi propia vida».


El sí mismo separado es una ilusión. Muchos de los que respondieron al cuestionario hacían hincapié en el hecho de haber abandonado la idea de que eran individuos encapsulados. Una psicóloga afirmaba haber abandonado la idea del sí mismo en continua lucha,

«la idea de que el yo existía de la forma que ingenuamente había supuesto, y de que ese yo alcanzaría algún día el premio de la iluminación».

El sí mismo es un campo dentro de otros campos más amplios. El poder surge de la unión del sí mismo con el sí mismo. La fraternidad se apodera del individuo como un ejército, no los lazos obligatorios de familia, nación o iglesia, sino una conexión viva y vibrante, el yo-tú unificador de Martin Buber, una fusión espiritual. Este descubrimiento transforma a los extraños en hermanos, y nos hace conocer un mundo nuevo y amistoso.


Viejas palabras, como «compañerismo» o «comunidad» adquieren nuevos significados. La palabra «amor» puede aparecer en el vocabulario con una frecuencia creciente; pese a su ambigüedad y a sus connotaciones de sentimentalismo, no hay otra palabra que exprese de forma más aproximada la nueva sensación de conexión e interés por los demás.


Surge una nueva y diferente conciencia social, que un hombre expresaba en términos de hambre apremiante:

"No puedo seguirme protegiendo frente a la realidad del hambre que sufre mucha gente, simplemente pretextando que son extranjeros que no tienen nombre ni cara para mí. Ahora sé quiénes son. Son justamente como yo, sólo que ellos están pasando hambre. No puedo seguir pretendiendo que ese conjunto de acuerdos políticos que llamamos «países», me separe del niño que llora, muerto de hambre, en medio mundo".

El grupo es el sí mismo del altruista, ha dicho alguien alguna vez. Cuando se aviva la empatía, la sensación de participar en el conjunto de la vida, y se siente más tristeza y más alegría junto a la inquietante conciencia de la multiplicidad y la complejidad de las causas, resulta bastante difícil creerse mejor que los demás y estar dispuesto a juzgar a los otros.
Más allá incluso del sí mismo colectivo, de la conciencia de la propia vinculación con los otros, está el Sí mismo trascendente, universal.

 

El paso de lo que Edward Carpenter llamaba «el pequeño yo local» al Sí mismo que penetra el universo entero, ha sido también descrito por Teilhard como su primer viaje al «abismo»:

"Me di cuenta de que estaba perdiendo contacto conmigo mismo. A cada paso que descendía, se iba descubriendo en mi interior una nueva persona, de cuyo nombre no podía ya estar seguro y que había dejado de obedecerme. Y cuando hube de detenerme en mi exploración, al desaparecer el camino bajo mis pies, me encontré con un abismo sin fondo ante mí, del que brotaba, sin yo saber de dónde, la corriente que me atrevo a llamar mi vida".

La cuarta dimensión no es otro lugar; es este lugar, y es inmanente a nosotros, es un proceso.


La importancia del proceso es otro descubrimiento. Los objetivos y los puntos finales importan menos. Urge más aprender que almacenar información. Es mejor cuidar de algo que guardar algo. Los medios son los fines. El destino es el viaje. Comenzaremos a darnos cuenta de qué formas hemos pospuesto la vida, sin prestar nunca atención al momento.


Cuando la vida se convierte en proceso, desaparecen las viejas distinciones entre ganar y perder, entre éxito y fracaso. Cualquier cosa, incluso un resultado negativo, puede enseñarnos algo, impulsándonos a proseguir la búsqueda. Estamos experimentando, explorando. En el paradigma ampliado no existen «enemigos», sólo cierta gente útil, aunque irritante, cuya oposición atrae la atención hacia determinados puntos de conflicto, a modo de espejo que agrandase las figuras.


Viejos adagios, que en otro tiempo eran solamente poesía, parecen ahora profundamente verdaderos. Como Santa Catalina de Siena: «Todo el camino que conduce al cielo es cielo». Cervantes: «El camino es mejor que la posada». García Lorca: «Nunca llegaré a Córdoba.». C. P. Cavafy: «Itaca te ha proporcionado un hermoso viaje», y Kazantzakis: «Itaca es el viaje mismo» .


Cuando disfrutas del camino, la vida resulta más fluida, menos segmentada; el tiempo se vuelve más circular y sutil. A medida que el proceso gana en importancia, los antiguos valores comienzan a modificarse, como líneas onduladas frente a un espejo de papel de plata. Los enfoques cambian: lo que era grande puede parecer pequeño, distante, y lo que era trivial puede sobresalir como Gibraltar.


Y descubrimos que todo es proceso. El mundo sólido es un proceso, una danza de partículas subatómicas. Una personalidad es un conjunto de procesos. El miedo es un proceso. Un hábito es un proceso. Un tumor es un proceso. Todos estos fenómenos aparentemente fijos se recrean a cada momento, y pueden ser cambiados, reordenados y transformados de mil maneras.


La conexión cuerpo-mente es un descubrimiento relacionado con el proceso. No solamente el cuerpo es un reflejo de todos los conflictos de la mente, pasados y presentes, sino que la reorganización del uno lleva aparejada la del otro. Técnicas psicoterapéuticas como la terapia reichiana, la bioenergética y el Rolfing operan la transformación a través de una reestructuración y realineamiento del cuerpo. Cualquier intervención en el bucle dinámico que forma el cuerpo-mente afecta al conjunto.


Un joven adepto de un método de trabajo corporal llamado Neurokinestesia, describía así su propia transformación:

"Estoy asombrado de cómo ha cambiado y cómo sigue cambiando mi vida. Hay numerosos cambios físicos, y estoy aprendiendo a detectar claves corporales provenientes de diferentes sistemas, incluso de los que se supone que son autónomos. Al mismo tiempo me siento mejorar en mi relación con la gente...


A principios de los años setenta yo y mis amigos nos sentíamos descontentos con el mundo. Nuestras «soluciones» eran intelectualizaciones radicales y retóricas, estudios provenientes básicamente de la propia frustración. Sabíamos que el mundo tenía que cambiar, pero nuestras respuestas no eran satisfactorias, porque no estábamos abordando el sufrimiento humano en el nivel adecuado.


No podemos hacernos cargo de una situación, si no somos capaces de controlar el entorno, esto es, nuestros propios cuerpos, físico, mental y espiritual. Ahí está el verdadero sufrimiento.


No necesitamos estar en tensión. Podemos estar en armonía con el entorno, mirando el mundo con una perspectiva clara. A medida que nuestros cuerpos aprenden a fluir, tanto mas libremente podemos relacionarnos con otros seres, con otra gente, con las situaciones".

Una mayor conciencia implica ante todo una conciencia mayor del cuerpo. Según nos vamos sensibilizando a los efectos que producen en el cuerpo, momento a momento y día a día, las emociones estresantes de todo tipo, aprendemos también a manejar el estrés de forma más directa. Descubrimos nuestra capacidad para controlar el estrés, incluso cuando tiende a aumentar, respondiendo en su presencia de un modo diferente.


El cuerpo puede ser también un medio de transformación. Poniendo a prueba los propios limites en la práctica del deporte, la danza o ejercicios diversos, descubrimos que el propio ser físico es un sistema bioeléctrico fluido y plástico, y no una cosa. Al igual que la mente, alberga potenciales asombrosos.


Uno de los descubrimientos más dulces es el de la libertad, la entrada en ese lugar que las Upanishads sitúan «más allá de penas y peligros». En el seno de la propia biología, se encuentra la llave de la prisión que supone el miedo al miedo, la ilusión de estar aislado. El saber que proviene del cerebro completo nos muestra la tiranía de la cultura y de la costumbre. Restablece nuestra autonomía, integrando nuestro dolor y nuestra ansiedad. Tenemos libertad para crear, para cambiar, para comunicar. Tenemos libertad para preguntar «¿por qué?» Y «¿por qué no?».

«Justamente el hecho de ser un poco más consciente modifica nuestra forma de actuar», dice Joseph Goldstein, maestro de meditación.

 

«Una vez que hemos entrevisto lo que sucede, es muy difícil dejarnos coger en las mismas viejas trampas... En el trasfondo, hay una vocecita que dice: "¿Qué estás haciendo?".»

Las psicotécnicas ayudan a romper la «hipnosis cultural», la ingenua pretensión de que los emblemas y postulados de nuestra propia cultura representan verdades universales o un punto culminante de la civilización, de alguna manera. El robot se rebela, la estatua de Galatea se torna en carne viviente, Pinocho se pincha un brazo y se da cuenta de que no es de madera.


Un sociólogo de cincuenta y cinco años describía así el amanecer de su libertad:

"Un sábado por la mañana, a fines de septiembre de 1972, me dirigía a una pista de tenis para jugar por enésima vez. De pronto, me dije a mí mismo: "¿Para qué hago esto?"... Súbitamente me hice consciente de que el mundo de las actividades convencionales y de las interpretaciones socialmente aceptadas de la realidad era superficial e insatisfactorio.


Me había pasado cuarenta y ocho años luchando sin éxito por alcanzar felicidad y plenitud desde las diversas identidades que socialmente me eran asignadas, en la prosecución de objetivos que contaban con el beneplácito de la sociedad.


Siento haber alcanzado ahora la libertad, tan plena y realmente como podría sentirlo un esclavo fugitivo en el período anterior a la guerra civil. En un momento dado, me sentí libre del miedo y la culpabilidad asociados a mi educación religiosa. En otro momento, hubo un cambio cuando comencé a identificarme a mí mismo no por mi nombre, mi status o mi rol, sino como un ser libre innominado".

Toda sociedad, con su repertorio de juicios automáticos, limita la visión de sus miembros. Desde nuestra más tierna infancia, nos vemos sometidos a la seducción de un sistema de creencias, que acaba por injertarse en nuestra experiencia de un modo tan inextricable, que somos incapaces de distinguir entre cultura y naturaleza.


El antropólogo Edward Hall afirmaba que la cultura es un medio que afecta a todos los aspectos de la vida: lenguaje corporal, personalidad, manera de expresarnos, modo de diseñar la propia comunidad. Somos incluso prisioneros de nuestra propia idea del tiempo. Nuestra cultura, por ejemplo, es «monocrónica», cada cosa a su tiempo; mientras que en otras muchas culturas que existen en este mundo el tiempo es «policrónico».

 

En un tiempo policrónico, las tareas y los acontecimientos empiezan y acaban de acuerdo con el tiempo natural que tardan en terminarse, más que a tenor de pautas rígidas preestablecidas.

"Para la gente criada en la tradición monocrónica del norte de Europa, el tiempo es lineal y segmentado, como una carretera o una cinta que se extiende hacia delante en el futuro y hacia atrás en el pasado. Es también tangible. Hablan de él como de algo que se puede ahorrar, gastar, perder, recuperar, acelerar, enlerdar, y que puede hasta escurrirse o correr".

Aunque el tiempo monocrónico es algo arbitrario, algo que aprendemos o que nos es impuesto, tendemos a considerarlo como si estuviera inscrito en el universo. El proceso transformativo nos vuelve más sensibles a los ritmos y a los impulsos creativos de la naturaleza, así como a las oscilaciones de nuestro propio sistema nervioso.


Otro tipo de liberación, la libertad frente a los «apegos», es quizá, para muchos occidentales, la idea menos comprensible de la filosofía oriental. El «desapego» nos suena a sangre fría, y la «ausencia de deseos» nos resulta poco deseable.
De forma más adecuada, debería entenderse el desapego como no-dependencia. Nuestra agitación interna es, en buena medida, reflejo del miedo que tenemos a perder algo: dependemos, efectivamente, de ciertas personas, de determinadas circunstancias, o de cosas que escapan a nuestro control.

 

En algún nivel sabemos que la muerte, la indiferencia, el rechazo, o un cambio de fortuna pueden dejarnos desnudos, tirados por la marea alta una mañana sobre la playa. Y sin embargo, seguirnos aferrándonos desesperadamente a cosas que en definitiva no podemos retener. El desapego es la actitud más realista que podemos adoptar. Consiste en liberarse de andar siempre pensando en lo que desearíamos, de andar siempre queriendo que las cosas fuesen de otro modo.


Al hacernos conscientes de la futilidad de pensar en lo que se desea, las psicotécnicas nos ayudan a liberarnos de insanas dependencias. Crece nuestra capacidad de amar sin negociaciones ni expectativas, y la capacidad de gozar sin ningún tipo de hipotecas emocionales. Al mismo tiempo, la conciencia incrementada es capaz de dar lustre a las cosas y a los sucesos más simples de cada día, de modo que lo que puede parecer un cambio hacia un tipo de vida más austero, supone con frecuencia el descubrimiento de otras riquezas más sutiles y menos perecederas.


Otro descubrimiento: no nos liberamos hasta que no liberamos a los demás. Mientras tenemos necesidad de controlar a otros, por buenos que puedan ser nuestros motivos, estamos prisioneros de esa necesidad. Al darles libertad, nos liberamos nosotros mismos. Y ellos quedan libres para crecer a su manera.


André Kostelanetz recordaba cómo Leopoldo Stokowski revolucionó la forma orquestal simplemente liberando a los músicos:

"Dispensó a las cuerdas del movimiento uniforme del arco, Sabiendo que la fuerza de la muñeca es diferente en cada músico, y que para sacar de sus cuerdas la más rica tonalidad, cada músico debe contar con un máximo de elasticidad. Leopoldo animaba también a los instrumentistas de viento a que respiraran a su antojo. Como él decía, no le preocupaba cómo tocaran, con tal de que la música resultase hermosa".

Los lazos culturales son con frecuencia invisibles, y sus paredes son de cristal. Podemos creer que somos libres. No podemos salir de la trampa hasta darnos cuenta de que estamos en ella. Solamente nosotros, observaba hace mucho tiempo Edward Carpenter, somos los "guardianes y carceleros". Una y otra vez, la literatura mística describe la miserable condición humana como una prisión innecesaria; es como si la llave estuviera siempre a nuestro alcance a través de los barrotes, pero jamás nos preocupamos de buscarla.


Otro descubrimiento: la incertidumbre. No ya la incertidumbre momentánea, que puede pasar, sino la incertidumbre oceánica, el misterio que baña para siempre nuestra orilla. Aldous Huxley decía en Las puertas de la percepción:

"El hombre que vuelve a atravesar la Puerta del Muro nunca será ya igual al hombre que salió por ella. Será más sabio, pero menos jactancioso; más feliz, pero menos complacido de sí mismo; más humilde en reconocer su ignorancia, y sin embargo estará mejor equipado para comprender las relaciones entre las palabras y las cosas, entre la razón y el Misterio insondable que trata para siempre en vano de abarcar".

O bien, como lo expresaba Kazantzakis, el verdadero significado de la iluminación es «contemplar todas las oscuridades con ojos iluminados».


Las psicotécnicas no "causan" la incertidumbre, como tampoco fabrican la libertad. Solamente abren nuestros ojos a una y otra. Lo único que se pierde es la ilusión. Lo único que ganamos es lo que ya era nuestro desde siempre, aunque no lo reclamáramos. James Thurber lo sabía muy bien: «La seguridad no está en los números ni en ninguna otra cosa». En realidad nunca tuvimos seguridad alguna, sólo su caricatura.


Mucha gente ha vivido toda su vida tranquilamente envuelta en el sentido de misterio. Otra, que han perseguido la certeza como un cazador persigue a su presa, puede sentirse sacudida al encontrarse con la misma razón convertida en boomerang. No solamente la vida cotidiana está llena de sucesos inexplicables, ni solamente se comporta la gente de maneras que podríamos tachar de irracionales, sino que incluso las avanzadillas del pensamiento racional, la lógica formal, la filosofía formalista, las matemáticas teóricas, la física, están minadas de paradojas.

 

Un gran número de conspiradores de Acuario afirmaban haber descubierto los límites del pensamiento racional a partir de su propia preparación científica. He aquí algunas respuestas típicas a la pregunta:

«¿Qué ideas principales se vio usted obligado a abandonar?»
«La prueba científica como único medio de comprensión. »
«Que el racionalismo lo era todo. »

«La fe en lo puramente racional. »
«Que la lógica era todo lo que había realmente. »
«La perspectiva lineal. »
«La visión mecanicista de la ciencia, en la que fui siempre formado. »
«La realidad material. »
«La causalidad. »
«Comprendí que la ciencia había limitado su forma de conocer la naturaleza. »
«Tras muchos años de búsqueda intelectual de la realidad, con el hemisferio izquierdo, una experiencia con LSD me enseñó que había otras realidades alternativas. »

Efectivamente, todos ellos habían abandonado la certeza.


En su obra Zen and the Art of Motorcycle Maintenance (El Zen y el arte de cuidar motocicletas), Robert Pirsig describía el riesgo de presionar la razón hasta el límite, donde ésta se repliega sobre sí misma.

«En las regiones elevadas de la mente, observaba, es preciso adaptarse a los aires más finos de la incertidumbre y a la enorme magnitud de las cuestiones planteadas... »

Cuanto más significativa sea la pregunta, tanto menos probable es encontrarle una respuesta inequívoca. El reconocimiento de la propia incertidumbre nos anima a experimentar, y son las experiencias las que nos transforman. Somos libres de conocer la respuesta, tenemos libertad para cambiar de posición, e incluso para no adoptar ninguna posición. De esa forma, aprendemos a reformular nuestros problemas. Seguir haciéndonos una y otra vez la misma pregunta sin encontrar respuesta es como seguir buscando lo que hemos perdido en los sitios donde ya hemos mirado. La respuesta, como los objetos perdidos, se encuentra en alguna otra parte. Una vez que nos descubrimos capaces de poner en cuestión los presupuestos escondidos tras nuestras viejas preguntas, podemos fomentar nuestros propios cambios de paradigma.


Aquí, como en muchos otros sitios, los descubrimientos están entrelazados. El reconocimiento del proceso permite soportar la incertidumbre. La sensación de libertad requiere incertidumbre: porque necesitamos tener libertad para cambiar, modificar, o asimilar la nueva información, según vamos avanzando. La incertidumbre es el compañero inseparable de todo explorador. Paradójicamente, cuando renunciamos a la necesidad de certeza en términos de control o de respuestas fijas, encontramos en compensación un nuevo tipo de certeza, no apoyada en hechos, sino en la sensación de ser dirigido.

 

Comenzamos a fiarnos de la intuición, de ese conocimiento de todo el cerebro, al que el científico y filósofo Michael Polanyi da el nombre de «tácito saber». A medida que sintonizamos con las señales interiores, éstas parecen hacerse más fuertes.


Quien se inicia en la práctica de las Psicotécnicas se da pronto cuenta que aquellas pulsiones y "atisbos" interiores no contradicen a la razón, sino que representan un modo trascendental de razonar, debido a la capacidad de análisis simultáneo que posee el cerebro, que no podemos seguir ni comprender conscientemente. Saul Bellow describía en su obra Mr. Sammler´s Planet la forma en que generalmente frustramos ese modo de conocimiento:

"El hombre intelectual se había convertido en una fuente de explicaciones. Los padres explicaban a sus hijos, las mujeres a sus maridos, los conferenciantes a los oyentes... , la historia, las estructuras, los porqués. La mayor parte de las veces, por un oído les entraba y por otro les salía. El espíritu quería lo que quería. Tenía su propio modo de conocimiento natural. Y se sentía desgraciado, sentado sobre la superestructura de la explicación, como un pobre pájaro, sin saber hacia dónde volar".

Las psicotécnicas nos conducen a fiarnos más del «pobre pájaro», a dejarlo volar. La intuición, ese modo de «conocimiento natural», se convierte en compañero cotidiano, depositario de nuestra confianza para dejarnos guiar por él incluso en decisiones de menor entidad, lo que genera una sensación creciente de estar fluyendo y actuando de la forma más adecuada.


Íntimamente unida a la intuición está la vocación, literalmente la «llamada». Como decía Antoine de Saint Exupéry de la libertad: «No existe más libertad que la de quien se abre paso para llegar a algo».


La vocación es el proceso de abrirse paso para llegar a algo. Es la dirección más que el objetivo. Una conspiradora, una ama de casa que se dedicó después a hacer películas, decía después de haber tenido una experiencia cumbre:

«Me sentía como si hubiera sido llamada para servir a un plan de alguien en favor de la humanidad».

Los conspiradores típicamente afirman sentirse colaborar con los acontecimientos más que controlarlos o sufrirlos, de un modo semejante a cómo un maestro de aikido aumenta su fuerza a base de aprovechar las fuerzas en juego, incluso las que se le oponen.


El individuo descubre una nueva forma de voluntad flexible que le ayuda a seguir la vocación. A esa voluntad se le ha dado a veces el nombre de «intención». Es lo opuesto a algo accidental, supone una cierta deliberación, pero no posee esa cualidad férrea, que normalmente asociamos con la voluntad.


Para Buckminster Fuller, el compromiso tiene «algo de místico. En el momento que uno empieza a hacer lo que quiere hacer, realmente se inaugura una especie de vida diferente». Resaltando el mismo fenómeno, W. H. Murray decía que todo compromiso parece alistar en su favor a la misma Providencia.

«Ocurre toda suerte de cosas en ayuda de uno, que de otro modo jamás habrían ocurrido. La decisión pone en marcha toda una cadena de acontecimientos, que hacen surgir en favor de uno toda especie de incidentes y encuentros imprevistos y ayudas materiales que nadie podría haber soñado que llegaran de ese modo. »

La vocación es una mezcla curiosa de voluntariedad e involuntariedad, de elección y de abandono. La gente señala que a la vez que se sienten fuertemente empujados en una dirección o a realizar ciertas tareas, están también convencidos de que de alguna manera «tenían» que dar justamente esos pasos.

 

Un poeta y artista, M. C. Richards, decía:

«La vida se desenvuelve siempre en una u otra frontera, haciendo incursiones a lo desconocido. Su camino nos lleva siempre más allá, hacia la verdad. Y no podemos decir que sea un inútil deambular sin dejar huella, pues según va apareciendo el camino parece haber estado allí a la espera de los pasos... , hay pues sorpresas, pero hay también continuidad».

Después de su viaje a la luna, el ex astronauta Edgar Mitchell se interesó hondamente en promover el estudio de los estados de conciencia, y fundó una organización con el fin de recoger fondos para ese objeto. En un momento dado, hizo esta observación a un amigo:

«Me siento como si estuviera obrando al dictado... Justo cuando pienso que todo está perdido, y tengo que poner el pie sobre el abismo... algo surge para sostenerlo en el preciso momento».

Para algunos hay un momento consciente en el que se elige. Para otros, el compromiso sólo resulta reconocible al mirar hacia atrás. Dag Hammarskjóld describía así el tránsito operado en su propia vida, de ser algo ordinario a ser algo pleno de sentido:

"No puedo decir de quién o de qué partió la pregunta, ni tampoco cuándo fue hecha. Ni siquiera recuerdo haberla contestado. Pero en un cierto momento se que respondí a alguien o a algo. Y desde ese punto tuve la certeza de que la existencia tiene pleno sentido y que, por tanto, vivir en el abandono daba a mi vida un objetivo".

Jonas Salk, descubridor de la primera vacuna contra la polio, y comprometido también con un modelo evolutivo de transformación social, aseguraba en cierta ocasión:

«Frecuentemente he sentido no tanto haber yo elegido, cuanto haber sido elegido. ¡Y algunas veces he deseado con todas mis fuerzas desentenderme de ello!».

Pero añadía que, incluso así, todo cuanto se sentía compelido a hacer a pesar de sus racionalizaciones en contra, resultaba al final inmensamente satisfactorio.


Hablando de su propia experiencia, Jung decía: «La vocación actúa como una ley divina, de la que no hay escapatoria». La persona creativa está como poseída, cautivada por un demonio que la dirige. A menos que asintamos al poder de esa voz interior, la personalidad no puede evolucionar. Aunque a veces tratamos mal a quienes escuchan esa voz, decía, son ellos sin embargo quienes «se convierten en héroes de leyenda».


Al aumentar nuestra sensibilidad consciente con respecto a las señales interiores, las psicotécnicas favorecen el sentido vocacional, esa dirección interna que espera ser descubierta y liberada.

 

Frederich Flach señalaba que cuando una persona ha resuelto sus problemas y está dispuesta a enfrentarse al mundo con energía e imaginación, las cosas se ordenan por sí mismas, como si entre las personas y los acontecimientos se diera una colaboración que incluyera la cooperación del destino como aliado:

"Carl Jung llamó «sincronicidad» a ese fenómeno. Lo definió como «ocurrencia simultanea de dos acontecimientos conectados entre sí por su significado pero sin ningún tipo de conexión causal entre ellos...»

 

En el mismo momento en que luchamos por mantener un sentimiento de autonomía personal, nos vemos cogidos también en el flujo de fuerzas vitales mucho más poderosas que nosotros, de modo que mientras seguimos siendo los protagonistas de la propia vida, figuramos también como extras, como portadores de lanzas, en otro drama mucho más amplio...


Este fenómeno nos suena a místico tan sólo porque no lo comprendemos. Pero supuesto el marco mental correcto, la apertura, hay innumerables claves disponibles, la posibilidad de sintetizar las claves en un todo".

Cantidad de conspiradores describen una fuerte sensación de tener una misión que cumplir. He aquí un relato típico:

"Un día, en la primavera de 1977, mientras daba un paseo después de haber estado meditando, tuve una sensación eléctrica, que duró unos cinco segundos, durante los cuales me sentí enteramente integrado en la fuerza creativa del universo. Pude "ver" el tipo de transformación espiritual que estaba intentando realizar, la misión que tenía que cumplir en mi vida, y diversos caminos alternativos por donde podría llevarlo a cabo. Elegí uno de ellos, y estoy haciendo que suceda..."

El sueño que todo hombre lleva en su corazón, decía en cierta ocasión Saul Bellow, es encontrar un cauce significativo para su vida. La vocación nos ofrece ese cauce.


Un descubrimiento que nos induce a la moderación es, no ya la culpa ni el deber, sino la responsabilidad en el más puro sentido de su raíz latina: el acto de devolver, de responder. Podemos escoger el modo de participar en el mundo, el modo de responder a la vida. Podemos ser coléricos, bondadosos, humorísticos, compasivos o paranoicos. Al darnos cuenta de nuestras formas habituales de respuesta, podemos ver las maneras cómo hemos perpetuado nuestras propias tribulaciones.
 

Las psicotécnicas, al focalizar la atención en los propios procesos de pensamiento, nos muestran en qué proporción generamos nuestra experiencia sobre la base de respuestas automáticas y a prejuicios. Un abogado de Los Ángeles recordaba la percepción cegadora que tuvo de la responsabilidad en los años sesenta, cuando era estudiante de primer año de Derecho y se prestó corno voluntario para participar en un experimento sobre los efectos del LSD que se realizaba en la universidad:

"De pronto tuve un vislumbre, breve e impreciso al principio, de mí «verdadero» yo. Llevaba semanas sin hablarme con mis padres; me daba cuenta ahora de que, por un orgullo estúpido, los había herido innecesariamente al prolongar una pelea que no tenía ya ningún sentido. ¿Cómo es que no me había dado cuenta de esto antes?


Momentos después tuve otra revelación, más clara y dolorosa. Pude ver toda la riqueza de posibilidades que había malgastado, al romper con una joven por razones que en aquel momento me parecieron buenas. Ahora me daba cuenta de todos los celos que sentía, mi posesividad, mi suspicacia... ¡Dios mío! Fui yo quien mató nuestro amor, no ella.


Sentado allí en el restaurante, me veía a mí mismo bajo una luz distinta, más "objetiva"... Nadie me estaba engañando ni manipulando. La única fuente de problemas era yo, sólo yo, siempre había sido yo. Comencé a sollozar sin poderme contener. El peso de años de autodecepción parecía aliviarse...


Ciertamente aquella experiencia no me «curó» de los rasgos destructivos de mi personalidad, pero sin embargo, aquel solo día me proporcionó percepciones valiosísimas que iban a permitirme, por primera vez en mi vida, mantener una relación sentimental a pesar de todos sus altibajos. Probablemente no fue una coincidencia el que unas semanas mas tarde conociera a la mujer que llegó a ser, y sigue siendo mi esposa."

Nunca más volvería a tomar LSD, decía, pero la experiencia le liberó de la esclavitud con respecto a su propia superestructura emocional.

"Desde entonces me sentí libre para luchar consciente y continuamente contra ella, lucha que aún hoy día continúa."

Con frecuencia hablamos despectivamente del «sistema», refiriéndonos a una estructura de poder establecida. En realidad, si pensamos que formamos parte de un sistema dinámico, en el que cualquier acción afecta al todo, tenemos poder para cambiarlo. Un recién graduado afirma haber reaccionado ante este pensamiento con una mezcla de sentimientos:

"Muchas mañanas me despertaba con la sensación de tener el miedo agarrado al plexo solar en forma de una piedra gris y fría: miedo a sí importar en realidad... , miedo a que el hecho de tenerlo no sea ya capaz de detenerme. Pero aparte de asustarme, el descubrimiento también me ha despertado. Me habla de mí mismo en unos términos que me muestran que tengo integridad y dignidad. No sólo me dicen que puedo aportar algo diferente, sino que lo diferente en el mundo soy yo mismo."

Michael Rossman recuerda el descubrimiento colectivo hecho por los organizadores del Movimiento en favor de la Libre Expresión, en el sentido de darse cuenta de que podían realmente cambiar las cosas.

"Nada era ya lo que antes parecía. Objetos, encuentros, acontecimientos, todo era ahora misterioso... No cabría ignorar la sensación, aunque sé que a mucha gente le daba pánico. Casi nunca lo mencionábamos, ni tampoco lo comprendíamos, pero nos sentíamos como los oyentes y actores de la antigua tragedia griega, haciendo nuestro papel de personajes libres en un argumento inexorable que todos sabíamos de memoria. No hay palabras que puedan describir esa torturante simultaneidad de libre arbitrio y de destino.


Bien puede ser que cada vez que actuamos conjuntamente, aunque sea en pequeña medida, tratando de convertir este mundo en algo nuevo y sorprendente, nos deslizarnos hacia una apertura a otro plano de la realidad. ¿Será que el hecho de querer cambiar la realidad social en un empeño colectivo puede quebrar profundamente las estructuras perceptivas individuales?"

Cada uno de nosotros es, potencialmente, lo diferente en este mundo.


Un descubrimiento tardío, y que causa por cierto una angustia considerable, es el de que nadie puede convencer a nadie para que cambie. Todos somos guardianes de nuestra propia puerta del cambio, que sólo puede abrirse desde el interior. Nadie puede abrir la puerta de otro, ni basándose en argumentos ni con llamadas a la sensibilidad.


Para la persona que se mantiene bien resguardada tras su propia puerta del cambio, el proceso transformativo es amenazador, incluso visto en otros. Las nuevas creencias y percepciones de los otros suponen un desafío a la realidad "correcta" de la persona inamovible; algo en él podría tener que morir. Semejante perspectiva resulta aterradora, pues nuestras identidades se apoyan realmente más en nuestras propias creencias que en nuestros propios cuerpos. El ego, esa colección de convicciones e inquietudes, teme su propio deceso. En efecto, toda transformación es una especie de suicidio, supone matar ciertos aspectos del ego para salvar un sí mismo más fundamental.


En algún punto temprano de nuestras vidas decidimos hasta qué punto, justamente, deseamos ser conscientes.

 

Establecemos un umbral de conciencia. Escogemos la fuerza mínima que deberá tener una verdad para que nos permitamos admitirla a nuestra conciencia, elegimos hasta qué punto vamos a estar dispuestos a examinar las contradicciones que puedan aparecer en nuestra vida y en nuestras creencias, y hasta qué nivel de profundidad vamos a querer penetrar. Lo que vemos y oímos está sujeto a la censura de nuestro cerebro, podemos filtrar la realidad para acomodarla al nivel de nuestro valor. En cada nueva encrucijada volvemos a elegir en el sentido de una conciencia mayor o menor.


Quienes no pueden comunicar sus propios hallazgos liberadores pueden sentirse a veces distanciados de las personas que les rodean más íntimamente. Finalmente, aunque a contrapelo, aceptan la naturaleza inviolable de la opción individual. Si, por la razón que sea, otra persona ha escogido en su vida la estrategia de la negación, con todos los costes que ello acarrea, no podemos revocar su decisión; ni podemos aliviar a otros del malestar crónico que engendra el vivir una realidad censurada.


Pero hay un descubrimiento compensador. Poco a poco, quienes emprenden el proceso transformativo descubren la existencia de una vasta red de apoyo mutuo. «Es un camino solitario, pero uno no está solo en él», decía uno de los conspiradores. Esa red es algo más que una mera asociación de personas de mentalidad semejante. Ofrece apoyo moral, opiniones sobre uno mismo, oportunidades de descubrimiento y robustecimiento mutuos, ambiente cómodo, íntimo, festivo, ocasiones de compartir experiencias o intercambiar piezas del puzzle.


Erich Fromm, en sus planes de transformación social, subrayaba la necesidad de apoyo mutuo, especialmente en pequeños grupos de amigos:

«La solidaridad humana es condición necesaria para el despliegue de cualquier individuo».

«Sin tales amigos, no hay transformación, no hay Supermente», decía el narrador de la novela de Michael Murphy Jacob Atabet, novela basada en parte en las exploraciones y experiencias de Murphy y sus amigos.

«Somos comadrones unos de otros. »

Las amistades que se forman entre personas seriamente interesadas en proseguir la evolución de la conciencia procuran inmensas satisfacciones, imposibles de describir, decía en una ocasión Teilhard de Chardin. Barbara Marx Hubbard llamaba «supra-sexo» a esa intensa afinidad, ese deseo casi sensual de comunión con otras personas que comparten una misma y más amplia visión de la realidad. La psicóloga Jean Houston hablaba, un tanto forzadamente, de «enjambres», a este respecto, y un conspirador concebía «la red como una fraternidad».


Según una carta firmada por John Denver, Werner Erhard y Robert Fuller, antiguo presidente de la Universidad de Oberlin, y fechada en 1978, había una conspiración que tenía por objeto hacer menos arriesgadas para la gente las experiencias transformativas:

"El hecho de reconocer ante vosotros, y ante nosotros mismos, que formarnos parte de esa «conspiración» que trata de hacer del mundo un lugar más seguro para la transformación personal y social nos proporciona una claridad de objetivos y una sensación de cercanía que nos ayudan a continuar nuestro empeño.


De hecho, el significado original de la palabra conspirar es «respirar juntos», lo cual expresa con toda exactitud nuestra intención. Estamos juntos."

La novela Shockwave Rider describe la pesadilla de una sociedad totalmente monitorizada por computadoras en el siglo veintiuno. El único santuario de intimidad, individualidad y humanidad es Precipicio, un pequeño pueblo formado a partir de las chabolas y cabañas de los supervivientes del terremoto de la Gran Bahía. Sus ciudadanos lo protegen como un oasis, como un prototipo del escape a la deshumanización. A todo lo ancho del país hay una corriente subterránea de simpatizantes que conocen su existencia. Freeman, fugitivo del sistema autoritario, recibe ayuda de esos simpatizantes. Más tarde, hace esta observación:

«Precipicio es un lugar terriblemente grande cuando aprendes a reconocerlo».

Así es la conspiración. A medida que crecen sus efectivos, se hace más fácil encontrar amigos en quienes apoyarse, incluso en el ambiente sofocante de las instituciones y los pueblos pequeños. El sentido comunitario, el compartir mutuamente las experiencias, preparan al individuo para proseguir una empresa que de otra forma sería solitaria. La red, como decía Roszak, es un vehículo de auto-descubrimiento.

«Al buscar la compañía de quienes comparten nuestra identidad más íntima y prohibida, comenzamos a encontrarnos a nosotros mismos como personas »

Un breve encuentro es suficiente para reconocerse. Las respuestas a una pregunta del Cuestionario acerca del modo como se tropezaban con aliados, ofrecen una significativa variedad de relatos:

- Por medio de contactos privados, amigos de amigos.
- Por sincronicidad, como «guiados»: «Parecían asomar cuando los necesitaba».
- Dando a conocer sus intereses: por medio de charlas, escribiendo, organizando o dirigiendo centros. Pero incluso quienes no llegan a eso tampoco se mantienen secretos, por lo general.
- Con mayor frecuencia, en conferencias, seminarios, u otros sitios en donde suelen reunirse quienes tienen intereses similares.
- «¡En todas partes!» En los ascensores, en los supermercados, en los aviones, en reuniones de amigos, en las oficinas.

Algunos conspiradores dicen que a veces cuentan una anécdota en presencia de extraños o de compañeros de trabajo, para ver cómo reaccionan, para ver si comprenden. Como los primitivos cristianos, como los federalistas, como un movimiento de resistencia, los individuos se unen en grupos, siguiendo el dicho budista: «Buscad la fraternidad».


En su libro On waking up, Marian Coe Brezic describía a sus nuevas amistades como «un ramillete de practicantes místicas de base»:

"Tienen hipotecas por amortizar y jefes a quienes tener contentos, y probablemente también un compañero que se pregunta dónde se ha metido...


Mientras tanto, sin embargo, se dedican a rebuscar en la antigua sabiduría, nuevamente descubierta y compartida...


Esa clase de ideas que no son para explicar durante el desayuno, pero que de algún modo iluminan la vida.
Te los encuentras en los mercados, amigos y amigas metafísicos, en todo semejantes a esos vecinos que te hablan del precio de las peras o de qué esta pasando con el café, a menos que compartas su propia búsqueda..."

Tienen un profundo sentido de familia, una familia no fundada en los vínculos de sangre, como decía el novelista Richard Bach, sino en el respeto y la alegría recíprocos como seres humanos:

«Rara vez los miembros de una misma familia crecen bajo el mismo techo».

La comunidad presta gozo y aliento en la aventura. Como dice en su manual el grupo Culturas Paralelas, «necesitamos ayuda a medida que cambiamos de valores, y para ello nos tenemos unos a otros».


El descubrimiento más sutil es la transformación del miedo. El miedo ha sido siempre nuestra prisión: miedo de sí mismo, miedo a perder algo, miedo al miedo.

«¿Qué es lo que nos cierra el paso?» Preguntaba el escritor Gabriel Saul Heilig.

 

«Temblamos aún ante nosotros mismos como niños ante la oscuridad. Sin embargo, una vez nos hayamos atrevido a penetrar hasta el interior de nuestro corazón, descubriremos que hemos entrado en un mundo en el que la profundidad conduce a la luz, y en el que la entrada no tiene fin.»

El miedo al fracaso se transforma al darnos cuenta de que nuestro compromiso consiste en un aprendizaje y una experimentación continuos. El miedo a la soledad se transforma al descubrir la red de apoyo. El miedo a la ineficacia desaparece gradualmente a medida que miramos más allá del tiempo monocrónico de nuestra cultura y cambian nuestras prioridades. El miedo a ser engañado o a parecer insensato se transforma con el súbito reconocimiento de que no cambiar, no explorar, es una posibilidad aún más real y terrorífica.4


El dolor y la paradoja dejan de intimidarnos una vez comenzamos a cosechar los frutos de su resolución, y empezamos a considerarlos como síntomas recurrentes, indicadores de una necesaria transformación de las desarmonías que aún subsisten en nosotros. Cada vez que conseguimos sobrevivir y pasar más allá, encontramos el valor necesario para nuevos encuentros.

 

Quien sobrevive sabe que es verdad lo que afirma Viktor Frankl:

«Sólo se puede iluminar a costa de arder».

El miedo a abandonar este o aquel aspecto del inventario cotidiano de la propia vida se desvanece al considerar que todo cambio se debe a una elección. No hacemos sino dejar lo que ha dejado ya de interesarnos. El miedo a investigar las propias profundidades se supera al comprobar que el sí mismo no era esa oscura fuente de impulsos, contra la que siempre se nos había precavido, sino un centro fuerte y sano.


Cuando, como sucede a veces, un bebé ha logrado el equilibrio para mantenerse de pie pero sigue teniendo miedo a andar, los adultos tratan de tentarle a que ande ofreciéndole a distancia un juguete apetecible. En cierto sentido, las psicotécnicas son trucos para hacernos buscar nuestro propio equilibrio interior. Finalmente, la confianza otorgada a estos sistemas se convierte en auto confianza, o, por mejor decir, en confianza en el proceso mismo de cambio. Aprendemos que el miedo, lo mismo que el dolor, no es más que un síntoma.

 

El miedo es una pregunta: ¿De qué tienes miedo y por qué? Así como la enfermedad lleva en sí el germen de la salud, pues la enfermedad proporciona información, también nuestros miedos son un tesoro de auto-conocimiento, si nos atrevemos a explorarlos. Algunas veces llamamos a nuestros miedos por otros nombres: decimos que estamos cansados o enfermos, que estamos enfadados, que somos realistas, que «conocemos nuestros límites». Descubrir qué es lo que nos produce miedo puede romper el círculo de muchas conductas y creencias autodestructivas.


Una vez hemos experimentado la transformación de un miedo, no nos resulta fácil recuperarlo, como si nos hubiéramos apartado del fuego lo suficiente como para ver que los edificios en llamas son sólo parte de la decoración, o que el humo se debe a un mago que lo está creando entre las bambalinas. Se hace evidente que el miedo es un «efecto especial» de nuestra conciencia. Seguiremos tropezándonos con miedos y problemas el resto de nuestra vida, pero ahora contamos con una herramienta que hace que todo sea diferente.
 


La vida transformada
En el curso del proceso transformativo, nos hacemos artistas y científicos de nuestras propias vidas. La conciencia ampliada favorece la aparición de los rasgos que caracterizan a la persona creativa: captación global de las cosas, percepción fresca como los niños, sentido lúdico, sensación de fluidez. Capacidad de riesgo. Habilidad para focalizar la atención de forma relajada, para perderse en el objeto de la contemplación. Facultad de manejar muchas ideas complejas al mismo tiempo. Disposición a disentir de la opinión de la mayoría. Acceso al material preconsciente. Percibir lo que hay, más que lo que se espera o se está acondicionado para ver.


El yo transformado cuenta con nuevas herramientas, nuevos dones y sensibilidades. Como un artista, sabe espiar la aparición de los rasgos configurantes; sabe extraer significados y guardar su propia, inconfundible originalidad.

«Toda vida, decía Hesse, tiene encima su propia estrella.»

Como buen científico, el yo transformado experimenta, especula, inventa y disfruta con lo inesperado.


El sí mimo, después de haber trabajado en el campo de las psicotécnicas, se revela como aficionado a la psicología popular. Consciente ahora de sus propios acondicionamientos culturales, intenta comprender la diversidad con la curiosidad e interés de un antropólogo. Los hábitos y prácticas de otras culturas sugieren posibilidades humanas inagotables.
 

El yo transformado es también un sociólogo, interesado en el estudio de los lazos que unen a las comunidades y a la conspiración misma. Como físico, acepta en último término la incertidumbre como un hecho real en la vida, y adivina la existencia de otros dominios más allá del tiempo lineal y del espacio inerte exterior. Como biólogo molecular, se queda estupefacto ante la capacidad de renovación, de cambio y de complejidad de la naturaleza.


El yo transformado es también un arquitecto, diseñador de su propio entorno. Es un visionario, capaz de imaginar otros futuros alternativos.


Como poeta, se esfuerza por sacar de las profundidades del lenguaje verdades metafóricas originales. Es también un escultor, empeñado en moldear su propia imagen sobre la roca misma de la costumbre. Intensificando su atención y su flexibilidad, se convierte a la vez en dramaturgo y en toda su propia compañía teatral: payaso, monje, atleta, heroína, sabio, niño...


Con su diario, se convierte en autobiógrafo. Al cernir su pasado en busca de algún resto interesante, actúa como un arqueólogo. Es compositor, instrumento... y música.


Muchos artistas han afirmado que el día que la vida sea plenamente consciente, el arte tal como lo conocemos desaparecerá. El arte es sólo un sustitutivo temporal, un esfuerzo imperfecto por arrancar significado a un entorno en el que casi todo el mundo anda como sonámbulo.


El artista siempre encuentra su material al alcance de la mano. «Vivimos al borde del milagro», decía Henry Miller. En cuanto a T. S. Elliot, escribía que al final de nuestra exploración llegaremos al punto de partida para conocerlo por primera vez. Para Proust, descubrir no consistía en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con ojos nuevos. Whitman preguntaba:

«¿Partes para alguna búsqueda lejana? Al final volverás para encontrarte con las cosas que mejor conoces, y encontrarás la felicidad y el conocimiento, no en otro lugar, sino en este lugar..., no en otra hora, sino en esta hora».

Ya hemos jugado demasiado tiempo a juegos que no nos importaban con reglas en las que no creíamos. Si había algo de arte en nuestras vidas, no era más que brocha gorda. La vida vivida como arte se abre paso por sí misma, hace sus propios amigos y compone su propia música, ve con sus propios ojos. «Voy por ahí palpando adónde ir, obediente a mi propia mano iluminada», escribía el poeta Eric Barker.


Para el yo transformado, como para el artista, el éxito no es nunca un lugar donde quedarse, sino tan sólo un regalo momentáneo. El gozo está en el riesgo, en lo nuevo.

 

Eugene O'Neill despreciaba el «simple» éxito:

"Quienes después de haber tenido éxito no siguen exponiéndose a fracasos mayores, pertenecen a la clase media espiritual. El hecho de detenerse a consecuencia del éxito prueba la insignificancia de su capacidad de compromiso. ¡Qué bonitos debieron de ser un día sus Sueños!... Sólo en lo inalcanzable puede encontrar el hombre una esperanza digna de vivir y morir por ella, y encontrarse así a sí mismo".

Un ingeniero de diseño advertía:

«Haced las cosas con espíritu de investigador en diseño. Estad dispuestos a aceptar las equivocaciones, volviendo a hacer un nuevo diseño. Así no cabe el fracaso».

Si asumimos la visión de la vida de los artistas y científicos, no cabe el fracaso. Toda experiencia tiene unos resultados. De ellos podemos aprender. Desde el momento en que adquirimos por ello mayor comprensión y destreza, no puede decirse que hayamos perdido aunque salga mal. Descubrir es otro experimento.


Como científicos populares, nos volvemos sensibles a la naturaleza, a las relaciones, a las hipótesis. Por ejemplo, podemos aprender a distinguir experimentalmente los impulsos temerarios de las intuiciones genuinas, por una especie de biofeedback de amplio espectro aplicado a esa sensación interna de estar actuando correctamente.


El cuestionario de los Conspiradores de Acuario pedía elegir los cuatro instrumentos más importantes para el cambio social a partir de una lista de quince. La respuesta reproducida con mayor frecuencia fue: «El ejemplo personal». Hace más de una década que Erich Fromm advertía que ninguna idea radical podría sobrevivir a menos que estuviera encarnada por personas cuyas vidas fueran el mismo mensaje.


El yo transformado es el medio. La vida transformada, el mensaje.

 

 

1. Muchas de las críticas que se dirigen a las psicotécnicas se basan en la visible contradicción existente entre la conducta de ciertos individuos y su pretensión de haber sufrido un cambio personal. Mucha gente habla de su supuesta nueva conciencia, como si se tratara de una dieta o de la última película que han visto; pero esta fase puede en realidad ser sólo algo previo al auténtico cambio. Alguna gente siente como si estuviera cambiando de una forma que no resulta evidente a los demás.

 

Otros atraviesan cambios aparentemente negativos, períodos de retraimiento o de excesiva emocionabilidad, antes de conseguir un nuevo equilibrio. Sólo podemos conjeturar los cambios que sufren las demás personas; la transformación no es un deporte para ser contemplado desde la grada. Y podemos incluso equivocarnos sobre lo que a nosotros mismos nos ha sucedido, dándonos cuenta sólo retrospectivamente del cambio que hemos sufrido; o podemos creer que hemos cambiado de forma definitiva, sólo para percatarnos de que a la menor ocasión hemos vuelto a recaer en pautas y conductas que creíamos superadas.

2. El filósofo William Bartley se extraña de la acusación de irresponsabilidad social y política dirigida al movimiento de conciencia, sobre todo ante el hecho del empleo de las técnicas propias de éste por parte de muchos movimientos sociales. 'No hay nada narcisista, decía, en el hecho de querer trascender aquellas cosas de la vida que llevan a la gente al narcisismo. »


Los excesos de algunos individuos relacionados con las psicotécnicas, las pretensiones extravagantes de algunos adeptos sinceros y otros convertidos en mercachifles del espíritu, la tiranía de ciertos supuestos gurús y maestros dividen a la opinión pública. La magnificación de lo sensacionalista, de lo trivial, de lo menos significativo, impide comprender un fenómeno que es extenso y profundamente social.

 

De modo semejante, muchas veces se critica a las psicotécnicas por ciertos incidentes individuales, como individuos que han sufrido crisis psicóticas. Tomar demasiado el sol produce quemaduras, pero no por ello le echamos la culpa al sol. Todos estos métodos se nutren de una fuente de energía de la que cabe también abusar.


La mutua critica y la autocrítica existente en el propio movimiento de conciencia afronta estos problemas con más rigor e interés que las críticas provenientes del exterior.

3. De Viaje a Ixtlan: «Todos nosotros, seamos o no guerreros, tenemos un centímetro cúbico de suerte que salta ante nuestros ojos de tiempo en tiempo. La diferencia entre un hombre común y un guerrero es que el guerrero se da cuenta, y una de sus tareas consiste en hallarse alerta, esperando con deliberación, para que cuando salte su centímetro cúbico él tenga la velocidad necesaria, la presteza para cogerlo».

 

4. La única contra conspiración proviene del miedo y de la inercia. El 44% de los Conspiradores de Acuario encuestados consideraron que la mayor amenaza a la implantación de una amplia transformación social era el miedo generalizado al cambio». Otros factores sugeridos fueron «la repulsa conservadora» (20%), «las excesivas exigencias de quienes abogan por el cambio» (18%) y las «divisiones» entre estos últimos (18%).

 

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