CAPITULO IV
LOS JUEGOS DE LOS OVNIS CON LOS AVIONES


Antes de entrar de lleno en lo que constituye el meollo de este libro, quiero presentarle al lector algunas de las actividades de nuestros visitantes espaciales, para que vaya viendo su extraña manera de proceder, que si bien en algunas ocasiones en benévola, en otras es fatal para los humanos.

Confieso que este tipo de información pertenece más bien a años pasados, cuando los investigadores trataban de reunir todos los datos posibles con el fin de llegar, en primer lugar, a una convicción de que estábamos ante un hecho real y no imaginario o debido a falsas apreciaciones de hechos naturales, y en segundo lugar, para tratar de averiguar cuáles eran sus intenciones.

Hoy, pese a que algunos se empeñan en seguir dudando de la realidad de los hechos o en seguir coleccionándolos sin llegar a deducir nada de ellos, ya vamos teniendo una idea bastante más clara de todo el conjunto.

Me referiré en este capítulo al comportamiento de los ovnis con los aviones, porque la casuística es muy abundante y aleccionadora, y de ella podemos deducir bastantes consecuencias que nos ayudarán a estar más preparados para asimilar las duras realidades que referiremos en capítulos venideros.

En cierta manera, es lógico que la relación avión-ovni sea abundante, debido a que ambos usan el mismo elemento en el que se pueden ver mutuamente desde gran distancia. Aunque hoy de sobra sabemos que algunos ovnis pueden también sumergirse en el mar y navegar por debajo de él a gran velocidad, y no sólo eso, sino, en algunos casos, perforar la tierra como si fuesen topos y remontar vuelo en cuanto asoman a la superficie, tal como sucedió no lejos de la ciudad de Caracas, a finales de la década de los setenta, existiendo de ello todo un reportaje publicado por el diario «2000».

Pero no se puede negar que el medio normalmente utilizado por los ovnis es el aire, en el que en cierta manera tienen que competir con nuestros aviones. Los primeros ovnis que se vieron «oficialmente» y que adquirieron gran notoriedad por haber sido difundido su avista-miento en todos los medios de comunicación del mundo, fueron vistos desde un avión. Fue en junio de 1947 en el oeste de los Estados Unidos; volaban en escuadrilla a gran velocidad por encima del Mount Rainier y fueron avistados por Kenneth Arnold.

A partir de entonces, se inició una relación no siempre amistosa entre nuestros aviones y los VEDs (Vehículos Espaciales Dirigidos) como algunos les llaman.

Este fue el primer avistamiento «oficial», pero anteriormente ya había habido toda suerte de avistamientos, no sólo en nuestro tiempo sino a lo largo de toda la historia, tal como lo han demostrado autores como A. Faber Kaiser, Raymond Drake y muchos otros.

Las autoridades norteamericanas tomaron muy buena nota de aquellos intrusos que habían violado su espacio aéreo sin pedir permiso y nuevamente volvieron a preocuparse en 1959 cuando otra escuadrilla de ovnis sobrevoló descaradamente la capital de la nación y el espacio prohibido encima de la mansión oficial de su presidente.

Esto es lo que la gente cree, pero, de nuevo, esto es sólo la verdad «oficial». La verdad auténtica es que el Gobierno de los Estados Unidos se preocupó muy seriamente desde el primer momento y sobre todo a raíz del estrellamiento de uno de estos aparatos cerca de la base de la Fuerza Aérea de Roswell, en el Estado de Nuevo México.

 

Bastante lejos de los restos del ovni se encontraron los cadáveres destrozados de cuatro tripulantes de muy baja estatura que ciertamente no eran de este planeta. Aparentemente salieron despedidos de la nave debido a una explosión o saltaron de ella cuando empezó a precipitarse a tierra.

A partir de aquel momento, el Gobierno norteamericano desarrolló una frenética actividad en dos direcciones: En primer lugar, quería evitar a toda costa que la noticia de la llegada de estos visitantes de fuera de la Tierra llegase al conocimiento público, y en segundo lugar, para capturar alguno de ellos con el objeto de copiar su sistema de propulsión. La paranoia bélica siempre presente en la historia humana, no pudo faltar en este momento crucial.

Para lograr estos fines, se usaron todos los medios lícitos e ilícitos. El más corriente era achacar los avistamientos a error de los testigos y desacreditar a los que se atrevían a iniciar investigaciones serias. Por un tiempo se valieron de ciertos modelos nuevos de avión, con forma de disco, para hacerle creer a la gente que los ovnis eran aquellos modelos en prueba (ver ilustración a pie de pagina).

 

Pero el remedio extraordinario era atemorizar a los testigos más peligrosos o incluso asesinarlos, haciendo creer que se trataba de un suicidio, tal como sucedió en bastantes ocasiones e incluso con personajes muy distinguidos. A los militares envueltos en algún caso de ovnis se les exigía un juramento de silencio que en caso de ser violado, conllevaba serias penas, tal como hemos visto en la carta de los militares de la JMP al presidente Reagan.

Aunque es cierto que la CIA tuvo mucho que ver con todo esto y en particular con presentar como suicidios o accidentes fortuitos verdaderos crímenes, sin embargo, las agencias gubernamentales que más trabajaron en todo el asunto del encubrimiento fueron la NSA (National Security Agency) y la Fuerza Aérea, que es la que ha realizado más labor de investigación en todo el mundo y la que más conoce sobre él. En sus bases tiene encerrados los restos de unos cuantos ovnis y conserva los cadáveres de los extraterrestres que se han estrellado. Los tres EBEs capturados vivos de que se tienen noticia, también estuvieron custodiados, mientras vivieron, en bases de la Fuerza Aérea. De nuevo vemos relacionados a los ovnis con los aviones.

La preocupación del Gobierno de USA era completamente natural desde que se convencieron de que sus más rápidos aviones, tal como pudieron comprobarlo en el incidente de Washington, hacían el ridículo cuando querían medir sus fuerzas y sus habilidades con aquellos misteriosos discos. Años más tarde, los técnicos de la NASA y no pocos astrónomos privados vieron con pasmo cómo aquellos «platillos» de los que tanto se reía la prensa y la ciencia «oficial», prácticamente jugaban con los cohetes que lanzábamos a la Luna, haciendo tirabuzones alrededor de ellos en pleno vuelo y poniéndoseles delante como jugando al «corre que te cojo». Y a veces, haciendo cosas no tan inofensivas.

Antes del incidente de 1953 en Washington, ya las cosas se habían puesto serias en 1948, cuando el piloto de la Fuerza Aérea Thomas Mantell, al mando de un F-51, uno de los cazas más modernos de aquel tiempo, había sido derribado por un ovni cuando trató de acercarse a él. Los altos mandos de la FA aprendieron de una manera drástica que aquellos despreciados «platillos» que oficialmente no existían, no se andaban con bromas y que ni pedían permiso para volar ni permitían que nadie se lo impidiese. Parece que en esto tienen la misma mentalidad que los militares de nuestro planeta, que piensan que todo se puede solucionar por la fuerza.

Tras el derribo del caza de Mantell ha habido otros, tanto en Estados Unidos como en otras naciones, debido mayormente al acosamiento a que sometieron a un ovni. Estos, de ordinario, se alejan a gran velocidad cuando son atacados, pero en ocasiones responden a la agresión, tal como le sucedió a un F-16 japonés, a un MIG cubano y a un caza ruso en el mar de Corea.

En el primero de estos casos, la noche del 9 de junio de 1974, se recibió en la base aérea de Hyakuri, cerca de Tokio, una llamada urgente de que encima de la isla de Hokaido, al norte de Japón, se veían unas luces de un transporte aéreo sin identificar. Inmediatamente fueron enviados hacia allá en misión de reconocimiento el teniente coronel Nakamura y el mayor Kubota, que a las 11,10 en punto de la noche lograban distinguir en la distancia unas extrañas luces,

Nakamura, en previsión de lo que podía pasar, y teniendo en cuenta que sus vecinos los soviéticos tienen grandes bases aéreas en las costas siberianas, preparó los cañones de 30 mm. del Phantom, mientras Kubota se comunicaba con el control de tierra.

 

Poseemos una copia de la nerviosa conversación entre los pilotos y el control de tierra:

Kubota.—Estamos a nivel ahora. ¡Vamos hacia allá!
C. de T.—Entendido. Su objetivo está a 10.000 metros de altitud; rango 16 millas a las 11; vire 10 grados

Kubota.—Estamos virando ahora. No tenemos contacto visual.
C. de T.—Su objetivo está a 10.000 metros. Hay alguna interferencia por acá. Su velocidad es..., la velocidad de su objetivo es... ¡espere un segundo! ¡imposible!

Kubota.—Manteniendo curso. Todavía no hay contacto visual. Hable, ¿por qué dice «imposible»? Aún no lo vemos.
C. de T.—Nosotros sí, lo tenemos en nuestra pantalla; ahí está..., pero hay algo raro...

Kubota.—¿Qué pasa?
C. de T.—La velocidad de su objetivo es..., ¡no puede ser!, ¡tiene que haber un error! Estamos chequeando la velocidad..., pero no puede ser...

Kubota.—Pero díganme, ¿qué pasa?
C. de T.—Pero es que esto no se puede creer..., es algo..., estamos viendo que la velocidad de su objetivo es de 6.2 Mach.

(6.2 Mach es una velocidad del orden de los 6.000 ki-lómetros por hora, cosa muy por encima de lo que ningún caza puede hacer).

 

Esta noticia llegada del Control de Tierra inquietó grandemente a los dos avezados pilotos al no tener idea de con quién se iban a encontrar a casi 10 kilómetros de altura en medio de una noche sin luna.

 

A los pocos instantes vieron tres manchas color naranja volando en formación en forma de cuña:

Kubota.—Los estamos viendo; tres objetos sin identificar a los 12 grados en punto de altura.

C. de T.—La velocidad que les dimos es correcta; además, sus objetivos están haciendo cosas extrañas; se mueven hacia arriba y hacia abajo y luego hacia los lados...

No hacía falta que se lo dijesen desde la torre de control; ellos mismos lo estaban viendo con sus ojos. El teniente coronel Nakamura ponía a prueba toda la maniobrabilidad de su aparato intentando hacer unos giros imposibles para tratar de acercarse a aquellas luces que variaban sus posiciones con una facilidad increíble.

 

Mientras lo intentaba, frenéticamente les gritaba a los de Control de Tierra: ¡Instrucciones!

Pero la gente de tierra no sabia qué hacer; nunca se les había presentado un problema semejante; hasta entonces nunca se había dado la orden de disparar, pues ello podía traer graves consecuencias internacionales en caso de ser naves de una potencia extranjera, y por otro lado aquellos objetos misteriosos con una tan enorme capacidad de maniobra representaban un peligro real al desconocerse en absoluto cuáles eran sus intenciones y al mantenerse en un completo silencio, sin contestar a los requerimientos que se les hacían para que se identificasen.

Mientras Nakamura seguía pidiendo instrucciones, el mayor Kubota intentaba mantener la calma:

Kubota.—Los estamos persiguiendo..., son tres, no uno...
C. de T.—Los tenemos en pantalla, pero estamos viendo movimientos que no pueden ser reales..., aquí hay algo raro...

Kubota.—Es que son objetos no identificados, repito, ¡ovnis! No son aviones; repito, ¡no son aviones! ¿Qué instrucciones nos dan?
C. de T.—No estamos preparados..., esperen...

En tierra, frenéticamente trataban de entrar en contacto con las altas autoridades militares, pero a aquellas horas no era nada fácil encontrar a nadie de rango que diese una orden y asumiese una responsabilidad.

 

Los segundos pasaban eternos y Nakamura trataba en vano de acercarse más a aquellos elusivos objetos que a todas luces estaban pilotados por personas inteligentes y poseían tecnología muy superior a la del Phantom.

Mientras esperaban ansiosos unas instrucciones que nunca llegaron, vieron cómo uno de los ovnis se separó de los otros y se dirigió hacia ellos; el corazón se les heló y más todavía cuando vieron que del ovni partían una especie de balas luminosas que pasaron rozando los extremos del ala.

 

Cuando el ovni pasó muy cerca, pudieron observar su gran tamaño, comparable al de un C-5A entonces el avión más grande del mundo, que tenía una especie de ventanillas cuadradas y estaba rodeado de unos halos de luz El Phantom no había sentido daño alguno, por lo que se puede deducir que tanto los rayos plateados como las balas luminosas que les habían lanzado segundos antes no fueron sino avisos de que desistieran de su empeño.

Pero en ese momento sucedieron dos cosas importantes: cuando el ovni se acercaba, el teniente coronel Naka-mura, harto de esperar órdenes y a punto de sufrir un ataque de nervios, se dispuso a lanzarle una andanada con el cañón de 30 milímetros, pero el ovni desapareció repentinamente de su vista como si lo hubiese adivinado.

 

Kubota comenzó a decirle:

—Tal vez no debiéramos..., pero nunca terminó la frase.

Los dos ovnis que repentinamente aparecieron en la parte de atrás del avión debieron ser los causantes de la tremenda explosión que sacudió al Phantom como si fuese una mota de polvo en el aire; la explosión vino de abajo, como si hubiesen hecho reventar la turbina, que es lo que constituye la mayor parte del cuerpo del avión.

 

Como efecto de ella, el mecanismo de eyección de los pilotos funcionó y lanzó a Kubota al negro vacío, mientras por un segundo veía los pedazos del avión extenderse por todas direcciones en el espacio. El teniente coronel Nakamura, al que no le funcionó el mecanismo de eyección, iba, destrozado en cien pedazos, mezclado con todos aquellos trozos que en medio de la oscuridad caían hacia tierra en medio de una atmósfera helada.

Kubota no se acordaba de más hasta que al día siguiente se despertó en el hospital. Lo habían encontrado por la mañana inconsciente debajo de su paracaídas, tumbado encima de un gran montón de arroz en una granja. Lo primero que preguntó fue por su compañero de aventura y tuvo que oír la triste noticia de que había sido encontrado deshecho.

Al MIG cubano le pasó algo por el estilo y los radares norteamericanos de Key West pudieron comprobar directamente todo el incidente. Un gran ovni esférico avanzaba hacia la costa cubana a unos 1.000 kms. por hora y a 10.000 mts. de altura. Dos MIGs salieron a interceptarlo. Le pidieron que se identificase, cosa que no hizo. Entonces el capitán recibió orden de dispararle.

 

A los pocos segundos dijo:

«Tengo los misiles listos».

Repentinamente se oyó un grito del piloto del otro avión:

«¡Explotó!»

«Pero no veo ni humo ni llamas».

El ovni entonces ascendió en vertical hasta 30.000 mts. y siguió en la dirección que llevaba.

El caza ruso fue pulverizado en el aire por otro enorme ovni de forma esférica que lo hizo primeramente vibrar de una forma violentísima hasta que estalló en mil pedazos, siendo de ello testigos no muy lejanos los asombrados marineros de un pesquero japonés que faenaban en el mar de Corea.

Otro caso famoso fue el acaecido el 11 de julio de 1973 al teniente Dieter Hummling y al sargento Konrad Wey mientras pilotaban sobre Munich otro Phantom F-4F de la Fuerza Aérea de la Alemania Occidental.

«El caso, que tuvo más de 40.000 testigos, tiene otras implicaciones psíquicas y parafisicas interesantísimas que sería demasiado largo narrar y que, por otra parte, tuvieron en su tiempo una gran difusión en la prensa.

 

Lo que nos interesa hacer constar es que cuando el teniente Hummling le gritaba a su copiloto que preparase los cañones, el ovni (que repentinamente se agigantó en tamaño, llegando a tener una milla de largo y como cien metros de alto) se les echó encima, pero en vez de impactarlos los engulló sin hacerles daño alguno saliendo el Phantom por el otro lado del ovni y llevando únicamente como recuerdo de aquel misterioso encuentro una especie de quemaduras a lo largo de todo el fuselaje.

 

El terror hizo que Wey se vomitase por toda la cabina mientras Hummling sólo recuerda que le pareció que «había pasado a través de una nube mientras tenía la impresión de que salía de este mundo».

En estos casos se puede uno explicar la belicosidad del ovni, pero en otros en que no ha habido hostigamiento alguno por parte del avión, es más difícil la explicación y ello lógicamente nos lleva a pensar en la diversidad de orígenes de sus ovninautas.

Y si difícil es explicar el porqué de la agresión, más difícil aún es explicar el cómo. Porque resulta que los ovnis han hecho desaparecer aviones a pesar de ser éstos de no pequeñas dimensiones, no pudiéndose hallar posteriormente parte alguna de ellos en tierra.

Este fue, por ejemplo, el caso de un bombardero B-29 de los llamados «superfortalezas», que volaba al norte del Japón. Desde la base aérea cercana seguían su trayectoria por radar cuando vieron que otra nave sin identificar se le acercaba rápidamente. Los operadores de radar vieron cómo se «fundían» en el aire, instantes después de haber oído gritos excitados del piloto del B-29 pidiendo auxilio.

 

O el caso de Frederick Valentich, el 7 de octubre de 1978, que volando con varios pasajeros su avión Cessna en Australia, vio cómo se le acercaba un ovni que hizo varias extrañas maniobras pasando repetidamente por encima de su avión. Valentich lo reportó varias veces por la radio a la torre de control y se notaba que estaba muy nervioso por lo que el ovni hacía. En un momento dejó de transmitir y nunca llegó a su destino ni se encontró rastro de él.

En mi libro «La granja humana» narro el caso de dos aviones civiles ecuatorianos de la Compañía «Saeta» que volando en años sucesivos (1976 y 1979) desde Quito a Cuenca, cuando ambos habían pedido permiso para aterrizar, estando ya a la vista del aeropuerto y en un cielo sin nubes, desaparecieron sin dejar rastro, a pesar de la intensa búsqueda en la que intervinieron aviones especiales de la Fuerza Aérea norteamericana venidos ex profeso de Panamá. De las aproximadamente 150 personas que en ellos viajaban no se volvió a tener noticia hasta el día de hoy.

Y ¿qué diremos cuando el ovni se tragó literalmente al avión? He aquí lo que un testigo presencial le contó a la más seria revista sobre el fenómeno ovni, la «Flying Saucer» de Londres.

 

Sucedió en el estado de Missouri (EEUU).

«Serían como las siete y media del día 9 de marzo de 1955. Yo me hallaba absorto contemplando el vuelo de un avión a reacción que venía en dirección hacia mí. Vi entonces cómo, casi de repente, un extraño aparato se colocó detrás de él y lo hizo desaparecer en un abrir y cerrar de ojos.

 

Para ello aquel aparato abrió una gran puerta hacia el lado del avión, se lo engulló en un instante y luego se paró en el aire mientras cerraba su compuerta. A continuación ascendió y descendió durante unos 30 segundos y después se fue.

Mientras ascendía y descendía pude ver que salía vapor o humo de unas como puertas o ventanas redondas que tenía en la parte alta. El aparato tenía la forma de una campana y era suficientemente grande como para llevar dentro muchos aviones como el que acababa de tragarse.

Todo esto sucedió muy cerca de donde yo estaba, de modo que pude ver con toda claridad al avión y al ovni. El avión era un cazabombardero ligero. En la radio de San Luis, días más tarde, lo dieron por perdido, pues nunca apareció.

Estos aparatos son la cosa más rápida que he visto en mi vida, porque pude cronometrar la velocidad de ambos al principio cuando el ovni se le acercó al avión. Aquél tardó sólo unos segundos en hacer el trayecto que al cazabombardero le había llevado tres minutos».

Los radares, sin poder detallar tanto como el testigo de Missouri, han sido testigos en varias otras ocasiones de casos semejantes. Y curiosamente todas estas extrañas y fatales ocurrencias suelen sucederles a aviones de guerra, para respiro de los que viajamos con frecuencia en aviones comerciales. No creo que los militares tengan mucho derecho a enfadarse, porque como dice el refrán:

«El que a hierro mata, a hierro muere».

Los beligerantes ovni-nautas que tales actos realizan parece que saben distinguir bien entre los ciudadanos pacíficos y los belicosos que hacen de la guerra o de su preparación para ella un modus vivendi.

Aunque tal como acabamos de ver, la triste realidad es que si bien menos frecuentes, también ha habido desapariciones misteriosas de aviones civiles llenos de pasajeros.

A veces las cosas no son tan graves y los ovninautas se limitan a «jugar», si hemos de juzgar con una lógica humana, con los aparatos en vuelo. Pero no se puede negar que cualquier juego en esas circunstancias es muy peligroso y puede convertirse en fatal al más ligero descuido.

He aquí lo que le sucedió en 1975 al joven De los Santos Montiel, mexicano, tal como él mismo me lo contó y como fue relatado por toda la prensa de aquel país que se hizo ampliamente eco de tan extraño caso.

«Me dirigía de Zihuatanejo a México D.F. volando solo a una altura de unos 15.000 pies en una avioneta Pipper. Cuando estaba intentando distinguir la laguna de Tequesquitengo noté repentinamente un objeto discoidal en el extremo de mi ala derecha casi tocándola. Aquello me llenó de asombro. Miré para el otro lado y me encontré con que había otro exactamente igual en el extremo de la otra ala, y un tercero justo frente a mí. Por un momento creí que iba a chocar con él pero cuando me acerqué, con un movimiento rapidísimo descendió y me evitó.

 

«Yo para entonces ya estaba nerviosísimo, llorando y sin saber que hacer llamé al aeropuerto del D.F. y les dije lo que me estaba pasando. Al principio no obtuve respuesta y me imaginé que no me creían. Esto me puso aún más nervioso.

«El ovni que había estado frente a mí se había pegado a la parte inferior del fuselaje de mi avión y repentinamente me dio un golpe. Yo noté que mi aparato empezaba a ascender contra mi voluntad, y para sacar al ovni de allí se me ocurrió hacer descender el tren de aterrizaje. Pero fue inútil; los mandos del avión no me obedecían. Yo seguía ascendiendo contra mi voluntad y para entonces ya era presa del terror, sin saber en qué iba a parar todo aquello. Los ovnis de los lados seguían cada uno encima de un ala a escasos centímetros.

«En el aeropuerto habían suspendido todo el movimiento de aviones y estaban pendientes de los gritos que yo daba por la radio. Por suerte no me cambiaron el rumbo y el avión seguía volando directo al aeropuerto de la capital. Cuando me acerqué a la zona del Ajusco los ovnis se fueron, pero mi tren de aterrizaje seguía sin funcionar. Tuve que pasar repetidas veces sobre la pista de aterrizaje que estaba toda a mi disposición intentando sacar las ruedas.

«A la duodécima vez logré que el tren saliese aunque las luces de los mandos seguían sin funcionar. Corrí el riesgo de que el tren volviese a meterse al tomar contacto con tierra. Pero, por suerte, aguantó y pude aterrizar sin novedad tras haber vivido la aventura más extraña de mi vida.»

Esta es la mala broma que tres ovnis le jugaron a este joven. Pero muy parecida a ella y en cierta manera peor, fue lo que le hicieron a un estudiante de piloto colombiano que hacía su primer vuelo en solitario; «monitoreado» muy de cerca por su instructor desde la torre de control en el aeropuerto de El Dorado, de la ciudad de Bogotá.

Un ovni se le puso delante y le lanzó un rayo de luz muy concentrado que lo dejó ciego de modo que no podía ver los instrumentos de vuelo para poder maniobrar el avión. En la torre de control su instructor oyó sus gritos desesperados diciendo que no podía ver. Le aconsejaron que se serenase y que dejase pasar un tiempo porque probablemente lo que le sucedía era pasajero; una especie de mareo producido por la tensión, y que poco a poco recobraría la visión.

Pero pasaban los minutos y la visión no volvía. El avión describía un amplio círculo, tal como su instructor le había indicado, y el pobre muchacho estaba medio desmayado en su asiento llorando como un niño y presa de un ataque de nervios. Para entonces ya se habían reunido al lado de la radio en que su instructor le daba instrucciones, otros miembros del personal del aeropuerto y de la escuela de vuelo que no podían dar crédito a lo que oían y a lo que veían, porque el ovni había sido visto por varios de ellos.

Pasado un buen rato, el joven recuperó algo de su visión, de modo que ya podía ver, aunque con mucha dificultad, lo más esencial de los instrumentos de vuelo. Para entonces ya su instructor había despegado en otro avión y estaba volando al lado de él diciéndole exactamente todo lo que tenía que hacer para evitar que se estrellase al aterrizar. Tras varias aproximaciones logró por fin aterrizar de una manera un poco brusca pero sano y salvo.

A un alto oficial de la Fuerza Aérea norteamericana que pilotaba un helicóptero le sucedió algo de lo que le pasó al mexicano De los Santos: los ovnis le quitaron el control del aparato y lo hicieron ascender a una velocidad vertiginosa contra su voluntad. Pero en este caso la broma se redujo a eso y no hubo más sustos.

A una mujer paracaidista la interceptaron en el aire; el caso fue que desde que saltó del avión en que practicaba el paracaidismo como deporte, hasta que llegó a tierra, pasaron tres días, sin que pudiese recordar dónde había estado ni qué había hecho en todo aquel tiempo.

A un piloto puertorriqueño, conocido de un gran amigo mío, volando desde San Juan a la vecina isla de Culebra, cuando estaba sobre el mar, un ovni le arrancó de cuajo el tren de aterrizaje de su pequeño avión, teniendo posteriormente grandes problemas para aterrizar. Verdaderamente bromas pesadas, por no decir algo peor.

En cuanto a helicópteros se refiere, es un hecho bien conocido que este vehículo humano es muchas veces el camuflaje que adoptan los EBEs para pasar más inadvertidos. La gente, sobre todo en ciertas áreas en que hay cerca bases aéreas o navales, suele creer que son aparatos del gobierno haciendo algún tipo de maniobras y por eso no suelen prestarles mayor atención.

 

Sí es cierto que muchas veces han observado que no tienen números ni identificación alguna y sobre todo que en ocasiones no tienen ventanas de ningún tipo. Esto, a algún campesino le había llamado mucho la atención, incluso antes de que los helicópteros maniobrasen de una manera extraña o hiciesen cosas totalmente inexplicables en un helicóptero del ejército, como es llevarse por el aire a una res que era propiedad del campesino.

La presencia de estos falsos helicópteros se da más cuando hay mutilaciones de animales. En los casos en que han aparecido muertas y desangradas bastantes reses, es muy frecuente que la víspera o al atardecer se hayan visto por el área estos misteriosos aparatos, que a veces no hacen el normal ruido de los helicópteros sino que son completamente silenciosos, cosa que también fue notada por algunos testigos como algo muy llamativo.

Sin embargo, no todos los helicópteros relacionados con ovnis o con abducciones de animales o personas son «fingidos». En las bases conjuntas de la Fuerza Aérea norteamericana y EBEs (de las que hablaremos posteriormente), los helicópteros del ejército suelen hacer mucho trabajo que está directamente relacionado con las tareas de los extraterrestres.

En el famoso caso «Cash-Landrum» (28 de diciembre de 1980; Houston, Texas), en el que un ovni se averió y de resultas de ello contaminó radiactivamente una pequeña zona y a varias personas, fueron muchos los testigos que vieron cómo en rescate del ovni averiado vinieron nada menos que 23 helicópteros de la Fuerza Aérea, que lo fueron custodiando hasta la base en donde se le ayudó a reparar la avería. Este caso fue para muchos la prueba de que el Gobierno de USA hace tiempo que tiene tratos con algún tipo de extraterrestres, por más que se empeñe en negarlo.

Sin embargo, para borrar en parte la mala impresión que hayan podido dejar todos los casos anteriores, y para defender las buenas intenciones y la delicadeza de algunos de nuestros visitantes, narraré lo que le acaeció en julio de 1951 a Fred Reagan cuando volaba cerca de la ciudad de Atlanta (EE.UU.) en su pequeño Piper Cub.

Un objeto luminoso pulsante, en forma de rombo, chocó violentamente contra su avión cuando volaba a unos 2.000 metros de altura, y de resultas de ello Fred salió despedido al vacío, viendo por un momento cómo su avión se precipitaba en picado a tierra. En seguida se sintió como aspirado hacia arriba al mismo tiempo que notaba que sus vestidos se le pegaban a la piel mientras era atraído rápidamente hacia una escotilla que se abrió en un costado del ovni. Una vez entrado él y cerrada la escotilla, se halló en un lugar completamente oscuro al mismo tiempo que sentía un fuerte olor a ozono y a flores.

 

Pasados unos instantes, empezó a ver una especie de «asperges de metal» de unos 90 cm. y un punto de luz azul. Cuando fijó la vista en él perdió la conciencia.

Cuando la recobró estaba tendido en una camilla blanda y fría y oyó un sonido suave y pulsante. En seguida escucha una voz en perfecto inglés que le pide excusas por el accidente y le dice que ellos proceden de otro mundo, que nuestra tierra está poco desarrollada y que ellos no quieren perturbar nuestras actividades ni están animados de ninguna mala intención.

Le dan la mala noticia de que él —que parece no lo sabía— tiene un cáncer y que en compensación del daño que le han hecho, le van a curar de esta enfermedad «que parece es frecuente entre los humanos».

Le dicen que no diga nada de lo que ha pasado. Vuelve entonces a ver el punto azul y a sentir un «clic», e inmediatamente pierde el sentido.

Cuando se despierta está en un hospital a donde lo habían llevado los que lo encontraron inconsciente tumbado en un prado. No tenía ni una sola herida, a pesar de que, teóricamente, había caído sin paracaídas desde 2.000 m.

Y como colofón de este caso, una vez más aparece lo ilógico e inexplicable con que tantas veces nos encontramos en el fenómeno ovni: Fred Reagan murió loco diez meses después.

Reseñaré finalmente varias otras «bromas» de los ovninautas con los tripulantes de unos cuantos aviones, aunque la «broma» haya sido muy pesada, ya que en algunos casos ha conllevado la muerte o desaparición de los humanos.

John Janssen, de Morristown (New Jersey) tuvo suerte, porque volando su avión a 1.800 m. de altura el 23 de julio de 1947 vio acercarse a un ovni al mismo tiempo que el motor de su aparato empezaba a fallar, hasta que se paró del todo. Janssen se preparó para tirarse en picado a fin de poder planear, pero el avión conservó su horizontalidad. Miró la aguja de la velocidad y vio que marcaba «0».

 

El avión estaba completamente inmóvil en el espacio. Entonces sintió que alguien lo observaba; levantó la mirada del panel de instrumentos y vio un poco más elevado que su avión, a unos 400 m., al ovni detenido en el aire, que indudablemente lo observaba. Pasaron unos instantes tensos, de una inmovilidad y un silencio totales, hasta que Janssen accionó de nuevo la llave del encendido y el avión reanudó su marcha.

En cambio, los tripulantes militares de los tres casos siguientes no tuvieron tanta suerte. Probablemente el lector recuerda la película «Encuentros cercanos del tercer tipo». Comienza ésta abruptamente con una tormenta de arena en medio de gritos de militares que se mueven muy excitados entre unos cuantos aviones aparcados en medio del desierto. Como apenas si se da ninguna explicación, los espectadores no saben a qué viene toda aquella excitación ni cuál es la razón de traer a cuento aquellos aviones aparcados tan fuera de lugar.

Para entender la escena habría que remontarse al año 1945, cuando cinco aviones «Avenger» torpederos de la base aérea de Fort Lauderdale (Florida), desaparecieron con sus 27 tripulantes cuando realizaban un vuelo de entrenamiento por el Atlántico a unos 200 Kms. de la costa. Se escucharon muchas conversaciones nerviosas entre los distintos pilotos como extrañados de lo que les estaba pasando. El día, sin embargo, estaba completamente claro.

 

Tras casi 50 minutos de indecisiones, se oyó claramente la voz del jefe que decía:

«No podemos saber dónde estamos ni dónde está el Este o el Oeste. Creemos que nos encontramos a 370 Kms. al NO de la base. Pero pensamos...», y no dijo más ni se volvió a saber más de ellos.

Inmediatamente se envió a un gran hidroavión para investigar qué les pasaba, pero al hidroavión le sucedió lo mismo. Desapareció sin dejar rastro, y eso que en pocas horas había alrededor de 320 barcos buscándolos en un área bastante reducida.

Pasado el tiempo, los cinco aviones desaparecidos fueron encontrados en perfectas condiciones posados en un desierto mexicano, sin que nadie pudiera explicarse cómo ni por qué llegaron hasta allí. Esta es Ia escena con la que comienza la película «Encuentros cercanos del tercer tipo».

Los aviones aparecieron, pero ¿qué había sucedido con los 27 tripulantes? Eso sigue todavía en el misterio.

Otro caso parecido fue el de un bombardero norteamericano en la guerra de Vietnam. Se dio por perdido y pasado bastante tiempo apareció posado en un pequeño claro de la jungla vietnamita, en perfectas condiciones para volar, pero en un sitio de donde ni era capaz de despegar ni hubiese sido posible el aterrizaje por estar completamente rodeado de árboles de gran altura y de maleza muy tupida. Las autoridades de la Fuerza Aérea, aun sin confesarlo públicamente, llegaron a la conclusión de que había sido «depositado» o «posado» allí y que él no había podido por sus propios medios haber llegado al lugar en que se encontraba.

Algo por el estilo le sucedió a un avión correo ruso en 1961. Un ovni lo hostigó en su trayectoria y cuando ya se le había dado por perdido, apareció en perfectas condiciones en medio de la inmensa estepa siberiana, en la región de Tobelak. Aunque el terreno era llano, al avión le hubiese sido muy difícil aterrizar sin haber sufrido algún desperfecto. Pero de sus cuatro tripulantes nunca se volvió a saber.

Sin embargo, el colmo de estas «bromas» con aviones —aunque en este caso concreto dudo que lo sea— lo constituye lo que les sucedió a un grupo de cartógrafos rusos cuando se hallaban haciendo un mapa de ciertas zonas de la Luna que hasta entonces no habían sido cartografiadas. Dirigidos por el doctor Stanislav Makeyev, se valían para su trabajo de las fotos de gran precisión que había obtenido un satélite.

 

Cuando con la ayuda de ordenadores ampliaban una sección en la que hay varios cráteres, no pudieron creer lo que estaban viendo en la pantalla. En el fondo plano de un cráter de poca altura estaba posado un viejo bombardero de la segunda guerra mundial perteneciente a la Fuerza Aérea de los EEUU. En su costado y en las alas se podían distinguir con toda claridad las insignias del escuadrón a que pertenecía. Conservaba su estructura en perfecto estado, salvo que daba la impresión de haber sido víctima de algunos impactos de meteoritos. Además, según del doctor Makeyev, tenía todo él un tono verdoso como si hubiese sido rescatado del fondo del mar, en donde las algas lo hubiesen cubierto por un tiempo.

Por supuesto, las autoridades norteamericanas dijeron que no tenían idea de ello y, en este caso, por excepción, probablemente dijeron la verdad. Se especuló si sería un avión de los tantos que han desaparecido en el famoso Triángulo de las Bermudas y en muchas otras partes del mundo, pero nunca se llegó a esclarecer nada y todo el extraño asunto pasó a engrosar el folklore ovnístico.

La conclusión que de todos estos hechos podemos sacar es la que apuntamos al comienzo del capítulo: la distinta procedencia de nuestros visitantes que origina a su vez comportamientos totalmente distintos. Lo cual no impide que los de una misma especie se comporten de maneras diversas, dependiendo de la actitud de los humanos hacia ellos y también de sus propias necesidades en el momento en que se produce el encuentro.

Otro caso extraño, aunque mucho más reciente, es el sucedido el día 28 de diciembre de 1988 en el sudoeste de Puerto Rico. Su autenticidad está avalada por más de 60 testigos de varios pueblos que fueron cuidadosamente interrogados por el excelente investigador de lo paranormal y redactor-jefe de la revista «Enigma», Jorge Martín, que gentilmente me suministró todos los detalles.

Tal como en otra parte de este libro indicamos, en esa área de la isla caribeña hace ya más de un año que están sucediendo hechos muy extraños. Da la impresión de que hay una guerra declarada entre alguna facción o grupo de extraterrestres y el ejército de los EE.UU.; o por el contrario, una acción común de éste y algún grupo de alienígenas contra otro grupo de extraterrestres que ya están establecidos en bases subterráneas en aquella zona o que intentan establecerse.

El caso es que desde hace algo más de un año los temblores de tierra son constantes, lo mismo que las grandes explosiones subterráneas y profundas grietas que aparecen en el terreno causando en ocasiones cortes de carrete-ras y hendiduras o hundimientos de algunas casas.

Junto a esto hay que señalar la constante presencia de barcos de guerra en la inmediata bahía de Boquerón incluido un portaaviones—; los vuelos rasantes de los más modernos aviones y helicópteros en un área que no es lugar para semejantes ejercicios; el acotamiento por parte del ejército de toda aquella zona; la presencia de extraños vehículos aparentemente de la NASA y el avistamiento diario de ovnis que, o se sumergen en la inmediata laguna Cartagena o dan la impresión de meterse dentro de la montaña.

Con estos antecedentes, el lector está preparado para conocer el suceso que intento presentarle. El día 28 de diciembre, de 1988, a las siete y veinte de la tarde, un ovni enorme de forma triangular fue hostigado por dos cazas F-18 muy probablemente procedentes del portaaviones anclado a muy poca distancia. Daba la impresión de que querían obligarlo a cambiar de rumbo.

 

El ovni, perfectamente descrito por numerosos testigos colocados en lugares bastante distantes entre sí, pareció no inmutarse, ya que mantuvo su rumbo a no mucha velocidad. Los aviones se le acercaron uno por cada lado, desde atrás. Entonces el ovni se detuvo. El avión que le pasaba en aquel momento por la derecha fue succionado por un costado del ovni y no se vio más.

A continuación el ovni aceleró repentinamente y le cerró el paso al caza que lo había pasado por la izquierda e hizo con él lo mismo que había hecho con el otro. En unos segundos los dos aviones habían desaparecido engullidos por el ovni.

Entonces sucedió algo increíble, pero en lo que están de acuerdo todos los testigos: el ovni se dividió por el medio, convirtiéndose en dos ovnis con forma de triángulos rectángulos que salieron disparados en direcciones opuestas, perdiéndose en unos segundos de la vista de los asombrados espectadores.

En los grabados adjuntos podrá ver el lector como varios de los testigos, situados en lugares diversos, describieron cada uno por separado lo que habían visto. Por supuesto, tanto las autoridades civiles como militares negaron el suceso; y la prensa —aparte de reseñar los continuos temblores que se vienen registrando en la región— no dijo absolutamente nada de lo ocurrido.

Pero la gente tiene ojos para ver; y las autoridades, tanto en este como en otros campos, gozan cada vez de menos credibilidad.
 

Kenneth Arnold.

 

He aquí una prueba de uno de los muchos esfuerzos desesperados que el Gobierno y la Fuerza Aérea de USA hicieron para negar la existencia de los ovnis. En esta foto, tomada en 1968 por el fotógrafo de! «Dispatch» de Columbas (Ohio) en la Base Aérea de White Sands (N. México), se ve un raro tipo de avión experimental que tiene toda la traza de ser un ovni

 

Las autoridades dieron gran publicidad a las pruebas de este tipo de «aviones», al igual que a las de los famosos e inútiles «Avro», para despistar en cuanto a los avistamientos de ovnis. Y de hecho, lograron confundir a la opinión pública.

 

La revista TIME publicó esta misma foto con el siguiente pie que llenó de satisfacción a las autoridades:

«Este objeto tan familiar puede que explique muy bien muchos de los avistamientos de ovnis que ha habido en el Sudoeste en los últimos años».

Avro
 

El capitán Thomas F. Mame!/, el primer piloto que resultó muerto por un ovni mientras lo perseguía cerca de Fort Knox.
 

Dibujo hecho por Carlos A. de los Santos de los ovnis que casi se le posaron en las alas de su avioneta.
 

El piloto de 24 años Carlos A. de los Sanios que durante un largo rato tuvo

que aguantar los juegos de tres ovnis mientras volaba solo hacia la ciudad de México, en 1975.
 

Croquis de cómo se colocaron los tres ovnis mientras lo acompañaban en su vuelo.
 

Ilustración de lo visto por Mercado realizada por él.
 

Los Jovencitas Juan y Jeffrey Acosta,

testigos del sector Olivares de Lajas y el dibujo hecho por Juan de lo visto por él esa noche.
 

Un tercer avión pareció huir, siendo perseguido por ovnis más pequeños
 

El gran objeto volador no identificado se dividió en dos objetos y cada uno de ellos partió a gran velocidad en dirección diferente.
 

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