PRÓLOGO

Durante varios meses de 1981, personas de muy distinta condición hablaron de un nuevo libro sorprendente. La Conspiración de Acuario (un título que me pareció oximorónico) estaba causando verdadero furor entre los seguidores de la «nueva era». Pero lo que me impulsó a leerlo fue el entusiasmo de personas vinculadas al mundo empresarial.


Pocas veces un libro ha expresado y documentado lo que muchos de nosotros hemos pensado en secreto. Recordaba el ensayo de Ralph Waldo Emerson, «La confianza en uno mismo», en el que afirma que el verdadero genio dice lo que está en tu corazón, porque está en el corazón de todo el mundo. Tal es el genio de La Conspiración de Acuario.


Después de leer el libro, me puse en contacto con Marilyn a través de su oficina en los Angeles, y desde entonces somos amigos. Cuando hice su presentación en una conferencia en Florida, dije que mi libro, Megatrends, era un documento liviano sobre el cambio, mientras que el libro de Marilyn era «el documento de peso»: Megatrends se refería a los cambios en nuestra sociedad, mientras que La Conspiración de Acuario trataba del cambio en nosotros mismos, en nuestras almas.


En épocas de grandes cambios, la gente busca alguna clase de estructura. Esa búsqueda de parámetros responde, en parte, del actual resurgimiento religioso. Centenares de nuevas iglesias se han establecido durante las dos últimas décadas, ayudadas en parte por los medios de comunicación electrónicos, y muchas de esas iglesias tienen unas creencias fundamentalistas muy estructuradas. Una proliferación similar de nuevos grupos religiosos se produjo hace 150 años, cuando estábamos en medio de otro cambio básico, de una base económica agrícola a otra industrial.


Sin embargo, existe una población en rápido crecimiento a la que no atraen tales estructuras externas: son las personas «orientadas hacia dentro», inclinadas a buscar en el interior de sus propios recursos espirituales. De modo que estamos asistiendo a un resurgimiento simultáneo de la espiritualidad personal. El individualismo de la nueva espiritualidad está alimentado por la naturaleza individualista de una sociedad de información, así por la tendencia que he denominado «respuesta de high-touch» [alta percepción] en contraposición a la high-tech la alta tecnología de la sociedad actual.


Ese es el espíritu en que habla La Conspiración de Acuario, libro que se adelantó a su época, porque el fenómeno de la espiritualidad ha ganado impulso, y las instituciones y preceptos del libro son más ciertos hoy que cuando se publicó hace siete años.


Algunos han criticado a Marilyn Ferguson como demasiado optimista. A este respecto, me he permitido contraponer el consejo de Albert Camus, el cual decía que no existe más que una sola cuestión filosófica: el suicidio. Y si uno decide no seguir ese rumbo, el optimismo es la condición necesaria para avanzar en la vida. Los pesimistas no son de ninguna ayuda. El optimismo de La Conspiración de Acuario es una afirmación de las posibilidades de la vida.


Envidio a quienes van a leer La Conspiración de Acuario por primera vez, porque es uno de los libros más extraordinarios de nuestra época.

JOHN NAISBITT
Washington, D.C.
Junio, 1987


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INTRODUCCIÓN

A comienzos de los años setenta, cuando me encontraba preparando un libro sobre el cerebro y la conciencia, me sentí profundamente impresionada por descubrimientos científicos que atestiguaban la existencia de capacidades humanas mucho más allá de las que consideramos «normales». En esa época, la ciencia no se preocupaba fundamentalmente de las implicaciones sociales de este tipo de investigación, y el público las ignoraba por completo. Se trataba de investigaciones especializadas, diseminadas en diversos campos, escritas en lenguaje técnico, y que se publicaban, dos o tres años después de realizadas, en revistas que se encuentran raramente fuera de bibliotecas especializadas.


Mientras que la ciencia, siguiendo su modo objetivo de proceder, iba acumulando datos sorprendentes sobre la naturaleza del hombre y de la realidad, yo me daba cuenta que cientos de miles de individuos se estaban tropezando, por su parte, con experiencias subjetivas sorprendentes. Por medio de exploraciones sistemáticas de la experiencia consciente, valiéndose de métodos muy variados, han ido descubriendo fenómenos mentales como el aprendizaje acelerado, la conciencia acrecentada, el poder de la visualización interna para curar y para resolver problemas, o la capacidad de recuperar recuerdos olvidados... A consecuencia de lo intuido en tales exploraciones veían modificarse sus valores y relaciones personales. De ahí en adelante abrían sus antenas en busca de cualquier información que pudiera ayudarles a encontrar un sentido a sus experiencias.


Tal vez por haber sido uno de los primeros intentos de síntesis en este campo, mi libro The Brain Revolution: The Frontiers of Mind Research me convirtió en una especie de oficina central, no oficial por supuesto, a donde acudían, por un lado, investigadores que adivinaban las implicaciones de sus descubrimientos, por otro, individuos deseosos de contrastar sus impresiones, o bien periodistas de todo género interesados en encontrar datos de base con que nutrir el creciente interés por el estudio de la conciencia. A fin de satisfacer esa aparente necesidad de conexión y comunicación, comencé a publicar a fines de 1975 un boletín quincenal, el Brain/Mind Bulletin, para dar cuenta de investigaciones, teorías e innovaciones relativas al aprendizaje, a la salud, la psiquiatría, la psicología, estados de conciencia, sueños, meditación, y otros temas relacionados.


El boletín resultó ser un auténtico pararrayos para una energía que yo había subestimado en gran medida. Efectivamente, la respuesta inmediata vino en forma de una avalancha de artículos, de correspondencia y de llamadas, confirmando que un número de personas que crecía rápidamente y sin parar estaba explorando este nuevo territorio, en el campo más radical de la ciencia, de la experiencia subjetiva. En mis viajes por todo el país, dando conferencias o asistiendo a coloquios, encontraba pioneros semejantes en todos lados. Y las nuevas perspectivas estaban comenzando a ponerse en marcha. El activismo social de los años sesenta y la «revolución de la conciencia» de los primeros años setenta parecían converger en una síntesis histórica: el advenimiento de una transformación social como consecuencia de la transformación personal, cambio de dentro afuera.


En enero de 1976, publiqué un editorial con el título «El movimiento sin nombre». Reproduzco aquí parte de su contenido:

"Está ocurriendo algo que merece consideración; algo se está moviendo a una velocidad vertiginosa, algo que no tiene nombre y que escapa a todo intento de descripción.


A medida que el Brain/Mind Bulletin ha ido informando de nuevas organizaciones, grupos cuyo interés converge en nuevos enfoques de la salud, educación humanística, nuevas formas de gestión política o administrativa, nos hemos ido sintiendo sorprendidos por la cualidad indefinible del Zeitgeist1. El espíritu de nuestra época está cargado de paradojas. Es al mismo tiempo pragmático y trascendental. Aprecia a la vez el esclarecimiento y el misterio..., el poder y la humildad..., la interdependencia y la individualidad. Es simultáneamente político y apolítico. Entre sus protagonistas y fautores se encuentran individuos que, sin dejar de pertenecer impecablemente al establishment, se entienden con radicales que en otro tiempo acaudillaban manifestaciones portando pancartas.


En pocos años, ha contaminado a la medicina, la educación, las ciencias sociales, las ciencias exactas, e incluso el gobierno y todo lo que implica se han visto contaminados por «él». Se caracteriza por operar a través de organizaciones fluidas, opuestas a todo dogma, y que se resisten a crear estructuras jerárquicas. Se guían por el principio de que el cambio solamente puede ser facilitado, no decretado. Es parco en manifiestos. Parece dirigirse a algo muy antiguo presente en todo y en todos. Y tal vez, al tratar de integrar la magia y la ciencia, el arte y la tecnología, consiga triunfar donde hasta ahora todos los empeños anteriores habían fracasado."

Tal vez, escribía yo, le esté llegando ahora el momento a esa fuerza indefinible, y sea ya lo suficientemente robusta para recibir un nombre. Pero, ¿cómo caracterizar a esta marea de fondo?


La respuesta de muchos lectores al editorial y la petición que muchas revistas me dirigieron, pidiéndome permiso para reproducirlo, me confirmaron que había mucha gente que estaba viendo y sintiendo esas mismas fuerzas.


Algunos meses más tarde, cuando estaba tratando de esbozar un libro aún no titulado sobre las alternativas sociales que están emergiendo, reflexionaba una vez más sobre la forma peculiar que reviste este movimiento: su estilo directivo atípico, la paciencia e intensidad de sus seguidores, sus éxitos improbables. De pronto, caí en la cuenta de que por el hecho de estar compartiendo unas mismas estrategias, por los lazos existentes entre ellos, y por su recíproco reconocimiento por medio de signos sutiles, los participantes no se estaban limitando a cooperar unos con otros. Estaban siendo cómplices. Ese «algo», ese movimiento, ¡era una conspiración!


Al principio me resistía a usar este término. No quería convertir en sensacionalismo lo que estaba ocurriendo. Además la palabra conspiración tiene, por lo general, connotaciones negativas. Por entonces tropecé con un libro de ejercicios para el espíritu, del novelista griego Nikos Kazantzakis, en el que decía que deseaba hacer una señal a sus camaradas, «como a conspiradores», a fin de que se uniesen para salvar el mundo. Al día siguiente, el periódico Los Angeles Times daba cuenta resumida de un discurso del primer ministro canadiense, Pierre Trudeau, ante una comisión de las Naciones Unidas reunida en Vancouver. Trudeau citaba un pasaje del sacerdote y científico francés Pierre Teilhard de Chardin, en el que éste urgía la necesidad de una «conspiración de amor».


Conspirar, en sentido literal, significa «respirar juntos». Es una unión íntima. 2 Escogí la referencia a Acuario, a fin de dejar clara la naturaleza benévola de esta unión. Aunque no estoy familiarizada con los arcanos astrológicos, me sentía atraída por el poder simbólico de esa idea difundida en toda nuestra cultura popular: el que tras una era violenta y oscura, la de Piscis, entramos en un milenio de amor y de luz, «la era de Acuario», época de la «verdadera liberación espiritual». Esté o no escrita en los astros, lo cierto es que parece estarse aproximando una era diferente; y Acuario, la figura del aguador en el antiguo zodíaco, símbolo de la corriente que viene a apagar una antigua sed, parece ser el símbolo adecuado.


Durante los tres años siguientes, período de búsqueda, reflexión y revisión incesante de este libro, el título comenzó a divulgarse poco a poco. Invariablemente provocaba reacciones de sorpresa y regocijo en los propios conspiradores, que se reconocían a sí mismos como tales y admitían su complicidad en procurar el cambio de las instituciones sociales o nuevos modos de resolver los problemas o de distribuir el poder. Algunos firmaban sus cartas como «co-conspiradores», o ponían «A la atención de la Conspiración de Acuario» en la correspondencia dirigida a mí. La etiqueta parece apropiada al sentido de solidaridad e intriga anejo al movimiento:


A medida que sus redes se extendían, la conspiración se revelaba más y más real al paso de cada semana. Por todas partes en el país, y también fuera de él, parecían estarse organizando grupos de forma espontánea. En sus proclamas exteriores y en sus comunicaciones internas, todos expresaban la misma convicción: «Estamos asistiendo a una gran transformación...», «en este período de despertar cultural...» Los conspiradores me ponían en contacto con otros conspiradores: políticos, ejecutivos de la empresa pública o privada, celebridades, profesionales que intentaban cambiar de profesión, y gente «corriente», que estaban realizando auténticos milagros de transformación social. Estos, a su vez, me ponían en contacto con otros y con sus redes.


Recibí ayuda en las formas más diversas: asesoramiento en investigación, directrices, folletos de circulación interna de unos u otros movimientos, libros y artículos, críticas y dictámenes de especialistas a los diversos borradores del manuscrito, ánimo, y colaboraciones de todo tipo, tratando de ayudarme a descubrir toda la rica historia de la visión transformativa. Ninguno de cuantos me ayudaron pidió a cambio reconocimiento alguno, sólo querían que otros sintieran lo que ellos habían sentido, que atisbaran el potencial que tenemos en común.


A fines de 1977, a fin de comprobar mi propia idea de la conspiración y las opiniones de sus seguidores, envié unos cuestionarios a doscientas diez personas implicadas en tareas de transformación social en áreas muy diversas 3.

 

Respondieron ciento ochenta y cinco personas representantes de campos y modos de vida muy distintos. Aunque algunos son bien conocidos, y unos cuantos incluso famosos, la mayoría es gente cuyos nombres son fundamentalmente desconocidos fuera de sus círculos habituales. Solamente tres solicitaron guardar el anonimato; realmente, ésta es una «conspiración abierta».


A pesar de todo, he procurado no identificar a los participantes en conexión con sus respuestas al cuestionario, aunque aparecen en el texto los nombres de muchos de ellos que han expresado también públicamente sus opiniones. No me parece conveniente asociar la conspiración a determinadas personalidades. Individuos que han estado trabajando en silencio en favor del cambio, podrían encontrar duro seguir funcionando al descubierto, una vez identificados. Y lo que es más importante, alguien podría empezar a establecer diferencias artificiales entre quiénes son y quiénes no son conspiradores.

 

Focalizar la atención en los nombres sería hacer justamente lo que no se debe hacer; cualquiera puede ser un conspirador.


Lo mismo que, al principio, cuando estaba componiendo los primeros esbozos de este libro, dudaba si usar la palabra conspiración, también la palabra transformación me daba miedo. Tenía una connotación de cambios demasiado grandes, tal vez imposibles. Y sin embargo, el uso de esta expresión se ha hecho muy común, y parece que hoy estamos todos convencidos de que nuestra sociedad está necesitada de una remodelación y no meramente de un arreglo. La gente habla hoy libremente de la necesidad de transformar esta o aquella institución o este o aquel procedimiento, y los individuos se recatan menos de hablar de su propia transformación, ese proceso en curso que ha cambiado el tenor de sus vidas.


Desde luego, atraer la atención hacia este movimiento, hasta ahora anónimo, y que con tanta eficacia ha operado lejos de toda publicidad, no deja de tener sus riesgos. Siempre existe la posibilidad de que este vasto reajuste cultural sea asimilado, trivializado o explotado por el sistema; efectivamente, eso ya ha ocurrido en alguna medida. Y existe también el peligro de que las insignias y símbolos de la transformación puedan ser tomados por algunos como si fueran el mismo y difícil camino para llegar a ella.


Pero sean cuales sean los riesgos que comporte su desvelamiento, esta conspiración, profundamente enraizada desde antiguo en la historia humana, nos pertenece a todos. Este libro trata de cartografiar sus dimensiones, tanto en favor de quienes, participando de ella en espíritu, ignoran cuántos otros comparten su sentido de lo posible, como en favor de aquellos que andan desesperados pero estarían deseosos de comprobar alguna evidencia favorable a la esperanza.


Como al fijar las coordenadas de una nueva estrella, el hecho de poner nombres y de trazar un mapa de la conspiración lo único que hace es hacer visible una luz que había estado ahí todo el tiempo, pero que no acertábamos a ver porque no sabíamos bien a donde mirar.

MARILYN FERGUSON
Los Angeles, California
Enero 1980

 


1. En alemán en el original: espíritu de la época. (N. del T.)

2. En su obra La energía humana, Teilhard de Chardin define así la palabra “conspiración”: «En principio supone la aspiración común ejercida por una esperanza. Puede decirse que una conspiración reúne a individuos que respiran el mismo aire y aspiran a unos mismos objetivos. (N. del T.)

3 El Apéndice A al que se hace referencia no apreció en esta edición. (N. del C.)

 

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