XII. EL CAMBIO EN LAS RELACIONES HUMANAS

Toda vida real es un encuentro.
MARTIN BUBER

Cada uno es responsable de todo
ante todos los demás.
FEODOR DOSTOIEVSKI

El cambio de paradigma personal es como cruzar el océano en busca del Nuevo Mundo. El inmigrante, por mucho que lo intente, no puede persuadir a todos sus amigos y personas queridas a que lo acompañen en su viaje. Quienes quedan detrás no pueden comprender cómo tanta cosa conocida ha sido incapaz de retener al inmigrante. ¿Por qué ha abandonado su patria de siempre? Y, lo que es más triste de todo, ¿cómo es que sus afectos no han podido retenerle?


En cuanto al inmigrante, pronto aprende que realmente no se puede intentar reconstruir el viejo mundo en el nuevo continente. Nueva Inglaterra no es Inglaterra; Nova Scotia no es Escocia. La distancia difumina las viejas realidades, y las comunicaciones resultan difíciles y punzantes. Las cartas enviadas al viejo mundo no pueden evocar todas las cumbres y cañones que van empujando sin cesar al inmigrante hacia lo desconocido.


La transformación personal, una vez comenzada, nos saca del viejo mundo, a veces de forma abrupta, por lo general al cabo de varios años. Como hemos visto en un capitulo anterior, la gente cambia de trabajo, e incluso de vocación, apenas comienzan a cambiar las propias percepciones. Si el marido o la mujer no comparte el profundo interés por el proceso transformativo y la búsqueda de sentido del otro, lo probable es que el matrimonio se resienta. Con el paso del tiempo, las diferencias puede que tiendan a agudizarse, ensanchándose los viejos cismas.

 

Se abandonan antiguas amistades y conocidos; surgen, en su lugar, nuevas amistades, incluso una nueva red de apoyo entera. Las nuevas relaciones, basadas como están en el hecho de compartir unos valores y una aventura, son posiblemente más intensas. Parientes, colegas, amigos y el propio esposo o esposa, sintiéndose comprensiblemente amenazados por estos cambios, a menudo ejercen presiones sobre él para que abandone las nuevas amistades o dedicaciones que tienen que ver con el cambio. Este tipo de presiones no consigue otra cosa que ensanchar el foso ya existente. No es posible detener a un emigrante tratando de hacerle revivir sus ilusiones por el viejo mundo.


En este capítulo vamos a tratar de los cambios en las relaciones personales, del carácter de las relaciones transformadoras, y del efecto del proceso transformativo en las épocas de transición, o «de paso», de la vida.


Las relaciones son el crisol del proceso transformativo. Supuesta la mayor disposición para el riesgo que adquiere el individuo, su confianza en la intuición, su más amplio sentido de conexión con los demás, y el reconocimiento de su propio acondicionamiento cultural, es lógico que aquéllas deban resentirse.


Hemos ido viendo la influencia sutil que la costumbre ejerce sobre nuestra vida. Las normas y costumbres culturales son los grandes principios que de forma solapada rigen nuestras vidas. Nos acostumbramos a desempeñar ciertos papeles; nuestros comportamientos se convierten en acostumbrados, y por lo tanto en incuestionables. La costumbre es como una acumulación de niebla y humo. Sólo nos damos cuenta de lo que representa, cuando en un día claro y limpio vemos que el aire la ha barrido de en medio. Podemos dejar de percibir los contornos de un nuevo advenimiento cultural, hasta que sus efectos se dejan sentir por todas partes.


Pautas matrimoniales, familiares, sexuales e instituciones sociales, en otro tiempo bien arraigadas, están siendo sacudidas por alternativas radicalmente nuevas o radicalmente antiguas. La verdad es que no hay fórmulas, y hay por ello muchos fracasos, pero con todo hay cada vez más personas que intentan ver con mayor claridad, amar con mayor honradez, y hacer menos daño. La clave no está en las respuestas per se, sino en las actitudes.


En capítulos anteriores hemos ido viendo surgir un nuevo consenso en instituciones colectivas tales como gobierno, medicina, educación y negocios. Pero ningún programa ni ningún comité pueden pretender reformar ni repensar «la familia», el «matrimonio» y las relaciones sociales en general. En realidad, no son verdaderas instituciones, sino millones y millones de relaciones, conectes, que sólo pueden ser comprendidas desde el individuo, y en todo caso solamente como un proceso dinámico. La costumbre social es probablemente el más profundamente hipnótico de los fenómenos culturales.
 


Más allá de los roles culturales
Siempre que alguien comienza el proceso transformativo, la muerte y el nacimiento le rondan: la muerte de la costumbre como autoridad, y el nacimiento de su propio ser.


En un sentido, el esfuerzo simultáneo por alcanzar la autonomía y la conexión con los demás, por contradictorio que pueda parecer, es un intento de ser real. Uno se despoja de los emblemas y limitaciones de su propia cultura: falso machismo, falsas pestañas, barreras, limitaciones.


Muchos de los hombres que respondieron al cuestionario de la Conspiración de Acuario señalaban que el movimiento femenino había jugado un papel importante en su propio cambio, no sólo por concentrarse en el potencial pisoteado de la mitad de la raza humana, sino por cuestionar la supremacía de las características masculinas valoradas por la sociedad: competitividad, manipulación, agresividad, objetividad. Uno decía:

«Buena parte de mi transformación se debió a las relaciones. El hecho de haber tenido a mi lado mujeres amorosas que me ayudaban a deshacerme de actitudes sexistas, contribuyó en gran medida al reconocimiento y desarrollo en mí mismo de la naturaleza "yin", que ha unificado mi vida y mi trabajo».

Si las mujeres descubren, al transformarse, el sentido de su propio ser y de su vocación, los hombres descubren lo gratificantes que resultan las relaciones cuando ponen en juego su propia sensibilidad. Con todos estos cambios, que equilibran mutuas diferencias, se está delimitando una nueva base para la interacción hombre-mujer. Los hombres se están volviendo más sensibles e intuitivos; las mujeres, más autónomas y resueltas.


Según la más antigua sabiduría, el descubrimiento de sí mismo implica inevitablemente el despertar de rasgos generalmente asociados al sexo opuesto. El ser consciente de sí tiene acceso a todas las dotes del espíritu humano: instinto protector e independencia, fuerza y sensibilidad. Al completar esas cualidades en nosotros mismos, nos hacemos menos dependientes de otras personas con respecto a ellas. Buena parte de lo que nuestra cultura etiqueta como amor no es más que tendencia apasionada hacia la mitad que nos falta, o, lo que es lo mismo, necesidad de ella.


El ser transformado se emancipa de todo compartimento estructurado por la asignación de roles culturales, reconociendo, por una parte, aspectos suprimidos desde tiempo atrás, y comprobando por otro lado las distorsiones surgidas en los rasgos asignados. La fuerza puede convertirse en una caricatura de sí misma, y aparecer como machismo, agresividad o encerramiento. El instinto de protección puede exagerarse hasta volverse asfixiante.

 

Todo lo que corta la espontaneidad, sea la exageración, sea el rechazo, contribuye a la inconsciencia y a la falta de realidad. Los roles que jugamos en nuestras relaciones convencionales, marido, mujer, hijo, hija, hermana, familia política, amante, amigo de la familia, no nos identifican en cuanto personas; y de hecho pueden enmascarar a nuestro ser auténtico, si seguimos tratando de ajustar nuestra conducta y nuestros sentimientos a lo que demanda la «descripción de la tarea» que tenemos asignada.
 


La amenaza para las antiguas relaciones
La transformación personal tiene mayor influjo en las relaciones personales que en ningún otro campo de la vida. Realmente puede afirmarse que el efecto se deja sentir en primer lugar en las relaciones; puede que éstas mejoren o se deterioren, pero rara vez permanecerán idénticas.


Se producen miles de cambios: la forma de usar el poder, la disposición a experimentar, la capacidad de intimidad, nuevos valores, menor competitividad, mayor autonomía con respecto a las presiones sociales. Tal vez alguien que era autoritario no disfruta ya con tener poder sobre otras personas, y personas que antes eran pasivas se vuelven capaces de afianzarse a sí mismas.


Algunas veces, estos cambios son bien recibidos. Con mayor frecuencia resultan amenazadores. El juego inherente a la mayor parte de las relaciones no puede soportar la marcha de uno de los jugadores. Si el adormecimiento cultural a escala social salta sacudido en pedazos en presencia de la transformación, lo mismo sucede con el adormecimiento de esta minicultura propia que son nuestras relaciones. De pronto caemos en la cuenta de que sus hábitos y limitaciones nos han impedido llevar una vida más rica y más creativa, no nos han dejado ser nosotros mismos.

 

Si en una pareja uno siente que su vocación y el vivir día a día son más importantes que los objetivos a largo plazo, y el otro sigue aún aferrado al antiguo programa, éste puede sentirse abandonado y enfadarse por ello. «Gus se ha ido y no va a volver», decía una mujer, refiriéndose al nuevo mundo de su marido. Su incapacidad para compartir el viaje hacia la transformación habla creado entre ellos un abismo, y ella sentía que no podía tender ya ningún puente.


El factor más importante para el cambio de las relaciones es la transformación del miedo. Por debajo de la superficie, la mayoría de las relaciones Intimas tienen por eje el miedo: miedo a lo desconocido, miedo al rechazo, miedo a perder lo que se tiene. En sus lazos más íntimos, mucha gente, más que un santuario, lo que busca es una fortaleza. Sí, por uno u otro medio, meditación, un movimiento social, un cursillo de entrenamiento asertivo, o una tranquila reflexión, uno de los dos se libera de sus miedos y sus acondicionamientos, su relación con el otro puede convertirse en un terreno extraño.


Las ofertas de seguridad ayudan muy poco. La persona que se siente amenazada en la pareja puede mostrar su disconformidad enfadándose, burlándose o tratando de discutir. La gente quiere que cambiemos, pero para responder a sus necesidades, no de acuerdo con las nuestras. Y la persona que se siente amenazada no puede comprender por qué su pareja no vuelve a ser como antes («si me quisieras... »), o confía en que se trate de una fase pasajera, como la rebeldía de un adolescente o la crisis de la media edad.


Pero no se puede abandonar toda una nueva concepción de la realidad como podemos dejar un trabajo, o salir de las filas del partido demócrata o de la iglesia presbiteriana. La nueva perspectiva disipa los propios miedos, agudiza nuestra conciencia, nos vincula con toda la comunidad humana, y nos alegra la existencia.


Si el propio compañero o compañera no puede ajustarse a seguirnos, al final surgirá la discordia, real o psicológica. Quienes mantienen una relación con una persona hostil a su nuevo mundo tienen dos opciones: mostrarse abierto respecto a sus intereses, lo que puede alimentar aún más la incomprensión... o actuar de forma clandestina. De un modo u otro, quedan imposibilitados para seguir explorando, dentro de su relación, los nuevos y más significativos cambios que van apareciendo en su vida. Una artista de Nueva York cuyo esposo minusvaloraba su búsqueda espiritual, confesaba crudamente: «Llevo una doble vida».


Esa angustia es el precio más caro que tenemos que pagar por el Mundo Nuevo, a medida que vamos reconociendo que es imposible explicarlo, que es preciso verlo. Entra una profunda tristeza, no sólo por la pérdida de lo que podría haber sido un viaje compartido, sino, más intensamente aún, por lo que nos parece estar rechazando nuestro compañero: libertad, plenitud, esperanza.

 

Sin embargo, tratar de convencer a alguien para que cambie de paradigma, diciéndole que abandone su antiguo escepticismo o sus estrechas convicciones, es tan inútil como decirle a una persona que tiene cataratas que abra más sus ojos para ver. Cada uno tiene sus propios miedos y sus propias motivaciones y necesidades. Todos alcanzamos a comprender cada uno a su tiempo y a su manera. Todos podemos acordarnos de haber rechazado nosotros mismos en un principio ideas que luego llegaron a ser centrales en nuestra vida, después de haber experimentado que eran verdaderas.
 

Sea cual sea el coste en el plano de las relaciones personales, descubrimos que, a fin de cuentas, inevitablemente, nuestra mayor responsabilidad consiste en administrar nuestro potencial: llegar a ser todo lo que podemos ser. Toda traición a esa confianza debida a uno mismo pone en peligro la propia salud física y mental. En el fondo, como observa Theodore Roszak, la mayoría nos sentimos «enfermos de culpabilidad por haber vivido por debajo de nuestro auténtico nivel».


Si en una pareja uno desarrolla un fuerte sentido de la vocación, y el otro no lo tiene en absoluto, el compromiso del primero puede convertirse en fuente de celos y de antagonismo para el segundo, creando efectivamente un triángulo.


Las relaciones tienen sus propias matemáticas, ya creadoras, ya destructivas. El crítico social Norbert Prefontaine describe este fenómeno:

"Cuando una cosa se añade a otra, el resultado son dos cosas, trátese de naranjas, pistones o edificios. No obstante, si añadimos una persona a otra, el resultado es siempre más o menos de dos, pero nunca es simplemente dos. Esto es, las personas que se encuentran e interaccionan de verdad entre sí, o bien se fortalecen la una a la otra, de manera que ambas resultan ser más fuertes que la suma de las dos por separado, o bien se dañan el uno al otro, de manera que resultan ser más débiles juntos que sumados por separado1.

Para el psicólogo Dennis Jaffe, dos personas pueden ser una fuente de crecimiento, de ayuda y de salud, la una para la otra, o pueden ser lo que él denomina «diadas letales». Toda relación cerrada, como todo sistema cerrado en el universo, pierde energía.

 

Un maestro decía:

«Las antiguas relaciones convencionales, con su exclusivismo y su centramiento en el ego, nos aislaban más aún que si estuviéramos solos. La única diferencia es que ahora éramos los dos quienes formábamos la isla».

El proceso transformativo, al hacer más notorios los aspectos limitantes de nuestras relaciones, nos abre también nuevas posibilidades.
 


Las relaciones transformadoras
Una relación transformativa es un todo mayor que la suma de sus partes. Es sinérgica, holística. Como las estructuras disipativas, son abiertas al mundo, es una fiesta, una exploración, no es un escondite.


A medida que nos sentimos más interesados por la esencia de las relaciones que por su forma, cambia la calidad de la interacción humana. Las experiencias de unidad, de plenitud, de mayor sensibilidad, de empatía, de aceptación, y otras semejantes nos abren un más amplio abanico de posibilidades de conexión que el que teníamos antes.


Ese es el tipo de unión que describe Martin Buber:

"En una verdadera conversación, en una verdadera lección, en un abrazo verdadero... en todas estas cosas, lo esencial sucede en una dimensión que sólo es accesible a ellos dos... Si yo y otra persona nos «acontecemos» el uno al otro, la suma ya no es exactamente divisible. Queda un resto en alguna parte, allí donde las almas terminan y el mundo aún no ha comenzado".

A esa dimensión, «el entre», el Yo-Tú, Buber la llamaba también «la intimidad sin secreto». Es una conspiración a dúo, un circuito de conciencia momentáneamente polarizado, una conexión eléctrica entre dos mentes. Ni pregunta ni responde, simplemente conecta. Como decía Buber, puede no ser más que una mirada intercambiada en el metro. Y en su máxima complejidad y dinámica, es el cerebro del planeta, la conciencia acelerada de hermandad prevista por Teilhard, Buber, Maslow y otros.

 

Es extrañamente imparcial, convirtiendo en princesas a las ranas y en bellas a las bestias. Al ir habiendo más personas abiertas las unas a las otras, que se intercambian mutuamente su ánimo y su calor, el amor se va convirtiendo en una fuente, más disponible, de aprobación y de energía. Este fenómeno, en la óptica del viejo paradigma, puede resultar desconcertante.


Para Milton Mayerhoff, la persona que cree en nosotros, que nos anima a transformarnos, y cuyo crecimiento interacciona con el nuestro, potenciándolo, es «el otro adecuado» para cada uno de nosotros. Ese tipo de relaciones atentas a nuestro bien nos ayuda a «situarnos». No podemos crecer solos, decía Teilhard. El mismo tuvo amistades muy intensas, muchas de ellas con mujeres, a pesar de la rígida prevención eclesiástica frente a toda intimidad, siquiera fuese platónica, de los sacerdotes con mujeres.

«El aislamiento es un camino sin salida... No hay nada en el planeta que pueda crecer si no es por convergencia. »

En su cuestionario de la Conspiración de Acuario, un político hablaba del,

«poder transformador de las relaciones amorosas liberadoras, que me han permitido experimentarme a mí mismo, en ocasiones, de una forma más abierta, más plena, más profunda y más inocente, de lo que podía haberme sentido nunca hasta ahora».

Muchos de los que respondieron al cuestionario comentaban la importancia que para ellos hablan tenido amistades profundas que les habían guiado en sus incursiones por el nuevo territorio. Una mujer, terapeuta ella también, señalaba lo importante que había sido,

«encontrarme siempre con una persona fuerte fundamental para mi vida siempre que la necesitaba. Cada una me llevaba hasta un punto determinado, siguiendo luego un período de integración, hasta que aparecía la siguiente. Estos encuentros siempre han venido acompañados de una profunda sensación de reconocimiento y una intensa implicación "espiritual"».

La relación amorosa transformativa es una brújula que nos orienta hacia las propias potencialidades. Nos libera, nos completa, nos despierta y nos robustece. Es algo en lo que no necesitamos «trabajar». Con toda su mezcla curiosa de intensidad, facilidad y contacto espiritual, la relación transformadora contrasta con las otras conexiones tanto menos gratificantes de nuestra vida, y acaba convirtiéndose en algo tan vital como el oxígeno.

 

Este tipo de relaciones también nos orienta hacia otro tipo de sociedad, sobre un modelo de mutuo enriquecimiento extensible a todo el tejido de nuestras vidas. No obstante, ello requiere que antes volvamos a definir nuestros términos.

«Cuando preguntas qué es el amor», dice Krishnamurti, «puedes estar demasiado asustado para ver la respuesta... Puede que tengas que echar abajo la casa que has construido, o puede que no puedas volver al templo. »

El amor no es miedo, afirma. No es dependencia, celos, posesividad, dominio responsabilidad, deber, autocompasión, ni ninguna de las demás cosas que convencionalmente se toman por amor.

«Si puedes eliminar todas estas cosas, no por la fuerza, sino dejando que el agua se las lleve, como hace la lluvia con el polvo de varios días depositado sobre la hoja, entonces tal vez puedas tropezarte con esta rara flor que el hombre tanto ansia.»

Resulta más fácil definir lo que es la relación transformadora, hablando de lo que no contiene. La idea cultural que tenemos de las posibilidades del amor ha sido tan limitada que no contamos con el vocabulario adecuado para describir la experiencia holística del amor, un amor que engloba sentimiento, conocimiento y sensación.


Para poder tener una relación transformadora, es preciso estar abierto y vulnerable. La mayoría de la gente se relaciona solamente desde su periferia, afirma el maestro indio Rajneesh.

«Encontrarse con una persona en su centro supone exponerse uno mismo a una revolución. Si quieres encontrar a alguien en su centro, tendrás que dejarle entrar a él también hasta tu centro. »

Las relaciones transformadoras se caracterizan por la confianza. Ambas partes están indefensas, conscientes de que ninguno va a aprovecharse de ello o va a hacerle daño sin necesidad. Ambos pueden arriesgarse, explorar, tambalearse. No hay simulaciones, no hay fachadas. Hay una mutua aceptación de todos los aspectos del otro, y no un simple comportamiento recíproco previamente convenido.

«El amor es más importante que el romance», dice el editor de una revista. «La aceptación es más importante que la simple aprobación. »

Superado el viejo condicionante competitivo, la pareja coopera; son más que dos. Se atreven y se desafían el uno al otro. Les divierte su mutua capacidad de sorprenderse. La relación transformadora es un viaje compartido al encuentro del sentido. El proceso en cuanto tal es de suprema importancia, y en ello no caben concesiones. Cada uno es fiel a su vocación, no a una persona 2.


Para Simone de Beauvoir,

«el amor verdadero debería estar fundado en el reconocimiento de dos libertades; los amantes se percibirían a sí mismos al mismo tiempo como uno y otro; ninguno renunciaría a la trascendencia ni quedaría mutilado. Juntos serían la expresión de unos valores y objetivos en el mundo».

Como en la relación transformadora todo está en continuo cambio, no se puede dar nada por supuesto. Cada uno está alerta con respecto al otro. La relación es siempre nueva, es un continuo experimento, libre de evolucionar a su antojo. Descansa en la seguridad que proporciona el haber abandonado toda certeza absoluta.


La relación transformadora se define a sí misma; no trata de adaptarse a lo que la sociedad decreta que deba ser, sino que está únicamente en función de las necesidades de los que en ella participan. Pueden ajustarse a unos principios que sirven de guía, pueden llegar incluso a acuerdos flexibles, pero no hay normas.


El amor es un contexto, no un comportamiento. No es una mercancía que se «gana», se «pierde», se «conquista», se «roba», o se «niega» como arma de castigo. La relación no disminuye por el hecho de que cada una de las partes quiera a otras personas. Se pueden fácilmente tener varias relaciones transformadoras al mismo tiempo.


Ambos se sienten vinculados con el todo, con la comunidad. Adquieren mayor capacidad de dar y recibir amor, alegría y simpatía en torno a ellos a muchas personas. Esa comunión intensa con el mundo no admite ser canalizada por conductos estrechos.

«Es como si uno hubiese estado preservando su empatía hacia el mundo, y de pronto perdiese su virginidad», explicaba un médico. «Se siente uno como si quisiera hacerle el amor al cosmos. Ahora bien, ¿cómo va uno a explicarle eso a nadie?»
 

La transformación de la actitud romántica
Al principio, posiblemente intentemos encajar este nuevo amor cósmico en estructuras convencionales, ajustándonos a las formas de expresión romántica admitidas por nuestro acondicionamiento cultural. Pronto aprendemos que las viejas formas de relación no se adecuan a las exigencias del viaje transformativo.

 

Una mujer, refiriéndose a una corta relación matrimonial que había tenido tras un largo matrimonio, decía:

«Mirando hacia atrás, me doy cuenta que estaba haciendo una última intentona de arreglo con el viejo Mundo, pero al hacerlo me estaba apartando de mi propio impulso espiritual».

Un hombre de negocios que contaba que durante un tiempo intentó actuar de forma más creativa en su trabajo y anduvo a la caza de relaciones sexuales,

«todo con tal de llenar el vacío, el agujero que sentía en medio de mí, el hambre espiritual. Pero una vez que te das cuenta de lo que estás haciendo, dejas de hacerlo. No puedes seguir haciéndolo».

A medida que evolucionan en nuestra vida las relaciones transformadoras, puede que descubramos en ellas algunas cualidades que nos recuerden el significado original de la actitud romántica, tal como surgió en el siglo diecinueve. Esta actitud tenía siempre como fondo lo infinito y lo insondable, esas fuerzas de la naturaleza que están siempre en formación.

 

Aunque prefería lo natural a lo mecánico, el movimiento romántico no era en absoluto anti-intelectual o anti-rracional. Por ironía de la historia, con su ansia por examinar los misterios de la naturaleza, los románticos dieron pie a que surgiera la curiosidad científica que finalmente condujo a la glorificación de la razón.

 

A partir de ahí, la actitud romántica quedó reducida a un papel estético y trivial, representativa de todo lo irreal, algo así como la capa dorada que tapa la herrumbre de la vida.


En sus días de mayor apogeo, el movimiento romántico cantaba a la familia, la amistad, la naturaleza, el arte, la música, la literatura, insistiendo en lo que un historiador ha llamado «el misterio del espíritu, un sí mismo más amplio, el sentido de indagación». En un sentido muy real, la actitud romántica se identificaba con la que hoy denominamos espiritual. Se apoyaba en la experiencia directa; buscaba sentido.

 

La actitud romántica propia de nuestra cultura, por el contrario, es exterior, producto del acondicionamiento: cine, televisión, comercio, costumbre. ¡No es de extrañar que apostatemos de esta actitud romántica convencional! Es como un Dios de segunda mano. Y nos produce la misma sensación de pérdida y de desencanto que cuando nos rebelamos contra la religión organizada. Dejamos la aventura, proclamando que es un engaño. Pero el hambre, la sensación de que nos estamos perdiendo algo central en la vida, sigue estando ahí.


En el proceso transformativo, la actitud romántica, entendida como cualidad numinosa, espiritual, interior, se encarna en una aventura que suscita unos símbolos y un lenguaje propios, que se siente como «lo real», como el sueño del que no despertamos.

 

Simone de Beauvoir confesaba que, según nos fuéramos haciendo más reales, la aventura sexual perdería algunas de sus formas,

«pero ello no significa que el amor, la felicidad, la poesía o los sueños vayan a ser desterrados... Nuestra falta de imaginación hace que siempre pintemos un futuro despoblado... ».

 Una expresión taoísta aconseja: «No busques ningún contrato, y encontrarás la unión».

 

Uno de los cambios transformativos consiste en huir de lo que las filosofías orientales llaman «apego». El desapego es una compasión que no se cuelga, es un amor que acepta la realidad y no pide nada a nadie. El desapego es lo contrario de andar siempre pensando en lo que se desea.


No es probable que se evaporen sin más las viejas emociones conocidas, los celos, el miedo, la inseguridad y la culpa. Pero las pautas generales están cambiando. Para algunos, ello significa afrontar y superar contradicciones internas, como el deseo de libertad para sí mismo y de que su compañero o compañera le siga siendo fiel. El enfrentarse a conflictos profundos de ese tipo es difícil y doloroso, aunque para muchos es satisfactorio.


Una mujer decía en su cuestionario de la Conspiración de Acuario:

«Pasé dos años aprendiendo a amar sin posesividad. Decidí que cuando me casara, seguiría actuando así, al menos por mi parte, y así ha sido durante trece años. He aprendido que se puede querer a más de una persona, que se puede estar celosa, pero que nunca se puede poseer a nadie, por más desesperadamente que se intente. No poseemos nada, y mucho menos el uno al otro».

En una revista cuáquera, una mujer imaginaba un futuro próximo en el que todo el mundo podría relacionarse mejor con los demás, sin mutuas posesividades entre los esposos, ni de los padres con respecto a sus hijos, de acuerdo con el viejo marco restrictivo.

"Reconoceremos que toda persona necesita nutrirse de y ser nutrida por muchas personas, y no intentaremos limitar con miedos esa necesidad. Sabremos que solo podemos conservar lo que hayamos hecho libre... Nos reconocemos miembros de la familia de los seres humanos.

 

Es conveniente, e incluso necesario, ponernos los unos a disposición de los otros de nuevas maneras, amorosas, afectuosas, plenas, sin los viejos espectros de culpabilidad por amar con mayor amplitud".

En las relaciones del nuevo paradigma se pone más el acento en la intimidad que en la sexualidad. Se aprecia la intimidad por lo que tiene de intensidad psíquica compartida y por sus posibilidades transformadoras, en todo lo cual el sexo es sólo una parte, que con frecuencia sólo juega en ello un papel latente.


Para mucha gente, el abandonar la idea de la exclusividad de las relaciones representa el cambio de paradigma más difícil en su propia transformación. Algunos prefieren limitar su expresión sexual a una única relación principal. Otros pueden dar prioridad a esa relación principal, pero no con exclusividad. El deseo de las relaciones exclusivas es una profunda creencia cultural, a pesar de las evidencias, y comportamientos que abonan la opinión contraria 3. Para muchas personas, el renunciar a la vieja necesidad de exclusividad supuso realmente el cambio de paradigma más problemático de todos, necesario no obstante si querían ser auténticos con su propio criterio interior.


En su intento por analizar la actual revolución sexual, los sociólogos contemporáneos opinan que la diferencia está en la actitud, no en el comportamiento. Los criterios de nuestra cultura tradicional sobre la sexualidad han sido profusamente violados en nuestra sociedad desde los años veinte, sino antes.

 

John Cuber, un sociólogo de la universidad del Estado de Ohio, halló que, comparados con la gente joven de 1939, los jóvenes de 1969 no aceptaban la antigua normativa sexual. Aun sin desear adoptar ningún tipo de conducta en otro tiempo «prohibida», negaban toda validez a la normativa como tal.

 

Cuber decía:

"Existe una profunda diferencia entre alguien que infringe las formas y alguien que no las acepta. El primero es un infractor; el otro, un revolucionario. Ningún gobierno se pone a temblar porque alguien evada sus impuestos. Pero ningún gobierno puede tolerar un Boston Tea Party; » eso es una revolución.


... ¿Vuelven alguna vez al redil los revolucionarios? ¿Enmiendan su conducta? ¿Se retractan? Yo creo que no. A la gente de mediana edad le resulta cómodo pensar que los jóvenes rebeldes, cuando se vean enfrentados a responsabilidades, volverán a adoptar los puntos de vista tradicionales. Eso no es así en esta generación... Mientras el pecador reconoce su culpa, hay alguna posibilidad de que se arrepienta y reforme su vida. Pero la clave de esta generación es precisamente su liberación de la culpa".

Otros se dedican a atacar al contexto mismo de la sexualidad en nuestra cultura. Según dicen, hemos sido condicionados para enfocar toda relación sexual como una conquista, y esto impide que pueda haber una intimidad y confianza profundas. Lo que nuestra cultura nos había programado para asociar a la sexualidad, nos «echa para atrás» hoy en día en grados insospechados. Esta misma programación nos predispone a la frustración y al rechazo.


Joel Kramer y Diana Alstad están impartiendo talleres por todo el país, en donde hablan del cambio de paradigma sexual como liberación de la sexualidad de todo «contexto de conquista». Es preciso cambiar los deseos y estereotipos condicionados, afirman, antes de poder apreciar lo que es una persona integrada: una mujer fuerte, un hombre sensible.

«Los hombres se inclinan todavía demasiado hacia la belleza, y las mujeres hacia la fuerza, a un nivel más profundo, en el terreno sexual. Lo nuevo es que la gente ya no se siente satisfecha con ese tipo de relación. »

El viejo paradigma hace que el amor y la sexualidad queden automáticamente «desengranados». Las personas «que te convienen», no son muchas veces las que te excitan sexualmente, afirman.

"Nos estamos refiriendo a otra manera de considerar las relaciones y la sexualidad, en la que el interés se centra principalmente en explorar y en crecer juntos. Todos estamos buscando soluciones ansiosamente, pero más que definir o establecer cómo deberíamos ser, deberíamos actuar de pioneros si hemos de inventar una nueva forma de vivir juntos.


No cabe ninguna solución verdadera hasta que hombres y mujeres no vean realmente la naturaleza del problema, que está en cada uno de nosotros... El ver las pautas ayuda a cambiar.


Mientras hombres y mujeres sigan aferrados a las actitudes románticas, nunca podrán encontrarse totalmente el uno al otro. Para abrir la puerta a la oportunidad de encontrarnos con seres humanos, necesitamos abandonar toda idea de conquista. Cuesta el mismo esfuerzo crear la posibilidad de un amor maduro".

 

La familia transformadora
La novela Ana Karenina comienza así:

«Las familias felices son todas iguales; las familias desgraciadas lo son cada una a su manera».

Hoy en día aspiramos a una sociedad en la que podamos ser felices de múltiples maneras. Al romperse las antiguas estructuras sociales, millones de personas han quedado excluidas de los sistemas convencionales de apoyo que existían en el pasado. El Carnegie Council on Children estimaba en 1978 que no menos de cuatro de cada diez niños nacidos en los años setenta pasarían parte de su infancia en una familia uniparental. En una encuesta realizada hace poco por la organización Roper, tres de cada cinco mujeres preferían divorciarse a seguir adelante en un matrimonio insatisfactorio.

 

Un estudio urbano mostró que el 40 por ciento de los adultos que viven en ciudades carecen totalmente de lazos familiares. Sólo una de cada cuatro familias responde al estereotipo del marido que gana el pan y la mujer que se ocupa del hogar.
Son las diez de la noche, dice un anuncio oficial en la radio. ¿Sabe usted dónde está su hijo? Pero hay una pregunta mejor: estamos a fines del siglo veinte... En medio de tanta experimentación, tanto cambio de estructuras sociales, tantas relaciones rotas, tantas relaciones nuevas, y tantas exigencias de libertad y de seguridad, ¿sabemos dónde estamos conectados?


La familia puede atender a la crianza de los niños de forma tan eficaz, prestándoles calor y proporcionándoles estimulación, que solemos decir que está especialmente dotada para ello. Pero si la familia fracasa en su tarea, si los lazos emocionales son débiles, los niños no crecerán fuertes y sanos. Se han realizado estudios sobre niños criados en instituciones, que demuestran que el desarrollo normal de la inteligencia exige una interacción humana. Sin amor, sin estimulaciones ni respuestas provenientes del mundo exterior, el mundo no llegará nunca a tener sentido para el niño, ni tampoco de adulto. Los niños que han sido debidamente alimentados y han gozado de seguridad, pero que no han tenido quien juegue con ellos ni quienes les hable, están condenados a padecer algún tipo de retraso.


En cambio, una atmósfera de confianza, de amor y de humor puede alimentar las capacidades humanas más extraordinarias. Una de las claves es la autenticidad; padres que actúan como personas, no como papeles aprendidos. La poetisa Adrienne Rich recordaba un verano pasado en Vermont con sus tres hijos, viviendo de forma espontánea, sin programas. Una noche, ya tarde, volviendo a casa después del cine, se sintió completamente lúcida y de excelente humor.

«Habíamos quebrantado todas las reglas, la hora de ir a la cama, no salir por las noches, reglas que yo misma consideraba que, debía observar en la ciudad si no quería ser una "mala madre". Eramos conspiradores, estábamos fuera de la ley de la institución materna. Me sentí enormemente responsable de mi vida. »

No quería que sus hijos actuasen por ella en el mundo.

«Yo quería actuar y vivir por mí misma, y quería amarlos por lo que ellos eran aparte de mí.»

Los padres se limitan a menudo a conceder su respaldo a normas, instituciones y conductas, porque ellos mismos se fían de la autoridad ajena más que de su propia experiencia e intuición. Esta actitud perpetúa la hipocresía y el poder de las instituciones, de generación en generación. Los niños, especialmente los adolescentes, tienden a dar por sentado que sus sentimientos resultan inaceptables, lo que les hace retraerse de sus padres.


«Muchos jóvenes, quizá la mayoría, desean tener relaciones profundas e íntimas», afirman Ted Clark y Dennis Jaffe, que tienen experiencia de counselling con jóvenes55.

«Necesitan la guía de una persona comprensiva, tolerante, que esté dispuesta a ayudarles. No necesitan que se les "haga" nada. Lo que necesitan es un lugar donde poder ser ellos mismos. »

Como la relación adulta transformadora, la familia transformadora es un sistema abierto, rico en amistades y recursos, generosa y acogedora. Es flexible, capaz de adaptarse a las realidades de un mundo en transformación. Otorga a sus miembros libertad y autonomía, y al mismo tiempo una sensación de unidad grupal.


Mucho antes de que el sistema educativo se cobre su tributo psicológico, la familia ya se ha ocupado de definir los roles y expectativas, induciendo una actitud benevolente y cooperadora respecto del mundo, o bien una actitud competitiva y paranoide. La familia recompensa las innovaciones con premios o con castigos. La familia es una situación propicia para la manifestación abierta y para la intimidad, o bien para la represión de los sentimientos y la hipocresía. Con su rigidez o su flexibilidad, con sus actitudes abiertas o excluyentes, las pautas familiares conforman nuestras relaciones ulteriores. El niño, en una atmósfera de afecto incondicional, aprende a estimarse a sí mismo, y en una atmósfera adecuada de exigencia, aprende a dominarse.


Las familias muchas veces se guardan de entablar relaciones hacia afuera por inseguridad. Se convierten en sistemas cerrados. Las familias temerosas, dice Hossain Danesh un psiquiatra canadiense,

«perciben el mundo dicotomizado: hombres y mujeres, viejos y jóvenes, inteligencia y emociones, poder y debilidad, uno mismo y los demás».

Procuran apartar a sus miembros de la amistad con personas diferentes a ellos mismos. El niño sólo recibe aprobación si se ajusta a los deseos de sus padres.


La fuerza de la relación padres-hijo adquiere una evidencia trágica en el fenómeno denominado enanismo emocional. Un niño de seis años que presente este síndrome puede no aparentar por su tamaño más de tres años. Generalmente, ese mismo niño, situado en un ambiente hogareño favorable, comienza a crecer de forma normal, pero vuelve a estancarse si se le devuelve al medio hostil de su familia biológica. El enanismo emocional es relativamente infrecuente, pero hay una forma más corriente de truncarse el crecimiento del niño, que sucede a menudo en familias que obstruyen de un modo u otro su desarrollo como individuos.


El célebre psicólogo Frederick Perls dijo en una ocasión que la disociación, el corte entre las emociones y el pensamiento consciente, tiene su origen en el amor acondicionado de los padres. Muchos adultos, que fueron traicionados cuando niños, nunca se les premió por ser ellos mismos, siempre se les exigió hacerlo «mejor» por más que se esforzasen, encuentran luego difícil confiar en que se les quiere. La cadena se perpetúa al ser ellos mismos padres, porque puede resultarles difícil aceptar a sus propios hijos de forma incondicional.

 

Hasta haber descubierto el alcance de los miedos que teníamos programados, no podemos ser capaces de perdonar las imperfecciones y debilidades de los demás. Pero una vez que hemos tocado la fuente de salud que llevamos dentro de nosotros, sabemos que también está en los demás, sea cual sea su conducta exterior. La conciencia nos hace capaces de mostrarles afecto.


El proceso transformador es para mucha gente una segunda oportunidad de adquirir la propia estimación que les negaron cuando eran niños. Al alcanzar su propio centro, el propio ser lleno de salud, descubren su propia integridad.
 


La familia planetaria
El nuevo y más amplio paradigma relativo a las relaciones y a la familia trasciende todos los antiguos conceptos grupales. Al descubrirnos conectados con todos los demás hombres, mujeres y niños, entramos a formar parte de otra familia. Verdaderamente, al contemplarnos como una familia planetaria que lucha por resolver sus problemas, en vez de vernos como gentes y naciones distintas que buscan a quién echar las culpas o tratan de exportar sus propias soluciones, podría ser el último y definitivo cambio de perspectiva.


Si consideramos como hijo nuestro a todo niño que recibe malos tratos, el problema cambia. Cuando contemplamos a nuestra cultura, a nuestros acondicionamientos sociales o a nuestra propia clase como una creación propia, y no como una medida universal, entonces nuestros lazos de parentesco se ensanchan. Dejamos de ser «etnocéntricos», centrados en la propia cultura.


Una sociedad que fluye necesita crearse nuevos modelos familiares. De las redes y comunidades, de los grupos y amistades experimentales que tienen intenciones comunes, está surgiendo una nueva familia. La American Home Economics Association daba en 1979 esta nueva definición de la familia:

«Dos o más personas que comparten sus recursos, responsabilidades, decisiones, valores y objetivos, y han establecido entre sí un compromiso duradero. La familia es ese clima de "volver a casa, y ese entramado de compromisos compartidos es lo que define con mayor precisión a la unidad familiar, con independencia de que existan lazos de sangre, legales, de adopción o de matrimonio».

Einstein dijo una vez que los seres humanos sufrimos una especie de ilusión óptica. Nos vemos a nosotros mismos como seres separados, en vez de como partes de un todo. Eso restringe nuestro afecto a quienes se encuentran más cerca de nosotros.

«Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión y ampliar nuestro círculo, de modo que abarque a todas las criaturas vivientes... Nadie llega a ello totalmente, pero el aspirar a ello forma parte de la liberación. »

Para Maslow, las personas «trascendentes» estudiadas por él, incluido Einstein, parecían más tristes que las demás personas sanas que buscan su propia realización; podían ver con mayor claridad el abismo entre la potencialidad y la realidad de las relaciones humanas. Cualquiera de ellos podría haber escrito en cinco minutos una receta efectiva para conseguir la transformación social, decía Maslow.

«Yo he visto la verdad», decía Dostoievski. «No es que la haya inventado en mi cabeza. La he visto, visto, y su imagen viva ha llenado mi alma para siempre... En un solo día, en una hora, todo podría arreglarse al instante. Lo importante es amar. »

Y añadía que se daba cuenta de que esta verdad habla sido dicha y vuelta a decir millones de veces, sin que sin embargo se haya transformado nunca la vida humana.


El amor y la fraternidad, parte de un ideal en otro tiempo, se han convertido en algo crucial para nuestra supervivencia. Jesús intimaba a sus discípulos a amarse unos a otros; «o pereceréis», añadía Teilhard. Si nos falta el afecto humano, enfermamos, nos asustamos, nos ponemos hostiles. La falta de amor es un circuito roto, una pérdida de orden. La aspiración mundial comunitaria está representada en las redes de la Conspiración de Acuario, que intentan avivar esa fuerza adormecida. Intentan cohesionarnos. Alumbrar una conciencia más amplia.

 

El día que el hombre reclame esa fuente de energía, la sublimación del amor sensual-espiritual, decía Teilhard una vez, «habrá descubierto el fuego por segunda vez».


Durante el segundo apagón que sufrió Nueva York, mientras alguna gente se dedicaba al pillaje, otros alumbraban las aceras con linternas, desde las ventanas de sus apartamentos, ayudando a los peatones a «moverse» de uno a otro edificio, proporcionándoles un sendero de luz y seguridad.

 

En esta época de incertidumbre, cuanto todas las antiguas formas sociales se tambalean y nos resulta difícil encontrar el camino, podemos servirnos de luces los unos a los otros.


1. Ben Young, consultor en temas de dirección de empresas, usa una metáfora ligeramente distinta, de otro orden: «En toda relación hay dos formas de sumar. Uno más uno, igual a dos: dos individuos independientes. Pero podemos también considerarlos como un todo: una mitad más otra mitad igual a uno. A todos nos gusta sentirnos parte de un todo único, pero necesitamos permitirnos el uno al Otro ser también individuos separados. El problema proviene de que la mayoría de la gente intenta coger su "mitad", tomándola de la "unidad" del otro».

2. En su libro, próximo a aparecer. The Couple's Journey (El viaje de la pareja), Susan Campbell expone los resultados de su estudio de ciento cincuenta parejas, de edades entre veinte y setenta anos, «que tenían el compromiso mutuo de ayudarse en su relación a desarrollar su conciencia«. La autora ha identificado diversas etapas de crecimiento que las parejas atraviesan en su esfuerzo por establecer una relación transformadora «co-creativa«. Esas etapas son: idilio ilusorio, lucha por el poder, estabilidad, compromiso mutuo, y por fin, el compromiso de ayudarse el uno al otro a realizar en el mundo una vocación creadora.

3. Muchos sociólogos prevén la «evolución» de la monogamia. El matrimonio, afirman, debe transformarse como institución si desea sobrevivir. En un articulo titulado «¿Está pasada de moda la monogamia?», Rustom y Della Roy dicen que «la mitad aproximadamente de los matrimonios que existen hoy en día van a, y probablemente tienen que, deshacerse». Si la monogamia está inextricablemente ligada a la restricción de toda expresión sexual únicamente al interior de la pareja, a fin de cuentas la que se va a resentir va a ser la monogamia, afirman. En vez de eso, la monogamia debería ir ligada a otros conceptos más básicos (fidelidad, honestidad, apertura), que no excluyen necesariamente la posibilidad de tener relaciones profundas con otras personas, y que podrían incluir una diversidad de grados de intimidad sexual».
Según los Roy, las personas se ven obligadas a mezclarse, en este entorno nuestro altamente erotizado, en situaciones de todo tipo que generan relaciones entre ellas. La monogamia tradicional contradice la creciente sensación de que «el mayor bien en la existencia humana lo constituyen las relaciones interpersonales profundas, tantas cuantas sean compatibles con la necesaria profundidad».
Reconocen que la mayoría de los norteamericanos educados, de clase media, por encima de los treinta y cinco años, «han sido educados en la exclusividad y posesividad a la vez en un grado tal, que muy pocos estarían dispuestos a admitir algún tipo de no-exclusividad estructurada en el matrimonio», pero señalan que otra gente más joven está tratando de inventar y llevar a la práctica una forma de matrimonio más apropiada a nuestra época.

4. Boston Tea Party: Un «tea party» es una reunión para tomar el té. La expresión, humorística, alude al hecho ocurrido en el puerto de Boston el 16 de diciembre de 1773, que sirvió de desencadenante de la guerra de independencia de las colonias americanas frente a la Inglaterra de Jorge III. Un grupo de bostonianos, disfrazados de pieles rojas, asaltó tres navíos ingleses a su llegada al puerto y arrojaron por la borda varias docenas de cajas de té, que venían en su cargamento. Era un signo de protesta contra el «impuesto del Timbre», votado primero con carácter general en el Parlamento inglés sobre la exportación de diversas mercancías a las colonias americanas. Derogado luego ante la negativa de las colonias a satisfacerlo, por no haber intervenido en su aprobación sus representantes («ningún impuesto sin representación»), había sido restablecido sobre el té, en un intento de salvar simbólicamente la autoridad de la metrópoli sobre las colonias. El incidente de Boston originó la primera intervención armada de los ejércitos británicos. (N. del T.)

5. Counselling: terapia no directiva de inspiración rogeriana (Carl Rogers)
(N. del T)


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