EL OTRO HOLOCAUSTO. EL VATICANO Y EL GENOCIDIO EN CROACIA

La mayor parte de la gente ignora que durante la Segunda Guerra Mundial se produjo otro genocidio cuya brutalidad superó con creces lo visto en los campos de concentración nazis. El asesinato de medio millón de serbios en Croacia ya ha pasado por derecho propio a los anales de los más infames crímenes contra la humanidad. El papel de la Iglesia católica en esta tragedia no fue en absoluto menor.

Cuando Adolf Hitler atacó Yugoslavia el 6 de abril de 1941, resultó inmediatamente evidente que la Wehrmacht contaba con el apoyo de grupos traidores dentro del Estado yugoslavo. El ejército del país estaba entre la espada y la pared, superado por la inmensa maquinaria de guerra alemana y apuñalado por la espalda por terroristas pronazis miembros del Partido Ustasha, una peligrosa organización croata de extrema derecha. Incluso los mandos de algunas unidades de mayoría croata estuvieron en conversaciones con los nazis, abriéndoles prácticamente las puertas del país.1

 

1. Keegan, John, The Second Worid War, Penguin Books, Nueva York, 1990.
 

El Estado independiente de Croacia fue declarado el 10 de abril de 1941, el mismo día en que la 14.a división panzer alemana entró en Zagreb y fue recibida con entusiasmo por la población. La invasión de Yugoslavia por parte de las tropas de Hitler supuso la división del país en dos naciones independientes. La católica Croacia veía hecho realidad su sueño de independizarse de la Serbia ortodoxa. En términos de su organización e ideología, el nuevo Estado croata era una nación totalitaria fundada en el principio de un Führer que, siempre que mantuviera su subordinación a Alemania, podía hacer y deshacer a su antojo.

El caudillo que tomó las riendas del país fue Ante Pavelic, jefe de los ustashi. Pavelic y sus seguidores habían estado exiliados en Italia bajo la protección de Mussolini, ya que eran buscados por los gobiernos de Francia y Yugoslavia acusados de planear los asesinatos del rey Alejandro de Yugoslavia y el primer ministro francés Louis Barthou. Pavelic estableció en Croacia, con la ayuda de sus padrinos nazis, el NDH «Nezavisna Drzava Hrvatska» (Estado independiente de Croacia). El 14 de abril, el primado de Croacia, Alojzije Stepinac, se reunía con Pavelic para transmitirle su felicitación al tiempo que repicaban todas las campanas del país para celebrar la victoria. A cambio, Stepinac recibió el nom bramiento de Supremo Vicario Apostólico Militar del Ejército us tashi. La prensa católica se deshacía en halagos hacia el dictador;

Dios, que controla el destino de las naciones y dirige el corazón de los reyes, nos ha dado a Ante Pavelic y ha movido al líder de un pueblo amistoso y aliado, Adolf Hitler, a emplear sus tropas victo riosas para dispersar a nuestros opresores y permitirnos crear un Estado independiente de Croacia. Gloria a Dios, nuestra gratitud a Adolf Hitler, e infinita lealtad al jefe Ante Pavelic.2

2. Manhattan, Avro, Catholic Imperialism ana Worid Freedom, op. cit.

Tal efusión no es de extrañar si tenemos en cuenta que una investigación de la comisión yugoslava de crímenes de guerra estableció que el arzobispo Stepinac había sido uno de los prin cipales actores en la conspiración que condujo a la conquista de Yugoslavia. A fin de cuentas, la Iglesia católica llevaba siglos soñando con la idea de un reino católico en los Balcanes, algo que finalmente sucedió cuando Pavelic y Hitler auparon al trono a Tomislav II, cuya función fue meramente decorativa. La identidad del Estado estaba basada más en afiliación religiosa que en etnicidad. El fanatismo católico de los ustashi estaba decidido a convertir Croacia en un país católico mediante una combinación de conversiones religiosas forzadas, expulsión y exterminio.
 


EL HÉROE PAVELIC
El clero apoyaba al régimen con entusiasmo fanático. La mayoría de los católicos compartían las metas ideológicas de los ustashi y recibieron con beneplácito el fin de la tolerancia religiosa impuesta por la antigua Yugoslavia. El papa en persona recibió en audiencia a Pavelic y bendijo a toda la delegación de los ustashi desplazada a Roma, incluida la representación de la Hermandad de los Grandes Cruzados, encargados de convertir al catolicismo a los serbios por medio de tácticas que, como veremos, no eran precisamente evangelizadoras.3

 

3. Bulajic, Milán, The Role of the Vatican in the Break-Up of the Yugoslav State: The Mission of the Vatican in the Independen! State of Croatia: Ustashi Crimes of Genocide (Documents, facts). Ministerio de Información de la República Serbia, Belgrado, 1993.

Durante sus cuatro años de existencia como Estado independiente (1941-1945), en Croacia se ejecutó a más de 750.000 serbios, judíos y gitanos.4 De los 80.000 judíos de Yugoslavia, 60.000 fueron asesinados, la gran mayoría de ellos en Croacia. La mayoría de estas matanzas las cometieron los ustashi. Croacia fue el único país, junto con Alemania, en el que funcionaron campos de concentración a gran escala durante la Segunda Guerra Mundial.

 

Al contrario que los nazis, que idearon un sistema de exterminio industrial y discreto, el genocidio en Croacia y Bosnia-Herzegovina se caracterizó por la ejecución de asesinatos rituales en lugares públicos, perpetrados con sádico y desenfrenado entusiasmo. El historiador austríaco Freidrich Heer comentaba en 1968 que lo sucedido en Croacia era el resultado del «fanatismo arcaico de épocas prehistóricas». Según este experto, Pavelic fue «uno de los mayores asesinos del siglo xx». Ello no es óbice para que, curiosamente, Pavelic sea visto como un héroe en la Croacia moderna.

El «héroe» croata solía referirse a los serbios de la siguiente manera; «Los eslavoserbios son el desperdicio de una nación, el tipo de gente que se vende a cualquiera y a cualquier precio...». Buena parte de esta animadversión era azuzada desde los pulpitos. El propio arzobispo Stepinac decía:

Después de todo, los croatas y los serbios pertenecen a dos mundos distintos, polo norte y polo sur, nunca se llevarán bien a no ser por un milagro de Dios. El cisma de la Iglesia ortodoxa es la maldi ción más grande de Europa, casi más que el protestantismo. Aquí no hay moral, ni principios, ni verdad, ni justicia, ni honestidad.5

4. Bulajic, Milán, Never again: Ustashi Genocide in the independen! State of Croatia (NDH) from 1941-1945, Ministerio de Información de la República Serbia, Belgrado, 1992.

5. Dedijer, Vladimir, The Yugoslav Auschwitz and the Vatican: The Croatian Massacre ofthe Serbs during Worid War II, Prometheus Books, Nueva York, 1992. La autenticidad de la cita del arzobispo es inapelable, ya que en el libro en cuestión aparece el texto manuscrito de su puño y letra.

El 12 de junio de 1941, todos los judíos y serbios de Croacia se encontraron con que su libertad de movimiento había sido res tringida. El ministro de Justicia, Milovan Zanitch, no tenía el menor reparo en declarar el sentido de estas medidas:

Este Estado, nuestro país, es sólo para los croatas y para nadie más. No habrá caminos ni medidas que los croatas no empleen para hacer nuestro país realmente nuestro, limpiando de él a todos los ortodoxos serbios. Todos aquellos que llegaron a nuestro país hace trescientos años deben desaparecer. No ocultamos nuestras intenciones. Es la política de nuestro Estado y para su promoción lo único que haremos será seguir fielmente los principios de los ustashi.6
 


LIMPIEZA ÉTNICA
Para entonces, las matanzas ya habían comenzado. Mile Budak, ministro de Educación del gobierno croata, declaraba en Gospic el 22 de julio de 1941:

Las bases del movimiento ustasha son la religión. Para las minorías, como los serbios, judíos y gitanos, tenemos tres millones de balas. Mataremos a un tercio de la población serbia, deportaremos a otro tercio, y al resto lo convertiremos a la fe católica para que, de esta forma, queden asimilados a los croatas. Así destruiremos hasta el último rastro suyo, y todo lo que quede será una memoria aciaga de ellos...7

La campaña de limpieza étnica dio comienzo casi de inmediato. Buena parte de la legislación y estructura administrativa del nuevo Estado se adaptó para que se ajustase lo más posible al derecho canónico.

6. Manhattan, Avro, The Vatican Holocaust, Ozark Books, Springfield, 1988.

7. Dedijer, Vladimir, op. Cit


Stepinac vio con particular beneplácito la ley que decretaba la pena de muerte por el aborto y la ley que imponía treinta días de cárcel por insultar.8 La oposición política fue barrida de la vida pública. Se prohibió la publicación de textos en cirílico, el alfabeto empleado por los serbios. Asimismo, se comenzó una campaña de «arianización» que denegó los matrimonios mixtos entre católicos croatas y miembros de otras etnias. En la entrada de los parques se instalaron carteles en los que podía leerse: «Se prohibe la entrada de serbios, judíos, gitanos y perros».9 La Iglesia croata recibió estas medidas con mal disimulado entusiasmo, que quedó revelado, por ejemplo, en las palabras de Mate Mogus, sacerdote de Udbina:

«Hasta ahora hemos trabajado para la fe católica con el libro de plegarias y la cruz. Ahora ha llegado la hora de trabajar con el rifle y el revólver».10

Mientras, el infame campo de concentración de Dánica comenzó a recibir a sus primeras víctimas:" al principio judíos, y luego todos los calificados como «indeseables», esto es, los no católicos, que representaban más del 60 por 100 de la población.

 

8. Alexander, Stella, The Triple Myth. A Ufe of Archbishop Alojzije Stepinac, East European Monographs, Nueva York, 1987.

9. Crowe, David M., A History of Gypsies of Eastern Europe ana Russia, St. Martin's Griffín, Nueva York, 1994.

10. Dedijer, Vladimir, op. cit.

11. Cornweil, John, op. cit.


Las atrocidades que se cometieron en los campos de concentración de Croacia no tienen parangón, y en algunos casos superan a las de los nazis. Djordana Diedlender, guardia del campo de Stara Gradiska, dio este estremecedor testimonio durante el juicio contra el comandante del campo, Ante Vrban:

En aquella época, llegaban a diario nuevas mujeres y niños al campo de Stara Gradiska. Ante Vrban ordenó que todos los niños fueran separados de sus madres y llevados a una habitación. Se nos dijo a diez de nosotros que los lleváramos allí envueltos en mantas. Los niños gritaban por toda la habitación y uno de ellos puso un brazo y una pierna en la puerta de forma que ésta no pudo ser cerrada. Vrban gritó: «¡Empujadla!». Yo no lo hice, así que él dio un portazo destrozando la pierna del niño, después le cogió por la otra pierna y le estrelló contra el muro hasta matarlo. Tras esto, conti nuó metiendo a los niños allí. Cuando la habitación estuvo llena, Vrban usó gas venenoso y los mató a todos.12

 

12. Memorando de crímenes de genocidio cometidos contra el pueblo serbio por el gobierno del Estado independiente de Croacia durante la Segunda Guerra Mundial. Octubre de 1950. Enviado al presidente de la V Asamblea General de las Naciones Unidas por Adam Pribicivic, presidente del Partido Democrático Independiente de Yugoslavia, Vladimir Bilayco, antiguo magistrado del Tribunal Supremo de Yugoslavia, y Branko Miljus, antiguo ministro de Yugoslavia.


EL PLACER DE MATAR
La ferocidad de los ustashi alarmó incluso a los propios nazis, que temían que una represión tan brutal contra una población tan grande desembocase en un alzamiento armado. El 17 de febrero de 1942, Reinhard Heydrich, uno de los mayores artífices de la Solución Final (el plan de los altos jerarcas del Tercer Reich para exterminar a los judíos) y, como tal, no caracterizado precisamente por su piedad, expresaba su inquietud al Reichführer de las SS, Heinrich Himmier:

 

El número de eslavos masacrados por los croatas de las formas más sádicas está estimado en 300.000 [...]. La realidad es que en Croacia los serbios que quedan vivos son aquellos que se han convertido al catolicismo, a quienes se les ha permitido vivir sin ser molestados [...]. Debido a esto, está claro que el estado de tensión serbocroata es una lucha entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa.

Ante la fría eficiencia de los nazis, que habían convertido el genocidio en una siniestra clase de producción en masa, los ustashi hacían de la muerte de sus víctimas algo personal, complaciéndose en su tortura pública y humillación. Ésta y no otra es la razón de que se conserven un gran número de testimonios foto gráficos de semejantes atrocidades. Se trata de instantáneas que en su mayoría fueron tomadas como «recuerdo» por los verdugos. En ellas se pueden ver barbaridades difícilmente concebibles por una mente cuerda: desde sesiones de tortura jaleadas por un enardecido público hasta procesiones de cabezas clavadas en picas por las calles de Zagreb.13 El propio Pavelic encontraba perversamente placentero obsequiar a los diplomáticos que le visitaban con cestas llenas de ojos humanos.14

Incluso los endurecidos fascistas italianos que controlaban una porción de Croacia durante la guerra estaban horrorizados por los ustashi, y lograron rescatar a un gran número de judíos y ortodoxos, negándose a devolver a una muerte cierta a los refugiados que llegaban a su zona de control. El arzobispo Stepinac se quejó de esta actitud de los italianos tanto ante el obispo de Mostar, los italianos han vuelto y han reimpuesto su autoridad civil y militar. Las iglesias cismáticas revivieron inmediatamente después de su regreso y los sacerdotes ortodoxos, hasta ahora escondidos, reaparecieron con libertad. Los italianos parecen favorecer a los serbios y perjudicar a los católicos,15 como ante el ministro para asuntos italianos en Zagreb:

Ocurre que en los territorios croatas anexados por Italia se puede observar una caída constante de la vida religiosa y un evidente viraje del catolicismo al cisma. Si la parte más católica de Croacia dejara de serlo en el futuro, la culpa y responsabilidad ante Dios y la historia sería de la Italia católica. El aspecto religioso de este problema lo transforma en mi obligación de hablar en términos simples y abiertos desde el momento en que yo, personalmente, soy el responsable del bienestar religioso de Croacia.16

13. Anderson, Scott y Anderson, Jon Lee, The League, Dodd, Mead & Company, Nueva York, 1986.

14. Black, Edwin, IBM y el Holocausto, Editorial Atlántida, Buenos Aires, 2001.

15. Dedijer, Vladimir, op. cit.


16. Falconi, Cario, U silenzio di Pió XII, Sugar, Milán, 1965.

 

 

LOS FRAILES ASESINOS
Lo más escandaloso de todo este sórdido asunto es que no pocos sacerdotes y, sobre todo, frailes franciscanos, estuvieron al mando de estos campos de la muerte.

Con pocas excepciones aquí y allá, el fenómeno aquí descrito era característico de las masacres ustashi. A diferencia de los extermi nios en otros países durante la Segunda Guerra Mundial, era casi imposible imaginar una expedición punitiva ustashi sin la presencia de un sacerdote a la cabeza, tratándose generalmente de un franciscano.17

 

17. Ibid.

El más conocido de ellos fue el fraile franciscano Miroslav Filipovic, que dirigió el campo de Jasenovac, donde se dio una muerte atroz a miles de personas. Otro franciscano de aquel campo, Pero Brzica, ostenta un récord aún más macabro si cabe.

Ante la llegada de nuevos prisioneros, se hizo evidente la necesidad de asesinar a los ya existentes para hacer sitio a los recién llegados. El personal del campo se mostró entusiasmado ante esta perspectiva:

El franciscano Pero Brzica, Ante Zrinusic, Sipka y yo apostamos para ver quién mataría más prisioneros en una sola noche. La matanza comenzó y después de una hora yo maté a muchos más que ellos. Me sentía en el séptimo cielo. Nunca había sentido tal éxtasis en mi vida. Después de un par de horas había logrado matar a 1.100 personas, mientras los otros sólo pudieron asesinar entre 300 y 400 cada uno. Y después, cuando estaba experimentando mi más grandioso placer, noté a un viejo campesino parado mirándome con tranquilidad mientras mataba a mis víctimas y a ellos mientras morían con el más grande dolor.

 

Esa mirada me impactó; de pronto me congelé y por un tiempo no pude moverme. Después me acerqué a él y descubrí que era del pueblo de Klepci, cerca de Capijina, y que su familia había sido asesinada, siendo enviado a Jasenovac después de haber trabajado en el bosque. Me hablaba con una incomprensible paz que me afectaba más que los desgarradores gritos que se sucedían a mi alrededor. De pronto sentí la necesidad de destruir su paz mediante la tortura y así, mediante su sufrimiento, poder yo restaurar mi estado de éxtasis para poder continuar con el placer de infligir dolor.

Le apunté y le hice sentar conmigo en un tronco. Le ordené gritar: «¡Viva Poglavnik Pavelic!», o te corto una oreja. Vukasin no habló. Le arranqué una oreja. No dijo una palabra. Le dije otra vez que gritara: «¡Viva Pavelic!» o te arranco la otra oreja. Se la arran qué. Grita: «¡Viva Pavelic!», o te corto la nariz, y cuando le ordené por cuarta vez gritar «¡Viva Pavelic!» y le amenacé con arrancarle el corazón con mi cuchillo, me miró y en su dolor y agonía me dijo:

«¡Haga su trabajo, criatura!». Esas palabras me confundieron, me congeló, y le arranqué los ojos, luego el corazón, le corté la garganta de oreja a oreja y lo tiré al pozo. Pero algo se rompió dentro de mí y no pude matar más durante toda esa noche.

El franciscano Pero Brzica me ganó la apuesta, había matado a 1.350 prisioneros. Yo pagué sin decir una palabra.18

18. Bulajic, Milán, The Role of the Vanean in the Break-Up of the Yugoslav State: The Mission of the Vatican in the Independent State of Croatia: Ustashi Crímes of Genocide (Documents, facts), op. cit.

 

Por esta hazaña el franciscano recibió el título de «rey de los cortadores de gargantas» y un reloj de oro, posiblemente robado a un prisionero antes de ejecutarlo.
 


CONVERTIRSE O MORIR
La barbarie, lejos de decrecer, fue en aumento y llegó un punto en que ni tan siquiera la formalidad de los campos de exterminio fue considerada necesaria. Pueblos enteros fueron asaltados y sus habitantes pasados a cuchillo, cuando no asesinados con martillos y hachas, ahorcados o incluso crucificados. Los serbios sufrieron las torturas más atroces, que se cebaban con especial saña en los sacerdotes ortodoxos, muchos de los cuales fueron quemados, desollados o descuartizados vivos:

Las ejecuciones en masa eran comunes, las víctimas, degolladas y a veces despedazadas. En muchas ocasiones era común ver pedazos de carne colgados en carnicerías con un cartel que decía «carne humana». Los crímenes de los alemanes en los campos de exterminio parecían pequeños comparados con las atrocidades cometidas por los católicos. Los ustashi adoraban los juegos de tortura que se con vertían en orgías nocturnas, y que incluían clavar clavos al rojo vivo debajo de las uñas, poner sal en las heridas abiertas, cortar todas las partes humanas concebibles y competir por el título de quién era el mejor degollando a sus víctimas. Quemaron iglesias ortodoxas lle nas de gente, empalaron niños en Vlasenika y Kladany, cortaron na rices, orejas y arrancaron ojos. Los italianos fotografiaron a un ustashi que tenía dos cadenas de lenguas y ojos alrededor del cuello.19

Todas las propiedades de la Iglesia ortodoxa fueron saqueadas y confiscadas. La mayor parte de este botín fue transferido a la Iglesia católica croata, que seguía encantada con el régimen. El arzobispo de Sarajevo, Saric, llegó al extremo de publicar una poesía enalteciendo al líder de los ustashi:

Contra los avaros judíos con todo su dinero, quienes querían vender nuestras almas, traicionar nuestros nombres, esos miserables.

Usted es la roca donde se edifica la patria y la libertad. Proteja nuestras vidas del infierno, marxista y bolchevique.

Otro botín, en este caso espiritual y económico a la vez, que re cibió la Iglesia católica fue la conversión forzosa de miles de ser bios, que, a punta de cuchillo, fueron obligados a renegar de su religión. Estas conversiones en masa fueron calificadas de gran triunfo para el catolicismo por parte de la jerarquía eclesiástica.20 ¿Por qué este botín de almas era también económico? Porque para añadir iniquidad a la infamia, estas conversiones se realizaban previo pago de 180 dinares a la Iglesia por parte del converso.

19. Deschner, Kariheinz, Mit Gott una den Faschisten, Günther Verlag, Stuttgart, 1965.

20. Djilas, Aleksa, The Contested Country: Yugoslav Unity and Communist Revolutíon, 1919-1953, Harvard University Press, Cambridge, 1991.

Además, aquellos que sabían escribir debían enviar una carta de agradecimiento al ar zobispo Stepinac, que informaba puntualmente al papa de la buena marcha de las conversiones. En cualquier caso, los únicos que te nían opción de salvar la vida mediante la conversión eran los cam pesinos pobres e incultos de las zonas rurales. Todo serbio educado, con capacidad de conversar o transmitir algo parecido a una identi dad nacional serbia era asesinado sin posibilidad de salvación.
 


EL VISITANTE APOSTÓLICO
El 14 de mayo de 1941, los serbios de la localidad de Glina fueron concentrados en un salón de actos por una banda de ustashi comandados por el abad del monasterio de Gunic. A continuación, se les ordenó que mostraran sus certificados de conversión. Sólo dos de ellos disponían del documento. El resto fueron degollados mientras el abad rezaba por sus almas.

Entre la venta de certificados de conversión y el saqueo de los tesoros custodiados en las iglesias ortodoxas, no resulta exagera do decir que si hubo alguien que obtuvo beneficio económico del genocidio cometido por los croatas fue, precisamente, la Iglesia católica. A cambio, durante toda la guerra, la Iglesia católica apoyó oficialmente al régimen, a pesar de que sus desmanes y lo curas eran públicos y notorios.

El Vaticano no podía alegar desconocimiento de estos graves sucesos. El 17 de marzo de 1942, el Congreso judío mundial envió a la Santa Sede una nota de auxilio, una copia de la cual aún se conserva en Jerusalén.

Varios miles de familias han sido deportadas a islas desiertas en la costa dálmata o internadas en campos de concentración [...]. Todos los hombres judíos han sido enviados a campos de trabajo donde se les han encomendado trabajos de drenaje o saneamiento durante los cuales han perecido en gran número [...]. Al mismo tiempo, sus esposas e hijos fueron trasladados a otros campos donde igualmente tuvieron que afrontar graves privaciones.

Monseñor Giuseppe Ramiro Marcene, un benedictino de la congregación de Monte Vergine y miembro de la academia romana de Santo Tomás de Aquino, era el representante personal del papa en el episcopado de Croacia, y mantenía al Santo Padre al corriente de todo lo que allí sucedía. Los defensores del Vaticano alegan que Marcene era un simple «visitante apostólico». Sin embargo, para el Ministerio de Asuntos Exteriores en Zagreb, el padre Marcene tenía estatus de «delegado de la Santa Sede», y en las ceremonias oficiales se le colocaba por delante, incluso, de los representantes del Eje, siendo considerado decano del cuerpo diplomático. Además, Marcone, en su correspondencia con el gobierno ustashi, se calificaba a sí mismo como Sancti seáis legatus o Elegatus, pero nunca como «visitante apostólico».

Los medios de comunicación también se hacían eco de esta situación. El 16 de febrero de 1942, la BBC emitía el siguiente in forme sobre Croacia:

Las peores atrocidades están siendo cometidas alrededor del arzobispo de Zagreb. La sangre de hermanos corre en arroyos. Los or todoxos están siendo obligados a la fuerza a convertirse al catolicismo y no escuchamos la voz del arzobispo predicando la rebelión. En su lugar, se informa de que está tomando parte en desfiles nazis y fascistas.

Ni siquiera cuando la prensa internacional comenzó a informar ampliamente sobre las barbaridades cometidas por clérigos católicos, el papa hizo algo por detener a los sanguinarios francíscanos. La propia prensa católica croata reflejó en sus páginas la persecución, tratándola como si fuese lo más normal del mundo. El 25 de mayo de 1941, en el Katolicki List, el sacerdote Franjo Kralik publicó un reportaje titulado «¿Por qué los judíos están siendo perseguidos?», en el que se justificaba el genocidio de la siguiente forma:

Los descendientes de aquellos que odiaron a Jesús, que lo condenaron a muerte, que lo crucificaron e inmediatamente persiguieron a sus discípulos, son culpables de excesos más grandes que los de sus antepasados. La codicia crece. Los judíos que condujeron a Europa y al mundo entero al desastre —moral, cultural y económico— han desarrollado un apetito que solamente el mundo en su totalidad puede satisfacer. Satanás les ayudó a inventar el socialismo y el comunismo. El amor tiene sus límites. El movimiento para liberar al mundo de los judíos es un movimiento para el renacimiento de la dignidad humana. El Todopoderoso y Sabio Dios está detrás de este movimiento.
 

EL FIN DE STEPINAC
Cuando se vio con claridad que el curso de la guerra iba a ser contrario al Eje, Stepinac realizó algunos actos de «repentino hu <nanitarismo», actos en los que se basaron los revisionistas croa tas para pedir al Yad Vashem israelí, la Autoridad Nacional para el Recuerdo de los Mártires y Héroes del Holocausto, la inclusión de Stepinac en su «Lista de Justos». La petición ha sido denegada en dos ocasiones. Un representante de la institución declaró al respecto que «personas que, ocasionalmente, ayudaron a un judío y colaboraron simultáneamente con un régimen fascista que fue parte del plan de exterminio nazi contra los judíos, quedan descalificadas para el título de "Justo"».

Los contactos de los ustashi con el Vaticano no terminaron con el final de la Segunda Guerra Mundial. El 25 de junio de 1945, tan sólo siete semanas después de concluido el conflicto, los ustashi contactaron con una misión papal en Saizburgo, en la zona de Austria que estaba bajo la administración estadounidense. Pedían al papa su ayuda para la creación de un Estado croata, o, al menos, una unión danubio-adriática en la que los croatas pudieran establecerse.21 La propia Iglesia escondió y ayudó a huir a Ante Pavelic —burlando a las autoridades aliadas—, que logró escapar a Argentina.22 En su lecho de muerte, y bajo la protección de Franco, recibió la bendición personal del papa Juan XXIII. Juan Pablo II rehusó visitar en reiteradas ocasiones los campos de concentración de Jasenovac en sus visitas a Croacia, prefiriendo recibir al ex líder croata y negador del Holocausto Franjo Tudjman.

Finalmente, uno de los factores que más llama la atención de esta historia es que, al terminar la guerra, el Vaticano no hizo nada por socorrer a Stepinac, circunstancia que conocemos por una carta del mariscal Tito fechada en Zagreb el 31 de octubre de 1946:

Cuando el representante del Papa ante nuestro gobierno, el obispo Hurley, me hizo su primera visita, le planteé la cuestión de Stepi nac. «Llévenselo de Yugoslavia», le dije, «porque de otra forma nos obligarán a ponerlo bajo arresto». Advertí al obispo Hurley de las acciones que tendríamos que seguir. Discutí el asunto detalladamen te con él. Le hice saber de los muchos actos hostiles de Stepinac contra nuestro país. Le di un archivo con toda clase de pruebas documentales de los crímenes del arzobispo.

21. Aarons, Mark y Loftus, John, Unholy Trinity: The Vatican, the Nazis and the Swiss Banks, St. Martin's Griffin, Nueva York, 1998.

22. Ibid.

Esperamos cuatro meses sin que se produjera ninguna respuesta, hasta que las autoridades arrestaron a Stepinac y le llevaron a juicio, de manera semejante a cualquier otro individuo que actúe contra el pueblo.

El arzobispo salió bastante bien parado, a pesar de lo sórdido de sus andanzas durante la guerra. Fue juzgado y condenado a dieciséis años de prisión en un juicio que contó con los testimonios de decenas de testigos que contaron toda clase de tropelías cometidas por clérigos católicos bajo el reino del terror ustashi. Su única defensa durante el juicio fue decir: «Tengo la conciencia tranquila». Sólo en ese momento actuó Pío XII, apresurándose a excomulgar a los participantes en el juicio, y consiguiendo final mente su liberación años después. Stepinac fue elevado a la categoría de beato por Juan Pablo II en octubre de 1998.

 

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RATAS A LA CARRERA. EL VATICANO AL FINAL DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Lejos de ser un misterio histórico, la fuga de miles de proscritos nazis a América del Sur y otras partes del mundo es un hecho so bradamente documentado en el que se sabe que la Santa Sede tomó parte activa. Personajes tan siniestros como Pavelic, Klaus Barbie o Joseph Mengele partieron al exilio haciendo escala previa en el Vaticano. Mientras, en Croacia, los últimos ustashi esperaban que una oportuna intervención de la diplomacia vaticana propiciara la creación de un Estado croata independiente de Yugoslavia.

Cuando quedó claro que Zagreb iba a ser liberada por las tropas aliadas, los ustashi intentaron salvar todo lo que pudieron. A finales de abril de 1945, Pavelic, con plena autorización de su amigo Stepinac, ordenó que fueran llevados al Monasterio franciscano de Zagreb treinta y seis cofres con el macabro botín (joyas y dientes de oro, principalmente) requisado a las víctimas de la matanza de serbios, judíos y gitanos.1 Sin embargo, Pavelic retuvo consigo otros trece cofres para asegurarse su huida y un cómodo retiro.2

 

Los monjes escondieron el tesoro primero en una cripta debajo del altar mayor y, más tarde, en un agujero excavado bajo los confesionarios, donde permaneció hasta que fue recuperado por las tropas del mariscal Tito. Tras enterrar su botín, Pavelic partió al mando de mil quinientos leales en dirección a Austria,3 esperando contar con el amparo de los británicos y el Vaticano. Pero no contaba con ser hecho prisionero por los estadounidenses, que le venían siguiendo la pista desde su llegada a Austria. Consiguieron aprehenderle cerca de Saizburgo.

Sin embargo, cuando ya se estaban ultimando los preparativos para el juicio por crímenes de guerra, Stepinac y el arzobispo de Saizburgo intercedieron para que Pavelic fuera puesto en libertad. Finalmente, el criminal de guerra encontró cobijo entre los mismísimos muros del Vaticano, aunque su estancia fue corta. Para evitar el escándalo, Pío XII, consciente de que la victoria aliada había dado un vuelco a la política mundial, invitó a Pavelic a marcharse de la Santa Sede disfrazado de sacerdote en un automóvil con matrícula diplomática. Pavelic mantuvo la identidad falsa de sacerdote durante un tiempo bajo los alias de padre Benares o padre Gómez.4

 

1. Manhattan, Avro, The Vatican tíolocaust, op. cit.

2. Goñi, Uki, La auténtica Odessa. La fuga nazi a la Argentina de Perón, Paidós, Barcelona, 2002.

3. «Supreme Allied HQ to 6th and 12th Army Groups. Apprehension oí Croat Quislings», 5 de junio de 1945. Documento desclasificado del Ejército estadounidense.

4. Aarons, Mark, op. cit.

 

Los estadounidenses siguieron al escurridizo Pavelic, pero decidieron no actuar por deferencia hacia la Santa Sede. Los agentes de la contrainteligencia militar encargados del asunto así lo aclaraban en un informe:

«Los actuales contactos de Pavelic son a tan alto nivel, y su presente situación tan comprometedora para el Vaticano, que su extradición podría suponer un problema para la Iglesia católica».5

Más o menos por aquellas fechas, el padre Krunoslav Draganovic, secretario de la Confraternidad croata de San Girolamo, que formaba parte de la Pontificia Obra de Asistencia creada por Pío XII, una institución del Vaticano en Roma, recibía desde Croacia más de cuatrocientos kilos de oro6 que debían ser empleados «en la obra de asistencia y cuidado pastoral de los prófugos de Croacia». (Es decir, para ayudar a los antiguos ustashi a escapar de las autori dades aliadas en general y de los partisanos de Tito en particular.) En honor a la verdad, hay que reconocer que este oro no formaba parte del botín de las víctimas serbias y judías, como precisa mon señor Simcic, actualmente experto permanente de la Comisión Pon tificia Ecciesia Dei, y entonces colaborador de Draganovic:

Para esta operación caritativa tuvo a su disposición dos cajas de lingotes de oro sacadas por el Ejército en retirada del frente, ante el avance de los partisanos de Tito. Eran cajas del banco nacional croata, mientras que los bienes secuestrados a los judíos eran admi nistrados por la División del Ministerio de Seguridad Pública. Eran dos administraciones bien distintas.7

 

5. U.S. Army Counter Intelligence Corps. Destacamento en Roma. 12 de septiembre de 1947. Caso número 5650-A.

6. Dorril, Stephen, MI6; Inside the Covert Worid of Her Majesty's Secret Intelligence Service, Touchstone, Nueva York, 2000.

7. «¿Adonde fue a parar el oro de los croatas? Fuentes vaticanas acusan a Estados Unidos de superficialidad histórica». Agencia Zenit, 5 de junio de 1998.

 


OPERACIÓN CARITATIVA
Parte de la «operación caritativa» de Draganovic —quien, por cierto, era subordinado del subsecretario de Estado Giovanni Battista Montini, que más tarde se convertiría en Pablo VI— consistió en arreglar, personalmente, la salida hacia Argentina de un buen número de criminales de guerra alemanes y croatas.8 El croata franciscano Draganovic no tenía por aquellos días un ex pediente demasiado limpio, ya que había sido oficial ustashi y había realizado conversiones forzosas de serbios.9 En 1943 Draganovic dejó atrás su agitada vida como ustashi y se incorporó al Vaticano.10 Así que no es de extrañar que mostrase cierto interés por salvar a sus antiguos camaradas.

Hubo un momento en el que no menos de treinta antiguos ustashi, incluyendo al propio Draganovic, se congregaron en el seminario de San Jerónimo (San Girolamo degli Illirici), cinco de los cuales, incluyendo a un sacerdote, estaban en la lista de los criminales de guerra más buscados." Otros se encontraban refugiados en diferentes instituciones católicas, como el Instituto Oriental. Existen, de hecho, informes confidenciales de los servicios de inteligencia estadounidenses de la época en los que, sin ambages, se califica el seminario de San Jerónimo como cuartel general de lo que quedaba de los ustashi.12 Los servicios secretos aliados no podían hacer nada, ya que San Girolamo, a pesar de encontrarse fuera de las murallas del Vaticano, tenía estatus de territorio de la Santa Sede.

 

8. Loftus, John y Aarons, Mark, The Secret War against the Jews: How Western Espionage Betrayed the jewish People, St. Martin's Griffin, Nueva York, 1997.

9. Headden, Susan, Hawkins, Daña y Rest, Jason, «A vow oí silence», U. S. News and Worid Report, 30 de marzo de 1998.

10. Cockburn, Alexander y St. Clair, Jeffrey, Whiteout: The CÍA, Drugs and the Press, Verso, Londres, 1998.

11. Phayer, John Michael, The Catholic Church and the Holocaust, 1930-1965, Indiana University Press, Bloomington, 2000.

12. «Rome Área Allied Command to the CIC», 8 de agosto de 1945. Documento desclasificado del Ejército estadounidense.


El huésped más ilustre de San Jerónimo fue Klaus Barbie, El Carnicero de Lyón, que le fue entregado a Draganovic en la estación de trenes de Genova por oficiales de inteligencia norteameri canos, que esperaban sacar partido de Barbie en el futuro. Dra ganovic obtuvo documentos de la Cruz Roja con apellido falso para él y su familia. Barbie y otros nazis se embarcaron en Genova, en marzo de 1951, con destino a Buenos Aires, para más tarde trasladarse a Bolivia. Y es que a comienzos de 1948, según se iban tensando las relaciones con la Unión Soviética, británicos y estadounidenses comenzaron a mirar con mejores ojos las opera ciones de encubrimiento del Vaticano, ya que algunos de los pró fugos poseían conocimientos técnicos, científicos, militares y de inteligencia que podían ser de gran ayuda durante la guerra fría.

 

De hecho, los estadounidenses establecieron su propia operación de contrabando de criminales de guerra —bajo el nombre de Operación Paperclip—, mediante la cual se hicieron con los servicios de científicos de primera fila, como Werner von Braun, que debería haberse sentado en el banquillo de Núremberg por sus experimentos con seres humanos en el centro de investigación aeronáutica de Peenemunde (Alemania), o el general Reinhard Gehien, que acabó ocupando un puesto de la máxima relevancia en la CÍA antes de hacerse cargo de los servicios de inteligencia de la República Federal de Alemania.

Otros criminales de guerra que obtuvieron refugio tras los muros del Vaticano fueron Franz Stangí, comandante del campo de exterminio de Treblinka (Polonia), Eduard Roschmann, El Carnicero de Riga, el general de las SS Walter Rauff, inventor de la cámara de gas portátil, Gustav Wagner, comandante del campo de Soribibor, y, sobre todo, el doctor Joseph Mengele, el Ángel de la Muerte del campo de Auschwitz.

Draganovic también colaboró con el gobierno argentino para posibilitar la llegada a ese país de los técnicos que el diseñador alemán Kurt Tank necesitaba para la fábrica de aviones de Córdoba. Estos también recibieron pasaportes de la Cruz Roja y fueron alojados en el convento de monjas Centocelle hasta que tomaron un avión de la Flota Aérea Mercante Argentina con destino a Buenos Aires. (A modo de curiosidad, diremos que aquellos refugiados que estuvieron escondiéndose en conventos de religiosas lo hicieron, en su mayoría, disfrazados de monjas. Tanto es así que en diversos conventos se pudo comprobar un súbito aumento en el número de hermanas, muchas de ellas con graves problemas hormonales a juzgar por lo rudo de su voz y sus ademanes, así como por su vello facial.) Sin embargo, este grupo llevaba consigo un regalo «sorpresa»: ni más ni menos que el criminal de guerra Gerhard Bohne, encargado del programa de eutanasia del Reich.

Así, toda una galería de siniestros personajes, desde Pavelic a Adolf Eichmann, consiguió sus pasajes hacia Argentina a través de la Santa Sede. En el caso concreto de Pavelic, Draganovic hizo una excepción y, tras proporcionarle un flamante pasaporte de la Cruz Roja, le acompañó personalmente hasta Buenos Aires junto a un nutrido grupo de antiguos camaradas ustashi.

Entre los fugados también hubo algunos —pocos— héroes de guerra genuinos que no fueron perseguidos sino por su extraordinario celo en el campo de batalla, como el coronel Hans Rudel, que a los mandos de su bombardero Stuka destruyó más de quinientos tanques soviéticos y hundió varios barcos. Perdió una pierna en combate, pero ello no fue impedimento para seguir luchando hasta el fin de la guerra. Rudel era buscado por la Unión Soviética y apareció en Bariloche, donde pronto se hizo conocido por sus grandes cualidades como esquiador.
 


EL MÉDICO HOMÓFOBO
Otros no tenían un pasado tan glorioso, como el doctor Kari Vaernet, famoso por los «experimentos» que realizaba con homosexuales en el campo de concentración de Buchenwaid, donde, entre otras cosas, se dedicó durante una temporada a la cas tración de gays para reemplazar sus testículos por bolas de metal. Nada más llegar a Argentina, el homófobo doctor pasó a trabajar para el Ministerio de Sanidad y mantuvo una consulta en la bonaerense calle Uriarte. Los nazis de segunda fila, sin los re cursos ni los contactos necesarios para disfrutar de los servicios de la peculiar «agencia de viajes» que extraoficialmente funcio naba en San Jerónimo, tuvieron que arreglárselas por su cuenta y terminaron diseminados en países tan diversos como España, Siria, Egipto, Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Canadá y Australia. Entre unos y otros, se calcula que no menos de treinta mil prófugos consiguieron eludir la acción de la justicia.

Los servicios secretos estadounidenses siempre sospecharon que los nazis obtenían los pasaportes vaticanos que les permitían instalarse en su dorado retiro sudamericano previo pago de un importe no precisamente barato.13 Por otro lado, no todo este dinero acababa en las arcas de la Iglesia. Documentos del Departamento de Estado estadounidense desclasificados en 1998 señalan que el padre Draganovic se enriqueció personalmente con su «operación caritativa», cobrando cuantiosas cantidades a aquellos a los que proveía de documentación falsa.

Los servicios de inteligencia estadounidenses bautizaron el pasi llo de escape que el Vaticano facilitó a nazis y antiguos ustashi como ratline, la línea de las ratas,14 un término náutico que se refiere a los flechastes, «los cordeles horizontales que, ligados a los obenques, como a medio metro de distancia entre sí y en toda la extensión de jarcias mayores y de gavia, sirven de escalones a la marinería para subir a ejecutar las maniobras en lo alto de los palos».15

13. Aarons, Mark y Loftus, John, Ratlines, William Heinemann, Londres, 1991.

14. «The Fate of the Wartime Ustashi Treasure», informe del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Junio de 1988.

15. Diccionario de la Real Academia Española.

Es decir, la última parte del barco que se hunde cuando la nave se va a pique. El uso de este término para designar las operaciones que se realizaron y las redes que se establecieron para el rescate de algunos de los asesinos más sanguinarios de la historia europea no podía ser más apropiado.

Existen documentos argentinos que demuestran que en 1946 monseñor Giovanni Battista Montini contactó, al menos en dos ocasiones, con el embajador argentino ante la Santa Sede. En la segunda oportunidad, le transmitió la preocupación del papa por «todos los católicos impedidos de regresar a sus hogares debido a las probabilidades de ser objeto de persecuciones políticas», proponiendo la elaboración de un plan de acción conjunta entre Argentina y la Santa Sede. En ninguno de estos documentos existen referencias específicas sobre la exclusión de dicho plan de los responsables de crímenes de guerra.

Otro de los personajes importantes de esta trama fue el obispo austríaco Alois Hudal, que en 1948 escribió a Juan Domingo Perón pidiéndole cinco mil visados para soldados alemanes y austríacos. Se cuenta la anécdota de que durante una celebración navideña en 1947, Hudal dijo a un grupo de unos doscientos fugitivos nazis ocultos bajo su protección en el Vaticano: «Pueden confiar en que la policía no les encontrará: no es la primera vez que la gente se oculta en las catacumbas de Roma».

El mecanismo para obtener visados funcionaba de manera simple: la dirección de migraciones argentina otorgaba un permiso de desembarco bajo un nombre supuesto al solicitante, con el que el prófugo obtenía de la Cruz Roja un «documento de viaje». Luego, no había más que solicitar un visado en el consulado argentino y someterse a una «certificación de identidad» al llegar a Buenos Aires. En 1949 Juan Domingo Perón decidió que ni tan siquiera había por qué preocuparse de las apariencias y aprobó una amnistía mediante la cual aquellos que ingresaron con nombre falso en el país podían recuperar su identidad. Gracias a ello, los fugitivos más buscados del mundo lograron iniciar una nueva vida libre de preocupaciones. Entre estos criminales de guerra estaba Erich Priebke, miembro de las SS en Roma, acusado de la matanza de 335 personas en las Fosas Ardeatinas, que escapó bajo un nombre falso, recuperó su identidad en 1949 y vivió como ciudadano modelo en Bariloche, hasta que un equipo de la televisión norteamericana lo descubrió en 1995, precipitando su extradición a Italia.

Fue durante este proceso cuando entró en escena Licio Gelli, uno de los personajes clave en los manejos menos confesables del Vaticano durante la segunda mitad del siglo XX. Gelli tenía el perfil ideal para participar en la operación de exportación de nazis, ya que no sólo había sido oficial de enlace con la División SS Hermann Góring, sino que además contaba con múltiples contactos en la mafia, muy útiles a la hora de sacar a un hombre de Italia burlando la curiosidad de las autoridades o proveerle de toda clase de documentación falsa.16 Hay indicios de que Gelli pudo actuar en esa época como enlace entre los elementos italianos de las ratlines y ODESSA y Die Spinne (La araña), las dos organizaciones clandestinas de antiguos nazis que gestionaban la fuga y recolocación de criminales de guerra.

 

16. Yailop, David, op. cit.


ESPERANDO A LA CABALLERÍA
Mientras, en Croacia, Stepinac había convocado una conferencia de obispos en Zagreb que tuvo como resultado la proclamación de una carta pastoral en la que los obispos incitaban a la población a levantarse en armas contra el nuevo gobierno del país. Los ustashi que no habían sido ejecutados o que no habían huido del país se echaron al monte formando una organización terrorista con el elocuente nombre de Los Cruzados. La bandera de la organización fue consagrada en la capilla de Stepinac. Muchos sacerdotes y monjes formaban parte de la organización, bien como militantes armados, bien desempeñando labores de espionaje y comunicación. Mucha de la información recogida por estos clérigos espías terminó en poder de los servicios secretos estadounidenses a través del Vaticano.17

La colaboración entre los estadounidenses y los rebeldes ustashi no es de extrañar si tenemos en cuenta que estos últimos esperaban una intervención norteamericana en Croacia. El propio Stepinac estaba convencido de que tarde o temprano se produciría.18 Quizá Stepinac tenía motivos para pensar así. A fin de cuentas, por aquellos días Pío XII mantenía una relación más que fluida con la cúpula militar estadounidense. Baste un ejemplo: en un solo día de junio de 1949 el papa recibió en audiencias sucesivas a cinco generales estadounidenses de primera fila.

17. Manhattan, Avro, The Vatican Holocaust, op. cit.

18. New Statesman & Nation. Londres, 26 de octubre de 1946.

 

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