por Guillem Ferrer
11 Septiembre 2025
del Sitio Web BrownstoneEsp




 

 

 

Nos educan para argumentar,

para destacar, para imponernos.

Pero nadie nos enseña a detenernos.

A mirar sin etiquetar.

A quedarnos quietos

ante lo que no entendemos...




He pasado buena parte de mi vida intentando "entender"...

Entender el mundo, a los demás, a mí mismo.

Pero con los años he comprendido que la conciencia no se alcanza amontonando respuestas, sino afinando nuestra capacidad de estar presentes.

 

Es un cambio sutil pero profundo:

pasar de acumular saber a abrirnos al misterio.

 

De querer controlar, a aprender a recibir.

Durante mucho tiempo creí que despertar era cuestión de acumular lecturas, experiencias, argumentos.

 

Hoy sé que no se trata de añadir, sino de soltar. Que la conciencia no aparece cuando se tiene todo claro, sino cuando uno se rinde a lo que no puede comprender y empieza a mirar con ojos nuevos.

Recuerdo mi asombro al saber que Sócrates fue considerado el más sabio de Atenas por reconocer que no sabía nada...

 

Al principio me pareció una paradoja brillante. Hoy lo siento como una enseñanza esencial. Porque cuando soltamos la necesidad de tener razón, cuando nos vaciamos de certezas, algo más verdadero puede aparecer.

 

Lo esencial no se capta con la mente que clasifica, sino con una forma de atención más desnuda, más inocente, menos defensiva.

He conocido personas,

llenas de conocimiento, veloces en el análisis, deslumbrantes en el discurso... pero incapaces de mirar sin juicio.

 

Y también he sentido la presencia silenciosa de personas sin títulos, sin teorías, cuya sola forma de estar comunicaba una verdad más honda.

No sabían explicar su conciencia, pero la irradiaban.

 

Su sabiduría no estaba en sus palabras, sino,

En su presencia.

 

En cómo escuchaban.

 

En cómo no interrumpían.

 

En cómo no necesitaban demostrar nada.

Nos educan para argumentar, para destacar, para imponernos, pero nadie nos enseña,

A detenernos.

 

A mirar sin etiquetar.

 

A quedarnos quietos ante lo que no entendemos.

 

A acoger sin saber.

 

A escuchar sin responder.

 

A confiar en lo que no se puede nombrar.

Y, sin embargo, creo que la conciencia empieza justo ahí:

Cuando dejamos de huir de lo que incomoda.

 

Cuando dejamos de temer el no saber.

 

Cuando miramos con la curiosidad limpia de una niña que descubre el mundo por primera vez.

No hemos venido sólo a entender con la mente.

Hemos venido a recordar con el alma.

 

A reconectar con algo que nos sostiene más allá del yo.

 

Y para eso, a veces, hay que vaciarse.

 

Hacer espacio.

 

Dejar que la vida nos atraviese.

A veces basta con,

detenerse. Respirar. Observar el movimiento de una hoja, el rumor del viento, la quietud de una nube...

Y entonces, sin esfuerzo, todo encaja.

 

No porque lo entendamos, sino porque estamos ahí, abiertos.

No hay análisis, no hay pensamiento.

 

Solo Presencia...

Y en esa exposición radical, lejos de la defensa o el juicio, uno se siente parte.

Uno deja de observar y empieza a formar parte del pulso secreto de las cosas.

La conciencia no grita. No se impone.

Se revela cuando callamos. Cuando dejamos de querer ser alguien y simplemente somos...

Quizás el gesto más lúcido sea ése:

no tener razón, sino presencia.

Y escuchar... Escuchar ¡de verdad...!