CAPÍTULO III

LOUIS MARTIN-CHAUFFIER

Es intermediario entre los testigos menores, a los que supera intentando dominar o por lo menos explicar doctamente los acontecimientos que ha vivido, y las grandes figuras como David Rousset, del que no tiene la potencia de análisis, o como Eugen Kogon de cuya precisión y minaciosidad carece. Por este motivo, y teniendo en cuenta el lugar que ocupa en la literatura y el periodismo de la postguerra, no podía ser clasificado entre los primeros ni entre los últimos.

Es un literato profesional.

Pertenece a esta categoría de autores a los que se llama «comprometidos». El se compromete, pero también se desliga a menudo - para volverse a comprometer -, pues el compromiso constituye en él una segunda naturaleza. Se le conoció como simpatizante del comunismo - bastante tarde - y ahora es anticomunista. Probablemente, además, por las mismas razones y en las mismas circunstancias: la moda.

El no podía dejar de testificar sobre los campos de concentración. En primer lugar porque su profesión es la de escritor. Después, parque tenía necesidad de darse a sí mismo una explicación del acontecimiento que le había afectado. Con elloe ha permitido que otros se aprovechen de su explicación. Sin duda no ha advertido que salvo en la manera de expresarse decía lo mismo que todos.

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Título del testimonio: El hombre y la bestia, publicado en 1948 por las ediciones Gallimard.

Originalidad: ha visto las cajas de cartón que contenían la margarina que se nos distribuía - obtenida de la hulla, naturalmente - adornadas ridículamente con la indicación de "Garantizado sin materia grasa." (Página 95. Ya citado.)

Testimonio que es un largo razonamiento con referencia a hechos que el autor caracteriza con anterioridad a toda reflexión moral o de otra clase.


TIPO DE RAZONAMIENTO.

Antes de ser deportado a Neuengamme, Louis Martin-Chauffier permaneció en Compiègne-Royallieu. Conoció al capitán Douce, que entonces era jefe del campo. Sobre él expresa el siguiente juicio:

«El capitán Douce, "decano" del campo y celoso servidor de los que le habían confiado este puesto escogido, hacía su cuenta en voz alta, encaramado sobre una mesa, fumando sin parar cigarrillos que no nos habían sido entregados en contra de lo dispuesto por el reglamento.» (Página 51.)

En Neuengamme conoció a André, que era uno de los primeroas personajes del campo, funcionario con autoridad escogido por la S.S. entre los detenidos. He aquí el retrato que hace de él:

«Estrechamente vigilado por la S.S., especie de lo más desconfiada, se veía obligado a hablar rudamente a los presos, a mostrarse brutal en sus palabras, insensible, inflexible, para poder conservar el papel que había escogido y desempeñado no sin cierta pena. El sabía que la menor debilidad traería consigo una denuncia y su destitución inmediata. La mayoría se dejaban engañar por sus modales, le creían cómplice de la S.S., su protegido, nuestro enemigo. Como él era responsable de las salidas y de la asignación de los puestos, se le acusaba de enviar gente a los comandos,

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con una indiferencia que más bien era aparente, sin tener en cuenta las súplicas, las quejas, las recriminaciones... Cuando un millar de deportados tenían que salir en comandos y solamente 990 eran encerrados en unos vagones de ganado, no se daban cuenta de todas las artimañas que había empleado André, de todos los riesgos que había corrido para sustraer a diez hombres de una muerte probable... El sabía que era generalmente detestado o sospechoso. Había escogido serlo prefiriendo el servicio prestado, a la estima...
»Tal como vi a André, aceptaba con el mismo ánimo la amenazadora cordialidad de la S.S., el servilismo cómplice de los Kapos y jefes de bloque o la hostilidad de la masa. Yo creo que había vencido la humillación, reemplazando su propia virtud por una especie de helada pureza extraña a él. Renunció a su ser en favor de un deber que ante sus ojos merecía esta sumisión.» (Páginas 167, 168 y 169.)

De este modo, de dos hombres que cumplen las mismas funciones, uno merece la seve ridad lacónica y el menosprecio del autor, mientras que el otro se beneficia no sólo de su indulgencia aprobatoria sine también de su admiración. Si se profundiza más al leer la obra se entera uno de que el segundo ha prestado un apreciable servicio a Martin-Chauffier en una circunstancia que puso en peligro su vida. Yo no he conocido al capitán Douce en Compiègne, pero es muy probable que, en comparación a André, su única culpa sea la de no haber sabido escoger la gente a la cual prestaba servicios - pues ciertamente, también él tenía sus clientes - y la de tener unos conocimientos literarios demasiado limitados para saber que en su jurisdicción había cierto número de Martin-Chauffieres y el propio Martin-Chauffier.

Por otra parte, no está de más añadir lo que este razonamiento postula:

«Yo he admirado siempre con un poco de temor y alguna repulsión, a aqellos que para servir a su patria o a una causa que estiman justa, optan por todas las consecuencias de la duplicidad: o la desconfianza despectiva del adversario que les emplea, o su

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confianza si les engaña; y la aversión de sus compañeros de combate que ven en él un traidor; y la camaradería abyecta de los auténticos traidores o de los simples vendidos que al verle asociado a su misma tarea le consideran como uno de los suyos. Es necesaria una renuncia a sí mismo que me asombra, un artificio que me confunde y me irrita.» (1). (Página 168.)

Uno se pregunta qué esperan los abogados de Pétain para recoger este argumento que tiene el valor de ester escrito por la pluma de una de las más destacadas figuras del cripto-comunismo. Si la moda vuelve al «petainismo», Martin-Chauffier podrá retirar en todo caso alguna arrogancia, y quizá... sacar de nuevo algún provecho.


OTRO TIPO DE RAZONAMIENTO.

En el campo, Martin-Chauffier conversa con un médico que le dice:

«Actualmente hay en el campo tres veces más enfermos de los que puedo recibir. La guerra acabará en cinco o seis meses a más tardar. Se trata para mí de hacer resistir al mayor número posible. Yo he escogido.

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Usted y otros se van restableciendo lentamente. Si les devuelvo al campo en ese estado y en esta estación del año (estábamos a finales de diciembre) morirán en tres semanas. Yo les cuido. Y --escúcheme bien-- yo hago entrar a los que no están muy gravemente enfermos y una estancia en el Revier puede salvar. A los que están perdidos les rechazo. (2) No puedo permitirme el lujo de acogerlos para ofrecerles una muerte apacible. Yo garantizo el cuidado de los vivos. Los otros morirán ocho días antes: de todas maneras, morirán demasiado pronto. Tanto peor, yo no obro por sentimiento, obro por eficacia. Este es mi papel.
»Todos mis colegas están de acuerdo conmigo, es el camino justo. Cada vez que niego la entrada a un moribundo y me mira con estupor, con terror, con reproche, yo quisiera explicarle que cambio su vida perdida por otra quizá salvada. El no comprendería, etc...» (Página 190.)

Yo había comprobado ya sobre el terreno que se podía entrer en el Revier (3) y ser cuidado en él - relativamente - par motivos entre los cuales la enfermedad o su gravedad a veces sólo eran secundarios: maña, influencias, necesidad política, etc. Yo cargaba el hecho a cuenta de las condiciones generales de vida. Si los médicos presos han hecho por añadidura el razonamiento que Martin-Chauffier atribuye a éste, conviene registrarlo como argumento filosófico, y hacerle entrar al lado del sadismo de la S.S. como elemento causal en la explicación del número de muertos. Pues le hace falta mucha ciencia, seguridad y también presunción a un médico para determinar en algunos minutos quién puede ser salvado y quién no puede serlo. Y si ha sucedido así, yo temo mucho que habiendo dado los médicos este primer paso hacia una concepción nueva del comportamiento en la profesión, no hayan dado un segundo para preguntarse no ya quién puede, sino quién debe ser salvado y quién no debe serlo, y para resolver este caso de conciencia mediante la referencia a unos imperativos extra-terapéuticos .

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EL RÉGIMEN DE LOS CAMPOS.

«El tratamiento que nos infligía la S.S. era la puesta en práctica de un plan concertado en las altas esferas. Podía admitir algunos refinamientos, embellecimientos, floreos, debidos a la iniciativa, a la fantasía, a los gustos del jefe de campo: el sadismo tiene matices. El designio general estaba determinado. Antes de matarnos o de hacernos morir, era preciso envilecernos.» (Página 85.)

Bajo la ocupación, existía en Francia una Asociación de familias de deportados e internados políticos. Si una familia se dirigía a ella para tener noticias sobre la suerte de su deportado, recibía un informe retransmitido por radio procedente de esa «alta esfera» alemana.

He aquí. el informe (4):

«Campo de Weimar.-- El campo está situado a 9 kilómetros de Weimar y comunicado con esta ciudad por ferrocarril. Está a 800 metros de altura.
»Le rodean tres cercos de alambradas concéntricas. En el primer cerco están los barracones de los prisioneros, entre el primero y el segundo cerco se encuentran las fábricas y los talleres donde se fabrican accesorios para aparatos de radio, piezas de mecánica, etc.
»Entre el segundo y el tercer cerco se extiende un terreno no edificado en el que se acaban de talar árboles y donde se construyen las carreteras del campo y el pequeño ferrocarril.
»El primer cerco de alambradas está electrificado y rodeado por innumerables torretas en lo alto de cada una de las cuales se encuentran tres hombres armados. En el segundo y tercer cerco no hay centinelas pero en la zona de las fábricas hay un cuartel de la S.S.:

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en esa zona y en el tercer cerco patrullan durante la noche soldados con perros.
»El campo se extiende sobre ocho kilómetros y contiene unes 300.000 internados. En los comienzos del régimen nazi, los enemigos eran internados en él. De la población, la mitad son franceses, la mitad extranjeros, alemanes antinazis pero que siguen siendo alemanes y suministran la mayor parte de los jefes de bloque. También hay rusos, entre ellos algunos oficiales del ejército rojo, húngaros, polacos, belges, holandeses, etcétera.
»El reglamento del campo es el siguiente:
»4,30 horas: levantarse, aseo vigilado con el torso desnudo, lavado obligatorio del cuerpo.
»5,30: 500 centímetros cúbicos de potaje o café, con 450 gramos de pan (a veces tienen menos pan pero tienen en cambio una abundante ración de patatas de buena calidad); 30 gramos de margarina, una rodaja de salchichón o un pedazo de queso.
»A las 12, café.
»18,30: un litro de buena sopa espesa.
»Por la mañana, a las 6, partida hacia el lugar de trabajo. El agrupamiento se hace por oficios: fábrica, cantera, leñadores, etc. En cada destacamento los hombres se colocan en filas de a cinco y se cogen del brazo para que las filas estén bien alineadas y separadas. Después se sale con la banda de música en cabeza (formada por 70 u 80 ejecutantes, internados de uniforme: pantalóon rojo y chaquetilla azul con bocamangas negras.)
»El estado sanitario del campo es muy bueno. Al frente se encuentra el profesor Richot, deportado. Visita médica diaria. Hay numerosos médicos, una enfermería y un hospital, como en un regimiento. Los internados llevan el traje de los presidiarios alemanes en paño artificial relativamente caluroso. Su ropa interior fue desinfectada al llegar. Tienen una manta para cada dos.
»No hay capilla en el campo. No obstante, hay numerosos sacerdotes entre los internados, pero en

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general han disimulado su condición. Estos sacerdotes reúnen a los fieles para charlas, rezo del rosario, etc.
»Tiempo libre.-- Libertad completa en el campo el domingo por la tarde. Estas horas de asueto están amenizadas por las representaciones que da una compañía teatral organizada por los internados. Hay cine una o dos veces por semana (películas alemanas), radio en cada barracón (comunicados alemanes) y bellos conciertos dados por la orquesta de prisioneros.
»Todos los presos están de acuerdo en considerar que se encuentran major en Weimar que en Fresnes o en las otras prisiones francesas en las que estuvieron antes.
»Recordamos a las familias de los deportados que el aliado de las fábricas de Weimar que tuvo lugar a finales de agosto no hizo ninguna víctima entre los deportados del campo.
»Recordamos también que la mayoría de los trenes que partieron de Compiègne y de Fresnes en agosto de 1944 se dirigieron a Weimar.»

Jean Puissant, que ha citado este texto, le hace seguir de la siguiente apreciación: un monumento de picardía y de mentiras.

Evidentemente, está escrito en un estilo benévolo. No se dice en él que en los talleres de Buchenwald las piezas sueltas de mecánica que se fabrican son de armas. No se habla en él de los que son ahorcados por sabotaje, de las formaciones para pasar lista una y otra vez, de las condiciones de trabajo, de los castigos corporales. No se precisa que la libertad del domingo por la tarde está limitada por los azares de la vida del campo, ni que si los sacerdotes reúnen a sus fieles para charlas u oraciones es clandestinamente y con el riesgo de crueles incidentes que el ambiente podría asemejar a complots. Incluso se miente en él cuando se pretende que los deportados se encontraban allí mejor que en las prisiones francesas, que el de agosto de 1944 no ocasionó ninguna víctima entre los internados o que la mayoría de los trenes que partieron en esa fecha de Compiègne o de Fresnes se dirigieron a Weimar.

Pero tal como está, este texto se acerca más a la verdad que el testimonio del hermano Birin, especialmente en lo relativo a

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Yo estoy persuadido por mi parte de que, aun en los límites impuestos por el hecho de la guerra, nada impidió a los presos que nos administraban, nos mandaban, nos vigilaban, nos encuadraban, el hacer de la vida en un campo de concentración algo que se hubiera parecido bastante al cuadro que presentaban los alemanes, a través de intermediarios, a las familias que pedían informes.


MALOS TRATOS.

«Yo he visto a mis desdichados compañeros culpables solamente de tener los brazos débiles, morir bajo los golpes que les prodigaban los presos políticos aIemanes elevados al cargo de capataces y convertidos en cómplices de sus antiguos adversarios.» (Página 92.)

Sigue la explicación:

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«Estos hombres brutales al golpear desde luego no tenían la intención de matar; mataban sin embargo en un acceso de furor placentero, con los ojos inyectados, el semblante escarlata y la baba en los labios, parque no podían pararse: les era necesario llegar en su placer hasta el final.»

Se trata de un hecho que desacostumbradamente es imputado por él a los presos sin ningún falso rodeo. Nunca se sabe: es posible que haya individuos que maten «en un acceso de furor placentero» y no tengan otro fin que «llegar en su placer hasta el final». En el mundo, aunque no sea normal sí es al menos habitual y admitido por la tradición que haya anormales: también puede haberlos en un mundo en el que todo sea anormal. Pero yo me inclino más bien a creer que si un Kapo, un jefe de bloque o un Lagerältester llegaban a este extremo, obedecían a móviles ligados a complejos más accesibles: el deseo de venganza, el afán de agradar a los amos que les habían confiado un puesto selecto, el deseo de conservarlo a cualquier precio, etc. Incluso añado que, si bien maltrataban, se abstenían de provocar la muerte de un hombre, lo cual era susceptible de atraerles molestias con la S.S., al menos en Buchenwald y Dora.

A pesar de esta explicación, hay que perdonar a Martin-Chauffier por haber citado también dos hechos cuyo carácter criminal no puede ser considerado en modo alguno como resultante de la «puesta en práctica de un plan concertado en las altas esferas».

«Semanalmente, el Kapo del Revier pasaba reconocimiento (de lo que no entendía nada), examinaba las hojas de temperatura cuyos márgenes estaban cubiertos de observaciones en torno a un diagnóstico inquietante, y miraba a los enfermos: si sus cabezas no le agradaban, les declaraba aptos para abandonar el Revier, cualquiera que fuese su estado. El médico procuraba anticiparse o inclinar su decisión, que era difícil de prever, pues el Kapo, que tenía impresiones en lugar de ciencia, además era un lunático.» (Página 185.)

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Y también:

«La corriente de aire polar, y el aseo obligatorio con el torso desnudo, eran medidas de higiene. Cada procedimiento de destrucción se cubría así de una impostura sanitaria. Este se reveló de los más eficaces. Todos los que sufrían de alguna enfermedad en el pecho fueron arrebatados por ella en pocos días.» (Página 192.)

Nada obligaba al Kapo a adoptar este comportamiento ni a los Stubendienst, Kalfaktor y Pfleger (5) del Revier a formar esta corriente de aire polar o hacer pasar al lavabo, con el torso desnudo, agua fría y sin distinción, a los infelices confiados a su tutela.

Ellos lo hacían sin embargo con el propósito de agradar a la S.S., que lo ignoraba la mayoría de las veces, y con el fin de conservar un puesto que les salvaba la vida.

Hubiera sido deseable que Martin-Chauffier hubiese dirigido su acusación contra ellos con tanto vigor como lo hace contra la la S.S., o que por lo menos hubiese repartido equitativamente las responsabilidades.

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EPÍLOGO

El momento en el cual se publicó este libro en Francia no me ofreció la posibilidad de aprovechar los testimonios recogidos por la fundación Hoover y publicados muy posteriormente.

Para finalizar, indicaremos lo que escribe la pluma de Dominique Canavaggio (ex director de Temps de Paris y yerno del pastor Boegner) sobre Martin-Chauffier:

Louis Martin-Chauffier - que posteriormente sería detenido por la Gestapo y enviado a Auschwitz - era colaborador de Sept jours, un semanario dirigido por Jean Prouvost. Una mañana, cuando me encontraba en Lyon, se me acercó a mí con un rostro desfigurado por la angustia.

-- Mi hija tiene tuberculosis; su estado es muy grave: he intentado hacerla tratar en Francia, es imposible; aquí no se encuentra en ningún sitio la altura necesaria unida a la comodidad y a los cuidados; sólo una estancia en Suiza podría salvarla. ¿Cree usted que ella podría recibir de Laval un pasaporte?

Yo le prometí hacer todo lo posible, y al regresar a Vichy visité inmediatamente al jefe del gobierno. La palabra justa era «imposible», pues desde noviembre de 1942 los alemanes controlaban severamente las entradas y salidas en la frontera suiza: por decirlo así, no dejaban pasar a nadie excepto a algunas personalidades oficiales.

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Además el nombre de Martin-Chauffier (6) ya era entonces ligeramente sospechoso para ellos y nada conveniente para facilitar las cosas. Laval oyó mi ruego sin interrumpirme y cuando terminé me dijo:

-- ¿Martin-Chauffier?... ¿Es éste el que escribió durante la época de Munich artículos en los cuales exigía que yo fuese enviado a la horca?

-- Sí, señor presidente, es el mismo.

Permaneció inmóvil un momento; mi mirada sostuvo la suya. Finalmente dijo:

-- Dígale usted que su hija irá a Suiza. Arregle usted las formalidades con Bousquet.

-- Gracias, señor presidente. Estaba seguro de que usted lo haría; y no estoy seguro de si Martin-Chauffier quedará agradecido...

El me retuvo con un movimiento:

-- No pido agradecimiento; lo hago por sentimiento humano.

(Dominique Canavaggio. Periodista)

Como se ve, Martin-Chauffier estaba especialmente inclinado para llegar a ser una de las cabezas pensadoras de la Resistencia. El «honró» además con su colaboración esporádica a Le Figaro, Paris-Presse y Paris-Match. La obra biográfica de consulta Pharos dice de él que antes de la guerra dia a conocer claramente sus opiniones políticas y sus simpatías hacia el comunismo, lo cual confirmó durante la guerra civil en España: en 1937 se fue a la Unión Soviética. En 1945 se encontraba naturalmente de nuevo al lado de los comunistas en el famoso «Comité national des écrivains» y era uno de los más furiosos perseguidores.

Sin duda alguna debió tratar de conseguir perdón por lo que había ocurrido entre estas dos fechas. Hoy se encuentra Martin Chauffier - como también Eugen Kogon y David Rousset - en frías relaciones (obra al menos como si estuviese en frías relaciones) con los comunistas, cuyo juego ha hecho y en cierto modo sigue haciendo.

¿Por cuánto tiempo?

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