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			 El Libro 
			de la Serpiente 
			de agua  
			  
			
			 Esta es la serpiente de agua; es poderosa. Silenciosa, se desliza 
			por el Gran Río en búsqueda de su enemigo. Con poder, lucha contra 
			las innumerables manos de sus cazadores. Rasga sus lazos. Porque es 
			libre e invencible en su territorio.  
			  
			
			  
			
			 
			 
			 1 Los soldados alemanes  
			 
			1932 - 1945  
			 
			El Tratado de Versalles trajo modificaciones considerables para 
			Europa. Bajo la presión de las adversas condiciones económicas, 
			crecieron nuevas ideologías de carácter autoritario. En 1933, el 
			Partido Nacional Socialista de Hitler alcanzó el poder en Alemania. 
			Su implacable política de expansión desembocó en la Segunda Guerra 
			Mundial, cuyas ramificaciones se entendieron a otros continentes.  
			
			  
			
			 
			En 
			un principio, los países de América Latina adoptaron una actitud de 
			espera respecto del nacional socialismo. Tras el inicio de las 
			hostilidades en 1939, Hitler trató de convencer al presidente 
			brasileño Vargas a que se aliara con él, y en compensación le 
			ofreció varias plantas de acero. Sin embargo, y bajo la presión de 
			los Estados Unidos, en 1942 Brasil declaró la guerra a Alemania. En 
			el continente sudamericano, las hostilidades se limitaron a acciones 
			secretas de comandos del ejército alemán, apoyadas por las 
			importantes colonias alemanas que allí existían.  
			 
			Durante este período, el destino de los indios no cambió de una 
			manera sustancial. Por segunda vez, un ejército de cortadores de 
			caucho avanzó por la región amazónica para proporcionar la valiosa 
			materia prima a los aliados. La población nativa se retiró aún más 
			hacia el interior de las regiones inaccesibles de los bosques 
			vírgenes.  
			  
			
			 
			 
			 
			El asalto al poblado de Santa María  
			 
			 
			La Crónica de Akakor registra todo lo que les ha acontecido a los 
			Ugha Mongulala, incluso la alianza con los soldados ale manes que 
			vinieron aquí para quedarse con nosotros para siempre.  
			
			  
			
			 
			Todo ello 
			está escrito en la crónica:  
			
				
				Numerosos eran los Blancos Bárbaros. Algunos de ellos habíanse 
			establecido en comunidades. Otros llegaron que recorrieron los 
			caminos. Gritaban como el gran pájaro de los bosques y rugían como 
			el jaguar. Deseaban que los Servidores Escogidos se asustaran. 
			Deseaban ahuyentar a los guerreros y exterminar a los últimos de las 
			Tribus Escogidas. Y así fue como habló el consejo supremo: 
				 
				
					
					«Hemos de 
			luchar contra los extranjeros. Hemos de matar a los Blancos 
			Bárbaros. Asesinan a nuestras mujeres, nos roban nuestras tierras y 
			adoran a falsos dioses. Agujerearemos sus oídos y sus codos y los 
			privaremos de su virilidad. Los mataremos, uno a uno, y si los 
			encontramos solos, los emboscaremos. Esparciremos su sangre por los 
			caminos, y colocaremos sus cabezas sobre la orilla del río en el que 
			tantos de nuestros guerreros han caído».  
				 
			 
			
			 
			La guerra de conquista de los Blancos Bárbaros terminó con la 
			retirada de los cortadores de caucho. Únicamente pequeños grupos de 
			aventureros y de buscadores se atrevieron a penetrar más allá de la 
			frontera situada en la Gran Catarata. Avanzaron hacia las regiones 
			interiores de Akakor y se enzarzaron en una feroz lucha con nuestros 
			exploradores, librada con una crueldad terrible por ambas partes. 
			Los Blancos Bárbaros atacaron las aldeas de las Tribus Aliadas y 
			mataron a los hombres, a las mujeres y a los niños. Los Ugha 
			Mongulala capturaron a los de los puestos más adelantados, les 
			rasparon sus pies y los arrojaron al río, donde su sangre atrajo a 
			los peces carnívoros, que los devoraron vivos. Otros fueron atados y 
			entregados a los animales salvajes de la inmensidad de las lianas.
			 
			 
			Las batallas formales eran raras; sin embargo, hubo una en el año 
			12.417 (1936). Una expedición dirigida por sacerdotes blancos se 
			había adentrado en el territorio de la Tribu Aliada de los Corazones 
			Negros. Habían incendiado sus cabañas y abierto las tumbas en busca 
			de oro. Esto constituía una violación de las leyes divinas que 
			exigía una expiación. El príncipe Sinkaia, el mismo que había dado 
			la orden para el ataque de Lima, se puso al frente de los Ugha 
			Mongulala. Con un grupo de escogidos guerreros atacó un poblado de 
			los Blancos Bárbaros llamado Santa María y situado en las zonas 
			altas del Río Negro.  
			
			  
			
			 
			Ordenó que todos los hombres fueran asesinados 
			y todas las casas incendiadas. Únicamente sobrevivieron las cuatro 
			mujeres de la aldea, que fueron hechas prisioneras. En un intento de 
			escapar, tres de ellas se ahogaron en el camino de regreso a Akakor. 
			La cuarta mujer llegó a la capital del imperio de los Ugha 
			Mongulala. Con su llegada en el año 12.417, comienza un nuevo 
			capítulo de la historia de mi pueblo.  
			 
			Por vez primera, un Blanco Bárbaro no trajo ni el daño ni la 
			tristeza a los Ugha Mongulala. Y también por vez primera, un 
			príncipe de las Tribus Escogidas se alió con la sangre de un pueblo 
			extranjero, en contra de los deseos del consejo supremo, pero con la 
			aprobación de los sacerdotes.  
			 
			Reinha, que así era como se llamaba la mujer cautiva, procedía de 
			un lejano país llamado Alemania. Los sacerdotes blancos la habían 
			enviado a Brasil para convertir a las Tribus Degeneradas al signo de 
			la cruz. Su trabajo la había familiarizado con la vida de los 
			antiguos pueblos del Gran Río. Había contemplado sus miserias y 
			conocido su desesperada lucha por la supervivencia.  
			
			  
			
			 
			Tras haber sido 
			tomada prisionera, Reinha se ganó rápidamente la confianza de mi 
			pueblo. Ayudo a los enfermos y vendó las heridas de los guerreros, 
			ínter cambió sus conocimientos con los de los sacerdotes y les hablo 
			sobre la herencia de su pueblo. El príncipe Sinkaia, que la había 
			observado detenidamente, se sintió profundamente atraído hacia 
			Reinha. Cuando ella le correspondió con los mismos sentimientos y se 
			mostró dispuesta a renunciar al signo de la cruz, él la elevó al 
			rango de princesa de los Ugha Mongulala.  
			 
			Hablaremos ahora sobre todos los nombres y títulos. Registraremos 
			los nombres de todos aquellos que acudieron a Akakor para celebrar 
			la unión entre Reinha y el príncipe. El príncipe de las Tribus 
			Escogidas era Sinkaia, el hijo primogénito de Urna, el venerable 
			descendiente de Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses. A su lado se 
			sentaron el sumo sacerdote, Magus, y el supremo señor de la guerra, 
			Ina. Éstos fueron los primeros en rendir homenaje a la nueva 
			princesa. A ellos les siguieron el consejo supremo y los señores de 
			la Casa de Hama, de la Casa
			de Magus y de la Casa de Maid. También los guerreros se congregaron. 
			Hasta el pueblo ordinario asistió a la ceremonia.  
			
			  
			
			 
			Todos saludaron a 
			la nueva señora con el debido respeto.  
			  
			
			 
			 
			 
			Reinha en Akakor 
			 
			 
			La unión entre Reinha y Sinkaia cambió la vida de mi pueblo. La 
			nueva princesa de los Ugha Mongulala fue la primera mujer en 
			compartir el gobierno con el príncipe. Ella asistió a las reuniones 
			del consejo supremo y propuso importantes decisiones. Bajo su 
			recomendación, Sinkaia ordenó la igualdad de derechos para todas las 
			Tribus Aliadas. Hasta la llegada de Reinha a Akakor. éstas habían 
			estado sometidas a pesadas cargas de tributos y al impuesto de 
			guerra. Ahora Sinkaia anulaba una de las leyes de los Padres 
			Antiguos.  
			
			  
			
			 
			Les concedió los mismos derechos que los que disfrutaban 
			los Ugha Mongulala, tal y como está escrito en la crónica:  
			
				
				Así se introdujo la igualdad para todas las tribus. Los arqueros v 
			los lanceros, los hondistas v los exploradores, los ancianos v los 
			señores de la guerra: todos los títulos v todas las funciones, 
			quedaban ahora abiertas para todos. Únicamente el impuesto de 
			príncipe y las jerarquías de los sacerdotes quedaron reservadas al 
			Pueblo Escogido, el legítimo descendiente de los Maestros Antiguos.
				 
			 
			
			 
			Desde este momento, las Tribus Aliadas gozarían de derechos iguales. 
			Para evitar que pudieran caer en la traición, el 
			consejo supremo introdujo la pena de muerte. Esto también constituía 
			una violación del orden de los Padres Antiguos Según su legado, los 
			mayores crímenes eran castigados con el exilio. Pero la Edad de Oro 
			era una cosa del pasado, y en vez de los sabios y previsores Dioses, 
			eran los Blancos Bárbaros quienes determinaban el destino del 
			continente, gobernaban según sus propias leyes y con su traición y 
			su astucia habían traído la inquietud a las Tribus Aliadas. Quince 
			de las tribus más confiadas habían sido ya engañadas por sus 
			hipócritas promesas y habíanse convertido al signo de la cruz.  
			
			  
			
			 
			El 
			consejo supremo esperaba evitar el peligro de la traición 
			introduciendo, por lo menos temporalmente, la pena de muerte. Cuando 
			la estación de las lluvias del año 12.418 (1937) concluía se produjo 
			en Akakor un acontecimiento que había sido gozosamente anticipado 
			durante bastante tiempo:  
			
				
				Reinha trajo un hijo a Sinkaia. Yo, Tatunca 
			Nara, soy el hijo primogénito de Sinkaia, el legítimo príncipe de 
			los Ugha Mongulala, tal y como está escrito en la crónica: 
				 
				  
				
				Esta es la historia del nacimiento del hijo primogénito de Sinkaia. 
			Como los rayos del sol al comenzar la mañana, la noticia se extendió 
			por todo el país. Grande fue la alegría de los Servidores Escogidos. 
			El entusiasmo colmaba sus corazones. La tristeza desapareció 
			inmediatamente, y sus pensamientos se mostraban optimistas. Porque 
			Sinkaia era muy apreciado y su familia muy respetada. La sucesión de 
			la dinastía de Lhasa quedaba asegurada, ya nunca podría extinguirse. 
			La raza del príncipe, el supremo servidor de los Maestros Antiguos, 
			no se perdería. Así hablaba el pueblo, y así hablaban los guerreros.
				 
				  
				
				Únicamente el sumo sacerdote permanecía sentado envuelto en el 
			silencio. Y él realizó las invocaciones prescritas. Para interpretar el futuro, abrió el árbol. 
			Pero de él manó una savia roja que cayó sobre la vasija, adquiriendo 
			la forma de un corazón. Y el jugo que afluía era como sangre real. 
			Entonces la sangre se congeló. Una costra brillante recubrió la 
			savia, encerrando un terrible secreto. Había nacido el último 
			príncipe, el último de la dinastía de Lhasa.    
			 
			
			 
			La alianza con Alemania  
			 
			 
			Cuatro años después de su matrimonio con Sinkaia, Reinha regresó con 
			su pueblo. No como una refugiada, sino que, por el contrario, partió 
			como embajadora de los Ugha Mongulala. Tomando una ruta secreta, 
			alcanzó los poblados de los Blancos Bárbaros situados en la costa 
			oriental del océano. Un gran barco la transportó a su país. Reinha 
			permaneció con su pueblo durante doce lunas. Entonces los 
			exploradores anunciaron su inminente llegada a Akakor. Pero en esta 
			ocasión, la princesa de las Tribus Escogidas venia acompañada de 
			tres grandes dirigentes de su pueblo. Sinkaia reunió a los ancianos, 
			a los señores de la guerra, y a los sacerdotes para darles la 
			bienvenida.  
			
			  
			
			 
			También los guerreros y el pueblo ordinario se 
			congregaron para contemplar a los visitantes extranjeros. En los 
			días que siguieron, el consejo supremo y los dirigentes de los 
			alemanes celebraron numerosas conversaciones, en las cuales Reinha 
			estuvo presente. Intercambiaron sus conocimientos y discutieron un 
			futuro común. Luego llegaron a un acuerdo. Los Ugha Mongulala y los 
			alemanes adoptaron un acuerdo que una vez más habría dado un giro 
			completamente diferente al destino de los Ugha Mongulala.  
			 
			Antes de pasar a relatar los detalles de este acuerdo, he de 
			describir una vez más la miseria y la desesperación en la que mi 
			pueblo se encontraba en estos años. La guerra proseguía por las 
			cuatro esquinas del imperio. Nuestros guerreros caían en enormes 
			cantidades, alcanzados por las terribles armas de los Blancos 
			Bárbaros. Tanto presionaban en su avance nuestros enemigos que ya ni 
			siquiera podíamos enterrar a los muertos de acuerdo con las leyes 
			antiguas. Sus cuerpos se descomponían sobre la tierra cual capullos 
			marchitos.  
			
			  
			
			 
			Las quejas y los gritos de dolor de las mujeres llenaban Akakor. En el Gran Templo del Sol, los sacerdotes imploraban a los 
			Padres Antiguos en solicitud de ayuda. Mas el cielo continuaba 
			vacío. Las Tribus Escogidas sufrían de hambre. En su desesperación. 
			rebanaban la corteza de los árboles y comían los líquenes que 
			crecían en las rocas. Surgieron la discordia y las riñas. Sólo era 
			cuestión de tiempo el que los Ugha Mongulala tuvieran que abandonar 
			su lucha contra los Blancos Bárbaros. Como un jaguar que hubiera 
			sido atrapado, luchaban desesperadamente contra la inminente 
			destrucción.  
			 
			Esta era la situación de mi pueblo cuando el consejo supremo 
			concluyó la alianza con los dirigentes alemanes. Éstos prometieron a 
			los Ugha Mongulala las mismas poderosas armas que las que utilizaban 
			los Blancos Bárbaros. Serían enviados a Akakor dos mil soldados para 
			enseñarles el manejo del equipo. Éstos serían asimismo responsables 
			de la construcción de grandes fortificaciones y de ganar nueva 
			tierra cultivable. Pero la parte más importante del acuerdo se 
			refería a la guerra que había sido planeada para el año 12.425 
			(1944).  
			
			  
			
			 
			Nuestros aliados tenían previsto desembarcar en la costa 
			brasileña y ocupar todas las ciudades más importantes. Los guerreros 
			de los Ugha Mongulala apoyarían la campaña mediante rápidas 
			incursiones sobre los poblados de los Blancos Barbaros situados en el interior del país. Tras la esperada victoria. 
			Brasil seria dividido en dos territorios: los soldados alemanes 
			reclamarían las provincias de la costa; los Ugha Mongulala serían 
			satisfechos con la región sobre el Gran Río que les había sido dada 
			por los Dioses 12.000 años antes. Este fue el acuerdo entre el 
			consejo supremo de Akakor y los dirigentes de Alemania.  
			 
			Los dirigentes alemanes eran sabios y sus pensamientos tenían 
			raciocinio. Sus palabras expresaban los sentimientos de sus 
			corazones. Y entonces dijeron: 
			
				
				«Hemos de partir. Hemos de regresar 
			allí donde nuestro pueblo está fabricando las poderosas armas. Pero 
			no os olvidaremos. Recordaremos vuestras palabras. Pronto 
			regresaremos. Volveremos para destruir a vuestros enemigos». 
				 
			 
			
			 
			Así 
			hablaron cuando partieron. Y luego se marcharon para reencontrarse 
			con su poderoso país*.  
			
			  
			
			 
			* Debe darse por supuesto que el pueblo de Tatunca Nara nada sabía 
			sobre Hitler y el Tercer Reich, y que por tanto aceptó agradecido su 
			ayuda. (N. de! E.)  
			 
			 
			La alianza con Alemania devolvió su antigua confianza a los Ugha 
			Mongulala. En un momento de acuciante necesidad habían encontrado un 
			nuevo aliado para restablecer su imperio. Se armaron nuevamente de 
			valor. Las penas de las mujeres quedaron olvidadas. Desaparecería 
			la época del hambre; brillaría de nuevo el sol con todo su antiguo 
			esplendor. Escriben los sacerdotes que Sinkaia convocó a todo el 
			pueblo a una gran fiesta en Akakor, y ordenó que fueran distribuidas 
			las últimas provisiones.  
			
			  
			
			 
			Ordenó que los escribas leyeran en voz alta 
			fragmentos de la Crónica de Akakor, sobre el renacimiento del imperio bajo 
			Lhasa, el Hijo Elegido de los Dioses, sobre 
			la llegada de los godos y sobre la Edad de Oro de los Dioses. Por 
			vez primera en muchos años, la alegría podía verse de nuevo en los 
			rostros de los Servidores Escogidos. Los hombres y las mujeres se 
			adornaron con piedras y con cintas de colores. Danzaron exuberantes 
			al son de las flautas de huesos y de los tambores.  
			
			  
			
			 
			Dicen los 
			sacerdotes que la fiesta duró tres días. Después los dirigentes 
			alemanes abandonaron Akakor y regresaron a su lugar de origen.  
			
			  
			Escritura simplificada de los Padres Antiguos tras la llegada de los 
			soldados alemanes (ejemplo) 
			
			  
			
			 
			 
			 
			Los dos mil soldados alemanes en Akakor 
			 
			 
			 
			Los primeros soldados alemanes cruzaron la frontera hacia Akakor en 
			la estación seca del año 12.422 (1941). Continuaron
			llegando nuevos grupos durante los años siguientes, hasta alcanzar 
			la cifra acordada de 2.000. Los últimos alemanes en arribar a la 
			capital de los Ugha Mongulala lo hicieron en el año 12.426 (1945). 
			 
			
			  
			
			 
			Después de esa fecha, toda comunicación con el gobierno alemán quedó 
			interrumpida.  
			
			  
			
			 
			Escrito de los Padres Antiguos - Traducción de Tatunca Nara:  
			
				
				A través del matrimonio del príncipe de Akakor se estableció el 
			contacto con el pueblo alemán. De 1938 a 1945. Durante ese tiempo 
			llegaron 2.000 soldados a nuestro pueblo, se mezclaron con nosotros 
			y se quedaron.  
				
				Tatunca Nara
				 
			 
			
			 
			Yo aprendí la ruta que los soldados alemanes siguieron des de su 
			propio país hasta Akakor por sus informes. El punto de partida lo 
			constituía una ciudad llamada Marsella. Se les decía que su destino 
			era Inglaterra. Una vez a bordo de la nave, que podía moverse bajo 
			el agua como un pez. les era revelado su auténtico destino. Después 
			de viajar durante tres semanas por el océano oriental, llegaban a la 
			desembocadura del Gran Río.  
			
			  
			
			 
			Aquí les recogía un barco más pequeño, 
			que los transportaba hasta las zonas altas del Río Negro. En la 
			última parte de su viaje eran acompañados por exploradores de los Ugha Mongulala. El trayecto hasta la Gran Catarata situada en la 
			frontera entre Brasil y Perú lo realizaban en canoas, y desde aquí 
			solamente eran necesarias veinte horas de camino hasta llegar a 
			Akakor. En conjunto, el viaje de los soldados alemanes duraba unas 
			cinco lunas.  
			 
			Así fue cómo los soldados alemanes llegaron a Akakor. Y así fue cómo 
			se establecieron. Llegaron con el corazón abierto. Trajeron 
			presentes y mil y una poderosas armas para luchar contra los Blancos 
			Bárbaros.  
			
			  
			
			 
			Y así fue cómo habló el consejo supremo:  
			
				
				«Este es el 
			comienzo del renacimiento del imperio. Ya no necesitan los 
			Servidores Escogidos seguir huyendo. Los guerreros regresan con 
			honor a la lucha. Ellos vengarán los crímenes de los Blancos 
			Bárbaros. Porque éstos son servidores de los búhos y codician la 
			guerra; son mentirosos y blasfemos. Sus corazones son falsos, 
			blancos y negros al
			mismo tiempo. Pero el legado de los Dioses será cumplido. Les espera 
			la muerte».  
			 
			
			 
			La llegada de los soldados alemanes a Akakor dio origen a un período 
			de intensa actividad. Los nuevos aliados entrenaron a 1.000 
			guerreros de los Ugha Mongulala en el uso de las nuevas armas, para 
			las cuales ni siquiera hoy contamos con nombres. En el idioma de 
			nuestros aliados se llaman rifles, pistolas automáticas, revólveres, 
			granadas de mano, cuchillos de doble filo, botes inflables, tiendas, 
			máscaras de gas, telescopios, y otras misteriosas herramientas de 
			guerra. Escogidos guerreros iban trayendo noticias sobre la 
			inminente guerra.  
			
			  
			
			 
			Los cazadores almacenaron grandes provisiones de 
			carne. Las mujeres tejieron e hicieron botas para los hombres. Bajo 
			la instrucción de los soldados alemanes, prepararon también unos 
			grandes saquitos de cuero, que eran rellenados con un liquido 
			parduzco fácilmente inflamable que procedía de unas fuentes secretas 
			en las montañas sólo conocidas por los sacerdotes.  
			
			  
			
			 
			En caso de un 
			ataque por sorpresa del enemigo, los guerreros verterían este 
			líquido en los ríos y le prenderían fuego. Una simple antorcha sería 
			suficiente para convertir los ríos en un gigantesco mar de llamas. 
			Mientras estos preparativos para la guerra tenían lugar en Akakor, 
			en la frontera oriental del imperio, sobre las zonas altas del Río 
			Rojo y del Río Negro, se concentró un ejército de 12.000 guerreros 
			bajo el mando de los soldados alemanes. Los hombres esperaban el 
			signo acordado para el ataque. Querían librar una guerra justa y que 
			sólo podría terminar con la victoria.  
			 
			Ahora hablaremos de Akakor, de los festivales en el Gran Templo del 
			Sol, y de las oraciones de los sacerdotes. Alzaron sus rostros hacia 
			el cielo; imploraron a
			los Dioses en solicitud de ayuda.  
			
			  
			
			 
			Este era el grito de sus 
			corazones:  
			
				
				«Oh tu: maravillosa, corazón del cielo corazón de la 
			Tierra, donante de abundancia. Concédenos tu fuerza, danos tu poder. 
			Permite que nuestros guerreros alcancen la victoria en los caminos y 
			en los senderos, en los barrancos y en las aguas, en los bosques y 
			en la inmensidad de las lianas».  
			 
			
			 
			La guerra nunca tuvo lugar. Precisamente cuando los dirigentes 
			alemanes pensaban que la victoria sería suya, fueron derrotados. El 
			último grupo de soldados alemanes, que venia acompañado de mujeres y 
			de niños, informó sobre la derrota absoluta de su pueblo. Las 
			superiores fuerzas del enemigo habían destruido su país y traído la 
			desolación a la Tierra. Única mente la fuga precipitada les había 
			permitido salvarse de la cautividad. A partir de este momento ya no 
			podría esperarse ayuda alguna desde Alemania.  
			 
			La llegada de los últimos soldados alemanes provocó la desilusión y 
			la desesperación en mi pueblo. Dado que su aliado ya no podría 
			desembarcar en la costa oriental de Brasil, la guerra contra los 
			Blancos Bárbaros tornábanse imposible. La esperanza en el 
			renacimiento del imperio se desvaneció. El consejo supremo ordenó 
			que los guerreros regresaran a casa. Junto con los otros miembros de 
			los Ugha Mongulala, deliberaron sobre el destino de los soldados 
			alemanes, cuya presencia en la capital estaba relacionada con 
			problemas casi insolubles.  
			
			  
			
			 
			Éstos pertenecían a un pueblo extranjero 
			ajeno al legado de los Dioses, vivían según leyes diferentes y no 
			comprendían ni nuestro idioma ni nuestra escritura. Pero de todos 
			modos mi pueblo no podía devolverlos a su país de origen. Los 
			aliados serían hechos prisioneros y revelarían el secreto de Akakor. 
			Con no excesivo entusiasmo, el consejo supremo decidió acceder a la 
			petición de Reinha. Los servidores escogidos aceptaron a los 
			soldados alemanes para siempre.  
			
			  
			
			 
			Al igual que ocurriera 500 años 
			antes con los godos, se convirtieron en parte integrante de mi 
			pueblo, unidos con él según el legado de los dioses.  
			  
			
			 
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			2 El nuevo pueblo  
			 
			1945 - 1968  
			 
			 
			La Segunda Guerra Mundial produjo millones de muertos de 
			desaparecidos y de heridos. Muchos países del mundo experimentaron 
			graves desequilibrios económicos y financieros. La desconfianza y el 
			temor dieron como resultados dos bloques de poder divididos por 
			ideologías mutuamente hostiles. Hasta el momento, este conflicto no 
			ha tenido demasiadas repercusiones en el continente sudamericano.  
			
			  
			
			 
			El 
			exterminio de los indios de los bosques alcanzó un nuevo punto 
			máximo. Se descubrió que el Servicio Brasileño de Protección India 
			se había convertido en un mero instrumento de los grupos económicos 
			de presión para el exterminio de la población nativa. En un período 
			de tan sólo veinte años, ochenta tribus indias cayeron víctimas de 
			las intrigas de la potencia blanca y de las enfermedades de la 
			civilización.  
			
			  
			
			 
			Los supervivientes se retiraron a las regiones 
			inaccesibles de las cabeceras de los ríos.  
			  
			
			 
			 
			 
			La vida de los soldados alemanes en Akakor 
			 
			 
			Yo soy sólo un hombre, pero hablo con la voz de mi pueblo. Mi 
			corazón es el de los Ugha Mongulala. Cualquier cosa que agobie su 
			corazón, la contaré. Las Tribus Escogidas ya no desean la guerra. 
			Pero no temen morir. Ya no se ocultan detrás de las rocas. Ya no 
			temen a la muerte, porque forma parte de sus vidas. Los Blancos 
			Bárbaros temen a la muerte. Sólo cuando se ven sorprendidos por un 
			ataque o se debilitan sus vidas se acuerdan de que existen poderes 
			superiores a los suyos y dioses que están por encima de ellos. 
			 
			
			  
			
			 
			Durante el día, la idea de la muerte les molesta, ya que les 
			alejaría de sus extrañas alegrías y placeres. Los Blancos Bárbaros 
			saben que su dios no está satisfecho y que deberían postrarse llenos 
			de vergüenza. Porque no están más que llenos de odio, de avaricia y 
			de hostilidad. Sus corazones son como enormes garfios afilados 
			cuando en realidad deberían ser una fuente de luz que derrotara a la 
			oscuridad e iluminara y diera calor al mundo.  
			
			  
			
			 
			Por consiguiente, 
			hemos de luchar, tal y como está escrito en la crónica:  
			
				
				Todos se habían reunido, las tribus de los Senadores Escogidos y los 
			Pueblos Aliados, todas las tribus grandes y las pequeñas. Todos 
			estaban reunidos en el mismo lugar, esperando la decisión del 
			consejo supremo. Se mostraban humildes, después de haber llegado 
			hasta allí con enormes dificultades. Y así fue cómo habló el Sumo 
			Sacerdote:  
				
					
					«¿Qué delito hemos cometido para que los Blancos Bárbaros 
			nos persigan como animales e invadan nuestro 
			país como el jaguar que acecha? Hemos llegado a una triste 
			situación. Oh, que el sol brille para que nos traiga la paz». 
					 
				 
				
				El 
			Sumo Sacerdote habló con pena y con dolor, con suspiros y con 
			lágrimas. Porque el consejo supremo deseaba ir a la guerra, la 
			última guerra en la historia del Pueblo Escogido.  
			 
			
			 
			El sueño del renacimiento del imperio saltó por los aires cuando en 
			el año 12.426 (1945) las comunicaciones con Alemania se 
			interrumpieron. Una vez más, los Ugha Mongulala volvían a depender 
			exclusivamente de sus propias fuerzas. Pero por vez primera, 
			contaban ahora con poderosas armas y con 2.000 experimentados 
			soldados alemanes dispuestos a luchar con ellos. Sin embargo, el 
			consejo supremo había estado esperando la llegada de nuevas y más 
			numerosas fuerzas a la costa oriental de Brasil para atacar a los 
			Blancos Bárbaros simultáneamente en dos frentes. Tras la derrota de 
			la Nación Aliada, Akakor tuvo que abandonar este plan y Sinkaia 
			ordenó que el ejército regresara a la capital.  
			 
			Por aquel entonces, los 2.000 soldados alemanes comenzaron a 
			integrarse en el Pueblo Escogido. Era una labor difícil. Estos 
			aliados no conocían ni el legado de los Dioses, ni nuestro idioma, 
			ni tampoco nuestra escritura. Para facilitar la unión, los 
			sacerdotes simplificaron los símbolos escritos de los Padres 
			Antiguos. Designaron un único signo para cada letra de la escritura 
			de los soldados alemanes. Utilizaron después estos signos, que eran 
			comprendidos por las dos naciones, para registrar los 
			acontecimientos en la Crónica de Akakor.  
			
			  
			
			 
			Los Ugha Mongulala 
			adoptaron las palabras de los soldados alemanes que describían los 
			objetos desconocidos hasta entonces por mi pueblo. Aprendieron 
			asimismo aquellas palabras que expresan una actividad, tales como 
			correr, hacer o construir.
			Muy pronto los soldados alemanes y los Ugha Mongulala se estaban 
			comunicando en un idioma compuesto de alemán y de quechua.  
			 
			Con ello, los alemanes podían asistir a las escuelas de los 
			sacerdotes y aprender el legado de los Dioses. Como eran 
			experimentados en la batalla, el consejo supremo les confió 
			importantes puestos en la administración. Dos de sus principales 
			líderes asumieron los puestos de supremos señores de la guerra. 
			Otros cinco fueron nombrados miembros del consejo de ancianos. Cada 
			uno de ellos poseía un voto y podía participar en la toma de 
			decisiones. Sólo los puestos de príncipe y de Sumo Sacerdote 
			quedaron reservados explícitamente a los Ugha Mongulala.  
			 
			Así fue cómo el sumo sacerdote habló a los aliados: «No os sintáis 
			afligidos porque ya nunca más vayáis a ver a vuestros hermanos. Los 
			habéis perdido para siempre. Durante toda la eternidad los Dioses os 
			han separado de ellos. Mas no os desaniméis; sed fuertes. Aquí 
			estamos nosotros, vuestros nuevos hermanos. Afrontemos juntos 
			nuestro destino. Juntos serviremos a los Padres Antiguos». Y los 
			soldados alemanes comenzaron a trabajar. Para hacerse merecedores a 
			los ojos de los Dioses, tomaron sus herramientas e hicieron el mismo 
			trabajo que el Pueblo Escogido.  
			 
			La presencia de los soldados alemanes cambió la vida de los Ugha 
			Mongulala. Con sus misteriosas herramientas construyeron resistentes 
			casas de madera, fabricaron sillas, mesas y camas, y mejoraron el 
			arte de tejer de los godos. Enseñaron a las mujeres cómo preparar 
			nuevos vestidos que cubrían la totalidad del cuerpo. Mostraron a los 
			hombres cómo utilizar
			sus armas y cómo construir refugios subterráneos. Para poder 
			disponer de suficientes alimentos durante los momentos de necesidad, 
			retiraron los matorrales de los valles y plantaron maíz y patatas. 
			Criaron grandes rebaños de borregos en las altas montañas. De esta 
			forma, el abastecimiento de carne y de lana quedó asegurado.  
			
			  
			
			 
			Pero la 
			mayor innovación de los aliados consistió en la producción de un 
			misterioso polvo producido con arena verde y con piedra. Incluso una 
			pequeña cantidad era suficiente para destruir toda una casa. Los 
			alemanes utilizaban esta pólvora negra, así es cómo ellos la 
			llamaban, para sus armas. Las invisibles flechas las hacían a partir 
			del hierro colado. Por intermedio de un cedazo lo vertían sobre una 
			artesa llena de agua fría. Con la inmersión se formaban unas balas 
			redondas y eran éstas las invisibles flechas de sus cañones.  
			 
			Con el paso del tiempo, los soldados alemanes fueron integrándose 
			poco a poco en la comunidad de mi pueblo. Fundaron sus propias 
			familias y, siguiendo el ejemplo de las Tribus Escogidas, pusieron a 
			sus hijos los nombres de los animales salvajes, de los árboles 
			resistentes, de los ríos presurosos y de las montañas elevadas. 
			Satisfacían sus impuestos de guerra. trabajaban en los campos y 
			vivían según las leyes de Lhasa. Parecía como si fueran pronto a 
			olvidar a su propio país. Mas al igual que le sucede al jaguar que 
			siempre regresa a sus lugares de caza, no podían olvidar la memoria 
			de Alemania.  
			
			  
			
			 
			Al final de cada luna, se reunían para celebrar una 
			fiesta en el monte Akai, cantaban las canciones de su pueblo y 
			bebían jugo de maíz fermentado. Sus dirigentes jugaban al ajedrez. 
			(Así es cómo los soldados alemanes denominaban un juego con figuras 
			de madera sobre un tablero pintado.)  
			
			  
			
			 
			Después regresaban de nuevo a Akakor y vivían con sus familias.  
			  
			
			 
			 
			 
			Guerras en Perú 
			 
			 
			En el año 12.444 (1963) se reanudó el avance de los colonos blancos 
			por el Oeste. Habían descubierto las minas de oro de los incas y 
			comenzaron a saquearlas. Las noticias sobre el oro atrajeron hacia 
			la región del Akai a grupos cada vez más numerosos de Blancos 
			Bárbaros. Nuestros exploradores se vieron obligados a huir. El 
			consejo supremo tuvo que hacer frente a una difícil decisión: o 
			abandonar el último territorio sobre las laderas orientales de los 
			Andes u ordenar a los guerreros que entraran en combate. Ante la 
			insistencia de los soldados alemanes, se declaró la guerra.  
			 
			Yo mismo puedo describir con bastante detalle la lucha que 
			seguidamente se entabló con los Blancos Bárbaros. Como hijo del 
			príncipe Sinkaia, el consejo supremo me confió el mando de las 
			fuerzas de los Ugha Mongulala. Un oficial alemán me acompañó en la 
			campaña. En marchas forzadas, nuestros guerreros penetraron 
			profundamente en la provincia fronteriza del Perú, expulsaron a los 
			Blancos Bárbaros y destruyeron las minas de oro incas. Nuestros 
			enemigos huyeron despavoridos del territorio conquistado.  
			
			  
			
			 
			Pero el 
			éxito inicial de mis guerreros quedó bruscamente detenido cuando el 
			ejército blanco montó el contraataque. Sólo una rápida retirada nos 
			permitió salvarnos de la extinción completa. Los Blancos Bárbaros 
			que nos perseguían atacaron los asentamientos de la Tribu Aliada de 
			la Gran Voz. mataron a las mujeres y a los niños y esclavizaron a 
			los hombres capturados. Parecía inevitable que acabarían por 
			descubrir Akakor. Fue por esto por lo que el consejo supremo decidió 
			utilizar las armas de los soldados alemanes.  
			 
			Por vez primera, los Blancos Bárbaros se encontraron con una guerra 
			equilibrada. En un rápido contraataque, mis guerreros destruyeron 
			los puestos avanzados de guardia de los soldados blancos y cercaron 
			al grueso de sus tropas en la fortaleza llamada Maldonado. Entonces 
			se inició el asedio. Durante tres días, nuestros enormes tambores de 
			guerra causaron gran confusión entre las filas del enemigo. Durante 
			tres días, provocaron el terror y el miedo. Al despuntar el cuarto 
			día. di la orden de ataque. Abandonamos nuestros ocultos lugares, 
			escalamos las murallas y avanzamos hacia la fortaleza con sonoros 
			gritos de guerra. La encarnizada lucha concluyo con la derrota total 
			de nuestros enemigos. Cuando sus refuerzos llegaron, mis guerreros habíanse ya retirado.  
			 
			Esta brillante victoria inició una sangrienta guerra de guerrillas 
			en las fronteras occidentales del imperio y que todavía se está 
			desarrollando en la actualidad. Pese a que los Blancos Bárbaros han 
			movilizado un poderoso ejército, no han logrado avanzar hacia 
			Akakor. Sus soldados han sido repetidamente expulsados o muertos por 
			nuestros guerreros. También mi pueblo ha sufrido graves pérdidas en 
			esta lucha. Una innumerable cantidad de hombres ha perdido la vida. 
			Más de la mitad del fértil territorio de las laderas orientales de 
			los Andes ha quedado asolado. Nuestras últimas Tribus Aliadas han 
			perdido la confianza en la fuerza del Pueblo Escogido y se están 
			alejando de nosotros.  
			 
			¿Qué es lo que va a suceder? Hambrientas están las Tribus Escogidas. 
			Han comido de la hierba de los campos. Su alimento eran las cortezas 
			de los árboles. Nada poseían. Estaban empobrecidas. Las pieles de 
			los animales, sus únicos vestidos. Pero los Blancos Bárbaros no les 
			daban respiro. Avanzaban sin misericordia. Brutalmente 
			fueron derrotados los guerreros.  
			
			  
			
			 
			Los blancos deseaban extirpar al 
			Pueblo Escogido de la faz de la tierra.  
			  
			
			 
			 
			 
			Los doce generales 
			de los Blancos Bárbaros 
			 
			 
			La frontera oriental se mantuvo tranquila durante la lucha contra 
			los buscadores y los colonizadores blancos. Desde la retirada de los 
			recolectores de caucho, los Blancos Bárbaros se habían limitado a 
			avances ocasionales a lo largo del Río Rojo. No se atrevían a 
			avanzar más porque sospechaban de la presencia de espíritus malignos 
			en la inmensidad de las lianas de los Andes. De este modo, los Ugha 
			Mongulala estuvieron tranquilos, sin ser molestados, y protegidos 
			por las supersticiones de los Blancos Bárbaros.  
			 
			Únicamente en el año 12.449 (1968) se vio interrumpida la paz. Un 
			aeroplano —según el idioma de los soldados alemanes— se había 
			estrellado en las zonas altas del Río Rojo. La Tribu Aliada de los 
			Corazones Negros, que vivía en esta región, tomó prisioneros a los 
			supervivientes e informó a Akakor. Sinkaia, el príncipe de los Ugha 
			Mongulala, me ordenó que ejecutara a las Blancos Bárbaros. Pero yo 
			no cumplí la orden. Para preservar la paz en la frontera oriental, 
			los dejé libres y los conduje a Manaus, su ciudad, situada sobre el 
			Gran Río. Dado que no cumplí la orden explícita de mi padre, era 
			culpable de pena de muerte. Pero, ¿quién me habría castigado? Los 
			Ugha Mongulala estaban cansados de la eterna guerra y deseaban la 
			paz.  
			 
			Nunca olvidaré el tiempo que pasé en Manaus. Allí vi por primera vez 
			cómo se diferencian las ciudades de los Blancos
			Bárbaros de los poblados de los Ugha Mongulala. Las calles estaban 
			llenas de un sinnúmero de personas que corrían, se empujaban y se 
			precipitaban. Se lanzaban a través de la ciudad montados en unos 
			extraños vehículos llamados automóviles como si fueran perseguidos 
			por espíritus malignos. Estos vehículos son terriblemente ruidosos y 
			producen unos olores malsanos. Las residencias de los Blancos 
			Bárbaros son diez y hasta veinte veces más altas que las casas que 
			mi pueblo construye. Sin embargo, cada familia tan sólo posee una 
			pequeña parte, en la que apila sus posesiones y sus riquezas.  
			
			  
			
			 
			Todas 
			estas cosas son objetos que pueden obtenerse en unos lugares 
			determinados y destinados exclusivamente a este fin. Pero una 
			persona no puede tomar aquello que necesita y llevárselo. No. para 
			todo tiene que extender un pequeño trozo de papel que a los ojos de 
			los Blancos Bárbaros posee un gran valor. Lo llaman dinero. Cuanto 
			más dinero tenga una persona, más respetada es. El dinero la hace 
			poderosa y la eleva por encima de las demás como si fuera un dios. 
			Esto lleva consigo el que todo el mundo trate de engañarse y de 
			explotarse mutuamente. Los corazones de los Blancos Bárbaros están 
			llenos de continua malicia, incluso para con sus propios hermanos.
			 
			 
			La ciudad de los Blancos Bárbaros es incomprensible para los Ugha 
			Mongulala. Es como una colonia de hormigas, atareada durante el día 
			y durante la noche. En cuanto el Sol ha recorrido su curso y ha 
			desaparecido por detrás de las colinas del poniente, los Blancos 
			Bárbaros iluminan sus ciudades y sus casas con unas enormes 
			lámparas, de modo que aquéllas están tan brillantes durante la noche 
			como durante el día.  
			
			  
			
			 
			Atraídos por las relucientes luces, acuden a 
			unos grandes salones en los que consiguen la alegría, la 
			satisfacción y la exuberancia. Otros se sientan en unas salas 
			oscuras, delante de una pared blanca y con los ojos muy abiertos 
			contemplan unas
			imágenes que se mueven, vivas. Otros, a su vez, se sitúan delante de 
			cajas de exhibición que se alinean en la parte delantera de los 
			edificios y admiran los objetos puestos ante ellos.  
			 
			Yo no comprendo a los Blancos Bárbaros. Viven en un mundo de ficción 
			y de ilusión. Para prolongar el día, matan la noche con sus 
			lámparas, de manera que ningún árbol, ninguna planta, ningún animal, 
			y ninguna piedra logran conseguir su merecido descanso. Trabajan 
			incansables como la hormiga, y sin embargo suspiran y se quejan como 
			si fueran a ser aplastados por el peso de la carga. Pueden tener 
			pensamientos alegres, mas no se ríen; pueden tener pensamientos 
			tristes, mas tampoco lloran. Son unas personas cuyos sentidos viven 
			en completa enemistad con sus espíritus, disociados ambos entre sí.
			 
			 
			En Manaus supe que mis antiguos prisioneros eran importantes 
			oficiales. Como muestra de gratitud por su rescate me dieron un 
			segundo nombre. Nara, Tatunca, mi primer nombre, significa «gran 
			serpiente de agua». Llevo este nombre desde que vencí a la criatura 
			más peligrosa del Gran Río. En el idioma de mi pueblo. Nara 
			significa «yo no sé». Ésta fue mi respuesta cuando los oficiales 
			blancos me preguntaron por el nombre de mi familia. Así es como 
			surgió el nombre Tatunca Nara: «gran serpiente de agua yo no sé».
			 
			 
			Permanecí en la ciudad de los Blancos Bárbaros sólo por un corto 
			periodo de tiempo. Apenas una luna después de mi llegada, un 
			explorador de los Corazones Negros me trajo noticias de Akakor. Mi 
			padre, el príncipe Sinkaia, había sido gravemente herido en una 
			batalla contra soldados de los Blancos Bárbaros y exigía mi regreso 
			inmediato. Me despedí de los oficiales blancos y llegué a los 
			puestos de avanzada de mi pueblo a comienzos de la estación de las 
			lluvias del año 12.449. Unos días después, mi padre murió a 
			consecuencia de sus heridas.  
			
			  
			
			 
			Los Ugha Mongulala habían perdido a su caudillo, tal y como 
			está escrito en la crónica:  
			
				
				Sinkaia, el legítimo sucesor de Lhasa, el Hijo Elegido de los 
			Dioses, había muerto. Y los Guerreros Escogidos lloraron amargamente 
			por él. Entonaron el quejido de la luz, porque Sinkaia, el príncipe 
			de los príncipes, les había abandonado. No había cometido crimen 
			alguno ni puesto la injusticia en el lugar de la justicia. Había 
			sido un digno sucesor de Lhasa y había gobernado como él cuando el 
			viento vino desde el Sur, cuando el viento vino desde el Norte, 
			cuando el viento vino desde el Oeste y cuando el viento vino desde 
			el Este. Y así fue como Sinkaia entró en la segunda vida. Acompañado 
			por los lamentos de su pueblo, se elevó en el cielo oriental. 
				 
			 
			
			 
			 
			 
			El nuevo príncipe  
			 
			 
			Tres días después de su muerte, Sinkaia, el legítimo príncipe de los 
			Servidores Escogidos, fue enterrado en el Gran Templo del Sol en Akakor inferior. Los sacerdotes depositaron su cuerpo, adornado de 
			oro y de joyas, en el nicho labrado que él mismo había esculpido con 
			sus propias manos sobre la roca. y lo emparedaron. Seguidamente, y 
			en presencia de los más fieles confidentes del príncipe, el sumo 
			sacerdote pronunció las palabras prescritas:  
			 
			Dioses de los cielos y de la tierra que determináis y regís el 
			destino del hombre, Dioses de la permanencia y de la eternidad, 
			Príncipes de la eternidad, escuchad mi oración: aceptadle en vuestro territorio. No olvidéis sus actos, los 
			actos del gran príncipe Sinkaia. Porque su vida regresa a vosotros, 
			Dioses. Ahora obedece vuestras órdenes. Ya nunca os abandonará. 
			Permanecerá con vosotros, en el territorio de la eternidad, en el 
			territorio de la luz.  
			 
			Durante el funeral del príncipe Sinkaia, signos ominosos aparecieron 
			en el cielo. Los guerreros de los Ugha Mongulala sufrieron fuertes 
			derrotas. La Tribu Aliada de los Comedores de Serpientes renunció a 
			Akakor y se puso al lado de los Blancos Bárbaros. La estación de las 
			lluvias llegó con tal violencia que ni siquiera los más ancianos 
			habían conocido nada igual. La desesperación y el temor se 
			extendieron entre las Tribus Escogidas. Bajo estos signos, el 
			consejo supremo se reunió para elegir al nuevo príncipe y legítimo 
			gobernador de los Ugha Mongulala. Siguiendo el legado de los Dioses, 
			fui citado ante la cámara del trono de las residencias subterráneas 
			y durante tres días y tres noches el consejo me interrogó sobre la 
			historia de las Tribus Escogidas. A continuación, el Sumo Sacerdote 
			me escoltó a las regiones secretas de Akakor inferior. Mi destino se 
			hallaba ahora en las manos de los Dioses.  
			 
			Yo entré en el recinto religioso secreto al despuntar la mañana, 
			poco después de la salida del Sol. Envuelto en el traje dorado de Lhasa, descendí por una espaciosa escalera. Me condujo al interior 
			de una habitación, y ni aún ahora puedo decir si ésta era grande o 
			pequeña. El techo y las paredes eran de un color infinitamente 
			azulado. No tenían ni comienzo ni final. Sobre una losa de piedra 
			labrada había pan y una fuente de agua, los signos de la vida y de 
			la muerte. Siguiendo las instrucciones de los sacerdotes, me 
			arrodillé, comí del pan y bebí del agua. Un profundo silencio 
			reinaba en la habitación.  
			 
			Repentinamente, una voz que parecía proceder de todas partes me 
			ordenó que me levantara y que entrara en la siguiente habitación, 
			que se parecía al Gran Templo del Sol. Sus paredes estaban 
			recubiertas de muchos y muy diversos instrumentos. Brillaban y 
			resplandecían en todos los colores. Tres grandes losas hundidas en 
			el suelo fosforecían como el hierro. Contemplé maravillado los 
			extraños instrumentos durante algún tiempo. Luego escuché una vez 
			más la misteriosa voz. Me llevó a una tercera habitación, aún más 
			profunda e interior.  
			
			  
			
			 
			Tan deslumbrados estaban mis ojos por la 
			brillante luz que tardé bastante tiempo en reconocer algo que ya 
			nunca olvidaré. En el centro de la habitación cuyas paredes 
			irradiaban la misteriosa luz se encontraban cuatro bloques de piedra 
			transparente. Cuando, lleno de temor, pude acercarme, descubrí en 
			ellos a cuatro misteriosas criaturas: cuatro muertos vivientes, 
			cuatro humanos durmientes, tres hombres y una mujer. Yacían en un 
			líquido que los cubría hasta el pecho. Eran como los humanos en 
			todos los aspectos, sólo que tenían seis dedos en las manos y seis 
			dedos en los pies.  
			 
			No puedo recordar cuánto tiempo permanecí con los Dioses durmientes. 
			Sólo sé que la misma voz me ordenó que retornara a la primera 
			habitación. Me dio consejos llenos de sabiduría y me reveló el 
			futuro de las Tribus Escogidas. Pero la voz me prohibió que jamás 
			hablase sobre ello. Tras mi regreso del recinto religioso secreto 
			trece días después, el Sumo Sacerdote me saludó como el nuevo 
			legítimo gobernante de los Ugha Mongulala.  
			
			  
			
			 
			El pueblo estalló de 
			júbilo: yo había pasado la prueba de los Dioses. Sin embargo, la 
			alegría de los Servidores Escogidos apenas me alcanzaba a mí. Había 
			quedado profundamente impresionado por las misteriosas criaturas. 
			¿Estaban vivas o muertas? ¿Eran los Dioses? ¿Quién las había 
			colocado allí? Ni siquiera el Sumo Sacerdote conocía
			la respuesta. El recinto religioso secreto de Akakor interior 
			contiene el conocimiento y la sabiduría de los Padres Antiguos. A 
			nosotros únicamente nos entregaron parte del legado. Ellos se 
			reservaron la verdad definitiva, el secreto real de sus vidas.  
			 
			Así eran los Dioses. Poseían la razón, el conocimiento y la 
			perspicacia. Cuando miraban, todo lo veían: cada grano de polvo 
			sobre la tierra y en el cielo, e incluso las cosas ocultas más 
			distantes. Conocían el futuro, y planeaban según sus conocimientos. 
			 
			
			  
			
			 
			Mirando por delante de la noche y de la oscuridad, protegían el 
			destino de la Humanidad.  
			  
			
			 
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			3 Tatunca Nara  
			 
			1968 - 1970  
			 
			 
			El desarrollo de los grandes depósitos de petróleo existentes en las 
			regiones de la jungla del Perú preludió la tercera fase de la 
			exploración económica de la Amazonia por la civilización blanca. 
			Perú inició la colonización del territorio antiguamente virgen de la 
			provincia de Madre de Dios, y Brasil, por su parte, decidió la 
			construcción de la Transamazónica.  
			
			  
			
			 
			Este proceso aceleró aún más la 
			extinción de las tribus indias, que sucumbieron a las enfermedades 
			de los colonos blancos y perdieron sus últimos territorios. 
			Quinientos años después del descubrimiento de América, los ocho 
			millones de personas que en un tiempo poblaron los bosques habían 
			quedado reducidos a apenas 1 50.000 supervivientes.  
			  
			
			 
			 
			 
			El plan de los señores de la guerra 
			 
			 
			Cuando mi padre estaba todavía vivo, un día me enseñó la tierra en 
			el Este y en el Oeste, y no vi más pueblo que los Ugha Mongulala y 
			sus Tribus Aliadas. Transcurridos muchos años, volví a mirar de 
			nuevo, y observé que habían llegado pueblos extranjeros para 
			privarles de sus tierras a sus legítimos propietarios. ¿Por qué? 
			¿Por qué tienen que abandonar su país los Ugha Mongulala y vagar por 
			las montañas, deseando que los cielos los aplasten?  
			
			  
			
			 
			En un tiempo, 
			los Ugha Mongulala fueron un gran pueblo. Pocos sobreviven, y nada 
			poseen salvo una pequeña extensión de tierra en las montañas. Y 
			tienen todavía consigo la Crónica de Akakor, la historia escrita de 
			mi pueblo, el pueblo más antiguo de la Tierra. Hasta el presente, la 
			crónica no era conocida por los Blancos Bárbaros. Hoy la estoy 
			revelando para divulgar la verdad, porque éste es mi deber como 
			caudillo de las Tribus Aliadas y como príncipe del Pueblo Escogido.
			 
			 
			Dos años habían pasado desde la muerte de Sinkaia, el príncipe 
			incomparable. Y los Servidores Escogidos se reunieron, junto con los 
			soldados alemanes y con las Tribus Aliadas. Todas las clases y razas 
			se habían congregado para celebrar consejo y buscar la manera de 
			salvar al pueblo. E incluso aquellos que no tenían casas y que 
			caminaban solitarios por los bosques, incluso éstos vinieron a 
			Akakor. Porque su necesidad era grande. El Sol brillaba, mas 
			débilmente. El cielo estaba cubierto de nubes. El pueblo vivía en la 
			pobreza, vagaba por los bosques, huyendo de sus enemigos. Alzó su 
			rostro al cielo e imploró a los Dioses. Solicitó su ayuda en la 
			lucha contra los Blancos Bárbaros.  
			 
			Unos pocos meses después de que yo hubiera asumido el poder en 
			Akakor en el año 12.449 (1968), encendióse de nuevo y con renovada 
			fuerza la lucha en la frontera occidental. Nuestros enemigos hablan 
			atacado a la Tribu Aliada de los Corazones Negros y hablan cogido 
			prisionero a su caudillo. Creían de esta forma que así podrían 
			desanimar a sus guerreros y forzarles a renunciar a la alianza con 
			Akakor. Pero una vez mas. los Blancos Bárbaros se equivocaban. A 
			pesar de sus crueles torturas, no pudieron someter a los guerreros 
			de esta última y todavía leal aliada. Allí donde un Ugha Mongulala 
			caía prisionero. éste seguía la regla de los señores de la guerra; 
			encomendaba entonces su vida a los Dioses y fallecía.  
			 
			Para impedir el descubrimiento de Akakor por los aeroplanos. di 
			órdenes de camuflar todos los templos, palacios y casas con bambú y 
			con esteras de bejucos. Mandé destruir las torres de vigilancia 
			situadas en los exteriores de Akakor y sustituirlas por trampas. 
			Transcurridas unas lunas, hasta tal punto había sido cubierta la 
			capital por los bosques que incluso las Tribus Aliadas tenían 
			dificultades para localizarla. El acceso a Akakor quedaba así 
			completamente cerrado para los cazadores y buscadores blancos. En 
			sus correrías no en contrarían más que ruinas abandonadas. 
			Sospecharían que era obra de los espíritus malignos y se retirarían 
			detrás de la frontera en la Gran Catarata.  
			 
			Pero los «espíritus malignos» no habitaban en los bosques: habitaban 
			en Akakor. Los señores de la guerra y los dirigentes de los soldados 
			alemanes observaron con temor el creciente poder de los Blancos 
			Bárbaros y planearon una campaña contra Cuzco, dentro del territorio 
			enemigo. Ya habían iniciado los preparativos necesarios. Las Tribus 
			Aliadas estaban así mismo preparadas. Faltaba únicamente por 
			recibirse la aprobación del príncipe, tal y como prescribe el legado de los Dioses. 
			Pese a la insistencia de los soldados alemanes y de los señores de 
			la guerra, rechacé el plan de guerra. Mi experiencia en Manaus me 
			había convencido de la inutilidad de semejante empresa.  
			
			  
			
			 
			Nuestros 
			enemigos eran demasiado numerosos. Mi pueblo no estaba preparado 
			para su falsedad y su astucia. Además, temía que la lucha se 
			prolongase. El secreto de Akakor estaba en peligro. De modo que 
			envié a los impacientes guerreros y a los dirigentes de los soldados 
			alemanes a las peligrosas fronteras y traté de establecer un 
			contacto más estrecho con los sacerdotes para reforzar así mi 
			posición como príncipe. Tampoco ellos creían en el éxito de una 
			guerra formal y aconsejaban una lenta retirada hacia el interior de 
			las residencias subterráneas de los Dioses. Mas yo no había perdido 
			aún todas las esperanzas.  
			
			  
			
			 
			Dado que todas mis acciones militares 
			habían sido coronadas por el éxito, ahora intentaría conseguir la 
			paz.  
			  
			
			 
			 
			 
			El sumo sacerdote 
			de los Blancos Bárbaros  
			 
			 
			Así está escrito en la Crónica de Akakor:  
			
				
				Grande era la miseria de los Servidores Escogidos. El Sol requemaba 
			la tierra; en los campos se secaban los frutos. Una terrible sequía 
			se extendió. Las personas morían hambrientas en las montañas y en 
			los valles, en las llanuras y en los bosques. En esto parecía 
			consistir el destino de los Servidores Escogidos: en ser 
			extinguidos, en ser barridos de la faz de la tierra. Ésta parecía
			ser la voluntad de los Dioses, quienes ya no se acordaban de sus 
			hermanos de la misma sangre y del mismo padre.  
			 
			
			 
			El año 12.450 (1969) contempló el comienzo de una terrible sequía. 
			La estación de las lluvias se retrasó en varias lunas. El gamo se 
			retiró a las regiones del nacimiento de los ríos. En los campos se 
			secaban las semillas. Para salvar a mi pueblo de la muerte por 
			hambre, adopté una decisión desesperada. De acuerdo con los 
			sacerdotes, mas sin el conocimiento ni del consejo supremo ni de los 
			señores de la guerra, partí para ponerme en contacto con los Blancos 
			Bárbaros.  
			
			  
			
			 
			Vestido con las ropas de los soldados alemanes, abandoné Akakor y después de un laborioso viaje, llegué a Río Branco. una de 
			sus grandes ciudades, situada en la frontera entre Brasil y Solivia. 
			Aquí me dirigí al sumo sacerdote de los Blancos Bárbaros, a quien 
			había conocido por intermedio de los doce oficiales blancos. Le 
			revelé el secreto de Akakor y le hablé sobre la miserable situación 
			de mi pueblo. Como prueba de mi historia, le entregue dos documentos 
			de los Dioses, y éstos convencieron definitivamente al sumo 
			sacerdote blanco. Accedió a mi petición y regresó conmigo a Akakor.
			 
			 
			La llegada a Akakor del sumo sacerdote blanco provocó violentas 
			discusiones con el consejo supremo. Los ancianos y los señores de la 
			guerra rechazaron todo contacto con él. Para evitar cualquier 
			posible traición, exigieron incluso su cautividad. Solamente los 
			sacerdotes estaban preparados para discutir una paz justa. Después 
			de argumentaciones infinitas, el consejo supremo concedió al sumo 
			sacerdote blanco un período de seis meses, durante el cual expondría 
			a su propio pueblo la terrible situación de los Ugha Mongulala. Para 
			que pudiera reforzar su historia, le fueron entregados varios 
			escritos de los Padres Antiguos. Si no lograba convencer a los 
			Blancos
			Bárbaros, tenía la obligación de devolver los documentos a Akakor.
			 
			 
			Durante seis meses, nuestros exploradores esperaron en el lugar 
			acordado para el encuentro en la zona alta del Río Rojo. El sumo 
			sacerdote blanco no regresó. (Algún tiempo después me enteraría de 
			que había muerto en un accidente de aviación. De todos modos, había 
			enviado los documentos a una lejana ciudad llamada Roma. Esto es lo 
			que, en cualquier caso, dijeron sus servidores.) Una vez que el 
			plazo acordado hubo expirado, convoqué al consejo supremo para 
			discutir el destino de mi pueblo. Los ancianos y los sacerdotes 
			estaban contrariados y exigían la guerra. Y una vez más, yo me 
			negué. Rechacé su decisión gracias a mi derecho a tres vetos como 
			príncipe de los Ugha Mongulala. Lo que el sumo sacerdote blanco no 
			había conseguido, lo trataría de lograr yo mismo.  
			 
			Esta es la despedida de Tatunca, el legítimo príncipe de las Tribus 
			Escogidas. Él era fuerte, él dejó su pueblo. Como la gran serpiente 
			de agua, se acercó silenciosamente al enemigo.  
			
			  
			
			 
			Partió solo, 
			protegido por las oraciones de los sacerdotes en el Gran Templo del 
			Sol:  
			
				
				«¡Oh, Dioses! Defendedle contra sus enemigos en este tiempo de 
			oscuridad, en esta noche de sombras malignas. Ojalá no desfallezca. 
			Ojalá que venza el odio de los Blancos Bárbaros y supere su falsedad 
			y su astucia. Porque el Pueblo Escogido desea la paz».  
			 
			
			 
			Y Tatunca 
			partió por el difícil camino. Acompañado por la mirada de los 
			Dioses, descendió hasta las cañadas, cruzó el veloz río y no 
			tropezó. Alcanzó la otra orilla. Siguió adelante hasta que llegó al 
			lugar donde los Blancos Bárbaros han edificado sus casas hechas de 
			argamasa y de caliza.  
			 
			 
			 
			Tatunca Nara en el país de los Blancos Bárbaros 
			 
			 
			En el año 12.451 (1970) pasé ocho lunas en el territorio de nuestro 
			peor enemigo. Nunca lo olvidaré. Fue la experiencia más amarga de mi 
			vida y me mostró claramente cuan diferentes son los corazones de los 
			dos pueblos. Para los Blancos Bárbaros únicamente cuentan el poder y 
			la violencia. Sus pensamientos son tan intrincados como los 
			matorrales de las Grandes Ciénagas, en las que nada verde y fértil 
			puede crecer. Pero los Ugha Mongulala viven de acuerdo con el legado 
			de los Dioses. Y éstos asignaron a cada tribu y a cada pueblo un 
			lugar adecuado y una tierra suficiente para su supervivencia. 
			Trajeron la luz a la humanidad para su iluminación y para extender 
			su sabiduría y su conocimiento.  
			 
			La comprensión de la inflexibilidad de los Blancos Bárbaros fue lo 
			más difícil de soportar, dado que mis primeros contactos parecían 
			haber tenido éxito. Los oficiales que yo había rescatado 
			intercedieron por mi y fui presentado a un alto funciona río 
			brasileño. Le hablé sobre la miseria de mi pueblo y le pedí ayuda. 
			El dirigente blanco me escuchó lleno de sorpresa y prometió 
			transmitir mi informe. Mientras tanto, me envió a Manaus, donde 
			habría de esperar la decisión del consejo supremo del Brasil.  
			 
			Durante tres meses viví en un campamento de soldados de los Blancos 
			Bárbaros. Eran hombres bien entrenados que conocían la vida en los 
			ríos y en la inmensidad de las lianas. Salían regularmente de 
			campaña hasta los más alejados territorios del imperio. Por ellos 
			supe y para mi desgracia que los Blancos Bárbaros estaban peleando 
			en prácticamente todas 
			las fronteras. En el Mato Grosso lucharon contra la Tribu de los 
			Caminantes. En las regiones del nacimiento del Gran Río estaban 
			incendiando los asentamientos de la Tribu de los Espíritus Malignos. 
			En el país de los Akahim atacaron a las tribus salvajes y las 
			empujaron hacia el interior de las montañas.  
			 
			No había olvidado aún las terribles descripciones de los soldados 
			blancos cuando fui llamado a la capital del Brasil. Aquí volví a 
			exponer de nuevo la desesperación y la miseria de mi pueblo. Revelé 
			la historia de los Ugha Mongulala a los supremos dirigentes de los 
			Blancos Bárbaros. Mis oyentes estaban sorprendidos. Comprobarían mi 
			informe y asimismo me pondrían en contacto con un representante 
			alemán. Éste me recibió con amabilidad y me escuchó con atención. 
			Pero después dijo que no podía creer mi historia porque nunca había 
			habido en Brasil una invasión de 2.000 soldados alemanes. Ni 
			siquiera los nombres que le cité pudieron convencerle. Impaciente, 
			me sugirió que pusiera el destino de mi pueblo en manos de los 
			Blancos Bárbaros.  
			 
			Apenas han transcurrido dos años desde esta conversación. Solamente 
			en la frontera entre Bolivia y Brasil, siete Tribus Aliadas han sido 
			exterminadas por los Blancos Bárbaros, entre ellas los orgullosos 
			guerreros de los Corazones Negros y de la Gran Voz. Cuatro tribus 
			salvajes han huido al interior de la región del nacimiento del Río 
			Rojo para escapar a la extinción. La tercera parte de mi pueblo ha 
			caído víctima de las armas de los Blancos Bárbaros. ¿Es esto lo que 
			el representante alemán quería decir cuando me aconsejó que pusiera 
			el destino de mi pueblo en manos de los Blancos Bárbaros?  
			 
			Así son los Blancos Bárbaros. Sus corazones están llenos de odio. 
			Crueles son sus actos. No muestran comprensión. Tienen rostro 
			envidioso y dos corazones, uno 
			blanco y uno negro al mismo tiempo. Codician la riqueza y el poder. 
			Planean el mal contra las Tribus Escogidas, que no les han hecho 
			daño alguno. Pero los Dioses son justos y castigarán a aquellos que 
			infringen su legado. Los Blancos Bárbaros pagarán caro por sus 
			crímenes. Expiarán sus pecados. Porque el círculo se está cerrando. 
			Signos ominosos se muestran en el cielo. La tercera Gran Catástrofe, 
			que los destruirá como el agua destruye al fuego y la luz destruye 
			la oscuridad, ya no está lejos.  
			 
			Ya habían pasado siete lunas en el territorio de los Blancos 
			Bárbaros. Entonces uno de sus dirigentes me dijo que él me 
			acompañaría hasta la Gran Catarata, a veinte horas de camino de Akakor. Aquí deseaba establecer el primer contacto con mi pueblo; y 
			para un año después se planearía una expedición de un grupo más 
			numeroso de soldados blancos a la capital de los Ugha Mongulala. 
			Esto me daría a mi tiempo para preparar a mi pueblo para su llegada. 
			Me sentía feliz; mi misión parecía cumplida. Pero una vez más los 
			Blancos Bárbaros mostraron sus malvados corazones.  
			
			  
			
			 
			Rompieron el 
			acuerdo que ellos mismos me habían sugerido y me arrestaron en Río 
			Branco. Ataron al príncipe de las Tribus Escogidas, al supremo 
			servidor de los Dioses, como un animal salvaje y lo tuvieron cautivo 
			en una gran casa de piedra. He de dar gracias a los Dioses porque 
			lograra escapar. Ellos me dieron la fuerza para librarme de mis 
			ligaduras. Golpeé a mis confiados guardianes y huí. Ocho lunas 
			después de mi partida regresé a Akakor con las manos vacías, 
			decepcionado por las mentiras de los Blancos Bárbaros.  
			 
			Y los sacerdotes se reunieron. Durante trece días ayunaron en el Gran Templo del Sol. Estaban dispuestos a sacrificar sus 
			vidas, a ofrendar sus corazones por sus hijos, por sus esposas y por 
			sus descendientes. Deseaban morir por su pueblo. Este era el precio 
			que estaban preparados para pagar. Esta era la responsabilidad que 
			estaban dispuestos a asumir para salvar a las Tribus Escogidas.  
			 
			Los Ugha Mongulala no aceptaron el sacrificio ofrecido por los 
			sacerdotes. Durante 12.000 años han repudiado los sacrificios 
			humanos y han mantenido las leyes de los Maestros Antiguos, de las 
			que nunca deberán desviarse.  
			
			  
			
			 
			Porque son leyes eternas que determinan 
			la vida de todo el pueblo de los Servidores Escogidos y asignan a 
			cada individuo una función en la comunidad, tal y como está escrito 
			en la Crónica de Akakor, con buenas palabras, con lenguaje claro:  
			
				
				Ocurrió hace un tiempo infinitamente largo. Una piedra del pavimento 
			estaba colocada en el camino que conducía al Gran Templo del Sol. 
			Veía pasar a todas las personas que pisaban por encima de ella 
			cuando iban a hacer ofrendas a los Dioses. Veía pasar a personas que 
			procedían de las cuatro esquinas del universo. Y a la piedra del 
			pavimento le sobrevino un deseo vehemente. Y cuando el Sumo 
			Sacerdote pisaba por encima de ella, le pidió piernas. Mucho se 
			sorprendió el Sumo Sacerdote.  
				  
				
				Pero el hombre sabio, el mago, el 
			señor de todas las cosas, púsole piernas. Diole cuatro piernas que 
			nunca pararían de moverse. Y la piedra del pavimento partió. Vagó 
			por aquí y por allá, por montañas y valles, a través de bosques y 
			de llanuras, hasta que lo hubo visto todo y se hubo cansado de 
			mirar. Así que regresó al Gran Templo del
			Sol. Y cuando llegó a su antiguo lugar, observó que su sitio ya 
			había sido ocupado. Y su corazón se entristeció y lloró amargas 
			lágrimas. Y la piedra del pavimento reconoció la verdad: sólo aquel 
			que cumple sus deberes para con la comunidad cumple las leyes de los 
			Dioses.  
			 
			
			 
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			4 El regreso de los Dioses  
			 
			1970 hasta el presente  
			 
			 
			El mundo está lleno de escepticismo y de incertidumbre. Están 
			produciéndose cambios en todas las esferas del conocimiento que 
			amenazan cambios en todas las esferas de los sistemas políticos y 
			económicos hasta ahora válidos. Los stocks de bombas atómicas y de 
			hidrógeno son suficientes para destruir toda la vida sobre la 
			Tierra. La creciente escasez de materias primas ha llevado al asalto 
			final de las últimas regiones inexploradas.  
			
			  
			
			 
			En la Amazonia, las 
			carreteras troncales y los aeropuertos han sentado las bases 
			necesarias para la exploración de las enormes regiones de bosques 
			vírgenes, restringiendo aún más el espacio vital de la población 
			nativa. Según las estimaciones de FUNAI, Servicio de Protección 
			India del Gobierno Brasileño, apenas 10.000 indios de los bosques 
			verán el año 1985.  
			  
			
			 
			 
			 
			La muerte del Sumo Sacerdote 
			 
			 
			 
			Cuando un hombre no tiene mucho que perder y todos los Caminos hacia 
			el futuro parecen cegados, se vuelve hacia el pasado. Esto es lo que 
			yo he hecho al revelar el secreto de! pueblo más antiguo sobre la 
			Tierra. Pero los Blancos Bárbaros no creyeron en mis palabras. Como 
			hormigas que todo lo destruyen, nos arrebatan la poca tierra que aún 
			nos queda. Y de este modo los Ugha Mongulala se están preparando 
			para su extinción. Porque el final está cerca; el círculo se está 
			cerrando. La tercera Gran Catástrofe se acerca.  
			
			  
			
			 
			Entonces regresarán 
			los Dioses, tal y como está escrito en la crónica:  
			
				
				«¡Ay de nosotros! El final está cerca. Hemos llegado a una triste 
			situación. ¿Qué es lo que los Senadores Escogidos han hecho para 
			caer tan bajo? Oh, que los Maestros Antiguos regresen.» Así hablaban 
			los hombres en el consejo supremo. Hablaban con tristeza y con pena, 
			con suspiros y con lágrimas. Porque el tiempo se acercaba a su 
			conclusión. Nubes negras cubrían el sol. Un velo ensombrecía la 
			estrella de la mañana. Y el Sumo Sacerdote se inclinó ante el espejo 
			dorado. Así fue cómo habló en el Gran Templo del Sol:  
				
					
					«¿Quiénes son 
			estas personas? ¿Quién las envía? ¿De dónde vienen? Verdaderamente, 
			nuestros corazones están pesarosos, porque lo que ellos hacen es 
			malvado. Sus pensamientos son crueles. Sus existencias, llenas de 
			amenaza. Pero si nos fuerzan a luchar, lucharemos. Lanza en mano, 
			confiando en el arco y en la flecha, moriremos como los servidores 
			de los Maestros Antiguos, que pronto regresarán para vengarnos».
					 
				 
			 
			
			 
			En el año 12.452 (1971), unas pocas lunas después de mi regreso a 
			Akakor, los Ugha Mongulala fueron visitados por otro desastre más: 
			Magus, el Sumo Sacerdote, había muerto. Se había desplomado tras una 
			reunión del consejo supremo, abrumado por la pena y por su 
			conocimiento del inminente peligro. Su muerte era como un signo 
			ominoso para los Ugha Mongulala, una indicación de que se acercaba 
			el fin. Acosados por los Blancos Bárbaros que avanzaban, perdían el 
			valor y su fe en el legado de los Maestros Antiguos.  
			 
			Las ceremonias de duelo de Magus, el Sumo Sacerdote de las Tribus 
			Escogidas, duraron tres días. Los sacerdotes se congregaron en el 
			Gran Templo del Sol y prepararon su cuerpo para el viaje hacia la 
			segunda vida. Lo envolvieron en un fino traje y lo trasladaron a la 
			piedra de consagración situada delante del espejo dorado, el ojo de 
			los Dioses. A sus pies colocaron una hogaza de pan y una fuente de 
			agua, los signos de la vida y de la muerte. Los ancianos ofrecieron 
			incienso, miel de abejas y fruta madura. 
			
			  
			
			 
			Los señores de la guerra 
			recordaron la sabiduría y las acciones del que partía. Seguidamente 
			los sacerdotes introdujeron su cuerpo en la cámara funeraria 
			dispuesta al efecto en la parte delantera del Gran Templo del Sol. 
			Durante tres días, el pueblo desfiló ante Magus y, con pena y con 
			tristeza, se despidió de él. A la mañana siguiente, antes de que los 
			rayos del sol hubieran tocado la tierra, los sacerdotes clausuraron 
			la tumba. Magus, el sabio Sumo Sacerdote que había predicho todas 
			las guerras y a quien todas las cosas le habían sido reveladas, 
			había vuelto con los Dioses.  
			 
			Ahora hablaremos de Magus. Su memoria perdurará para siempre en los 
			corazones del Pueblo Escogido, pues sólo hizo aquello que era justo 
			y verdadero. Todo lo que
			era falso y confuso era desconocido de su corazón. Dedicó su vida a 
			los Dioses. Era un maestro del conocímiento. Cada parte de su 
			cuerpo estaba llena de sabiduría y de verdad. Conocía el equilibrio 
			de todas las cosas. Podía leer en los corazones de todos los 
			hombres, y comprendía las leyes de la naturaleza. Sus actos no 
			estaban sujetos a la influencia de la hora. No conocía ni la 
			ambición ni la envidia. Obedeciendo las leyes de los Dioses, 
			completó el círculo.  
			
			  
			
			 
			Y a ellos se ofreció en la hora cíe ¡a muerte 
			que es irrevocable, como lo es el sol al amanecer que determina la 
			vida del hombre.  
			  
			
			 
			 
			 
			La retirada al interior 
			de las residencias subterráneas 
			 
			 
			Magus, el Sumo Sacerdote de los Ugha Mongulala, había muerto. Según 
			el legado de los Dioses, su posición pasaba a su hijo primogénito. 
			Éste, al igual que el príncipe, hubo de superar una severa prueba 
			del consejo supremo y hablar con los Dioses. A los trece días, Uno. 
			el hijo primogénito de Magus. regresó al Gran Templo del Sol. Los 
			ancianos le confirmaron como el nuevo Sumo Sacerdote. Las leyes de 
			Lhasa habían sido cumplidas.  
			 
			Convoqué al consejo supremo para decidir sobre el futuro de las 
			Tribus Escogidas. La reunión fue breve. Unánimemente, los ancianos 
			decidieron trasladarse al interior de las residencias subterráneas 
			de los Dioses.  
			 
			Fue así como los Ugha Mongulala regresaron al mismo lugar en el que 
			sus antepasados habían sobrevivido ya a dos Grandes Catástrofes. Los 
			hombres se lamentaban a medida
			que abandonaban sus casas y cortaban todo contacto con el mundo 
			exterior. Con su pólvora negra, los soldados alemanes destruyeron 
			los templos, los palacios y los edificios de Akakor. Los guerreros 
			incendiaron las últimas aldeas y poblados. No dejaron signo alguno, 
			ninguna huella que pudiera indicar el camino hacia Akakor. 
			 
			
			  
			
			 
			Abandonaron incluso las pocas bases que aún quedaban en la región 
			del nacimiento del Gran Río. A las Tribus Aliadas se les ofreció la 
			opción de unirse a los Ugha Mongulala o de interrumpir las 
			relaciones. De las siete tribus, seis decidieron continuar en sus 
			antiguos territorios tribales. Únicamente la Tribu de los Comedores 
			de Serpientes acompañó a mi pueblo al interior de las residencias 
			subterráneas. Fue recibida con todos los honores y a su caudillo le 
			fue ofrecido un asiento en el consejo supremo como muestra de 
			gratitud por su lealtad hacia los Ugha Mongulala y hacia el legado 
			de los Dioses.  
			 
			La retirada está completa. Los Servidores Escogidos se retiraron a 
			las residencias subterráneas para esperar el regreso de los Dioses. 
			Entonces sus corazones descansaron. Y hablaron a sus hijos sobre los 
			días del pasado y sobre la gloria de los Dioses, sobre los poderosos 
			magos que crearon las montañas y los valles, las aguas y la tierra. 
			Le hablaron sobre los señores del cielo que son de la misma sangre y 
			tienen el mismo padre.  
			 
			Desde que los Servidores Escogidos se retiraron a las residencias 
			subterráneas en el año 12.452 (1971), únicamente 5.000 guerreros 
			permanecen en el exterior. Éstos cultivan los campos, introducen las 
			cosechas, e informan además al consejo sobre el avance de los 
			Blancos Bárbaros. Pero les ha sido prohibido luchar. Cuando el 
			enemigo aparece, ellos deben retirarse para preservar el secreto de las residencias subterráneas.  
			 
			Treinta mil personas están viviendo en las subterráneas Akakor, Bodo 
			y Kish. Las otras ciudades están desiertas o, como Mu, llenas de 
			viandas y de material de guerra. La luz artificial todavía ilumina 
			las trece ciudades de los Dioses. El aire para respirar se filtra a 
			través de las paredes. Las grandes puertas de piedra todavía pueden 
			ser movidas tan suavemente como hace 10.000 años. Tras la retirada, 
			los soldados alemanes trataron de resolver el misterio de Akakor 
			inferior. Midieron el túnel e hicieron mapas exactos.  
			
			  
			
			 
			A petición de sus dirigentes, yo mismo les abrí el recinto secreto 
			situado debajo del Gran Templo del Sol. Aquí los soldados alemanes 
			descubrieron extraños instrumentos y herramientas de los Dioses que se semejaban 
			a sus propios aparatos. Su impresión era que los Padres Antiguos 
			habían abandonado las residencias de los Dioses en una huida 
			precipitada. Pero, de todos modos, nuestros aliados no pudieron 
			explicar el secreto de Akakor inferior. Porque los Dioses 
			construyeron las ciudades según sus propios planes, que son 
			desconocidos para nosotros. Solamente cuando ellos regresen 
			comprenderán los humanos sus trabajos y sus actos.  
			 
			Los soldados alemanes ya están resignados a permanecer con nosotros. 
			Han envejecido o han muerto. Sus hijos piensan y sienten como los 
			Ugha Mongulala y viven según el legado de los Dioses. Los sacerdotes 
			celebran los servicios de consagración en el Gran Templo del Sol. El 
			pueblo ordinario fabrica objetos para su uso diario. Los 
			funcionarios del príncipe mantienen las comunicaciones con Bodo y 
			con Kish. Es ésta una época de aprendizaje y de contemplación.  
			
			  
			
			 
			Todo 
			el pueblo vive de sus memorias, y sus corazones están pesarosos 
			cuando piensan en los gloriosos días de Lhasa. Nada les queda ahora 
			salvo la esperanza de protegerse del asalto de los Blancos
			Bárbaros sobre las residencias subterráneas. Y tienen la certeza de 
			que los Dioses pronto regresarán, tal y como prometieron a su 
			partida.  
			  
			
			 
			 
			 
			El regreso de los Dioses  
			 
			 
			Si los Ugha Mongulala fueran un pueblo como cualquier otro, hace ya 
			tiempo que su destino se habría cumplido. Pero ellos son los 
			Servidores Escogidos de los Dioses y confían en su milenario legado. 
			Viven de acuerdo con las leyes de los Padres Antiguos incluso en las 
			épocas en las que la necesidad es más acuciante.  
			
			  
			
			 
			Esto les autoriza 
			para juzgar a los Blancos Bárbaros y avisar a la Humanidad, tal y 
			como está escrito en la Crónica de Akakor:  
			
				
				Pueblos de los bosques, de las llanuras y de las montañas, escuchad: 
			los Blancos Bárbaros se están volviendo locos. Se matan los unos a 
			los otros. Todo es sangre, terror y perdición. La luz de la Tierra 
			está próxima a extinguirse. La oscuridad cubre los caminos. Los 
			únicos sonidos que se escuchan son el aletear de los búhos y el 
			chillar del gran pájaro de los bosques. Hemos de mantenernos fuertes 
			contra ellos. Cuando uno de ellos se acerque, extended vuestras 
			manos.  
				  
				
				Rechazadle y gritadle:  
				
					
					«Calla, tú el de la potente voz. Tus 
			palabras son sólo como el retumbar del trueno, nada más. Manténte 
			alejado de nosotros, tú con tus placeres y tus ambiciones, con tu 
			codicia de riquezas, con tu avaricia de ser más que quien tienes a 
			tu lado, con todas tus acciones sin sentido, con la torpeza de tus 
			manos, con tu curiosidad
			en el pensamiento y en el conocimiento, que en realidad nada conoce. 
			Nada de eso necesitamos nosotros. Estamos contentos con el legado de 
			los Dioses, cuya luz no nos deslumbra ni nos confunde, sino que en 
			cambio ilumina todos los caminos para que podamos absorber toda su 
			gran sabiduría y vivir como humanos».  
				 
			 
			
			 
			Yo lo recuerdo. Fue en el año 12.449 cuando por primera vez visité 
			la tierra de los Blancos Bárbaros. Una y otra vez. los soldados me 
			preguntaban las mismas cuestiones. Hablaban sobre la vida de los 
			pueblos del Gran Río, sobre su supuesta pereza y sus supuestos 
			vicios. Los salvajes, así me dijeron ellos, son congénitamente 
			estúpidos, astutos y falsos. Tienen poco espíritu y carecen de 
			nervio. Se matan los unos a los otros por el placer de matarse. Así 
			era cómo los Blancos Bárbaros hablaban sobre unos pueblos que ya 
			poseían leyes escritas cuando ellos todavía caminaban por los 
			bosques en todas las direcciones, tal y como está escrito en la 
			crónica. Pero yo acepté su maldita conversación; atesoré sus 
			palabras dentro de mí como el explorador que recuerda las huellas de 
			sus enemigos.  
			 
			Mas en las ocho lunas que yo pasé en el país de los Blancos 
			Bárbaros, no encontré nada que pudiera ser útil para mi pueblo. 
			Cierto que ellos también han cultivado los campos y construido 
			ciudades, que han trazado carreteras e inventado poderosos 
			instrumentos que ningún Ugha Mongulala puede comprender. Pero 
			desconocen el legado de los Dioses. Con sus falsas creencias, los 
			Blancos Bárbaros están destruyendo su propio mundo. Hasta tal punto 
			están cegados que ni siquiera reconocen su origen. Porque sólo aquel 
			que conoce su pasado puede encontrar el camino del futuro.  
			 
			Los Ugha Mongulala conocen su pasado, escrito en la Crónica de Akakor. Por tanto también conocen su futuro. Según las 
			profecías de los sacerdotes, en el año 12.462 (1981) sobrevendrá una 
			tercera Gran Catástrofe que destruirá la Tierra. La catástrofe se 
			iniciará allí donde Samón estableciera su gran imperio. En este país 
			estallará una guerra que lentamente se irá extendiendo por toda la 
			Tierra. Los Blancos Bárbaros se destruirán los unos a los otros con 
			armas mas brillantes que mil soles. Solamente unos pocos 
			sobrevivirán a las grandes tempestades de fuego, y entre ellos se 
			encontrará el pueblo de los Ugha Mongulala que se ha refugiado en 
			las residencias subterráneas.  
			
			  
			
			 
			Esto es, en cualquier caso, lo que 
			dicen los sacerdotes, y así lo han escrito en la crónica:  
			
				
				Un terrible destino le espera a la Humanidad. Una conmoción se 
			producirá y las montañas y los valles temblarán. La sangre caerá 
			desde el cielo y la carne del hombre se contraerá y se volverá fofa. 
			Las personas estarán sin fuerza y sin movimiento. Perderán la razón. 
			Ya no podrán mirar más hacia atrás. Sus cuerpos se desintegrarán. 
			Así será cómo los Blancos Bárbaros recogerán la cosecha de sus 
			actos. 
				 
				
				  
				
				El bosque se llenará de sus sombras, agitadas por el dolor y 
			por la desesperación. Entonces regresarán los Dioses, llenos de 
			pesar, por el pueblo que olvidó su legado. Y surgirá un nuevo mundo 
			en el que los hombres, los animales y las plantas vivirán juntos en 
			una unión sagrada. Entonces comenzará la nueva Edad de Oro. 
				 
			 
			
			
			 
			Con ello concluye la Crónica de Akakor 
			  
			
			
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