por Paul Davies

traducción de Adela Kaufmann

Versión original

del sitio Web NationalInstituteForDiscoveryScience
 

Paul Davies es catedrático de filosofía natural en el Centro Australiano para Astrobiología, en la Universidad de Macquarie, en Sindey. El es el autor de veinticinco libros, incluyendo ¿Estamos Solos? (1995) y “El Quinto Milagro”: El Búsqueda del Origen y Significado de la Vida (1998). Davies ganó, en 1995, el Premio Templeton por el Progreso en Religión.

 

El reciente descubrimiento de abundante agua en Marte, aunque en la forma de escarcha permanente, ha levantado esperanzas para encontrar rastros de vida allí.

 

El Planeta Rojo hace mucho ha sido una ubicación favorita para aquellos que especulan acerca de la vida extraterrestre, especialmente desde 1890, cuando H.G. Wells escribió La Guerra de los Mundos y el astrónomo americano Percival Lowell afirmó que el podía ver canales artificiales grabados al agua fuerte en la seca superficie del planeta.

Hoy, por supuesto, los científicos esperaban encontrar no más que simples bacterias morando el profundo subterráneo, si es que se encontraba algo. No obstante, el descubrimiento de solamente una sola bacteria en alguna parte más allá de la Tierra nos forzaría a revisar nuestro entendimiento de quienes somos y donde encajamos dentro del esquema cósmico de las cosas, arrojándonos en una profunda crisis de identidad espiritual que sería en cada parte tan dramática como la que Copérinco provocó en los tempranos 1500s, cuando aseguró que la Tierra no estaba en el centro del universo.

 

Ya sea que estemos solos o no es una de las mayores incógnitas espirituales con las que enfrentamos hoy. Probablemente debido a los altos contenidos emocionales, la búsqueda de vida más allá de la Tierra es profundamente fascinante para el público.

Sondeos de opinión y visitas a páginas Web indican fuerte apoyo e interés en las misiones espaciales que están vinculadas incluso oblicuamente a esta búsqueda. Percibiendo el interés del público, la NASA ha reconfigurado su estrategia de investigación y fundó el Instituto de Astrobiología de la NASA, dedicado al estudio de la vida en el cosmos. En primer lugar en su agenda, naturalmente está la carrera para encontrar vida en otras partes en el sistema solar. Los investigadores hace tiempo se han enfocado en Marte en su búsqueda por vida extraterrestre, por su relativa proximidad.

Pero hace unos veinticinco años, como resultado de la misión Viking 1976, muchos de ellos se desanimaron.

 

Un par de naves espaciales pasó a través de la atmosfera extremadamente delgada, tocaron la superficie y encontraron que era un desierto congelado y seco, liofilizado con los mortales rayos ultravioleta. La nave espacial, equipada con brazos robóticos, extrajo suelo marciano, para que éste pudiera ser examinado, buscando señales de actividad biológica. Los resultados del análisis fueron poco concluyentes, pero generalmente negativos, y las esperanzas se desvanecieron, de encontrar incluso simples microbios en la superficie de Marte.

La perspectiva hoy es más optimista.

 

Varias pruebas están programadas para visitar Marte en los meses venideros, y todas estarán buscando señales de vida. Este interés renovado es debido, en parte, al descubrimiento de organismos viviendo en algunos ambientes notablemente hostiles en la Tierra (lo cual abre la posibilidad de vida en Marte en aquellos lugares que no examinaron las sondas Viking), y en parte a una mejor información acerca de la antigua historia del planeta.

Los científicos ahora creen que Marte tuvo una vez una atmósfera más gruesa, temperaturas más altas, ríos, inundaciones y una extensa actividad volcánica – siendo todas esas condiciones consideradas favorables a la aparición de la vida.

Las perspectivas de encontrar organismos vivos en Marte siguen siendo escasas, por supuesto, pero incluso rastros de vida pasada representaría un descubrimiento de valor científico sin precedentes. Sin embargo, antes de barrer cualquier conclusión filosófica o teológica, seria necesario determinar si esta vida fue el producto de un segundo génesis – es decir, si su origen es independiente de la vida en la Tierra.

 

Se sabe que la Tierra y Marte son conocidos por intercambiar material en forma de rocas de las destruidas de la superficie de los planetas, por los violentos impactos de asteroides y cometas. Los Microbios podrían haberse enganchado a un paseo en estos escombros, elevando la posibilidad de que la vida haya comenzado en la Tierra y fue transferida a Marte o viceversa.

 

Si en Marte han sido descubiertos rastros de vida pasada y fueron encontrados idénticos a alguna forma de vida terrestre, el transporte por medio de rocas expulsadas serían la explicación más plausible, y todavía careceríamos de evidencia de que la vida comenzó de cero en dos distintos lugares.

La importancia de este punto es crucial.

 

En su teoría de la evolución, Charles Darwin proporcionó una cuenta muy persuasiva de cómo evolucionó la vida sobre mil millones de años, pero el omitió cualquier explicación de cómo la vida comenzó, en primer lugar.

“Uno podría así mismo pensar del origen de la materia”, escribió el en una carta a un amigo.

Un siglo y medio más adelante, los científicos todavía entienden muy poco cómo vino a la existencia la primera cosa viva. Algunos científicos creen que la vida en la Tierra es un accidente anormal de química, y como tal, debe ser única. Porque ellos argumentan que incluso el microbio más simple conocido es impresionantemente complejo, las oportunidades que uno formado por una mezcla molecular al azar son infinitesimales, la probabilidad de que el proceso ocurriría dos veces, en ubicaciones separadas es virtualmente insignificante.

El bioquímico francés laureado Nobel  Jacques Monod era un firme creyente en este punto de vista.

“El hombre por fin sabe que está solo en la insensible inmensidad del universo, fuera del cual el ha emergido solamente por casualidad”, escribió en 1971.

El utilizó esta sombría opinión como trampolín para argumentar a favor del ateísmo y lo absurdo y la inutilidad de la existencia. Como Monod lo vio, no somos más que productos químicos extras en un majestuoso pero impersonal drama cósmico – un show de diapositivas irrelevante y no deseado.

Pero supongamos que no fue esto lo que sucedió.

 

Muchos científicos creen que la vida no es un fenómeno anormal (las probabilidades de que la vida a partir de la oportunidad, el cosmólogo británico Fred Hoyle sugirió una vez, son comparables a las probabilidades de que un torbellino que soplara a través de un depósito de chatarra, ensamblando así un Boeing 747 en funcionamiento), sino que está escrito en las leyes de la naturaleza.

“El universo debe, en algún sentido, haber sabido que veníamos”, observó famosamente el físico Freeman Dyson.

Nadie puede decir precisamente en que sentido el universo podría estar fecundo con vida, o cómo las expectativas generales de las que habló Dyson pudieran traducirse a procesos físicos específicos a nivel molecular. Talvez la materia y la energía siempre toman la vía rápida a lo largo del camino a la vida, por medio de los que a menudo llamamos “auto organización.”

O quizás el poder de la evolución darvinista es de alguna forma aprovechada en una etapa molecular pre-biótica. O talvez algún eficiente proceso físico todavía no identificado (¿mecánica cuántica?) fija los engranajes en movimiento, con la vida orgánica como nosotros la conocemos, tomando el control sobre la maquinaria esencial en una etapa posterior. En virtud de cualquiera de estos escenarios, la vida de convierte en un producto fundamental de la naturaleza, en vez de incidental.

 

En 1994, reflexionando en este mismo punto, otro laureado Nóbel, el bioquímico belga Christian de Duve escribió:

“Yo veo a este universo, no como una ‘broma cósmica’, sino como una entidad significativa – hecha de tal manera que, para generar vida y mente, es obligado a dar luz a seres pensantes, capaces de discernir la verdad, aprehender la belleza, sentir amor, anhelar la bondad, definir la maldad y experimentar el misterio.”

Ausente de estas cuentas está cualquier mención de los milagros.

La atribución del origen de la vida a un milagro divino no es solo un anatema para los científicos, sino que también es teológicamente sospechoso. El término “Dios de las brechas” fue acuñado para burlarse de la idea de que Dios puede ser invocado como explicación, cada vez que los científicos tienen lagunas en su comprensión.

 

El problema con invocar a Dios de esta manera es que, al avanzar la ciencia, las brechas se cierran, y Dios se ve progresivamente marginado fuera de la historia de la naturaleza. Los teólogos hace tiempo aceptaron que ellos estarían para siempre luchando una batalla de retaguardia si trataban de desafiar a la ciencia en su propio terreno.

Usando la formación de vida para probar la existencia de Dios es una táctica que arriesga una demolición instantánea en caso de que alguien tenga éxito fabricando vida en un tubo de ensayo. Y la idea de que Dios actúa en los ajustes y comienzos, en torno a los átomos en movimiento en raras ocasiones en competencia con las fuerzas naturales es una imagen decididamente nada inspiradora del Gran Arquitecto.

 

La línea de batalla teológica en relación con la formación de vida no es, por lo tanto, entre lo natural y lo milagroso, sino que entre la pura casualidad y la certeza de la ley.

Los ateos tienden a tomar la primera versión, y los religiosos se alinean detrás de la segunda, pero esas divisiones son generales y de ninguna forma son absolutas. Es perfectamente posibles ser un ateo y creer que la vida está construida ingeniosamente dentro de la naturaleza del universo. Es también posible ser un religioso, o teísta y suponer que Dios diseñó solamente un planeta con vida, con o sin la ayuda de milagros.

Aunque el descubrimiento de microbios en Marte o en alguna otra parte encendería un debate teológico apasionado, los asuntos verdaderamente difíciles rodean el prospecto de seres alienígenas avanzados, en posesión de inteligencia y tecnología. La mayoría de científicos no piensan que tales seres existan, pero durante cuarenta años, un grupo de astrónomos dedicados ha estado barriendo los cielos con radio telescopios, en la esperanza de encontrar un mensaje de una civilización el alguna otra parte en la galaxia.

Su proyecto es conocido como SETI (Búsqueda de Inteligencia extraterrestre).Porque nuestro sistema solar es relativamente joven comparado con el universo en general, cualquier civilización alienígena que pudieran descubrir los investigadores SETI sería probablemente mucho más antigua y presumiblemente más sabia que la nuestra.

 

De hecho, pudiera haber logrado nuestro nivel de ciencia y tecnología hace millones o incluso billones de años. Solamente contemplando la posibilidad de tales avanzados extraterrestres parece levantar incómodas y adicionales preguntas para la religión.

Las principales creencias del mundo fueron todas fundadas en la era pre-científica, cuando se creía extensamente que la Tierra estaba en el centro del universo, y que la humanidad en el pináculo de la creación. A medida en que los descubrimientos científicos se han ido acumulando sobre los pasados 500 años, nuestro estatus ha ido disminuyendo gradualmente.

 

En primer lugar, se ha demostrado que la Tierra es solamente un planeta de varios que orbitan alrededor del Sol. Luego, el sistema solar mismo fue relegado a los remotos suburbios de la galaxia, y el Sol ha sido clasificado como una insignificante estrella enana entre billones. La teoría de la evolución propuso que los seres humanos ocupan solamente una pequeña rama de un complejo árbol evolutivo. Este patrón continuó hasta el siglo veinte, cuando la supremacía de nuestra tan jactada inteligencia se vio amenazada. Las computadoras comenzaron a ser más astutas e inteligentes que nosotros.

Ahora, la ingeniería genética ha incrementado el espectro de bebés diseñados con super intelectos que dejan al nuestro muy atrás. Y debemos considerar la incómoda posibilidad que en términos astrobiológicos, los hijos de Dios pudieran ser también corredores-galácticos. Los teólogos están acostumbrados a poner cara de valientes con tales progresos.

 

A lo largo de los siglos, las iglesias cristianas, por ejemplo, se han visto obligadas una y otra vez a acomodar la nueva información científica que desafía la doctrina existente. Pero estas acomodaciones han sido generalmente hechas de mala gana y muy tardíamente. Solo recientemente, por ejemplo, fue que el Papa reconoció que la evolución Darviniana es más que solamente una teoría.

Si el SETI tiene éxito, los teólogos no tendrán el lujo de décadas de cuidadosa deliberación para determinar la importancia del descubrimiento. El impacto será instantáneo. El descubrimiento de seres alienígenas superiores pudiera no ser tan corrosivo para las religiones si los seres humanos podrían todavía demandar un estatus espiritual especial.

 

Después de todo, la religión se ocupa principalmente de la relación de la gente con Dios, más que de sus cualidades biológicas o intelectuales. Es posible imaginar a seres alienígenas que son más listos y sabios de lo que somos nosotros, pero que son espiritualmente inferiores o simplemente malvados. Sin embargo, es más probable que cualquier civilización que nos haya sobrepasado a nosotros científicamente habría superado también nuestro nivel de desarrollo moral.

 

Uno bien podría especular que una sociedad alienígena avanzada, tarde o temprano hubiera encontrado algún camino para eliminar genéticamente la conducta malvada, dando como resultado una raza de seres santos.

Supongamos, entonces, que los E.T. están mucho más adelantados que nosotros, no solo científica y tecnológicamente, sino que también espiritualmente. ¿Dónde deja esto a la supuesta relación especial de la humanidad con Dios?

 

Este enigma plantea una dificultad en particular para los cristianos, por la naturaleza única de la Encarnación. De todas las religiones más importantes del mundo, la Cristiandad es la más específica de la especie. Jesús Cristo fue el salvador y redentor de la humanidad. El no murió por los delfines o los gorilas, y ciertamente tampoco por los pequeños hombrecillos verdes.

 

Pero,

  • ¿Qué hay de los alienígenas profundamente espirituales?

  • ¿No van a ser salvador?

  • ¿Podemos contemplar a un universo que contenga quizás un trillón de mundos de seres santos, pero en el cual, los únicos seres elegibles para la salvación habitan un planeta en donde el asesinado, las violaciones y otros males permanecen maduros?

Aquellos pocos teólogos cristianos que han abordado este espinoso tema, se dividen en dos campos.

 

Algunos posan múltiples encarnaciones y incluso múltiples crucifixiones – Dios encarnándose en unas pequeñas carnes verdes para salvar a los pequeños hombrecillos verdes, como me dijo una vez un prominente ministro anglicano. Pero la mayoría están apabullados por esta idea, o la encuentran absurda. Después de todo, en la visión cristiana del mundo, Jesús fue el único hijo de Dios.

 

Sería que Dios hizo que esta misma persona naciera, fuera muerto y resucitado en una sucesión sin fin de planeta en planeta?

Este panorama fue satirizado ya en 1794 por Thomas Paine.

“El Hijo de Dios”, escribió en La Edad de la Razón, “y a veces Dios mismo, no tendrían nada más que hacer que viajar de mundo en mundo, en una sucesión sin final de muerto, con escasamente un intervalo momentáneo de vida.”

Paine siguió argumentando que la cristiandad era simplemente incompatible con la existencia de seres extraterrestres, y escribió:

“Aquel que piensa que cree en ambas cosas tiene muy poco pensamiento sobre cualquiera de ellas.”

Los católicos tienden a ver la idea de múltiples encarnaciones como rayando en la herejía, no debido a su aspecto algo cómico, sino porque parecería automatizar un acto que se supone que es un don singular de Dios.

"Dios escogió una manera muy específica de redimir a los seres humanos”, escribe George Coyne, un sacerdote jesuita y director del Observatorio del Vaticano, cuya propia investigación incluye la astrobiología.

 

“El envió a su único hijo, Jesús, a ellos, y Jesús entregó su vida para que los seres humanos fueran salvados de sus pecados. ¿Habrá hecho Dios esto para los extraterrestres? … Las implicaciones teológicas acerca de Dios se están volviendo cada vez más serias.”

Paul Tillich, uno de los pocos prominentes teólogos protestantes que dio serias consideraciones al tema de los seres alienígenas tomó una visión más positiva.

“El hombre no puede demandar ocupar el único lugar posible para la encarnación”, escribió.

El teólogo luterano, Ted Peters, del Centro de Teología y Ciencias Naturales en Berkeley, California, hay hecho un estudio especial sobre el impacto de la fe religiosa de creencias en extraterrestres.

 

Discutiendo la tradición de debate en este tópico, el escribe,

“Los teólogos cristianos rutinariamente han encontrado formas de abordar el tema de Jesús Cristo como la encarnación de Dios y concebir el poder creativo de Dios y el poder de salvar ejercido en otros mundos.”

Peters cree que la cristiandad es lo suficientemente robusta y flexible para acomodar el descubrimiento de inteligencia extraterrestre, o ETI. Un teólogo que enfáticamente no teme ese reto es Robert Russel, también del Centro para Teología y Ciencias Naturales.

“Mientras esperamos el ‘primer contacto’, el ha escrito, “buscando esta clase de preguntas y reflexiones será de inmenso valor.”

Claramente, hay considerable diversidad – uno pudiera incluso decir cualquier disparate – sobre este tópico en círculos teológicos.

 

Ernan McMullin, un catedrático emérito de filosofía en la Universidad de Notre Dame, afirma que la dificultad central proviene de las raíces de la cristiandad en una cosmología pre-científica.

“Era más fácil aceptar la idea de Dios convirtiéndose en hombre”, escribió, “cuando los humanos y su morada, ambos sostienen un único lugar en el universo.”

El reconoce que los cristianos especialmente enfrentan una dura situación con relación a los ETI, pero considera que Thomas Paine y sus sucesores afines en mentalidad han presentado el problema demasiado simplísticamente. Señalando que tales conceptos como el pecado original, la encarnación y la salvación están abiertos a una variedad de interpretaciones, McMullin concluye que hay una gran divergencia entre los cristianos sobre la respuesta correcta al desafío ETI.

 

En cuanto a la cuestión de las múltiples encarnaciones, escribe,

“Su respuesta pudiera estar en la gama… desde ‘sí, ciertamente’ a ‘ciertamente no’.

Incluso para aquellos cristianos que descartan la idea de las múltiples encarnaciones, hay una interesante posición de retraso: quizás el curso de la evolución tiene un elemento de direccionalidad, con seres parecidos a humanos como inevitable producto final. Incluso si el Homo sapiens como tal pudiera no ser el único enfoque de la atención de Dios, la clase más amplia de todos los seres humanos y parecidos a humanos en el universo sí podrían serlo.

Esta es la idea básica esposada por el filósofo Michael Ruse, un ardiente Darviniano y un simpatizante agnóstico del cristianismo.

 

El ve el progreso incrementado de la evolución natural como el modo escogido por Dios de la creación, y la historia de la vida como una escalera que conduce inexorablemente desde microbios hasta el hombre. La mayoría de los biólogos consideran absurda una “evolución progresiva”, con los seres humanos como implícito objetivo predeterminado. Stephen Jay Gould una vez describió la noción misma como “nociva”.

Después de todo, la esencia del Darwinismo es que la naturaleza es ciega. No puede anticipar. La oportunidad al azar es la fuerza impulsora de la evolución, y la aleatoriedad por definición no tiene direccionalidad. Gould insiste que si se pasara de nuevo la película evolutiva, el resultado sería muy diferente de lo que hoy observamos. La vida probable nunca llegaría más allá de los microbios la siguiente vez.


Pero algunos biólogos respetados están en fuerte desacuerdo con Gould en este punto.

Christian de Duve no niega que los más finos detalles de la historia evolutiva dependen de la casualidad, pero considera que la orientación general del cambio evolutivo está, de algún modo, predeterminado – que las plantas y los animales fueron casi todos destinados a surgir en medio de un avance general en complejidad.

 

Otro biólogo darwinianno, Simon Conway Morris, de la Universidad de Cambridge, hace su propio caso para una “escalera de progreso”, invocando el fenómeno de la evolución convergente – la tendencia de los organismos similares a evolucionar independientemente en nichos ecológicos similares. Por ejemplo, el tigre de Tasmania (ahora extinto) jugó el papel de los grandes felinos de Australia, aunque, como marsupial, está genéticamente muy lejos de los mamíferos placentarios.

Como Ruse, Conway Morris mantiene que el “nicho humano” podría ser llenado en otros planetas que tienen vida avanzada. El incluso hasta argumenta que los extraterrestres tendrían una forma humanoide. No hay un gran salto desde esta conclusión hasta la creencia de que los extraterrestres pecarían, tendrían conciencia, luchas con cuestiones éticas y temor a la muerte.

Las dificultades teológicas presentan la posibilidad de que los seres alienígenas avanzados son menos agudos para el Judaísmo y el Islam.

 

Los Musulmanes, por los menos, están preparados para los ETI: el Corán afirma explícitamente,

“Y entre Sus Señales está la creación de los cielos y de la Tierra y las criaturas vivas que El ha esparcido a través de ellos”.

No obstante, ambas religiones hacen hincapié en lo especial de los seres humanos – y, de hecho, de grupos específicos, bien definidos que han sido recibidos dentro de la fe. ¿Podría un alienígena convertirse en Judío o un Musulmán? ¿Hace algún sentido acaso este concepto?

 

Entro las comunidades religiosas más importantes, los budistas y los hindú parecieran ser los menos amenazados por el prospecto de alienígenas avanzados, debiéndole su concepto pluralista de Dios y su visión tradicional más grande del cosmos.

 

Entre las religiones minoritarias, algunos darían, de manera positiva, el descubrimiento de alienígenas inteligentes.

Los Raëlianos, un culto con bases en Canadá, recientemente propulsado a la fama por su demanda de haber clonado a un ser humano, cree que el líder del culto, Raël, un ex - periodista francés, originalmente llamado Claude Vorihon, recibió revelaciones de alienígenas, que lo transportaron brevemente dentro de un platillo volador en 1973. Otras organizaciones religiosas periféricas con mensaje extraterrestre incluyen el malogrado "culto de las Puertas del Cielo" (Heaven’s Gate cult) y muchos grupos OVNI.

 

Sus seguidores comparten una creencia de que los alienígenas están ubicados más arriba, no solo en la escalera evolutiva, sino que también en la escalera espiritual, y pueden, por ello, ayudarnos a acercarnos a Dios y a la salvación.

Es fácil descartar tales creencias como insignificantes para un serio debate teológico, pero si repentinamente hubiera de aparecer evidencia de seres extraterrestres, estos cultos podrían alcanzar, de la noche a la mañana, una gran prominencia, mientras que las religiones establecidas fracasarían, en desconcierto doctrinal.


Irónicamente, SETI a menudo es acusado de ser una búsqueda cuasi-religiosa.

 

Pero Jill Tarter, el director del Centro del Instituto para Investigación, SETI, en Mountain View, California, no tiene problemas con la religión, y es despectivo con la gimnasia teológica con la cual los eruditos religiosos acomodan la posibilidad de extraterrestres.

Dios es nuestra propia invención”, escribió. “Si fuésemos a sobrevivir o convertirnos en una civilización tecnológica duradera, la religión organizada debe ser superada. Si recibimos un mensaje (de una civilización alienígena) y es de naturaleza secular, creo que dice que ellos no tienen religión organizada – que han superado eso.”

No obstante, descartar esto es más bien ingenuo por parte de Tarter. Aunque muchos movimientos religiosos han venido y se han ido a través de la historia, alguna clase de espiritualidad parece ser parte de la naturaleza humana. Incluso los científicos ateos profesan experimentar lo que Albert Einstein llamó una “sensación cósmica religiosa” al contemplar la impresionante y majestuosa inmensidad del universo.


¿Podrían unos seres alienígenas avanzados compartir esta dimensión espiritual, incluso si ellos ya hace mucho han “superado” la religión establecida?

 

Steven Dick, un historiador de ciencia en el Observatorio Naval Estadounidense cree que sí. Dick es un experto en la historia de la especulación acerca de vida extraterrestre, y el sugiere que la espiritualidad de la humanidad sería grandemente expandida y enriquecida por el contacto con una civilización alienígena. Sin embargo, el considera que nuestro actual concepto de Dios, probablemente requiere una transformación mayor.

 

Dick ha esbozado lo que el llama una nueva “cosmoteología”, en la cual la espiritualidad humana esté colocada en un contexto completamente cosmológico y astrobiológico.

“Al ir aprendiendo más acerca de nuestro lugar en el universo”, escribe, “y al movernos físicamente fuera de nuestro planeta hogar, nuestra conciencia cósmica solamente se incrementará”.

Dick propone abandonar al Dios trascendental de la religión monoteística a favor de lo que el llama un “Dios natural” – un super-ser ubicado dentro del universo y dentro de la naturaleza.

“Con el debido respeto para las actuales tradiciones religiosas, cuya historia se extiende hacia atrás casi cuatro milenios”, sugiere, “el Dios natural de la evolución cósmica y el universo biológico, y no el Dios sobrenatural del antiguo Medio Oriente pudiera ser el Dios del próximo milenio”.

Alguna forma de Dios natural fue también propuesta por Fred Hoyle, en un provocativo libro titulado El Universo Inteligente (The Intelligent Universe). Hoyle condujo en su trabajo en astronomía y física cuántica a delinear la noción de un “superintelecto” – un ser que ha, como le gustaba decir a Hoyle, “jugado con la física”, ajustando las características de las varias partículas fundamentales y fuerzas de la naturaleza para que los organismos basados en el carbón pudieran prosperar y extenderse a través de la galaxia.

 

Hoyle incluso sugirió que este ingeniero cósmico pudiera comunicarse con nosotros manipulando procesos cuánticos en el cerebro. La mayoría de científicos encogen los hombros ante las especulaciones de Hoyle, pero sus ideas sí muestran cuanto más allá de las doctrinas tradicionales religiosas algunas personas sienten que necesitan llegar cuando contemplan la posibilidad de formas avanzadas de vida más allá de la Tierra.

Aunque en cierto modo, la perspectiva de descubrir vida extraterrestre mina a las religiones establecidas, no todas son malas noticias para ellos.

 

La Astrobiología también ha conducido a un sorprendente resurgimiento del llamado “argumento de diseño” para la existencia de Dios. El argumento original del diseño, tal como fue articulado por William Paley en el siglo dieciocho era que los organismos vivos “se adaptan intrincadamente a sus ambientes señalados por la mano providencial de un Creador benigno.

 

Darwin demolió el argumento mostrando cómo la evolución conducida por una mutación al azar y una selección natural pueden mimetizar el diseño.

Hora, un renovado argumento del diseño ha surgido, que abraza totalmente la cuenta Darviniana de la evolución y, en vez de esto, se enfoca en el origen de la vida. (Debo recalcar que no me estoy refiriendo aquí a lo que recientemente se ha vuelto conocido como el movimiento del Diseño Inteligente, el cual se basa en un elemento de lo milagroso).

 

Si se descubre que la vida está extendida en el universo, el nuevo argumento del diseño es válido, entonces deberá surgir más bien fácilmente de mezclas químicas no vivas, y así, las leyes de la naturaleza deberán ser hábilmente logradas liberando este notable y muy especial estado de la materia, el cual en sí mismo conduce a un estado aún más notable y especial: la mente.

Esta especie de exquisita bio-amistad representaría un extraordinario e inesperado bono entre el inventario de principios de la naturaleza – uno que pudiera ser interpretado por aquellos de una persuasión religiosa como evidencia de la ingenuidad de Dios y previsión. En esta versión de diseño cósmico, Dios actúa, no por intervención directa, sino por medio de crear leyes naturales apropiadas que garanticen la aparición de vida y mente en una abundancia cósmica.

 

El universo, en otras palabras, es uno en el cual no haya milagros, excepto el milagro mismo de la naturaleza.

El debate de los E.T. ha solamente comenzado, pero un útil punto de partida es simplemente reconocer que el descubrimiento de vida extraterrestre tendría que ser teológicamente devastadora. El argumento de diseño mejorado ofrece una visión de la n naturaleza distintamente inspiradora para los que tienen la inclinación espiritual – ciertamente más que la visión de un cosmos estéril por todas partes menos en un solo planeta. La historia es instructiva en este respecto.

Hace cuatrocientos años, Giordano Bruno fue quemado en la estaca, por la Iglesia en Roma ya que, entre otras cosas, adoptando la noción de una pluralidad de mundos habitados. Para aquellos cuya visión teológica depende de una concepción de la Tierra y sus formas de vida como un milagro único, la visión misma de vida extraterrestre prueba ser profundamente amenazadora. Pero ahora la posibilidad de vida extraterrestre es cualquier cosa menos amenazante para la espiritualidad.

Mientras más uno acepta la formación de vida como un proceso natural (es decir, mientras uno más firmemente crea que está encajado en el esquema cósmico total), más ingenioso y planeado (podría uno decir “diseñado”?) parece estar el universo.