I - El ELEMENTO NUEVO


Hubo un giro decisivo en la historia de nuestra especie, pero estuvo precedido, probablemente, de cantidad de pequeñas aberturas esporádicas, ininteligibles, bautizadas con uno u otro nombre, pues, ¡quién iba a comprender que se trataba de la abertura a otra especie?

 

Sólo cuando por fin llegamos a ser el hombre, pudimos decir:

"¡Mirad, así es el hombre!"

Y aún así, pudo decirse sólo después de muchas experiencias progresivas que nos hicieron concluir que, decididamente, no éramos ya unos monos delirantes ni, menos aún, unos primates débiles y decadentes, pues la primera evidencia de cualquier nueva especie es todo lo que pierde de la vieja: las cualidades del hombre son las debilidades del mono.


Y esa abertura a "otra cosa" extraña, de la que aún no se sabía que se trataba del estado de la próxima especie, es muy probable que tuviera que operarse microscópicamente, en niveles fisiológicos diferentes, a través de cientos y de miles de años preparatorios, pero siempre con la total ignorancia de que se trataba de "otro estado".

 

Antes de que el pequeño tarsio de Borneo adquiera su visión binocular, que preparaba la nuestra, hubo a través de las especies un cierto número de "visiones" extrañas o aberrantes que, sin embargo, fueron la "lógica" y la "matemática" y la evidencia del pez o del murciélago que las tuvo. ¿Y qué es, de todas formas, nuestra visión humana retiniana sino una estrecha banda de color, desde el ultravioleta al infrarrojo, vista de forma binocular?


Además, esa abertura evolutiva, por el hecho de que siempre se vuelve a recaer en el viejo estado hasta la aparición decisiva de la nueva especie, debe traducirse en el lenguaje y según los hábitos del que desfigura casi por completo lo que pudiera ser la experiencia pura del nuevo estado. Así, a través de los siglos y los milenios de nuestra especie, no han faltado nunca "místicos", ni "locos", ni "alucinados" en todas las lenguas de la Tierra, y nuestra tendencia ha sido aprobar o glorificar a aquellos que mejor respondían a nuestra idea del Bien, de la Belleza, del Apocalipsis o del Paraíso.

 

¿Pero qué relación hay entre en "bien" del murciélago y el pleno sol del pájaro? El murciélago se siente simplemente "deslumbrado". Sin embargo, el "algo" que le deslumbra es real, aunque para él sea más bien un "paraíso" de murciélago místico.


Esa abertura, para el Homo Sapiens, se ha producido en los más diversos niveles de su ser, pero como está encerrado sobre todo en un cascarón mental, como el erizo de mar en su caparazón calcáreo, como la piedra en un manto de electrones o el mono en su potencia vital, es en ese nivel mental donde se han tenido que operar con más frecuencia sus tentativas de salida: se pierde el conocimiento en la mesa de operaciones o en el trance místico o simplemente en el sueño, y se pasa a otro estado. Parece necesaria una cierta "pérdida del conocimiento" del viejo sistema para acceder al "otro estado".

 

Es lógico: no se puede andar con pies humanos por el "paraíso" de la próxima especie, ni con piel de reptil por las primeras escaramuzas del arqueópterix.

 

Tengamos en cuenta que es la debilidad de la vieja especie la que abre las puertas de la próxima. Pero hace falta que se abra una puerta. Y nosotros hemos abierto ya muchas puertas en nuestra cabeza o, con menos frecuencia, en nuestro corazón, a través de milenios; incluso hemos descendido más abajo aún en la escala fisiológica y hemos abierto las puertas del bajo vientre dejando entrar toda clase de infiernos y de pequeños seres crueles o fanáticos: tipos de subespecies descarriadas que todavía pueblan abundantemente la tierra.

 

Y ha habido otros que han salido resueltamente de nuestra especie por arriba, en un cohete nirvánico o extático, dejándonos a veces extraños balbuceos arrobados. La poesía es también una "traducción" de ese evasivo "otro estado" que tanto nos gustaría materializar, aunque no sepamos cómo. ¿Habrá alguna forma, algún sitio, por donde atrapar a esa próxima especie?


No es ni a nivel mental, ni a nivel psicocardiaco, ni a nivel umbilical o pelviano donde puede operarse la salida al otro estado: a "la cosa", como decía Madre, que no tenía vocabulario para eso. Para ser más exactos (pues no se puede decir dogmática y categóricamente que las aberturas hasta ahora practicadas hayan desembocado en la nada): no es a nivel mental, cardíaco, etc., donde se puede dar con "la cosa" pura, sin traducciones, en su lengua original. La próxima especie es en el cuerpo.

 

Es evidente. Mientras no sea en el cuerpo, a nivel fisiológico, celular, seguirá siendo una traducción en una lengua extraña, a través de capas de sueño o de éxtasis o de meditación, que nos permiten ver toda clase de pequeños rayos refractados y pequeñas historias más o menos fabulosas y evanescentes; pero que de todas formas son el reflejo de "algo", quizá como lo que en un ciprínido percibe de un hombre a través de las paredes de su pecera.

 

No sabemos si le pareceremos ángeles o diablos desde dentro del agua, pero somos "algo" muy material.


Si decimos que la salida se opera a "nivel celular", la biología se nos echará al momento encima con su imprescriptible e imperturbable encadenamiento de aminoácidos de padres a hijos, a excepción de algunas variaciones patológicas.

"¿Cómo vais a cambiar el orden de ensamblaje de los nucleótidos para producir una próxima especie…? ¿Qué tendrá el qué, aletas natatorias, alas, un tercer ojo?"

Era muy difícil, en un momento dado de la evolución, para un nódulo de manganeso, imaginarse un flagelado impertinente y ambulante.

 

Una próxima especie es lo más impertinente que hay para la vieja especie. Pero, de todos modos, tiene que haber un eslabón, un lazo de unión, algún sitio por donde agarrarla. Nuestra dificultad no es sólo una falta de imaginación del futuro, sino, sobre todo, una incapacidad de pensar algo que sea diferente a una simple mejora o a una prolongación del presente: nuestro próximo hombre seguiría siendo un hombre + estoy y + esto y + aquello.

 

¿Acaso el radiolario es una prolongación del manganeso? ¿Y un hombre, una prolongación del helecho arborescente?

 

Es, más bien, "otra cosa" totalmente diferente. Así que ¿cuál será el lazo de unión, el eslabón con ese algo que es "totalmente diferente"? No conocemos en absoluto lo que hace de puente, porque no sabemos dónde está el otro lado. Y, sin embargo, está en el cuerpo.


En otros términos, la próxima especie es quizá otro reino, tan diferente como la musaraña arborícola puede serlo del mencionado helecho. No un hombre +, sino otro ser, otra forma de vida en la Materia, después del mineral, del vegetal y del animal que ahora somos. Pero, aún así, tiene que haber una conexión, como el virus hace de puente entre la Materia y la Vida, ¿y cuál será el puente con la "súper-vivencia", para emplear una de las expresiones a tientas de Madre? ¿Y qué significa una vida así?

 

Decir que es la modificación de las células germinales lo que produce otra especie, es seguir dando vueltas y vueltas por las circunvoluciones de la vieja especie, incapaz de salir de su esquema animal para imaginar un esquema que no es ya animal, ni mineral, ni vegetal, y que sin embargo, es perfectamente material. Las musarañas quizá sean seres angélicos y sobrenaturales para nódulo de manganeso, pero no son menos materiales y evolutivas que él.

 

Un día nacieron. Y un día nacerá algo muy distinto a un hombre-animal, quizá está a punto de nacer. Quizá, incluso, esta naciendo ya.1


Y si no es la modificación de las células germinales lo que produce ese nuevo ser, ¿qué modificación lo produce? Tiene que haber un cambio en alguna parte, un elemento nuevo. ¿Qué representa la modificación del helecho en relación con el mineral o la del animal en relación con el vegetal?


Estamos obnubilados por las formas –por la forma-, pero ¿qué es lo que se modifica de un reino a otro… sino el movimiento? Hubo un cambio de la inercia de la piedra al crecimiento acelerado del vegetal, y luego a la explosión dinámica de los animales: son cambios de movimiento. En este campo son los físicos los que han abierto brecha y nos han hablado de ondas electromagnéticas o del torbellino de los electrones alrededor del núcleo.

 

Einstein nos enseñó la relatividad: los parámetros de un acontecimiento físico están estrechamente ligados a la velocidad del sistema de referencia.

 

Para decir las cosas simplemente: la distancia es cuestión de velocidad; la velocidad es cuestión de seis patas de hormiga, de dos alas de gaviota o de dos piernas de hombre, o, incluso, de un turborreactor. Pero todo eso es el ser animal propagándose más o menos rápido con mecanismos más o menos ingeniosos para cubrir la distancia entre lo que está "lejos" o "fuera" de él y él mismo.

 

Sin embargo, muy bien pudiera suceder que el próximo "mecanismo" o el próximo "órgano" de la nueva especie fuese tal que el movimiento sea todavía más acelerado, por así decirlo, hasta tal punto que no haya ya "fuera" ni "lejos", y que la velocidad del flagelado o del turborreactor se vuelvan tan caduca como la inercia de la piedra para el ser vivo.

 

¿Cuál sería ese mecanismo o ese "órgano" que nos dotase de un movimiento tan rápido que uniera al instante los confines de las galaxias como si no existiera la distancia, como si todo se desarrollara dentro de nosotros, en un cuerpo de materia terrestre, celular? ¿Habrá, en el cuerpo, algún funcionamiento que nos permitirá estar simultáneamente entre ciertas membranas celulares que hacen que seamos un hombre y no un ratón, y estar al mismo tiempo en Nueva York, en Borneo o en donde nos dé la gana?

 

Si tal movimiento "sobrenatural" nos fuera otorgado fisiológicamente –geográficamente, podríamos decir-, se trataría ya, evidentemente, de otra especie y de otro reino. Lo "natural" del hombre es quizá lo "sobrenatural" del pez, pues no hay duda de que lo natural cambia de una especie a otra, y que "lo sobrenatural es lo natural pendiente de alcanzar" 2, como decía Sri Aurobindo.


Falta por saber dónde se situaría, en el cuerpo, ese curioso funcionamiento nuevo que no anularía nuestras apreciadas células germinales, sino que daría al conjunto de nuestras células corporales un nuevo modo de ser, quizá una geografía completamente nueva vista a través de otras pupilas no binoculares. ¿Y en qué quedaría el turborreactor en tal caso, y toda nuestra dichosa mecánica, teléfono y cohete espacial incluidos?

 

Se trataría, evidentemente, de otro espacio y de otro tiempo: otro "sistema de referencia", otro determinismo, quizá algo tan asombroso como pasar de la tranquila inercia del mineral al bullicio de los vertebrados.

 

¿Y en qué quedaría la muerte en tal caso? ¿En qué se convertiría la Materia en ese nuevo "sistema"? ¿Cómo sería la Materia, sus electrones, sus células, sus galaxias, vistas por un órgano no-binocular que no necesitara ya microscopios ni telescopios que sólo con la prolongación de una misma visión retiniana caduca?


La biología y la física definen las leyes de un cierto medio y de una cierta pecera humana, e intentan contemplarla y contemplar al mundo a través de los cristales de esa pecera, pero cuando se pasa a otro medio, como el anfibio, al aire libre de la vida, todas las viejas leyes caen y aparece otra forma de vida, o de "súper-vivencia", imprevisible.


Nos falta encontrar el "eslabón".

 

Si no está en las piruetas nirvánicas y extáticas, ni en las circunvoluciones mentales, ni en el sueño ni los ensueños de esta especie dolorosa, que fue quizá concebida para un verdadero paraíso terrestre en un verdadero cuerpo sin muerte y sin sus aprisionantes paredes, entonces ¿dónde está?

 

De una especie a otra, de un reino a otro, hemos ido pasando de una prisión estrecha a otra no mucho más espaciosa, ¿y si el próximo reino fuera el del hombre espacioso y sin prisión?


Con Madre, en lugar de huir a las alturas místicas y poéticas, vamos a descender a la aventura de la consciencia de las células, a la búsqueda del próximo medio y del mecanismo celular, del elemento nuevo que abrirá las puertas de nuestra prisión y nos proyectará en una Tierra nueva como un día un primer anfibio desembarcó en las playas soleadas de un nuevo mundo.

57.107 –Un mundo nuevo ha NACIDO. No se trata de una modificación del viejo, es un mundo NUEVO que ha nacido. Y estamos de lleno en un período de transición, en el que los dos se entremezclan, el viejo persiste todavía, todopoderoso y dominado por completo la consciencia ordinaria, pero el nuevo se infiltra, muy modesto aún, desapercibido, desapercibido hasta tal punto que exteriormente no molesta gran cosa… por el momento, e, incluso, para la consciencia de la mayoría, es totalmente imperceptible. Y, sin embargo, trabaja, crece.


56,103 –Cada vez que un elemento nuevo se introduce entre las combinaciones posibles, produce lo que pudiéramos llamar un "desgarramiento de límites"… Es evidente que la percepción científica moderna está mucho más cerca de algo que corresponde a la realidad nueva, que las percepciones de la Edad de Piedra, por ejemplo, de eso no hay lugar a dudas. Pero incluso eso mismo va a verse de pronto completamente desbordado, superado, y probablemente radicalmente trastocado, por la introducción de algo que no estaba en el universo que se ha estudiado. Es ese cambio, esa transformación brusca del elemento universal, lo que va a traer con toda certeza una especie de caos en las percepciones, del que surgirá un conocimiento nuevo.

Ese "elemento nuevo" es la mente de las células, que está trastocando ya nuestra tierra humana como un día nuestra mente pensante trastocó la tierra de los monos.

 

 

1 N. del T: Los siguientes párrafos fueron añadidos al original en la edición inglesa, y son reproducidos aquí como nota marginal por lo que tienen de explicativos y esclarecedores.

La visión de la Biología de cómo la suma de los cambios genéticos, es decir las modificaciones del ADN, en las células germinales, es lo que crea nuevas especies con el transcurso del tiempo, puede que sea correcta. Pero, ¿qué es lo que pone en movimiento esos cambios genéticos? Decía Darwin en su época: "En nuestra ignorancia, nos parece que las mutaciones surgen espontáneamente". Y esa "ignorancia" no ha sido disipada por nuestro reciente conocimiento del ADN, simplemente la hemos revestido con un lenguaje científico. La Biología actual señala que las causas "naturales" de las mutaciones son de dos tipos: 1) errores en el proceso de copia del ADN cuando las células se dividen y 2) los rayos cósmicos u otras radiaciones. En otras palabras: azar y azar.
Pero. ¿nos hemos parado un momento a considerar al ser que sufre la mutación? ¿Qué diría él de su proceso?¿Nada será acaso, al menos en parte, la consecuencia de sus "voluntad" de mutación, de su aspiración, de su necesidad de cambiar de aire porque su viejo medio le resulta asfixiante o sé siente cada vez más inadaptado a él? Sabemos que la "fuerza" de la Evolución carece de trascripción matemática. Sin embargo, bien pudiera ser que la especie misma, o algunos de sus pioneros, participando en el impulso evolutivo, manejaran y encaminar esa fuerza colaborando con ella y la dejaran moldear una nueva forma de ser en su propia sustancia corporal hasta lograr un nuevo equilibrio biológico una adaptación más satisfactoria al cambiante medio. ¡Una "colaboración" que originaría probablemente una enorme aceleración del proceso! Un "estallido" evolutivo. Es decir, que lo que llamamos "mutación" quizá sea solamente el resultado externo de una presión interior originada por la criatura misma en cuestión, en razón de sus peculiares condiciones, una consecuencia visible cuya causa escaparía, evidentemente a nuestro microscopio electrónico y al carbono 14. De hecho existe verdadera necesidad de un planteamiento científico que considere el papel jugado por la criatura en su propia evolución, que deje de mirar la Evolución desde una sola perspectiva – la del medio externo en el que se desenvuelve – y adjunta el papel que juega el sujeto evolutivo.


2 Thoughts and Aphorisms. XVII. XX


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