SEGUNDA PARTE

MELINAR Y LOS YO MULTIDIMENSIONALES
 

 

I - LOS ZAPATOS ROJOS

El año es 1994, el lugar: Planeta Tierra, la ciudad de Nueva York, la parte occidental superior. Graciela se baja de un taxi en la esquina de Broadway y la calle 78 apretando firmemente una bolsa de compras de uno de los almacenes más exclusivos de la ciudad. Alegre y nerviosa al mismo tiempo, ella reflexiona sobre su estado mental.

 

Acaba de pagar casi 300 dólares por un par de zapatos rojos de tacón alto, una suma exorbitante por un par de zapatos. Después de muchos años de meditar y buscar la verdad, de viajar por todo el mundo y de buscar respuestas en miles de libros, está de pie en las peligrosas calles de Nueva York, apretando firmemente un par de zapatos que cuestan lo suficiente para alimentar a una familia de seis personas durante un año en algún país tercermundista.


Una quejumbrosa voz llega a la conciencia de Graciela. Mira y ve a una joven mujer desgarbada sobre unos escalones de concreto. Está sucia, andrajosamente vestida y visiblemente perturbada. Su rostro está lastimado. La mujer llora histéricamente y grita:

"¡No tengo nada, no tengo dónde vivir, no tengo qué darles a mis hijos!"

Su desespero llena la calle mientras les suplica a los transeúntes. Como están en Nueva York naturalmente, todo el mundo la ignora. La bolsa se vuelve más pesada en los brazos de Graciela. Con un sentimiento de cobardía y culpabilidad, ella abre discretamente su bolso y saca un billete de 20 dólares. Toma precauciones para no atraer la atención de asaltantes potenciales. Camina lentamente hacia la triste mujer y deja caer el billete en sus manos encallecidas y ansiosas.


La mujer salta de alegría y grita a los cuatro vientos:

"¡VEINTE DÓLARES!"

¡Dios mío, esta mujer me dio veinte dólares!

 

Todas las personas que estaban cerca se dieron vuelta y miraron a la mujer y a Graciela. Ella sabe que si permanece un minuto más será acosada por otros mendigos desesperados. En medio del pánico, Graciela empieza a correr esquivando el tráfico mientras cruza Broadway y la 78 para llegar a Riverside Drive. Entra en un edificio de apartamentos, besa al portero y toma el ascensor.

 

Recuesta su cuerpo contra sus cómodas paredes, mientras su corazón late apresuradamente.

 

Los zapatos ya no están.
 



En otra dimensión Inanna, la hermosa diosa Pleyadiana, está sentada en una óvalo transparente contemplando las proyecciones multidimensionales de su Yo que ella ha lanzado en el continuo del espacio/tiempo. Alcanza a percibir una sensación de temor y pánico de uno de los Yo. Se enfoca sobre el área de la molestia y ve la imagen de Graciela en el ascensor.

 

El corazón de la chica se acelera peligrosamente, quizás es necesario un poco de sosiego.
 



Graciela escucha una voz familiar en su mente:

"Cálmate, estás bien. Fue algo muy generoso de tu parte el haber ayudado a esa pobre mujer. Respira profundamente y cálmate".

Mientras abre la puerta de su apartamento Graciela empieza a llorar. Dos hermosos pastores alemanes negros saltan de gozo, besan sus lágrimas y le dan la bienvenida a casa. Ella abraza a sus dos ángeles guardianes con agradecimiento.


Graciela se dirige a la ventana. Después de vivir veinte años en Nueva York por fin vive en un apartamento con una magnífica vista al río Hudson. El apartamento queda en el piso veinte; quizás un piso por cada año. Desde la seguridad de su balcón elevado ella mira hacia abajo al Riverside Park. Es la primavera y los capullos de cerezos están en plena floración. La belleza es engañosa, pues oculta las cajas de cartón que están detrás de los árboles y que son el hogar de muchos indigentes.

 

Desde arriba los ve claramente.

"Ya no puedo aguantar esto. Me siento tan impotente frente a un desespero tan agobiante".

Ella recuerda al hombre que vive en el parque durante todo el invierno y que se cubre con periódicos para protegerse del frío.

 

En un temor mutuo, sus ojos se han encontrado más de una vez. Los ojos del hombre expresaban su dolor y desesperanza, penetraban en las profundidades del alma de Graciela dejándola con un sentimiento de impotencia total. El dolor que produce la ciudad es más de lo que ella puede soportar. Sueña con las montañas del Noroeste del Pacífico, con bosques de cedro y agua pura.

 

Abraza a sus perros y promete empacar y abandonar la ciudad, lo que para ella se ha convertido en una promesa vacía.
 



Inanna se relaja, sabe que Graciela ha recibido las imágenes del santuario de la montaña y las ha absorbido dentro de su ser. Muy pronto ella estará sola con las estrellas en Montaña Perdida. Fuera del caos de la ciudad ella podría escuchar a Inanna y, en el silencio del bosque, puede llegar a recordar.

 

Quizás ésta tenga más éxito que los demás Yo. Quizás ésta activará los genes regresivos y podrá reunir a los otros Yo que están perdidos en medio de sus creencias.

 

Tal vez esta joven mujer tendrá éxito donde muchos han fallado.
 

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II - LOS BRILLANTES


Inanna miró fijamente su piel azul y observó que sus células mostraban un tono pálido y cansado. Decidió descansar un buen rato; contempló a sus Yo multidimensionales y se preguntó por qué no podía llegar a ellos. La semana pasada Olnwynn fue asesinado por su propio hijo.

 

Cuando Inanna decidió encarnar en una variedad de seres humanos, no tenía idea de que la vida en un cuerpo humano podía ser tan peligrosa y desconcertante. Esta experiencia llevaba consigo algo muy denso y no era de extrañar que la raza humana estuviera experimentando tanto conflicto. La llegada del Kali Yuga sólo había empeorado más las cosas.


La civilización Pleyadiana siempre ha entendido las fases de la creación en cuatro ciclos continuos conocidos como las edades o Yugas. El primer período es una edad dorada donde predominan la sabiduría y el logro. A esta fase le sigue una segunda edad en la cual la sabiduría es reemplazada por el ritual. El tercer ciclo es una edad de duda.

 

El Primer Creador se pierde a sí mismo en su creación y el hombre y la mujer olvidan su origen divino. Por último viene la cuarta edad, el Kali Yuga, que se puede describir como una edad de oscuridad, confusión y conflicto. Se invierten todos los valores de la primera edad dorada y la mente inferior domina mientras la avaricia y el temor prevalecen.


En medio de la atmósfera sofocante de este Kali Yuga, Marduk, el primo de Inanna y sus tenientes han ideado los restrictivos campos magnéticos de extrema baja frecuencia, los ELFs, para seguir confundiendo y azorando a los habitantes de la Tierra. Rodeados por una prisión implícita de ondas electromagnéticas, ellos ya no podían permanecer en silencio y escuchar su voz interior. Se apresuraban para no llegar a ninguna parte, se preocupaban, pagaban cuentas, pedían más dinero prestado y se sentaban durante horas frente a sus televisores esperando que alguien les diera las respuestas.

 

La gente acumulaba posesiones y creía que las cosas los mantendrían a salvo. La idea del fin del mundo se hacía cada vez más popular. El caos y la confusión aumentaban a diario.


En medio de su creciente frustración, Inanna silbó con sus dragones guardianes. Mientras más imposible parecía todo, más resuelta estaba a ayudar en la liberación de la especie humana. Se recostó, cerró los ojos y permitió que su mente volara. Se obligó a relajarse y por un momento se olvidó de sus Yo multidimensionales.

 

Una brisa refrescante flotó por su cuerpo mientras pensaba en su planeta nativo, Nibiru, y en las maravillosas fiestas que solía dar su bisabuela. Se vio a sí misma de niña devorando chocolates exóticos de Valthezon. Saboreó el recuerdo; un dulce líquido llenó su boca y bajó por su mentón.

 

Se rió dulcemente.

"¡Inanna!", le gritó una voz que era familiar pero que no podía identificar muy bien.

No era ninguno de sus Yo de la Tierra ni un miembro de su notoria familia.

"¡Inanna! ¿No recuerdas el tiempo antes de nacer en la familia de Anu? Recuerda el tiempo antes de que nacieras en tu hermoso cuerpo azul, antes de Nibiru y la Tierra".

Inanna arrugó la frente. Se formaron pensamientos en su mente.

"¿Quieres decir antes de que llegara a ser yo, Inanna? ¿Qué pude haber sido yo antes de Inanna?"

A su mente le llegó una visión: Un numero infinito de formas de luz geométrica y de colores que constantemente cambiaban en una sucesión rápida. Quiso que las formas se quedaran quietas para poder identificar por lo menos una de ellas, pero ellas se negaban.

"¡Inanna, soy yo, tu viejo mentor, Melinar!"

¡Melinar! El nombre le era tan familiar.

 

Ella dilató su conciencia. Había habido otra clase de experiencia. A sus pensamientos llegaron recuerdos vagos. ¡Melinar! ¡Mi profesor! Aquí sí había una frecuencia de tiempo.

 

Si el tiempo terrestre se podía describir como algo denso y viscoso, la dimensión de Melinar era vapor y niebla.


Inanna trató de enfocarse en la visión. De vez en cuando se le aparecía la forma de un rostro pero rápidamente desaparecía. El rostro era familiar, amable y tierno, un viejo con verdes ojos resplandecientes que le recordaban a Inanna sus esmeraldas favoritas.

 

Entonces recordó por qué apreciaba las joyas; la visión cambiante que presentó Melinar era algo así como miles de piedras mutantes cortadas que brillaban con una luz interior transparente. Una vez ella había sido precisamente esta forma y lo recordó muy claramente. Ella había sido un cuerpo de 144 formas geométricas en movimiento perpetuo conocidas como los brillantes.


Un día se había cansado de ser este espectáculo de color radiante de inteligencia creadora y decidió experimentar con otras formas de vida. Melinar había estado tan orgulloso de ella por ser lo suficientemente valiente y aventurarse a escoger el cuerpo de una Pleyadiana azul.


Ahora él la estaba visitando.

 

Inanna sintió un placer inocente y agradable por el hecho de que Melinar había pensado en ella. La Vida había sido tan diferente en aquella dimensión, no era parecida a la realidad de los hijos buscapleitos y camorristas de Anu. Tampoco era como las experiencias repetitivas en la Tierra.


Inanna sintió nostalgia. Se fusionó con Melinar en una amistad recordada y se alegró mucho de que él estuviera allí.

 

Sobre su nariz cayeron lágrimas cálidas, que le recordaban dónde estaba.

"¡Oh, Melinar! Me alegro tanto de verte de nuevo. Me había olvidado por completo de ti y de la dimensión de formas geométricas. Qué bueno que viniste. No sabía cuánto te había extrañado".

Melinar respondió, aunque telepáticamente,

"¡Inanna, tú has estado muy ocupada, querida!"

Inanna se sonrojó. Supuso que Melinar sabía todo lo suyo ahora que se habían fusionado. Debe saber todo lo de su accidentada vida amorosa y de todas esas guerras que inició allá abajo en la Tierra. También debe saber que ella estaba tratando de ayudar a los humanos al encarnar con ellos en diferentes intervalos simultáneos. Seguramente sabía de los problemas que esto estaba ocasionando.

 

Tal vez él había venido a ayudar.

 

¿Pero qué podría saber una forma geométrica sobre una mujer americana del siglo XX en la ciudad de Nueva York? ¿O de un guerrero celta del segundo siglo A.C. que hizo carrera en el mundo decapitando a otros hombres?

 

Melinar respondió a sus preguntas:

"Inanna, querida, he venido siguiendo tus aventuras con mucho interés y he venido a ofrecerte mi ayuda. Además, tengo todo el tiempo del mundo y esto me parece muy divertido".

 

"¡Oh, divertido! Yo también pensaba lo mismo cuando me decidí a ayudar, pero mira a mis pobres Yo. La están pasando muy mal. Nunca me escuchan; piensan que están oyendo voces o que están locos. No sé qué hacer. Agradecería cualquier ayuda que me puedas dar".

Los brillantes de Melinar aceleraron su forma y cambiaron.

"Querida, tenemos que ayudar a Graciela en la montaña. Crearemos un lugar seguro para ella en el bosque de cedros donde vivirá en paz y se acostumbrará a escucharnos y a vernos. Verás que nos dará la bienvenida. Ahora funcionará. Entre las estrellas y los cedros, Graciela recordará y les ayudará a todos los demás".

Por primera vez en mucho tiempo Inanna rió apaciblemente. ¿Qué tal si sólo uno de mis Yo recordara, si sólo uno regresara a mí en amor, confiara y me permitiera ayudar?

 

Si sólo pudiera derrotar a Marduk.
 

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III - OLNWYNN


Inanna y Melinar pasaron al óvalo transparente y se sentaron en silencio. Ella observó las formas geométricas de Melinar que se movían de una manera tan rápida que, aunque ella se esforzaba, no pudo hacer que redujeran su velocidad lo suficiente para distinguir una forma de las otras.

 

No obstante, se dio cuenta de que muchas de las formas eran extrañas. El grupo estaba compuesto de algo más que cubos, pirámides, o incluso romboides. Muchas de las formas eran totalmente desconocidas para ella, formas cuya memoria no alcanzaba a recapitular.


Melinar le recordó que su geometría de brillantes representaba un lenguaje codificado. A medida que se formaban sus pensamientos aparecían formas correspondientes llenas de los matices complicados de sus modelos de pensamiento. Mientras más rápidamente se formaban sus pensamientos, con más rapidez cambiaban las formas geométricas y aparecía un arco iris que se hacía más intenso cuando sus pensamientos eran más fervientes o su curiosidad se satisfacía.


Él podía producir sonidos de un idioma hablado, pero le parecía que el pensamiento puro era mucho más interesante ya que transmitía mucho más de lo que las palabras pudieran hacerlo. Estos pensamientos se crearon automáticamente en la mente de Inanna en forma de conocimiento.


Inanna estaba muy feliz de tener a su viejo amigo de nuevo en su realidad. Por un tiempo los dos simplemente intercambiaban información recordando los viejos tiempos. Inanna recordó cuán cautivador era ser una forma como la de Melinar. Para ella era difícil comprender ahora por qué había deseado salir de ese estado puro de belleza.


Una extraña energía interrumpió sus recuerdos nostálgicos.


Un guerrero muy alto con un hacha en la mano se paró frente a ellos. Le habían cortado el cuello de oreja a oreja, lo que no era muy atractivo. El hombre estaba obviamente perplejo y terriblemente confundido.

"¿Quién demonios son ustedes?", preguntó.

Inanna lo reconoció. Era Olnwynn, uno de sus Yo multi-dimensionales. Ella lo había proyectado en el norte de Irlanda en el siglo II. Su ADN parecía prometedor pero todo había salido mal. Él se negaba a escucharla sin importar en qué forma se le apareciera. Era obvio que la forma en la que ella estaba ahora tampoco serviría de mucho.

 

A Olnwynn le parecía muy atractivo el cuerpo sensual pero firme de ella.

"Hey, ¿qué tenemos aquí? Eres la chica más hermosa que jamás haya visto. ¡Por Dios! ¡Tu piel es azul!"

Rápidamente Inanna cambió el holograma en la mente de Olnwynn. Dejó a Melinar en su forma geométrica pensando que Olnwynn lo podría identificar como la luz de un hada. Ella tomó la forma de un sacerdote druida, alto y que inspiraba temor pero no demasiado estricto o juzgador.


Olnwynn miró fijamente al sacerdote en medio de la confusión.

"¿A dónde se fue ella? ¿Quién demonios eres tú?"

 

"¡Qué mal día este!", pensó.

Después de uno de sus acostumbrados excesos de licor, se desmayó y le sucedió algo extraño. Primero hubo un dolor agudo y rápido y luego empezó a flotar por encima de su fuerte y hermoso cuerpo. Desde arriba miraba una escena horripilante.


Su propio hijo estaba de pie al lado de su cuerpo con una daga larga, afilada y ensangrentada en su mano. Confuso, el hijo temblaba y lloraba en agonía. Olnwynn miraba hacia abajo y veía que la sangre le salía a borbotones de su garganta, la cual estaba totalmente abierta. Él estaba acostumbrado a estas escenas, pero ésta era diferente; era su garganta y su sangre.


La puerta se abrió de par en par cuando su esposa y su hermano entraron en el cuarto. La esposa abrazó a su hijo, agradeciéndole por haber vengado su honor. El tío le dio un palmadita en la espalda y le prometió que algún día sería rey.

 

El hijo se volvió histérico y cayó al lado del cuerpo sollozando:

"¡Padre, te he asesinado! ¡Padre!"

Olnwynn flotó alrededor de su cuerpo mientras su concentración se lo permitía. Pudo ver la verdad de todo el drama: su bella esposa había estado durmiendo con su hermano y los dos habían conspirado para asesinarlo, apoderarse del castillo y del reino, y colocar a su hermano en el trono.

 

La única persona que podía acercársele lo suficiente como para asesinarlo era su propio hijo. La esposa pasó muchas horas contándole historias crueles y otros dramas para convencerlo de que había que acabar con Olnwynn. Finalmente tuvo éxito. Incluso Olnwynn sabía que se había excedido al golpearla, pero ahora estaba muerto y flotaba por encima de lo que una vez fue su castillo.


Las celebraciones que hubo alrededor del castillo le parecieron abominables y su hijo no se recuperaba. Poco después sintió que una fuerza extraña lo jalaba, lo cual lo confundió. Decidió seguir la fuerza a donde quiera que fuera. Él nunca había permitido que el temor lo venciera, de modo que ahora estaba frente a un sacerdote druida rodeado de lo que parecían ser luces de hadas.


El sacerdote druida habló:

"Olnwynn, te estábamos esperando. Debes relajarte y calmarte. Aquí te cuidaremos. Nadie te juzgará; estás entre amigos".

Inanna miró la garganta abierta y decidió sanarla inmediatamente, principalmente porque era algo grotesco. De todos modos Olnwynn había sufrido lo suficiente y no necesitaba andar por ahí con el gaznate colgando para recordarle que no le había ido muy bien en su vida.


Olnwynn sintió que su garganta había sido restaurada.

"¿Cómo hiciste eso?"

Con un suspiro soltó su hacha y se desplomó cansado y sediento ante el sacerdote druida. Hacía tres días que no tomaba nada. ¿O eran tres años?
 

El sacerdote habló de nuevo:

"Ahora, Olnwynn, quizás deberíamos repasar los datos de tu memoria. ¿Te sientes lo suficientemente fuerte para esta experiencia?"

 

"¿Estoy muerto?", preguntó Olnwynn.

Siempre es lo mismo, le explicó Inanna a Melinar. Ni siquiera saben que están muertos y yo poco a poco tengo que hacer que se sientan cómodos en su nuevo estado.

 

Es mucho más trabajo de lo que yo pensé que sería.

"Sí, Olnwynn, estás muerto. Pero como ves, es sólo tu cuerpo lo que está muerto. Tú, es decir, tu ser consciente y la experiencia total de tu vida, están aquí con nosotros en otra dimensión. No es algo tan malo".


"¿Me puedes conseguir un trago? ¿Vino? ¿Cerveza? Cualquier cosa servirá".

El vicio del licor había sido la causa de muchas de sus dificultades, pero Inanna produjo un cuerno de cerveza para el estremecido guerrero. Se la tragó como si no hubiera un mañana, lo que para él era cierto. Se dio cuenta de que no tenía el sabor apropiado, no lo hacía sentir tan bien como antes, pero se alegró de tenerla y pidió otra.


El sacerdote druida habló:

"Habrá mucho tiempo para eso. Concentrémonos ahora en tu historia, tu aventura en el continuo espacio/tiempo. Tenemos un trabajo por hacer, tú sabes".


"Un trabajo. ¿Qué trabajo? Nadie me dijo nada de trabajo alguno. Yo simplemente estaba viviendo mi vida cuando mi propio hijo me asesinó. He perdido mi reino y mi vida. ¿Qué quieres decir con eso de un maldito trabajo?"


"Cálmate, observemos tu vida, Olnwynn".

Los rodeó un holograma bastante grande y ambos observaron cómo el tiempo se desenvolvía ante sus ojos.
 



Inanna había estado pendiente de las aventuras amorosas de una sacerdotisa druida en el siglo II a.C. en Irlanda.

 

En la parte noroccidental de la isla vivía una raza de seres en un paisaje remoto y rústico. Ellos veneraban la naturaleza. Despeñaderos altos al lado del mar, vientos fuertes y bosques verdes le daban un sabor poético y místico a esta tierra bella y rústica. Su gente amaba la belleza salvaje de su tierra. Ellos eran apasionados y beligerantes.


Inanna se había decidido a nacer como hombre a través de una sacerdotisa druida que era de su antiguo linaje. Hacía muchos siglos los antepasados de la muchacha habían venido de los muchos niños que Inanna había producido en sus ceremonias de matrimonio sagrado. La sacerdotisa estaba enamorada de un guerrero valiente y noble, pero él ya estaba casado. Su pasión dio origen a un niño varón, pero la pequeña sacerdotisa murió en el parto. El padre nunca reconoció al hijo y por eso Olnwynn, uno de los Yo multidimensionales de Inanna, nació como huérfano sin nadie que lo cuidara. Los druidas lo habían adoptado y lo convirtieron en un mozo.


Aun de niño era muy hermoso y desde que empezó a caminar cautivó a todos los que lo rodeaban. Con su sonrisa les tomaba el pelo a las mujeres y las hacía reír. Todos lo querían y el pueblo entero lo adoptó. Él había nacido con el don de poder hablar espontáneamente en rima. Este talento era respetado como señal de que Olnwynn era amado por los dioses, como en verdad lo era, especialmente por Inanna.


Olnwynn llegó a ser un hombre fuerte y alto, hermoso, de bucles dorados. Empezó a seducir a las damas tan pronto como pudo, pero fue su habilidad con el hacha lo que le otorgó fama y fortuna. En la batalla entraba en una especie de trance, se convertía en una fuerza y, en un arrojo frenético, derribaba enemigo tras enemigo, decapitándolos de un solo tajo. A medida que crecía su reputación, la gente llegó a pensar que él era un dios. Corrió el rumor de que los dioses lo habían engendrado y que era inmortal.


Todo el que sabía de su habilidad temía acercársele en la batalla.

 

También desafiaba a una competencia a todo aquel que hablara en rima y siempre ganaba. Como continuaba derrotando a todo el mundo en rima y en batalla, fue lógico que la gente lo proclamara como su rey. Se mudó a un castillo grande en cuyas paredes colocó su colección de cabezas cortadas. Una costumbre muy peculiar. Pueden imaginarse que el aspecto horrible que presentaban esas paredes haría pensar dos veces a quien quisiera atreverse a atacar el castillo.


Olnwynn siempre había sido aficionado a la bebida. Ahora era el rey y nadie podía evitar que bebiera o que hiciera lo que se le viniera en gana. No le daba cuentas a nadie.

 

Sin mucho esfuerzo tenía todas las mujeres que quería. Ellas prácticamente se le entregaban. Ninguna pudo creerlo cuando finalmente se casó. Todas decían que su esposa lo debió de haber embrujado o que le había puesto yerbas en su cerveza. Era cierto que su bella esposa venía de un extenso linaje de brujas. Algunas se atrevían a decir que el poder de su seducción sexual procedía de la magia. Ella quería a Olnwynn, pero también quería riqueza y posición. Además, le dio a Olnwynn el hijo que él le había pedido.


Un día, un hombre que se parecía a Olnwynn se acercó al portón del castillo afirmando que él era el hijo del guerrero que supuestamente había engendrado a Olnwynn. Ellos sí se parecían mucho, aunque Olnwynn era mucho más atractivo y más alto que su misterioso nuevo hermano.


Olnwynn era muy confiado por naturaleza, aceptó al hermano y se alegró de tener alguien con quién beber y jaranear. Sería muy bueno que su hijo tuviera un tío y este hermano era rico, una ventaja para su corte. Olnwynn no se dio cuenta de la atracción que había entre su bella esposa y su nuevo hermano, pero todos los demás lo percibieron.

 

El hermano pasó muchas horas enseñándole al sobrino historia y el arte del espadachín.

 

Por un tiempo fue toda una familia
 



Inanna, que había encarnado en Olnwynn y simultáneamente lo estaba observando como su Yo total, empezó a darse cuenta de que estaba perdiendo la batalla contra la naturaleza baja de él.

 

La poderosa programación que había en su carne y sangre llegó a dominarlo. La materia y los cinco sentidos estaban enlodando el espíritu. Durante este período, Inanna se esforzó por inspirarlo; se le apareció en forma de dragón, de dios, de diosa (error garrafal), y finalmente como guerrero antiguo. Lo animó a que se fuera solo, a que contemplara la fuente de su poesía y de su grandeza.

 

Pero incluso cuando lograba convencerlo de que escuchara, lo que no era muy frecuente, y cuando le prometía que lo haría, inmediatamente se iba a beber. Olvidaba todo lo que habían platicado. Inanna se sentía muy frustrada.


Olnwynn poseía los genes apropiados. Era dotado; pudo haber tenido acceso a todas las dimensiones, incluso con el cuerpo humano. Pudo haber traído frecuencias de iluminación al planeta Terra. Pero no, prefirió emborracharse y seducir mujeres.


¡Qué desperdicio tan descomunal! Inanna estuvo a punto de dejar de observar su vida; era tan aburrida y repetitiva.

 

Con el tiempo hasta su poesía se volvió monótona.
 



El matrimonio no evitó que Olnwynn siguiera buscando mujeres. Tenía la tendencia a pensar que cualquier ser en faldas le pertenecía a él, aunque fuera sólo por una noche. Pueden imaginarse las escenas que se presentaban con su esposa en el castillo.

 

Ella tenía un carácter irritable que desataba sobre Olnwynn cuando lo consideraba necesario. A medida que pasaban los años, se convertía más y más en una arpía regañona; hasta llegó a irritar a Inanna. No hay que culpar a la mujer, pero, por Dios, sus diatribas de celos y sus pataletas eran más de lo que cualquiera podía soportar en el castillo. Todo el mundo sabía que Olnwynn era díscolo, pero siempre había sido así.

 

Después de todo, era tan encantador y tan hermoso. Todos veían a su esposa como una bruja y pensaban que no era extraño que buscara a otras mujeres.


Entonces la bebida empezó a tener sus efectos dañinos inevitables en la mente de Olnwynn. Él empezó a deteriorarse. Empezó a golpear a su esposa cuando ella lo reprendía. Él era grande y ella pequeña y la escenas se volvieron grotescas. Ella corría a buscar al hermano de Olnwynn y llorando le mostraba la sangre y las magulladuras. Con el tiempo logró que su hijo, el hermano y la mayor parte de la corte se volvieran contra el rey.


Él se volvía cada vez más y más violento.

 

Cada noche bebía hasta quedar en el letargo y perdía el conocimiento. Su fiel sirviente, quien habría matado a cualquiera que se hubiera atrevido a tocar a su rey, lo llevaba cada noche a su cuarto. Olnwynn le había salvado a este hombre la vida muchas veces en batalla. Nadie se atrevía a atacar a Olnwynn frente a frente, incluso borracho era temible. Sólo había uno que tenía permiso para entrar en el dormitorio del rey, su hijo.

 

La esposa de Olnwynn sabía que la única oportunidad de matar a su esposo era convencer a su hijo de que le cortara la garganta mientras dormía indefenso.
 



Olnwynn observó vagamente el holograma de su vida. Inanna estuvo a punto de volver a su cuerpo azul pero rápidamente convirtió en la forma familiar del sacerdote druida.

"Entonces, hijo mío, ves cómo han sido las cosas para ti".

Al principio Olnwynn no pudo orientarse y se sintió mareado por la película transparente que se presentaba ante sus ojos. No quiso volver a ver la parte en la que la sangre salía a borbotones de su garganta. El sacerdote apagó esa repetición y por unos momentos reinó un silencio infinito.
 

Olnwynn recobró la serenidad y habló:

"¿Qué dijiste en cuanto a que había que hacer un trabajo?"

Por lo menos su curiosidad no estaba extinta.
 

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IV - MONTAÑA PERDIDA


Graciela quería un trago. Prefería el vino francés rojo, pero esta noche cualquier cosa serviría. Montaña Perdida quedaba muy lejos de Nueva York.

 

Ya se estaba acostumbrando al silencio pero se sentía un poco vulnerable sin el ruido y la actividad de la ciudad que le daban una falsa sensación de seguridad. Acomodada en su cabaña de troncos y acompañada de sus dos perros, Graciela admitió que se sentía más segura estando sola en esta montaña que en cualquier lugar de la ciudad.


Cualquiera se puede sentir tan solo en Montaña Perdida como en Nueva York. Hubo días en la ciudad en los que no hablaba con nadie. Ella siempre había sido una solitaria. Había nacido en una familia acaudalada del viejo sur y siempre pensó que de alguna manera había aterrizado en la familia equivocada. Para ella había sido fácil creer que en verdad podría ser una extraterrestre, pues nunca se había sentido cómoda en la Tierra.

 

Dentro de su ser había un sentimiento de un profundo vacío que siempre estuvo con ella.


Era como si supiera que no pertenecía a este lugar y anhelaba ir a casa, quedara donde quedara. Ella había viajado mucho, se había casado, divorciado. Se había unido a grupos, los había abandonado y había leído demasiados libros, pero nadie tenía las respuestas que estaba buscando. Había leído que los monjes en el Tíbet se encerraban en celdas oscuras durante un año y no hablaban con nadie. Ella estaba lista para hacer lo mismo, pero a su manera.


Pensó en su niñez mientras se servía un Merlot californiano.

 

Su padre era un empresario de centros comerciales, no aquellos enormes que absorben todo sino los pequeños que aparecen en todas partes para contribuir con su estética al infortunio suburbano.

 

Él era muy rico y estaba muy ocupado, demasiado ocupado para atender a su hija. Todo el mundo le decía que debería estar feliz y agradecida; tenía todo el dinero del mundo, estudió en la mejor escuela privada y podía comprar con sus tarjetas la ropa que quisiera en los mejores almacenes. Su hermano sí era feliz, estaba seguro de que se encargaría de los negocios de su padre cuando creciera y ocuparía su lugar en el mundo como un ejemplo destacado del sueño americano.

 

Pero, si todo era color de rosa, pensaba Graciela, ¿por qué su madre tomaba tantas pastillas?


Diana, la madre, era una beldad sureña de la vieja escuela. Su propia madre murió cuando sólo tenía cuatro años y la pequeña Diana se había culpado por esto. Cuando era joven Diana procuró ser independiente, pero pasados los 30 años se casó con Brent, el padre de Graciela. Lo hizo por amor y también por temor a la soledad. Brent amaba a Diana a su manera, pero era un tirano innato. Si Diana no hacía su voluntad él desataba su ira contra ella.

 

El gabinete del baño de Diana estaba repleto de tranquilizantes y pastillas para dormir, que llegaron a ser "los pequeños ayudantes de mamá".


Graciela tampoco era inmune al mal genio de su padre. Si ella se interponía en su camino o no estaba de acuerdo con los planes que él tenía para su vida, explotaba y la degradaba con palabras soeces. En silencio la madre salía a buscar su gabinete mientras Graciela quedaba reducida a los sollozos. Nadie defendía a Graciela, nadie la apoyaba.

 

Luego, después de estos episodios, para suavizar las cosas, el padre le compraba muñecas, un vestido y más tarde, acciones. Pero ella nunca aprendió a ver la vida de la manera como la veía su familia. Temía convertirse en un trofeo para algún tirano rico en caso de que se casara. Ella no quería terminar como su madre sin importar cuán jugosa fuera la paga.


En el bachillerato la vida de Graciela no fue tampoco muy feliz. Aunque era hermosa y tenía sus pretendientes, había una parte de ella que nadie conocía, que aparentemente nadie quería conocer. Se rebeló y empezó a buscar gente que era inaceptable para su familia. Entabló amistad con artistas y músicos. Era la época de los años 60 y Graciela escapó hacia Nueva York, en busca de "aire fresco".


En aquella cabaña de la montaña reinaba la quietud. Hasta el loco aullido de los coyotes había cesado. No había luna, solamente las estrellas. Graciela decidió dormir afuera en la terraza bajo el cielo. Con sus jeans y su suéter se metió en su saco de dormir y miró hacia arriba. ¡Dios! Se podía ver cada estrella en el cielo y había millones de ellas. Definitivamente esto no era como la ciudad. Era tan prístino.

 

Graciela se olvidó de su pasado, de su soledad, de su temor y se perdió en la belleza del cielo nocturnal.
 



Inanna estaba todavía en el disfraz del sacerdote druida y le habló a Olnwynn:

"Hijo mío, puedes descansar un rato. Hablaremos más tarde".

La paz y la calma que emanaba Graciela alcanzaron la realidad de Inanna.

"Melinar, esta es nuestra oportunidad. ¿Qué le decimos? ¿Qué hacemos? No queremos asustarla".

Los brillantes de Melinar empezaron a acelerarse.
 



Los grandes ojos castaños de Graciela se llenaron de lágrimas.


La belleza del cielo nocturnal era demasiado para ella, desde hacía muchos años no había visto un cielo así. Sonrió cuando una estrella fugaz cruzó frente a ella. Un buen presagio, pensó. Este es mi hogar, aquí encontraré lo que estoy buscando.


El cielo estrellado era tan brillante que Graciela cerró los ojos. Detrás de sus párpados percibió la oscuridad total de su imaginación. Pensó sobre este contraste hasta que un objeto pintoresco se formó en esa oscuridad y empezó a girar. Frente a ella empezaron a moverse y a mutar, como joyas preciosas, formas geométricas exquisitamente bellas. Era un espectáculo digno de presenciar y ella no quería que se alejara.

 

No sabía qué podía ser este espectáculo de luces, pero instintivamente le agradaba.


Graciela siempre había tenido visiones; cuando era niña tenía sus amigos imaginarios. Uno de ellos era un extraterrestre diminuto. Este amistoso ser volaba al lado del carro de su padre en el vehículo más fascinante. Le contaba a Graciela toda clase de historias interesantes, le explicaba cosas y la mantenía ocupada durante horas. En años posteriores Graciela deseó recordar algo de lo que le había dicho este ser.

 

¿Por qué lo había olvidado? Ella se había sentido tan cerca de él y le había enseñado tantas cosas que realmente necesitaba saber. ¿Por qué no podía recordarlas ahora?


Las joyas mutantes continuaban danzando ante sus ojos mientras ella estaba despierta. Se sentía segura. Finalmente el vino y el cielo nocturnal la llevaron al sueño. Pensó que al día siguiente daría un paseo en el bosque de cedros.

 

El rico aroma de los cedros se apiló en su conciencia mientras se quedaba profundamente dormida.
 



Melinar sonrió.

"Ves, Inanna, le ayudaremos a sentirse segura y a que sea una con el cielo y el bosque. Sus temores se derretirán hacia la Tierra y se abrirá a nosotros. Le enseñaremos a amarse a sí misma y ese amor le proporcionará el coraje para saber”.

Inanna miró fijamente a Olnwynn, que ya estaba roncando. Constantemente la asombraban las payasadas de sus Yo multidimensionales.

 

Estos seres contenían su ADN y en algún lugar del tiempo ella había sido el origen de todos ellos. Pero encontrarse a sí misma entre toda la barahúnda resultante de todos estos seres que ella había creado se convirtió en un desafío progresivo. No obstante, en algún lugar dentro de todos estos seres se encontraba la habilidad latente de ser cualquier cosa que ellos quisieran ser. Cada uno poseía el poder de pensar por sí mismo o sí misma. Cada uno de ellos era un recolector de información para el Primer Creador.


Como su ADN estaba sólo parcialmente activado, sus Yo multidimensionales estaban atrapados en una especie de prisión electrónica de experiencias que se repetían miles de veces, como si el planeta entero estuviera condenado a un rebobinado eterno.

 

La especie humana era famosa en toda la galaxia por su incapacidad de aprender de sus aventuras.

 

Los tiranos y las guerras iban y venían. No obstante, nadie parecía aprender la lección. Inanna conocía muy bien al guardián de esta prisión. Durante la mayor parte de su vida Pleyadiana ella había estado enemistada con su primo Marduk.


Marduk había tenido éxito en derrotar a todos los otros miembros de la familia de Anu y ahora controlaba no solamente la Tierra, sino también su planeta nativo, Nibiru, así como todo el sistema de las Pléyades.

 

Su tiranía era suprema y sus métodos ingeniosos. Era tan egoísta como despiadado, y había fabricado un extenso ejército de clones de soldados que se parecían a él. Se sentía realizado con el dolor y la frustración de aquellos a quienes conquistaba y manejaba. Lo peor de todo era que los habitantes de la Tierra ni siquiera sabían quién era su carcelero. Ellos creían que habían cometido un pecado imperdonable y se culpaban uno al otro de su triste condición.


Marduk fomentaba el antagonismo entre los grupos de la gente por medio de propaganda sutil de lavado de cerebro. Controlaba familias, tribus, naciones; ningún grupo era demasiado grande o demasiado pequeño para ser controlado. Cuando se producía una idea buena se animaba a un grupo a que la apoyara y la siguiera mientras que un número igual era estimulado a que se opusiera a ella. La idea podía ser política o religiosa, o incluso sólo la idea de cruzar un océano.

 

Como los humanos tenían un cerebro desconectado que funcionaba a un décimo de su capacidad, en vez de razonar por sí mismos, ellos sólo reaccionaban, a menudo con violencia, a las sutiles manipulaciones de Marduk. En una tierra tan fértil era muy fácil iniciar una guerra. Las guerras religiosas eran el plato favorito de Marduk. Llegó a predominar un tipo de mente que no producía pensamientos originales, sino que reaccionaba a los de otros.

 

El comportamiento repetitivo se imprimió en los genes de la raza humana a través de la emoción del temor. A nadie se le permitía recordar durante un largo tiempo que todos los humanos en un principio habían venido de la misma fuente. Aquellos que sugerían estas ideas eran ridiculizados o brutalmente destruidos. Nadie recordaba que la fuente de toda la vida era el amor del Primer Creador. Inanna pensó en el papel que ella jugó en este engaño progresivo.

 

Ella y su familia se habían comportado como niños malcriados que sólo habían satisfecho sus caprichos egoístas sin pensar en las consecuencias. Sin saberlo, la familia había creado a Marduk, el resultado perfecto de su agresión y riña ególatra.

 

No era el mejor de los legados.


Si la familia de Anu no se hubiera visto rodeada de la Pared invisible, probablemente habrían seguido su estilo de vida egoísta y controlador. Pero la Pared tuvo el efecto de detener la evolución progresiva de todos y cada uno de los miembros de la familia, incluso de Inanna. Ella nunca había estado tan aburrida; era como si toda la emoción y la espontaneidad hubieran desaparecido de sus vidas.

 

Como no tenían otra alternativa, lo único que les quedaba era reparar el daño que habían hecho en la Tierra. Para que desapareciera la Pared había que liberar a la especie humana de su rueda repetitiva para que empezaran a evolucionar y dejaran de adorar al dios cuyo nombre ni siquiera conocían: Marduk.


De modo que Inanna y muchos otros miembros de la familia habían escogido proyectar porciones variables de sí mismos hacia cuerpos en múltiples marcos de tiempo. Ellos tenían la esperanza de que alguno de estos Yo multidimensionales pudiera activar los genes perdidos de la especie y creara el potencial para un cambio total sobre la Tierra. ¡Qué pena!

 

Sus esperanzas empezaron a marchitarse y esta tarea estaba resultando muy ardua en el mejor de los casos. No era beneficioso decirles a los humanos que hace más de 500,000 años los había invadido una raza extraterrestre.

 

Era igualmente inútil decirles que su ADN había sido desconectado parcialmente.

 

Marduk había tenido mucho éxito en desprestigiar estas ideas desde el principio y cualquiera que las expresara era ridiculizado. Los humanos eran tan inseguros que fácilmente olvidaban la idea de contarle a otro que no estaban de acuerdo con el consenso general. Cualquiera que veía o escuchaba algo que no estaba de acuerdo con lo que la mayoría pensaba, era desacreditado y en algunas épocas hasta los quemaban en un madero.


La televisión y más tarde las computadoras se convirtieron en la herramienta principal para el control de los pensamientos de las masas. La "autopista de la información" le facilitó a Marduk el control sobre la mente del planeta entero. En verdad los monitores de computadora y televisión se habían convertido en especie de altares en cada hogar.

 

La gente se sentaba frente a ellos durante horas, llenando sus mentes con la propaganda de Marduk. Las posesiones aumentaron y ahogaron a la gente a medida que se endeudaban más y más y luchaban por ser tan hermosos y ricos como los que veían en la TV. La mayoría de los hogares tenían por lo menos tres de esos altares. La raza humana entera quería ser rica; los ricos y poderosos eran respetados sin importar cómo era su carácter o comportamiento.


Las frecuencias electrónicas que envolvían a Terra hacían casi imposible la comunicación entre Inanna y su familia y sus Yo multidimensionales, porque nadie estaba escuchando.


Inanna observó cómo dormía Graciela. Sus perros la hacían recordar los dos leones domésticos que tanto amó en Terra. Los perros despertaron cuando la conciencia de Inanna se enfocó sobre ellos. Quizás, pensó ella, pueda comunicarme con Graciela.

 

Inanna se permitió el sentimiento de esperanza a medida que escudriñaba los datos de la vida de sus otros Yo.
 

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V - EL GUARDIÁN DE LOS CRISTALES


En el tiempo de la Atlántida Inanna había proyectado una parte de sí misma como la encarnación de un sacerdote llamado Atilar.

 

Este Yo multidimensional le proporcionaría toda la experiencia y el conocimiento que solamente se lograría mediante el dominio de sí mismo. Ella concluyó que la vida de Atilar afectaría por ósmosis a sus otros Yo multidimensionales, ya que todos se afectaban entre sí. Una psiquis altamente desarrollada les haría mucho bien a los otros.
 

Los genes de Atilar habían sido cuidadosamente cultivados durante muchas generaciones. Él poseía el ADN del padre de Inanna, lo que le proporcionó un acceso fácil al mundo físico. Nació en los centros de poder de Atlántida y cuando nació lo entregaron a los sacerdotes de la Orden de las Túnicas Azules. Toda su infancia la dedicó a un riguroso entrenamiento con el fin de ejecutar la tarea única de vigilar las frecuencias del grandioso centro de cristales de Atlántida por medio del pensamiento.


Toda la Atlántida recibía su potencia de las espirales de cristal que eran vigiladas por la Orden de las Túnicas Azules. Cuando era niño a Atilar se le dijo que había sido engendrado para realizar este trabajo. Nunca conocería mujer, nunca se casaría y nunca experimentaría la vida de un ser humano común y corriente. Hacía muchos eones se había tomado esta decisión y su vida se había dedicado a esta tarea sagrada.


Mientras otros niños jugaban a la pelota, Atilar se sentaba en posición de loto, sin mover ni una pestaña durante horas.

 

Se le entrenó para que se olvidara de su cuerpo, de cualquier dolor o de cualquier otra distracción. Se le instruyó en las artes marciales, pero solamente para que protegiera los cristales y activara la fuerza que en su tiempo se llama chi. En la Atlántida esta fuerza no tenía nombre. Todas las grandes mentes sabían que había muchas fuerzas que no podían ser nombradas y a esta fuerza se le asignaba un sonido. Atilar fue entrenado para que lograra el acceso a esta poderosa fuerza subiendo la energía desde los órganos sexuales pasando por los siete centros invisibles de su cuerpo y dándole así poder a su mente y voluntad.


Él nunca se lamentó de su destino y desde la infancia le habían inculcado el hecho de que era un privilegiado. Él se deleitaba con la sensación de éxtasis que podía generar en su ser al controlar las fuerzas sutiles de su cuerpo y conectarlas hacia el cosmos por medio de los cristales.

 

Pero Atilar y los sacerdotes de la Orden de las Túnicas Azules no conocían un aspecto fundamental y ése era el amor. Su enfoque estaba sobre la mente y sus poderes, pero ninguno de ellos había experimentado el amor. De una manera estúpida lo consideraban como algo sin importancia. Como nunca tuvieron acceso al poder del amor, éste permaneció fuera de su alcance y por eso ellos tenían sus limitaciones.


Atilar se sentaba frente a los cristales y observaba profundamente su belleza, unía su conciencia con cada fragmento exquisito con el fin de modular su resonancia. Los cristales eran conductores de energía y Atilar era su afinador. Se había quedado completamente quieto durante siete días, había rebajado el funcionamiento de su corazón hasta los ciclos requeridos y había bloqueado cualquier sensación de dolor en los receptores de su cerebro. El dolor no se registraba como sensación en su cerebro.


Por un momento salió de su cuerpo. Ya había pasado los cincuenta años pero no lo aparentaba. Era delgado y macizo, tenía cabello largo y gris, y sus ojos eran almendrados, de un color tan claro que parecía oro. Él era un viajero consumado y disfrutaba mucho de sus aventuras. En su conciencia hizo girar el Merkaba que rodeaba su cuerpo.

 

Así pudo moverse a través del espacio. Voló más allá de muchas nebulosas y se emocionó ante la belleza y la sensación de ser completamente libre. Fue hacia un planeta que a primera vista se veía vacío, pero cuando se acercó más vio charcos de un líquido metálico que se convertía en seres quienes sonreían y lo saludaban. ¡El universo ciertamente estaba lleno de maravillas!

 

En silencio, Qi, el Maestro de la Orden de las Túnicas Azules, entró en su cuarto:

"Atilar, es hora de que descanses. Has modulado esta frecuencia perfectamente y ahora tienes que recargarte".

Renuentemente Atilar relajó su cuerpo.

"Como desees, Maestro Qi".

Atilar le había servido a Qi desde la niñez y era su alumno preferido. Qi había sido muy duro con él porque conocía su potencial genético y porque tenía la esperanza de que algún día lo reemplazara en su cargo.


El Maestro Qi habló:

"Cuando hayas descansado, hijo mío, quiero que vengas al área de acceso para que conozcas a una recién llegada. Las sacerdotisas de la luna nos han traído a una niña que es un híbrido genético especial y para nosotros será interesante observar su potencial para darles poder a los cristales".

Atilar asintió.

 

Para tener un equilibrio en el centro de poder donde las energías eran predominantemente masculinas, se necesitaban energías femeninas. Estas habían sido engendradas para generar las fuerzas invisibles, pero no se les permitía pensar por sí mismas. Como su educación era limitada, no le llamaban mucho la atención a Atilar; las veía como uno podría ver un transistor o la batería de un coche.


Atilar se retiró a su celda y se sumió en un sueño profundo con la esperanza de regresar al planeta de líquido metálico y continuar su visita con los seres allá.
 



Inanna y Melinar otra vez enfocaron sus conciencias en Graciela. Como ya sabían el futuro de Atilar, solamente deseaban llevar sus capacidades a los otros Yo multidimensionales.

 

Cuando Graciela despertó, Melinar le proyectó un imagen a su conciencia.
 



El rocío de la mañana y la luz empezaron a despertarla.

 

En su estado de ensoñación, Graciela había percibido un cuarto lleno de cristales en forma de espiral. Allí había un hombre de pelo gris que llevaba puesta una camisa blanca y pantalones negros y que se ponía de pie para salir del cuarto. Le parecía muy conocido pero no podía recordar dónde ni cómo lo había conocido. Ciertamente este hombre poseía más dignidad que los hombres de su época.


La luz gris y fría de la mañana la obligó a abrir sus ojos. Ella nunca antes había dormido afuera en el Noroeste del Pacífico. Su saco de dormir estaba empapado de rocío y sus pies estaban congelados. Sus queridos perros corrieron a besar su rostro como lo hacían cada mañana para saludarla. En la ciudad tenía que tomar el ascensor para sacar su perros a caminar en la mañana.

 

Ella se rió pensando que si siempre dormía afuera nunca tendría que sacar sus perros.
 

Se fue a la cocina y encendió su estufa de madera, buscó su lata de café y vio que estaba casi vacía. En Nueva York se había aficionado a un café tostado puertorriqueño, pero ahora tendría que buscar otro café. Se sirvió una taza de "espresso" con mucha leche caliente y un poco de miel.


La cabaña de Graciela estaba situada sobre un pequeño valle en Montaña Perdida y desde su ventana podía ver las Montañas Olímpicas. Cerca de la cabaña había un bosque de cedros; detrás de su casa estaban las montañas y el estrecho de Juan de Fuca estaba en la parte de abajo. Era algo embriagador estar tan aislada en medio de la naturaleza.


Buscó una chamarra abrigadora y salió con sus perros hacia el bosque. Mientras caminaba por una trocha, recordó otra época de su vida.


Cuando era niña le encantaban los campamentos de verano y durante cinco años escapaba del encierro de su familia y se iba a un campamento de verano para niñas en el sur de su estado. Allá se acostumbró a caminar sola, con el pretexto de que quería ir a dibujar árboles.

 

Pero en verdad a ella le encantaba estar sola con la naturaleza. Recordó que cuando tenía siete años había caminado por una trocha similar a esa. De repente y sin ninguna razón se había detenido a mirar hacia arriba.

 

En el cielo azul había unas cuantas nubes blancas abultadas.

"¿Puedo ir a casa ahora?", había preguntado Graciela. Una voz le contestó. "No, todavía no".

Graciela realmente nunca supo con quién hablaba o a qué hogar quería regresar.

 

Era solamente uno de los muchos misterios sin resolver en su vida. Pero con seguridad nunca se había sentido a gusto en ningún lugar de la Tierra. El hogar paterno había sido asfixiante y desde que salió de allá se había convertido en una gitana virtual. Nerviosamente se mudaba cada dos años puesto que nunca se sentía en casa en ningún lugar.


Ahora en la profundidad del bosque, estaba de pie al lado de un cedro enorme y antiguo. Lo abrazó, colocó su cara cerca de la corteza e inhaló profundamente. Las fragancias eran inefablemente puras y refrescantes. Deseó poder beber el árbol. Una brisa suave acarició su rostro y se sintió tan calmada y feliz.


Se sentó. Sabía que no necesitaba sentarse en la posición de loto, pero lo había hecho durante tantos años que fue algo natural en ella.

 

Recostó su espalda contra el árbol y enterró sus manos en el suelo del bosque. No hay nada tan encantador como esto en ninguna ciudad, dijo en tono meditativo. Entró en un estado de meditación y permitió que sus ojos se desenfocaran. Desde que era niña e iba a la iglesia, ella era capaz de convertir en una luz sutil dorada y vibrante todo lo que había en el campo de su visión. Esto era algo hermoso, divertido y siempre la hacía sentir muy bien.


Hoy veía algo más que una luz. Entre dos cedros altos había tres seres. No eran tan sólidos como uno vería a una persona; más bien eran una energía que se podía proyectar como forma y la rodeaba un resplandor.

 

Graciela sintió un poco de miedo pero una gran curiosidad.
 



Inanna se dio cuenta de que Olnwynn la había seguido a ella y a Melinar hasta el bosque donde se encontrarían con Graciela. ¡Oh, no! ¿Que irá a hacer?

 

Inanna se alegró de haberle reparado la garganta cortada, lo que seguramente habría aterrorizado a Graciela.

 

Inanna le lanzó una mirada amenazadora para mantenerlo a raya, pero se le había olvidado asumir la forma de sacerdote druida y Olnwynn no le estaba prestando mucha atención.

"¿Qué tenemos aquí? ¡Una niña completamente sola en el bosque con dos bellos lobos y sin hacha!" exclamó Olnwynn.

 

"¿Quién eres tú?", preguntó Graciela.

 

"No le prestes atención, apenas se está acostumbrando a estar en un nuevo mundo", interrumpió Inanna. "Hemos venido a este antiguo bosque para estar contigo. Hemos venido para ser tus amigos, tus compañeros. Ya no estarás sola y te ayudaremos a encontrar lo que estás buscando".

Melinar asumió la forma de un anciano gentil de ojos bondadosos y al mismo tiempo retuvo algunos efectos de los brillantes cambiantes.

 

Le habló a Graciela:

"Mi niña, has venido a la Tierra por una razón. Ella no es tu verdadero hogar y tú eres más de lo que crees que eres. Has tenido muchas otras expresiones en otros mundos y viniste aquí a ayudar porque lo elegiste. A este planeta le viene un gran cambio. Mientras más humanos se puedan preparar para el cambio, más fácil será para todos. Tú has elegido ayudar en este proceso".

Fue como si algo que Graciela había mantenido adentro hubiera empezado a liberarse y su cuerpo pequeño empezó a sacudirse de todas esas emociones reprimidas.

 

Empezó a llorar a medida que el desahogo de todas esas viejas emociones pasaba a través de su cuerpo físico y de cierto modo la dejaban más liviana. Como ya no podía estar sentada, se acostó sobre el suelo del bosque. Mientras la Tierra y el bosque la sanaban, sintió que todo el dolor emocional de esta existencia, y quizás de otras, se enterraba en lo profundo del suelo del bosque.


Inanna habló con ternura:

"Graciela, siempre que quieras que te hablemos, ven a este lugar. Estaremos aquí. Te acostumbrarás a nuestra amistad y pronto nos hallarás donde quiera que te encuentres. Pero tienes que invitarnos. Estaremos esperando así como toda tu vida hemos estado esperando que nos pidas ayuda. Tienes que abrirnos las puertas. Te amamos".

Graciela se estremeció y miró a su alrededor. Los perros se habían quedado totalmente quietos. No se dieron cuenta de que hubo visitantes. Quien había estado allí ya se había ido y a Graciela le estaba dando hambre. Cuando regresaba a la cabaña se preguntó si sus nuevos amigos eran la misma voz en las nubes que había escuchado cuando era una niña. Suspiró.

 

Un plato caliente de sopa de fideos caería muy bien ahora.

 

Los perros se le adelantaron.
 



Inanna miró a Melinar:

"¿Tú crees que la asustamos?"

Melinar respondió:

"No, pero fue suficiente por un día. Tenemos que proceder lentamente. Tú sabes cómo pueden reaccionar los humanos ante demasiada energía y conocimiento. El temor los puede retardar durante muchas vidas".

Sí, Inanna había visto que eso había sucedido muchas veces.

 

Parecía que los humanos solamente podían aguantar dosis pequeñas, pero el tiempo se estaba acabando; el año 2011 no estaba muy lejos. Inanna sabía que tenía que hablarle a Olnwynn. Si él insistía en acompañarlos, tenía que ponerlo en conocimiento de la situación.

 

Tal vez podía serles útil; después de todo él era astuto e intrépido.
 

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VI - EL PASADO INEXISTENTE


Inanna y Melinar regresaron al óvalo. Éste era un sitio central de concentración para ellos y les ayudaba a mantener un poco de orden dentro de todo el malabarismo de los cambios de tiempo dimensionales. Viajar a través del tiempo puede ser desconcertante incluso para el más avanzado viajero.

 

De vez en cuando Inanna se sentía tentada a imaginar que el pasado era el pasado o que los Yo multidimensionales eran consecutivos. En esos momentos, Melinar le recordó que se centrara firmemente, le dijo que no olvidara que en la mente del Primer Creador el tiempo no existe y que todas sus encarnaciones eran simultáneas.


Melinar observó que Olnwynn no estaba. Inanna empezó a examinar sus realidades y se dio cuenta de que el alto guerrero todavía estaba en el bosque de cedros. Este lugar le recordaba su hogar en el norte de Irlanda y por eso estaba triste y nostálgico. Pensó en su hijo. Había tantas cosas que extrañaba, tantas cosas que dejó inconclusas. ¿Por qué se había vuelto tan cruel con aquellos que amaba?


Inanna emitió en su conciencia una especie de banda de caucho magnética y suavemente lo jaló hacia el óvalo. Ante esta nueva situación Olnwynn reaccionó con un estallido de ira. Él había conocido el temor, pero siempre lo había expresado en forma de rabia. Preguntó dónde estaba y quiénes eran ellos.


Inanna se volvió hacia Melinar y ambos se pusieron de acuerdo para mostrarse ante Olnwynn como seres radiantes de fotón, una forma que parecía agradarles a los humanos. Conservaron la forma de humanos pero sus cuerpos estaban hechos de fotones que caían en forma de estrellas fugaces y exhibían un amplio arreglo de colores dorados y de luces cambiantes. Era algo digno de presenciar.

 

Olnwynn miró con atención las formas y se sintió tranquilo. No obstante, Inanna estaba un poco cansada y continuamente perdía esta forma. Cambió la forma del ser de fotón por la del sacerdote druida y luego pasó a su voluptuoso cuerpo azul Pleyadiana.

 

Esto naturalmente agitó a Olnwynn quien ya tenía suficientes problemas para ajustarse a su nueva realidad.

"¡Suficiente!" Dijo Olnwynn enfadado. "Insisto en que me digan la verdad. ¿Quiénes son ustedes y qué hago yo aquí?"

Melinar le respondió:

"Tú eres lo que nosotros somos. Específicamente tú eres ella".

Melinar señaló a Inanna que había dejado de cambiar de formas por el momento y que se había quedado en el cuerpo azul, su favorito.

 

Olnwynn permaneció escéptico. La idea de que ella era una mujer azul le era totalmente extraña, aunque ella era encantadora y le parecía muy familiar. En su vida había tenido muchas visiones, pero últimamente había sido muy difícil esclarecerlas pues estaba en un estado permanente de ebriedad.

 

Al él le encantaba la bebida.


Melinar siguió su explicación:

"Nosotros somos lo que tu eres. Esta es la señora Inanna quien te ha creado, por decirlo asi. Una parte de ella se ha proyectado hacia el continuo espacio/tiempo para que te formara a ti, Olnwynn. Tú te has visto como una entidad separada porque así te diseñaron, pero esa separación es una ilusión. Tu conciencia y todos los datos de tu vida serán reabsorbidos hacia el todo, así como todos los datos son eventualmente absorbidos hacia la mente del Primer Creador. En realidad ninguno de nosotros ha salido de la mente de Él."

A Olnwynn no le gustó para nada esa tontería de "reabsorber". Lo hizo pensar en cosas como aniquilación u olvido total.
 

Melinar leyó sus pensamientos y le explicó:

"No, hijo mío, no serás aniquilado. Tú y tu conciencia permanecerán intactas. Simplemente llegarán a ser parte de un cuerpo de datos más grande y al mismo tiempo serás el Olnwynn que es familiar para ti. La señora Inanna te ha creado con un fin que es ayudar a la liberación de la especie humana".

La única manera de liberación que recordaba Olnwynn era cortar cabezas.

 

Además no le gustaba la idea de haber sido creado por una mujer para un propósito del cual él no sabía nada. En la Tierra él había sido un rey y no estaba acostumbrado a que lo controlaran. Empezó a quejarse. ¿Era él no más que un peón en el juego de alguien? ¿Había sido él el juguete de alguien que ni siquiera sabía que existía, sin importar cuán atractiva fuera ahora?


Melinar le sugirió que se sentara mientras le explicaba:

"Hace unos 500,000 años, un grupo de viajeros del espacio de un sistema llamado Las Pléyades estableció una colonia minera en el planeta Tierra. Era un grupo familiar de un jefe supremo llamado Anu. Ellos vivían en un planeta artificial que le da la vuelta a este sistema solar cada 3,600 años.

 

La familia de Anu vino a la Tierra a buscar oro para su atmósfera, la cual estaba casi agotada a causa de sus frecuentes guerras radioactivas. La familia era un grupo muy conflictivo que tenía la tendencia a irse a la guerra por la más mínima provocación.

 

"Una vez establecida la colonia minera, era obvio que se necesitaban más trabajadores para las operaciones mineras, de modo que los científicos de la familia, una hermana y un hermano llamados Ninhursag y Enki tomaron una especie humanoide que habitaba en la Tierra en ese tiempo y manipularon su material genético. Produjeron una raza de trabajadores que desde entonces han sido los principales habitantes de este planeta".

Olnwynn estaba pasmado.

 

Cuando era un muchacho había oído esas historias de las enseñanzas secretas de los druidas, pero las había olvidado cuando maduró y empezó a degollar a sus semejantes en la búsqueda del poder. Había muchos mitos en cuanto a que los druidas procedían de un reino mágico llamado Atlántida.

 

Según los druidas, había habido una gran guerra, Atlántida había desaparecido bajo el mar y sus habitantes habían emigrado hacia las islas en las cuales había crecido Olnwynn.

"¿Entonces eso quiere decir que yo no he sido más que un miembro de una raza de esclavos?"

La idea le era repulsiva a Olnwynn. Por otro lado, pensaba que podría ser algo muy interesante conquistar todo un planeta.... todas esas cabezas.
 

Melinar se esforzó por enrutar la conciencia de Olnwynn hacia un estado más elevado:

"No, hijo mío, tú fuiste creado por la señora Inanna para rescatar a la raza de trabajadores. Un miembro de la familia de Anu, un varón de nombre Marduk, controla la Tierra en este momento. Esta entidad y sus legiones se rehusan a dejar libres a los humanos. Deseamos que la raza humana regrese a sus habilidades originales, que conecte sus códigos genéticos. Deseamos dejarles el camino expedito y permitirles su propia evolución natural como era la intención del Primer Creador".

Olnwynn no estaba muy seguro de qué eran los códigos genéticos, pero estaba empezando a comprender.

 

Inanna le estaba dando toda la información que requiriera sin llegar a confundirlo. Como él había luchado muchas veces y de diferentes formas contra los tiranos de su hogar, empezó a comprender cómo era Marduk. Cuando era joven él había jurado luchar contra la tiranía donde quiera que fuera, hasta que él mismo se convirtió en un tirano. Estos pensamientos lo hicieron sentirse triste.


Sin saber de dónde, apareció un anciano real montado en un enorme dragón verde y dorado. Olnwynn sólo había visto estos dragones en pinturas y estaba un poco perplejo, pero Inanna transfirió a su mente la información necesaria y él se abrió a los visitantes.


Inanna habló:

"Olnwynn, este es mi tío abuelo Enki. El es uno de los creadores de la especie humana y éste es Puffy, su dragón preferido".

Enki sonrió; siempre se alegraba de ver a Inanna y conocía muy bien a Melinar. Él también estaba proyectando porciones de sí mismo en la especie humana en diferentes tiempos. Había dedicado toda su energía a rescatar la especie que él había creado; a rescatarla de las garras de su propio hijo, Marduk. Para Enki había mucho en juego.


Enki le habló al Yo multidimensional de Inanna:

"Olnwynn, he venido especialmente a visitarte. Te he admirado mucho desde lejos. Yo también he sido muy aficionado a la bebida y a las mujeres de la Tierra. Esa combinación puede ser muy placentera. Si yo hubiera sido tan bien parecido como tú, habría...."

Simultáneamente Inanna y Melinar le lanzaron una mirada ceñosa a Enki.

"Pero también he admirado tu coraje infinito", agregó Enki. "Coraje es lo que necesitamos ahora. Se necesitará mucho valor para que los niños de la Tierra crean la verdad y ellos tienen que aprender estas cosas muy pronto. Se acerca un gran cambio en su planeta y deseamos instruirlos en cuanto a esto para que no tengan miedo. De ti, Olnwynn, ellos podrían recibir este coraje para saber, para saber la verdad".

Olnwynn pensó para sí que sería un placer luchar contra este Marduk y sus legiones.

 

Le fascinaban las buenas batallas y se dio cuenta de que mientras más tiempo estaba separado de su hogar, más lo amaba y más quería a las gentes que vivían allá. Deseaba abrazar a su hijo, e incluso extrañaba a su bella esposa. Deseó no haberla tratado tan mal; quizás algún día podría recompensarla.

 

Sí, qué bueno sería luchar contra este Marduk, liberar a la gente de todos los tiranos.

"Me comprometo a ayudar a derrotar a este tirano. Le daré coraje a todo el que lo pida. Pueden contar conmigo".

Inanna le sonrió al hermoso guerrero. Después de todo, era probable que no se hubiera perdido toda la energía que ella había puesto en este hombre apasionado.

 

Melinar le recordó que nunca se pierde nada.

“Bien Olnwynn, eso está muy bien”, dijo Inanna con ternura. “¡Pero es mejor que te acostumbres a viajar en el tiempo!”

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VII - ALGO DE INTERACCIÓN


Inanna observó cómo Enki y su dragón se desvanecían de regreso hacia su propia realidad. Ella amaba a Enki y realmente nunca lo culpó de lo que había sucedido, pero de vez en cuando sí pensaba que si sólo él hubiera sido capaz de enfrentarse a su hijo Marduk, ella todavía podría ser la reina de Sumeria.

 

No obstante, la verdad era que toda la familia había puesto su grano de arena en la creación de Marduk. Y, después de todo, Marduk era tanta parte del Primer Creador como lo eran ellos. Todos eran parte de una gran comedia cósmica, el equilibrio entre las llamadas fuerzas de la luz y la oscuridad. Ahora dependía de ella y del resto de la familia hacer los ajustes necesarios en la balanza de poder.


Olnwynn estaba empezando a comprender lo que sucedía. Se dio cuenta de que esta mujer había bajado desde las estrellas a la Tierra y de algún modo mágico había proyectado una parte de sí misma dentro de muchos cuerpos diferentes para poder crearlo a él y a cuántos otros más, él no lo sabía. Comprendió que su grupo compuesto tenía la misión de rescatar a los habitantes de la Tierra de un tirano cuyo nombre era Marduk.

 

Obviamente, faltaban muchas piezas en este rompecabezas.

"¿Hay otros como yo allá?", preguntó Olnwynn.

 

"Sí”, respondió Inanna.

Rápidamente escudriñó algunos de sus actuales Yo y los bancos de sus datos.

"Creo que estoy empezando a comprender", dijo Olnwynn en voz baja. "Cuando yo era un niño tú eras la que me hablabas. Más tarde, fuiste tú quien me inspiró en la poesía y todas esas visiones que tuve procedían de ti. Si sólo te hubiera escuchado, habría podido recordar".

Inanna le contestó amablemente:

"Yo no lo hice todo; tú siempre fuiste muy intrépido. Viniste de un magnífico linaje con un potencial ilimitado, del cual tú usaste gran parte. Fue mi idea dejarte como un huérfano con el fin de que me buscaras. Me olvidé de cuán poderoso era el alcohol para bloquear cualquier comunicación psíquica. Tú viviste en un ambiente de temor y guerras interminables planeadas por mi primo, el tirano Marduk. No te culpes a ti mismo; más bien piensa en lo que has aprendido".

Él, Inanna y Melinar volvieron su atención hacia Graciela: Olnwynn nunca había visto a una mujer que tuviera el valor para vivir sola en un bosque.

 

Él admiraba mucho a sus lobos.

"Perros, Olnwynn, son hermosos perros", le corrigió Melinar. "Puedes ayudar a Graciela, la puedes inspirar con tu coraje. Ven, acerquémonos a ella".


 

Graciela no había olvidado la experiencia que tuvo bosque y se había comprometido a meditar entre las tres y cuatro de cada mañana.

 

Se decidió a realizar lo que ella “el desierto”, que para ella significaba nada de llamadas telefónicas, nada de televisión, nada de periódicos. Se permitió escuchar cierta clase de música y leer unos cuantos libros inspiradores como El Mahabbarata, el Tao Teh Ching de Lao Tzu, o El Libro Tibetano de los Muertos.


Había leído sobre el tanque de flotación diseñado por John Lilly, el científico que hablaba con los delfines. Decidió inventar su propio tanque, llenó su baño casi hasta el tope y colocó velas a los lados. A la luz de las velas se acostó en el agua arqueando su espalda y dejando sólo la nariz por encima del nivel del agua.

 

Así flotaría durante horas hasta que el agua se enfriara tanto que la distraería. Luego pasaría a otro cuarto a meditar. Tenía un teclado electrónico barato, el cual tenía un botón que al presionarlo tocaría una nota hasta que se agotaran las baterías. Entonces enfocaba su conciencia mientras escuchaba ese tono musical continuo.


Los tres primeros días del "desierto" eran los más difíciles. Hubiera hecho cualquier cosa por hacer una llamada o ver el programa más estúpido en la televisión en esos tres primeros días. Pero si se mantenía firme en su decisión, las recompensas serían hermosas. Después de los tres días todo lo que la rodeaba emanaba belleza y sus guías se le acercaban más. Era algo maravilloso; estos momentos de belleza constituían las horas más felices de su vida.

 

Anteriormente había recorrido "el desierto" para encontrar la paz. Así ella sentía que estaba en un monasterio en lo alto del Himalaya en el Tíbet.


Una vez estuvo con un equipo de filmación en Inglaterra. Estaban grabando un documental sobre la música tibetana. Se sintió muy impresionada en presencia de aquellos monjes; los sonidos de sus campanas y cuernos la transportaban hasta su luz dorada. Pero cuando todo terminó, sin saberlo, se acercó demasiado al altar sagrado.

 

Ignoraba que, según la creencia de ellos, si había estado menstruando, su toque mancharía el altar sagrado.

 

Le dijeron que les habría tomado seis meses para purificarlo. Los monjes no le permitieron que se acercara más, lo que hirió sus sentimientos y la confundió. Ese día perdió todo su interés en el Tíbet y se dio cuenta de que allá no encontraría lo que estaba buscando. Instintivamente ella sabía que la misma sangre que producía la vida no podía ser impura.


Sentada frente a su mesa de meditación, Graciela pasó a otra realidad.

 

Anteriormente había recordado sus vidas pasadas. Fue como si de repente pudiera ver a través de los ojos de otro ser y, mientras miraba fijamente las piedras duras y frías de lo que parecía ser la celda de una prisión, le arrojaron una túnica azul sobre "su" cuerpo. Pero no era su cuerpo; era un hombre de cabello largo gris que llevaba una camisa blanca sucia y pantalones negros.

 

El hombre parecía estar conmocionado.
 



Atilar yacía inmóvil sobre un piso frío de piedra. ¿Por qué lo había hecho? Él, que había controlado todos los impulsos de su vida, se veía a sí mismo totalmente perplejo ante su impotencia total. Ahora todo se había ido, todo estaba perdido y no podía recuperarse. La muerte sería motivo de alegría.


Pensó en el primer momento en el que la había visto. El Maestro Qi lo había llamado al área de acceso para que conociera a la nueva chica que les habían llevado las sacerdotisas de la Luna. Era algo rutinario, sucedía todos los días, hasta que él la vio. ¿Qué tenía ella? Era como si Atilar la hubiera conocido durante toda la eternidad.

 

Su presencia tocó una parte durmiente de su ser y le hizo sentir algo que nunca había sentido antes. No era simplemente porque fuera bella; todas las chicas escogidas por la Orden de la Luna eran exquisitamente bellas. Pero ésta era de algún modo diferente. Su piel era del color de crema fresca y sus ojos eran azul oscuro como el mar. Su cabello de cobre caía por su cuerpo y tocaba el piso. No obstante, fue su pureza lo que le atravesó una flecha en su alma. El estar cerca de ella le producía el más dulce dolor.


La tragedia empezó cuando el Maestro Qi, de una manera rutinaria, puso la muchacha bajo el cuidado de Atilar. ¿Por qué no notó el Maestro Qi el cambio en su estudiante preferido? ¿O realmente lo notó?


Naturalmente la muchacha admiraba a Atilar; él era conocido por toda la Atlántida como el heredero del Maestro Qi y el más avanzado en la disciplina de modular los cristales por medio del pensamiento. Todas las novicias jóvenes adoraban a Atilar desde lejos. Él no les prestaba mucha atención a esas cosas. Eso no le interesaba, hasta ahora.


Solitario en su cuarto, Atilar empezó a abrigar pensamientos que nunca antes había tenido. Sabía que si aplicaba la magia que había aprendido durante todos los años, fácilmente podría seducir a la chica.

 

También sabía que la magia haría que el encuentro fuera de proporciones cósmicas. Sería algo así como si él y la chica fueran las energías en bruto del universo que se convierten en una. Solamente un hombre de los talentos y experiencia de Atilar podría generar esta forma de hacer el amor. Y él la amaba desesperada y totalmente con todo su ser.

 

Antes de conocerla había vivido a medias; ahora lo sabía. Incluso su tormento era un éxtasis para él. El tiempo pasó.


Cada día Atilar inventaba más excusas para poder estar con la chica. Ella estaba en todos sus pensamientos. Era muy normal que una sacerdotisa de la Orden de La Luna acompañara a alguien como Atilar al Gran Salón de los cristales. Normalmente, la chica simplemente se sentaba en silencio y generaba la polaridad de la energía femenina que se requería, pero un día Atilar hizo una sugerencia.


Le dijo a la chica que se sentara frente a él y mirara profundamente en sus ojos. Le explicó que estaba experimentando nuevos métodos para modular la frecuencia de los cristales. La chica le obedeció y colocó su hermoso cuerpo blanco frente a él. Ella lo adoraba y haría cualquier cosa que él le pidiera.


Atilar cayó hacia los profundos ojos azules de su amada. Durante horas estuvieron unidos en esta forma y los dos vírgenes intercambiaron su energía. A medida que las frecuencias de sus cuerpos se aceleraban, ellos eran transportados a una nueva realidad. Otilar y la chica se volvieron uno. El piso, el cuarto, incluso la Atlántida entera desapareció.

 

Lo único que existía era su unidad que emanaba poder y se convertía en una luz pura. El tiempo y el espacio se desvanecieron.
 

Si sólo Atilar se hubiera conformado con permanecer en ese estado nada hubiera pasado. Pero el hombre que había dentro de él, el humano, deseaba la consumación. Se concentró sobre su cabello de cobre y su elegante garganta cremosa y la despojó de su túnica. Sus pechos eran pequeños y perfectos; los acarició. Suavemente la acostó y de una manera cariñosa penetró su dulzura sagrada.

 

Su corazón latía a medida que la sangre corría por su cuerpo hasta que su pasión se derramó dentro de ella. Nunca antes había conocido tal felicidad, tal gozo. Los cristales del salón empezaron a resonar con su amor, empezaron a cantar y emitían armonías dulces como respuesta a esta poderosa fuerza.


Las puertas se abrieron de par en par cuando el Maestro Qi y los guardianes entraron bruscamente en el nido de los amantes. El hechizo se rompió de una manera cruel y se llevaron a Atilar a una celda. En medio de un choque mental él yacía sobre las piedras duras, incapaz de moverse durante muchos días.
Atilar reflexionó sobre su vida mientras miraba el agua estancada que se detenía en las grietas del piso de piedra. Nunca le habían dado opciones.

 

Desde que nació le dijeron cuál era su destino. Nunca tuvo oportunidad de jugar cuando era niño, pues lo entrenaron inflexiblemente. Nunca había amado, nunca había jugado. Se había convertido en un maestro, pero retrospectivamente se dio cuenta de la futilidad de todo. Siempre hubo algo que faltaba y, hasta que vio a su amada, no había conocido el nombre del espacio vacío que había dentro de él, el cual nunca pudieron llenar la disciplina interminable y el ritual repetitivo.

 

Nunca tuvo tiempo o lugar para sentir, para amar, para ser espontáneo y ahora le parecía obvio que los ideales que adquieren forma inevitablemente se convirtieran en trampas, para muestra un botón, ahora estaba en la celda de una prisión. Fielmente había cumplido los compromisos de la Orden de las Túnicas Azules, pero nunca le dieron la oportunidad de crear algo por sí mismo.

 

En esencia, había sido un esclavo.


El Maestro Qi entró en su celda. Los dos hombres se miraron y los ojos del Maestro Qi se llenaron de lágrimas.

"Hijo mío, has fallado en tu última prueba. Has profanado a una virgen de la Diosa de la Luna y ahora tienes que morir".

Él sabía que Qi decía solamente la verdad. En algún lugar dentro de su alma Atilar entendía que una vida sin sentimiento, sin amor, era una vida vivida a medias, de modo que aceptó su destino.

 

Estaba listo para morir.


Como el Maestro Qi había pedido indulgencia, Atilar perdería solamente su vida y le perdonarían el horror máximo. El rayo láser que saldría del cristal central sólo destruiría su cuerpo físico, pero su alma permanecería intacta. Atilar asintió; tenía que ser ejecutado. Muchas veces antes había salido de su cuerpo, pero esta vez no regresaría.


Llegaron los guardias a la celda y lo escoltaron hacia la cámara de la muerte, donde lo encadenaron a una pared frente al enorme cristal. Todos salieron del cuarto, se encendió el rayo y en segundos el cuerpo de Atilar se convirtió en cenizas.


Mientras Atilar flotaba libre por encima de su carne, su amor por la joven sacerdotisa lo llevó hasta sus aposentos.

 

Sus hermosos ojos azules estaban rojos e hinchados de llorar y Atilar se dio cuenta de que la muchacha estaba embarazada. Desesperadamente quería abrazarla una vez más y cuidarla. Todo era tan triste. Mi amor inocente, pensó, ¿qué será de ti? El dolor que sintió en su corazón por dejarla era más de lo que cualquier hombre pudiera aguantar.

 

¿Cómo podría encontrarla de nuevo?
 



Graciela estaba muy cansada. Estaba llorando por Atilar y la chica, y ese aparato de láser la asustó demasiado. ¿Por qué no pudo haber sido simplemente bella, rica y poderosa como las otras personas que recordaban sus vidas pasadas? ¡Eh Ave María!

 

Ciertamente no había sido fácil en el plano físico.
 

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VIII - CHANDHROMA


Inanna y Melinar entraron en la conciencia de Graciela. Olnwynn los siguió.

 

Desde el punto de vista de Graciela, ellos aparecían como un campo de fuerza dorado y sutil que contenía tres figuras altas que estaban de pie en su sala, junto a la chimenea. Graciela había estado absorbiendo las lecciones de los datos de la vida de Atilar.


Ella suspiró:

"¿Cómo es posible que haya tanto sufrimiento? ¿Cómo puede el Primer Creador observar este drama interminable de vida y muerte, de belleza y dolor? ¿Qué es Primer Creador?"

Melinar le respondió:

"El Primer Creador ES".

¡Oh, no! qué respuesta, pensó Graciela.

"Escuche, señor, cuando el corazón de uno está partido, el concepto de ES no es muy consolador".

Inanna pensó en algunas de sus experiencias en la Tierra, incluso como un ser extraterrestre de otra frecuencia de tiempo ella había sentido que le habían roto el corazón más de una vez. Deseó pensar en algo que le pudiera dar a Graciela la respuesta que necesitaba.

 

Ella miró a Melinar implorándole que dijera algo.

"Hija mía, esta es la tarea a la que te enfrentas", dijo él. "Debes saltar desde Las 10,000 Cosas, a través del abismo de tu duda, hasta el lugar del magnífico ES. Allá encontrarás la verdad que buscas al sentir lo que el Primer Creador siente. Allá sabrás".

Eso suena muy pavoroso, pensó Graciela.

 

Se imaginó que Las 10,000 Cosas deberían ser todo esos pensamientos y cosas triviales que distraen a todos los humanos cada minuto del día, y ninguno de los cuales parece importar cuando uno se acerca a la muerte, a experiencias de pérdida trágica, o cuando a uno le llega un momento crucial.

 

Mas la idea de un abismo la llenó de temor.

 

Pensó en esa película con Harrison Ford, cuando extendió su pie sobre un desfiladero aparentemente sin fondo para dar un salto de fe. Allí había un puente invisible para él y él lo atravesó. ¿Sería así de fácil para ella? Graciela les tenía pavor a las alturas. El solo hecho de estar parada en un balcón le producía vértigo; sentía un hormigueo en los pies y se sentía jalada a la orilla.


Olnwynn vio un oportunidad y se presentó. Con la ayuda de Inanna, le ofreció su protección y coraje a Graciela. Inanna le mostró a Graciela los datos de Olnwynn mientras que simultáneamente le mostraba los de ella a él.


Inanna escogió un momento en la niñez de Graciela para mostrárselo a Olnwynn. Ella tenía escasos tres años y estaba sentada en el comedor con su familia. Su padre le entregó un pedazo de pollo frito pero ella no lo quería. Graciela levantó el muslo del pollo y con fuerza lo tiró contra la pared.


Olnwynn se rió y vio su propia terquedad en Graciela.

 

Luego reconoció quiénes eran los miembros de la familia de Graciela.

"¡Por Dios! ¡Son ellos, todos ellos!"

Se sorprendió de ver que la madre de Graciela era su bella esposa, el padre era el hermano de Olnwynn y el hermano de Graciela no era otro que su hijo. Todavía estaban juntos en otro tiempo.

 

¿Por qué había nacido Graciela en una familia con estos tres quienes obviamente todavía tenían malos recuerdos y sentimientos hacia él? ¿O era que sentían temor y resentimiento hacia Graciela? No era de extrañar entonces que Graciela no fuera feliz.


Inanna respondió los pensamientos de Olnwynn y le explicó que esa era una manera sumamente útil de aprender y de evolucionar. Y, además, esos tres querían estar juntos. Compartían un lazo. Como Olnwynn, tú los trataste mal y los controlaste. Ahora como Graciela la experiencia es muy diferente, de cierto modo, se invirtió.


Graciela, que no podía dejar de escuchar, pensaba: si Inanna quería experimentar estas cosas, ¿por qué simplemente no se metió en un cuerpo ella misma y vivió, en vez de hacer que Graciela y Olnwynn lo hicieran?

"Lo hice, Graciela. Yo soy tú. Yo he sido todo lo que tú has sido, y he sentido todo lo que tú has sentido".

Inanna tenía la esperanza de hacerla comprender, pero no parecía tan fácil puesto que Graciela estaba en un cuerpo físico de carne vulnerable y con sistema nervioso parcial.

"Es ese sistema nervioso parcial lo que yo quiero corregir", agregó Inanna. "Si todos mis Yo multidimensionales reúnen suficientes datos para percatarse de los modelos repetitivos de las experiencias de sus vidas, quizás uno, quizás tú, Graciela, crecerás más allá de tus limitaciones y pondrás en acción los códigos genéticos divinos que están latentes dentro de ti. Es posible.

 

Sería como si tú le agregaras mayor capacidad a tu computadora. Tienes la tecnología; sólo te falta la voluntad para hacerlo. Hay tantas distracciones, como Las 10,000 Cosas y la rejilla de frecuencias electromagnéticas que colocaron alrededor de tu planeta aquellos que desean que permanezcas como una esclava".

Graciela estaba empezando a comprender lo que Inanna decía. Si ella, Graciela, (que era al parecer Inanna) pudiera de algún modo fusionarse con Olnwynn y Atilar, así como con todos los otros que en realidad eran Graciela, entonces habría la posibilidad de que tanto conocimiento y datos combinados pudieran activar los genes durmientes.

 

¿Se trasladaría el cambio en un humano a los otros?

"¡Sí!", contestó Inanna y suspiró con una sensación de satisfacción de que por lo menos había llegado a uno de sus Yo multidimensionales.

En ese momento Olnwynn se animó y empezó a reír.

"¡Esto podría ser muy divertido!", dijo él.

Prometió ayudar a Graciela para que encontrara el coraje suficiente y se sentó al lado de los perros con el deseo de poder acariciarlos. Graciela se dio cuenta de que los dos perros permanecieron calmados ante la presencia de sus nuevos amigos.

 

Bueno, ciertamente ya no estaba sola.

"¿Hay alguien más?", les preguntó a Inanna y Melinar.



Chandhroma nunca había sido tan hermosa como su madre, pero era bonita y elegante.

 

Tuvo suerte de que no la asfixiaran en el momento del nacimiento como se acostumbraba hacerlo con los bebés hembras que nacían en esa época. Su madre no tuvo el coraje de matarla, aunque no había razón para conservarla.


Era el siglo XVI D.C., en el norte de la India. La madre de Chandhroma era una prostituta, aunque era una cortesana de la clase alta. Se había enamorado de un poderoso consejero del Sultán de Cachemira. Ella solamente le era útil a este hombre como concubina, no como la madre de sus hijos.

 

Naturalmente, si el bebé hubiera sido varón, se le habría encontrado algún lugar en la corte. Pero la hija de una prostituta no le servía a nadie. De modo que a los tres años, Chandhroma fue entregada a la escuela de danza donde fue criada para ser una bailarina de la corte y donde recibió un entrenamiento riguroso.

 

Afortunadamente ella sobresalió en este arte porque amaba la danza con pasión.
 



Chandhroma estaba sentada sola en el Templo de la Danza.


A menudo venía allí a danzar para "la dama" que a veces se le aparecía. La rodeaban columnas de piedra con tallas fantásticas de Kali y Lakshmi, los Gandharvas, los apsarases y los dakini danzantes. Frente a ella sólo una vela alumbraba las sombras del gran salón y una luna llena bañaba con su fría luz los pisos de mármol brillantes.

 

Chandhroma se sentó en quietud total. Tenía 14 años y había sido entrenada en las artes de la danza durante once años. Extrañaba a su madre, pero "la dama" que venía llenaba el vacío de su corazón y le parecía que era una diosa. Como Krishna, la dama tenía una hermosa piel azul turquesa. Llevaba puestos muchos collares de lapislázuli y brazaletes de oro. Chandhroma pensaba que su dama azul era aún más hermosa que su propia madre.


Ella se puso de pie y empezó a danzar, con gracia daba vueltas mientras que las pequeñas campanas de plata que tenía en los tobillos emitían suaves tonos a través de las columnas del salón.

 

En su mente, Chandhroma llegó a ser una con la diosa. Imágenes de la dama azul, de Lakshmi y de Tara llenaron su conciencia. Llamó hacia sí a los dakines danzantes y se convirtió en una con la luz de la luna. Sus manos eran expresiones graciosas de esperanza humana y su cuerpo cantaba con la belleza de la noche. Bailar sola para su diosa era su mayor gozo.


Cuando sintió la presencia de la dama azul, dejó de danzar y se quedó quieta. Su respiración era corta y movía sus pechos casi imperceptiblemente.

 

Gritó:

"Dama, quería hablar contigo esta noche. Pronto me llevarán al palacio del Sultán para bailar. ¿Estarás conmigo para guiarme en la danza?"

Inanna le respondió:

"Sí, mi amada muchacha, estoy contigo a donde quiera que tú vayas. Soy parte de ti. Mi amor por ti es eterno y nunca estás sola porque aquí estoy protegiéndote. Amo lo que tú eres".

Chandhroma sintió la presencia de un intruso.

"¿Quién está allá?", gritó ella.


"Sólo un admirador, mi niña", respondió el forastero. "Yo soy Vasudeva, el arquitecto de los palacios del Sultán. Tu maestro de danza me habló de tus presentaciones nocturnas y he venido en secreto para contemplar tu belleza. Soy un anciano, y no tengo intenciones de hacerte daño. Quiero ser tu amigo".

Chandhroma buscó la aprobación de su dama azul, quien sonrió y asintió. Entonces este es mi destino, pensó ella.


Vasuveda continuó:

"Entiendo que estás sedienta de conocimiento, y que pasas tus ratos libres dibujando los pabellones y las esculturas del templo. Deseo enseñarte estas cosas. Una vez tuve una hija tan hermosa como tú que estaba en el apogeo de su belleza, pero una enfermedad misteriosa me la arrebató. Era mi única luz en este mundo y tú me la recuerdas. Permíteme que sea tu mentor cuando te mudes al palacio y te enseñaré a leer y escribir, así como matemáticas, lenguaje y arquitectura".

Era algo inaudito.

 

A ninguna mujer se le permitía aprender estas cosas. Ella siempre había querido conocimiento y en secreto había intentado aprender a escribir en sánscrito, pero a las mujeres no se les animaba a que hicieran esas cosas. Ella no era más que una bailarina del templo.

 

Su posición no era mejor que la de una prostituta, como su madre.

"¿Y qué tendré que hacer a cambio?", preguntó.


"Trabajar muy duro. Debes dedicarte a estas nuevas artes y continuar con tu danza. De otro modo no te permitirían permanecer en el palacio. Estás al servicio del Sultán, pero él es mi amigo y está muy satisfecho con esta extravagancia mía. Es bien sabido que tú eres dotada, que los dioses te sonríen y que se interesan mucho por ti. Es mi intención hacer lo mismo. Serás como una hija para mí”.


"Acepto".

Fue todo lo que pudo decir con el corazón en la garganta. Muy seguramente la dama azul le debió haber proporcionado esta oportunidad.

 

Ciertamente, debe ser un regalo de los dioses.
 



Inanna estaba feliz con el progreso de Chandhroma. La chica tenía una mente estupenda, aprendía muy rápidamente y se convirtió en el mayor orgullo de Vasudeva.

 

A medida que su fama como danzarina crecía, le ayudaba a Vasudeva en sus proyectos de arquitectura. Hasta se le encargó el diseño de un jardín pequeño. Cachemira era mundialmente conocida por sus jardines. Era una época maravillosa para Chandhroma. Vasudeva la quería mucho y, aunque muchos la admiraban y la cortejaban, a ella sólo le interesaban la danza y el conocimiento. Ella pensaba que seguramente debía haber otras mujeres que deseaban tener esas oportunidades.


Un día ella estaba sola dibujando en el jardín que había diseñado. Un hombre joven bien parecido apareció ante ella y se presentó. Era el hijo y heredero del Sultán. Ella naturalmente lo había visto en la corte cuando danzaba pero nunca se había imaginado que lo conocería y ciertamente no estando sola.

 

El Sultán le había puesto a su hijo el nombre de Arjuna como el famoso arquero de las escrituras antiguas.

"Chandhroma, estoy desesperadamente enamorado de ti", dijo Arjuna. "Te he visto danzar y Vasudeva me ha contado historias sobre tu garbo e inteligencia. ¿Hubo alguna vez una mujer tan dotada y tan hermosa como tú en el reino de mi padre?"

Por un momento sus ojos se encontraron en silencio.

 

La muchacha no había pensado mucho en el romance, no tenía tiempo para eso y no quería terminar de prostituta como su madre. Pero este joven le hacía sentir cosas que le eran totalmente desconocidas.


Entonces Arjuna empezó a hablarle tiernamente y de una manera espontánea le expresó su amor y deseo por ella:

"Chandhroma, he estado esperando este momento.
Ven a mí, amada, deja que mis brazos te abracen.
Tu piel radiante esconde los fuegos ardientes debajo de ella.
Cada célula de mi cuerpo resuena con tu ser.
Deseo estar cerca de ti, amada.
Tus ojos me acercan más a mi Hogar.
Sigo su profunda oscuridad como un niño inocente que sólo conoce un llamado.
Atraído hacia ti como la luna atrae las corrientes, las llamas
se extienden por mi cuerpo.
El deseo me abruma en estas tardes veraniegas.
Me imagino cada aspecto de tu ser.
Separados en cuerpo, unidos en alma y espíritu, siempre estás
conmigo.
Siento el latido de tu corazón, tu roce, tu aliento.
Mis células vibran con tu vida y con mi deseo de nuestra
unión.
Cómo he deseado una como tú en todos los lugares y tiempos.
Busco el calor de tu suave beso para que despierte los
verdaderos fuegos que arden dentro de mí.
Permite que mi amor, como la luz del sol, se derrame sobre
tu cuerpo y alma".

Chandhroma quedó transfigurada con sus palabras, su corazón estaba conquistado.

 

Ella sonrió, Arjuna se sentó a su lado y tocó sus manos. Finalmente los dos empezaron a reír y a hablar como si se hubieran conocido durante todas sus existencias e incluso más allá de ellas.

 

Se dice que el amor verdadero puede ser así.


Inanna se alegró mucho por Chandhroma, pero también sintió el peligro. Ya había muchas mujeres chismorreando en la corte del Sultán. Sentían envidia y desprecio por la muchacha. Ahora que el hijo del Sultán le había dedicado todos sus afectos a ella, ¿quién sabe a dónde llegarían todos esos celos? El veneno era la solución más conocida para las rivalidades dentro del harén.


A las mujeres del palacio se les permitía tan poca libertad que sus energías terminaban por menoscabarse entre sí. De vez en cuando se llegaba hasta matar a un bebé para sacar del camino a un heredero potencial. Ciertamente el harén podía ser un lugar peligroso.

 

Como era una bailarina, en realidad Chandhroma nunca había sido parte de ese mundo, además gozaba de la protección de Vasudeva. Pero las atenciones de Arjuna la convertirían en el blanco de alguna concubina frustrada con ambiciones de poder. Inanna sabía que las mujeres de esa época maliciosamente conspiraban la una contra la otra para defender su escaso territorio. La impotencia de las mujeres hería profundamente a Inanna, pero era imperativo que le advirtiera a Chandhroma sobre el peligro.


Mas ella estaba muy enamorada y bajo el hechizo de Arjuna se encontraba ya en un mundo lejano. Los dos amantes pasaban sus días tomando vino y haciendo el amor en los jardines mágicos de Cachemira. En el palacio todos hablaban sobre su relación. Inanna no pudo por ningún medio lograr la atención de Chandhroma.

 

¿Cómo podía advertirle?


Un día Chandhroma regresó a su cuarto y sobre la mesa encontró un regalo. Era una botella de oro con rubíes rojos incrustados. La habilidad del que la diseñó era impresionante y había una nota que describía las propiedades mágicas del contenido de la botella. Decía que era el elíxir de la belleza eterna y la vitalidad. Inocentemente, Chandhroma abrió la botella y olió su contenido.

 

El cuarto se llenó con el aroma de cien rosas y Chandhroma se dejó vencer por el deseo de probar el elíxir. Inanna temió lo peor y evocó sus poderes para lo cual tumbó un hermoso florero con el fin de atraer la atención de Chandhroma. El florero tableteó y se quebró sobre las baldosas de mármol, pero Chandhroma estaba totalmente distraída, poseída por el hechizo de la fragancia de rosas.


Levantó la botella hasta sus labios. Al probar el líquido, sintió una contracción violenta en su cuerpo. Cuando cayó al piso duro, pensó en Arjuna. Cómo deseaba sentir sus brazos a su alrededor, saborear una vez más sus labios y mirar en lo profundo de sus ojos. Trató de gritar, pero toda su fuerza se había ido. Su vida se le escapó.

 

Cuando Chandhroma se retiró de su cuerpo, Inanna estaba allá para abrazarla.

 

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IX - LIBROS Y ZAPATOS


Graciela recordó cómo le había encantado la danza. Cuando era una niña, llevaba a su cama bufandas grandes, las colocaba debajo de sus mantas y simulaba que ellas eran su atuendo de danza. Se imaginaba que era una bailarina famosa en un reino mágico.

 

Su imaginación le permitía hacer estos vuelos de fantasía durante horas. Durante siete años estudió ballet y su madre le compró un par de zapatillas rojas porque a Graciela le había gustado mucho le película "Las Zapatillas Rojas". Graciela pensó en los zapatos que había perdido aquel día en Nueva York. Le parecía que había pasado tanto tiempo.


Ella se preguntó si la vida de Chandhroma como bailarina de algún modo había tenido que ver con su amor por la danza. ¿Afectaban todas la vidas multidimensionales de alguna manera a todas las otras? Graciela trató de imaginarse manejando un hacha, lo que hizo reír a Olnwynn. Éste se había apegado a la conciencia de Graciela, estaba muy interesado en su familia y amaba mucho a sus perros. Corría con ellos por el bosque y para tomarles el pelo atravesaba árboles.


Los recuerdos de los otros Yo eran tan claros. A ella le parecía que le estaban mostrando películas holográficas a todo color de las vidas de personas a las cuales, de una forma misteriosa, se sentía muy cercana. Pensó en muchos de los incidentes mágicos de su vida. Sabía que de su madre había heredado sus habilidades psíquicas. La madre siempre sabía lo que Graciela estaba pensando, lo que constituía una molestia para ella, porque su madre rara vez estaba de acuerdo con lo que hacía.


En los años sesenta. Graciela había experimentado con sustancias que alteran la mente, como tantos otros de su generación, pero una voz le advirtió que desistiera de esto. Ella no le podía atribuir su deseo de saber la verdad a ninguna de esas experiencias. Desde la adolescencia, estaba decidida a encontrar respuestas y desde los catorce años tenía su diario.

 

Lo había empezado con estas palabras:

"Esto es para probar que una chica puede pensar por sí misma".

Y era precisamente el pensar por sí misma lo que siempre la había metido en problemas.


Todos querían que luciera hermosa y que se casara con un hombre bien rico. Su madre le había advertido que nadie se casaría con ella si continuaba leyendo esos libros. Graciela encontró que su vida era vacía y que estaba llena de hipocresía. Trataba de ser como los demás, pero no podía. Era como si el Flautista de Hamelin estuviera tocando en algún lugar de su interior, exhortándola a otra clase de vida.

 

¿Por qué había nacido en aquella familia? Ahora parecía que Olnwynn tuviera las respuestas. De hecho su madre le debía a ella la vida que le había arrebatado a Olnwynn, pero su pobre madre tampoco era feliz.

 

¿Estaba el pasado atormentando a su padre y a su madre? ¿No era su padre un tirano como lo fue Olnwynn? ¿Cuándo terminaría todo esto?

"Sólo terminará cuando tú lo cambies", dijo Inanna. "La llave está dentro de ti, Graciela. Tus realizaciones, aunadas a toda la sabiduría de los otros Yo multidimensionales, activarán las secreciones hormonales que están dormidas en tu cuerpo. Tu conciencia transformará tu cuerpo físico y, a medida que cambie tu percepción de la realidad, cambiará tu vida en este plano. Pero yo no lo puedo hacer por ti, amada, tú debes hacerlo por ti misma. Este es un universo de libre albedrío y si yo te obligo a cambiar, violo la ley del libre albedrío".

Graciela pensó que era una lástima.

 

Quería que Inanna y Melinar la tocaran con una varita mágica y cambiaran todo lo que hay en el mundo. Pero evidentemente, no iba a ser así. De algún modo ella lo tenía que hacer por sí misma. Pensó en todas las historias que había leído sobre los grandes maestros que pasaban años disciplinándose en las partes altas de las montañas.

 

En la epopeya hindú, el Mahabbarata, aquellos que aspiraban a conocer la verdad o a la ayuda de los dioses siempre ejecutaban lo que se llamaba tapas. Graciela había aprendido que esto significaba "generar calor".

 

En el cuerpo se podía realmente producir algo que era como un calor divino, y ella se preguntaba si ese era el secreto para poner a funcionar el sistema endocrino. Está escrito que en los tiempos antiguos los que querían lograr habilidades mágicas se paraban en un dedo del pie durante 2,000 años, una imagen que siempre divertía a Graciela.


Ella había buscado muchos maestros y escuelas para que contestaran sus interminables preguntas, pero cada fuente de conocimiento había caído en la trampa de ser seducida por el poder que ejercía sobre sus estudiantes. Al principio esto era muy deplorable para Graciela, pero, a medida que veía que este modelo se repetía, se dio cuenta de que la tiranía disfrazada era la conclusión lógica de la mayoría de las escuelas.

 

La verdad espontánea no se podía convertir en una ley. La mejor expresión de esto la encontró en un maestro chino, Lao Tzu quien dijo algo así como que la verdad no puede ser expresada más que por aquellos que no la entienden.


Graciela sabía que tenía que encontrar la verdad dentro de sí misma.
 



Atilar estaba empezando a acostumbrase a su nuevo medio ambiente.

 

Él había sido entrenado para salir de su cuerpo y viajar a otras dimensiones, de manera que la muerte no era algo tan horrible para él. Pero la pérdida de su verdadero amor, la joven sacerdotisa de la Luna, temporalmente había dañado sus percepciones. La pasión que ellos juntos habían producido cambió drásticamente su nivel normal de energía, por eso necesitaba tiempo para poder asimilar todos estos cambios.


Instintivamente él sabía quiénes y qué eran Inanna y Melinar. Con facilidad absorbió los datos de las vidas de los otros Yo multidimensionales. Recordó que una vez había visitado a Olnwynn en el campo de batalla. El intenso calor psíquico que Olnwynn generaba en esos momentos lo había atraído. Olnwynn se volvía uno con su hacha a medida que decapitaba a sus enemigos; nadie se escapaba de su voluntad enfocada. En esos momentos, la frecuencia de Olnwynn era igual a la de Atilar cuando afinaba los cristales.


Atilar le ofreció su conciencia y los datos de su vida a Graciela. Ella se abrió al campo de energía de él y sintió que su cuerpo entero cambió; se sintió más ligera y más fuerte. Atilar tenía mucho que ofrecer y mucho que enseñar. De noche, en su cama, Graciela asimilaba las experiencias de sus Yo multidimensionales. En su mente los abrazaba, y sentía un intenso amor por cada uno de estos seres. Ella no podía juzgarlos sin importar lo que hubieran hecho; ellos eran simplemente lo que eran y Graciela los amaba. Reflexionó que tal vez el Primer Creador pensaba así sobre toda su creación.


A medida que el tiempo había pasado en la Tierra, los hombres se habían vuelto más y más temerosos de sus sentimientos. Esto era la consecuencia natural de participar constantemente en guerras inútiles en las que a menudo morían o quedaban inválidos.

 

Muchos hombres habían tenido la experiencia de yacer heridos e impotentes durante días en el campo de batalla mientras oraban para que la muerte se los llevara antes de que llegaran los buitres y los destrozaran. Se les adoctrinó para que ocultaran sus sentimientos, para que no actuaran como las mujeres. Se les dijo que las mujeres eran inferiores. A cambio de la sensación de superioridad, los hombres se privaron a sí mismos de la experiencia de su propia ternura y emociones.

 

Merwin, otro de los Yo de Inanna, era uno de estos hombres.


Merwin creció en un ambiente en el que su padre abusaba de su madre. Ella era una mujer inteligente y sensible y le enseñó a leer y a querer los libros. Le inculcó la idea de que el conocimiento era la única cosa de valor real en la vida. Merwin trataba de defender a su madre, pero no era más que un muchacho. Un día en un estallido de ira, su padre accidentalmente mató a su madre. Desesperado y desdichado, Merwin escapó.


Se decía que en Alejandría había una enorme biblioteca llena de libros y conocimiento de todas las partes del mundo. Merwin soñó que sería muy feliz pasando el resto de sus días en un lugar así. Sucio y hambriento llegó a las puertas de la biblioteca y le rogó al guardián que le permitiera trabajar allí. Él haría cualquier cosa por permanecer en la biblioteca. El guardián tuvo compasión del muchacho y le permitió entrar.


Merwin se quedó en esta enorme biblioteca por el resto de sus días. Leyó y clasificó todo lo que había. De vez en cuando pensaba en su madre, en cuán complacida estaría ella de verlo en un lugar así. Pero pensar en ella le causaba mucho dolor.

 

Él se convirtió en una leyenda en Alejandría y también en un chiste.

 

Todos lo admiraban por su conocimiento y siempre recurrían a él cuando necesitaban un libro o un papiro. Pero también se burlaban de él y decían que era tan seco como sus papiros antiguos. Se sabía que su vida estaba reducida a estar con sus libros. Nunca estuvo con una mujer. Llevaba una vida de recluso en medio de papiros desteñidos y estantes polvorientos. Nunca salía de la biblioteca.


Un día, cientos de soldados llegaron a Alejandría.

 

Conquistaron la ciudad e incendiaron la biblioteca. Se decía que las llamas del incendio se podían ver a kilómetros. Todo el conocimiento almacenado de la antigüedad desapareció en aquellas llamas.

 

Las historias de la Atlántida, de Lemuria y de muchas otras civilizaciones antiguas se convirtieron en cenizas. Merwin permaneció allá aquel día. ¿A dónde se pudo haber ido? Sin su biblioteca no quería vivir.

 

Entonces Merwin se unió a Melinar e Inanna y a los otros que estaban en el óvalo.

 

Merwin, quien desde la muerte de su madre nunca se había permitido a sí mismo sentir, derramó lágrimas de éter transparente en una dimensión extraña.
 

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