18 Diciembre 2017
del Sitio Web PijamaSurf

 

 

 

 

 

 

Existen numerosos reportes de que la violencia cada vez es menos, la expectativa de vida crece, la gente ya no muere de hambre, etc., pero hay algo sumamente preocupante que no se menciona tanto

Existen una gran cantidad de científicos, filántropos, investigadores y otras personas que celebran los avances que ha logrado el ser humano fundamentalmente encaramado sobre el poder de la ciencia, la tecnología y el humanismo secular para,

producir riqueza material, curar enfermedades y distribuir ideas de paz y democracia.

Por ejemplo, según cita Yuval Noval Harari en su bestseller "Homo Deus",

mientras que en la sociedades agrícolas, la violencia significaba alrededor del 15% de las muertes, durante el siglo XX la violencia alcanzó sólo el 5% y a principios del siglo XXI se acerca más al 1% (si es que tenemos una percepción de un mundo violento se debe al terrorismo y a su teatro del terror, según Harari).

Claro que las poblaciones han aumentado mucho, lo cual significa que siguen muriendo muchas personas por actos violentos, pero el porcentaje es proporcionalmente mucho menor.

 

Además, las poblaciones han aumentado mucho, en gran medida por avances de la ciencia como los antibióticos y las vacunas que prácticamente han acabado con pestes como la viruela.

Ahora bien, lo que llama la atención de esto, y Yuval Noval Harari cita numerosas otras cifras que muestran avances globales - como el hecho de que si bien sigue existiendo gran desigualdad y desnutrición, la hambruna como tal casi ha sido erradicada - es que ninguno de estos grandes avances cuantitativos se refleja en lo que realmente le importa al ser humano:

ser feliz y tener significado en su vida.

De hecho, quizás la razón por lo cual la prosperidad material global no se refleja en la felicidad, es porque lo mucho que ha disminuido el propósito o significado que tienen los individuos en el mundo.

En el 2012 murieron 620,000 personas por actos violentos, de los cuales 500,000 fueron por crímenes y sólo 120,000 por guerras.

 

Sin embargo, ese mismo año 800,000 personas se suicidaron y 1.5 millones murieron por diabetes. Como señala Yuval Noval Harari, actualmente el azúcar es más peligrosa que la pólvora.

El tema que nos interesa aquí es que reiteradamente la prosperidad material no se transforma en cambios en satisfacción personal. Los japoneses, por ejemplo, después de la desastrosa Segunda Guerra Mundial no estaban menos felices que en 1990 en la cresta del llamado "milagro económico de Asia".

 

Escribe Yuval Noval Harari:

De hecho es una señal ominosa que, a pesar de mayor prosperidad, confort y seguridad, la tasa de suicidios en el mundo desarrollado sea también mucho más elevada que en las sociedades tradicionales.

En Perú, Guatemala, Filipinas y Albania (países en vía de desarrollo con pobreza e inestabilidad política), cada año se suicida una de cada 100,000 personas.

 

En países ricos y pacíficos como Suiza, Francia, Japón y Nueva Zelanda, actualmente se quitan la vida 25 de 100,000.

Y dos casos notables:

  • En Corea del Sur en 1985, antes de que el país se convirtiera en una potencia económica, 9 de cada 100,000 surcoreanos se suicidaban, actualmente la tasa se ha triplicado a 30 de cada 100,000.

     

  • Chile es otro caso notable, siendo el país que más ha abrazado el modelo neoliberal en América Latina y el que reiteradamente reporta mejores estadísticas macroeconómicas, es por mucho el país donde existe más personas deprimidas y suicidas en el continente.

Junto a esta cifra de los suicidios podríamos también citar importantes aumentos en depresión y ansiedad a lo largo del mundo en países "desarrollados".

Lo que resulta obvio de de todo esto es que la prosperidad económica e incluso la seguridad social no se traducen en felicidad.

 

¿Pero porqué no? Tener más recursos económicos, saber que probablemente uno no va a morir mañana y tener acceso a todo tipo de tecnología que facilita las labores deberían de hacer más felices a los individuos.

 

El tema es que la verdadera calidad de vida es algo más complejo.

 

Para aumentar la producción en el mundo y desatar avances científicos y tecnológicos sobre la cresta de la economía siempre creciente, es necesario también crear más consumidores que vivan, en gran medida, sólo de consumir.

 

Paradójicamente, para que estos consumidores puedan consumir de la manera exorbitante que la economía necesita, deben de pensar que su consumo está estrechamente ligado a su felicidad, lo cual, como han notado pensadores como Epicuro o el mismo Buda, es algo que va directamente en contra de la verdadera felicidad.

 

Es decir, buscar la felicidad en objetos, fama, dinero, placer y demás es quizás el principal factor que va en contra de la verdadera felicidad.

 

Así, nos vemos envueltos en esta extraña y absurda operación en la cual todos deberíamos de ser más 'felices' porque tenemos más cosas y estamos más seguros, pero la realidad es que la mayoría no lo somos.

Epicuro, por ejemplo, recomendaba la moderación en bebida, comida, sexo y otras actividades de la vida.

 

Pero justamente la gran economía que nos da tanto necesita que consumamos pastelitos, videos pornográficos y el último gadget con el que podremos estar siempre expuestos a las nuevas tendencias del consumo.

Así las cosas, queda la pregunta:

¿Realmente estamos mejor que antes, como mantienen todo los grandes promotores intelectuales y empresariales del sistema global?

Una pregunta cuya repuesta, por otro lado, realmente no hará que se cambie el sistema.

 

Pero al menos podrá llevar a las personas a pensar modelos alternativos para comunidades y quizás empezar a imaginar un mundo distinto antes que este colapse o, como sugiere Yuval Noval Harari, alcance el estado de 'los dioses' - felicidad e inmortalidad vía la 'bioingeniería' - para una élite que se separe del grueso de la especie, el Homo Deus...