Tengo 55 años. Nací en Buenos Aires, 
				donde vivo. Educo a personas que atraviesan crisis severas. 
				Estoy casada y he criado cuatro hijos. ¿Política? Ayudar a los 
				demás a vivir hasta el último instante. ¿Dios? No soy 
					
					religiosa, 
				soy espiritual: experimentar la trascendencia me sana.
 
					
					
¿Cuántos pacientes?
					Casi 30.000 en los últimos 30 años, con enfermedades de todo 
				tipo, cánceres…
 
					
					
¿Cómo los ayuda?
No tratando de no morir, sino de vivir hasta morir, de morir 
				bien.
 
					
					
¿Qué es morir bien?
					Vivir hasta el último instante con plenitud, intensamente. 
				Vivir más no es más tiempo, sino sentirte alegre por estar aquí 
				y ahora.
 
					
					
¿Acaso no vivían antes de enfermar?
					¡Muchos agradecen a su cáncer que les haya enseñado a ser 
				felices, a vivir! La enfermedad es una oportunidad de 
				enriquecerse.
 
					
					
Mejor que no llegue.
					¡Pero llega! El dolor entra en todas las casas. ¡Y esto hay 
				que saberlo! Deberíamos aprender desde niños que morir es parte 
				de la vida, y a fortalecernos en cada contrariedad.
 
					
					
No nos lo enseñan, es verdad.
					Al no aprender a dominar la mente, vivimos arrastrados por 
				ella. Es malvivir: ¡la mente es demasiado loca para confiarle tu 
				vida! Confíale tus negocios, ¡pero no tu vida!
 
					
					
¿Por qué no?
La mente va de excitación en excitación, te impide gozar la 
				vida. Los médicos dicen que padecemos ‘síndrome de déficit de 
				deleite’: ¡no sabemos gozar de lo que nos da la vida!
 
					
					
Yo lo procuro.
Un 10% es lo que te pasa y un 90% es lo que haces con lo que 
				te pasa.
 
					
					
Cuestión de actitud. ¿Cuál es la mejor?
					Sentir pasión ante la incertidumbre de la vida, ante lo que 
				sea que vaya a traerte.
 
					
					
¿Sea lo que sea?
Sí. Los psiquiatras detectan que hoy padecemos de neurosis 
				noógena: falta de responsabilidad y sentido de la propia 
				existencia.
 
					
					
Pues sí que andamos mal.
					Sí, pero la ciencia vanguardista trae buenas noticias: 
				acudiendo a tu interior puedes obtener todo lo que necesites, 
				producir endógenamente todas las drogas analgésicas, 
				euforizantes… ¡Puedes aprender a sanarte!
 
					
					
¿Y prescindir de la medicina?
					Hablo de la TERCERA REVOLUCIÓN DE LA MEDICINA: después de la 
				cirugía y los antibióticos, llega la 
				psiconeuroendocrinoinmunología.
 
					
					
A ver si me cabe la palabra en una línea.
					Es la disciplina que integra psiquismo y biología, tras 
				treinta años de investigaciones de sabios como Carl Simonson, 
				Robert Ader, 
					
					Stanley Krippner…
 
					
					
¿Qué postulan?
La interconexión del sistema nervioso central, el nervioso 
				periférico, el endocrino y el inmunológico. Te lo resumo: ¡las 
				emociones modifican tu capacidad inmunológica!
 
					
					
Así, ¿una emoción puede enfermarme?
					La angustia ante lo incierto, el miedo, la desesperanza, el 
				remordimiento, la rabia… ¡Cada una tiene su bioquímica! Y es 
				venenosa, es depresora del sistema inmunológico.
 
					
					
¿De un día para otro?
					La salud no es un estado: es un proceso, y muy dinámico. ¡Por 
				tanto, siempre puedes reforzar tu salud si trabajas tus 
				emociones!
 
					
					
¿Las trabaja usted con sus pacientes?
					Sí. Hay pacientes ordinarios, sumisos a creencias 
				establecidas, y pacientes extraordinarios, que generan creencias 
				sanadoras.
 
					
					
Creer que puedes curarte… ¿puede curarte?
					Hay un viejo experimento famoso: a cuarenta mujeres con 
				cáncer de mama, el médico les contó que la quimioterapia las 
				dejaría calvas. Luego, sólo suministró quimioterapia a veinte 
				mujeres y dejó que las otra veinte creyesen recibirla…
 
					
					
Y no me diga que…
Sí, sí: el 60% de las segundas quedaron tan calvas como las 
				tratadas con quimioterapia. ¿Qué modificó la bioquímica interna 
				de esas mujeres? ¡Sus propias creencias!
 
					
					
Inducidas por el médico.
					Lo que demuestra el enorme poder del médico. ¡El médico 
				puede estimular con su actitud la capacidad autocurativa del 
				paciente! Un hijo mío es médico: a él y a todos los médicos les 
				ruego que jamás le digan a un paciente que su condición 
				biológica es irreversible. Ese es el único pecado médico.
 
					
					
Pues hay diagnósticos que desahucian.
					Son condenas: matan más que el tumor. Acepta el diagnóstico 
				que sea, ¡pero jamás aceptes un pronóstico! Jamás: si abandonas 
				la esperanza de mejorar, de luchar por tu propia salud…, activas 
				el suicidio endógeno.
 
					
					
Pero sembrar falsas esperanzas…
					¿Falsas? A mi padre le pronosticó el médico tres meses de 
				vida por un diagnóstico de cáncer de próstata diseminado al 
				hígado. Trabajamos juntos con amor, relajación, meditación, 
				nutrición… y al año no tenía células cancerosas. Vivió 18 años 
				más.
 
					
					
¿Qué dijo su médico?
					‘Milagro’, dijo. Remisión espontánea. Desde ese día cerré mi 
				empresa y me volqué a ayudar a otros como a mi padre. Y yo hoy 
				vivo en la frontera del milagro: la remisión es un efecto 
				colateral en enfermos que han abrazado las fuerzas de la salud, 
				la vida.
 
					
					
¿Cómo han dado ese abrazo?
					Sintiendo que la enfermedad enriquece su vida y que morir no 
				es un castigo, ampliando el círculo de lo que les importa y 
				poniéndose al servicio con amor por la vida que nos traspasa, 
				escapando de su cabeza y empezando a sentir: a reír, a llorar… 
				Se han permitido asombrarse y han experimentado estados de 
				trascendencia…
 
					
					
¿Qué entiende por trascendencia?
					Liberarte de tu historia pasada y del temor por la futura. 
				La meditación ayuda mucho. Y eso cambia tu bioquímica: estás 
				sano, ¡vives! Por el tiempo que sea, estás vivo.