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			PARÍS  
			 I
 
			 La catedral de París, como la mayoría de las basílicas 
			metropolitanas, está colocada bajo la advocación de la bendita 
			Virgen María o Virgen-Madre. En Francia, el vulgo llama a estas 
			iglesias las Nótre-Dame. En Sicilia, llevan un nombre todavía más 
			expresivo: Matrices. Son, pues, templos dedicados a la Madre (en 
			latín, mater, matris), a la Matrona en el sentido primitivo, palabra 
			que, por corrupción, se ha convertido en Madona (ital. ma donna), mi 
			Señora y, por extensión, Nuestra Señora.
 
			 Franqueemos la verja y empecemos el estudio de la fachada por el 
			gran pórtico, llamado pórtico central o del Juicio.
 
			 El pilar central, que separa en dos el vano de la entrada, ofrece 
			una serie de representaciones 
			alegóricas de las ciencias medievales. De cara a la plaza -y en 
			lugar de honor- aparece la alquimia 
			representada por una mujer cuya frente toca las nubes. Sentada en un 
			trono, lleva un cetro 
			símbolo de soberanía-en la mano izquierda, mientras sostiene dos 
			libros con la derecha, uno 
			cerrado (esoterismo) y el otro abierto (exoterismo). Entre sus 
			rodillas y apoyada sobre su pecho,
			yérguese la escala de nueve peldaños -scala philosophorum -, 
			jeroglífico de la paciencia que deben
			tener sus fieles en el curso de las nueve operaciones sucesivas de 
			la labor hermética (lámina II).
 
				
				«La
			paciencia es la escala de los Filósofos -nos dice Valois (1)-y la 
			humildad es la puerta de su jardín;
			pues a todos aquellos que perseveren sin orgullo y sin envidia, Dios 
			les tendrá misericordia.»  
			 (1) 
			Obras de NicolÁs Grospanny y Nicolas Valois. Maus. bibliot. de 
			l’Arsenal, n.- 2.516 (166
			S.A.F.), pág. 176  
			  
			 Tal es el título del capítulo filosofar de este mutus Liber que es 
			el templo gótico; el frontispicio de esta Biblia oculta y de macizas 
			hojas de piedra; la huella, el sello de la Gran Obra cristiana. No 
			podía hallarse mejor situado que en el umbral mismo de la entrada 
			principal.  
			
			 
			 Así, la catedral se nos presenta fundada en la ciencia alquímica, 
			investigadora de las transformaciones de la sustancia original, de 
			la Materia elemental (lat. materea,-raíz mater, madre). Pues la 
			Virgen-Madre, despojada de su velo simbólico, no es más que la 
			personificación de la sustancia primitiva que empleó, para realizar 
			sus designios, el Principio creador de todo lo que existe. Tal es el 
			sentido, por lo demás luminosísimo, de la singular epístola que se 
			lee en la misa de Inmaculada Concepción de la Virgen, cuyo texto 
			transcribimos:  
				
				«El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras, desde el 
			comienzo, antes que criase cosa alguna. Desde la eternidad fui 
			predestinada, y antes que fuese hecha la tierra. Aún no existían los 
			abismos, y yo había sido ya concebida. Aún no habían brotado las 
			fuentes de las aguas; aún no estaba asentada la pesada mole de los 
			montes; antes de que hubiese collados yo había ya nacido. 
				 
				Aún no había hecho la tierra, ni los ríos, ni los ejes del globo de 
			la tierra. Cuando Él extendía los 
			cielos, estaba yo con El; cuando con ley fija y valla encerraba los 
			abismos; cuando arriba 
			consolidaba el firmamento, y ponía en equilibrio los manantiales de 
			las aguas; cuando circunscribía 
			al mar en sus términos, y ponía ley a sus olas para que no 
			traspasasen sus linderos; cuando asentaba 
			los cimientos de la tierra, con Él estaba yo concertándolo todo.»
 
			 Trátase aquí, visiblemente, de la esencia misma de las cosas. Y, en 
			efecto, nos enseña la
			Letanía que la Virgen es el Vaso que contiene el Espítitu de las cosas.- Vas spirituale.
 
				
				«Sobre una mesa, a la altura del pecho de los Magos –nos dice 
			Etteilla (2)-, estaban, a un lado, un
			libro o una serie de 
			hojas o de láminas de oro (el libro de Thot), y, al otro, un vaso 
			lleno de un licor celeste-astral,
			compuesto de un tercio 
			de miel silvestre, una parte de agua de la tierra y una parte de 
			agua del cielo... El secreto, el 
			misterio, estaba, pues, en el 
			vaso.» 
			 Esta Virgen singular -Virgo singularis, como la llama expresamente 
			la Iglesia -es, además,
			glorificada mediante epítetos que denotan con bastante claridad su 
			origen positivo. ¿Acaso no se la 
			llama también palmera de Paciencia (Palmapatientiae), Lirio entre 
			espinas (3) (Lirium inter spina
			), Mie1 simbólica de Sansón, Vellón de Gedeón, Rosa Mística, puerta 
			del Cielo, Casa de Oro,
			etc.?  
			  
			 (2) Etteilla, Le Denier du Pauvre, en las Sept nuances de I’Oeuvre 
			philosophique, s. 1. n. E (1786), pág. 57. (3) Es el tftulo de unos célebres mans. alquímicos de Agrícola y de 
			Ticinensis. Véase bibliot. de Rennes (159), de Bordeaux (533), de 
			Lyon (154). y de Cambrai (919).
 
			  
			 Los mismos textos llaman también a María Sede de 1ª Sabidutía, 
			lo cual equivale a Tema de
			la Ciencia hermética, del saber universal. En el simbolismo de los 
			metales planetarios, es la Luna, que recibe los rayos del sol y los 
			conserva secretamente en su seno. Es la dispensadora de la sustancia 
			pasiva, a la cual anima el espíritu solar. María, Virgen y Madre, 
			representa, pues, la forma; Elías, el sol, Dios Padre, es emblema 
			del espíritu vital. De la unión de estos dos principios resulta la 
			materia viva, sometida a las vicisitudes de las leyes de mutación y 
			de continuidad. 
			 Y surge entonces Jesús, el espíritu encamado, el fuego que toma 
			cuerpo en las cosas, tal como las conocemos aquí abajo:
 
				
				Y EL VERBO SE HIZO CARNE, Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS 
			 Por otra parte, la Biblia nos dice que María, madre de Jesús, era de 
			la rama de Jesé. Ahora 
			bien, la palabra hebrea Jes significa el fuego, el sol, la 
			divinidad. Ser de la rama de Jesé equivale, pues, a ser de la 
			raza del sol, del fuego. Como la materia tiene su origen en el fuego 
			solar, tal como acabamos de ver, el mismo nombre de Jesús se nos 
			presenta en su esplendor original y divino: fuego, sol, Dios.  
			 Por último, en el Ave Regina, la Virgen es adecuadamente llamada 
			Raíz (Salve, radix), para
			señalar que es principio y comienzo del Todo. «Salve, raíz por la 
			cual la Luz ha brillado sobre el 
			mundo.»
 
			 Tales son las reflexiones que sugiere el expresivo bajo relieve que 
			acoge al visitante bajo el pórtico de la basílica. La Filosofía 
			hermética, la antigua Espagírica, le dan la bienvenida en la iglesia 
			gótica, en el templo alquímico por excelencia. Pues la catedral 
			entera no es más que una glorificación muda, pero gráfica, de la 
			antigua ciencia de Hermes, de la que, por otra parte, ha sabido 
			conservar a uno de los antiguos artífices. Nótre-Dame de París 
			guarda, en efecto, su alquimista.
 Si, impulsados por la curiosidad, o para distraer el ocio de un día 
			de verano, ascendéis por la escalera de caracol que conduce a las 
			partes altas del edificio, recorred despacio el camino, trazado como 
			una atarjea, que se abre en lo alto de la segunda galería. Al llegar 
			cerca del eje medial del majestuoso edificio, percibiréis, en el 
			ángulo entrante de la torre septentrional, en medio de un cortejo de 
			quimeras, el impresionante relieve de un gran anciano de piedra. Es 
			él, es el alquimista de Nótre-Dame (lám. III).
 
			
			 
			 El sabio Pierre Dujols, en un análisis 
			de la obra
			de Lombard (de Langres) titulada Histoire des Jacobins, depuis 1 789 
			jusqu’á
			cejour, ou Etat de 1’Europe en novembre 1820 (París, 1820), escribe 
			que, al
			admitir al Epopte (en los Misterios de Eleusis) se preguntaba al 
			recipiendario
			si se sentía con la fuerza, voluntad y la abnegación necesarias para 
			intervenir en la GRAN OBRA. Después, le ponían un gorro rojo sobre 
			la cabeza y pronunciaban esta fórmula:  
				
				«Cúbrete con este gorro, que vale más que 
			una
			corona real,»  
			 Se estaba lejos de sospechar que esta especie de 
			sombrero,
			llamado liberia en las Mitríacas, y que antaño era propio de los 
			esclavos
			libertados, sería un símbolo masónico y la señal suprema de la 
			Iniciación. 
			No hay que admirarse, pues, de verlo figurar en nuestras monedas y 
			en 
			nuestros monumentos públicos. 
			Tocado con el gorro frigio, atributo del Adepto (4), negligentemente 
			colocado sobre los largos cabellos de espesos bucles, el sabio, 
			envuelto en la capa ligera del laboratorio, se apoya con una mano en 
			la balaustrada, mientras se acaricia con la otra la barba poblada y 
			sedosa.  
			  
			 (4) El gorro frigio, que llevaban los sans-culottes y constituía una 
			especiede talismán protector en medio de las hecatombes revolucionarias, 
			era señal distintiva de los Iniciados.  
			  
			 No medita; observa. Tiene los ojos fijos, y, en la mirada, 
			una agudeza extraña. Todo, en la actitud del Filósofo, revela una 
			intensa emoción. La curvatura de los hombros, la proyección de la 
			cabeza y del busto hacia delante, expresan, efectivamente, la mayor 
			sorpresa. La mano petrificada se anima. ¿Será una ilusión? Uno 
			aseguraría que la ve temblar...  
			 ¡Espléndida figura la del viejo maestro que escruta, interroga, 
			ansioso y atento, la evolución de la vida mineral, y contempla al 
			fin, deslumbrado, el prodigio que solamente su fe le había dejado 
			entrever!
 
			 ¡Y cuán pobres son las modernas estatuas de maestros sabios -ya 
			estén fundidas en bronce o talladas en mármol-, comparadas con esta 
			imagen venerable, de tan formidable realismo en su sencillez!
 
			  
			 II
 
			 El estilóbato de la fachada, que se desarrolla y se extiende bajo 
			los tres arcos, está enteramente consagrado a nuestra ciencia; y 
			este conjunto de imágenes, tan curiosas como instructivas, 
			constituye un verdadero regalo para el descifrador de los enigmas 
			herméticos.
 
			 Allí encontraremos el nombre lapidario del tema de los Sabios,-allí 
			asistiremos a la elaboración del disolvente secreto; allí, en fin, 
			seguiremos paso a paso el trabajo del Elixir, desde su calcinación 
			primera hasta su última cocción.
 
			 Pero, a fin de observar cierto método en este estudio, observaremos 
			siempre el orden de sucesión de las figuras, yendo desde el exterior 
			hacia las hojas de la puerta, tal como lo haría un fiel al penetrar 
			en el santuario.
 
			 Sobre las caras laterales de los contrafuertes que limitan el gran 
			pórtico, encontraremos, a la altura del ojo, dos pequeños bajo 
			relieves embutidos cada uno en una ojiva. El del pilar de la 
			izquierda os presenta al alquimista descubriendo la Fuente 
			misteriosa que Trevisano describe en la Parábola final de su libro 
			sobre la Filosofla natural de los metales (1).
 
			  
			 (1) Véase J. Mangin de Richebourg, Bibliothéque des Philosophes 
			Chiiniques, París, 1741, t. 11, tratado VII 
			 El artista ha caminado largo tiempo; ha errado por vías falsas y 
			caminos dudosos; ¡pero al fin se 
			ve colmado de gozo! El riachuelo de 
			agua viva discurre a sus pies; brota, a borbotones, del roble hueco 
			(2).
			Nuestro Adepto ha dado en el blanco. Y así, desdeñando el arco y las 
			flechas con las cuales, a la 
			manera de Cadmo, traspasó el dragón, mira ondear el límpido caudal 
			cuya virtud disolvente y cuya esencia volátil le son atestiguadas 
			por un pájaro posado en el árbol. (lam. IV)
 
			
			 
			 Pero, ¿cuál es esta Fuente oculta? ¿Cuál es la naturaleza de este 
			poderoso disolvente capaz de penetrar todos los metales -el oro, en 
			particular-y de cumplir, con la ayuda del cuerpo disuelto, la gran 
			obra en su totalidad? Estos son enigmas tan profundos que han 
			desanimado a un número considerable de investigadores; todos, o casi 
			todos, han dado de cabeza contra este muro impenetrable, levantado 
			por los Filósofos para servir de recinto a su ciudadela.  
			 La mitología la llama Libethra (3), y nos cuenta que era una fuente 
			de Magnesia, cerca de la cual había otra fuente llamada la Roca. 
			Ambas brotaban de una gran roca que tenía la forma de un seno de 
			mujer; de suerte que el agua parecía brotar como leche de dos senos. 
			Ahora bien, sabemos que los autores antiguos llaman a la materia de 
			la Obra nuestra Magnesia y que el licor extraído de esta magnesia 
			recibe el nombre de Leche de la Virgen.
 
			  
			 Esto es ya un indicio. En 
			cuanto a la alegoría de la mezcla o de la combinación de esta agua 
			primitiva brotada del Caos de los Sabios con una segunda agua de 
			naturaleza diferente (aunque del mismo género), resulta bastante 
			clara y suficientemente expresiva. De esta combinación resulta una 
			tercera agua que no moja las manos y que los Filósofos han llamado, 
			ora Mercurio, ora Azufre, según atendiesen a su cualidad o su 
			aspecto físico.  
			 En el tratado del Azoth (4), atribuido al célebre monje de Erfurth, 
			Basilio Valentin, pero que más
			bien parece obra de Senior Zadith, puede verse una figura grabada en 
			madera que 
			representa una ninfa o sirena coronada, nadando en el mar y haciendo 
			brotar de sus senos rollizos dos chorros de leche que se mezclan con 
			las aguas.
 
			  
			 (2) «Advierte este roble», dice simplemente Flamel en el Livre des 
			Figures hiéroglyphiques. (3) Véase Noel, Dictionnaire de la Fable, París, Le Normant, 1801.
 
			 (4) Azoth o Moyen de faire 1’Or caché des Philosophes, por el 
			Hermano Basile Valentin. París, Pierre Moét, 1659, pág. 51.  
			 Los autores árabes dan a esta fuente el nombre de Holmal y nos 
			enseñan, además, que sus aguas dieron la inmortalidad al profeta 
			Elías (HÁtog, sol). Sitúan la famosa fuente en el Modhallam, término 
			cuya raíz significa Mar oscuro y tenebroso, señalando muy bien la 
			confusión elemental que los Sabios atribuyen a su Caos o materia 
			prima.
 
			 Una pintura de la fábula que acabamos de citar se encontraba en la 
			pequeña iglesia de Brixen
			(Tirol). Este curioso cuadro, descrito por Misson y citado por 
			Witkowski (5), parece ser la versión
			religiosa del mismo tema químico.
 
				
				«Jesús vierte en una gran taza de 
			fuente la sangre de su costado,
			abierto por la lanza de Longinos; la Virgen se oprime los pechos, y 
			la leche que brota de ellos cae
			en el mismo recipiente. El sobrante va a caer a una segunda taza y 
			se pierde en el fondo de un 
			abismo de llamas, donde las almas del Purgatorio, de ambos sexos, 
			con los bustos desnudos, se 
			apresuran a recibir este precioso licor que las consuela y las 
			refresca.»  
			 Al pie de esta antigua pintura, léese una inscripción en latín de 
			sacristía:  
				
					
					Dum fluit e Christi benedicto vulneresanguis,
 
					Et dum Virgineum lac pia Virgo premít,Lac fuit et sanguís, sangulv conjungitur
 et lac,
 Et sit Fons Vitae, Fons et Otigo boni (6).
 
			 Entre las descripciones que acompañan a las Figuras simbólicas de 
			Abraham el Judío, libro 
			que, según dicen, perteneció a Nicolas Flamel (7) y tuvo este Adepto 
			expuesto en su gabinete de
			escritor, citaremos dos que tienen relación con la Fuente misteriosa y con sus componentes.  
			  
			 (5) G. J. Witkowski, L’atl profane á 1’Eglise, Extranjero, pág. 63.
			(6) «Mientras la sangre brota de la herida bendita de Cristo y la 
			santa
 Virgen oprime su seno virginal, la leche y la sangre manan y se 
			mezclan, y se convierten en Fuente de Vida y en Manantial del bien.»
 
			 (7) Recueil de Sept Figures peintes. Bibl. de l’Arsenal, número 
			3.047 (153 S.A.F.).  
			  
			 He 
			aquí los textos originales de estas dos notas explicativas:  
				
				«Tercera figura. -En ella está pintado y representado un jardín 
			cercado con setos, donde hay 
			varios cuadros. En el centro, hay un roble hueco, al pie del cual, a 
			un lado, hay un rosal de hojas 
			de oro y de rosas blancas y rojas, que rodea el dicho roble hasta lo 
			alto, cerca de sus ramas. Y al 
			pie de dicho roble hueco hierve una fuente clara como plata, que se 
			va perdiendo en tierra; y 
			entre varios que la andan buscando, están cuatro ciegos que remueven 
			la tierra y otros cuatro que la 
			buscan sin cavar, estando la dicha fuente delante de ellos, y no 
			pueden encontrarla, excepto uno 
			que la pesa en su 
			mano.»  
			 Este último personaje es el que constituye el tema del motivo 
			esculpido de Nótre-Dame de París. La preparación del disolvente en 
			cuestión aparece relatada en la explicación que acompaña a la imagen 
			siguiente:  
				
				«Cuarta figura. -Representa un campo, en el cual hay un rey 
			coronado, vestido de rojo al estilo 
			judío, y que sostiene una espada desenvainada; dos soldados que 
			matan a los hijos de dos madres, 
			que están sentadas en el suelo, llorando a sus hijos; y otros dos 
			soldados que arrojan la sangre en 
			una gran cuba llena de la dicha sangre, donde el sol y la luna 
			bajando del cielo o de las nubes, 
			vienen a bañarse. Y son seis soldados armados de armadura blanca, y 
			el rey hace el séptimo, y 
			siete inocentes muertos, y dos madres, una vestida de azul que 
			llora, enjugándose la cara con un 
			pañuelo, y la otra, que también llora, vestida de rojo.»  
			 Citemos también una figura del libro de Trismosin (8), que es muy 
			parecida a la tercera de
			Abraham. Vemos en ella un roble al pie del cual, ceñido con una 
			corona de oro, brota un riachuelo 
			oculto que se vierte en el campo.  
			  
			 (8) Véase Trismosin, La Toyson dOr. París, Ch. Sevestre, 1612, 
			página 52.  
			  
			 Entre las hojas del árbol, 
			revolotean unos pájaros blancos,
			mientras un cuervo, que parece dormido, está a punto de ser apresado 
			por un hombre pobremente 
			vestido y encaramado en una escalera. En primer término de este 
			cuadro rústico, dos sofistas, vistiendo suntuosos trajes, discuten y razonan 
			sobre este punto científico, sin advertir el roble que tienen a su 
			espalda, ni ven la Fuente que discurre a sus pies...  
			 Digamos, por último, que la tradición esotérica de la Fuente de Vida 
			o Fuente de Juventud 
			se encuentra materializada en 
			los Pozos sagrados que poseían en la Edad Media, la mayoría de las 
			iglesias góticas. El agua que se extraía de aquéllos pasaba, en 
			muchas ocasiones, por poseer virtudes curativas, y era empleada en 
			el tratamiento de varias enfermedades.
 
			  
			 Abbon, en su poema sobre el 
			sitio de París por los normandos, refiere varios hechos que 
			acreditan las propiedades maravillosas del agua del pozo de 
			Saint-Germain-desPrés, el cual se abría al fondo del santuario de la 
			célebre abadía. De igual manera, el agua del pozo de Saint-Marcel, 
			de París, excavado en la iglesia, cerca de la losa sepulcral del 
			venerable obispo, era, según Grégoire de Tours, un eficaz específico 
			contra varias dolencias. Y, todavía hoy, existe en el interior de la 
			basílica ojival de Nótre-Dame de Lépine (Marne) un pozo milagroso, 
			llamado Pozo de la Santa Virgen, y, en la mitad del coro de 
			Nótre-Dame de Limoux (Ande), un pozo análogo cuya agua cura, según 
			dicen, todas las enfermedades, y en el que puede verse esta 
			inscripción:  
				
					
					Omnis qui bibit hanc aquam, si fidem addit, salvus erit.
					 
					Cuantos beban de esta agua, si además tienen fe, gozarán de buena 
			salud.  
			 Pronto tendremos ocasión de referirnos de nuevo a esta agua póntica, 
			a la que dieron los Filósofos multitud de epítetos más o menos 
			sugestivos.  
			 Frente al motivo esculpido que expresa la naturaleza del agente 
			secreto, vamos a presenciar, en 
			el contrafuerte opuesto, la cocción del compuesto filosofal. Aquí, 
			el artista vela por el producto de su labor. Cubierto con su 
			armadura, protegidas las piernas con espinilleras, y embrazado el 
			escudo, nuestro caballero se encuentra plantado en la terraza de una 
			fortaleza, a juzgar por las almenas que le rodean. En un movimiento 
			defensivo, apunta su lanza a una forma imprecisa (¿un rayo de luz? 
			¿un haz de llamas?), desgraciadamente imposible de identificar, tan 
			mutilado está el relieve. Detrás del combatiente, un pequeño y 
			extraño edificio formado por un basamento almenado y apoyado en 
			cuatro pilares, aparece rematado por una cúpula segmentada de llave 
			esférica. Bajo el arco inferior, una masa aculeiforme e inflamada 
			nos da la explicación de su destino. Este curioso pabellón o 
			fortaleza en miniatura es el instrumento de la Gran Obra, el Atanor, 
			el hornillo oculto de dos llamas -potencial y virtual-que todos los 
			discípulos conocen y que ha sido vulgarizado por numerosas 
			descripciones y grabados (lám. V).
 
			
			 
			 Inmediatamente encima de estas figuras están representados dos temas 
			que parecen constituir su complemento. Pero, como el esoterismo se 
			oculta aquí bajo apariencias sagradas y escenas bíblicas, nos 
			abstendremos de hablar de ellos, para que no se nos reproche una 
			interpretación arbitraria. Hubo grandes sabios, entre los maestros 
			antiguos, que no temieron explicar alquímicamente las parábolas de 
			la Sagrada Escritura, tan susceptible en su sentido de 
			interpretaciones diversas.  
			  
			 La Filosofia hermética apela a menudo al 
			testimonio del Génesis para servir de analogía al primer trabajo de 
			la Obra; muchas alegorías del Viejo y del Nuevo Testamento adquieren 
			un relieve imprevisto en contacto con la alquimia. Tales precedentes 
			deberían animarnos y, al propio tiempo, servirnos de excusa; 
			preferimos, sin embargo, limitarnos a los motivos cuyo carácter 
			profano es indiscutible, dejando a los investigadores benévolos la 
			facultad de ejercitar su sagacidad con los restantes.  
			  
			 III
 
 
			Los temas herméticos del estilóbato se desarrollan en dos hileras 
			superpuestas, a derecha e izquierda del pórtico. La hilera inferior 
			comprende doce medallones, y la superior, doce figuras. Estas 
			últimas representan personajes sentados en zócalos adornados con 
			estrías, de perfil ora cóncavo, ora angular, y colocados en los 
			intercolumnios de arcadas trilobuladas. Todos presentan discos con 
			emblemas variados, pero siempre referentes a la labor alquímica.  
			 Si empezamos por la izquierda de la hilera superior, el primer bajo 
			relieve nos muestra la imagen del cuervo, símbolo del color negro. 
			La mujer que lo tiene sobre las rodillas simboliza la Putrefacción 
			(lám. VI).
 
			
			 
			 Séanos permitido detenernos un instante en el jeroglífico del 
			Cuervo, puesto que oculta un punto importante de nuestra ciencia. 
			Expresa, en efecto, en la cocción del Rebis filosofar, el color 
			negro, primera apariencia de la descomposición consecutiva a la 
			mixtión perfecta de las materias del Huevo. Es, según los Filósofos, 
			la señal segura del éxito futuro, el signo evidente de la 
			preparación exacta del compuesto. El cuervo es, en cierto modo, el 
			sello canónico de la Obra, como la estrella es la firma del tema 
			inicial.  
			 Pero esta negrura que aguarda el artista, que éste espera con 
			ansiedad y cuya aparición viene a colmar sus anhelos y lo llena de 
			gozo, no se manifiesta únicamente en el curso de la cocción. El 
			pájaro negro aparece en diversas ocasiones, y esta frecuencia 
			permite a los autores sembrar confusión en el orden de las 
			operaciones.
 
			 Según Le Breton (1),
 
				
				«hay cuatro putrefacciones en la Obra 
			filosófica. La primera, en la primera separación; la segunda, en la 
			primera conjunción; la tercera, en la segunda conjunción, que se 
			produce entre el agua pesada y su sal; por último, la cuarta, en la 
			fijación del azufre. En cada una de estas putrefacciones se produce 
			negrura».  
			Resultó, pues, fácil a nuestros viejos maestros cubrir el arcano con 
			tupido velo, mezclando las cualidades específicas de las diversas 
			sustancias, en el curso de las cuatro operaciones que producen el 
			color negro. De esta manera, es muy laborioso separarlas y 
			distinguir claramente lo que corresponde a cada una de ellas.  
			 He aquí algunas citas que pueden ilustrar al investigador y 
			permitirle encontrar su camino en este 
			tenebroso laberinto
 
				
				«En la segunda operación -escribe el Caballero 
				Desconocido (2)-, el prudente
			artista fija el alma general del mundo en el oro común y purifica el 
			alma terrestre e inmóvil. En la 
			citada operación, la putrefacción, a la que llaman Cabeza de cuervo, 
			es muy larga. Esta va seguida 
			de una tercera multiplicación al añadir la materia filosófica o el 
			alma general del mundo.»  
			 Con esto se indican claramente dos operaciones sucesivas, la primera 
			de las cuales termina, empezando la segunda después de aparecer la 
			coloración negra, cosa diferente de la cocción. Un valioso manuscrito anónimo del siglo xviii (3) nos habla también 
			de esta primera putrefacción, que no hay que confundir con las otras:
 
			  
			 (1) Le Breton, Clefs de la Philosophie Spagyrique. París, Jombert, 
			1722, página 282. (2) La Nature á découvert, por el Chevalier Inconnu, Aix, 1669.
 (3) La Clef du Cabinet hermétique. Mans. del siglo xviii, Anón., s. 
			1. n. f.
 
				
				«Si la materia no es corrompida y mortificada -dice esta obra-, no 
			podréis extraer nuestros 
			elementos y nuestros principios; y, para ayudaros en esta 
			dificultad, os daré señales 
			para conocerla. Algunos filósofos lo han observado también. Morien 
			dice: es preciso que se
			advierta cierta acidez y que aquélla tenga cierto olor de sepulcro. 
			Philaléthe dice que tiene que
			parecer como ojos de pescado, es decir, pequeñas burbujas en la 
			superficie, y dar la impresión de 
			que produce espuma; pues esto es señal de que la materia fermenta y 
			bulle. Esta fermentación es 
			muy larga, y hay que tener mucha paciencia, puesto que se realiza 
			por nuestro fuego secreto, que 
			es el único agente capaz de abrir, sublimar y pudrir.»  
			 Pero, entre todas estas descripciones, las más numerosas y más 
			consultadas son las que se 
			refieren al cuervo (o color negro), puesto que engloban todos los caracteres de las otras 
			operaciones.
 
			 Bernardo Trevisano (4) se expresa en estos términos:
 
				
				«Notad, pues, que, cuando nuestro compuesto empieza a estar embebido 
			de nuestra agua permanente, entonces todo el compuesto se convierte en una especie 
			de pez fundida, y queda ennegrecido como carbón. Y al llegar a este 
			punto, nuestro compuesto se llama: la pez negra, la sal quemada, el 
			Plomo fundido, el latón no puro, la Magnesia y el Mirlo de Juan. 
			Pues entonces se ve una nube negra, flotando en la región media de 
			la redoma—y en el fondo de ésta queda la materia fundida a manera de 
			pez, y permanece totalmente disuelta. De la cual nube habla Jaques 
			del burgo S. Saturnin, al decir: ¡Oh, bendita nube que vuelas en 
			nuestra redoma! Allí está el eclipse de sol, de que habla Raimundo 
			(5). Y cuando esta masa está así ennegrecida, entonces se dice 
			muerta y privada de su forma...
 
				Entonces, se manifiesta la humedad en color de azogue negro y 
			hediondo, el cual era anteriormente 
			seco, blanco, oloroso, ardiente, depurado de azufre por la primera 
			operación, y ahora a depurar 
			por esta segunda operación. Y por esto, queda privado este cuerpo de 
			su alma, que ha perdido, y 
			de su resplandor y de la maravillosa 
			luminosidad que tenía anteriormente, y es ahora negro y afeado...
 
				Esta masa negra o así ennegrecida es la llave (6), principio y señal 
			de la perfecta invención de la 
			manera de obrar del segundo régimen de nuestra piedra preciosa. Por 
			lo cual, dice Hermes, si veis 
			la negrura, pensad que habéis ido por buena senda y seguido el buen 
			camino.»
 
			(4) Bernardo Trevisano, La Parole délaissée. París, Jean Sara, 1618, 
			página 39.  
			(5) Con este solo nombre designa el autor a Raimundo Luijo (Doctor llluminatus).
			 
			  
			 Batsdorff, presunto autor de una obra clásica (7) que otros 
			atribuyen a Gaston de Claves, enseña que la putrefacción se declara 
			cuando aparece la negrura, y que ahí está la señal de un trabajo 
			regular y conforme a naturaleza. Y añade:  
				
				«Los Filósofos le han dado 
			diversos nombres y la han llamado Occidente, Tinieblas, Eclipse, 
			Lepra, Cabeza de cuervo, Muerte, Mortificación del Mercurio... 
			Resulta, pues, que por esta putrefacción se hace la separación de lo 
			puro y de lo impuro.
			Ahora bien, los signos de una buena y verdadera putrefacción son una 
			negrura muy negra o muy 
			profunda, un olor hediondo, malo e infecto, llamado por los 
			Filósofos toxicum et venenum, olor
			que no es sensible para el olfato, sino sólo para el entendimiento.» 
			(6) Se da el nombre de llave a toda disolución alquímica radical (es 
			decir, irreductible), y a veces se extiende a este término a los 
			monstruos o disolventes capaces de efectuarla.  
			(7) Le Filet 
			d´ariadne. París, d’Houry, 1695, pág. 99.    
			Terminemos aquí las citas, que podríamos multiplicar sin mayor 
			provecho para el estudioso, y volvamos a las figuras herméticas de 
			Nótre-Dame. 
			El segundo bajo relieve nos muestra la efigie del Mercurio 
			filosofal: una serpiente enroscada en una vara de oro. Abraham el 
			Judío, conocido también por el nombre de Eleazar, la empleó en el 
			libro que vino a manos de Flamel, cosa que nada tiene de 
			sorprendente, pues volvemos a encontrar este símbolo durante todo el 
			período medieval (lámina VII).
 
			
			 
			La serpiente indica la naturaleza incisiva y disolvente del 
			Mercurio, que absorbe ávidamente el azufre metálico y lo retiene con 
			tanta fuerza que la cohesión no puede ser ya vencida ulteriormente.
			 
			Es el «gusano emponzoñado que lo infecta todo con su veneno», de que 
			nos habla la Antigua 
			Guerra de los Caballeros (8). Este reptil es el tipo del Mercurio en 
			su estado 
			primero, y la vara de oro, el azufre corpóreo que se le añade. La 
			disolución del azufre o, dicho en 
			otros términos, su absorción por el mercurio, ha dado pretexto a 
			emblemas muy diversos; pero el 
			cuerpo resultante, homogéneo y perfectamente preparado, conserva el 
			nombre de Mercurio 
			filosófico y la imagen del caduceo.
   
			(8) Con la adición de un comentario de Limojon de Saint-Didier, en 
			el Triunfo hermético o la Piedra filosofal victoriosa. Amsterdam, 
			Weitsten, 1699, y Desbordes, 1710. Esta obra ha sido reeditada por 
			Atlantis, comprendidos el frontispicio simbólico y su explicación, 
			que a menudo faltan en los ejemplares antiguos.    
			Es la materia o el
			compuesto del primer orden, el huevo sulfatado que sólo exige ya una 
			cocción graduada para 
			transformarse primero en azufre rojo, después en elixir y, por 
			último, en el tercer período, en 
			Medicina universal.  
				
				«En nuestra Obra -afirman los los filósofos-, 
			basta con el Mercurio.» 
			Sigue a continuación una mujer, de largos cabellos]antes como 
			llamas. Personifica la Calcinación y aprieta sobre su pecho el disco 
			de la salamandra, «que vive en el fuego y se alimenta de fuego» 
			(Iám. VIII). Este lagarto fabuloso no designa otra cosa que la sal 
			central, incombustible y fija, que conserva su naturaleza hasta en 
			las cenizas de los metales calcinados, y que los antiguos llamaron 
			simiente metálica. En la violencia de la acción ígnea, las porciones 
			combustibles de los cuerpos se destruyen; sólo resisten las partes 
			puras, inalterables, y, aunque muy fijas, pueden extraerse por 
			lixiviacion.Tal es, al menos, la expresión espagírca de la calcinación, 
			similitud de la que se sirven los Autores para servir de ejemplo a 
			la idea general que hay que tener del trabajo hermético.
 
			
			 
			Sin embargo, nuestros maestros en el Arte cuidan muy bien de llamar 
			la atención del lector sobre 
			la diferencia fundamental existente entre la calcinación vulgar, tal 
			como se realiza en los laboratorios 
			químicos, y la que practica el Iniciado en el gabinete de los 
			filósofos. Ésta no se realiza por medio 
			de un fuego vulgar, no necesita en absoluto el auxilio del 
			reverbero, pero requiere la ayuda de un 
			agente oculto, de un fuego 
			secreto, el cual, para dar una idea de su forma, se parece mas a un 
			agua que a una llama. Este fuego, o esta agua ardiente, es la chispa 
			vital comunicada por el Creador a la materia inerte; es el espíritu 
			encerrado en las cosas, el rayo ígneo, imperecedero, encerrado en el 
			fondo de la sustancia oscura, informe y frígida.    
			Rozamos aquí el más 
			alto secreto de la Obra; y nos complacería cortar este nudo gordiano 
			en favor de los aspirantes a nuestra Ciencia -recordando, ¡ay!, que 
			nos vimos detenidos por esta misma dificultad durante más de veinte 
			años-, si nos estuviera permitido profanar un misterio cuya 
			revelación depende del Padre de las Luces. Por más que nos pese, 
			sólo podemos señalar el escollo y aconsejar, con los más eminentes 
			filósofos, la atenta lectura de Artephius (9), de Pontano (10) y de 
			la obrita titulada Epístola de Igne Philosophorum (11). En ellos se 
			encontrarán valiosas indicaciones sobre la naturaleza y las 
			características de este fuego acuoso o de esta agua ígnea, 
			enseñanzas que podrán completarse con los dos textos siguientes.
			   
			(9) Le Secret Livre dartephius, en Trois Traitez de la Philosophie 
			naturell£. París, Marette, 1612. (10) Pontano, De Lapide Philosophico, Francofurti, 1614.
 (11) Manuscrito de la Biblioteca Nacional, 19.969.
 
 
			El autor anónimo de los preceptos del Padre Abraham 
			dice:  
				
				«Hay que extraer esta agua primitiva y celeste del cuerpo en 
			que se halla, y que se
			expresa con siete letras según nosotros, significando la simiente 
			primera de todos los seres, y no 
			especificada ni determinada en la casa de Aries para engendrar a su 
			hijo. Es el agua a la que tantos nombres han dado los Filósofos, y 
			es el disolvente universal, la vida y la salud de todas las cosas.
				 
				Dicen los Filósofos que el sol y la luna se bañan en esta agua, y 
			que se resuelven por ellos mismos 
			en agua, su origen primero. A causa de esta resolución, dícese que 
			mueren, pero sus espíritus son
			llevados sobre las aguas de este mar donde estaban enterrados... Por 
			mucho que digan, hijo mío, 
			que hay otras maneras de resolver estos cuerpos en su materia 
			primera, aténte a la que yo te
			declaro, porque la he conocido por experiencia y según lo que nos 
			transmitieron nuestros
 antepasados.»
 
			Limojon de Saint-Didier escriben también: 
			 
				
				«... El fuego secreto de 
			los Sabios es un fuego que
			el artista prepara según el 
			Arte, o, al menos, que puede hacer preparar por aquellos que tienen 
			perfecto conocimiento de la 
			química. Este fuego no es realidad caliente, sino que es un espíritu 
			ígneo introducido en un sujeto 
			de la misma naturaleza de la Piedra; y, al ser medianamente excitado 
			por el fuego exterior, la 
			calcina, la disuelve, la sublima Y la resuelve en agua seca, tal 
			como dice el Cosmopolita.»  
			Por lo demás, no tardaremos en descubrir otras figuras relacionadas, 
			ya con la fabricación, ya 
			con las cualidades de este 
			fuego secreto encerrado en un agua, que constituye el disolvente 
			universal. Ahora bien, la 
			materia que sirve para prepararlo es precisamente objeto del cuarto 
			motivo: un hombre muestra la 
			imagen del Cordero y sostiene, con la diestra, un objeto 
			desgraciadamente imposible de determinar 
			en la actualidad (Iám. IX).  
			
			 
			¿Es un mineral, un fragmento de 
			atributo, un utensilio o incluso un
			pedazo de tela? No lo sabemos. El tiempo y el vandalismo pasaron por 
			allí. Sin embargo, subsiste 
			el Cordero, y el hombre, jeroglífico del principio metálico macho, 
			nos muestra su figura. Esto nos 
			ayuda a comprender las palabras de Pernety: «Dicen los Adeptos que 
			extraen su acero del vientre
			de Aries,-y llaman también a este acero su imán.»  
			Sigue la Evolución que nos muestra la oriflama tripartita 
			-triplicidad correspondiente a los Colores de la Obra- que se 
			describe en todas las obras clásicas (lám. X).
 
			
			 
			Estos colores, en número de tres, siguen un orden invariable que va 
			del negro al rojo pasando 
			por el blanco. Pero, como la Naturaleza, según el viejo adagio 
			-Natura non facit saltus-, no actúa nunca brutalmente, existen 
			muchos Otros colores intermedios que aparecen entre los tres 
			principales. El artista les presta poca atención, porque son 
			superficiales y pasajeros. Sólo aportan un testimonio de continuidad 
			y de progresión de las mutaciones internas. En cuanto a los colores 
			esenciales, duran más tiempo que estos matices transitorios y 
			afectan profundamente a la materia misma, señalando un cambio de 
			estado en su composición química. No son tonos fugaces, más o menos 
			brillantes, que juegan en la superficie del baño, sino colocaciones 
			en la masa que se manifiestan exteriormente y reabsorben todas las 
			demás. Creemos que convenía concretar este punto importante.  
			Estas fases coloreadas, específicas de la cocción en la práctica de 
			la Gran Obra, han servido 
			siempre de prototipo simbólico; atribúyese a cada una de ellas una 
			significación precisa, y a menudo
			bastante extendida, a fin de expresar veladamente ciertas verdades 
			concretas. Por esto existe, 
			desde siempre, un lenguaje de los colores, íntimamente unido a la 
			religión, según dice Portal (12), y que reaparece, durante la Edad 
			Media, en los vitrales de las catedrales góticas.
   
			(12) Frédéric Portal. Des Couleurs Symboliques. París, Treuttel y 
			Würtz, 1957. página 2.  
			El color negro fue atribuido a Satumo, el cual se convirtió, en 
			espagiria, en jeroglífico, del plomo,-en astrología, en planeta 
			maléfico; en hermético, en el dragón negro o Plomo de los 
			Filósofos,-en magia, en la Gallina negra; etcétera. En los , templos 
			de Egipto, cuando el recipiendario estaba a punto de sufrir las 
			pruebas de la iniciación, un sacerdote se acercaba a él y le 
			murmuraba al oído esta frase misteriosa: «¡Acuérdaté de que Osiris 
			es un dios negro!» Es el color simbólico de las Tinieblas y de las 
			Sombras cimerias, el de Satán, a quien se ofrecían rosas negras, y 
			también el del Caos primitivo, donde las semillas de todas las cosas 
			se mezclan y confunden; es el sable de la ciencia heráldica y el 
			emblema de la tierra, de la noche y de la muerte.
 
			Lo mismo que, en el Génesis, el día sucede a la noche, así la luz 
			sucede a la oscuridad. La luz tiene por signo el color blanco. Al 
			llegar a este grado, aseguran los Sabios que su materia se ha 
			desprendido de toda impureza y ha quedado perfectamente lavada y 
			exactamente purificada. Preséntase, entonces bajo el aspecto de 
			granulaciones sólidas de corpúsculos brillantes, con reflejos 
			diamantinos y de una blancura resplandeciente. El blanco ha sido 
			también aplicado a 1ª pureza, a la sencillez. a la inocencia. El 
			color blanco es el de los Iniciados. porque el hombre que abandona 
			las tinieblas para seguir la luz pasa del estado profano al de 
			Iniciado, al de puro. Queda. espiritualmente renovado.
 
				
				«El término Blanco -dice Pierre Dujols- fue elegido por razones 
			filosóficas muy profundas. El
			color blanco, según 
			atestiguan la mayoría de las lenguas, ha designado siempre la 
			nobleza, el candor, la pureza. En el 
			célebre Diccionario-Manual hebreo y caldeo de Gesenius, hur, heur, 
			significa ser blanco,hurim,
			heurim, designa a los nobles, a los blancos, a los puros. Esta 
			transcripción del hebreo más
			o menos variable (hur, heur, hurim, heurim) nos lleva a la palabra 
			heureux (feliz). Los
			bienheureux (bienaventurados), los que han sido regenerados y 
			lavados por la sangre del Cordero,
			aparecen siempre representados con vestiduras blancas. Nadie ignora 
			que bienaventurado es, 
			además, equivalente o sinónimo de Iniciado, de noble, de puro. Ahora 
			bien, los Iniciados vestían 
			de blanco. De igual manera se vestían los nobles. En Egipto, los 
			Manes vestían también de 
			blanco. Path, el Regenerador, llevaba una ceñida vestidura blanca, 
			para indicar el renacimiento de
			los Puros o de los Blancos. Los Cátaros, secta a la que pertenecían 
			los Blancos de Florencia,
			eran los Puros (del griego Ka0apog). En latín, en alemán, en inglés, 
			las palabras Weiss, White,
			quieren decir blanco, feliz, espiritual sabio. Por el contrario, en 
			hebreo, schher caracteriza un
			color negro de transición; es decir, el profano buscando la 
			iniciación. El Osiris negro, que
			aparece al comienzo del ritual funerario, representa, dice Portal, 
			ese estado del alma que pasa de la 
			noche al día, de la muerte a la vida.»  
			En cuanto al rojo, símbolo del fuego, señala la exaltación, el 
			predominio del espíritu sobre la 
			materia, la soberanía, el poder y el apostolado. Obtenida en forma 
			de cristal o de polvo rojo, volátil y fusible, la piedra filosofal 
			se vuelve penetrante e idónea para curar a los leprosos, es decir, 
			para transmutar en oro los metales vulgares, a los cuales su 
			oxidabilidad hace inferiores, imperfectos, «enfermos o achacosos».
			 
			Paracelso, en el Libro de las imágenes, habla en estos términos de 
			las colocaciones sucesivas
			de la Obra:
 
				
				«Aunque haya - dice - algunos colores elementales -pues el color azulado 
			corresponde particularmente a la tierra, el verde al agua, el 
			amarillo al aire, el rojo al fuego-. con todo, los colores blanco y 
			negro se refieren directamente al arte espagírico, en el cual 
			encontramos así los cuatro colores primitivos, a saber, el negro, el 
			blanco, el amarillo y el rojo. Ahora bien, el negro es la raíz y el 
			origen de los otros colores,, pues toda materia negra puede ser 
			reverberada durante el tiempo que le sea necesario, de manera que 
			los otros colores aparecerán sucesivamente y cada cual cuando le 
			corresponda. El color blanco sucede al negro, el amarillo al blanco, 
			y el rojo al amarillo. Ahora bien, toda materia llegada al cuarto 
			color por medio de la reverberación es la tintura de las cosas de su 
			género, es decir, de su naturaleza.»  
			Para dar una idea del alcance que toma el simbolismo de los colores 
			-y en particular de los tres colores mayores de la Obra-, observemos 
			que siempre se representa a la Virgen vestida de azul (equivalente 
			al negro, como veremos a continuación); a Dios, de blanco, y a 
			Cristo, de rojo. Aquí encontramos los colores nacionales de la 
			bandera francesa, la cual, dicho sea de paso, fue compuesta por el 
			masón Louis David. Para éste, el azul oscuro o el negro representan 
			la burguesía; el blanco está reservado al pueblo, a los pierrots o 
			campesinos, y el rojo, a la bailía o realeza. En Caldea, los 
			zigurats, generalmente torres de tres pisos, a cuya categoría 
			perteneció la famosa Torre de Babel estaban pintados de tres 
			colores: negro, blanco y rojo púrpura.  
			Hasta aquí hemos hablado de los colores a la manera de los teóricos, 
			como lo hicieron los Maestros antes que nosotros, a fin de acatar la 
			doctrina filosófica y la expresión tradicional. Tal vez convendría a 
			partir de ahora escribir, en bien de los Hijos de la Ciencia, en un 
			tono que fuese más práctico que especulativo, y descubrir así lo que 
			diferencia el símil de la realidad.
 Pocos filósofos han osado aventurarse por este terreno resbaladizo. 
			Etteilla (13), al hablarnos
			de un cuadro hermético (14) que debió de tener en su poder, nos 
			transmitió algunas inscripciones 
			que figuraban al pie de aquél; entre éstas, leemos, no sin sorpresa, 
			este consejo digno de ser 
			seguido: No os fiéis demasiado del color. ¿Qué quiere decir esto” 
			¿Acaso los viejos autores 
			engañaron deliberadamente a sus 
			lectores? ¿Y con qué indicaciones deberían los discípulos de Hermes 
			sustituir los colores rebeldes para reconocer y seguir el camino 
			recto?
   
			(13) Véase Denier du Pauvre o la perfección des métaux, París (1785, 
			aproximadamente), pág.
			58. (14) Este cuadro se supone pintado a mediados del siglo XVII.
 
			Buscad, hermanos, sin desanimarOs, pues deberéis hacer aqui, como en 
			otros puntos oscuros, un enorme esfuerzo. Sin duda, habréis leído, 
			en diversos pasajes de vuestras obras, que los filósofos sólo hablan 
			claramente cuando quieren alejar a los profanos de su Tabla redonda. 
			Las descripciones que dan de sus regímenes, a los que atribuyen 
			coloraciones emblemáticas, son de una nitidez perfecta. Debéis, 
			pues, sacar la conclusión de que estas observaciones tan bien 
			descritas son falsas y quiméricas. Vuestros libros están cerrados, 
			como el Apocalipsis, con sellos cabalísticos. Tendréis que romper 
			éstos, uno a uno. Reconocemos que la tarea es dura; pero, quien 
			vence sin peligro, triunfa sin gloria.
 
			Aprended, pues, no ya lo que distingue un color de otro, sino más 
			bien en qué se diferencia un 
			régimen del que le sigue. Pero, ante todo, ¿qué es un régimen? 
			Sencillamente, la manera de hacer 
			vegetar, de mantener y aumentar la vida que vuestra piedra recibió 
			en el momento de nacer. Es, 
			pues, un modus operandi que no se traduce forzosamente en una 
			sucesión de colores diversos.
 
				
				«El
			que llegue a conocer el Régimen -escribe Philaléthe-, será honrado 
			por los príncipes y por los
			grandes de la tierra.»  
			Y añade el mismo autor: «No os ocultamos 
			nada, salvo el Régimen. Así, pues, para no atraer sobre nuestra 
			cabeza la maldición de los filósolos, revelando lo que ellos 
			creyeron que habían de dejar en la sombra, nos limitaremos a 
			advertir que el Régimen de la Piedra, es decir, su cocción, contiene 
			otros varios, o, dicho de otro modo, varias repeticiones de una 
			misma manera de operar. Reflexionad, apelad a la analogía y, sobre 
			todo, no os apartéis jamás de la sencillez natural. Pensad que 
			tenéis que comer todos los días, a fin de conservar vuestra 
			vitalidad. que el descanso os es indispensable porque favorece, de 
			una parte, la digestión y la asimilación del alimento, y, de otra, 
			la renovación de las células gastadas por el trabajo cotidiano. ¿Y 
			acaso no debéis expulsar también, con gran frecuencia, ciertos 
			productos heterogéneos, desperdicios o residuos no asimilables?
			 
			De la misma manera, vuestra piedra necesita alimento para aumentar 
			su fuerza, y este alimento debe ser graduado, es decir, cambiado en 
			cierto momento. Ante todo dadle leche; el régimen a base de carne, 
			más sustancioso, vendrá después. Y no olvidéis separar los 
			excrementos cada digestión, pues vuestra piedra podría infectarse... 
			Seguid pues, el orden de la Naturaleza y obedecedla con la mayor 
			fidelidad que os sea posible. Y comprenderéis de qué manera conviene 
			efectuar la cocción cuando hayáis adquirido un conocimiento perfecto 
			del Régimen. Así captaréis mejor el apóstrofe que Tollius (15) 
			dirige a los alquimistas esclavos de la letra:
   
			(15) J. Tollius, Le Chemin du Ciel Chymique. Trad. del Manductio 
			Coelum Chemicum. Amstelaedami, Janss. Waesbergios, 1688.  
				
				«Id, marchaos, vosotros que buscáis con extremada aplicación 
			vuestros diversos colores en las
			redomas de vidrio. 
			Vosotros, que fatigáis mis oídos con vuestro cuervo negro, estáis 
			tan locos como aquel hombre de la antigüedad que tenía la costumbre 
			de aplaudir en el teatro, aunque estuviera solo en él, porque 
			siempre se imaginaba tener ante los ojos algún nuevo espectáculo. Lo 
			mismo hacéis vosotros, cuando vertiendo lágrimas de gozo, os 
			imagináis que veis en vuestras redomas la blanca paloma, el águila 
			amarilla y el faisán rojo. Id, os digo, y alejaos de mí, si buscáis 
			la piedra filosofal en una cosa fija; pues ésta no penetrará los 
			cuerpos metálicos más de lo que podría penetrar el cuerpo humano las 
			más sólidad murallas... sólidas murallas...  
				»Esto es lo que tenía que deciros acerca de los colores, a fin de 
			que en el porvenir dejéis de 
			hacer trabajos inútiles; a lo 
			cual añadiré unas palabras con referencia al olor.
 
 »La Tierra es negra, el agua es blanca; el aire se vuelve más 
			amarillento cuando más se acerca al 
			Sol; el éter es 
			completamente rojo. También la muerte, según se dice, es negra; la 
			vida está llena de luz; cuanto 
			más pura es la luz, más se aproxima a la naturaleza angélica, y los 
			ángeles son puros espíritus de 
			fuego. Ahora bien, ¿acaso el olor de muerto o de 
			un cadáver no es fastidioso y desagradable al olfato? De la misma 
			manera, el olor hediondo denota, a los filósofos, la fijación; por 
			el contrario, el olor agradable indica volatilidad, porque se acerca 
			a la vida y al calor.»
 
			Volviendo al basamento de Nótre-Dame, encontraremos, en sexto lugar, 
			la Filosofía, cuyo disco tiene grabada una cruz. Aquí tenemos la 
			expresión de la cuatemidad de los elementos y la manifestación de 
			los dos principios metálicos, sol y luna -ésta machacada-, o azufre 
			y mercurio, parientes de la piedra, según Hermes (lám. XI) 
			
			 
 
			  
			IV
 
			Los motivos que adornan el lado derecho son de lectura más ingrata; 
			ennegrecidos y 
			corroídos, deben sobre todo su deterioro a la orientación de esta 
			parte deL pórtico. Azotados por los vientos de Poniente, siete 
			siglos de ráfagas lo han desgastado hasta el punto de reducir 
			algunos de ellos al estado de siluetas romas y vagas.  
			 En el séptimo bajo relieve de esta serie -primero a la derecha-, 
			observamos el corte 
			longitudinal del atanor y el aparato interno destinado a sostener el 
			huevo fdosófico; el personaje tiene una piedra en la mano derecha 
			(Lám. XII).
 
			
			 
			 En el círculo siguiente vemos la imagen de un grifo. El monstruo 
			mitológico, que tiene la cabeza 
			y el pecho de águila y toma del león el resto del cuerpo, inicia al 
			investigador en las cualidades contrarias que hay que agrupar 
			necesariamente en la materia filosofaL (Lám. XIII). Encontramos en 
			esta imagen el jeroglífico de la primera conjunción, la cual se 
			produce únicamente poco a poco, a medida que se desarrolla la penosa 
			y fastidiosa labor que los filósofos llamaron sus águilas. La serie 
			de operaciones cuyo conjunto conduce a la unión íntima del azufre y 
			del mercurio lleva también el nombre de sublimación.  
			
			 
			 Gracias a la 
			reiteración de las águilas o sublimaciones filosóficas, se despoja 
			el mercurio exaltado de sus partes groseras y terrestres, de su 
			humedad superflua, y se apodera de una porción del cuerpo fijo, el 
			cual disuelve, absorbe y asimila. Hacer volar el águila significa, 
			según la expresión hermética, hacer salir la luz de la tumba y 
			llevarla a la superficie, que es lo propio de toda sublimación 
			verdadera. Es lo que nos enseña la fábula de Teseo y Ariadna. En 
			este caso, Teseo es OEu-E¿og, la luz organizada, manifiesta, que se 
			separa de Ariana, la araña que está en el centro de su tela, el 
			guijarro, la cáscara vacía, el capullo del gusano de seda, el 
			despojo de la mariposa (Psique).  
				
				«Sabed, hermano mío -escribe Philaléthe (1), que la preparación exacta de las águilas voladoras 
			es el primer grado de la perfección, y, para conocerlo, se precisa 
			un genio industrioso y hábil... Nosotros, para lograrlo, hemos 
			sudado y trabajado mucho. Por consiguiente, vos, que no hacéis más 
			que empezar, estad persuadido de que no triunfaréis en la primera 
			operación sin un gran esfuerzo...  
				«Comprended, pues, hermano mío, lo que dicen los Sabios. al observar 
			que conducen sus águilas para devorar al leon; y, cuanto menos 
			águilas se emplean, más duro es el combate y más dificultades se 
			encuentran para lograr la victoria. Mas, para perfeccionar nuestra 
			Obra, se necesitan al menos siete águilas, e incluso deberían 
			emplearse hasta nueve. Y nuestro Mercurio filosófico es el pájaro de 
			Hermes, al cual se da también el nombre de Oca o de Cisne, y a veces 
			el de Faisán.»
 
			(1) Lenglet-Dufresnoy, Histoire de la Philosophie Hermétique. 
			–L´entrée au Palais Fermé du Roy, t. 11, pág. 35. París, 
			Cousteliler, 1742.  
			  
			Son estas sublimaciones las que describe Calímaco en 
			el Himno a Delos, cuando dice, hablando de los cisnes. 
				
				eXvX,\coaavTo Á¿irovrcgE,83oiuaX¿9 7rEp¿ A-qXop...
 O-yboov OVX Er aE¿Uav, 0 5’CXOOPEV.
   
				«(Los cisnes) giraron siete veces alrededor de Delos... y no habían 
			cantado todavía por octava
			vez, cuando Apolo 
			nació.»  
			Es una variante de la procesión que Josué hizo desfilar siete veces 
			alrededor de Jericó, cuyas murallas se derrumbaron antes de la 
			octava vuelta (Josué, c. VI, 16). 
 A fin de señalar la violencia del combate que precede a nuestra 
			conjunción, los sabios 
			simbolizaron las dos naturalezas con el águila y el león iguales en 
			fuerza, pero de complexión contraria. El león representa la fuerza 
			terrestre y fija, mientras que el águila expresa la fuerza aérea y 
			volátil. Puestos frente a frente, los dos campeones se atacan, se 
			repelen, se desgarran mutuamente con energía, hasta que, al fin, 
			después de perder el águila sus alas y el león su melena, ambos 
			antagonistas no forman más que un solo cuerpo, de calidad intermedia 
			y de sustancia homogénea, el Mercurio animado.
 
			 En el tiempo ya lejano en que, estudiando la sublime Ciencia, nos 
			inclinábamos sobre el 
			misterio repleto de pesados enigmas, recordamos haber visto 
			construir un bello inmueble cuya decoración nos sorprendió, porque 
			reflejaba nuestras preocupaciones herméticas. Encima de la puerta de 
			entrada, dos niños enlazados, varón y hembra, separan y levantan un 
			velo que los cubría. Sus bustos emergen de un montón de flores, de 
			hojas y de frutos. Un bajo relieve domina el coronamiento angular; 
			representa el combate simbólico del águila y el león de que acabamos 
			de hablar, y se adivina fácilmente que el arquitecto debió de tener 
			bastante trabajo para situar el enojoso emblema, impuesto por una 
			voluntad intransigente y superior (2)...
 
			 (2) Este inmueble, construido con piedra tallada y de una altura de 
			seis Pisos, está situado en el distrito XVII, en la esquina del 
			bulevar Péreire y de la calle de Monbel. En Tousson, cerca de 
			Malesherbes (Seine-et-oise), una antigua mansión del siglo XVIII, de 
			aspecto bastante señorial, muestra en su fachada, grabada en 
			caracteres de la época, la inscripción siguiente, cuya disposición y 
			Ortografía respetamos:
 
			Por un Labradorfui construida
 sin interés y con un don celoso,
 me Bamó PIEDRA BELLA,
 1762.
 
 
			(La alquimia nevaba todavía el nombre de Agricultura celeste, y sus 
			Adeptos el de Labradores). 
			El noveno tema nos permite penetrar - más aún en el secreto de 
			fabricación del Disolvente 
			universal. Una mujer señala
 en él -alegóricamente-los materiales necesarios para la construcción 
			del vaso hermético; levanta 
			una pequeña plancha de madera, parecida en cierto modo a una duela 
			de tonel, cuya esencia nos es 
			revelada por la rama de roble que ostenta el escudo. Volvemos a 
			encontrar aquí la fuente 
			misteriosa esculpida en el contrafuerte del pórtico, pero el ademán 
			de nuestro personaje delata la 
			espiritualidad de esta sustancia, de este fuego de la Naturaleza sin 
			el cual nada puede crecer ni 
			vegetar aquí abajo (Iám. XIV).
 
			
			 
			Es este espíritu, ex.tendido en la 
			superficie del globo, lo que el
			artista sutil e ingenioso debe captar a medida que se materializa. 
			Añadiremos, una vez más, que 
			hace falta un cuerpo particular que sirva de receptáculo, una tierra 
			atractiva donde pueda encontrar 
			un principio susceptible de recibirle y de darle «corporeidad». «La 
			raíz de nuestros cuerpos está en el aire -dicen los Sabios-, y su 
			cabeza, en tierra.»  
			  
			Ahí está ese imán encerrado en el vientre de 
			Aries, el cual hay que tomar en el instante de su nacimiento, con 
			tanta destreza como habilidad.  
				
				«El agua que empleamos -escribe el autor anónimo de la Llave del 
			gabinete hermético -es un agua que encierra todas las virtudes del 
			cielo y de la tierra; por eso es el Disolvente general de toda la 
			Naturaleza,-ella abre las puertas de nuestro gabinete hermético y 
			real; en ella están encerrados nuestro Rey y nuestra Reina, y ella 
			es también su baño... Es la Fuente del Trevisano, donde el Rey se 
			despoja de su manto de púrpura para vestir hábito negro... Cierto 
			que esta agua es difícil de obtener; lo cual hizo decir al 
			Cosmopolita, en su Enigma, que era rara en la isla... Este autor nos 
			la señala más particularmente con estas palabras: no se parece al 
			agua de la nube, pero tiene de ella toda la apariencia. En otro 
			lugar, la designa con el nombre de acero y de imán, pues es 
			realmente un imán que atrae hacia sí todas las influencias del 
			cielo, del sol, de la luna y de los astros, para comunicarlas a la 
			tierra. Dice que este acero se encuentra en Aries, y que señala el 
			comienzo de la primavera, cuando el sol recorre el signo del 
			Carnero..    
				Flamel nos da una descripción bastante exacta en las 
			Figuras de Abraham el Judío; nos describe un roble hueco (3), de 
			donde brota una fuente, y con la misma agua, un jardinero riega las 
			plantas y las flores de un parterre. El roble, que está hueco, 
			representa el tonel que se construye con madera de roble, en el que 
			hay que corromper el agua que reserva para regar las plantas y que 
			es mucho mejor que el agua cruda... Ahora bien, aquí llega el 
			momento de descubrir uno de los grandes secretos de este Arte, 
			ocultado por los Filósofos, y sin cuyo vaso no podréis hacer esta 
			putrefacción y purificación de nuestros elementos, de la misma 
			manera que no podríamos hacer vino sin que antes hirviese en el 
			tonel. Ahora bien, así como el tonel está hecho de madera de roble, 
			así el vaso debe ser de madera de viejo roble, redondeado por 
			dentro, como un hemisferio, con los bordes muy gruesos y 
			escuadrados; a falta de esto, un barrilillo y otro parecido para 
			cubrirlo. Casi todos los Filósofos han hablado de ese vaso 
			absolutamente necesario para esta operación. Philatéthe lo describe 
			valiéndose de la fábula de la serpiente pitón, que Cadmo atravesó de 
			parte a parte contra un roble.  
				Hay una figura en el libro de las Doce llaves (4) que representa 
			esta misma operación y el vaso en 
			que ésta se hace, del cual sale una gran humareda, que denota la 
			fermentación y la ebullición de esta 
			agua; y esta humareda termina en una ventana, por la que se ve el 
			cielo, en el que aparecen el sol y 
			la luna, que señala el origen de esta agua y las virtudes que 
			contiene. Es nuestro vinagre 
			mercurial que baja del cielo a la tierra y sube de la tierra al 
			cielo.»
 
			(3) Vide supra, pág, 1 1 3. (4) Véase Douze CIefs de Philosophie del Hermano Basile Valentin. 
			París, Moét, 1659, llave 12.
			(Reeditadas por Les Editions de Minuit, 1956.)
 
			  
			Hemos dado este texto porque puede ser de utilidad, a condición, 
			empero, de que sepamos leerlo con prudencia y comprenderlo con 
			lucidez. Debemos aquí repetir una vez más la máxima tan cara a los 
			Adeptos: el espíritu vivifica, pero la letra mata.  
			 Y henos ahora frente a un símbolo muy complejo: el del León. 
			Complejo porque no podemos, 
			ante la actual desnudez de la piedra, contentamos con una sola 
			explicación. Los Sabios han 
			añadido al león diversos calificativos, ya para 
			expresar el aspecto de las sustancias sobre las que actúan, ya para 
			designar una cualidad especial y 
			preponderante. En el emblema del Grifo (motivo octavo), hemos visto 
			que el León, rey de los 
			animales terrestres, representaba la parte fija, básica, de un 
			compuesto, fijeza que, en contacto con 
			la volatilidad adversa, perdía la mejor parte de sí misma, la que 
			caracterizaba su forma, es decir, en 
			lenguaje jeroglífico, la cabeza.,
 
			  
			Esta vez debemos estudiar el 
			animal sólo, e ignoramos de qué color
			estaba originariamente revestido. En general, el León es el signo 
			del oro, tanto alquímico como natural; expresa, pues, las 
			propiedades fisicoquímicas de estos cuerpos Pero los textos dan el 
			mismo nombre a la materia receptiva del Espíritu universal, del 
			fuego secreto en la elaboración del disolvente. En ambos casos, 
			trátase siempre de una interpretación de poder, de 
			incorruptibilidad, de perfeccion, como, indica por lo demás, con 
			bastante elocuencia, el caballero de enhiesta espada y cubierto con 
			cota de malla que nos presenta al rey de la fauna alquímica (lám. 
			XV).  
			
			 
			El primer agente magnético empleado para preparar el disolvente -que 
			algunos han llamado 
			Alkaest-recibe el nombre de
			León verde, debido no tanto a su coloración verde como al hecho de 
			que no ha adquirido todavía las características minerales que 
			distinguen químicamente el estado adulto del estado naciente. Es un 
			fruto verde y acerbo, comparado con el fruto rojo y maduro. Es la 
			juventud metálica, sobre la que todavía no ha actuado la Evolución, 
			pero, que contiene el germen latente de una energía real, llamada a 
			desarrollarse más adelante.  
			  
			Es el arsénico y el plomo con respecto a 
			la plata y el oro. Es la imperfección actual de 1ª que saldrá la 
			mayor perfección futura; el rudimento de nuestro embrión, el embrión 
			de nuestra piedra, la piedra de nuestro elixir. Algunos adeptos, 
			entre ellos Basilio Valentin, lo llamaron Vitríolo verde, para 
			expresar su naturaleza cálida, ardiente y salina; otros, Esmeralda 
			de los Filósofos, Rocío del mayo, Hierba saturnina, Píedra vegetal, 
			etcétera. «Nuestra agua toma los nombres de las hojas de todos los 
			árboles, de los árboles mismos y de todo lo que presenta un color 
			verde, a fin de engañar a los insensatos», dice el Maestro Arnau de 
			Vilanova.  
			 En cuanto al León rojo, no es otra cosa, según los filósofos, que la 
			misma materia, o León 
			verde, llevada por determinados procedimientos a esta calidad 
			especial que caracteriza al oro 
			hermético o león rojo. Esto movió a Basilio Valentin a darnos el 
			siguiente consejo:
 
				
				«Disuelve y
			alimenta al verdadero León con la sangre del León verde, pues la 
			sangre fija del León rojo está 
			hecha de sangre volátil del verde, porque ambos son de la misma 
			naturaleza.»  
			De estas interpretaciones, ¿cuál es la verdadera? He aquí una 
			cuestión que nos confesamos incapaces de resolver. El león simbólico 
			había sido, sin duda alguna, pintado o dorado. Cualquier vestigio de 
			cinabrio, de malaquita o de metal nos sacaría de apuros. Pero no 
			queda nada, salvo la piedra calcárea corroída, grisácea y gastada 
			por el tiempo. ¡El león de piedra guarda su secreto!  
			  
			La extracción del Azufre rojo e incombustible aparece manifestada 
			por la figura de un monstruo mezcla de gallo y de zorra. Es el mismo 
			símbolo de que se sirvió Basilio Valentin en la tercera de sus Doce 
			llaves. «Es este soberbio manto con la Sal de los Astros, dijo el 
			Adepto, que sigue a este azufre celeste, guardado cuidadosamente por 
			miedo de que se gaste, y los hace volar como un pájaro, mientras sea 
			necesario, y el gallo se comerá la zorra, y se ahogará y asfixiará 
			en el agua; después, volviendo a la vida por el fuego, será (a fin 
			de que a cada uno le llegue su vez) devorado por la zorra» (lám. 
			XVI).  
			
			  
			Después de la zorra-gallo, viene el Toro (Iám. XVII).  
			  
			Considerado como signo zodiacal, es el segundo mes de las 
			operaciones preparatorias en la primera obra, y el primer régimen 
			del fuego elemental en la segunda. Como figura de carácter práctico, 
			y puesto que el toro y el buey están consagrados al sol, como la 
			vaca lo está a la luna, representa el Azufre, principio masculino, 
			dado que el sol es llamado metafóricamente por Hermes, Padre de la 
			piedra. El toro y la vaca, e1 sol y 1ª luna, el azufre y el 
			mercurio, son, Pues, jeroglíficos de idéntico sentido y designan las 
			naturalezas primitivas contrarias, antes de su conjunción, 
			naturaleza que el Arte extrae de cuerpos mixtos imperfectos. 
 
			
			continua
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