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			JOSÉ LUIS
 
 Era el año 1976. Terminé de hablar en un gran local público de la 
			ciudad de México y cuando, sudoroso, entré en la pequeña habitación 
			contigua al escenario desde el que había hablado, me encontré 
			esperándome a José Luis. No lo había visto en mi vida. Me saludó 
			tímidamente y me dijo que quería contarme algo que le venía 
			sucediendo desde hacía años.
 
 José Luis tendría unos 20 años, era alto, con cara inteligente, de 
			modo que me inspiró confianza y ni siquiera por un momento sospeché 
			que podría estar delante de uno de los muchos chiflados que con 
			demasiada frecuencia vienen a contarle a uno sus «comunicaciones» 
			alucinatorias con «extraterrestres». Comenzamos a hablar allí mismo 
			y aquello fue el inicio de una sincera amistad que ha durado hasta 
			hoy.
 
 He aquí, en resumen, lo que entonces me contó José Luis.
 
 Cuando tenía unos 10 años, un buen día apareció por la escuela 
			pública en que él estudiaba un muchacho rubio, poco más o menos de 
			la misma altura que él tenía por aquel entonces —hoy día José Luis 
			mide aproximadamente 1,85 m—, con una piel muy tersa que hacía muy 
			difícil adivinar su edad.
 
 El muchacho, que no era alumno de aquella escuela, se hizo amigo de 
			un grupo de los compañeros de clase de José Luis. Cuando aparecía 
			por allí los entusiasmaba a todos con sus cuentos sobre viajes 
			espaciales, sobre nuevos inventos y muchos otros temas más en los 
			que el extraño forastero estaba mucho más adelantado que sus 
			infantiles amigos.
 
 A pesar de que hizo muy buenas migas con unos cuantos de ellos, 
			intimó de una manera especial con José Luis, al que frecuentaba más, 
			no sólo en la escuela sino también en su casa, hablándole de un 
			sinfín de temas diversos e instruyéndolo acerca de cosas que en el 
			futuro le iban a suceder.
 
 Pasado un tiempo hizo una especie de pacto con todos sus amigos, 
			incluido José Luis, y la señal del pacto fue una especie de ligero 
			tatuaje que a todos les hizo en la parte interior de la muñeca, que 
			tenía aproximadamente la forma de una H mayúscula.
 
 En otras palabras, el tatuaje que todavía puede verse en la muñeca 
			de José Luis, tiene un no pequeño parecido con el famoso signo de UMMO, del que ya le hablamos al lector en páginas anteriores.
 
			  
			
			Más 
			adelante volveremos a hablar de ello cuando surjan otras relaciones 
			con 
			el caso UMMO. 
 El misterioso visitante —al que en adelante llamaremos el rubio, ya 
			que José Luis nunca me ha dicho si tiene nombre propio— tomó la 
			costumbre de visitarlo en su propia casa, haciéndolo siempre en una 
			fecha fija, que era precisamente el día de su cumpleaños que caía en 
			el mes de abril.
 
 Llegada esa fecha, el rubio aparecía invariablemente y saludaba a 
			todos los miembros de la familia que ya lo trataban como a un 
			conocido, lo apreciaban por la dulzura de sus modales por lo mucho 
			que sabía y, especialmente la madre de José Luis, por los buenos 
			consejos que le daba a su hijo.
 
 La visita fija en la fecha del cumpleaños continuó repitiéndose sin 
			interrupción y cada vez fue estrechándose más la unión con su 
			misterioso amigo, que nunca decía de dónde venía exactamente ni 
			cuáles eran sus actividades ordinarias. Cuando se le preguntaba 
			sobre esto contestaba con vaguedades, dando a entender que prefería 
			que no se le preguntase sobre ello.
 
 Por otro lado nunca manifestó que él procediese de otro planeta ni 
			que fuese diferente a los demás seres humanos. Como ni José Luis ni 
			nadie en su familia habían prestado anteriormente la menor atención 
			al fenómeno OVNI, no se les ocurrió sospechar que el rubio podía ser 
			alguno de aquellos «extraterrestres» que por entonces aparecían de 
			vez en cuando en las páginas de ciertas revistas y de los diarios.
 
 Sí les llamaba a todos la atención el hecho de que el rubio no 
			parecía crecer ni envejecer de ninguna manera. Se mantenía siempre 
			igual, tal como lo habían visto la primera vez. Fue sólo pasados 
			varios años de este trato cuando José Luis comenzó a sospechar que 
			algo muy extraño había en la persona de su amigo y aprovechando que 
			yo hablaba de estos temas, allá acudió para contarme lo que le 
			estaba pasando.
 
 Una de las circunstancias que me hizo sospechar que el rubio podía 
			ser un visitante «extraterrestre» del tipo que fuese o un auténtico 
			jina, fue lo que José Luis me contó relacionado con su matrimonio.
 
			  
			
			Ni que decir tiene que él desconocía muchos por no decir todos los 
			recovecos e implicaciones del fenómeno OVNI, y cuando me contaba 
			anécdotas que le habían sucedido con el rubio no lo hacía 
			seleccionando aquellas que se parecían a otras que él hubiese leído 
			en libros de OVNIS, porque en realidad no había leído ninguno y lo 
			desconocía todo sobre el tema. Más bien lo hacía con cierta timidez 
			de que lo que me contaba me pudiese parecer una trivialidad o una 
			chifladura. Yo era el que ante detalles como el que en seguida 
			contaré, me sobresaltaba al reconocer el parecido que tenía con 
			otros casos que previamente habían sido estudiados por mí y por 
			otros investigadores del fenómeno. 
 La cosa fue que cierto día en que José Luis se hallaba especialmente 
			deprimido, el rubio le dijo:
 
				
				—Estás triste y yo sé por qué. 
				 
			
			José Luis trató de negar que estuviese especialmente triste o por lo 
			menos de restarle importancia al hecho, pero el rubio insistió:  
				
				—Estás enamorado de una joven y ella no te corresponde porque ya 
			está casada. Te deprime el ver la resolución de tus deseos como algo 
			imposible.  
			
			Se quedó un momento pensativo y en seguida añadió:  
				
				—No te preocupes. Dentro de un año, cuando yo vuelva a visitarte, tú 
			no sólo estarás casado con esa joven, sino que tendrás ya un hijo 
			con ella, aunque ahora eso te parezca imposible.  
			
			José Luis desconocía por completo la gran afición que algunas de 
			estas entidades tienen en inmiscuirse en los asuntos familiares y 
			amorosos de los humanos. Pero la realidad fue que efectivamente, al 
			año de aquellas palabras, cuando en el mes de abril el rubio volvió 
			hacer acto de presencia, ya José Luis estaba casado con la joven y 
			ésta acababa de dar a luz un varón. 
 Y aquí conviene hacer un paréntesis para explicar los métodos 
			expeditivos con que algunas de estas misteriosas entidades suelen 
			desembarazarse de los humanos que de alguna manera entorpecen sus 
			planes. Suelen ser tremendamente drásticos en sus medios, sin 
			importarles si éstos son injustos o violentos, según nuestra manera 
			de apreciar las cosas.
 
 Lo que sí suele suceder es que hacen que las cosas aparezcan como 
			completamente naturales. Y cuando los medios ordinarios y lógicos no 
			son suficientes o cuando el tiempo apremia, no tienen inconveniente 
			en recurrir a métodos mucho más expeditivos por violentos que sean. 
			Los accidentes automovilísticos, ataques al corazón o incluso 
			meteoros inesperados —aunque siempre «naturales»— son bastante 
			frecuentes.
 
 Ignoro cómo fue la retirada del primer esposo de la actual mujer de 
			José Luis; lo que sí es cierto es que en muy poco tiempo desapareció 
			de la escena dejando el campo libre para que mi amigo pudiese 
			cumplir sus deseos.
 
 Como dije anteriormente, este solo detalle me hizo sospechar de que 
			estaba ante un caso auténtico y le propuse a José Luis que hiciese 
			dos cosas que nos podrían ayudar a cerciorarnos de si estábamos en 
			lo cierto. Lo primero que le propuse fue que para la fecha en que su 
			amigo solía venir, tuviese en su casa un perro.
 
 Sabido es que los animales domésticos y en particular los perros, 
			gatos y caballos, son especialmente sensibles a la presencia de 
			estas entidades, a las que son capaces de detectar antes de que lo 
			hagan los hombres y en muchas ocasiones cuando son invisibles al ojo 
			humano.
 
			  
			
			(Lo cual, dicho sea de paso, es una prueba contundente a la 
			que se suele acudir en parapsicología para demostrar que ciertos 
			fenómenos que los científicos miopes atribuyen a alucinaciones, son 
			auténticos y reales, aunque no sepamos explicar con exactitud de qué 
			se trata. Los animales no tienen afán de notoriedad o de ganar 
			dinero ni sufren tan fácilmente alucinaciones como los humanos.) 
 Pues bien, ante mi sugerencia, José Luis me dijo con pena que aquel 
			mismo año, unas semanas antes de la fecha en que suponía llegaría su 
			amigo, le habían regalado un perrito y que él tenía una gran ilusión 
			por enseñárselo a el rubio cuando apareciese. Pero desgraciadamente 
			el perrito desapareció de casa la víspera de su cumpleaños, y por 
			más que lo buscaron por el barrio no lo pudieron encontrar.
 
			  
			
			José 
			Luis pensaba que en algún descuido, el perro, que era todavía un 
			cachorro, habría encontrado la puerta abierta y se habría lanzado a 
			la calle con la fogosidad e inexperiencia con que lo hacen los 
			cachorros, siendo luego incapaz de retornar a casa o pereciendo bajo 
			las ruedas de algún automóvil. 
 Este detalle de la desaparición del perro en una fecha tan cercana a 
			la llegada de el rubio me pareció bastante sospechoso, pero por el 
			momento me guardé la sospecha para mí.
 
 La otra prueba que le sugerí a José Luis fue que tratase de hacerle 
			una fotografía. Su contestación fue instantánea:
 
				
				«No es amigo de 
			fotos. Pero en una que le hicimos con toda la familia, en la que yo 
			puse mi brazo por encima de su hombro, todo el mundo aparece muy 
			bien menos él, que se ve todo borroso. Fue una lástima porque es la 
			única foto que tenemos de él.»  
			
			Esta contestación de José Luis acabó de disipar mis sospechas de que 
			estaba ante un auténtico caso de «entidad no humana» que merecía la 
			pena ser investigado a fondo, dada su poca esquivez y la diafanidad 
			de sus manifestaciones.  
			  
			
			Porque, como ya hemos visto, otra de las 
			características normales entre estas entidades venidas del «más 
			allá» es la de ser bastante alérgicas a la fotografía; bien porque 
			no les guste que las fotografíen o bien porque la radiación que 
			emiten vela las películas e impide que sean captados por la cámara 
			fotográfica. El caso es que después de muchos años de trato y 
			amistad, José Luis no posee ninguna foto de su amigo. 
 Con este dato de la foto mis dudas se convirtieron en certeza, aun 
			antes de conocer muchos otros detalles que más tarde fui conociendo, 
			y abiertamente le comuniqué a José Luis mis sospechas acerca de la 
			desaparición de su perro.
 
				
				—Creo que él fue el que te lo hizo desaparecer —le dije. 
				 
			
			Ante su incredulidad y extrañeza le expliqué la gran sensibilidad 
			que los animales tienen para detectar a estas entidades no humanas. 
			 
			  
			
			Muy probablemente el perro hubiese aullado o huido despavorido ante 
			la presencia de su amigo, lo cual hubiese sido comprometedor para 
			él, pues el perro de ninguna manera hubiese estado tranquilo en su 
			presencia. Su instinto les dice que están ante algo que «no es de 
			este mundo» y muy probablemente lo captan merced a su gran 
			hiperestesia sensorial, que es muy superior a la de los humanos. Lo 
			cierto es que se aterran. Acerca de este particular podría escribir 
			páginas enteras, ya que el comportamiento de los animales ante 
			entidades y fenómenos paranormales es algo que siempre me ha 
			interesado mucho. 
 Lo curioso es que José Luis, llegado el momento, le comunicó esta 
			sospecha mía a su amigo y éste asintió, dándome la razón. Él había 
			hecho desaparecer el perro por la misma razón que yo había dicho: 
			hubiera sido un engorro constante durante su visita. Y de paso note 
			el lector lo que dijimos en párrafos anteriores referente a las 
			maneras expeditivas que estos individuos tienen de deshacerse de 
			todo lo que entorpece sus planes.
 
 En años sucesivos, en todas mis visitas a la ciudad de México, de 
			las primeras cosas que hacía era llamar a José Luis para oír sus 
			confidencias acerca de su trato con el rubio, que ha continuado 
			apareciendo religiosamente cada cumpleaños de mi amigo. Hubo unos 
			años en que sus visitas se extendían más y eran no sólo en el mes de 
			abril, hasta que un buen día le dijo que tenía que ausentarse y que 
			por un buen tiempo no volverían a verse.
 
 Ya para entonces la vida de José Luis había cambiado bastante y 
			siempre de acuerdo a lo que el rubio le había predicho. Para ganarse 
			la vida se había dedicado a varias cosas, hasta que entró en el 
			mundo del sindicalismo en donde llegó a ocupar un puesto de 
			responsabilidad. El rubio le dijo que aquello le iba a traer 
			problemas con las autoridades, pero que no tuviese miedo y que 
			siguiese adelante hasta rematar lo que se habían propuesto, porque a 
			la larga todo se iba a solucionar, como así fue.
 
			  
			
			De hecho José Luis 
			fue encarcelado por los pugilatos de una empresa con su sindicato, 
			pero al poco tiempo fue liberado sin consecuencias. Entonces su 
			misterioso consejero le dijo que dejase aquel trabajo, pues allí no 
			había futuro para él y que estuviese atento a las oportunidades que 
			se le iban a presentar. 
 Efectivamente, al poco tiempo le brindaron, de una manera bastante 
			extraña, la oportunidad de entrar en una empresa moderna que tenía 
			que ver con ordenadores e informática. Naturalmente, al no tener él 
			una gran formación profesional, y menos aún una especialización 
			universitaria en las tareas de la empresa, tuvo que contentarse con 
			un puesto bastante humilde. Y aquí es donde de nuevo podemos ver 
			cómo es la «eficacia» de un jina cuando se empeña en favorecer a su 
			amigo humano.
 
			  
			
			Hoy día José Luis es el jefe supremo —tras muy pocos 
			años de haber trabajado en ella— de una gran empresa de informática.
			
 No es que me lo cuente él y yo se lo crea sin más ni más; es que he 
			estado con él en el edificio de la empresa, he visto su gran 
			despacho comparable ai de un presidente de Banco, he sido testigo de 
			los silencios solemnes y de las reverencias un poco adulonas que los 
			empleados de todo el edificio le hacen al pasar, tal como vemos en 
			las grandes empresas cuan-do pasa el jefe supremo.
 
 Y no sólo eso. El coche en el que José Luis me llevó la última vez a 
			ver su empresa no se parece en nada al modestísimo «Volkswagen» con 
			el que se movía años atrás.
 
 Escalar tan rápidamente puestos en una empresa en la que había antes 
			que él muchas personas interesadas en conseguir lo mismo y con 
			mayores cualificaciones, no es tarea nada fácil. Sin embargo él no 
			tuvo que hacer grandes cosas. Su amigo del «más allá» se encargó de 
			allanarle el camino... y ¡de qué manera!
 
 Todos los que en la empresa podían haber sido competidores para el 
			puesto supremo y sobre todo aquellos que positivamente 
			obstaculizaban el ascenso de José Luis fueron desapareciendo 
			paulatina y «naturalmente» —cánceres rápidos incluidos— hasta que el 
			puesto le cayó en las manos como pera madura y como algo 
			completamente lógico y normal al no haber nadie más cualificado que 
			él para el puesto.
 
 Esa «naturalidad» se ha dado en cientos si no en miles de ocasiones 
			en la historia. Los dioses juegan con sus marionetas humanas con una 
			gran maestría y ponen en los puestos claves a sus protegidos o a 
			quienes ellos juzgan que secundarán mejor sus intereses o cumplirán 
			mejor sus consignas. A veces se toman el trabajo y el tiempo de 
			preparar las circunstancias para que todo parezca lógico, pero en 
			otras ocasiones, forzados por imponderables imprevistos, prefieren 
			la eficacia aunque se les vea un poco la oreja.
 
 En el caso de José Luis, probablemente su amigo el rubio no lo puso 
			en el cargo porque espere que desde él pueda hacer grandes cosas, 
			sino simplemente por pura amistad, por ayudarlo, ya que como vimos, 
			cuando una de estas entidades extrahumanas se encapricha con un 
			humano es capaz de hacer por él cualquier cosa.
 
 José Luis me ha contado muchos pormenores de su trato con el rubio a 
			lo largo de todos estos años.
 
			  
			
			Algunos son puramente anecdóticos, que 
			sirven para saciar la natural curiosidad de los humanos ante todos 
			estos hechos que nos asoman a un «más allá» que, aunque inquietante 
			y perturbador, es siempre enormemente interesante para nosotros. Sin 
			embargo otros, aunque aparentemente tan inocuos como los puramente 
			anecdóticos, encierran profundas lecciones que nos llevan a hacer 
			deducciones reveladoras. 
 Porque si bien es cierto que la mente humana está en posición 
			desventajosa ante estas inteligencias extrahumanas, no por eso 
			tenemos que infravalorarla y caer en el error de que no podemos 
			avanzar en el conocimiento de ellas y de otros niveles de 
			existencia.
 
 Una de las cosas que más nos ha hecho reflexionar siempre en lo que 
			se refiere a los mensajes de los supuestos «extraterrestres» o 
			hablando con más propiedad, de estas entidades inteligentes no 
			humanas (sin que necesariamente tengan que ser extraterrestres) es 
			su falta de credibilidad; o dicho en otras palabras, su proclividad 
			a afirmar cosas que juzgadas con la lógica y la mente humanas, 
			suenan a ramplonas mentiras.
 
 Aunque ya en mi libro Defendámonos de los dioses intenté dar una 
			solución radical a este gran enigma, en el capítulo siguiente 
			remacharé aquellas explicaciones con argumentos venidos de otras 
			fuentes e investigados por personas altamente cualificadas y del 
			todo ajenas a los «prejuicios» que yo pueda tener acerca de todo 
			este tema.
 
 El caso es que en el trato y en las conversaciones de el rubio con 
			José Luis aparecen estas mismas facetas chocantes, que si por una 
			parte le confirman a uno que está ante un genuino hecho paranormal 
			englobado en el gran «fenómeno OVNI», por otra lo llenan a uno de 
			sospechas de que la realidad de los hechos, al igual que la 
			veracidad de las palabras, no son lo que parecen ser, y en 
			consecuencia la mente debería ser muy cauta al tratar de enjuiciar 
			globalmente todo el fenómeno, sin llegar demasiado rápidamente a 
			conclusiones definitivas ni mucho menos cambiando hábitos de vida o 
			adoptando patrones de conducta basados en las revelaciones o 
			enseñanzas de estas misteriosas entidades.
 
 El rubio es muy selectivo en cuanto a las personas con las que se 
			relaciona; de algunas ni se deja ver, como si le molestara su 
			presencia. En cambio no tiene inconveniente en dejarse ver y aun en 
			conversar con otras, aunque no llegue a intimar con ellas como con 
			José Luis. Mientras éste estuvo soltero se dejaba ver de toda la 
			familia; sin embargo, una vez casado, que yo sepa, nunca se ha 
			dejado ver de su esposa. En cambio sí se ha dejado ver de su hijo.
 
 Cierto día estaba José Luis a la puerta de su casa con él, cuando 
			era todavía muy pequeño, y apareció en la esquina el rubio caminando 
			tranquilamente hacia ellos por la acera. Se saludaron afectuosamente 
			como hacen siempre, y el rubio se quedó mirando fijamente por un 
			rato al niño, que daba muestras de estar nervioso ante la presencia 
			de aquel extraño al que no había visto en su vida. Al cabo de un 
			rato, y como el muchacho persistiese en su intranquilidad y 
			manifestase deseos de entrar en casa, el rubio le dijo que lo 
			llevase y luego volviese para poder hablar tranquilamente.
 
 La sensibilidad de los niños para cierto tipo de energías es muy 
			superior a la de los adultos y se asemeja mucho a la de los 
			animales.
 
 Si el lector recuerda, ya nos habíamos encontrado con esta misma 
			selectividad en «Zequiel», el rubio que se le presentaba al doctor 
			Torralba y que tantas similitudes tiene con el amigo de José Luis.
 
 Otro día un vecino de éste le dijo:
 
				
				—Ayer me acerqué a tu casa para hablarte de cierto asunto y como te 
			vi en la acera enfrascado en conversación «con un muchacho rubio», 
			preferí no interrumpirte y dejarlo para otro día.  
			El «muchacho 
			rubio» no era otro que nuestro misterioso personaje, que 
			precisamente había estado hablando la víspera con José Luis en la 
			acera de su casa.    
			
			En cuanto a mezclar informaciones de muy desigual valor, tanto en lo 
			que se refiere a su credibilidad como a su contenido, el rubio no se 
			diferencia de otros casos que el autor conoce muy bien. 
 En estas mismas páginas se reproducen los planos dibujados por el 
			rubio en los que éste le predecía algo que luego tuvo un total 
			cumplimiento y que el lector mexicano podrá comprobar por sí mismo. 
			(Ver 
			ilustraciones 14 y 15.)
 
 Nótese que el plano fue dibujado antes de que en una esquina de la 
			gran plaza del Zócalo, de la ciudad de México, se comenzasen las 
			grandes excavaciones y los trabajos de restauración que en los 
			últimos años se han venido realizando.
 
 En cuanto a la parte de la ciudad señalada con una cruz, en donde el 
			rubio dice que hay ruinas sepultadas todavía mayores, según noticias 
			que han llegado a mi conocimiento, en las excavaciones para la 
			construcción de nuevas líneas del Metro, se han tropezado por 
			aquella zona con importantes ruinas que han alterado en parte los 
			planes originales. Aunque tengo que confesar que este detalle no lo 
			he podido comprobar con personas cualificadas para ello.
 
 Sin embargo hay que reconocer que el tremendo acierto que tuvo, allí 
			donde aparentemente no se veía más que asfalto y casas, nos da pie 
			para sospechar que también puede estar en lo cierto en su otra gran 
			predicción.
 
 Otra cosa inquietante en que el rubio coincide con otras entidades 
			extrahumanas es en la predicción de grandes catástrofes para el 
			planeta. José Luis no ha querido ser muy explícito conmigo en esto, 
			porque a lo que parece así se lo han recomendado; pero de una manera 
			genérica me ha dicho que el rubio claramente le ha indicado que 
			vienen tiempos muy malos.
 
 Ésta es una constante que se da también en casi todos los videntes y 
			profetas. Una constante que a mí personalmente no me inquieta, 
			porque la vengo leyendo y oyendo hace muchos años, tanto de parte de 
			los profetas religiosos como de los videntes psíquicos que no hablan 
			en nombre de ningún Dios. Y las generaciones se siguen sucediendo 
			una tras otra como las cosechas de hierba, y este pecador mundo, si 
			bien es cierto que a trancas y barrancas, sigue girando en el 
			espacio.
 
 La gran catástrofe de este planeta no es ningún cataclismo cósmico; 
			nuestra gran catástrofe son los líderes estúpidos y desquiciados que 
			padecemos, inflados por el poder; y con los doctrinarios fanáticos 
			que siguen envenenando las conciencias y llenando los corazones de 
			suspicacias o de odios con sus dogmas y sus necios patriotismos.
 
 A veces pienso que estas profecías cataclísmicas, a fuerza de ser 
			repetidas generación tras generación por profetas y videntes de 
			todos los tipos, han logrado sembrar una angustia profunda e 
			inconsciente en el alma de los humanos. Esta angustia parece que es 
			útil a alguien o para alguna causa que pasa completamente 
			inadvertida para nuestra mente.
 
 No creo en los castigos de Dios inmediatos de que nos hablan los 
			enfermizos videntes religiosos. El Apocalipsis ha tenido ya dos mil 
			años para hacer valer sus profecías cataclísmicas; y si no lo ha 
			hecho en todo este tiempo tampoco creo que lo haga en nuestros días.
 
 Pero lo extraño es que el rubio también habla de catástrofes 
			próximas, lo cual es altamente sospechoso y nos lleva a la 
			conclusión de que José Luis no debería caer en la tentación de 
			entregar su mente por completo a todas las sugerencias y enseñanzas 
			de su amigo, manteniéndola en cambio alerta para caer en la cuenta 
			de cuándo los mensajes del misterioso confidente sobrepasan su 
			capacidad de comprensión u obedecen a otras normas lógicas 
			diferentes a las nuestras, o simplemente son nocivos a sus propios 
			intereses.
 
 Éste es un axioma que todos los contactados deberían tener siempre 
			muy presente pero que desgraciadamente no lo tienen, por hacérseles 
			imposible dudar de la buena voluntad de sus cósmicos interlocutores. 
			Los que estamos fuera de este embrujamiento o fascinación, y por 
			otra parte conocemos a una gran cantidad de contactados con los 
			resultados finales de toda su extraña experiencia, podemos dar un 
			juicio más certero de todo el fenómeno.
 
 Y al que pregunte cómo es posible que seres tan evolucionados no 
			caigan en la cuenta de que ciertas enseñanzas o sugerencias pueden a 
			la larga ser nocivas para sus amigos humanos 
			o que, cayendo en la cuenta, no les importe que lo sean, les 
			repetiremos que las «leyes morales» de un nivel cósmico no se 
			aplican a otro. Los humanos acabamos comiéndonos sin escrúpulos a la 
			vaca que nos ha arado el campo y que nos ha dado terneros y leche 
			por años.
 
			  
			
			El «bien» o «mal» del contactado no tiene importancia, por 
			duro que esto parezca, si lo comparamos con la misión que el «dios» 
			o visitante de otras dimensiones tiene asignada en nuestro mundo. 
			Nosotros sólo somos sus esclavos; esclavos racionales o semirracionales, pero esclavos al fin. 
 Esto no quiere decir que todos ellos prescindan o se desinteresen 
			por completo de lo que puede hacer sufrir al hombre y menos aún que 
			se ensañen en buscar su mal. Después de reflexionar mucho sobre ello 
			y de conocer muy diversos casos, hemos llegado a la conclusión de 
			que algunos de ellos buscan positivamente el bien del hombre. Aunque 
			la mayor parte dan la impresión de ayudarlo sólo en tanto en cuanto 
			éste obedece sus órdenes y facilita la consecución de los planes de 
			ellos. Y esto por no hablar de otros —a los que ya nos hemos 
			referido— que gozan en jugar con el hombre, sometiéndolo a toda 
			suerte de engaños y hasta sacrificándolo fríamente.
 
 Pero volvamos a el rubio.
 
			  
			
			Otro aspecto que me resulta sospechoso es 
			su pretensión de identificarse con los visitantes de UMMO. Si todo 
			lo relacionado con este asunto ya resulta de por sí bastante 
			complicado y sospechoso, la afirmación de el rubio de que él es uno 
			de ellos se hace más sospechosa todavía. ¿Por qué? Porque muchas de 
			las circunstancias que se dan en sus manifestaciones no están del 
			todo de acuerdo con lo que sabemos de los visitantes ummitas. 
 Aparte de su talla —los de UMMO son más bien altos mientras que él 
			tiene la estatura de un niño de unos 10 años— hay muchos otros 
			detalles que no cuadran.
 
 Una cosa que me llamó mucho la atención fue que cuando le entregué a 
			José Luis los tres tomos en que alguien ha ordenado toda la 
			documentación recibida de los ummitas, el rubio se apresuró a 
			decirle que no la leyese por el momento y que esperase a leerla 
			cuando él se lo dijese. Ignoro en este momento si José Luis ha 
			recibido ya el permiso para leerlos.
 
 Me pregunto, ¿por qué esta prohibición?
 
			  
			
			Lo que uno deduce es que 
			José Luis detectaría en seguida las discrepancias que hay entre los 
			informes de UMMO y los recibidos por él de su amigo y descubriría 
			que, por una u otra razón, no le había dicho la verdad. Y esto 
			podría minar de raíz su credibilidad y hasta las buenas relaciones 
			tenidas hasta entonces. Comprendo que me puedo equivocar en mis 
			deducciones, pero uno tiene derecho a preguntarse y a sospechar. 
 En ocasiones, las circunstancias que rodean las comunicaciones de 
			los contactados con sus visitantes del más allá, tienen ribetes de 
			novela policíaca.
 
 Le contaré al lector una de esas «circunstancias», que aparte de sus 
			pinceladas rocambolescas, encierra a mi manera de ver una estrategia 
			o una astucia de estos seres que es todo un desafío para la 
			inteligencia humana.
 
 A fuerza de conocer y analizar casos del «fenómeno OVNI» he llegado 
			a la conclusión de que estos extraños visitantes o estas 
			inteligencias —quienesquiera que sean v vengan de donde viniesen 
			— distan mucho de ser todopoderosos y perfectos. A la corta, los 
			seres humanos estamos en desventaja ante ellos; y si acomplejados 
			por nuestra inferioridad dejamos de usar a fondo nuestra mente, no 
			evolucionaremos, y a la larga seguiremos siendo manipulados por 
			ellos por los siglos de los siglos. Por eso es absolutamente 
			necesario que los humanos les perdamos el miedo y comencemos a ver 
			sus debilidades y a usarlas en nuestro provecho.
 
 El caso fue que en cierta ocasión José Luis sintió la necesidad de 
			retirarse varios días a un lugar tranquilo, con el fin de preparar 
			un plan necesario en su empresa, al mismo tiempo que descansaba un 
			poco del asfixiante tráfago diario. Hizo un reserva en un hotelito 
			muy privado, en la ciudad de Cuernavaca, y se dirigió allá, solo, a 
			pasar el fin de semana.
 
 Llegado al hotel, que en aquella fecha del año estaba prácticamente 
			sin huéspedes, se registró, acomodó sus cosas en la habitación y 
			bajó a darse un chapuzón en la piscina.
 
 Sin prestar atención a si había o no había alguien por allí — era el 
			atardecer— se zambulló en el agua, avanzando por debajo de la 
			superficie hasta topar con el muro. Allí sacó la cabeza, y para su 
			sorpresa, se encontró con un individuo joven, de pelo negro, que 
			estaba sentado en una silla, descalzo, apoyando sus pies en el borde 
			de la piscina. A José Luis le llamó en seguida la atención una cosa: 
			aquel individuo tenía los pies de un color marcadamente amarillento.
 
 Obligado casi por las circunstancias, lo saludó con una frase 
			tópica, y ya que prácticamente eran los únicos huéspedes del hotel, 
			quedaron en verse más tarde en el bar.
 
 Efectivamente, una hora después, allí estaba aquel extraño huésped 
			esperándolo en el bar. José Luis le preguntó qué quería tomar y él 
			le contestó que únicamente agua. José Luis pidió un cóctel con 
			hielo. Cuando trajeron las bebidas el camarero, por error, puso el 
			cóctel helado ante el amigo de José Luis y ante éste el vaso de 
			agua.
 
 Para subsanar el error, el desconocido extendió rápidamente su mano 
			hacia el cóctel, con ánimo de acercarlo a José Luis, pero en cuanto 
			tocó el cristal empañado por el frío hizo un gesto como de dolor, 
			retirando la mano al instante.
 
 José Luis notó con extrañeza su gesto y todavía se sintió más 
			intrigado al notar que aquel individuo no cesó de frotar su mano 
			contra el muslo durante la larga conversación que mantuvieron, como 
			si quisiera calentarla después del enfriamiento que había sentido al 
			coger el vaso helado.
 
 Hasta aquí los dos detalles que me han hecho reflexionar 
			grandemente, por pensar que en ellos y en otros semejantes —más que 
			en lo que estos visitantes digan— está la clave de su verdadera 
			identidad e intenciones hacia nosotros, contempladas desde nuestro 
			punto de vista humano.
 
 ¿Por qué digo esto?
 
			  
			
			Por lo siguiente: José Luis desconocía casi por 
			completo todo lo relacionado con el asunto UMMO. El extraño 
			personaje con quien él trabó amistad en el solitario hotel resultó 
			ser, según propia confesión, un enviado de el rubio, que por 
			diversas circunstancias no había podido ir a visitarlo personalmente 
			en aquella ocasión. 
 En la larga conversación que aquella noche sostuvieron en el bar 
			después del incidente del cóctel, el solitario huésped le contó a 
			José Luis muchas cosas muy interesantes, acerca de la civilización a 
			la que él pertenecía y en concreto acerca de la personalidad de el 
			rubio, que resultó ser una personalidad de muy alto rango en su 
			planeta de origen.
 
 Pues bien, entre las cosas que le dijo, le confirmó lo que ya le 
			había dicho el rubio: que ellos eran de UMMO.
 
 Esta afirmación me llena de dudas y desata en mi mente una catarata 
			de deducciones. El rubio y sus misteriosos congéneres sabían que la 
			noticia del «asunto UMMO» necesariamente tendría que llegar a oídos 
			de su protegido y éste, a poco que la analizase, descubriría 
			contradicciones tal como ya hemos indicado.
 
 ¿Qué hacer ante tal situación?
 
			  
			
			Adelantarse a solucionar dudas y 
			deshacer sospechas, antes de que éstas se presentasen. O dicho de 
			otra manera, reforzar la propia credibilidad basándose en «detalles» 
			aparentemente sin importancia. 
 José Luis no sabía que los ummitas tienen una parte del cuerpo —de 
			ordinario cubierta por el vestido— que es claramente amarillenta. 
			Esto algún día llegaría a ser conocido por él y ¡oh casualidad! 
			cuando salió del agua lo primero que vio fueron los pies amarillos 
			de su desconocido amigo, cosa que los ordinarios confidentes de los 
			ummitas de diversas naciones del mundo nunca habían visto y 
			únicamente conocían en teoría por informaciones de los mismos 
			ummitas.
 
 José Luis tampoco sabía nada de la extrema sensibilidad que los 
			visitantes de aquel planeta tienen en las yemas de los dedos. El 
			episodio del fulminante efecto de la frialdad del vaso en la mano y 
			de la constante frotación de los dedos contra el muslo, parece que 
			tenía por objeto que él identificase automáticamente a su amigo con 
			los ummitas en cuanto conociese esta cualidad o debilidad de ellos. 
			Con esto, las dudas que pudieran haberle surgido acerca de la 
			credibilidad de el rubio perdían fuerza ante estos hechos de los que 
			él mismo había sido testigo, tan concretos por un lado y tan 
			«casuales» por otro.
 
 Puede ser que me equivoque en mis deducciones, pero el lector debe 
			saber que circunstancias «casuales» como éstas, se han dado en 
			múltiples ocasiones en las relaciones de los contactados con sus 
			visitantes. Y ante la pregunta de cómo seres tan evolucionados 
			puedan ser tan ingenuos en sus estratagemas para «engañarnos» o para 
			convencernos de lo que quieren, repetiremos que distan muchísimo de 
			ser todopoderosos y omniscientes y que tienen muchas limitaciones 
			cuando actúan con una lógica totalmente diferente a la nuestra. Más 
			tarde insistiremos en esto.
 
 Otra pregunta que se le viene a uno a la mente es la siguiente: ¿Y 
			por qué quieren identificarse con los visitantes de UMMO si en 
			realidad no lo son? ¿No es esto un engaño o una mentira manifiesta?
 
 «Engaño» y «mentira» son palabras, conceptos y valores que 
			pertenecen a nuestro mundo y que no se aplican al de ellos. Los 
			hombres «engañamos» constantemente a los anima les y sin embargo no 
			pensamos que hacemos nada malo ni somos llevados por ello ante 
			ningún tribunal, porque a fin de cuentas el «engaño» no se considera 
			como tal y por lo tanto es perfectamente lícito tratándose de 
			animales.
 
 La fuerza de la pregunta está no en si eso es un engaño o no, sino 
			en por qué lo hace. Confieso que la contestación no es nada fácil y 
			la mente humana se pierde en un mar de conjeturas en las que puede 
			fácilmente equivocarse.
 
 En el caso concreto que consideramos, una solución a la duda podría 
			ser que se tratase de dos tipos de visitantes completamente 
			diferentes. Es decir, los de UMMO podrían ser unos seres como 
			nosotros, con muchos años de adelanto en cuanto a sus técnicas y a 
			su evolución, pero en el fondo seres como nosotros, con una realidad 
			física y fisiológica equiparable a la nuestra, que no pueden 
			transformar a voluntad y de la que no pueden prescindir. En otras 
			palabras, unos seres que aunque de un planeta muy alejado del 
			nuestro, viven en nuestra misma dimensión o en una totalmente 
			sintonizada con la nuestra; por eso, cuando vienen a nuestro mundo y 
			se ponen en comunicación con nosotros, conectan bien con nuestra 
			manera de ser y se hacen creíbles, al mismo tiempo que son más 
			vulnerables a nuestra posible hostilidad.
 
 El rubio, en cambio, pertenecería a seres de otra dimensión, con una 
			realidad física completamente diferente de la nuestra. El cuerpo con 
			el que se manifiestan entre nosotros sería fabricado ad hoc y su 
			«mente» o su inteligencia funcionarían en otros parámetros 
			totalmente diferentes de aquellos en los que funciona la nuestra.
 
 Admitiendo estas suposiciones, no es difícil comprender por qué 
			seres tan distanciados de nosotros quieran unirse o «ser asociados» 
			a otros seres que teniendo también el marchamo de «no-humanos», se 
			presentan sin embargo con unas credenciales mucho más aceptables 
			para los hombres de este planeta.
 
 Pero lo malo es que este aparente «engaño» no lo vemos sólo en este 
			caso que estamos comentando, sino que es casi una constante en todo 
			el fenómeno OVNI: los «visitantes cósmicos» suelen decir con 
			muchísima frecuencia cosas que no se atienen a la realidad.
 
			  
			
			La 
			pregunta clave sigue esperando una respuesta: ¿Por qué lo hacen? 
 En el capítulo dedicado a los jinas, tal como se conocen en el 
			islam, hay otra posible solución a la pregunta. Pero entonces 
			tendremos que volver a preguntarnos: ¿son todos los que «engañan»
			o dicen cosas que no se atienen a nuestra lógica ni a la realidad 
			que conocemos, jinas malévolos que buscan jugar con el hombre?
 
 Creo que no. Creo que hay seres que buscan positivamente el bien de 
			los humanos con los que se comunican y creo que los hay que nos 
			defienden de los posibles «engaños» de otros. Pero aun a pesar de 
			esto, sigo creyendo que no lo hacen —ni la «ayuda» ni el «engaño»— 
			por amor o por odio a nosotros sino en definitiva por su propio 
			interés. Los mismos que ayudan a ciertos humanos es muy posible que 
			perjudiquen a otros porque así les conviene en ese momento.
 
 Tengo mi sospecha de que la última razón de por qué algunos de estos 
			seres dicen cosas que no se atienen a la realidad es para salir del 
			paso o sencillamente les tiene sin cuidado lo que nosotros pensamos 
			de ellos. Algo así como lo que muchos padres y madres hacen cuando 
			sus pequeños hijos les preguntan, mientras son enfundados en sus 
			pijamas para irse a la cama, si al día siguiente los van a llevar a 
			ver los coches de bomberos. Los papás, casi sin oír, afirman 
			solemnemente que sí, y hasta les aseguran que les comprarán un coche 
			«de verdad». Pero lo único que tienen en mente es que aquel mocoso 
			acabe de meterse en la cama, y los deje ver a ellos su programa de 
			vídeo con tranquilidad.
 
 Comprendo que esto que estoy diciendo es inadmisible para muchas 
			personas y suena como algo insultante para la raza humana. Pero ante 
			tanta «mentira» dicha por nuestros visitantes, incluidos los que han 
			ayudado a sus contactados, uno no puede menos que pensar así, por 
			duro que sea para el orgullo humano.
 
 Hay todavía otro aspecto aún más difícil de explicar; pero nos 
			llevaría demasiado lejos el pretender encontrarle ahora una solución 
			y nos apartaría del tema concreto que estamos tratando en este 
			capítulo. Me refiero a las prolijas instrucciones sobre variadísimos 
			temas —prescindiendo ahora si son verídicas o no— con que estos 
			seres del «más allá» suelen instruir a sus visitados. En muchísimas 
			ocasiones tales instrucciones suenan a absurdas, a la larga han 
			resultado completamente inútiles y con frecuencia han sido hechas a 
			individuos que no estaban preparados para poder asimilarlas. Dejemos 
			para otra ocasión la explicación de este extraño hecho, que tan 
			frecuente ha sido y sigue siendo entre los contactados.
 
 En nuestro caso, José Luis también ha recibido muchas instrucciones, 
			pero él está preparado para asimilarlas y no se puede decir si en el 
			futuro le serán de alguna utilidad. Algunas de ellas, a juzgar por 
			los hechos, parece que le han sido ya muy útiles.
 
 Lógicamente, el lector se estará preguntando hace rato: ¿quién es 
			este rubio y de dónde procede?
 
			  
			
			Cuando José Luis le ha hecho esta 
			pregunta, directa o indirectamente, la contestación ha sido siempre 
			una evasiva en la que más o menos veladamente le decía que prefería 
			no hablar del tema. Según José Luis me ha dicho, nunca le ha 
			confesado abiertamente que él no es de este mundo, aunque se lo ha 
			dejado entrever en muchas ocasiones. 
 Cierto día le dijo con alguna tristeza que tenía que irse y que 
			estarían un buen tiempo sin volver a verse. Efectivamente cuando 
			tocó el tiempo de su visita acostumbrada, no se presentó y estuvo 
			muchos meses sin aparecer. Fue en este tiempo cuando sucedió el 
			episodio del hotelito con el «ummita» de los pies amarillos.
 
 En la actualidad la extraña simbiosis de José Luis y el rubio sigue 
			todavía funcionando. Dudo si algún día tendré la oportunidad de ver 
			personalmente a este personaje del «más allá» y de cambiar con él 
			algunas palabras. Presumo que mi presencia es «non grata» porque 
			tengo gran tendencia a preguntar y a llegar hasta las raíces de las 
			cosas. Y como hemos visto, a estos seres les gusta muy poco ser 
			interrogados acerca de sus orígenes y de sus intenciones en nuestro 
			mundo.
 
 En bastantes ocasiones he escrito formularios enteros para que los 
			diversos «contactados» los usasen cuando fuesen visitados, y 
			prácticamente en todos los casos mis amigos volvieron sin que sus 
			preguntas hubiesen sido escuchadas. En lugar de contestar preguntas 
			prefieren dar instrucciones.
 
			  
			
			Y en alguna ocasión, ante el formulario 
			del humano, le han dicho tajantemente que lo que tenía que hacer era 
			oír, en vez de preguntar.  
			  
			
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