03. LAS GENERACIONES DIVINAS

Tanto el zodiaco de doce partes como su antigüedad nos plantean dos incógnitas: ¿quién le dio origen y por qué se dividió en doce partes el círculo celestial?

Para responder hay que ir bastante más allá, para llegar a darse cuenta de que, por debajo de la aparente trascendencia astrológica de dividir los cielos en doce partes, hay una astronomía sumamente sofisticada, una astronomía tan avanzada de hecho que el Hombre, por sí mismo, no habría podido poseerla cuando tuvo su origen esta división del círculo celeste.

En su órbita anual alrededor del Sol, éste parece elevarse cada mes (una duodécima parte del año) en una estación diferente. Pero la que más importa, lo que se tuvo por crucial en la antigüedad y que determina la transición de Era en Era (de Tauro a Aries, de aquí a Piscis y pronto a Acuario), es la estación en la cual parece elevarse el Sol en el día del equinoccio de primavera . Da la casualidad de que la Tierra, en su órbita anual alrededor del Sol, no vuelve exactamente al mismo punto. Debido al fenómeno llamado Precesión, hay un ligero retraso que acumula un grado cada 72 años.

 

Este retraso (asumiendo que los doce segmentos sean iguales, 30 grados cada uno) necesita, así pues, 2.160 años (72 x 30) para que se dé un cambio en la salida del Sol en el día del equinoccio desde el fondo estrellado de una constelación zodiacal (por ejemplo, Tauro) a la anterior (por ejemplo, Aries). Mientras que la Tierra orbita al Sol en dirección contraria a las manecillas del reloj, este retraso hace que el Día del Equinoccio vaya hacia atrás.

Ahora bien, aun con la gran longevidad de tiempos sumerios/ bíblicos (Téraj 205 años de edad, Abraham 175 años), habría llevado toda una vida darse cuenta del retraso de uno (72 años) o dos (144 años) grados; un logro sumamente improbable si no se dispone del avanzado equipo astronómico que hubiera sido necesario. Si esto es así, cuánto más no habría hecho falta para percatarse y verificar un cambio completo de Era Zodiacal de 2.160 años.

 

Ni siquiera los patriarcas antediluvianos, con lo que los expertos consideran como longevidades «fantásticas» (el récord lo ostentan Matusalén con 969 años, y Adán con 930), habrían vivido lo suficiente como para observar todo un período zodiacal. Noé, el protagonista del Diluvio, vivió unos 950 años; sin embargo, en los registros sumerios de los acontecimientos se citaba la constelación zodiacal (Leo) durante la cual había sucedido.

Esto era sólo una parte de los conocimientos imposibles que poseían los sumerios.

 

¿Cómo podrían haber sabido todo lo que sabían? Ellos mismos ofrecieron la respuesta: todo lo que sabemos nos lo enseñaron los Anunnaki, «Los Que Del Cielo a la Tierra Vinieron». Y ellos, viniendo de otro planeta con un enorme período orbital y una longevidad en la cual un año equivale a 3.600 años terrestres, no tuvieron ninguna dificultad en discernir la Precesión y en diseñar el Zodiaco de doce secciones.

De toda la serie de textos que formaron la base de la ciencia y la religión de la antigüedad, y que se tradujeron más tarde a otras lenguas, incluido el hebreo bíblico, los relatos sumerios de los Anunnaki (de los antiguos Dioses) constituyen el material a partir del cual se forjó la «mitología». En las culturas occidentales, la primera mitología que nos viene a la cabeza es la de los griegos; pero ésta, como todas las mitologías de la antigüedad y como los panteones divinos de todas las naciones (de todo el mundo), surgieron de las creencias y de los textos originales sumerios.

Hubo un tiempo, dicen los sumerios, en el cual el Hombre civilizado no estaba aún sobre la Tierra, en el que no había más que animales salvajes y sin domesticar, y en el que aún no se cultivaba nada. En aquel lejanísimo tiempo, llegó a la Tierra un grupo de cincuenta Anunnaki. Dirigidos por un líder cuyo nombre era EA. (que significa «Aquel Cuyo Hogar Es el Agua»), vinieron desde su planeta madre, NIBIRU («planeta del cruce») y, al llegar a la Tierra, amerizaron en las aguas del Golfo Pérsico.

 

En un texto que los expertos conocen como el «mito» de Ea y la Tierra, se cuenta cómo ganó la costa el primer grupo hasta llegar a una zona pantanosa. Su primer trabajo consistió en drenar los pantanos, limpiar los canales de ribera y localizar fuentes de alimentos (que resultaron ser el pescado y la caza). Después, se pusieron a hacer ladrillos con la arcilla del suelo y fundaron el primer asentamiento extraterrestre en la Tierra. Lo llamaron ERIDÚ, que significa «Hogar en la Lejanía» u «Hogar lejos del hogar». Ese nombre es el origen del nombre «Tierra» en algunas de las lenguas más antiguas. La época: hace 445.000 años.

La misión de los astronautas era obtener oro, extrayéndolo de las aguas del golfo. Necesitaban el oro para la supervivencia en Nibiru, pues allí el planeta estaba perdiendo su atmósfera al tiempo que su calor interno, poniendo en peligro la continuidad de la vida en Nibiru. Pero el plan resultó inviable, y los líderes decidieron que habría que obtener el oro de la forma más dura: extrayéndolo de donde había de él en abundancia, del subsuelo del sureste de África.

El nuevo plan precisaba de un incremento sustancial del número de Anunnaki en la Tierra y, con el tiempo, alcanzaron la cifra de seiscientos. También se necesitaba una elaborada operación de embarque del oro refinado para transportarlo desde la Tierra en diversos suministros. Para ello, se utilizaron trescientos nibiruanos más como IGI.GI («Aquellos Que Observan y Ven»), que operaban en plataformas orbitales y lanzaderas. El soberano de Nibiru, AN («El Celestial», Anu en acadio) vino a la Tierra para supervisar la ampliación de presencia y de operaciones. Trajo con él a dos de sus hijos: su hijo EN.LIL («Señor del Mandato»), un amante de la disciplina estricta, para que hiciera el papel de jefe de Operaciones; y una hija, NIN.MA H («Dama Poderosa»), oficial médico jefe.

La división de tareas entre el pionero Ea y el recién llegado Enlil resultó complicada y, en determinado momento, en el que se llegó a un callejón sin salida, Anu llegó a estar dispuesto a quedarse en la Tierra, dejando a uno de sus hijos como virrey en Nibiru. Al final, lo echaron a suertes entre los tres. Anu volvió para reinar en Nibiru; a Enlil le tocó quedarse en la región original de aterrizaje y ampliarla en un E.DIN («Hogar de los Justos»). Su trabajo consistiría en fundar nuevos asentamientos, cada uno con una función específica (un espaciopuerto, un Centro de Control de Misiones, un centro metalúrgico, un centro médico, o como balizas de aterrizaje). Y a Ea le tocó organizar las operaciones mineras en el sudeste de África, una tarea para la cual él, como destacado científico que era, resultaba el más adecuado.

Pero que la tarea estuviera dentro de sus competencias no significaba que a Ea le gustara que su misión estuviera tan lejos del Edin. Así que, para compensarle por el traslado, se le dio el nombre-título de EN.KI, «Señor de la Tierra».

Enlil quizá pensara que aquello no era más que un gesto; pero Ea/Enki se lo tomó muy en serio. Aunque ambos eran hijos de An, no eran más que hermanastros. Ea/Enki era el primogénito, y normalmente habría sucedido a su padre en el trono. Pero Enlil era el hijo que había tenido Anu con su hermanastra y, según las normas de la sucesión de Nibiru, era el heredero legal, aún sin ser el primogénito. Ahora, los dos hermanos se encontraban en otro planeta frente a un conflicto potencial: si la misión a la Tierra se ampliaba, quizás hasta el punto de llevar a cabo una colonización permanente en otro planeta, ¿quién sería la autoridad suprema, el Señor de la Tierra o el Señor del Mandato?

El asunto se convirtió en un grave problema para Enki, a la vista de la presencia en la Tierra de su hijo Marduk, así como del hijo de Enlil, Ninurta; pues mientras el primero había nacido de la unión de Enki con su consorte oficial, el segundo había nacido de la de Enlil (en Nibiru) con su hermanastra Ninmah (cuando ambos estaban solteros; Enlil se casó con Ninlil en la Tierra, Ninmah nunca se casó). Y eso le daba a Ninurta prioridad sobre Marduk en la línea sucesoria.

Incansable tenorio, Enki decidió remediar la situación acostándose con su hermanastra, esperando al mismo tiempo tener un hijo con ella. Pero el acto sexual trajo una hija. Inexorable, Enki no perdió el tiempo en acostarse con la hija tan pronto como maduró; pero ésta también tuvo una hija. Y Ninmah tuvo que inmovilizar temporalmente a Enki para poner fin a sus pretensiones conyugales.

Aunque no pudo tener un hijo con su hermanastra, Enki no careció de otros descendientes varones. Además de MAR.DU K («Hijo del Montículo Puro»), que también había venido de Nibiru, estaban los hermanos NER.GAL («Gran Vigilante»), GIBIL («El del Fuego»), NIN.A.GAL («Príncipe de las Grandes Aguas») y DUMU.ZI («Hijo Que Es Vida»). No está claro que todos ellos fueran hijos de la esposa oficial, NIN.KI («Dama Tierra»); es casi seguro que el sexto hijo, NIN.GISH.ZID.DA («Señor del Artefacto/Árbol de la Vida»), fue el resultado de un amorío de Enki con la nieta de Enlil, Ereshkigal, yendo ésta de pasajera en la nave de él, en su camino desde el Edin a África. En un sello cilindrico sumerio se representa a Enki y a sus hijos .

Una vez Enlil se casó con su consorte oficial, una joven enfermera a la que se le dio el nombre-epíteto de NIN.LIL («Dama del Mandato»), ya nunca flaqueó en su fidelidad a ella. Juntos tuvieron dos hijos, el Dios Luna, NANNAR («El Brillante»), al cual se le conocería posteriormente como Sin entre los pueblos de lenguas semitas, y un hijo más joven, ISH.KUR («El de las Montañas»), que sería más conocido por el nombre de Adad, «El Amado» hijo.

 

Esta escasez de descendencia, comparada con el clan de Enki, podría explicar por qué los tres hijos de Nannar/Sin y de su esposa, NIN.GAL («Gran Dama»), fueron incluidos con rapidez en el liderazgo de los Anunnaki, a despecho de estar tres generaciones por detrás de Anu.

 

Fueron la antes mencionada ERESH.KI.GAL («Señora del Gran País») y los gemelos UTU («El Resplandeciente») e IN.ANNA («Amada de An»), el Shamash («Dios Sol») y la Ishtar (Astarté/Venus) de los panteones posteriores.

En el punto álgido de su presencia en la Tierra, los Anunnaki llegaron a sumar seiscientos, y los textos nombran a bastantes de ellos, indicando en la mayoría de los casos sus papeles o funciones.

 

El primer texto en el que se habla del amerizaje inicial de Enki nombra a algunos de sus tenientes y las tareas que tenían asignadas. También se nombra a los gobernadores de cada uno de los asentamientos establecidos por los Anunnaki, así como a los diez soberanos antediluvianos del Edin. Las descendientes femeninas nacidas como resultado de los tejemanejes de Enki se identificaron también, así como los maridos que se les asignaron. Recordados por sus nombres fueron los chambelanes y los emisarios de los principales Dioses, así como las deidades masculinas y femeninas encargadas de actividades específicas (por ejemplo, Ninkashi, encargada de la elaboración de cerveza).

A diferencia de la total ausencia de genealogía para Yahveh, el Dios bíblico, los «Dioses» Anunnaki estaban completamente al corriente de genealogías y de generaciones cambiantes. Como parte de los conocimientos secretos guardados en los templos, existían Listas de Dioses en las cuales los «Dioses» Anunnaki hacían una relación genealógica/generacional sucesiva. Algunas de las listas que se han descubierto nombran a no menos de veintitrés Parejas Divinas como precursores de Anu (y, por tanto, de Enlil y de Enki) en Nibiru.


Algunas listas nombran simplemente a los Dioses Anunnaki en sucesión cronológica; en otras, se anotó con cuidado el nombre de la madre divina junto con el del padre divino, pues según la madre se determinaba el estatus del descendiente bajo las Normas de Sucesión.

Por encima de todos ellos estaba siempre un círculo de doce Grandes Dioses, los precursores de los Doce Olímpicos del panteón griego. Comenzando con los Dioses de Antaño, cambiando después con los tiempos y las generaciones, la composición del Círculo de Doce varió, pero siempre fueron doce; cuando alguien causaba baja, otro se ponía en su lugar; cuando alguien tenía que ser elevado en rango, otro tenía que descender de categoría.

Los sumerios representaban a sus Dioses con unos distintivos gorros con cuernos , y en algún momento hemos sugerido ya que el número de pares de cuernos reflejaba el rango numérico de las deidades. El rango en el panteón sumerio original comenzaba con 60 (el número base en las matemáticas sumerias), el de Anu, y continuaba con 50, el del sucesor legal, Enlil, 40 para Enki, 30 para Nannar/Sin, 20 para Utu/Shamash y 10 para Ishkur/Adad. A los componentes femeninos se les daba el rango de 55, 45, 35 y 25, los de las esposas Antu, Ninlil, Ninki y Ningal; después, 15 para Ninmah, que no se casó, y 5 para la soltera Inanna/Ishtar; reflejando los cambios generacionales, la segunda ascendería al rango de 15 y Ninmah bajaría al de 5.

Merece la pena resaltar que los dos contendientes por la sucesión en la Tierra, Ninurta y Marduk, estaban fuera de la lista original de los «olímpicos».

 

Pero, cuando la pugna se puso al rojo vivo, el Consejo de los Dioses reconoció a Ninurta como sucesor legal y le asignó el rango de 50, el mismo que el de su padre, Enlil. A Marduk, por otra parte, se le dio un rango bajo, 10.

Estas clasificaciones se tenían por secretos divinos, y se revelaban sólo a «iniciados» sacerdotales elegidos. Las tablillas sobre las cuales se inscribieron los «números secretos de los Dioses» (como la tablilla K.170 del templo de Nínive) llevaban una prohibición estricta de mostrarla ante los la mudu’u -los «no iniciados».

Con frecuencia, mucha información acerca de los Dioses se registraba sin utilizar sus nombres, sino utilizando sus números secretos; por ejemplo, «el Dios 30» en lugar de Nannar/Sin.

En la tabla de la Fig. 20 se identifica a los Grandes Dioses por parentesco y rango, destacando a los doce Grandes Dioses. Pero, ¿por qué doce? Creemos que la respuesta se encuentra en otro importante problema que los Anunnaki tuvieron que afrontar cuando se vieron obligados a cambiar su misión en la Tierra, desde lo que fue la expedición original de extracción de oro hasta la del asentamiento a largo plazo, con casi mil individuos involucrados.

 

Desde su punto de vista, habían venido de un planeta con una órbita «normal» hasta otro que daba vueltas enloquecido alrededor del Sol, orbitándolo 3.600 veces en un año (un período orbital) de Nibiru.

Además de los ajustes físicos, hubo que relacionar de algún modo el tiempo terrestre con el tiempo nibiruano.

 

Tras establecer su sofisticado equipamiento en el Centro de Control de Misiones de Nippur (en una instalación llamada DUR.AN.KI, «Enlace Cielo-Tierra»), se dieron cuenta, cómo no, del retraso gradual de lo que llamamos precesión, y se percataron de que la Tierra, además del rápido año orbital, tenía otro ciclo más largo, el de los 25.920 años que le llevaba volver al mismo punto celeste, un ciclo que llegó a ser conocido como el Gran Año.

Como muestran las imágenes grabadas en sellos cilindricos, los Anunnaki consideraban que «la familia del Sol» constaba de doce miembros: el Sol (en el centro), la Luna (por las razones que se darán), los nueve planetas que conocemos en la actualidad, y uno más, su propio planeta, Nibiru. Para ellos, este número, doce, era el número básico que había que aplicar en todas las cuestiones celestes referentes al Enlace Cielo-Tierra, incluida la división del cielo estrellado alrededor del Sol. Utilizando sus detallados mapas celestes, agruparon las estrellas de cada segmento celeste en constelaciones.

 

¿Qué nombres les pondrían? ¿Por qué no ponerles el nombre de sus propios líderes?

Ahí estaba Ea, «Cuyo Hogar Es Agua», que había amerizado en la Tierra, en las aguas del Golfo Pérsico, que le encantaba navegar en barca por los pantanos, que llenó los lagos de peces.

 

Le honraron poniendo nombres a dos constelaciones, la del Aguador (Acuario) y la de los Peces (Piscis); en tiempos sumerios, se le representaba así en los sellos cilindricos , y los sacerdotes que supervisaban su culto iban vestidos como Hombres Peces. A Enlil, fuerte, cabezota y comparado con frecuencia con un toro, se le honró nombrando a su constelación como la del Toro (Tauro). A Ninmah, deseada pero nunca casada, la honraron con la constelación de Virgo. A Ninurta, llamado con frecuencia el Primer Guerrero de Enlil, se le honró con el Arco, Sagitario; al primogénito de Ea, terco y obstinado, se le asemejó con el Carnero (Aries).

 

Y cuando nacieron los gemelos Utu/Shamash e Inanna/Ishtar, se hizo corresponder con ellos una constelación, Géminis (los Gemelos). (Como reconocimiento al papel de Enlil y de Utu en las actividades espaciales de los Anunnaki, los sacerdotes enlilitas se vestían como Hombres Águilas)

 

Con los cambios de rango jerárquicos, y con la aparición en la escena de la Tierra de una segunda y una tercera generación de Anunnaki, el resto de constelaciones zodiacales se les asignaron a sus homólogos Anunnaki.

No hombres, sino Dioses, diseñaron el zodiaco. Y el número, no importa los cambios que pudiera haber, siempre sumaba doce.


Después de cuarenta «repeticiones» (órbitas) de Nibiru desde su llegada, los Anunnaki destacados a las minas de oro se amotinaron. En un texto titulado Atra Hasis se relatan los acontecimientos previos al motín, el propio motín y sus consecuencias. La más importante fue la creación de El Adán: el texto cuenta cómo vino a la existencia la Humanidad. Instigado por Enki, el motín se dirigió en primer lugar contra Enlil y su hijo NIN.UR.TA («Señor Que Completa la Fundación»).

 

Enlil exigió que a los amotinados se les diera el máximo castigo; Enki dio cuenta de la imposibilidad de continuar con tan duro trabajo; Anu se puso del lado de Enki. Pero todavía hacía falta oro para la supervivencia; de modo que, ¿cómo se obtendría?

En el momento de la crisis, Enki salió con una sorprendente sugerencia ante los líderes Anunnaki:

¡Creemos -dijo- un Trabajador Primitivo que sea capaz de hacer el trabajo!

Cuando el sorprendido Consejo de los Dioses preguntó cómo se podía crear un nuevo ser, Enki explicó que el ser que él tenía en mente «ya existe»: un homínido que ha evolucionado en la Tierra, pero que aún no había alcanzado el estadio evolutivo de los Anunnaki. Todo lo que tenemos que hacer, dijo, es «poner la marca de los Dioses» en ellos, alterarlos genéticamente para que se parezcan a los Anunnaki.


En la Biblia se habla también de la discusión y de la solución sugerida:

Y los Elohim dijeron:« Hagamos al Hombre a nuestra imagen y semejanza»

Un ser que se pareciera a los Anunnaki tanto física como mentalmente. Enki prometió que este ser «se encargará del servicio de los Dioses, para que estos puedan relajarse».

 

Seducidos por las perspectivas de alivio del duro trabajo, los Dioses accedieron.

En varios textos sumerios se relata cómo, con la ayuda de Ninmah, y después de muchos ensayos y errores, se llegó a crear un Lullu, un «Mezclado». Con la satisfacción que daba el haber obtenido un «modelo perfecto», Ninmah lo levantó en alto y gritó: «¡Lo han hecho mis manos!»

Ella creía que aquel instante marcaba un acontecimiento trascendental. Lo mismo hubiéramos pensado nosotros, pues, en la imagen que de ese momento hizo un artista sumerio sobre un sello cilindrico , se nos muestra el acontecimiento más trascendental de la historia de la Humanidad: el instante en el cual nosotros, los Homo sapiens, aparecimos en la Tierra.

Utilizando esta exitosa combinación genética, comenzó el lento proceso de hacer duplicados, un proceso que ahora llamamos clonación. La reproducción, que precisó de mujeres Anunnaki para que hicieran de Diosas del Nacimiento, clonaba al Trabajador Primitivo en series de siete varones y siete hembras. La Biblia (Génesis, capítulos 1 y 5) nos lo cuenta así:

En el día en que los Elohim crearon el Adán, a semejanza de los Elohim lo hicieron; varón y hembra los crearon.

Pero la clonación era un proceso lento, y requería del servicio de las Diosas del Nacimiento, porque el nuevo ser, como híbrido que era, no podía procrear por sí mismo. Así, para acelerar el proceso, Enki llevó a cabo una segunda hazaña de ingeniería genética, pero esta vez por iniciativa propia. Enredando con lo que llamamos ahora cromosomas X e Y, le dio a la raza humana la capacidad para procrear por sí misma.

 

La Biblia registró este acontecimiento en el relato de Adán y Eva en el Jardín del Edén (el sumerio E.DIN), en el cual Enki juega el papel de la Nachash, término que se traduce por «serpiente» pero que también significa «El que conoce/posee secretos».

Por su parte, Enlil, aunque había votado por el experimento genético, lo había hecho no sin cierta reluctancia. A diferencia del gran científico, Enki, a Enlil no le excitaba el desafío científico. Incluso, podríamos imaginarle diciendo: «No hemos venido a otro planeta para jugar a ser Dios»... Enlil se enfureció cuando Enki llevó a cabo su segunda (y no autorizada) manipulación genética. «Has hecho el Adán para que sea como uno de nosotros», capaz de procrear, le gritó; ¡un paso más, y habría comido también del fruto del Árbol de la Vida!

Así, se desterró a la Humanidad del Jardín del Edén, para que se valiera por sí misma; pero, en vez de marchitarse, proliferó y llenó la Tierra. El disgusto de Enlil aumentó cuando los jóvenes Anunnaki empezaron a fraternizar con las Hijas del Hombre, incluso tuvieron hijos con ellas. En la Biblia (Génesis, capítulo 6), la historia de los Nefilim («Aquellos Que Bajaron»), los «hijos de los Elohim» que se casaron con hembras humanas, sirve de preámbulo a la historia del Diluvio, la explicación de la decisión de barrer a la Humanidad de sobre la faz de la Tierra.

Enlil planteó su plan ante el Consejo de los Dioses. Una gran calamidad, dijo, está a punto de ocurrir. Nibiru, en su próximo paso, provocará una gigantesca marea que anegará la Tierra. ¡No advirtamos a la Humanidad, que toda carne perezca! Los Dioses accedieron y juraron guardar el secreto. También lo hizo Enki; pero encontró una forma de advertir a su fiel adorador Ziusudra («Noé» en la Biblia), y le dio instrucciones para que construyera un Arca para salvar a su familia y a sus amigos, así como para preservar la «simiente» de los animales vivos.

La historia de la Gran Inundación es una de las más largas de la Biblia; sin embargo, aun con lo larga que es, no es más que una versión reducida de los mucho más largos y detallados textos sumerios y acadios que tratan de este decisivo acontecimiento. Con posterioridad a él, hasta Enlil se ablandó. Al darse cuenta de que todo lo que los Anunnaki habían construido en la Tierra había quedado destruido, tomó conciencia de que necesitaban la compañía de la Humanidad para hacer habitable de nuevo la Tierra.

 

Con el consentimiento de Enlil, los Anunnaki empezaron a instruir a la Humanidad cultural y tecnológicamente, en intervalos que duraron 3.600 años (correspondientes al período orbital de Nibiru). La culminación del proceso fue la gran civilización sumeria.

En la víspera del Diluvio, los Anunnaki usaron sus naves para escapar de la calamidad, observando el caos y la destrucción desde los cielos de la Tierra. No sólo pereció la Humanidad: todo lo que los Anunnaki habían construido en los últimos 432.000 años fue barrido de sobre la faz de la Tierra o enterrado bajo gruesas capas de lodo; y en esto se incluía el espaciopuerto que tenían en el E.DIN.

Así que la marea comenzó a retroceder, pudieron descender de sus naves orbitales en los picos más altos de Oriente Próximo, los de Ararat. Cuando apareció más tierra seca, pudieron utilizar el Lugar de Aterrizaje, una enorme plataforma de piedra que se había erigido antes del Diluvio en las Montañas de los Cedros, en lo que ahora es Líbano. Pero, para reanudar las operaciones espaciales, necesitaban un espacio puerto; y se tomó la decisión de construirlo en la península del Sinaí. Al igual que antes del Diluvio, el Corredor de Aterrizaje se ancló en los visibles picos gemelos del Ararat; se incluyó el Lugar de Aterrizaje; se seleccionó un nuevo Centro de Control de Misiones (para sustituir al que había habido en Nippur antes del Diluvio); y se levantaron dos picos gemelos artificiales para anclar la terminal del Corredor de Aterrizaje: las dos grandes pirámides de Gizeh en Egipto.

Preocupados por las crecientes rivalidades entre lo que había terminado por asemejarse a dos clanes diferentes en la Tierra, la ubicación del espaciopuerto y de sus instalaciones auxiliares tomó una importancia decisiva. Para minimizar las fricciones, se formalizó de jacto una división de los dominios entre Enlil, en el Edin, y Enki, en el Abzu; al primero y a sus descendientes se les concedió el dominio sobre Asia y las partes más cercanas de Europa; al segundo, todo el continente africano.

 

Esto significaba que el Lugar de Aterrizaje antediluviano y el nuevo Centro de Control de Misiones estaban en territorio enlilita, y que las grandes pirámides, con sus complejos sistemas de guía, estaban en manos de Enki. Se resolvió por tanto ubicar la región del espaciopuerto, es decir, la península del Sinaí, en manos neutrales, en las manos de Ninmah. Para señalar el acontecimiento, se le dio a ella un epíteto-título nuevo: NIN.HAR.SAG, «Dama de los Picos Montañosos».

Nuestra hipótesis de que los Dioses de Egipto no fueron otros que Enki y su clan puede parecer traída por los pelos en una primera impresión. ¿Acaso, para empezar, sus nombres no eran completamente diferentes? Por ejemplo, al gran Dios de Antaño de los egipcios se le llamó PTAH, «El Desarrollador» (o Constructor); pero ése era también el significado del epíteto sumerio de Enki NUDIMMUD, «El Hacedor de Artificios».

 

Él era el Conocedor de Secretos, la Serpiente Divina, en ambos panteones; y (recordando su epíteto «cuyo hogar es agua») se le representó en ambos como al Divino Aguador , nuestro Acuario. En el panteón egipcio, la Señora del Sinaí era HATHOR, apodada «La Vaca» en su ancianidad; también se le apodó así a Ninharsag en Sumer cuando envejeció.

El principal hijo y sucesor de Enki en Egipto fue RA, «El Puro», que se correspondería con Marduk, «Hijo del Montículo Puro», en Mesopotamia. Otras muchas similitudes entre ambos se han expuesto en ha guerra de los Dioses y los hombres. También se han expuesto las razones para identificar al Dios egipcio THOT, hijo de Ptah y guardián de los conocimientos secretos divinos, como el Dios Ningishzidda de los textos sumerios.

Con el tiempo, Ptah/Enki le entregó el cetro de Egipto a su hijo Marduk/Ra; pero esto no le aplacó. Él seguía afirmando que su derecho de nacimiento era reinar sobre toda la Tierra, y eso le llevó a una serie de conflictos con los enlilitas, conflictos de los que ya hablamos: las Guerras de la Pirámide. En determinado momento (hacia el 8700 a.C, según nuestros cálculos), fue forzado a dejar Egipto; según Manetón (un sacerdote egipcio que plasmó por escrito, en tiempos griegos, la historia y la prehistoria de Egipto), se le asignó el reinado entonces a Thot, el hermano de Marduk. ¿Adonde fue Marduk/Ra?

 

No se puede descartar la posibilidad de que fuera enviado de vuelta a Nibiru (los egipcios le llamaban el Planeta del Millón de Años).

 

Un antiguo texto egipcio aparecido en las tumbas faraónicas, titulado La Asignación de Funciones a Thot, muestra a Ra transfiriendo sus poderes a Thot y designándolo como,

«Thot, el Que Toma el Lugar».

«Tú estarás en mi lugar -anuncia Ra-, el Que Toma el Lugar».

Al explicar dónde se encuentra, Ra le dice a Thot:

«Estoy aquí, en el cielo, en mi lugar».

El hecho de que una parte de su ausencia, la época de los semidioses, durara 3.650 años (casi exactamente la media de la órbita de Nibiru, 3.600 años), sugiere claramente que fuera allí donde Ra/Marduk pasara su exilio de la Tierra. Hay textos, tanto egipcios como mesopotámicos, que hablan de un difícil viaje espacial que se llegó a hacer especialmente peligroso en las cercanías de Saturno, y que bien puede que se trate del viaje de regreso de Ra/Marduk a la Tierra.

A su vuelta, Ra/Marduk se encontró con una Tierra difícilmente reconocible. En el período transcurrido, la civilización sumeria había florecido hasta su cima. Allí, además de la ampliación de los aposentos de Enlil y de Enki hasta convertirlos en recintos sagrados rodeados de bulliciosas ciudades (Nippur y Eridú respectivamente), también se habían fundado Ciudades Del Hombre. La recién creada institución de la Realeza había sido inaugurada en una nueva ciudad, Kis, bajo la égida de Ninurta.

 

A Nannar/Sin se le había dado el señorío de un nuevo centro urbano llamado Ur. Un recinto sagrado, construido para una visita de Anu y Antu, se había ampliado hasta convertirse en la ciudad de Uruk (la bíblica Erek), y se le había dado como regalo a Inanna/Ishtar. Se habían formalizado las funciones del sacerdocio; se había introducido un calendario, el famoso Calendario de Nippur, basado en unos sofisticados conocimientos astronómicos y en las festividades oficiales. Dio comienzo en el 3760 a.C, y todavía se utiliza como calendario hebreo.

El recién regresado Marduk debió de gritar a su padre y al Consejo de los Dioses: ¿Y qué pasa conmigo? Puso sus ojos en un lugar que no estaba lejos de donde había estado el espaciopuerto antediluviano, y decidió que lo convertiría en un Bab-lli, un «Pórtico de los Dioses» (de ahí, su nombre de Babilonia). Pretendía que fuera una expresión simbólica y real de su supremacía. Lo que sucedió después viene registrado en la Biblia como el incidente de la Torre de Babel; tuvo lugar en Shine’ar (el nombre bíblico de Sumer).

 

Allí, los seguidores del Dios de Babilonia se pusieron a construir «una torre cuya cima llegue a los cielos» (una torre de lanzamiento, la llamaríamos hoy). «Hagamos un Shem», dijeron, no un «nombre», como se traduce habitualmente, sino el significado original de la fuente sumeria de la palabra MU: un objeto similar a un cohete. Según nuestros cálculos, era hacia el 3450 a.C. Bajando de los cielos, el líder de los Elohim ordenó que se destruyera la torre.


Tanto la versión bíblica como los textos mesopotámicos dan cuenta de que fue después de esto cuando los Elohim decidieron «confundir la lengua de la Humanidad», para impedir que la Humanidad actuara de común acuerdo. Hasta entonces, «había una lengua y un tipo de palabras en toda la Tierra» (Génesis 11,1). Hasta entonces, hubo de hecho una sola civilización, la de Sumer, con un único lenguaje y una única forma de escribir (Fig. 24a).

 

Después de este incidente en Babilonia, se estableció una segunda civilización, la del Nilo (Egipto y Nubia), con su propia lengua y escritura (Fig. 24b); y varios siglos más tarde, la tercera civilización, la del Valle del Indo, dio comienzo con su propia lengua y escritura (Fig. 24c), una escritura que sigue aún sin descifrar.

 

Así, se le asignaron tres Regiones a la Humanidad; la Cuarta Región la conservaron los Dioses: la península del Sinaí, donde estaba el espaciopuerto.

Desafiado en Mesopotamia, Ra/Marduk volvió a Egipto para reimponer su supremacía allí como el Gran Dios de la nueva civilización.

 

Fue hacia el 3100 a.C. Hubo, claro está, un pequeño problema: qué hacer con Thot, que había sido la deidad reinante en Egipto y Nubia en ausencia de Ra/Marduk. Sin ningún tipo de ceremonia, fue apartado... En Los reinos perdidos, sugerimos que, tomando con él a un grupo de seguidores africanos, se fue hasta el Nuevo Mundo para convertirse en Quetzalcóatl, el Dios Serpiente Alada. El primer calendario que instituyó en Mesoamérica (el calendario de la Cuenta Larga) comenzó en el año 3113 a.C; creemos que fue ésa la fecha exacta de la llegada al Nuevo Mundo de Thot/Quetzalcóatl.

Rabioso aún por su fracaso en Mesopotamia, el amargado Marduk volvió para saldar otras cuentas. Durante su ausencia, unos «Romeo y Julieta» divinos (su hermano Dumuzi e Inanna/Ishtar, la nieta de Enlil) se habían enamorado y se iban a prometer. Aquella unión era anatema para Ra/Marduk; le alarmaban especialmente las esperanzas de Inanna de convertirse en Señora de Egipto por medio del matrimonio. Cuando los emisarios de Marduk fueron a detener a Dumuzi, éste resultó muerto de forma accidental cuando intentaba escapar. De su muerte se hizo responsable a Marduk.


Se han descubierto textos en diversas copias y versiones que ofrecen detalles del juicio de Marduk y de su castigo: ser enterrado vivo en la Gran Pirámide, que fue herméticamente sellada para crear una prisión divina. Disponiendo sólo de aire para respirar, pero sin agua ni comida, Marduk estaba sentenciado a morir en aquella colosal tumba.

 

Pero su esposa y su madre apelaron a Anu para que se le conmutara la sentencia de muerte por la de exilio. Utilizando los planos originales de construcción de la pirámide, se excavó y perforó un conducto de escape hasta los pasadizos, por encima de los enormes tapones. El retorno de Marduk de una muerte segura y su salida de la tumba fueron aspectos que llevaron a ver estos textos (titulados por los primeros traductores como «La Muerte y la Resurrección del Señor») como precursores del relato de muerte, entierro y resurrección de Jesús en el Nuevo Testamento.

Ra/Marduk, al ser sentenciado al exilio, se convirtió en Amén-Ra, el Dios invisible. Sin embargo, esta vez estuvo vagando por la Tierra. En un texto autobiográfico en el cual se profetizaba su regreso, Marduk hablaba así de sus andanzas: Yo soy el divino Marduk, un gran Dios. Fui expulsado por mis pecados. A las montañas he ido, en muchas tierras he sido un vagabundo. Desde donde el Sol se eleva hasta donde se pone he ido.

Y fuera donde fuera, seguía preguntando a los Dioses del Hado: «¿Hasta cuándo?»

Se dio cuenta de que la respuesta referente a su Hado venía de los cielos. La Era del Toro, la era que zodiacalmente pertenecía a Enlil y a su clan, estaba terminando. Se estaba acercando el momento en que, en el primer día de la primavera, en el día de Año Nuevo en Mesopotamia, el Sol se elevaría en la constelación zodiacal del Carnero (Aries), su constelación. ¡El ciclo celestial de los Hados auguraba su supremacía, la supremacía de Marduk!

Pero no todos estaban de acuerdo. ¿Era esto así debido a cálculos temporales, o era un fenómeno celestial observable? A Marduk le importaba un bledo; lanzó una marcha sobre Mesopotamia, mientras su hijo, Nabu, organizaba a sus seguidores para invadir el Sinaí y hacerse con el espaciopuerto. La escalada del conflicto se relata en un texto conocido como La Epopeya de Erra, donde se cuenta que, al no ver otra opción, los Dioses que se oponían a Marduk utilizaron armas nucleares para destruir el espaciopuerto (y, de paso, las ciudades infieles de Sodoma y Gomorra).

Pero el Hado se puso de parte de Marduk. Los vientos predominantes del oeste llevaron la mortífera nube nuclear hacia el este, hacia Sumer. Babilonia, más al norte, se salvó. Pero, en el sur de Mesopotamia, el Viento Maligno trajo una muerte repentina y una desolación duradera. La gran capital de Sumer, Ur, se convirtió en campo de correrías para los perros salvajes.

 

Y así, a despecho de los extraordinarios esfuerzos de los oponentes de Marduk, La Era del Carnero se puso en marcha con el ascenso de Babilonia.

 

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