por Tim Requarth

11 Enero 2016
del Sitio Web
AEON
traducción de Pedro Donaire

14 Enero 2016

del Sitio Web BitNavegante

Versión original COMPLETA en ingles

 

 

 

 

 

 

Para averiguar el origen de la vida puede ser necesario un cambio conceptual y verlo como un patrón de energía molecular.

Mike Russell encontró su momento de inspiración en una cálida tarde de primavera en Glasgow en 1983, cuando su hijo de 11 años rompió su juguete nuevo. El juguete en cuestión era un jardín de química, un pequeño tanque de plástico en la que unos zarcillos, a modo de estalagmitas, crecían desde unos cristales colocados en una solución mineral.

 

Aunque los zarcillos parecían sólidos desde el exterior, cuando se destruían revelaban su verdadera naturaleza:

cada uno de ellos era en realidad una red de tubos huecos, como paquetes de pequeñas pajitas de cóctel.

En ese momento, Russell, geólogo, estaba luchando para entender una roca inusual que había encontrado recientemente.

 

Ésta, también, era sólida en su exterior, pero por dentro estaba llena de tubos huecos, sus finas paredes estaban plagadas de compartimentos microscópicos.

Cayó entonces en la cuenta que esta roca, como las formaciones del juguete de su hijo, debió haberse formado en una especie poco común de solución líquida.

 

A raíz de ahí Russell postuló un nuevo fenómeno geológico a fin de explicarlo:

las hidrotermales submarinas, donde el agua rica en minerales resulta arrojada desde el interior de la Tierra, y posteriormente se precipita en las frías aguas que lo rodean, van creando jardines químicos en forma de torres, rocas huecas que van creciendo desde el fondo del océano.

Fue un gran salto intuitivo, pero que pronto llevó a Russell a un pensamiento aún más extravagante.

"Tuve la noción de que la vida surgió de esas rocas. Muchos años después, la gente me decía que la idea era increíble, pero no era así para mí.

 

Estaba pensando en un reino diferente, a la luz de lo que sabía como geólogo. No me puse a estudiar el origen de la vida, sino que fue algo que, simplemente, me pareció obvio."

Lo que tan obvio le parecía a Russell era que sus hipotéticos jardines químicos podrían resolver uno de los enigmas más profundos del origen de la vida, el problema de la energía.

 

Entonces, como ahora, muchas de las teorías principales sobre el origen de la vida tenían sus raíces en la especulación de Charles Darwin acerca de un 'pequeño estanque caliente', en el que la materia inanimada, energizada por el calor, la luz solar o los rayos, iba formando moléculas complejas que con el tiempo comenzaron a reproducirse.

 

Durante décadas, la mayoría de investigación sobre el origen de la vida se ha centrado en cómo podría haber surgido la química auto-replicante.

 

Y dejaron de lado la otra cuestión clave,

¿cómo obtenían la energía para crecer los primeros seres vivos, para reproducirse y evolucionar hacia una mayor complejidad?

Pero en la mente de Russell, el origen de la vida y la fuente de la energía que necesitaba eran un solo tema, dos partes inextricablemente entrelazadas.

 

Como geólogo (ahora trabaja en el Jet Propulsion Laboratory - JPL - de la NASA, en California), veía el problema con una perspectiva muy diferente al de sus colegas biólogos. Los jardines químicos bajo el mar, pensaba Russell, habrían proporcionado un flujo abundante de materia y energía en un mismo lugar, un entorno propicio para las reacciones auto-replicantes y también el alimento suficiente para las incipientes criaturas.

 

Los problemas con el surgimiento de la vida parecían depender de los eventos químicos, altamente improbables, que conducían a una mayor complejidad.

 

Al considerar primero la energía, Russell creyó que podía hacer frente a eso. En su opinión, el surgimiento de la complejidad biológica no era improbable, sino inevitable.

Durante casi tres décadas, la perspectiva energética de Russell fue mayormente recibida con escepticismo. Ahora las actitudes están cambiando:

los recientes descubrimientos en geología, genómica y biología molecular le prestan nueva credibilidad a su hipótesis.

Con ese cambio viene una nueva perspectiva sobre la definición de la vida, y un reforzante desafío a su lugar de privilegio en el cosmos.

 

Russell ve el surgimiento de la vida enraizado en los mismos principios que rigen el surgimiento de las galaxias, planetas y los tornados.

 

La vida, según él, no es una ocurrencia anormal, sino una parte unificada de una arrolladora narración física,

'simplemente una parte más de la continuidad del flujo de energía en un Universo en expansión'.


***

 


Pensar en la vida en términos de energía desafía la misma definición de la vida.

"No se trata de lo que la vida es", dijo Russell, "sino lo que la vida hace".

Después de todo, cada pocos años, se reemplaza cada átomo en su cuerpo, en promedio.

 

En ese sentido, la vida no es una algo así como un modo de ser, es un inquietante reajuste de destrucción y creación. Si se puede definir de algún modo, la vida es un auto-sostenible flujo, altamente organizado, de la manera natural en que la materia y la energía se expresan en determinadas condiciones.

La concepción de Russell de nuestra especie, junto al de todos los demás seres vivos, es como la de meros patrones de energía, en última instancia, nacida de las primeras fluctuaciones del Universo, lo que podría hacernos sentir un poco menos especiales.

 

Por otra parte, también podría hacernos sentir un poco menos solos. Somos descendientes de un linaje energético ininterrumpido desde los albores del tiempo.

 

Darwin intuyó esta profunda relación entre la biología y la física, especulando sobre lo que es,

"probable que el principio de la vida se mostrará en el futuro como parte o consecuencia de alguna ley general".

Y, podría haber añadido, que también hay grandeza en esta concepción de la vida