
por
Manuel J.Delgado
publicado en la revista
Año Cero (diciembre 1998).
Grandes eminencias y anónimos personajes del pasado se unieron para
ponderar lo que consideraban como solemne y en tal propósito
gastaron sus riquezas y sus fatigas. En los yacimientos encontramos
monumentos a las grandes gestas guerreras, a la exaltación de los
dioses o al desconcierto de la muerte. Atendiendo a estas
construcciones podríamos considerar que nuestros ancestros se
pasaron su existencia peleando, rezando o muriendo. Y poco más. El
resto de sus vidas, en la mayoría de los casos, queda absolutamente
desconocida para la Historia. Cosas de humanos, a fin de cuentas. El
problema surge cuando nuestras impresiones, y también algunas
pistas, rompen la barrera de lo académicamente correcto y notamos
que no todo es tan humano, ni que los dioses son tan abstractos
y
que ese llamado mundo del más allá pudiera estar más cercano de lo
que suponemos. En el templo de Dendera, al sur de Egipto, la
presencia de esos dioses se palpa como en ningún otro lugar.
Una Historia llena de
historias
Hace exactamente 200 años sucedía un hecho singular que ha pasado a
considerarse como un desastre militar aunque, por otro lado, un
éxito científico. La conocida como "Campaña de Egipto" llevó
a orillas del Nilo a 35.000 soldados y a 500 civiles que componían
la élite científica francesa de aquella época. 167 sabios y
especialistas entre los que se encontraban 21 matemáticos, 3
astrónomos, 17 ingenieros, 13 naturalistas e ingenieros de minas, 4
arquitectos, 8 dibujantes, 10 filólogos y 22 expertos en caracteres
latinos, griegos y árabes desempolvaron una civilización perdida y
misteriosa. Todo empezó a estar sistemáticamente consignado y
reproducido a las órdenes del recién creado l'Institut d'Egypt.
El 21 de julio de 1.798 Napoleón arengaba a sus tropas formadas
frente a la meseta de Giza con su famosa frase:
"Soldados, desde lo alto de estas pirámides, cuarenta siglos os
contemplan". Como antaño hicieran César o Alejandro Magno,
Bonaparte llegó a considerarse dueño de ese territorio. Efímera
sensación cuando se contempla la Historia en su más amplia
perspectiva porque al final los emperadores pasan y las pirámides
siguen en su sitio. El enfrentamiento se llamó "La Batalla de las
Pirámides", y los franceses asolaron el entusiasmo guerrero de
10.000 jinetes mamelucos que tiñeron de rojo con su sangre las
doradas arenas de la meseta de Giza. Aquél día los científicos
fueron rodeados por un ejército tan ocupado en atacar al enemigo
como en defender a tan ilustres personalidades. Pero estos
privilegios fueron debilitándose a medida que el ejército, tan
lejano de su país, sucumbía ante el olvido de su pueblo.
El almirante inglés Nelson hundió en Abukir los 200
navíos que transportaron al cuerpo expedicionario francés.
Desatendidos por Francia y abandonados por el propio Napoleón, que
regresó a París para preparar su coronación como Emperador, las
tropas empezaron a sufrir todo tipo de escaseces. Sin municiones con
las que defenderse, diezmados por la disentería y las epidemias y
arrinconados sin futuro en el delta del Nilo la expedición francesa
fue presa fácil de los ingleses que retomaron el territorio. Al
desastre militar hubo que añadir la pérdida de los tesoros
obtenidos. La famosa piedra Rosetta, sólo fue uno de
los miles de objetos que cambiaron de destino y en lugar de llegar
al Louvre terminaron en las vitrinas del British Museum.
Pese a todo, a los científicos franceses les quedaba el honor de haber
realizado uno de los mejores trabajos de estudio y recopilación de
datos. Y el verdadero triunfo de Napoleón en tierras egipcias no
vino por sus fusiles sino por la pluma de sus eruditos. La
recompensa a sus penurias y a sus interminables horas de trabajo
bajo el sol abrasador del desierto fue la publicación en febrero de
1.802 de la obra titulada "Description de l'Egypte",
compuesta por diez volúmenes donde se reproducían íntegramente las
837 planchas de cuero grabadas y que contenían las más de 3.000
ilustraciones realizadas a lo largo de las riberas del Nilo. Datos
geográficos, etnográficos, zoológicos, botánicos y arqueológicos
surgieron a occidente. Había nacido la egiptología.
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Enterrado bajo las arenas
Los franceses de Bonaparte tuvieron la satisfacción de ser los
primeros en medir la Gran Pirámide o descubrir el
Valle de los Reyes. Las arenas empezaron a ser retiradas y los
relieves volvieron a ver la luz de Ra. Y aquellos
dioses que fueron venerados, viejos ya cuando los nuestros no habían
nacido, se asomaron tímidamente a los investigadores que se atrevían
a contemplarlos. Los europeos del siglo XIX se enteraron de lugares
arqueológicos hasta entonces desconocidos. Uno de ellos fue
Dendera. En el volumen IV de la Descripción de Egipto, en las
planchas 2 a la 34, los dibujantes plasmaron el estado de uno de los
templos más bellos que existe. Empezó con ello un estudio que aún
hoy no ha concluido y lleno, como no podía ser de otra forma, de
enigmas y polémicas.
Dendera es un pequeño pueblo situado en la ribera occidental
del Nilo a 60 km. al norte de Luxor. Su nombre proviene del de "Tentyra"
o "Tentyris", que fue utilizado en la época greco-romana, y
que a su vez provenía del original egipcio "Enet-te-ntr".
El templo de Dendera, conocido también como "El Castillo del
Sistro" o "La Casa de Hathor" está dedicado a Hathor,
la diosa del amor, de la alegría y de la belleza, que los griegos
asimilaron con su Afrodita.
Las inscripciones indican que el edificio original fue construido por
aquellos reyes legendarios conocidos como "los discípulos de
Horus". El faraón Keops ordenó construir un templo
sobre el mismo sitio utilizado por sus míticos predecesores. Bajo el
reinado de Pepi I el templo fue reconstruido ya que era un
lugar religioso de gran importancia. Durante la dinastía XI, fue
famoso por su gran biblioteca de papiros. Volvió a restaurarse en
tiempos del faraón Tutmosis III, y podemos encontrar en las
paredes los nombres de otros faraones que quisieron unir su cartucho
a la importancia del templo, como Tutmosis IV, Ramsés II y
Ramsés III. La última reconstrucción la hizo Ptolomeo VIII,
trabajos que fueron ampliados por los Ptolomeos X, XI y XII,
Cleopatra VII, Julio César "Cesarion", y los emperadores Augusto y
Tiberio. En las decoraciones del edificio principal también pueden
leerse los nombres de Calígula, Nerón, Claudio, Domiciano, Nerva y
Trajano. En resumen, mientras la disposición del templo actual puede
datarse entre los años 116 a.C y 34 d.C, su origen debe remontarse
quizás a la época predinástica.
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Conocimientos
astronómicos sorprendentes
Cuando las tropas de Napoleón llegaron a Dendera en
1.798 el templo luchaba por emerger sobre el mar de arena que se
empeñaba en hundirlo. Su entrada tan solo se adivinaba. Y mientras
que los científicos se armaban de paciencia y de trabajo para
despejar el conjunto, los militares se armaron en el techo del
templo para defender la posición desde tan estratégica atalaya.
Cuentan que una caja de municiones colocada sobre la arena que
también cubría la terraza se deslizó por un tragaluz hacia el
interior. Cuando bajaron a buscarla vieron que había abierto un
camino hacia las salas superiores del templo. Y en una de ellas
realizaron un descubrimiento espectacular cuando las teas encendidas
iluminaron un monolito que medía 3,60 metros de largo por 2,40 de
ancho, y un grosor de casi un metro. Ocho metros cúbicos de roca que
llegaba a pesar 16.000 kg. y que se encontraba colgado del techo.
Para la Historia el descubrimiento fue realizado en 1.799 por el
general Louis Desaix
y por sus representaciones astronómicas se le conoció a partir de
entonces como el Zodiaco de Dendera.
Estudios posteriores comprobaron que no sólo esa sala, sino todo el
templo estaba dedicado al firmamento. Albert Slosman, doctor
en matemáticas y en informática y colaborador de la NASA en
los proyectos Pioneer sobre Júpiter y Saturno, indicó
que todos los fundamentos de astronomía y de astrología del antiguo
Egipto partían de Dendera. Según Slosman existe un papiro del
escriba del faraón Keops que se conserva en el Museo de El
Cairo
y en el que se precisa que,
"...por orden de Khufu,
el templo de la Dama del Cielo de Dendera será reconstruído por
tercera vez, sobre el mismo emplazamiento y según los planos
establecidos por los "sucesores de Horus" sobre pieles de gacela y
salvaguardados en los archivos del Rey...".
Algunos estudiosos como
E.C. Krupp indican que el zodiaco se realizó en el año 30 a.C. y
que fue importado de Mesopotamia. Por su parte Sir Norman
Lockyer, el famoso astrónomo estudioso de Stonehenge,
mantenía que Dendera era mucho más antiguo y que se había construido
en alineación con Sirio. Para el filósofo alsaciano R.A.
Schwaller, el zodiaco de Dendera encierra indicios
internos de una vetustez remota. Giorgio de Santillana y
Herta von Dechend señalan que el movimiento de precesión se
conocía desde la más remota antigüedad y que controlaba la actividad
celestre y la terrestre. Efectivamente, una marca en el zodiaco de
Dendera
indica el polo eclíptico norte que, junto a otros jeroglíficos del
borde del disco, indica las posiciones de los equinoccios en una
época muy anterior a la que es fechado. El gran problema que se
planteaba era el mencionado por Otto Neugebauer y R.A.
Parker, quienes afirmaban que "un amplio conocimiento de la
precesión no es compatible con una descripción no matemática de la
astronomía". Para ellos los egipcios expresaron en términos
alegóricos los conceptos astronómicos. La paradoja es que acertaron
de pleno. Y si no poseían instrumentos apropiados, ¿de dónde les
vino tal conocimiento?.
Un conocimiento que no fue adquirido por evolución sino que aparecía
ya desde el principio de su civilización aunque aludiendo, eso sí, a
la presencia de unos dioses que mediaban en la hazaña y eran los
destinatarios de tal ofrenda. La ceremonia del "estiramiento
de la cuerda" se asociaba con la fundación del templo, ya que
consistía en colocar su eje paralelo a una cuerda que unía dos
estacas. En las inscripciones de Dendera se indica que el rey
tenía su ojo puesto en una estrella de la constelación de la Pata
delantera del Toro (Osa Mayor). I.E.S. Edwards
indica que ese rito del estiramiento de la cuerda es antiquísimo y
menciona el relieve encontrado en el templo solar del faraón
Niuserre (V dinastía). Si las alineaciones astronómicas y el
estudio de los ciclos precesionales eran anacrónicos para griegos y
romanos, ¿cómo es posible que los egipcios del Imperio Antiguo ya lo
conocieran?
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Los dioses atlantes
Albert Slosman publicó en París en 1.976 su libro titulado "El
Gran Cataclismo", donde documenta con todas las pruebas que
ha podido obtener el hundimiento de la Atlántida hace 12.500 años y
el éxodo de los atlantes hasta su llegada a Egipto. Esta fecha
aparece en el zodiaco de Dendera al ser la
constelación de Leo la que sobre una barca parece guiar a todo el
conjunto. Fecha tan arcana fue también mencionada por el grupo de
astrónomos de Charles Dupuis
que estudiaron el zodiaco a su llegada al Museo Imperial de París
(futuro Museo del Louvre) en 1.822.
Aparte de la interpretación del zodiaco, apunta la posibilidad de que
la conexión de Egipto con la Atlántida se corresponda con el
carácter fonético del país del Nilo. Según Slosman la antigua
Atlántida se llamaba AHA-MEN-PTAH (Amenta para los
griegos y Amenti en español) cuya traducción sería el "primer
corazón de Ptah o corazón primogénito de Ptah", siendo Ptah
el dios principal atlante. Los supervivientes fundaron tras el
cataclismo otro país llamado ATH-KA-PTAH, que
significa el "segundo corazón de Ptah", que los griegos
fonetizaron en la palabra Aegyptos. Por ello la
palabra EGIPTO sería el nuevo nombre del país atlante.
Los sacerdotes atlantes, sabedores del peligro que se avecinaba,
hicieron construir unas barcas para salvar a su pueblo. Serían las
"barcas sagradas" que aparecen en todos los grandes templos. Un dato
curioso es que nosotros llamamos ahora al norte de África Magreb,
siendo los países de Marruecos, Túnez y Argelia llamados magrebíes.
Esta palabra proviene de la antigua "Moghreb" que significa "Tierra
de Poniente o del oeste". No existe tierra ni civilización que desde
el este pudieran llamar así a África, a no ser aquellos que alguna
vez habitaron la Atlántida, porque sólo desde allí podría verse
Africa al oeste. Dicha palabra, por tanto sería otra aportación
atlante.
El techo de la sala hipóstila de Dendera sería una
escenificación del cataclismo atlante. En la interpretación
ideográfica de los jeroglíficos una línea quebrada significa "agua";
dos líneas señalarían en plural "aguas"; tres líneas apuntarían "la
crecida del Nilo"; y el "diluvio" estaría representado por cinco
líneas. Pues bien, tanto en el techo del templo como en el zodiaco
aparecen ocho líneas quebradas, el superdiluvio o gran cataclismo
que produjo el hundimiento de la Atlántida y que fue
descrito por Platón en Timeo y Critias.
Para un gran número de estudiosos la civilización antigua egipcia debe
sus extraordinarios conocimientos a los atlantes. Para Slosman,
además, le deben también sus dioses. Sostiene que el capítulo XVII
del Libro de los Muertos "recoge la teología original del mundo de
la cual todas han derivado… El Antiguo Testamento no es sino una
copia de esta Teología original, en la que Moisés era
Príncipe de Egipto y, por tanto, había sido elevado a Gran
Sacerdote". El nombre de Moshe, Moisés, no significaría
"salvado de las aguas" sino "nacido de las aguas" por lo que tiene
una connotación con los "nacidos de las aguas del cataclismo", los
"primogénitos" descendientes de Osiris y sucesores de
Horus
en Egipto. Moisés, por tanto, no sería un príncipe cualquiera sino que
aprendió la cosmogonía egipcia y también la tecnología de los
dioses.
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Los dioses
extraterrestres
Los dioses atlantes aparecen en procesión subiendo la escalera
principal que conduce a la terraza del templo de Dendera. La
comitiva está compuesta por todos aquellos dioses primigenios,
sucesores de Horus, cuya representación pictórica en
el Antiguo Egipto muestra una clara diferenciación con el resto de
los mortales… son verdes. El caso es que si la teología atlante es
idéntica a la de Abraham y a la de Moisés, y por ende
el Antiguo Testamento proviene de ella, ¿dónde estarían esos hijos
de dios que se unían a las hijas de los hombres y ellas les daban
hijos que fueron los héroes de la antigüedad? (Génesis, 6-1)
Moisés debería estar al tanto de los grandes conocimientos
tecnológicos de los que encontramos gran profusión en el templo de
Dendera. Porque a parte de las famosas "bombillas de Dendera",
el templo guarda un secreto mucho más importante relacionado con la
energía y su utilización. Es lógico encontrar a los dioses como
protagonistas de todo tipo de escenas litúrgicas, pero su procesión
hacia la terraza del templo es una incógnita. ¿Qué se quiso
representar con ello?.
Una escalera de caracol desde el piso principal desemboca en la zona
superior del templo. Allí se encuentran varias capillas dedicadas al
misterio de la muerte y resurrección de Osiris, y la
habitación que alberga el zodiaco. En un nivel superior, al que se
accede por una escalera exterior, se encuentra la terraza. Existe
otra escalera de caracol simétrica a la de subida y que está
destinada a la bajada. Ambas escaleras están decoradas prácticamente
con los mismos motivos aunque contrarios. Por una, la comitiva de
grandes sacerdotes se encaminaba hacia la terraza llevando ofrendas
y otros objetos. Por la otra, los sacerdotes bajaban después de
haber realizado sus ritos en la terraza. Ya no bajaban las ofrendas,
aunque transportaban el mismo objeto misterioso que habían subido
anteriormente. Este objeto, rectangular, llevado con sumo cuidado
por varios sacerdotes especialistas, mantiene una clara diferencia
cuando sube y cuando baja. Cuando es transportado en la subida está
repleto de serpientes cobra, símbolo de energía en el antiguo
Egipto. Pero cuando baja las cobras han desaparecido, ya no tiene
energía. ¿Qué pudo haber pasado en la terraza?.
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¿Aterrizaron naves en
Dendera?
El techo del templo, salvo unas vistas estupendas, no tiene nada más.
Es una gran explanada de piedra rodeada de un pequeño muro que no
motiva, aparentemente, la procesión ni de dioses ni de sacerdotes.
Pero un estudio de la superficie de la terraza nos ofrece otras
pistas de increíble naturaleza. Por todo el suelo, en una superficie
pétrea que sería capaz de albergar una cancha de baloncesto, se
distribuyen unos orificios dispuestos en líneas enigmáticas.
Un primer examen ocular indica que sobre las líneas se volcaron
metales derretidos pues la presencia de cobre y zinc (o plomo)
parece confirmar la idea. Las placas metálicas se colocarían bajo un
plan preciso, donde los metales funcionarían según los propósitos de
un ingeniero electrónico, porque una placa electrónica es lo que
parece la terraza superior del templo de Dendera. Tanto por
el pedestal que rodea el conjunto, como por unos orificios que
podrían utilizarse como desagües, podemos pensar que incluso la
terraza podría llenarse con algún tipo de líquido para producir
efectos de electrolisis, una técnica conocida en Egipto desde
tiempos remotos. Pese a que nosotros sólo hemos podido conocer esa
técnica desde 1.831 (Faraday), el Museo de El Cairo
está lleno de joyas donde la soldadura entre oro y plata se produjo
por este procedimiento.
La energía que pudiera obtenerse de esta disposición electrónica
debería ser utilizada por algo, o por alguien. Y sólo así
entenderíamos por qué el techo del templo era tan importante para
los sacerdotes. Esa plataforma tenía que ver con los dioses. El que
los sacerdotes bajasen de la azotea sin ofrendas puede interpretarse
como que las dejaban arriba para que se pudrieran o que algún
listillo las recolectará con posterioridad. Pero el hecho más
significativo es precisamente la operatividad de un objeto que,
según aparece esculpido, es una copia exacta de otro muy especial,
el Arca de la Alianza. La conexión entre el Arca y
Egipto no ofrece dudas, ni los conocimientos de Moisés tampoco.
El Arca de la Alianza poseía unas características
electromagnéticas que la hicieron peligrosa ante cualquier manejo
erróneo. Solo los sacerdotes especialistas podían manipularla. Lo
que apreciamos en Dendera es similar. Si ciertas naves
aterrizaron en el techo del templo, o los sacerdotes imitaran con
esa liturgia contactos producidos en tiempos más remotos, sería
lógico suponer que los dioses aportarían a los mortales su sabiduría
y su tecnología. Pero no es así, los dioses bajaron en sus naves
para hacerse cargo de una pila cargada en el sancta sanctorum
del templo, por unas energías que desconocemos pero que muchos
sensitivos han logrado captar. Los dioses habían obtenido su ofrenda
en forma de electricidad. Dioses que recorrían el cielo de Egipto y
que descendían precisamente en el templo dedicado a la Dama del
Cielo, tal y como fue descrito por Berosso o por
Demetrio de Falera, director de la Biblioteca de
Alejandría y autor de la obra titulada "Acerca de las
luces que se ven en el cielo, puntos luminosos que se ven
ocasionalmente en el cielo y que nada tiene que ver con las
estrellas".
Para los que creen que la cultura faraónica surgió del caos más
primitivo, los antiguos egipcios adoraron a vulgares vacas,
cocodrilos, carneros o escarabajos. Pero algunas pistas, como las
encontradas en el templo de Dendera, nos permiten vislumbrar
que aquellos sacerdotes no eran tan simples.
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