Nos educan para argumentar, para destacar, para imponernos. Pero nadie nos enseña a detenernos. A mirar sin etiquetar. A quedarnos quietos ante lo que no entendemos...
Pero con los años he comprendido que la conciencia no se alcanza amontonando respuestas, sino afinando nuestra capacidad de estar presentes.
Es un cambio sutil pero profundo:
Durante mucho tiempo creí que despertar era cuestión de acumular lecturas, experiencias, argumentos.
Hoy sé que no se trata de añadir, sino de soltar.
Que la conciencia no aparece cuando se tiene todo claro, sino cuando
uno se rinde a lo que no puede comprender y empieza a mirar con ojos
nuevos.
Al principio me pareció una paradoja brillante. Hoy lo siento como una enseñanza esencial. Porque cuando soltamos la necesidad de tener razón, cuando nos vaciamos de certezas, algo más verdadero puede aparecer.
Lo esencial no se capta con la mente que
clasifica, sino con una forma de atención más desnuda, más
inocente, menos defensiva.
No sabían explicar su conciencia, pero la irradiaban.
Su sabiduría no estaba en sus palabras, sino,
Nos educan para argumentar, para destacar, para imponernos, pero nadie nos enseña,
Y, sin embargo, creo que la conciencia empieza justo ahí:
No hemos venido sólo a entender con la mente.
A veces basta con,
Y entonces, sin esfuerzo, todo encaja.
No porque lo entendamos, sino porque estamos ahí, abiertos.
Y en esa exposición radical, lejos de la defensa o el juicio, uno se siente parte.
La conciencia no grita. No se impone.
Quizás el gesto más lúcido sea ése:
Y escuchar... Escuchar ¡de verdad...!
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