CAPÍTULO 9 - Regreso al tiempo de ensoñación

 

Sólo los seres humanos han llegado a un punto donde ya no saben por qué existen. No emplean el cerebro y han olvidado el conocimiento secreto del cuerpo, de los sentidos y de los sueños.

 

No utilizan el conocimiento que el espíritu ha puesto en cada uno de ellos; ni siquiera son conscientes de ello y por eso avanzan a trompicones por el camino de la nada: una carretera pavimentada que ellos mismos nivelan y alisan para llegar más deprisa al gran agujero vacío que encontrarán al final, esperando para tragárselos.

 

Es una autopista rápida y cómoda, pero yo sé adónde conduce. Lo he visto. He estado allí en mi visión y tiemblo al pensarlo.
CIERVO COJO, chamán lakota, Ciervo Cojo, buscador de visiones.


¿Adónde va el modelo holográfico desde aquí?

 

Antes de examinar las posibles respuestas, tal vez queramos ver dónde ha estado anteriormente. En el presente libro me he referido al concepto holográfico como a una teoría nueva, lo cual es cierto en el sentido de que es la primera vez que se presenta en un contexto científico.

 

Pero, como hemos visto, diversas civilizaciones antiguas ya habían anunciado varios aspectos de la misma. Y no son los únicos anuncios que ha habido, lo cual es intrigante porque indica que otros han encontrado asimismo razones para considerar que el universo es holográfico, o al menos para intuir sus propiedades holográficas.


Por ejemplo, la idea de Bohm de que se puede contemplar el universo como un compuesto de dos órdenes básicos, el implicado y el explicado, se puede encontrar en muchas otras tradiciones. Los budistas tibetanos llaman a esos dos aspectos el vacío y el no vacío. El no vacío es la realidad de los objetos visibles.

 

El vacío, como el orden implicado, es el lugar donde se originan todas las cosas del universo, que manan de él en un «flujo ilimitado». Sin embargo, sólo es real el vacío; las formas del mundo objetivo son ilusorias y existen meramente por el flujo incesante que se produce entre los dos órdenes.


El vacío, a su vez, es algo «sutil», «indivisible» y «sin características apreciables». No se puede describir con palabras porque es un todo ininterrumpido.

 

Hablando con propiedad, ni siquiera se puede describir con palabras el no vacío, pues es igualmente una totalidad en la que la consciencia y la materia y todo lo demás es indisoluble y un todo. He aquí hay una paradoja, porque el no vacío, a pesar de su naturaleza ilusoria, contiene una «serie de universos infinitamente extensa».

 

Y, sin embargo, sus aspectos indivisibles siempre están presentes.

 

Como afirma John Blofeld, experto en el Tíbet,

«en un universo así formado, todo penetra a todo y es penetrado por todo; en el vacío, igual que en el no vacío, la parte el todo».

Los tibetanos prefiguraron asimismo parte del pensamiento de Pribram.

 

Según Milarepa, yogui tibetano del siglo XI y el santo budista más conocido del país, el motivo de que no podamos percibir el vacío directamente es que el inconsciente (o, como dice Milarepa, la «consciencia interior») está demasiado «condicionado» en sus percepciones.

 

Ese condicionamiento no sólo nos impide ver lo que él denomina «la frontera entre la mente y la materia» y nosotros llamaríamos «el dominio de frecuencias»; también hace que nos formemos un cuerpo cuando estamos en el estado entre vidas y ya no tenemos cuerpo.

«En el reino invisible de los cielos... la mente ilusoria es el gran culpable», escribe Milarepa, que aconsejaba a sus discípulos que practicaran «la contemplación y la visión perfectas» para ser conscientes de esta «Realidad Última».

También los budistas Zen reconocen la indivisibilidad última de la realidad; el principal objetivo del pensamiento zen es aprender a percibir esa totalidad.

 

En su libro Games Zen Masters Play , Robert Sohl y Audrey Carr afirman, con palabras que podrían haber salido directamente de un artículo de Bohm:

«Confundir la naturaleza indivisible de la realidad con las etiquetas conceptuales del lenguaje es una torpeza básica de la que busca liberarnos el budismo Zen. Las respuestas últimas de la existencia no pueden encontrarse en filosofías o en conceptos intelectuales por sofisticados que sean, sino más bien en un nivel de experiencia directa no conceptual [de la realidad]».

Los hindúes llaman Brahman al nivel implicado de la realidad.

 

Brahman no tiene forma, pero es el lugar de origen de todas las formas de la realidad visible, que salen de él y en él se envuelven de nuevo en un cambio infinito. Al igual que Bohm, para quien se puede llamar espíritu al orden implicado sin problema ninguno, los hindúes personifican a veces ese nivel de la realidad y dicen que se compone de consciencia pura.

 

Así pues, la consciencia no es meramente una forma más sutil de materia; es más fundamental que la materia; y según la cosmogonía hindú, la materia es lo que ha emergido de la consciencia y no al revés. O como dicen los Vedas, lo que da el ser al mundo físico es la facultad de la consciencia tanto de «velar» como de «proyectar».


Como el universo material es solamente una realidad de segunda generación, una creación de la consciencia velada, los hindúes dicen que es transitorio e irreal, o maya.

 

Como afirma el Upanishad Svetasvatara,

«uno debería saber que la naturaleza es ilusión (maya) y que el Brahman es el hacedor de la ilusión. El mundo entero está saturado de seres que son partes del Brahman».

De manera similar, el Upanishad Kena declara que el Brahman es un algo misterioso,

«que cambia de forma a cada instante, desde la forma humana a una hoja de hierba».

Como todo se desenvuelve de la totalidad irreductible del Brahman, el mundo es igualmente un todo ininterrumpido - afirman los hindúes - y lo que nos impide darnos cuenta de que, en última instancia, no existe eso de la separación, es maya de nuevo.

 

Como dice el experto en los Vedas sir John Woodroffe,

«Maya separa la consciencia unida de modo que el objeto se ve como algo distinto del ser, dividido en los innumerables objetos del universo. La objetividad existe en tanto la consciencia [de la humanidad] esté velada o contraída. Pero en el fundamento último de la experiencia, la distinción ha desaparecido, porque en ella residen, en una masa indiferenciada, el experimentador, la experiencia y lo experimentado».

Esta misma idea se puede encontrar en el pensamiento judío.

 

Según la tradición cabalística,

«la creación entera es una proyección ilusoria de los aspectos trascendentales de Dios», dice Leo Schaya, un suizo experto en la Cábala.

Sin embargo, no es la nada absoluta, pese a tener una naturaleza ilusoria,

«pues cada reflejo de la realidad, aun siendo remoto, fragmentado y transitorio, posee necesariamente algo de su causa».

La idea de que la creación que puso en marcha el Dios del Génesis sea una ilusión se refleja incluso en el idioma hebreo, porque como reza el Zohar, comentario cabalístico del siglo XIII sobre la Tora y el más famoso de los textos esotéricos judaicos, el verbo baro, «crear», implica el concepto de «crear una ilusión».


También hay muchos conceptos holográficos en el pensamiento de los chamanes.

 

Los kahunas hawaianos afirman que todas las cosas del universo están infinitamente conectadas entre sí y que podemos concebir esa interconexión casi como si fuera una red. El chamán, que reconoce la interconexión de las cosas, se ve a sí mismo en el centro de la red, para poder así influir en las demás partes del universo (es interesante mencionar que también en el pensamiento hindú la noción de maya se compara a menudo con una red).


Al igual que Bohm, para quien la consciencia siempre tiene su fuente en lo implicado, los aborígenes creen que la verdadera fuente de la mente está en la realidad trascendente del tiempo de ensoñación. La gente normal no lo sabe y cree que la consciencia está en el cuerpo.

 

Los chamanes, no obstante, saben que eso no es cierto y que es lo que les permite contactar con los niveles más sutiles de la realidad.


El pueblo dogón del Sudán cree igualmente que el mundo físico es fruto de un nivel más profundo y más fundamental de la realidad y que perpetuamente está fluyendo de ese aspecto más primario de la existencia y regresando a él.

 

Como lo describía un anciano dogón:

«Sacar y devolver después lo que uno ha sacado, ésa es la vida del mundo».


De hecho, el concepto de implicado/explicado se puede encontrar en prácticamente todas las tradiciones chamanísticas.

 

Douglas Sharon afirma en su libro El chamán de los cuatro vientos:

«El concepto central del chamanismo, en cualquier parte del mundo, es probablemente la idea de que por debajo de todas las formas visibles del mundo animado e inanimado subyace una esencia vital de la que emergen y de la que se nutren. Finalmente, todo regresa a esa esencia desconocida, inefable, misteriosa e impersonal».

 

La vela y el láser
Una de las propiedades más fascinantes de una placa holográfica es sin duda la forma no local en que se distribuye una imagen por su superficie.

 

Como hemos visto ya, Bohm cree que también el universo mismo está organizado de esa manera y se vale de un experimento teórico, en el que intervienen un pez y dos monitores de televisión, para explicar por qué cree que el universo es no local.

 

Al parecer, muchos pensadores antiguos reconocieron también ese aspecto de la realidad, o al menos lo intuyeron. Los sufíes del siglo XII lo resumían diciendo simplemente que «el macrocosmos es el microcosmos», una versión anterior de la idea de Blake, que veía el mundo en un grano de arena.

 

Abrazaron igualmente la idea del macrocosmos/microcosmos los filósofos griegos Anaxímenes de Mileto, Pitágoras, Heráclito y Platón; los antiguos gnósticos; el filósofo judío precristiano Filón de Alejandría, y Maimónides, filósofo judío medieval.


El casi mítico profeta egipcio Hermes Trimegisto, tras tener una visión chamánica de los niveles más sutiles de la realidad, empleó una frase ligeramente distinta para explicar que una de las principales claves del conocimiento era entender que,

«el exterior es lo mismo que el interior de las cosas; lo pequeño es como lo grande».

Los alquimistas medievales, que convirtieron a Hermes Trimegisto en una especie de santo patrono, condensaron su pensamiento en la máxima «arriba, como abajo».

 

Al hablar del mismo concepto de «macrocosmos igual a microcosmos», el texto sagrado hindú, el tantra Visvasara, utiliza términos un tanto más crudos y declara simplemente: «Lo que está aquí, está en todas partes».


Alce Negro, el hechicero de los sioux oglala, dio un giro aún más no local al concepto.

 

Mientras estaba en el monte Harney Peak, en las Black Hills,

tuvo «una gran visión» durante la cual, «vi más de lo que puedo enumerar y entendí más de lo que vi; pues veía de modo sagrado, con el espíritu, las formas de las cosas del espíritu y la forma de todas las formas que deben vivir juntas como un solo ser».

Una de las interpretaciones más profundas derivadas de su encuentro con lo inefable fue que el Harney Peak estaba en el centro del mundo.

 

Sin embargo, esta distinción no se limitaba al Harney Peak porque, como dijo Alce Negro,

«el centro del mundo está en todas partes».

Más de veinticinco siglos antes, el filósofo griego Empédocles vio la misma otredad sagrada y escribió que,

«Dios es un círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna parte».

Algunos pensadores antiguos no se contentaron con meras palabras y recurrieron a analogías más elaboradas para intentar comunicar las propiedades holográficas de la realidad.

 

Así, el autor del sutra hindú Avatamsaka comparó el universo con una red legendaria de perlas que, según decían, colgaba sobre el palacio del dios Indra y estaba,

«dispuesta de tal manera que cuando miras una perla, ves todas las demás perlas reflejadas en ella».

Como explicaba el autor del sutra,

«de la misma manera, cada objeto del mundo no es él mismo meramente, sino que lleva consigo a todos los demás objetos y, de hecho, es todo lo demás».

Fa-Tsang, el fundador de la escuela de pensamiento budista Hua-yen del siglo XVII, empleaba una metáfora extraordinariamente similar al intentar transmitir la idea de la interpenetración y la interconexión última entre todas las cosas.

 

Fa-Tsang, que sostenía que todo el cosmos estaba implícito en cada una de sus partes (y creía también que cada punto del cosmos era su centro), comparaba el universo con una red multidimensional de joyas, en la que cada una reflejaba a todas las demás hasta el infinito.


Cuando la emperatriz Wu anunció que no entendía lo que quería decir con esa imagen y le pidió una aclaración, Fa-Tsang suspendió una vela en medio de una sala llena de espejos. Le explicó a la emperatriz Wu que aquello representaba la relación de la Unidad con la pluralidad. Luego cogió un cristal pulido y lo colocó en el centro de la sala de modo que reflejara todo lo que había a su alrededor.

 

Aquello mostraba la relación de la pluralidad con la Unidad. Sin embargo, al igual que Bohm insiste en que el universo no es un holograma simplemente sino un holomovimiento, Fa-Tsang recalcó también que aquel ejemplo era estático y no reflejaba el dinamismo y el movimiento constante de la interrelación cósmica que existe entre todas las cosas del universo.


En resumen, mucho antes de que se inventase el holograma, muchos pensadores habían vislumbrado ya la organización no local del universo y cada uno de ellos elaboró su propia forma exclusiva de expresar su revelación.

 

Merece la pena señalar que sus intentos, por rudimentarios que puedan resultarnos a quienes contamos con una tecnología sofisticada, seguramente han sido mucho más importantes de lo que pensamos.

 

Por ejemplo, según parece, Leibniz, matemático y filósofo alemán del siglo XVII, estaba familiarizado con la escuela budista de pensamiento Hua-yen. Algunos argumentan que de ahí viene su propuesta de que el universo está formado por «mónadas» o entidades fundamentales, y que cada una de ellas contiene un reflejo del universo entero.

 

Es significativo que Leibniz diera también al mundo el cálculo integral, pues fue el cálculo integral lo que posibilitó a Dennis Gabor inventar el holograma.

 


El futuro de la idea holográfica
Y esa idea tan antigua, que encuentra expresión según parece, al menos en parte, en todas las tradiciones filosóficas y metafísicas del mundo prácticamente, viene a cerrar el círculo.

 

Ahora bien, si esas antiguas interpretaciones llevaron a la invención del holograma y la invención del holograma llevó a Bohm y a Pribram a formular el modelo holográfico, ¿a qué nuevos avances y descubrimientos puede llevarnos el modelo holográfico?

 

Ya asoman otras posibilidades por el horizonte.

 

El sonido holográfico
El fisiólogo argentino Hugo Zuccarelli, inspirándose en el modelo del cerebro holográfico de Pribram, ha desarrollado recientemente una nueva técnica de grabación que permite crear el equivalente a un holograma, pero de sonido en vez de luz.

 

Basa su técnica en un hecho curioso: las orejas humanas emiten sonido. Al darse cuenta de que esos sonidos, que se producen de forma natural, eran el equivalente auditivo al «láser de referencia» que se utiliza para recrear una imagen holográfica, los usó como base para crear una técnica de grabación nueva y revolucionaria que reproduce sonidos más realistas y tridimensionales todavía que los sonidos producidos mediante el proceso estereofónico.

 

Zuccarelli llama «sonido holofónico» a esa nueva clase de sonido.


Hace poco, un reportero del Times de Londres, tras escuchar una de las grabaciones holofónicas de Zuccarelli, escribió:

«Miré a hurtadillas los números tranquilizadores de mi reloj para asegurarme de dónde estaba. La gente se me acercaba por la espalda, por donde yo sabía que no había nada más que la pared... Al cabo de siete minutos tenía la impresión de ver figuras, encarnaciones de las voces de la cinta. El sonido crea una "imagen" multidimensional».

Como la técnica de Zuccarelli se basa en la manera holográfica en que el cerebro procesa el sonido, al parecer confunde al oído con el mismo éxito con que los hologramas de luz engañan a los ojos.

 

Por consiguiente, cuando los oyentes escuchan una grabación de alguien andando delante de ellos, a menudo mueven los pies, o mueven la cabeza cuando oyen lo que parece una cerilla encendida demasiado cerca de la cara (algunas personas dijeron que incluso olieron la cerilla).

 

Lo extraordinario es que las grabaciones holofónicas, que no tienen nada que ver con el sonido estereofónico convencional, mantienen un extraño carácter tridimensional aun cuando se escuchen solamente por un solo auricular. Los principios holográficos que participan en el proceso parecen ser también la explicación de que personas sordas de un oído puedan localizar la fuente del sonido sin mover la cabeza.


Varios músicos importantes, como Paul McCartney, Peter Gabriel y Vangelis, se han dirigido a Zuccarelli interesándose por su sistema de grabación, pero todavía no ha revelado la información necesaria para poder comprender completamente la técnica, por cuestiones relativas a la patente.

 


Misterios sin resolver en química
Recientemente, el químico Ilya Prigogine declaró que la idea de Bohm de los órdenes implicado-explicado puede ayudar a explicar ciertos fenómenos químicos anómalos.

 

Desde hace mucho tiempo, los científicos creen que una regla categórica del universo es que las cosas siempre tienden hacia un estado más desordenado. Si dejas caer un equipo estereofónico desde el Empire State, cuando se estrelle contra la acera no se hará más ordenado convirtiéndose en un vídeo.

 

Estará más desordenado y se convertirá en un montón de añicos.


Prigogine ha descubierto que esa norma no se cumple en todas las cosas del universo. Observa que algunas sustancias químicas, al mezclarse, crean una disposición más ordenada y no más desordenada. A esos sistemas que aparentemente se ordenan de forma espontánea los denomina «estructuras disipativas», y ganó el premio Nobel por desentrañar sus misterios.

 

Pero ¿cómo puede empezar a existir un sistema nuevo y más complejo así, de repente?

 

Dicho de otro modo, ¿de dónde salen las estructuras disipativas? Prigogine y otros han sugerido que, lejos de materializarse de la nada, constituyen un indicio de que existe un nivel de orden más profundo en el universo y un ejemplo de aspectos implicados de la realidad convirtiéndose en aspectos explicados.


Si eso fuese verdad, podría tener profundas repercusiones; nos llevaría a entender, entre otras cosas, cómo surgen nuevos niveles de complejidad en la consciencia, tales como actitudes y pautas de conducta nuevas, y a entender incluso cómo la vida misma, la complejidad más misteriosa de todas, apareció sobre la Tierra hace varios miles de millones de años.

 


Nuevos tipos de ordenador
El modelo holográfico del cerebro también se ha extendido últimamente al mundo de los ordenadores. En el pasado, los científicos informáticos pensaban que la mejor manera de construir un buen ordenador era simplemente construir un ordenador mayor.

 

Pero en los últimos cinco años, más o menos, se ha desarrollado una estrategia nueva y, en vez de construir máquinas monolíticas individuales, se han empezado a conectar muchos ordenadores pequeños entre sí formando «redes neuronales» que se parecen mucho a la estructura biológica del cerebro humano.

 

Recientemente, Marcus S. Cohen, científico informático de la New México State University, señaló que los procesadores basados en interferencias de ondas de luz que pasan a través de «enrejados holográficos múltiples» podrían constituir un buen ejemplo de la estructura neuronal del cerebro.

 

De manera similar, el físico Dana Z. Anderson de la Universidad de Colorado ha enseñado recientemente cómo se podrían utilizar enrejados holográficos para construir una «memoria óptica» que tenga memoria asociativa.


Por fascinantes que puedan parecer esos descubrimientos, todavía no son sino mejoras de la postura mecanicista sobre la interpretación del universo, avances producidos exclusivamente dentro del marco material de la realidad. No obstante, como hemos visto antes, la afirmación más extraordinaria de la teoría holográfica es que la materialidad del universo puede ser una mera ilusión y la realidad física sólo una pequeña parte de un inmenso cosmos sensible y no físico.

 

Si eso fuera cierto, ¿qué consecuencias tendría en el futuro? ¿Cómo podríamos empezar a penetrar los misterios de las dimensiones más sutiles?

 


La necesidad de una reestructuración básica de la ciencia
Actualmente, la ciencia es una de las mejores herramientas que tenemos para explorar los aspectos desconocidos de la realidad.

 

Y, sin embargo, la ciencia en general se ha quedado corta repetidamente en cuanto se refiere a la explicación de las dimensiones física y espiritual de la existencia humana.

 

Es evidente que si la ciencia debe avanzar más en ese campo necesita una reestructuración básica; ahora bien, ¿qué implicaría en concreto esa reestructuración?


Obviamente, el primer paso y el más necesario sería aceptar la existencia de los fenómenos espirituales y psíquicos.

 

Según Willis Harman, presidente del Instituto de Ciencias Noéticas y antiguo científico del Standford Research Institute International, esa aceptación es crucial y no sólo para la ciencia, sino también para la supervivencia de la civilización humana.

 

Además, Harman, que ha escrito extensamente sobre la necesidad de la reestructuración básica de la ciencia, manifiesta su perplejidad ante el hecho de que dicha aceptación no se haya producido todavía.

 

Y pregunta:

«¿Por qué no admitimos que las experiencias y fenómenos de todo tipo de los que tenemos noticias desde hace siglos y siglos y en distintas culturas tienen una validez efectiva y no se pueden negar?».

Como hemos mencionado ya, la razón, al menos en parte, es el viejo prejuicio de la ciencia occidental contra esa clase de fenómenos; pero el asunto no es tan sencillo.

 

Consideremos, por ejemplo, los recuerdos de vidas pasadas que tienen algunas personas hipnotizadas. Aunque todavía hay que demostrar que son verdaderamente recuerdos de vidas previas, el hecho sigue siendo que el inconsciente tiene una propensión natural a generar recuerdos aparentes, al menos, de encarnaciones previas.

 

En general, la comunidad psiquiátrica ortodoxa hace caso omiso de este hecho. ¿Por qué?


A primera vista podría parecer que la respuesta es que la mayoría de los psiquiatras no creen en esas cosas, pero no es así necesariamente.

 

El psiquiatra de Florida Brian L. Weiss, licenciado por la Escuela de Medicina de Yale y en la actualidad presidente de psiquiatría en el Mount Sinai Medical Center de Miami, afirma que, desde que publicó su libro, éxito de ventas, Muchas vidas, muchos maestros en 1988 - en el que cuenta cómo pasó de escéptico a creer en la reencarnación cuando uno de sus pacientes, mientras estaba hipnotizado, empezó a hablar espontáneamente de sus vidas pasadas - ha recibido un aluvión de cartas y de llamadas telefónicas de personas que le cuentan que también creen en ello en secreto.

«Creo que esto es sólo la punta del iceberg - dice Weiss - Hay psiquiatras que me escriben diciendo que han estado haciendo terapia de regresión durante diez o veinte años en la intimidad de sus despachos y que "por favor no se lo digas a nadie, pero...". Muchos son receptivos, pero no lo admitirán».

De manera similar, en una conversación reciente con Whitton, cuando le pregunté si creía que la reencarnación sería alguna vez un hecho científico aceptado, me contestó:

«Creo que ya lo es. Mi experiencia con los científicos es que, si han leído las publicaciones sobre el tema, creen en la reencarnación. Los datos son tan convincentes, que el consenso intelectual es un hecho natural prácticamente».

Una encuesta reciente sobre fenómenos psíquicos parece corroborar las opiniones de Weiss y de Whitton.

 

Tras asegurarse de que sus respuestas permanecerían en el anonimato, el 58 por ciento de los 228 psiquiatras encuestados (muchos de ellos directores de departamento y decanos de facultades de medicina) dijo que en su opinión «el entendimiento de los fenómenos psíquicos» era importante para los futuros licenciados en Psiquiatría. El 44 por ciento admitió que creía que los factores psíquicos eran importantes en el proceso de curación.


Así pues, parece que el miedo al ridículo puede ser un impedimento tan grande como la incredulidad, si no mayor, a la hora de conseguir que la comunidad científica establecida empiece a tratar la investigación psíquica con la seriedad que merece.

 

Necesitamos más pioneros como Weiss y Whitton (y como los miles de investigadores con coraje cuyo trabajo hemos analizado en este libro) que hagan públicos sus descubrimientos y creencias privadas. En resumen, necesitamos una figura equivalente en parapsicología a Rosa Parks.


Otro elemento que debe formar parte del proceso de reestructuración es la ampliación de la definición de lo que constituye la prueba científica. Los fenómenos psíquicos y espirituales han jugado un papel significativo en la historia de la humanidad y han ayudado a configurar algunos aspectos fundamentales de nuestra cultura. Pero como no es fácil captarlos e inspeccionarlos en el laboratorio, la ciencia tiende a no prestarles atención.


O peor aún, cuando se estudian, muchas veces lo que se aísla y cataloga son los aspectos menos importantes. Por ejemplo, uno de los pocos descubrimientos relacionados con las experiencias fuera del cuerpo que se considera válido en un sentido científico es que las ondas del cerebro cambian cuando la persona que tiene una de esas experiencias sale del cuerpo.

 

Y, sin embargo, cuando uno lee informes como el de Monroe, se da cuenta de que, en caso de ser reales, sus experiencias entrañan fenómenos que tendrían repercusiones en la historia de la humanidad tan grandes - podríamos aducir - como el descubrimiento de América por Colón o la invención de la bomba atómica.

 

En efecto, los que han visto trabajar a un clarividente verdaderamente dotado, saben de inmediato que han presenciado algo mucho más profundo que lo que transmiten las frías estadísticas de R.H. y Louisa Rhine.


Con esto no queremos decir que la obra de los Rhine no sea importante.

 

Sin embargo, cuando una enorme cantidad de gente empieza a contar las mismas experiencias, habría que considerar que los relatos de sus anécdotas son pruebas importantes. No deberían ser desechados meramente porque no pueden ser documentados con el mismo rigor que otras peculiaridades del mismo fenómeno, a menudo menos importantes, que sí pueden ser documentadas.

 

Como declara Stevenson,

«creo que es mejor enterarnos de lo probable en las cuestiones importantes que tener seguridad sobre las triviales».

Merece la pena señalar que esta regla general ya se aplica a otros fenómenos naturales más aceptados.

 

La mayoría de los científicos admite, sin cuestionarla, la idea de que el universo empezó con una sola explosión primigenia, o Big Bang. Es raro porque, aunque hay razones convincentes para creer que es verdad, nadie ha demostrado jamás que lo sea. Por otro lado, si un psicólogo a punto de morir se atreviera a decir lisa y llanamente que el reino de luz al que viajan los que tienen una experiencia cercana a la muerte es otro nivel real de la realidad, le atacarían por hacer una declaración que no se puede probar.

 

Y es raro, porque hay razones igualmente convincentes para creer que es verdad. En otras palabras: la ciencia acepta lo que es probable en cuestiones muy importantes si se encuadran en la categoría de «cosas en las que está de moda creer» y no lo acepta si pertenecen a la categoría de «cosas en las que no está de moda creer».

 

Hay que eliminar ese doble rasero antes de que la ciencia empiece a hacer incursiones significativas en el estudio de fenómenos tanto psíquicos como espirituales.


Y algo verdaderamente crucial: la ciencia debe reemplazar su enamoramiento con la objetividad - la idea de que la mejor manera de estudiar la naturaleza es mostrarse despegado, analítico y desapasionadamente objetivo - por un enfoque más participativo.

 

Muchos investigadores, entre los que está Harman, han recalcado ya la importancia de tal cambio, y a lo largo del presente libro hemos visto asimismo repetidas muestras de la necesidad del mismo. En un universo en el que la consciencia de un físico influye en la realidad de una partícula subatómica, la actitud de un médico influye en que un placebo funcione o no, la mente de un experimentador afecta al funcionamiento de una máquina y lo imaginal puede extenderse sobre la realidad física, no podemos pretender que estamos separados de lo que estamos estudiando.

 

En un universo holográfico y omnijetivo, un universo en el que todas las cosas forman parte de un continuo ininterrumpido, ya no es posible la objetividad estricta.


Esto es especialmente cierto en el estudio de los fenómenos psíquicos y espirituales y parece ser el motivo de que unos laboratorios sean capaces de obtener resultados espectaculares en sus experimentos de visión remota y otros fracasen estrepitosamente. De hecho, algunas personas que investigan el terreno paranormal han sustituido ya un enfoque estrictamente objetivo por otro más participativo.

 

Por ejemplo, Valerie Hunt descubrió que la presencia de personas que han estado bebiendo alcohol afectaba a los resultados de sus experimentos y, por lo tanto, no permite que haya ninguna de esas personas en el laboratorio mientras está haciendo mediciones.

 

En la misma línea, los parapsicólogos rusos Dubrov y Pushkin han averiguado que tienen más éxito duplicando los descubrimientos de otros parapsicólogos si hipnotizan a todos los sujetos de la prueba presentes. Al parecer la hipnosis elimina la interferencia que provocan sus pensamientos conscientes y creencias y ayuda a obtener resultados «más limpios».

 

Si bien, hoy en día, tales prácticas nos pueden parecer sumamente extrañas, pueden convertirse en el procedimiento operativo corriente cuando la ciencia descifre más misterios secretos del universo holográfico.


El cambio de la objetividad a la participación afectará con toda seguridad al papel de los científicos. Como cada vez es más evidente que lo importante es la experiencia de la observación y no sólo el acto de la observación, es lógico suponer que los científicos, por su parte, se verán cada vez menos como observadores y cada vez más como experimentadores.

 

Como afirma Harman,

«estar dispuesto a ser transformado es una característica esencial del científico participativo».

Por otra parte, hay datos de que ya se están produciendo algunas transformaciones.

 

Harner, por ejemplo, en vez de limitarse a observar lo que les ocurría a los conibo, cuando consumían la planta del alma o ayahuasca, bebió él mismo el alucinógeno. Es obvio que no todos los antropólogos estarían dispuestos a aceptar un riesgo semejante, pero también está claro que participando, en vez de quedarse meramente observando, aprendió mucho más de lo que jamás habría aprendido limitándose a tomar notas sentado en el banquillo.


El éxito de Harner sugiere que los científicos participativos del futuro, en lugar de limitarse a entrevistar a las personas que tengan experiencias cercanas a la muerte o fuera del cuerpo y demás viajeros a los reinos más sutiles, podrían concebir métodos para viajar allí ellos mismos. Ya hay investigadores de sueños lúcidos explorando y relatando sus propias experiencias de los mismos.

 

Otros pueden desarrollar técnicas nuevas y hasta más novedosas para explorar las dimensiones internas.

 

Monroe, por ejemplo, aunque no es un científico en el sentido estricto del término, ha realizado grabaciones de sonidos rítmicos especiales que, en su opinión, facilitan las experiencias fuera del cuerpo. También ha fundado un centro de investigación en las montañas Blue Ridge llamado Monroe Institute of Applied Sciencies y afirma que ha enseñado a centenares de individuos a hacer los mismos viajes fuera del cuerpo que ha hecho él.

 

¿Son esos avances heraldos del futuro, predicciones de un tiempo en que los héroes que veamos en las noticias de la noche sean, no ya los astronautas, sino los «psiconautas»?

 


Un empujón evolutivo hacia una consciencia superior
Puede que la ciencia no sea la única fuerza que nos ofrece un pasaje al país de nunca jamás.

 

En su libro La senda hacia Omega, Ring señala que hay pruebas fehacientes de que están aumentando las experiencias cercanas a la muerte. Como hemos visto, en las culturas tribales las personas que tienen una ECM, muchas veces se transforman hasta el punto de convertirse en chamanes.

 

En el mundo moderno, esas personas también se transforman espiritualmente y modifican la personalidad que tenían antes de la experiencia para ser más cariñosas, más compasivas e incluso más psíquicas. Ring deduce de todo esto que quizá estamos presenciando la «chamanización de la humanidad moderna».

 

Pero si es así, ¿por qué están aumentando las experiencias cercanas a la muerte?

 

La respuesta, según Ring, es tan simple como profunda: lo que estamos contemplando es,

«un empujón evolutivo a la humanidad entera hacia una consciencia superior».

Y a lo mejor las ECM no son el único fenómeno transformador que está emergiendo de la psique colectiva de la humanidad.

 

Grosso cree que el incremento de visiones marianas durante el último siglo tiene igualmente consecuencias evolutivas. De manera similar, a juicio de muchos investigadores, como Raschke y Vallee, la multiplicación de visiones de ovnis en las últimas décadas tiene un significado evolutivo. Varios investigadores, como Ring, han observado que los encuentros con ovnis parecen ciertamente iniciaciones chamánicas y pueden ser otra muestra más de la chamanización de la humanidad moderna.

 

Strieber está de acuerdo:

«Creo que es bastante obvio que, tanto si [el fenómeno ovni] lo provoca alguien como si sucede de forma natural, se trata de un salto exponencial de una especie a otra. Me atrevería a sospechar que lo que estamos viendo es el proceso evolutivo en acción».

Si esas especulaciones son ciertas, ¿qué objeto tiene esta transformación evolutiva? Hay dos respuestas, por lo que parece.

 

Numerosas tradiciones antiguas hablan de un tiempo en que el holograma de la realidad física era mucho más flexible que ahora, mucho más parecido a la realidad amorfa y fluida de la dimensión del más allá. Los aborígenes australianos, por ejemplo, dicen que hubo una época en la que el mundo entero estaba en estado de ensoñación.

 

Edgar Cayce se hizo eco de esa opinión y afirmó que la tierra,

«al principio, era meramente de naturaleza "mental", imágenes pensadas que se creaban a sí mismas adoptando cualquier forma que quisieran... Luego se produjo la materialidad propiamente dicha en la tierra, porque el espíritu se coló en la materia».

Los aborígenes afirman que llegará el día en que la tierra regrese al tiempo de ensoñación.

 

Con ánimo puramente especulativo, uno podría preguntarse si veremos el cumplimiento de esa profecía cuando aprendamos a manipular cada vez más el holograma de la realidad. Cuando seamos expertos en juguetear con lo que Jahn y Dunne llaman «el plano común entre la consciencia y su entorno», ¿podremos experimentar una realidad que sería maleable una vez más?

 

Si eso fuera verdad, necesitaríamos aprender mucho más de lo que sabemos actualmente para manipular con seguridad un entorno tan dúctil; quizá sea ése uno de los propósitos de los procesos evolutivos que parecen estar desarrollándose en medio de nosotros.


Muchas tradiciones antiguas afirman asimismo que la humanidad no se originó en la tierra y que nuestro verdadero hogar está con Dios o, al menos, en el reino no físico y paradisíaco del espíritu puro.

 

Por ejemplo, hay un mito hindú según el cual la consciencia humana empezó siendo una onda que decidió abandonar el mar de la,

«consciencia como tal, eterna, sin espacio, infinita y sin tiempo».

Al percatarse de sí misma, olvidó que era parte de aquel mar infinito y se sintió aislada y distinta.

 

Loye sostiene que la expulsión de Adán y Eva del jardín del Edén podría ser una versión de este mito, un antiguo recuerdo de la forma en que la consciencia humana dejó su hogar en el implicado, en algún momento de su pasado insondable, y olvidó que era parte de la totalidad cósmica de las cosas.

 

Según esa visión, la tierra es una especie de campo de juegos,

«en el cual uno es libre de experimentar todos los placeres de la carne con tal de que sepa que es una proyección holográfica de una... dimensión espacial de un orden superior».

Si eso es verdad, puede que los fuegos evolutivos que están empezando a titilar y a danzar por la psique colectiva sean la llamada para que nos despertemos, el toque de trompeta que nos informa de que nuestro verdadero hogar está en alguna otra parte y que podemos regresar allí si queremos.

 

Strieber, por lo pronto, cree que los ovnis están aquí por eso precisamente:

«Creo que probablemente vienen como matronas para ayudarnos a nacer al mundo no físico, del cual proceden. Tengo la impresión de que el mundo físico es sólo un pequeño instante en un contexto mucho mayor y que la realidad se desenvuelve primariamente de una manera no física. No creo que la realidad física sea la fuente original del ser. Creo que seguramente el ser, como la consciencia, antecede a lo físico».

El escritor Terence McKenna, que también respalda el modelo holográfico desde hace mucho tiempo, está de acuerdo:

«De lo que parece que se trata es que desde el tiempo de la toma de conciencia de la existencia del alma hasta la resolución del potencial apocalíptico hay unos cincuenta mil años aproximadamente.

 

No cabe duda de que ahora estamos en los segundos finales históricos de la crisis - una crisis que implica el final de la historia, nuestra partida del planeta [y] el triunfo sobre la muerte - De hecho, estamos acortando la distancia con el acontecimiento más intenso que se puede encontrar en una ecología planetaria... la liberación de la vida de la crisálida oscura de la materia».

Esto, naturalmente, no es más que una hipótesis.

 

Pero tanto si estamos al borde mismo de la transición, como sugieren Strieber y McKenna, como si el punto de inflexión está todavía en un futuro lejano, es evidente que estamos siguiendo un camino de evolución espiritual. Dada la naturaleza holográfica del universo, también es evidente que, en algún tiempo y en algún lugar, nos espera algo similar al menos a las dos posibilidades anteriores.


Y para que no nos tiente dar por hecho que la liberación de lo físico constituye el fin de la evolución humana, hay indicios de que el reino dúctil e imaginal del más allá es igualmente un mero escalón intermedio.

 

Swedenborg, por ejemplo, afirmaba que, más allá del cielo que visitó, había otro cielo tan brillante e informe según lo percibía él, que parecía un «arroyo de luz».

 

También los que han vivido una experiencia cercana a la muerte han descrito alguna vez esos terrenos infinitamente tenues.

«Hay muchos planos superiores y, para regresar a Dios, para alcanzar el plano en el que reside Su espíritu, tienes que ir dejando caer las prendas con que te vistes hasta que tu espíritu sea verdaderamente libre - declara uno de los sujetos de las pruebas de Whitton - El proceso de aprendizaje no cesa jamás... A veces se nos permite vislumbrar los planos superiores... cada uno es más leve y más brillante que el anterior».

Para algunos puede resultar aterrador que la realidad se vaya haciendo más parecida a la frecuencia a medida que uno se va adentrando en lo implicado.

 

Pero es comprensible. Es obvio que todavía somos como niños que necesitan la seguridad del cuaderno de dibujo para colorear, pues todavía no estamos preparados para dibujar a mano alzada sin precisar líneas que guíen nuestras torpes manos. Sumergirse en el reino del arroyo de luz de Swedenborg equivaldría a sumirnos en una alucinación de LSD completamente fluida.

 

Y todavía no hemos madurado lo suficiente ni tenemos el suficiente control de nuestras emociones, actitudes y creencias para enfrentarnos a los monstruos que nuestras psiques crearían para nosotros.


Pero tal vez sea por eso por lo que estamos aprendiendo a tratar aquí con lo omnijetivo en pequeñas dosis, en forma de las confrontaciones relativamente limitadas con lo imaginal que nos ofrecen los ovnis y otras experiencias similares.


Y quizá sea ése el motivo de que los seres de luz nos digan una y otra vez que el propósito de la vida es aprender.


Estamos, en efecto, en el viaje del chamán; somos como niños que se esfuerzan para llegar a ser técnicos de lo sagrado. Estamos aprendiendo a tratar con la plasticidad que forma parte de un universo en el que la mente y la realidad constituyen un continuo; y en este viaje sobresale una lección por encima de las demás: mientras sigan aterrándonos la carencia de forma y la libertad imponente del más allá, seguiremos soñando un holograma para nosotros mismos que sea confortablemente sólido y esté bien definido.


Pero siempre debemos tener en cuenta la advertencia de Bohm de que las etiquetas conceptuales que utilizamos para analizar semánticamente el universo son invención nuestra.

 

No existen «ahí fuera», porque «ahí fuera» es únicamente el todo indivisible. Brahman. Y cuando dejemos atrás todo conjunto dado de etiquetas conceptuales, deberemos estar siempre preparados para seguir adelante, para avanzar desde un estado de alma a otro, como dijo Sri Aurobindo, y de iluminación en iluminación.

 

Porque nuestro propósito parece ser tan simple como ilimitado.


Como dicen los aborígenes, estamos aprendiendo a sobrevivir en el infinito.

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