Caso n.° 6

AVIONES QUE DESAPARECEN

Los casos de aviones y barcos que se pierden sin que vuelva a saberse nunca de ellos son más o menos conocidos por los lectores ya que últimamente muchas revistas se han dedicado a vulgarizar estos temas y sobre todo libros como los de Charles Berlitz (El Triángulo de las Bermudas y Sin rastro) (1) han despertado un gran interés en este preocupante tema.

Es natural que cuando un avión o un barco se hunden o caen al mar, no sea nada fácil hallar restos de ellos y lo ordinario será que el incidente se haya debido a fallos normales sin que tengamos que acudir para explicarnos la tragedia a ninguna fuerza sobrehumana o misteriosa. Pero hay casos en que un número de circunstancias nos llevan a la evidencia o por lo menos a una sospecha muy fundada de que la cosa no ha sido natural y de que han intervenido en todo el asunto otras fuerzas para las que no tenemos explicación.

En el mes de abril de 1979 una «Vickers Viscount» turbohélice de cuatro motores, de la compañía «Saeta» del Ecuador, hacía el primer viaje de la mañana en su línea regular Quito-Cuenca (unos 600 kilómetros). Es de notar que ambas ciudades están situadas en sendos valles de los Andes, aproximadamente a 2.300 metros de altura, por lo que el viaje entre ellas no es nada fácil, teniendo además en cuenta que en medio del camino se encuentran dos de los colosos de los Andes, el Chimborazo y el Cotopaxi, que sobrepasan los 6.000 metros de altitud.

 

Sin embargo, a pesar de la dificultad de la ruta, los pilotos que la cubren están perfectamente identificados con ella por haberla recorrido en cientos de ocasiones y varias veces al día.

Cuando el avión a que nos referimos estaba ya a la vista del aeropuerto de Cuenca, y tras haber pedido autorización para aterrizar, repentinamente dejó de oírse su señal y nunca llegó a tomar tierra, ni allí ni en ningún otro aeropuerto. Es de notar que en aquel instante no había mal tiempo, el piloto en ningún momento dijo que tuviera problemas y la visibilidad era ilimitada en el espacio aéreo que circundaba el avión y de 50 kilómetros en el aeropuerto de Cuenca.

Hice mi investigación de este caso unos veinte días después de que hubiese sucedido. Como no se trataba de un hecho privado en el que hubiese que andar buscando testigos escondidos, antes al contrario estábamos ante un hecho notoriamente público que tenía consternada a toda la nación, me fue fácil acudir a las oficinas de El Universo en Guayaquil, el principal periódico de la nación, y leer atentamente los despachos que constantemente llegaban de las diversas agencias de noticias acerca de cómo se iban desarrollando los trabajos de búsqueda. Pasado un mes no se tenía la más remota idea de adónde había ido a parar el aparato con sus 53 ocupantes, a pesar de la intensísima búsqueda que las autoridades organizaron.

En aquella búsqueda hubo varias circunstancias dignas de tenerse en cuenta. La primera fue que no se trataba de una búsqueda particular organizada por la compañía aérea o por algunos de los familiares de los desaparecidos, sino que se trataba de una búsqueda oficial, organizada por las máximas autoridades del país y por el Ejército del Aire ecuatoriano y en la que intervinieron diversos tipos de aviones y helicópteros, tal como nosotros mismos pudimos comprobar. Aquellos aviones y helicópteros sobrevolaron repetidas veces todos los posibles lugares en que el avión siniestrado pudo haber caído.

Un hecho favorable que teóricamente hacía más fácil la búsqueda es que se sabía con certeza que el avión estaba ya a la vista del aeropuerto de Cuenca y que de hecho se disponía a aterrizar, de modo que el área en que hubiese podido caer, de haberle sucedido un percance repentino, era mucho más reducida que si se hubiese perdido a mitad de la ruta, a mucha mayor altura y en un lugar más indeterminado.

Una prueba de lo eficientes que son estos trabajos de búsqueda desde el aire es el hecho de que durante los rastreos también se perdió una avioneta, y sólo fue cuestión de horas para los demás aviones que participaban en la búsqueda el dar con sus restos en medio de una zona boscosa.

Además, en la desesperación de las autoridades por desentrañar esta desaparición, se acudió a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos para que ayudase en el rastreo.

 

Los norteamericanos despacharon desde Panamá uno de los aviones especializados en este tipo de trabajo, que son capaces de detectar hasta latas de sardinas enterradas a bastantes metros debajo de la nieve. De hecho descubrieron un viejo jeep despeñado en el fondo de una profunda sima, que se había dado por desaparecido hace bastantes años y del cual se había perdido ya casi la memoria. Pues bien, por más que este avión se cansó de pasar y repasar con sus sofisticados instrumentos electrónicos todo el territorio en donde el avión en dificultades hubiese podido caer, no halló rastro de él. Hoy, pasados alrededor de siete años, la extraña desaparición sigue en el mismo misterio.

Sin embargo, la circunstancia más extraña de este caso es la siguiente: Dos años y medio antes, en agosto de 1976, otro avión de la misma compañía «Saeta», exactamente igual a éste del que estamos hablando, en el mismo primer vuelo de la mañana de Quito a Cuenca y prácticamente en el mismo punto, a la vista ya del aeropuerto de Cuenca, desapareció de la misma manera misteriosa y ésta es la hora en que nada se ha vuelto a saber de él y de todos sus pasajeros y tripulantes, por más que se buscó con la misma intensidad con que se buscó el de dos años más tarde.

 

Y esto es lo que tenía al borde de la desesperación a las autoridades más relacionadas con el suceso.

Naturalmente, no faltaron en la Prensa acusaciones a los dirigentes de la compañía de usar aviones viejos y de tenerlos en malas condiciones. Sin embargo, a juzgar por la documentación presentada por estos mismos dirigentes de la compañía, ésta cumple cabalmente con lo mandado por la OACI (Organización de Aviación Civil Internacional) y con las inspecciones de rigor exigidas para las compañías aéreas que tienen vuelos regulares. El uso de turbohélices en vez de aviones de reacción, en aquel entonces era debido a que la pista de Cuenca no admitía este tipo de aviones.

 

De acuerdo a su libro de vuelos, el «Vickers» de «Saeta» tenía en el momento de su desaparición 32.000 horas de vuelo desde su fabricación, pero desde el último «chequeo» total que lo capacitaba para seguir volando otras 5.000 horas, apenas había utilizado 981. En el caso que nos ocupa, la última inspección total duró cuatro meses y entre otras cosas se tomaron 2.400 radiografías del aparato con rayos X y gamma para detectar cualquier fallo en su estructura.

De todo esto se puede deducir con bastante probabilidad que de haber habido un accidente éste no pudo deberse a la edad de la aeronave o a falta de mantenimiento.

Otro detalle (al cual le damos mucha menos importancia aunque no deja de ser curioso, pues estos paralelismos los vemos con mucha frecuencia en todo el fenómeno OVNI) es el que cuando se cayó el primer avión de «Saeta» también cayó —al igual que cuando el segundo— una de las avionetas que estaban participando en la búsqueda. Pero tanto en la primera como en la segunda ocasión sólo fue cuestión de horas localizarlas, a pesar de haber caído ambas en medio de una vegetación ecuatorial y en lugares nada fáciles de rastrear.

La Prensa, a los veinte días del segundo accidente y cuando el número de conjeturas y el interés de la opinión pública eran más vivos, publicó una noticia que pasó casi inadvertida, pero que para mí fue un dato más para sospechar que todo el incidente se debió a nuestros «buenos hermanos del espacio», como tantos ingenuos siguen llamándolos todavía, sin tomarse el trabajo de hacer por lo menos alguna distinción.

 

Según el despacho de Prensa, el piloto de un avión de la compañía brasileña «Varig» que en aquel momento sobrevolaba Cuenca en dirección al Sur, a unos 11.000 metros de altura (es decir, mucho más alto que el avión desaparecido) aseguró haber tenido en su radar al turborreactor y dijo asimismo haber escuchado sus conversaciones con Guayaquil y cuando pidió permiso para aterrizar en Cuenca; pero refiere que cuando momentos después intentó volverlo a descubrir en la pantalla o a escuchar sus comunicaciones con tierra ya no lo logró, extrañándose de su repentino silencio y de su desaparición tan inexplicable de la pantalla de radar, pues en realidad no había tenido tiempo de aterrizar.

También es muy de notar que en el primer accidente, ocurrido en agosto de 1976, ante la imposibilidad de encontrar el avión desaparecido, las autoridades trajeron de Europa al famoso clarividente Croiset, cuya fama como detector de objetos o de personas desaparecidas y como descubridor de criminales es bien conocida en el mundo entero.

 

Pues bien, Croiset, después de haber hecho todos los esfuerzos posibles, llegó a la conclusión de que el avión «no estaba en un plano físico; sencillamente no estaba en ningún sitio».

Y se da la curiosísima coincidencia de que dos años antes, el mismo Croiset había sido llamado por la Policía de Puerto Rico para que tratase de encontrar a dos niños que habían desaparecido misteriosamente en una montaña llamada El Yunke, en la que ya había habido otras desapariciones y en donde sucede toda suerte de cosas extrañas.

Pues bien, Croiset, después de haber recorrido la montaña y haberse concentrado con mapas y con prendas de los niños desaparecidos dijo prácticamente lo mismo que diría cuando el avión ecuatoriano: «No los veo en este plano físico.» La contestación por supuesto no fue del agrado de los curiosos ni de las autoridades policíacas que lo habían traído desde Holanda, pero recuerdo que para mí fue una confirmación de las dotes de clarividente de Croiset.

A él nadie le habló de las muchas cosas raras que en aquella montaña suceden y trató de hallarlos al igual que hizo muchas otras veces contratado por la Policía de su país para resolver algún caso criminal. La Policía por supuesto no creía en ninguna desaparición causada por «entidades extrañas»; más bien se inclinaba a creer que habían sido raptados por elementos de la Mafia.

 

Yo tenía la casi completa seguridad de que habían sido abducidos por las muchas misteriosas entidades que habitan aquella frondosísima montaña desde antes de la llegada de los españoles; y las posteriores desapariciones y hechos raros ocurridos en aquellos parajes me han dado la razón. Puede ser que algún día me decida a escribir algo de lo que tengo recopilado acerca de las muchas muertes sospechosas, desapariciones, y avistamientos de toda clase de criaturas extrañas, OVNIS y animales raros que se han producido en el macizo de El Yunke al nordeste de Puerto Rico.

Siguiendo con el tema del avión ecuatoriano, hasta mí llegaron rumores de que la madre de una de las azafatas de vuelo desaparecida en el accidente, había recibido una extraña carta de su hija en la que le decía que no se preocupase por ella porque «estaba bien y en un lugar del que no quería volver». Intenté llegar a la fuente de esta noticia pero no pude y la atribuyo más bien al histerismo colectivo desatado entre la Prensa y la opinión pública ante un accidente tan desgraciado en el que extrañamente se repetían las mismas circunstancias que en el anterior y que además era el sexto accidente aéreo en poco más de dos años.

Sin embargo, sí es totalmente cierto que una de las autoridades más prominentes, directamente relacionada con el avión desaparecido, me pidió una entrevista para que yo le dijese con sinceridad lo que pensaba sobre el asunto y qué posibilidad había de que el avión hubiese sido en realidad secuestrado por un OVNI.

Ante la falta de testigos directos que relacionen la desaparición de este aparato con un OVNI, necesariamente uno tiene que quedarse en el terreno de las conjeturas; pero conjeturas que tienen muchos antecedentes en todas las latitudes del planeta.

Por el mes de octubre de 1978 se perdió en Honduras un avión de una línea comercial con todos sus pasajeros. A pesar de la intensa búsqueda nunca fue hallado. Pues bien, el lector recordará, tal como narramos en un caso anterior, que precisamente en esas mismas fechas hubo en Honduras dos grandes apagones que, como vimos, fueron causados por OVNIS de diversos tipos.

¿Tenemos derecho a sospechar en este caso que los OVNIS no sólo fueron los causantes del apagón —cosa de la que estamos completamente seguros— sino que también fueron los causantes de la desaparición del avión?

Creo que sí, sobre todo si tenemos en cuenta los antecedentes de este caso.

Ante todo tengo que señalar el paralelismo que hay entre la desaparición de los dos aviones ecuatorianos que acabo de reseñar y la de dos aviones británicos con base en las islas Bermudas.

El mes de enero de 1948 el avión Star Tiger, un «Tudor IV» de la compañía «British South American Airways», desapareció cerca de las islas Bermudas.

Pues bien, un año más tarde, es decir en enero de 1949, otro avión «Tudor IV» llamado Star Ariel de la misma compañía «British South American Airways», desapareció misteriosamente entre las Bermudas y Jamaica.

Y bueno será saber que aunque es cierto que todo lo referente al «Triángulo de las Bermudas» se ha exagerado bastante, no deja de ser verdad que de las 60 desapariciones de barcos que Marius Alexander reseña en su lista, sucedidas en todo el mundo, 28 tuvieron lugar en el famoso «triángulo»; y de las 44 desapariciones de aviones, 24 sucedieron en aquellos mismos límites.

Para que el lector se convenza de que no estoy hablando de generalidades le daré noticia de unas cuantas desapariciones concretas de aviones; y aunque lo haré de pasada, podría darle muchos más datos en la mayor parte de los casos.

El 28 de diciembre de 1948 un «DC4», en ruta de San Juan de Puerto Rico a Miami, pidió el permiso habitual a la torre de control para aterrizar en Cayo Hueso. Le fue concedido pero el avión no aterrizó nunca ni se supo más de sus 36 ocupantes.

En junio de 1951 a un «Constellation» que iba de Johannes-burgo a Nueva York, con 40 pasajeros, y que se disponía a aterrizar en Dakar, le sucedió lo mismo.

 

En 1973 el piloto de un «Caravelle» se disponía a aterrizar en Madeira. Los que esperaban en la azotea del aeropuerto vieron en la distancia al avión cuando enfilaba la pista. Momentos después ya no estaba en el aire y nunca aterrizó. Tengo los datos concretos de alrededor de 29 casos por el estilo, en los que el avión, después de haber estado en contacto con la torre de control, desapareció inexplicablemente.

En los casos hasta ahora referidos los boletines de Prensa no hablaron de OVNIS ni los relacionaron con la desaparición del avión, pero en el caso del caza norteamericano que volaba, en enero de 1964, sobre Alemania del Este, sí. El radar del aeropuerto militar a donde se dirigía, hacía rato que tenía en su pantalla «dos extraños objetos» que seguían muy de cerca al avión. Éste desapareció de repente de la pantalla y nunca se supo más de él.

Entre los hechos de este tipo, el caso clásico es el del Lancastrian Star Dust. Fue el 2 de agosto de 1947. Había sobrevolado los Andes y el piloto se había comunicado ya con la torre de control de Santiago de Chile, anunciándole «buen aterrizaje».

 

Interrumpiendo estas palabras apareció en la radio una voz fuerte que dijo dos veces y muy rápidamente:

«¡Stendec! ¡Stendec!»

Nadie supo interpretarlas, pero el avión no aterrizó nunca.

Y mucho menos conocido, aunque más esclarecedor, fue el caso de un pequeño avión monoplaza que volaba por encima del Estado de Missouri (Estados Unidos): No lejos de su trayectoria se pudo ver, inmóvil en el espacio, una gran «nave nodriza» en forma de puro.

 

En un rápido movimiento se acercó al pequeño avión al que inmovilizó en el aire.

 

En uno de sus extremos se abrió una gran puerta por la que en segundos engulló al avión, que cupo perfectamente aun con sus alas extendidas. Por supuesto, los escasos y asombrados testigos fueron tachados de alucinados y el hecho pasó a formar parte del folklore popular de aquella región y en concreto de las «leyendas» relacionadas con los OVNIS. Pero lo cierto es que del avión no se volvió a saber nunca más, y los padres del piloto están todavía esperando a su hijo.

En las desapariciones de aviones suelen darse varias circunstancias extrañas que también suelen darse en las desapariciones de barcos, que son aún más numerosas.

En primer lugar suelen desaparecer sin haber lanzado ningún SOS. Sencillamente deja de oírse su voz en la radio, aunque hay unos cuantos casos en que se ha oído la voz aterrorizada del piloto pidiendo auxilio; pero hay que reconocer que son una insignificante minoría en comparación con los que se van silenciosamente.

Además estos hechos, al igual que el avistamiento de OVNIS, ocurren en oleadas. No es raro que cuando desaparece un avión en circunstancias misteriosas, desaparezcan otros en poco tiempo de la misma manera.

Varios ejemplos: En el año 1951, en poco más de un mes desaparecieron en Alaska sin dejar rastro 5 aviones, de los que ninguno dijo en algún momento que estuviese en dificultades. En total desaparecieron 81 personas.

El año siguiente, en menos de dos meses, volvieron a desaparecer en Alaska 8 aviones, y tres años más tarde, en 20 días perecieron en las Montañas Rocosas cerca de un centenar de personas en diversos accidentes aéreos. Al igual que en los otros casos, ninguno de estos aviones, que nunca fueron hallados, lanzó la menor señal de alarma por radio.

Se puede decir que en la desaparición de barcos y aviones se da el jungiano fenómeno de la «sincronicidad», que también ocurre en otros hechos paranormales Es frecuente que el mismo día que se esfuma un avión en algún lugar del Globo, desaparezca otro en alguna otra parte que puede estar a miles de kilómetros de distancia. El mismo día en que se perdió el avión de Honduras al que hicimos referencia, desapareció en Australia otro avión en circunstancias extrañas.

Por último es de notar que quienquiera que sea el que se dedica a hacer desaparecer aviones, da la impresión de tenerle cierta inquina a las escuadrillas o formaciones de aviones militares.

En 1952 una escuadrilla de «jets» norteamericanos efectuaba en Corea un vuelo de reconocimiento. Uno de los aviones penetró en una nube y ya nunca salió de ella.

En 1950 se estrellaron simultáneamente, cerca de Washington, 3 cazas norteamericanos. En 1951, el 8 de junio, nada menos que 8 «thunderjets» de la misma nacionalidad, que acababan de despegar, cayeron uno tras otro cerca de Richmond (Indiana) y dos años más tarde otros 4 «thunderjets» cayeron envueltos en llamas desde 3.000 metros en el Estado de Georgia.

En 1955 cayeron a tierra en Lisboa los 8 aviones de una escuadrilla militar portuguesa; el año siguiente le ocurrió lo mismo en Norfolk a 6 cazas ingleses, 5 cazas suecos que cayeron cerca de Estocolmo y 3 cazas holandeses en Alemania.

En julio de 1962 cuatro «F-104» alemanes se estrellaron en las proximidades de Colonia y el año siguiente tres aparatos norteamericanos cayeron simultáneamente en el noroeste de Francia.

El 25 de mayo de 1966, 6 «Mystére IV» cayeron sobre los límites de las provincias de Sevilla y Huelva, que es precisamente el lugar de más avistamientos de OVNIS en toda España... Y así podríamos seguir. Hace casi dos años (primavera de 1987) los periódicos de todo el mundo dieron la noticia de que tres aviones de reacción de los más modernos que tiene Francia se estrellaron simultáneamente.

Como no podría ser menos, los «técnicos» siempre tienen explicaciones para estos accidentes en grupo, pero cuando se habla con ellos extraoficialmente reconocen que es extremadamente raro que la totalidad de una escuadrilla se vaya a tierra y más aún sin haber dado ninguno de ellos por la radio la señal de alarma tal como ha ocurrido en la mayoría de los casos
(2).

Muchos hechos como éstos, repartidos por todo el planeta, van a ir poco a poco haciéndonos despertar y ayudándonos para que en el futuro estemos más atentos a acontecimientos que en otros tiempos quedaban sin explicación y eran pronto olvidados.

 

Los teletipos y los ordenadores nos están ayudando a conocer y a recordar todos estos hechos y sobre todo a relacionarlos entre sí, al mismo tiempo que nos hacen caer en la cuenta de que este planeta no es tan nuestro como habíamos pensado y de que alguien anda por ahí jugando bromas muy pesadas, haciéndonos creer, por otra parte, que todo ha sido producto de causas naturales

(1) En el libro Sin rastro, Charles Berlitz cita largamente al autor y se haceeco de la abundante información que éste le dio acerca de muchas desapariciones misteriosas que por aquellos años estaban produciéndose en el Caribe y en particular en la isla de Puerto Rico en donde por aquel entonces residía. (N. del E.)
(2) Para todo este tema es muy interesante el libro Desapariciones misteriosas de Patrice Gastón (Editorial Plaza & Janes) del que hemos tomado algunos de los datos de este capítulo.

 

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