por Collin Rodney

1952

extraído de "El Desarrollo de La Luz", Capitulo 5

del Sitio Web Scribd

 

I - EL SER FÍSICO DEL SOL

 

En la primera parte del siglo XVII, Robert Fludd, médico inglés, trazó una armonía matemática del Universo, en la que el Sol se encontraba exactamente a medio camino entre el Absoluto y el Hombre.

 

Por tamaño, energía, duración de vida y responsabilidad, se demostraba que ocupaba el centro de una escala cósmica. Así que desde el punto de vista del hombre, situado debajo, las leyes y naturaleza de los poderes más altos en el Universo se revelarían merced al Sol físico, siendo mejor comprendida su acción.

 

Para todos nuestros conocimientos técnicos; esta idea demostrará que es un enfoque valioso. Una de las primeras cosas de que debemos darnos cuenta acerca del Sol, es que no podemos saber más de su interior o de sus cualidades internas, que lo que sabernos acerca del interior o de las cualidades internas de un cuerpo humano, si tuviéramos que estudiarlo a 100 metros de distancia.

 

Todo cuanto estudiamos y experimentamos acerca del Sol se refiere a su superficie y a las radiaciones desprendidas de aquélla. Este Sol, por cuya energía giran los planetas y existe el mundo de la Naturaleza, se nos presenta como una gran esfera radiante que calculamos es un millón de veces más grande que la Tierra. Para el ojo desnudo, su cegadora brillantez que se sombrea un tanto del centro a la periferia, da la impresión de una nube incandescente.

 

Por el telescopio esta nube no sólo se ve incandescente, sino en un constante estado que fluye semilíquido, semigaseoso.

 

Aquí y allá, en un mar al rojo blanco, se desarrollan grandes vórtices de llamas y de fuerza, que en unas cuantas horas pueden disparar surtientes de fuego a una distancia de un millón de kilómetros en el espacio. Y, en tanto, el fundido ecuador gira con mayor rapidez, como las faldas de una bailarina, en la rotación de la gran esfera.

 

Un telescopio mayor revela otro aspecto del disco solar. Toda la superficie cegadora ofrece, entonces, el aspecto de una granulación resplandeciente con granos más brillantes aún que cintilan y se recambian de continuo sobre un fondo más opaco.

 

Estos gránulos de luz son en realidad pozos de gases muy calientes que provienen del interior. Los dos o tres millones de aquéllos que transpiran el calor interno del Sol, corresponden muy aproximadamente al número de glándulas sudoríparas que enfrían análogamente al cuerpo humano.

 

Y estos poros solares con un diámetro de 500 o 1,000 kilómetros, sudando lagos de fuego tan grandes como el mar Negro, recuerdan vívidamente la relación entre el cosmos del Sol y el cosmos del hombre, que conocemos más íntimamente. La luz desprendida por la superficie solar al rojo–blanco, cuando se examina mediante análisis espectroscópico, resulta tener las radiaciones de todos los elementos conocidos en la Tierra. Pero estos elementos se acomodan por sí en capas.

 

La superficie granulada visible, conocida como fotosfera, se compone de pesados vapores metálicos que forman una cáscara o epidermis gaseosa, colocada sobre lo que queda por dentro. Por encima se sitúa una atmósfera translúcida e incandescente de hidrógeno y helio, llamada la cromosfera.

 

Y más allá de ésta flamea nuevamente una corona de brillantez que, en ocasión de los eclipses, aparece como un campo magnético visible que se extiende muchos millones de kilómetros en el vacío del espacio. La misteriosa forma cambiante de esta corona, que en un período es como un halo, en otro como un par o doble par de alas, puede ser reproducida y explicada mediante un simple experimento.

 

Si se arroja polvo en la superficie del agua y se hace girar una manzana a medio sumergir y atravesada por una aguja, el movimiento de las partículas de polvo creará un campo similar al de la corona, pudiendo reproducirse todas sus variadas formas mediante el cambio de ángulo entre la aguja y la superficie.

 

Por tanto, la corona parece ser el trazo con partículas luminosas del campo de fuerza creado por la rotación del Sol sobre su eje, quizás algo semejante al aura de calor corpóreo y magnetismo que envuelve a un ser humano.

Hay todavía otra emanación del Sol más atenuada.

 

Se nos presenta ésta como la luz zodiacal, un débil resplandor que se proyecta desde aquél a la lejanía a través del plano de la eclíptica y el cual es aun visible al ojo desnudo como una huella luminosa que sigue o precede al Sol en la puesta o al amanecer. La luz zodiacal evidentemente representa una nube de forma de lente de alguna materia muy rarificada, que parece como una segunda aura o aura exterior del Sol, la que se extiende en una forma atenuada hasta tan lejos que alcanza la órbita de la Tierra.

 

Esta nube hace difusa la luz del Sol como la hacen las atmósferas de los planetas; y, más adelante, notaremos que el planeta que no posee ninguna atmósfera propia, Mercurio, se encuentra profundamente metido en esta nube y quizás pueda decirse que ha prestado o que disfruta, en su lugar, de la atmósfera del Sol. La fotosfera, la cromosfera, la corona y la luz zodiacal representan, así, cuatro cubiertas o emanaciones sucesivas del cuerpo solar.

 

En la cromosfera, la parte del Sol más accesible a nuestro estudio, es el hidrógeno el elemento activo y el elemento más ligero y simple conocido por el hombre, que forma una especie de océano de nubes lanosas (flóculos) sobre toda su superficie. El elemento pasivo complementario parece ser el calcio; pues fotografías del Sol con luz de calcio e hidrógeno, esto es, del hidrógeno y calcio del Sol, respectivamente, se ven como la copia positiva y negativa de la misma fotografía.

 

Debido a cierta acción que tiene lugar en la cromosfera, donde estas nubes de calcio e hidrógeno hierven como un caldero de agua bullente, es que se emite toda la inmensa radiación que sustenta al Sistema Solar.

 

Desde el punto de vista del hombre, las características más obvias de esta radiación son luz y calor. Y todavía le es más obvio que el Sol representa la fuente, el origen, el absoluto de estas dos cualidades.

 

Al mismo tiempo, intensificadas hasta el grado en que se encuentran en el Sol, el calor y la luz son netamente incomparables con cualquier cosa que concibamos por medio de estas dos palabras en la Tierra, y una mera multiplicación de cifras que representaran temperatura o brillantez, no podría darnos idea de su significado. Por ejemplo, la temperatura de la superficie del Sol, se estima en cerca de 6.000°C.

 

Esto está muy por encima de lo requerido por todas las sustancias terrenas para hervir y vaporizarse, incluyendo al hierro y el niquel. Al evaporarse, tales sustancias se expanden a un volumen 1500 ó 2000 veces mayor que el que ocupan en el estado líquido o sólido. Si la Tierra fuera elevada a la temperatura del Sol, es decir, si pudiera hervir, se convertiría en una radiante esfera de gas de 160,000 kilómetros de diámetro, en tanto que si el Sol fuera congelado a la temperatura terrena, se solidificaría a tamaño no mayor que el del planeta Saturno.

 

Por tanto, podemos decir que aún el enorme tamaño del Sol comparado con sus planetas, es sólo un producto derivado de su intenso calor. Y, recíprocamente, si los planetas adquirieran un calor así, alcanzarían el tamaño y la potencia de los soles. Hasta la brillantez de la radiación depende directamente de la temperatura.

 

El calor rojo del hierro y de las rocas es de alrededor de 500°C., de modo que si la superficie de la tierra pudiera sobrepasar ese calor, empezaría también a brillar con luz propia. Por otra parte, si un Sol enano y sólido cayera por debajo de esta temperatura, todo el Sistema Solar quedaría envuelto en profunda oscuridad, sería un juego de esferas sin luz y sin vida en un sótano vacío.

 

Se requiere poca imaginación para comprender que tal sistema, si pudiera suponerse, sería un cadáver– un cuerpo astronómico en el que el corazón ha cesado de latir, el calor de fluir y las diferentes partes de tener alguna cohesión o significado común. Por tanto, lo que tratamos de medir en grados Fahrenheit o centígrados, debe ser algo análogo al poder creador, a la vida misma.

 

Debe ser un modo de existir completamente independiente del material de que se compone el Sol, así como la conciencia en el hombre es por completo independiente de los elementos de que se compone el cuerpo humano. Por cierto que el Sol y los planetas no parecen diferir en cuanto a su composición, sino sólo en cuanto a su estado de ser que –por falta de mejor medida– intentarnos calcular como calor. Cada modificación de temperatura y brillantez crea enormes efectos.

 

Las manchas, vórtices huracanados tan grandes como los planetas y 1000°C. más fríos quo el resto del disco solar, actúan como verdaderos planetas para crear campos magnéticos propios, que afectan tan profundamente a la atmósfera de la Tierra, como los campos magnéticos de aquéllos. En verdad las manchas solares pueden considerarse como planetas potenciales dentro del cuerpo del Sol; pudiera decirse, la semilla no fertilizada de planetas.

 

Y es más que probable que los actuales planetas hubieran sido proyectados en su origen al espacio y a la existencia independiente a través de vórtices exactamente como esos. Los campos magnéticos separados de manchas solares, sobrepuestos al gran campo magnético del Sol, se reflejan en la Tierra en las Luces Septentrionales, las tormentas eléctricas, y en perturbaciones en innumeras fases de la actividad del hombre y la productividad de la Naturaleza. De hecho, pueden ser consideradas como que producen efecto exactamente por las mismas leyes que hemos establecido para la influencia planetaria y en un ritmo que se le compara.

 

La actividad de las manchas solares sigue un ciclo de once años claramente marcado, durante cuyo tiempo las manchas no sólo tienen aumentos y bajas de numero sino que el cinturón en el que parecen moverse desciende continuamente hacia el ecuador, para reaparecer en una latitud mayor.

 

Esta pulsación de once años, de acuerdo a la relación de tiempo ya establecida, 24 corresponde exactamente en la escala de tiempo del Sol, a las frecuencias magnéticas en la escala del hombre.

 

24 - De acuerdo con la relación de tiempo de nuestro 'Cuadro de Tiempos' (Apéndice II) abajo, una periodicidad de once años para el Sol corresponde a una frecuencia de 250 vibraciones por segundo para el hombre.

 

 

De modo que alguna relación íntima parece existir entre el campo de vibraciones que se sienten como magnetismo por los diferentes cosmos; y aún podemos decir que el período de las manchas solares es nuestra forma humana de registrar el ‘magnetismo personal’ del Sol.

 

Es, así, difícil de sorprender que este período afectara tan profundamente toda la vida que procede de esa fuente.

 

El Sol actúa sobre el hombre y la naturaleza terrestre en formas muy diferentes, por dos diversas categorías de energía transmitida a velocidades diferentes. Como ya hemos declarado a menudo, el Sol transmite vida a la Tierra por medio de la luz. Pero, también, – de acuerdo con el principio que antes establecimos– le transmite la forma a la Tierra por medio del magnetismo. Sin duda en el principio aún expelió la materia misma pura que de este modo fuera dotada de ambas.

 

Así, toda cosa, toda influencia, Inda vida, materia y forma pueden ser consideradas como que emanan del Sol en la plenitud y totalidad del tiempo. Sólo que, así como la administración de una cierta cantidad de materia es delegada a la Tierra por su vida, así cierta parte del trabajo formativo efectuado a través de los campos magnéticos, es delegado a los planetas por la suya.

 

Es en este sentido que – aunque vida, forma y materia derivan todas del Sol – desde nuestro punto de vista consideramos a los planetas los custodios ele la segunda y a nuestra Tierra de la tercera. Sin embargo, la radiación de la luz y de la vida ha permanecido el privilegio único del Sol. Durante todas las épocas cubiertas por la historia, la leyenda y la investigación humanas, la radiación del Sol ha permanecido prácticamente constante.

 

Porque si bien un cambio de una sola magnitud en su brillantez podría destruir la vida de la tierra, ya sea hirviendo o congelando toda el agua existente, todas las formas fosilizadas de vida, por el contrario, llevan indicios de variación en la temperatura terrestre que son escasamente perceptibles y que se explican fácilmente por causas terrestres.

 

Para nuestro conocimiento, quizás durante tres millares de millones de años el Sol ha vertido su fuerza inmensa e invariable en la sustentación de sus planetas y en el espacio intermedio. Durante todo ese tiempo este campo de energía ha sido suficientemente pródigo para lanzar a Neptuno a su órbita, distante cinco mil millones de kilómetros; y ha sido bastante delicado para elevar la savia en el tallo de un helecho.

 

Tal es la fuente de una energía tan inmensa y tan constante; mas ¿cuál es su naturaleza?
 

 


II - HIDRÓGENO EN LUZ

 

Una respuesta muy interesante a esta pregunta ha sido propuesta por Bethe de Cornell.

 

Está basada en la posibilidad de que en las condiciones que existen en el Sol, los átomos de diferentes elementos no son inmutables sino que pueden desintegrarse y recombinarse, desprendiendo energía en el proceso, así como en la Tierra las moléculas pueden desintegrarse y recombinarse en nuevas sustancias y organismos mientras emitan calor, luz y magnetismo.

 

Por tanto, en la tierra una molécula de madera, cuando se quema, se convierte en una molécula de ceniza, habiendo desprendido calor molecular. Pero en el Sol, sería un átomo el que así se consumiría, formando una suerte diferente de átomo y desprendiendo energía atómica. Ahora bien, los átomos, como es generalmente sabido, constan de un núcleo central alrededor del que gira un número de electrones que varía con el elemento de que se trata.

 

El átomo más simple es el de hidrógeno que tiene un electrón; el helio tiene dos, mientras que el carbono, nitrógeno y oxígeno tienen 6, 7 y 8 respectivamente. 25

 

25 - Para nuestro propósito presente no necesitamos profundizar en la cuestión de las órbitas o cubiertas electrónicas, que serán tratadas en el Capítulo 7, “Los Elementos de la Tierra”, pp. 119 y sigs.

 

Pero en algunos casos un elemento puede variar ligeramente en peso atómico, esto es, aunque tenga el número correcto de electrones para el elemento correspondiente, puede estar ligeramente reducido de peso e inestable, es decir, con tendencia a deslizarse como elemento inmediato más ligero, o bien puede estar ligeramente aumentado de peso y, por tanto, hallar se un grado más cerca del siguiente más pesado.

 

Estas variantes elementales se conocen por isótopos.

Hemos anotado que el elemento activo en el Sol, parece ser el hidrógeno en cantidad casi ilimitada.

 

Bethe suponía que en las condiciones de increíble fuerza y tensión existentes en el Sol, los átomos de hidrógeno con su único electrón, están bombardeando constantemente los átomos del carbono, con seis electrones, con tal violencia que se combinan para formar los átomos del nitrógeno de siete electrones. Pero estos átomos de nitrógeno serían ligeros e inestables y el electrón librado tendería a lanzarse en el espacio bajo la forma de un rayo solar libre, dejando tras sí un átomo de carbono, aunque esta vez es uno pesado.

 

El siguiente átomo de hidrógeno que choca, se combinaría con éste para producir un átomo estable de nitrógeno. Exactamente en la misma forma, una nueva colisión con un átomo de hidrógeno, llevará el átomo de nitrógeno a convertirse en un átomo ligero de oxígeno, desde el que nuevamente un electrón libre escapará en el espacio en forma de energía radiante.

 

Ahora queda un átomo pesado de nitrógeno, que es nuevamente bombardeado por hidrógeno. Sin embargo, esta vez se obtiene un resultado diferente – el propio átomo de hidrógeno captura uno de los electrones del nitrógeno para formar un átomo de helio con dos electrones, en tanto que el átomo de siete electrones del nitrógeno, se reduce al átomo de seis electrones de carbono, con el que empezamos.

 

El resultado neto del ciclo es que cuatro átomos de hidrógeno se han consumido para formar un átomo de helio y dos rayos de Sol.

 

Gamow calculó que la cantidad de hidrógeno que podía obtenerse en el Sol es suficiente para generar mediante este proceso toda la radiación solar requerida por el Sistema Solar durante 40 mil millones de años. Física y lógicamente, la explicación parece justa. Pero a medida que la examinamos más cuidadosamente, empezamos a reconocer de súbito algo familiar en la secuencia descrita.

 

Cuando estudiábamos los diferentes procesos resultantes de la combinación de las tres fuerzas en el Sistema Solar, llegamos a la conclusión de que el proceso de crecimiento (a) se proseguía por el orden Sol: Tierra: Planetas; es decir, activo, pasivo, mediador; o, como lo expresamos filosóficamente, el espíritu penetrando a la materia para ser dotada de forma.

 

También dijimos que estas combinaciones de tres fuerzas deben existir en cada nivel del universo, dando siempre lugar a procesos análogos. Se nos ocurre ahora que este proceso de crecimiento, es exactamente el que acabamos de describir. El hidrógeno, elemento activo, penetra en el carbono, elemento pasivo; para producir un elemento intermedio, el helio, y una cierta radiación de vida que es precisamente la rúbrica de este orden.

 

La producción de energía por el Sol es de la naturaleza del crecimiento. Es el crecimiento del Sistema Solar.

 

¿Hacia dónde conduce este proceso de crecimiento solar del que nosotros y todo lo que conocemos somos productos? ¿Cómo es que este remolino de fuerza cuaja en la vida que vivimos y reconocemos?

 

Para contestar a esta pregunta debemos dar un paso atrás. El elemento activo en el Sol es el hidrógeno y es muy interesante esto, porque el átomo de hidrógeno, con su electrón único girando alrededor de un núcleo, se encuentra en la frontera entre la materia en estado electrónico y la materia en estado molecular. El hidrógeno y toda materia más densa, se combina con otras materias, átomo a átomo, para formar moléculas.

 

Pero el siguiente grado de rarefacción superior del hidrógeno, resulta en electrones libres, en la materia en estado electrónico – es decir, en luz, ondas magnéticas, etc. En el ciclo del carbono vemos cómo puede ocurrir esta transición de hidrógeno (es decir, materia en estado molecular) a rayos de luz (esto es, materia en estado electrónico), en el Sol.

 

Un proceso comparable tiene lugar en el hombre cuando el aire que respira (materia molecular) es finalmente transformado en impulsos nerviosos ele pensamiento y emoción (materia electrónica), y en esta condición se vuelve suficientemente penetrante para afectar a otros, para ayudar o estorbarlos, aún cuando se transmita a grandes distancias.

 

Un hombre que tiene un pensamiento interesante durante un alegre paseo y lo transmite por teléfono, a un amigo que se encuentra en la población cercana y que de esta manera produce un aumento en el bienestar y felicidad de su amigo, está utilizando de hecho la transformación de la materia molecular en electrónica, en casi la misma forma en que lo hace el Sol, transmitiendo su energía a la Tierra.

 

La transformación de hidrógeno en luz descrita por Bethe, representa un cambio de materia a un estado en que puede ser transmitida a larga distancia. Por tanto, si el calcio del Sol puede decirse que corresponde a su cuerpo físico, la cromosfera o esfera de hidrógeno podría ser su ‘vida’ y la radiación solar de varias clases podría representar su ‘pensamiento’ y ‘emoción’.

 

De acuerdo con la teoría de los quanta desarrollada por Max Planck, esta radiación no es transmitida continuadamente, sino en una serie de unidades sucesivas o quanta, cada una de las cuales representa una cantidad mensurable de energía, que lleva una relación fija con la longitud de onda de la luz. Un quanta es un impulso que abarca algunos miles de tales ondas-luz y que está separada del quanta siguiente por alguna forma de intervalo.

 

En otras palabras, si una onda-luz representa un día para un electrón, un quanta está casi con certeza conectado con la vida de un electrón. Es una tentativa de medir la cantidad de energía gastada por un electrón libre durante su vida. Como antes hemos visto, cuanto más alta la frecuencia de la radiación tanto más grande la cantidad de energía que representará un quanta; esto es, más energía y poder de penetración contendrá la vida de un electrón.

 

Un electrón que transmite luz azul está viviendo activamente con más intensidad que uno que transmite luz roja, exactamente como un hombre que transmite los impulsos de la emoción vive más intensamente que otro que sólo transmite los fríos impulsos del pensamiento.

 

Más aún, este electrón libre proyectado al espacio con su minúscula carga de energía vital, es producto del hidrógeno. Pues de lo dicho anteriormente resulta claro que grandes cantidades de hidrógeno deben estar presentes para que cualquier cuerpo emita de por sí una luz de radiación comparable. Por así decirlo, el hidrógeno es la materia de los soles, el combustible del que producen las necesarias radiaciones para transmitir vida a sus sistemas.

 

En relación con esto es interesante hacer notar que los dos planetas en cuya composición el hidrógeno parece jugar un papel dominante son Júpiter, cuya atmósfera parece estar compuesta principalmente de amonio (NH3) y metano (CH4); y Saturno, cuya atmósfera se cree está constituida de hidrógeno y helio.

 

Ambos soportan sistemas completos de satélites y hasta pueden ser veladamente auto-luminosos, aunque esta luminosidad pasa desapercibida frente a la brillantez infinitamente mayor del Sol. En cualquier caso, como supusimos al considerar el proceso de regeneración, ellos procuran evidentemente convertirse en soles.

 

¿Qué ocurre con la luz convertida del hidrógeno por el Sol, y radiada a través de los ámbitos del espacio?

 

La mitad de un billonésimo de ella, sirve para vivificar a la ‘hierra. En seis horas, el resto ha llenado cada rincón del Sistema Solar, hasta los últimos confines de la órbita de Neptuno.

 

En el patrón de vida y percepción del Sol, un tiempo así es incomensurablemente pequeño, equivalente a menos de un millonésimo de segundo en el patrón del hombre.

 

Así que, para el Sol, su luz debe existir simultáneamente en todas partes de su sistema, así como puede existir la conciencia en el hombre. Una de las cualidades más sorprendentes de esta luz es que es indisminuible y eterna. Estamos familiarizados con la ley de que la intensidad de la luz desde un punto dado, disminuye en proporción inversa al cuadrado de la distancia. Pero esto se refiere a la cantidad de luz registrada por un área receptora dada.

 

Si recordamos que a medida que la distancia crece mayormente, la esfera imaginaria que recibe la luz aumenta en área en la misma proporción, nos damos cuenta que la cantidad total de luz recibida desde una fuente dada, es exactamente la misma a una distancia de un millón de kilómetros que a una distancia de diez metros.

 

Ni una sola fracción de la luz de una sola vela se pierden al alcanzar las partes exteriores del Sistema Solar: sólo es difundida alrededor de esa prodigiosa circunferencia. Más aún, este proceso de difusión de luz, sin pérdida, continúa indefinidamente. Como sabemos por la observación de las galaxias más distantes, todavía está marchando quinientos millones de años después de su primera emisión. Toda la luz que fue irradiada entonces por esas galaxias aún existe, aunque ahora a esta inmensa lejanía.

 

Si la luz puede difundirse y sostenerse indisminuída durante medid millar de millón de años, con seguridad lo puede hacer para siempre. Esto significa que toda la luz, desde la de una vela hasta la de un super-sol, ocupa tarde o temprano al Universo entero. La luz es indisminuíble, eterna y omnipresente.

 

En cada religión que ha existido, estas tres cualidades se han reconocido como divinas. Así que nos vemos forzados a concluir que la luz – luz efectivamente sensible – es el vehículo directo de la divinidad: es la conciencia de Dios. Sin embargo esta luz, cuando alcanza a los planetas, siendo materia en estado electrónico, reviértese gradualmente al estado molecular.

 

En la Tierra las primeras etapas de este proceso tienen lugar en las partes superiores de la atmósfera o ionósfera, donde la radiación solar vuelve a crear iones de hidrógeno. Esto puede estimarse como una variedad de condensación o cristalización de electrones libres en la forma más fina del átomo. Un proceso semejante ocurre probablemente en todos los demás planetas, aunque esta ‘saturación’ de la atmósfera planetaria con hidrógeno, ha avanzado evidentemente mucho más en Saturno y Júpiter que en la Tierra, y más en la Tierra que en Marte o Venus.

 

En cualquier caso, la combinación de estos átomos de hidrógeno con átomos de varias sustancias ya existentes en la Tierra, da lugar a todas las formas de vida que nos son conocidas.

 

De este modo resulta claro que toda la vida en la Tierra, es una condensación de radiación electrónica o solar, así como las gotas de agua en un cristal de ventana representan la condensación del vapor de agua en contacto con una superficie fría. Esto es el ‘crecimiento’ del Sol. Al mismo tiempo la creación de tal vida no implica una pérdida de la naturaleza electrónica de la materia, sino que, como vimos antes, su temporal encierro bajo formas de aspecto vario y de mayor o menor densidad.

 

Dentro de estas formas los electrones con su afinidad por el Sol, aún existen y, de hecho, todas estas formas están constituidas por esos electrones. Posteriormente, cuando estas formas ‘mueren’, como solemos decir, sólo significa que el campo magnético que crea un cierto aspecto individual, se rompe, eliminándose los elementos más pesados o terrenos que lo constituyen, desprendiéndose los átomos originales de hidrógeno.

 

Con la mayor probabilidad estos átomos de hidrógeno se desintegran nuevamente, dando electrones y, en este estado, reasumen su libre paso a través del Sistema Solar, temporalmente interrumpido por su incorporación dentro de los cuerpos.

 

Es decir que la energía incorporada a los cuerpos físicos, al morir éstos, se convierte nuevamente en luz.

 

Si recordamos la conclusión a que acabamos de llegar acerca de la naturaleza de la luz, podemos aún decir que en los cuerpos físicos desintegrados, retorna su materia al estado divino. La prueba de esta tesis solamente está obstaculizada por el hecho que normalmente podemos sólo concebir la conciencia atribuida a los cuerpos físicos o materia en estado celular. Y esto sólo podría establecerse satisfactoriamente llevando efectivamente la conciencia a la materia en estado electrónico.

 

Toda la cuestión puede ponerse, entonces, en términos como estos: ¿Está esta materia en su retorno al estado divino, acompañada por la conciencia individual? ¿Quién posee una conciencia individual suficientemente permanente y suficientemente intensa para aprovechar esta expansión infinita de su vehículo?

 

Acerca de tales posibilidades poco se sabe de ordinario.

 

 

III - POSIBILIDADES EN EL SOL

 

Hay un extraño dicho que afirma que el crecimiento es la limitación de posibilidades.

 

Estamos ahora en aptitud de indagar qué es lo que esto significa. Es un principio general que mientras más rara y fina es la materia, mayor es el número de posibilidades que contiene. Físicamente decimos que el Absoluto debe contener por definición todas las posibilidades. Y a medida que descendemos la escala de los mundos, en cada nivel disminuye el número de posibilidades contenidas en la materia.

 

Cuando arribamos al nivel familiar de elementos terrenos, las posibilidades ya están claramente definidas y limitadas. Un átomo de hierro contiene en sí mismo la posibilidad de combinarse con otros átomos para formar una serie completa de moléculas – contiene dentro de sí mismo la posibilidad de incorporarse en acero, herrumbre, un colorante mordente, y hasta en una pasa o en sangre humana.

 

Pero no contiene la posibilidad de transformarse en átomo de cobre. Esta es una limitación definitiva de posibilidades, propia del nivel terreno. De modo semejante los átomos de carbono, oxígeno, nitrógeno e hidrógeno con, tienen entre sí las posibilidades ele toda materia viviente. Pero no contienen la posibilidad de convertirse los unos en los otros.

 

En la Tierra un elemento no contiene la posibilidad de otro elemento.

 

Si descendemos otro grado hasta el mundo y la escala del hombre encontramos, en cambio, que son las moléculas las que empiezan a estar fijas. Una molécula de madera contiene en sí misma la posibilidad de convertirse en una partícula de una mesa o en una partícula de un lápiz, pero no tiene la posibilidad de convertirse en una molécula de mantequilla, aún cuando sus elementos constitutivos puedan ser los mismos.

 

Apreciando las condiciones de nuestro satélite la Luna, parece que encontramos un mundo todavía más bajo donde para nuestra percepción, nada contiene ninguna posibilidad.

 

Nada se puede cambiar en algo distinto, sino que está condenado a permanecer eternamente como es. Esta es la antítesis de lo absoluto, el fin de la creación, el cero absoluto. Volviendo ahora al proceso que parecíamos sorprender sobre el Sol, encontramos un, alcance de posibilidades mucho más alto que el que nos es familiar en la Tierra. Ahí, un elemento se puede cambiar en otro.

 

En la Tierra, uno puede abandonar durante toda la noche un átomo de hierro con la seguridad de encontrar un átomo de hierro al día siguiente. De este axioma depende todo en nuestra vida y percepción. Pero no resulta verdadero en el Sol. Ahí, lo que e, un átomo de carbono en un momento dado, es un átomo de nitrógeno en el siguiente y, en el tercero, un átomo de oxígeno. Un elemento contiene en sí mismo la posibilidad de otro elemento.

 

Hasta podemos aventurar, partiendo del estudio del principio de las reacciones atómicas en cadena, que el átomo de hidrógeno contiene dentro de sí la posibilidad de todos los otros elementos. Ahora aparece claro lo que el hombre está intentando hacer en sus esfuerzos por escindir el átomo. Empleando el uranio, ha tenido éxito en apartar un electrón de un átomo de densidad no natural, casi patológica.

 

Y aún esto ha liberado energía en una escala incomparablemente mayor a todo lo hasta ahora concebido.

 

Utilizando la fuerza de que así dispone, como un punto de arranque, se ingenió luego para hacer que átomos de hidrógeno se combinaran para formar átomos de helio, produciendo en el proceso energía prácticamente ilimitada, exactamente como lo hemos descrito.

De hecho lo que intenta, es introducir en la Tierra un fenómeno que en nada es de ella y que pertenece a la naturaleza del Sol.

 

La bomba de hidrógeno implica la creación sobre la Tierra de un sol en miniatura. El resultado de ésta magia negra no puede ser menos que horrible devastación y la reducción a inerte del material viviente, dentro de una escala completamente nueva. También este proceso parece familiar. El hombre prostituye la fuerza solar para producir tierra muerta.

 

La forma reduce el espíritu a materia. Tal proceso no puede ser otro que el del crimen. Intentando usar la energía atómica, esto es, intentando descubrir la manera de cambiar un átomo en otro, el hombre investigaba la entrada al mundo donde la materia tiene todas las posibilidades. Probablemente existe una legítima puerta de entrada hacia ese mundo.

 

Si el hombre pudiera descubrir cómo mantener la conciencia individual cuando su materia retornara al estado electrónico, ya podría librarse de un mundo semejante. Y, por lo que hemos deducido antes, parece que ésta posibilidad se conecta con el problema y el misterio de la muerte.

 

Pero, evidentemente, existe también un modo ilegítimo de acercarnos a tal mundo. Se refiere éste al uso de las leyes científicas sin el mejoramiento de la conciencia y del ser del hombre. Tal acercamiento, dada la naturaleza de las fuerzas involucradas, sólo puede conducir al desastre. Empero, en la escala del Sol, aún esto carece de importancia.

 

Debemos darnos cuenta de que ahí, en el mundo solar, nada de lo que consideramos fijo está fijo. Todo lo que vemos como permanente, ahí se trasmuta en pasajero, mientras lo que vemos como transitorio es ahí eterno. Significa que el mundo solar es inconcebible para nosotros. En él se contienen posibilidades infinitamente mayores que las que existen en cualquier mundo que conocemos o imaginamos.

 

De cierto, si recordamos la relación existente entre los cosmos, que ya hemos establecido, caemos en la cuenta de que mientras el mundo de la naturaleza contiene el tiempo del hombre y el mundo de la Tierra, su recurrencia; el mundo solar debe representar para él la sexta dimensión, es decir, el Sol contiene todas las posibilidades para el hombre.

La materia del Sol, o materia electrónica, está más allá de la forma y más allá del tiempo. Está colocada aún más allá de la recurrencia de la forma y de la repetición del tiempo.

 

En relación con nuestro mundo, es inmortal, eterna y omnipotente.

 

Y cualquier cosa que sus criaturas puedan experimentar o concebir, no es sino una limitación de sus posibilidades ilimitadas.