
	
	
	4 Septiembre 2009
	
	PUNTO FINAL (especial para ARGENPRESS) 
	
	
	del Sitio Web
	
	ArgenPress
	
	 
	
	¿Qué fines persigue la administración del presidente 
	Barack Obama al sembrar 
	América Latina y el Caribe de bases militares? ¿Combatir el narcotráfico y 
	el terrorismo, como dice?
	
	¿Pero no son acaso suficientes:
	
		
	
	
	Catorce bases en la región - eran 15 hasta que Ecuador puso 
	término a la base en Manta, que funcionó 10 años haciendo espionaje 
	electrónico y aéreo en América del Sur. 
	
	 
	
	¿No era ya demasiado como para 
	instalar otras siete bases militares, aéreas y navales en Colombia? Ni Bush 
	se atrevió a tanto. Y lo hace Obama con esa sonrisa de oreja a oreja que 
	captó la simpatía de negros, indígenas y mestizos que veían en él - ciudadano 
	discriminado en la sociedad más racista del mundo - a uno más de la gran 
	familia de los pobres y marginados del mundo.
	
	El acuerdo de Obama con el presidente Alvaro Uribe para tapizar Colombia de 
	bases militares despertó la alarma en este continente, y fue necesario 
	convocar en Bariloche a los mandatarios de la Unión de Naciones 
	Suramericanas (Unasur). 
	
	 
	
	El desabrido balance de la reunión no es 
	tranquilizador.
	
	Lo concreto es que las bases militares ya están aprobadas por Washington y 
	Bogotá, sin que se conozcan los alcances de los compromisos secretos tomados 
	por ambos países. El presidente Uribe asegura - sin que se le mueva un 
	músculo de la cara - que las bases estarán bajo control colombiano.
	
	Nadie se atrevió en Bariloche a reírse en su cara. Según el mandatario 
	colombiano, la soberanía de su país le permite resignar buena parte de ella 
	para ponerla bajo tutela norteamericana. Los militares, aviadores y marinos, 
	así como el personal civil de las bases norteamericanas en Colombia, como
	admite el gobierno de ese país, gozarán de inmunidad jurídica y territorial, 
	como si fueran diplomáticos.
	
	
	La actitud intransigente de Uribe provoca inquietud. Es claro que la paz de 
	la región se encuentra en peligro. La propia Unasur se halla en una etapa de 
	vacilaciones y en Bariloche tuvo que buscar una resolución de compromiso 
	para mantener su unidad. 
	
	 
	
	En su declaración final señala: 
	
		
		“La presencia de 
	fuerzas militares extranjeras no puede con medios y objetivos vinculados a 
	objetivos propios, amenazar la soberanía e integridad de cualquier nación 
	suramericana”, lo que constituye una transacción ambigua que no logra 
	ocultar los desacuerdos de fondo. 
	
	
	Lo que se esperaba, como signo real de 
	nuevos tiempos en las relaciones de América Latina con EE.UU., era el rechazo 
	claro y categórico a la instalación de las siete bases militares en 
	Colombia, que amenazan directamente a Venezuela, Ecuador, Bolivia, Cuba y a 
	los recursos de la Amazonia.
	
	Pero todo quedó en las medias tintas, que impusieron gobiernos como el de 
	Perú y de Chile, y la tibieza brasileña.
	
	Hay que reconocer que la reunión en Bariloche surgió en un contexto complejo. 
	
	
	 
	
	Se mantiene la crisis en Honduras: el presidente
	
	Zelaya, víctima de un golpe 
	militar con anuencia de EE.UU., sigue imposibilitado de regresar a su patria. 
	Se ha convertido en un presidente trashumante mientras el pueblo hondureño 
	sigue resistiendo con un coraje y vigor admirables. Todo esto en medio de 
	las avergonzadas miradas de los gobernantes latinoamericanos y del 
	ininterrumpido apoyo yanqui al régimen golpista de Tegucigalpa.
	
	Entretanto, Colombia se ha convertido en pieza clave de la estrategia 
	norteamericana para América Latina. Las siete nuevas bases militares en su 
	territorio estarán orientadas a labores de inteligencia y contrainsurgencia 
	con sofisticado apoyo aéreo y naval y equipamiento electrónico de última 
	generación.
	
	Colombia, que dispone de las fuerzas armadas más grandes del continente (400 
	mil efectivos), fortalece con las bases norteamericanas su posición 
	geopolítica y amenaza cada vez más a sus vecinos, Venezuela y Ecuador, y 
	“jaquea” la frontera brasileña.
	
	En los hechos, Colombia se ha convertido en un bastión de los intereses 
	norteamericanos en la región. 
	
	 
	
	Su sombra se cierne sobre la Amazonia 
	brasileña, peruana y también ecuatoriana y sobre la región andina, 
	amenazando desde otro flanco a Ecuador, y se proyecta hacia el Pacífico. La 
	cuantiosa ayuda financiera y militar que EE.UU. le proporciona a través del 
	Plan Colombia, no le ha permitido derrotar a las FARC o aplastar el 
	narcotráfico. 
	
	 
	
	Ahora recibirá más apoyo del gobierno de 
	Barack Obama, cuya 
	política hacia América Latina no parece diferenciarse de la de sus 
	antecesores.
	
	Por primera vez en mucho tiempo, en el continente hay riesgos de conflictos 
	bélicos que pudieran extenderse simultáneamente a varios países. La política 
	de Obama es el principal factor de inestabilidad continental y estimula el 
	creciente gasto militar de países como Chile, pese a que hay graves 
	carencias en salud, educación, vivienda, etc. 
	
	 
	
	En los últimos cinco años se 
	ha duplicado ese gasto, alcanzando hoy a cerca de 50 mil millones de dólares. 
	Chile, Ecuador y Colombia gastan más del 3,5% del PIB en armas, mientras el 
	resto de los países no superan el 1,8%. 
	
	En el caso de Chile se trata de tanques, submarinos lanza misiles, fragatas 
	y aviones Lápiz en ristre cazabombarderos F-16, que bajo los gobiernos de la 
	Concertación han convertido al país en una fortaleza más poderosa de lo que 
	fue durante la dictadura militar, siguiendo el ejemplo armamentista de quien 
	es a la vez el principal fabricante y vendedor de armas. EE.UU. gastó el año 
	pasado 607
	mil millones de dólares en armamentos. De lejos lo siguió China, con 84.900 
	millones. 
	
	¡Y esto en el mundo de paz y cooperación del que nos habla Barack Obama! 
	
	 
	
	En 
	la reunión de Bariloche los mandatarios conocieron un resumen del Libro 
	Blanco del Comando de Movilidad Aérea y Estrategia Global de Bases de Apoyo 
	de EE.UU., que presentó el presidente venezolano Hugo Chávez. 
	
	 
	
	Su gobierno 
	aparece como el blanco principal de los esfuerzos desestabilizadores que 
	simultáneamente con el Pentágono impulsan el Departamento de Estado y una 
	oposición interna dependiente del financiamiento y conducción de Washington. 
	Es de esperar que el Consejo Suramericano de Defensa, que se reúne este mes, 
	trate con mayor profundidad la amenaza regional que se está levantando en 
	Colombia.
	
	La paz en el continente se ha convertido en una tarea urgente, que debe 
	preocupar a todos los pueblos. Es importante, por lo tanto, el 
	fortalecimiento de Unasur que debería alcanzar las metas de independencia 
	del 'imperio' que propuso su creación en Cochabamba, en 2006.
	
	Hay que conseguir la plena transparencia de la información de defensa y de 
	los tratados de seguridad. Hay que uniformar los eventuales compromisos de 
	países miembros de la Unasur con Estados ajenos a la organización, para que 
	no pongan en peligro la seguridad y soberanía de sus integrantes.
	
	La causa de la paz es la causa de los pueblos latinoamericanos. Los 
	conflictos bélicos sólo favorecen a los enemigos de su unidad y de su 
	liberación. El presidente Obama debe asumir su responsabilidad política en 
	el conflicto que las bases militares están incubando en Colombia. 
	
	 
	
	Barack 
	Obama no puede desentenderse de lo que hacen el Pentágono y el Departamento 
	de Estado. No son sus secretarios de Estado los que fueron elegidos para 
	gobernar a la primera potencia mundial.
	
	
	El gran cambio que Obama prometió a su país y al mundo significa dejar atrás 
	el gobierno del complejo militar-empresarial, que procura por todos los 
	medios apoderarse de los recursos vitales del planeta que deben asegurar la 
	supervivencia de la especie humana.