| 
			  
			  
			  
			Caso n.° 2
 
			EL JUGUETE 
			IMPOSIBLE 
 Narraré este caso tal como me lo contó el mismo testigo, que 
			únicamente me dio permiso para hacerlo tras muchas vacilaciones y 
			con la condición estricta de que omitiese todos los detalles que 
			pudiesen llevar a alguien a su identificación.
 
 Hace unos años, hechos como éste eran los que hacían perder 
			credibilidad al fenómeno OVNI y desanimaban a los investigadores que 
			se consideraban a sí mismos «científicos». Sin embargo hoy, después 
			de 30 años largos, los investigadores más despiertos, y en cierta 
			manera la opinión pública, están ya más preparados para aceptar este 
			aspecto paranormal del fenómeno, lo mismo que se van convenciendo de 
			sus muchos aspectos parafísicos que tanto intrigan y hasta 
			malhumoran a los conocedores de las ciencias físicas.
 
 Omitiré por lo tanto nombres y ubicaciones, tal como me lo pidió el 
			contacto, quien bastante ha tenido ya que sufrir con haber sido 
			testigo mudo por tantos años de hechos tan alucinantes e 
			«imposibles».
 
 Hace algo más de 45 años, cuando nuestro testigo (al que en adelante 
			llamaremos Julio) tenía menos de 10 años de edad, vio encima de sí, 
			en una región en la que siempre ha existido una gran actividad 
			ovnística, algo que flotaba en el aire como a unos 20 metros de 
			altura. Por supuesto que él no tenía idea de lo que era aquello, 
			pues nunca en su vida había oído hablar de semejante cosa, pero su 
			ingenuidad de niño campesino, junto con la natural curiosidad de su 
			edad, lo impulsaron a interesarse por averiguar qué era aquella cosa 
			extraña que flotaba en el aire.
 
 En vez de huir o asustarse se dedicó a observar. Al cabo de un rato 
			sintió que de arriba lo alzaban y en pocos instantes se vio dentro 
			de una habitación circular, con una luz «que no era como la del Sol» 
			y rodeado de objetos y cosas que no sólo no le eran familiares, sino 
			que eran totalmente distintas de todo lo que él había visto hasta 
			entonces.
 
 Aún no había salido de su asombro cuando vio una niña como de unos 
			seis años que vino hacia él muy sonriente y en ademán de jugar y 
			efectivamente en seguida empezó a enseñarle todos los juguetes que 
			ella tenía en aquella casa tan rara.
 
 Julio observaba todo con mucha atención, y aunque se daba cuenta de 
			que estaba viendo cosas que nada tenían en común con lo que él había 
			visto hasta entonces, en la humilde casa de sus padres 
			o en cualquier otro sitio, no estaba atemorizado y sí genuinamente 
			interesado en todo lo que le estaban enseñando. La niña siguió 
			mostrándole sus juguetes hasta que llegó a uno que será el objeto 
			central de este caso.
 
 El juguete era una caja pequeña de unos 20 X 20 X 10 cm y no tenía 
			nada por fuera que indicase sus enormes potencialidades. La niña 
			ponía sus pequeñas manos sobre ella y en seguida se empezaba a 
			formar en la parte superior de la caja una especie de vapor hecho de 
			muchas luces, que giraba vertiginosamente, hasta que casi de repente 
			aparecía ante ellos una criatura pequeña, humanoide, como de un 
			metro de altura y una inteligencia semejante a la de un mono. No 
			hablaba y parecía estar muy extrañada del lugar en que se encontraba 
			de repente, como si la hubiesen traído allí contra su voluntad.
 
 La niña era capaz de sacar de la caja cuantas criaturas quería, 
			todas semejantes a la primera, y todas le obedecían sin chistar 
			incluso cuando las volvía a meter, haciéndolas desaparecer dentro de 
			la caja de la misma manera misteriosa como las había sacado. Primero 
			las convertía en una especie de vapor, que repentinamente se 
			precipitaba por una pequeña rendija hacia dentro. Digo que las hacía 
			desaparecer dentro de la caja porque las criaturas evidentemente no 
			cabían dentro, aunque hubiese habido una sola. Daba más bien la 
			impresión de que se desmaterializaban.
 
 Julio pasó un gran rato allá dentro conversando con la niña y viendo 
			las muchas cosas que ella le enseñó, hasta que llegó la hora de 
			irse. Entonces la niña le dijo si quería quedarse con la caja, 
			porque él había mostrado mucho entusiasmo cuando la veía sacar de 
			ella con tanta facilidad aquellos «monitos». Sin pensarlo mucho le 
			dijo que sí y ella se la dio.
 
 Lo bajaron de la misma manera que lo habían subido, y he aquí a 
			Julio poseedor de algo que desde aquel momento se iba a convertir en 
			el centro y en la preocupación de toda su vida.
 
 Naturalmente guardó con gran celo su misteriosa caja y hasta la 
			escondió de miradas demasiado inquisidoras, pero no hizo de ello un 
			secreto inviolable. Gozaba mucho mostrándosela a escondidas a sus 
			amiguitos y recuerda que hacía una especie de pequeño circo (para 
			cuya entrada cobraba un centavo) en el que sacaba alguna de aquellas 
			criaturas de la caja ante el asombro de sus pequeños compañeros de 
			escuela.
 
			  
			Las personas mayores nunca asistían a aquellas «fantasías» 
			de muchachos y hacían en pequeño lo que la sociedad hace en grande: 
			si alguno de sus hijos les contaba lo que había visto, simplemente 
			lo achacaban a «imaginaciones de niños». Aunque también es cierto 
			que Julio nunca sacaba ningún monito cuando había algún adulto 
			presente.  
			  
			Esto contribuyó a la idea de que todo eran «cosas de 
			muchachos». 
 Pero sucedió algo inesperado. La niña le había explicado bien a 
			Julio cómo tenía que hacer para volver a meter los «monitos» dentro 
			de la caja, pero Julio, a pesar de que lo intentaba no lo lograba. 
			Las criaturas, en cuanto salían de su asombro inicial, se quedaban 
			durante un tiempo al lado de la caja, como esperando las órdenes de 
			Julio, pero dando muestras de un gran nerviosismo. Más tarde, cuando 
			éste intentaba volverlas a meter y no lo lograba, repentinamente se 
			iban, a una velocidad vertiginosa, y se perdían entre la maleza.
 
 Estas criaturas se convirtieron bien pronto en una pesadumbre para 
			Julio, porque lejos de desaparecer comenzaron a molestarlo y a 
			amargarle la vida. Primeramente cuando él, mediante la imposición de 
			las manos sobre la caja las hacía salir de dentro, las criaturas no 
			salían de una manera tan fácil y natural como lo hacían con la niña, 
			sino que, por el contrarío, cuando se materializaban delante de sus 
			ojos, se mostraban contrariadísimas como si hubiesen sido traídas a 
			la fuerza de otro sitio y comenzaban a mirar a todas partes y a dar 
			señales de gran intranquilidad buscando por dónde huir, y de hecho 
			lo hacían en cuestión de segundos, con unos movimientos eléctricos, 
			sin que se dejasen agarrar ni tocar de nadie.
 
			  
			Más bien se mostraban 
			hostiles a la gente, aunque la gente mayor parecía no verlos. Sin 
			embargo, los niños y los animales, sobre todo los perros, los veían 
			muy bien y huían a toda velocidad ante ellos. 
 Al cabo de un tiempo estas criaturas comenzaron a acercarse a la 
			casa de Julio y a todas horas merodeaban por los alrededores. A 
			veces se acercaban a él (la única persona con la que hacían esto) y 
			hasta llegaban a tocarle, mostrando muy poco respeto por él: hasta 
			se atrevían a hacerle bromas muy rudimentarias y de mal gusto.
 
 Durante años, cuando Julio iba de un lado a otro por el campo, ellos 
			lo acompañaban, aunque siempre a cierta distancia. La gente no los 
			veía pero, como dije, los animales sí, y se alejaban en seguida 
			cuando ellos se acercaban, dando señales de gran miedo o inquietud.
 
 Julio no sabía qué hacer, y esto a lo largo de los años se ha 
			convertido en un calvario para él, pudiendo decirse que ha marcado 
			fatídicamente toda su vida.
 
 En la actualidad él ya no tiene la caja consigo; la arrojó al mar 
			amarrada a una piedra, muy lejos de la orilla, porque parece que lo 
			que atraía a las criaturas era la caja y de hecho hace tiempo que 
			éstas ya no lo visitan.
 
 En un determinado momento de nuestra larga conversación — aunque 
			posteriormente lo he visitado más veces— me dijo Julio con acento 
			apesadumbrado:
 
				
				«Créame, lo que yo quisiera es morirme.» 
				 
			A mi 
			pregunta de por qué, me contestó, siempre con el acento de un hombre 
			que lleva encima de sí un gran peso o una gran preocupación: 
			 
				
				«Ya no 
			quiero ver más cosas extrañas. Lo que quiero es descansar.» 
				 
			Todo esto me dejó con muchos interrogantes en la cabeza. En 
			realidad, me dio la impresión de que aún tenía más cosas que decir, 
			que se reservaba, y que ellas eran las que le causaban todo ese 
			cansancio de vivir. 
 Él relaciona estas criaturas con ciertas desgracias que han sucedido 
			por aquella región y cree que son capaces de hacer mucho mal y que 
			de hecho lo hacen algunas veces. Según parece, en la actualidad 
			merodean cerca de un lugar en la montaña, en donde por un tiempo 
			tuvo escondida la caja, y es peligroso para la gente acercarse por 
			allí. Me mencionó en concreto varias muertes que él creía habían 
			sido causadas por ellos.
 
 Aunque hace ya bastantes años que hizo salir a la última criatura de 
			la caja, da la impresión de que está preocupado y apesadumbrado por 
			las más de cien que hizo salir y que ahora pueden convertirse en una 
			amenaza pública. Me pareció que se sentía culpable de haberlas 
			traído a este mundo, pues se ve que las criaturas son forzadas a 
			venir a un sitio en donde se sienten fuera de su ambiente y están 
			como penando, sin encontrar cómo volver a su mundo, y él tampoco 
			puede hacer nada.
 
 Éstas no son las únicas aventuras de Julio como contactado del más 
			allá. Aparte de estos seres misteriosos Julio ha estado en varias 
			ocasiones en contacto con naves de otros mundos y con sus 
			tripulaciones. Pero sobre todo me contó algo que es de un gran 
			interés para la temática general de este libro y que veremos aflorar 
			de nuevo en capítulos posteriores.
 
 Para los desconocedores del tema y para los incrédulos sistemáticos 
			es algo que resta credibilidad a todo este asunto, pero para los que 
			hace años andamos en esto, es algo que, por el contrario, la 
			acrecienta.
 
 Julio me contó con gran reserva que en dos ocasiones ha sido forzado 
			a tener actos sexuales con mujeres extrañas, que aunque se parecían 
			mucho a las humanas, no eran sin embargo exactamente como ellas. Uno 
			de estos incidentes que se produjo en lo alto de una montaña, tiene 
			algún parecido con el caso clásico de Vilas Boas, en Brasil, aunque 
			en el caso de Julio todo sucedió fuera y no dentro del OVNI.
 
 El lector podrá pensar que todo esto son fantasías, pero Julio tiene 
			testigos, si no para probar que todos los detalles de lo que dice 
			son absolutamente ciertos, sí para atestiguar que los OVNIS pasan a 
			escasos metros del techo de su casa cuando él dice que van a pasar y 
			algunos otros hechos extraños. Su mujer y dos de sus hijas así me lo 
			atestiguaron y me describieron cómo era el objeto que pasó a cámara 
			lenta a muy pocos metros de la azotea de su casa. Otros vecinos 
			pueden atestiguar lo mismo.
 
 En cuanto a los «muñecos» de la caja, todavía queda algún sesentón 
			que se acuerda de ellos. Dos años más tarde de haber recibido estas 
			confidencias de Julio consulté mi libreta de notas, donde tenía 
			apuntados los datos concretos que él me había dado. Allí estaba el 
			nombre de uno de sus amigos de la infancia que había visto en varias 
			ocasiones cómo él sacaba aquellas criaturas de la caja. Julio sabía 
			que vivía en un barrio específico de una ciudad distante como unos 
			sesenta kilómetros, y me dio un detalle concreto por el que se podía 
			localizar. Me dijo que él había perdido todo contacto con esta 
			persona desde hacía muchos años, pero yo me decidí a buscarlo y 
			corroborar así tan extraña historia.
 
 Me tomó casi un día entero dar con el, pero por fin lo encontré. Le 
			hablé de su infancia, de su pueblo natal y de Julio.
 
			  
			En cuanto se lo 
			nombré y le pregunté si recordaba el circo que montaba, sonrió y 
			moviendo la cabeza con un ademán de incredulidad dijo rotundamente:  
				
				—Aquel cabrón no sé cómo lo hacía. 
				
 —Pero ¿qué hacía? —dije yo.
 
 —Tenía una caja de zapatos de la que sacaba unos monos, que la 
			primera vez que los vi delante de mí, dispensando, me lo hice por 
			los pantalones.
 
 —¿Y se acuerda cómo eran?
 
 —Mire usted. Yo era muy niño. Y me fui muy pronto de aquel pueblo. 
			De eso hace como 50 años y apenas si me acuerdo. De lo que sí me 
			acuerdo es que yo los vi en sólo dos ocasiones, y me dieron tal 
			miedo que por la noche soñaba con ellos y me despertaba llorando y 
			me iba corriendo a la cama de mis padres. Y como esto pasó varías 
			veces ellos me prohibieron andar con Julio.
 
 —Pero ¿cómo eran aquellos monos? —insistía yo.
 
 —No recuerdo bien. Casi no me atrevía a mirarlos. Eran tan altos 
			como yo y feísimos, con unas orejas en punta. Y se movían a una 
			velocidad que a veces desaparecían de la vista. Era como si fuesen 
			eléctricos.
 
 —¿Y qué pasaba con ellos?
 
 —Pues no sé decirle.
 
 —¿Y cómo los podía sacar de una caja de zapatos, si eran tan altos 
			como usted?
 
 —Eso me pregunté después muchas veces. Entonces era tan pequeño que 
			no me lo cuestionaba, aparte del mucho miedo que les tenía. En 
			cambio había otros muchachos algo mayores que le decían que -sacase 
			más. Aunque tampoco debía de parecerles raro lo que hacía.
 
			Apenas si le pude sacar más datos. Pero lo que me contó fue 
			suficiente para convencerme que lo que Julio me había narrado no 
			eran invenciones suyas. 
 Posteriormente, después de haber escrito las líneas anteriores y en 
			el mismo país en que reside Julio, he entrado en contacto directo y 
			asiduo con una persona, gran investigador de estos fenómenos, que me 
			ha corroborado en muchísimos detalles muchas de las cosas que Julio 
			me ha contado, con la particularidad de que esta persona no conoce a 
			Julio ni tiene noticia alguna de las cosas que le han sucedido.
 
			  
			Esta 
			persona, cuya casa está bastante aislada en la montaña, ha visto en 
			muchas ocasiones a unos extraños seres que en líneas generales 
			coinciden con los de Julio; y no sólo los ha visto, sino que ha 
			empezado a tener alguna relación con ellos, a pesar de que le he 
			advertido que a la larga es peligroso para los humanos relacionarse 
			con este tipo de criaturas (1). 
 (1) 
			Después de escritas estas líneas me he vuelto a comunicar con 
			esa persona,precisamente para saber cómo le iba en su relación con 
			dichas criaturas. Me ha dicho que tuvo que mudarse de aquella casa, 
			porque en cuanto estaba solo enella, aparecían las criaturas y lo 
			asediaban de tal manera que llegó a cogerles miedo.
 
 
			
			Regresar al Índice 
			  |