por Adrián López
21 Julio 2018

del Sitio Web ElConfidencial





Códice.

(Wikimedia commons)



Arqueólogos mexicanos

llevan años excavando esta macro-estructura

sepultada por el tiempo y que ahora

desvela algunos de sus secretos...




El sacerdote rápidamente cortó el torso del enemigo y le arrancó el corazón que aún latía.

 

Ese sacrificio, uno entre miles realizado en la ciudad 'sagrada' de Tenochtitlán, 'alimentaría' a los dioses y aseguraría la supervivencia del mundo.

La muerte, sin embargo, fue solo el comienzo del papel de la víctima en el ritual, clave para el terreno espiritual del pueblo azteca en los siglos XIV al XVI.

 

Los sacrificios humanos en las culturas precolombinas están bien documentados, aunque su funcionalidad no ha terminado de quedar clara en muchos casos, especialmente debido a que los códices donde se relata su existencia fueron escritos por conversos.

Los sacerdotes llevaban el cuerpo a otro espacio donde lo colocaban boca arriba.

 

Armados con años de práctica, conocimiento anatómico detallado y cuchillas de obsidiana más afiladas que el acero quirúrgico actual, realizaban una incisión en el fino espacio entre las dos vértebras del cuello, decapitando el cuerpo como expertos.

 

Usando sus cuchillas afiladas cortaban hábilmente la piel y los músculos de la cara reduciéndola a una calavera.

 

 

Foto: Reuters/Henry Romero.

 

 

Luego tallaban grandes agujeros en ambos lados del cráneo y lo deslizaban sobre un grueso poste de madera que contenía otros muchos preparados de la misma manera.
 

 

 


El templo de la muerte

Todos aquellos cráneos de las víctimas estaban destinados al tzompantli, una enorme construcción misteriosa de alrededor de 60 metros de diámetro que se encontraba en una de las esquinas de la capilla de Huitzilopochtli, el dios azteca del sol, la guerra y los sacrificios humanos.

 

Era un altar propio de las culturas mesoamericanas donde se clavaban las cabezas recién cortadas de los sacrificados, que configuraban una especie de empalizada.

 

Su nombre proviene de unir la palabra "tzontli" ("cabeza") y "panli" ("fila").

Gran parte del templo sobrevivió para ser descubierto.

 

 


El tzompantli

formado con cráneos en su alrededor.

 

 

Lo construyeron en siete fases entre 1325 y 1521, cada una correspondiente a un reinado diferente.

 

Cada una se edificó sobre y alrededor de las anteriores, incorporando la historia del Templo Mayor dentro de ella como un conjunto de muñecas rusas.

 

Aunque los españoles destruyeron la fase final, los santuarios más pequeños de los reinados anteriores se pavimentaron, pero quedaron relativamente ilesos.

 

Esas ruinas ahora son parte del museo, pero muchas estructuras que las rodeaban permanecieron ocultas bajo la densa ciudad colonial, y ahora, la megalópolis moderna.


Algunos conquistadores escribieron sobre él y sus torres y estimaron que solo la parte del estante contenía 130.000 calaveras.

 

Pero los historiadores y los arqueólogos sabían que estos eran propensos a exagerar los horrores de los sacrificios humanos para demonizar la cultura azteca.

 

Con el paso de los siglos, los eruditos comenzaron a preguntarse si alguna vez existieron realmente.
 

 

 


Sepultado por el tiempo

Los arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) pueden decir con certeza que esta macroestructura existió realmente.

 

Llevan trabajando desde 2015 y han descubierto los restos del cráter y una de las torres debajo de una casa de época colonial en la calle que se encuentra detrás de la catedral de la Ciudad de México, la otra parte sospechan que se encuentra debajo del patio trasero.

Este hallazgo sugiere que estaba formado miles de calaveras, testimonio de una maquinaria de sacrificio humano como ninguna otra en el mundo.

 

Ahora, los arqueólogos están empezando a estudiar los cráneos en detalle, con la esperanza de aprender más sobre los rituales aztecas y el tratamiento postmortem de los cuerpos de los sacrificados.
 

 

 

 

 


Se cavaron más de 20 pozos de prueba desenterrando restos modernos, porcelanas y losas de basalto.

"Después, cientos de fragmentos de cráneos empezaron a aparecer, en más de dos décadas no habíamos visto nada así. Sabíamos de su existencia por los mapas coloniales, pero no estuvimos seguros hasta ver los agujeros en las cabezas.

 

Las maderas ya se habían descompuesto y muchos de los huesos estaban rotos o habían sido aplastados por los conquistadores", asegura Raúl Barrera Rodríguez, director del proyecto.

Él y otros investigadores esperan que los cráneos clarifiquen el papel del sacrificio humano a gran escala en la religión y la cultura azteca, y si, como sospechan los estudiosos, jugó un papel clave en la construcción de su imperio.

 

Además, el equipo pasó una segunda temporada, de octubre de 2016 a junio de 2017, excavando el tzompantli y la torre.

 

En su dimensión más grande, esta tenía casi cinco metros de diámetro y al menos 1,7 metros de altura.

 

Combinando las dos históricamente documentadas y la planta, los arqueólogos del INAH ahora calculan que varios huesos de la cabeza deben haber sido exhibidos a la vez.

 

Algunos de los cráneos mostrados en el tzompantli

se transformaron en máscaras;

la nariz de este es una cuchilla de obsidiana

como las usadas en sacrificio humano.
 

 

 


¿Enemigos del pueblo?

El experto Jorge Gómez Valdés asegura que la decapitación fue impresionantemente limpia y uniforme.

 

Encontró que aproximadamente el 75% de los cráneos examinados hasta ahora pertenecían a hombres, la mayoría entre las edades de 20 y 35 años, los años que solían tener los principales guerreros.

 

El 20% eran mujeres y el 5% pertenecían a niños, la mayoría víctimas que parecían gozar de una salud relativamente buena antes de sacrificarse.
 

 

Foto: Efe/Jorge Núñez.

 


La mezcla de edades y sexos también respalda otra afirmación española, que muchas víctimas eran esclavos vendidos en los mercados de la ciudad expresamente para ser sacrificados.

 

Los resultados confirmaron que las víctimas nacieron en varias partes de Mesoamérica, pero a menudo pasaron un tiempo significativo en Tenochtitlán antes de ser sacrificados.

"No son extranjeros que fueron traídos a la ciudad y directamente al ritual", dice la arqueóloga Chávez Balderas. "Fueron asimilados en su sociedad de alguna manera", añade a 'Science Magazine'."

También espera encontrar una diversidad de orígenes, especialmente porque los cráneos tzompantli muestran una variedad de modificaciones dentales y craneales intencionales, que fueron practicadas por diferentes grupos culturales en diferentes momentos.

 

De ser así, las calaveras podrían arrojar información que se extiende mucho más allá de cómo murieron las víctimas.