
por Ivone Alves García
31 Mayo 2025
del Sitio Web
KontraInfo

Entre la inteligencia artificial (I.A.)
que todo lo puede y un mundo que no promete nada, los jóvenes de hoy
cargan con una angustia que nadie se anima a nombrar.
No es solo ansiedad.
No es una "crisis de los veintitantos".
Es algo más profundo.
Una sensación de estar parados en medio de un
mundo que se cae a pedazos y otro que avanza sin necesitarlos.
Un mundo que habla de innovación, de disrupción,
de tecnologías que supuestamente vienen a ayudar... pero que, en la
práctica, los deja afuera.
Porque la IA no es una promesa.
Ya es presente.
Ya escribe textos, edita imágenes, traduce
idiomas, responde mensajes, hace informes, toma decisiones,
despide empleados.
Y lo hace con una eficiencia que asusta.
Entonces, la pregunta aparece sola:
¿Para qué estudiar si lo que aprendes ya lo
está haciendo una máquina?
¿Para qué hablar con alguien de otro país, si
no sabes si del otro lado hay una persona o un programa bien
entrenado para parecerlo?
¿Para qué soñar con un proyecto, con una
carrera, con una pareja, si todo parece virtual, descartable o
impostado?
Ese "no saber" constante, erosiona la confianza.
No sabes,
Si lo que ves es real.
Si lo que sientes es recíproco.
Si lo que estás construyendo va a durar o va
a ser reemplazado por la próxima actualización.
Y entonces aparece el vacío.
Un vacío que no se llena con likes, ni
con gurúes de productividad, ni con frases motivadoras
de Instagram.
Un vacío existencial que se hace más grande
cuando el entorno te exige que estés feliz, creativo, flexible,
adaptado... mientras vos te sentís cada vez más solo, más
confundido, más desconectado.
Y no es porque los jóvenes "no tienen ganas".
No es que están "en cualquiera"...
Es que el sistema no les ofrece un horizonte
creíble.
Les dijeron que si estudiaban, conseguían
trabajo.
Que si eran responsables, podían proyectar
una vida.
Que si hacían las cosas bien, iban a estar
mejor.
Pero nada de eso se cumple.
Y lo peor:
no hay nadie que se haga cargo.
Entonces aparece el miedo.
Miedo a no encontrar sentido.
Miedo a no ser elegidos.
Miedo a no encajar.
Miedo a no poder formar una familia.
Miedo a no poder sostener la cabeza en alto en un mundo que te
compara todo el tiempo con estándares imposibles.
Y ese miedo es legítimo...
No es debilidad.
Es
señal de conciencia.
Es síntoma de una generación que no quiere
repetir los errores del pasado, pero tampoco encuentra
referencias claras hacia dónde ir.
Frente a eso, la salida no va a venir de
arriba, ni de Silicon Valley, ni de los
discursos oficiales, ni de los
algoritmos.
La salida va a venir de,
reconstruir sentido desde abajo, entre
nosotros.
Volver a confiar en lo humano.
Volver a hablar cara a cara.
Volver a crear vínculos que no necesiten
filtros ni simulaciones.
Volver a imaginar futuros, aunque parezcan
utópicos.
Porque lo que está en juego no es el trabajo del
futuro:
es el alma del presente...
Y esa, la IA todavía no la puede programar...
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