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			  recibiendo a su novia Isabel de Inglaterra, obra de Alexander Zick Imagen: dominio público en Wikimedia Commons 
			 
 Experto en filosofía, astronomía, medicina, y ciencias naturales... 
 
			 
 En cambio, gozaba de un gran prestigio por sus vastos conocimientos, su protección de las artes y las ciencias, y su desprecio por los convencionalismos sociales. 
 
			Le apodaron stupor 
			mundi (asombro del mundo), pero se llamaba Federico II 
			y fue rey de Sicilia y Jerusalén, aparte de gobernar el Sacro 
			Imperio Romano Germánico durante treinta años. 
 
			Por otra parte, corría el 
			rumor de que su verdadero padre era un médico, molinero, cetrero o 
			carnicero local, algo seguramente originado por el juramento 
			ceremonial que ella tuvo que hacer en ese sentido y que provocó la 
			improbable leyenda de que el marido de Constanza llegó a dudar, no 
			quedando tranquilo hasta que consultó a
			
			la Sibila de Eritrea. 
 De hecho, el nombre completo fue Federico Rogelio, siendo el segundo el del abuelo materno, el padre de Constanza, soberano de Sicilia; de ese modo se reivindicaba para él el derecho al trono siciliano. 
 Porque aquel niño estaba destinado a reinar allí, a despecho de una profecía que había sobre su progenitora: 
 
 
			
			 Busto de Federico II foto Marcok en Wikimedia Commons 
 
			 
 En ello estaba precisamente Enrique VI en 1197 cuando falleció, dejando una situación complicada porque Constanza, que quedó como regente, quería continuar el proyecto de unir ese reino con Alemania, algo que no gustaba al Papa. 
 
			Para esquivarlo, nombró 
			sucesor a Federico, quien ascendió al trono al morir ella en 1198. 
			Para evitar las suspicacias del papa Inocencio III, confió a éste la 
			tutoría del muchacho hasta que alcanzara la mayoría de edad. 
 Von Annweiler falleció en 1202 y le tomó el relevo otro militar germano, Guillermo de Capparone, que mantuvo a Federico en su poder cuatro años más. 
 Irónicamente aquel período de cautividad resultó fructífero, pues recibió clases de Gualterio de Palearia, obispo de Toia y ex-canciller de Sicilia con Enrique VI. 
 
 
			
			
			 obra de Hermann Wislicenus 
			Imagen: 
			dominio público en Wikimedia Commons 
			 
 
			Curiosamente, no sería 
			muy ortodoxo en asuntos religiosos - su racionalismo, aunque 
			moderado, le llevaba a cuestionar dogmas - ni tendría prejuicios a 
			la hora de enfrentarse al privilegium potestatis de la 
			Iglesia, todo lo cual llevó a calificarle de epicúreo - por entonces 
			equivalente a pagano - razón por la cual Dante le destinó al sexto 
			círculo del Infierno en la Divina comedia. 
 Asimismo, contrató judíos emigrados desde Tierra Santa para que tradujeran abundantes obras escritas en griego y árabe. 
 
			Y es que Federico sería 
			un mecenas literario, creando la Escuela Siciliana de Poesía e 
			impulsando el uso del dialecto local, algo en lo que fue un 
			adelantado porque el toscano todavía tardaría un siglo en perfilarse 
			como lengua de élite. 
 Esa pasión por el mundo natural alcanzó cotas tan grandes que, dicen las malas lenguas, experimentó con seres humanos: si es verdad lo que se cuenta, habría encerrado a un reo en un tonel para ver si cuando muriese podía ver el alma saliendo por un agujero. 
 También se rumoreó que aisló a unos niños de toda comunicación para comprobar si podían desarrollar de forma natural algún tipo de lenguaje y así tratar de descubrir el que hablaban Adán y Eva. 
 
 
			
			
			 en una ilustración de la obra Chronica Maiora, de Mateo de París 
			Imagen: 
			dominio público en Wikimedia Commons 
			 
 Asimismo, fundó la universidad de Nápoles para mantener a los intelectuales. 
 Cabe imaginar lo cosmopolita que sería la corte de un personaje así, tan extravagante que no le importaba el concepto caballeresco del honor - horrorizando con ello a no pocos coetáneos - y considerado por muchos historiadores un predecesor del Renacimiento. 
 
			Así, el apodo que 
			decíamos que recibió, stupor mundi et inmutator mirabilis 
			("asombro del mundo y maravilloso reformador"), podría interpretarse 
			tanto en positivo o en negativo; probablemente en ambos. 
 Sibt ibn al-Jawzi, cronista natural de Bagdad, describió su aspecto físico: 
 Queda claro el color de su cabello, pero no tanto el de sus ojos, que unos dicen que eran azules y otros verdes. 
 En cualquier caso, parecía claro que necesitaría alianzas para afrontar la rebeldía de los numerosos señores que habían aprovechado aquella turbulenta etapa para desvincularse de su autoridad, por eso Inocencio III arregló su matrimonio con Constanza de Aragón y Castilla, primogénita de Alfonso II de Aragón y viuda del rey Emerico de Hungría, pese a que era mucho mayor que él. 
 
 
			
			 ante el emperador en Bouvines, obra de Horace Vernet Imagen: dominio público 
			en 
			Wikimedia Commons 
			 
 Lamentablemente, Otón tampoco se mostró sumiso a la Santa Sede y entró con su ejército en Italia, alcanzando Calabria sin demasiados problemas. 
 
			La respuesta de Inocencio 
			III fue excomulgar el emperador y convocar en 1211 la 
			Dieta de Nuremberg, en la que se designó a Federico Rey de Romanos 
			otra vez (in absentia). 
 En la práctica sólo le reconoció el sur germano, ya que en el norte había una fuerte implantación güelfa y Otón conservaba su poder. 
 Únicamente las armas se perfilaban como solución y cuando éstas hablaron lo hicieron de forma contundente: 
 De este modo, se produjo la curiosa ironía de que Federico Hohenstaufen - el apellido que impulsó el partido gibelino - fuera coronado Rey en Aquisgrán con el respaldo del Papa - cabeza de los güelfos. 
 La explicación es obvia: Inocencio III aspiraba a tenerlo bajo su control, algo que continuó el mencionado Honorio III (con más razón, teniendo en cuenta que, recordemos, había sido su tutor). 
 Fue éste quien le coronó Emperador en Roma en 1220 y a su hijo Enrique Rey de Romanos. Eso sí, habiendo negociado previamente una serie de condiciones que garantizasen que el poder imperial se mantendría obediente al de la Santa Sede. 
 Cinco años de requiebros, tira y aflojas que culminaron con un precario acuerdo. 
 
 Federico II por el papa Gregorio IX, obra de Giorgio Vasari 
			Imagen: 
			Sailko en Wikimedia Commons 
			 
 
			Poco de ello se 
			cumpliría, pues si bien el nuevo emperador nombró a su esposa 
			regente del Regnum (como se conocía entonces a Sicilia, cuyos 
			dominios no se limitaban a la isla sino que abarcaban la mitad 
			meridional de la península italiana) y monarca de Alemania a su 
			hijo, no estaba dispuesto a renunciar a la riqueza agrícola 
			siciliana ni a la autoridad suprema imperial. 
 Su política en Alemania privilegió a los obispos afines, otorgándoles muchas competencias administrativas pero vinculándolos al Imperio. 
 Su objetivo era una unificación bajo su mando universal, algo que le hacía compararse con Augusto pero que estaba demasiado verde aún para hacerse realidad. 
 Tampoco puso mucho empeño en los Santos Lugares; no se sumó a la Quinta Cruzada - aunque envió tropas - y esperó hasta 1225 para organizar la Sexta. 
 
 
			
			
			 en sus distintos períodos/ 
			Imagen: 
			Medhelan en Wikimedia Commons 
			 
 
			Sin embargo, tres años 
			después de fallecer Constanza en 1222, Federico contrajo segundas 
			nupcias con Yolanda de Jerusalén, una jugada estratégica 
			porque ella era la heredera de ese reino desde que nació (hija de 
			Conrado I e Isabel de Jerusalén, y nieta de Amalarico I y la 
			bizantina María Comnena), lo que facilitó que en 1227 marchase a 
			Tierra Santa; pero lo hizo sin bendición papal, lo que le valió una 
			segunda excomunión. 
 Así, Federico fue coronado rey de esta última en 1229, pero eso no le congració con Gregorio IX porque las órdenes militares estaban en contra del tratado (debido a que dejaba parte de la ciudad santa en manos musulmanas), hasta el punto de que le atribuyeron la impía frase: 
 
			Encima, el año anterior 
			había muerto Yolanda (que sería sustituida por Isabel de Inglaterra, 
			la segunda hija de Juan sin Tierra), nombrando el viudo al hijo que 
			tuvo con ella, Conrado IV, como sucesor. 
 Pero Federico no necesitó tropas para deponer a su vástago y encarcelarlo, entre otras cosas debido a que se negaba a instaurar la recién creada Inquisición. 
 Además, los güelfos se reconciliaron con los Hohenstaufen en 1235 y eso permitió formar un ejército germano que rechazó la campaña italiana e incluso pasar a la ofensiva invadiendo Lombardía; hasta se permitió celebrar un triunfo a la manera romana, en Cremona. 
 
 
			
			 obra de Arthur von Ramberg Imagen: Yelkrokoyade 
			en 
			Wikimedia Commoms 
			 
 Ello supuso la tercera excomunión para el emperador en 1239 y la convocatoria de un concilio para destituirle; la respuesta de Federico fue mandar arrestar a todos los religiosos que acudieran, lo que significó el fiasco de aquel sínodo, y marchar sobre Roma. 
 
			La ciudad se salvó porque 
			la muerte de Gregorio IX en 1241 (el mismo año que Isabel) abrió las 
			puertas a un acuerdo con su sucesor, Inocencio IV (si exceptuamos un 
			breve interregno durante el que Celestino II mandó dos semanas), 
			tres años más tarde: el emperador restituía a la Iglesia los Estados 
			Pontificios y liberaba a los clérigos detenidos a cambio de la 
			revocación de su excomunión. 
 Federico los admiraba en realidad y como estaba enfrentado con el rey húngaro Béla IV - era aliado del Papa - remoloneó cuanto pudo el envío de ayuda. 
 Se limitó a rechazar la exigencia de sumisión que le hizo Batú Kan - aunque bromeó con la idea de que podría formar parte de su corte como cetrero - y a realizar una leva para defender las fronteras del Sacro Imperio, aprovisionando todos los castillos para posibles asedios. 
 Pero Batú Kan sólo atacó algunas zonas fronterizas y después, en 1242, se retiró para presentar su candidatura a la sucesión de Ogodei, que acababa de fallecer, como Gran Kan. 
 La atención volvió pues a centrarse en Italia. 
 
 
			
			 en la Catedral de Palermo Imagen: José Luiz Bernardes Ribeiro 
			en 
			Wikimedia Commons 
			 
 El Papa interpretó las cesiones de Federico como un signo de debilidad y no sólo convocó un nuevo concilio en Lyon sino que le excomulgó - era la cuarta vez - cuando éste se negó a formar parte de una cruzada contra los mongoles. 
 Además, aprovechando que los alemanes tomaban distancia con los Hohenstaufen, en 1246 incluso nombró un emperador alternativo, el landgrave de Turingia Enrique Raspe, y levantó al norte de Italia contra el titular. 
 
			Esto tuvo efectos 
			especialmente graves en Parma, donde el campamento imperial fue 
			tomado al asalto y el tesoro robado, dejando a Federico - que se 
			hallaba ausente - sin medios para continuar. 
 Sus comandantes todavía consiguieron algunos triunfos, pero él ya estaba fuera de este mundo espiritualmente y el 13 de diciembre de 1250 también físicamente, a causa de la disentería. 
 Por suerte no llegó a ver la caída de su dinastía, que acaecería en 1273. 
 
			No debía ni imaginarla, 
			teniendo en cuenta que antes del óbito se casó con una antigua 
			amante, la noble Bianca Lancia d'Agliano, de la que algunos 
			dijeron que había sido su verdadero amor, aunque otros lo consideran 
			una leyenda romántica. 
 
			En realidad está 
			enterrado (hay dibujos de su cuerpo momificado) en la Catedral de 
			Palermo, en un sarcófago de pórfido rojo, junto a sus padres y 
			esposa. 
 
 
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