VII. EL RECTO PODER

En la Nave espacial Tierra no hay pasajeros. Todos somos tripulación.
MARSHALL MCLUHAN

Voy a actuar como si lo que hago sirviera para algo.
WILLIAM JAMES

En el poema de C. P. Cavafy «Esperando a los bárbaros», el emperador y el pueblo, reunidos en la plaza pública, esperan la llegada de los bárbaros. Los legisladores han abandonado el Senado, porque los bárbaros tendrán que legislar cuando lleguen. Los oradores no han preparado ningún discurso, porque los bárbaros no aprecian la fluidez ni la finura de expresión. Pero de repente la multitud se queda seria y descorazonada; las calles se vacían rápidamente. Han llegado noticias de la frontera: los bárbaros no vienen; se han acabado los bárbaros.

«Y ahora, sin los bárbaros, ¿qué va a ser de nosotros?». Pregunta el poeta. «Después de todo, habrían sido una solución. »

Siempre hemos apelado como excusa de nuestra perenne apatía a esos «otros» seres misteriosos y avasalladores, de quien todo depende. Hemos dejado que los bárbaros, el establishment, la muerte, los impuestos, los intereses, los formalismos, las máquinas, conformasen nuestro destino. Pero algo le está pasando últimamente a la gente. Un cambio de mente, que está quebrando por diferentes caminos, de un modo a la vez sutil y dramático, los viejos axiomas políticos y de gobierno. Está cambiando de sentido el flujo del poder entre las personas: entre padres e hijos, hombres y mujeres, médicos y pacientes, patrones y empleados, «expertos» y profanos.


Decía Tocqueville que «en un mundo nuevo es indispensable una nueva ciencia política». La Conspiración de Acuario entiende que también lo inverso es verdadero:

«No cabe hacer una política nueva sin contar con un mundo nuevo, con una nueva perspectiva acerca de la realidad».

«Un cambio de mente», lo llamaba Huxley. Para Roszak, el mismo sentido de la realidad necesitaba ser transformado. Se le han dado diversos nombres:

Una metafísica nueva, «política de la conciencia», «política de la nueva era», «política de transformación».

Este capítulo trata de política en el más amplio sentido de la palabra. Trata del surgimiento de una nueva especie de líderes, de un nuevo concepto del poder, del poder dinámico que encierran las redes, y de la extensión progresiva de una nueva conciencia política entre el electorado, que es capaz de hacerlo variar todo.


Culturalmente, hemos revestido de ambivalencia la noción del poder. Empleamos expresiones como subirse el poder a la cabeza, estar hambriento o sediento de poder, traficar con el poder. Consideramos a quienes ostentan el poder como seres despiadados, cerrados, solitarios. Sin embargo, poder, que deriva del latín potere, significa energía. Sin poder, no hay movimiento1. Así como la transformación personal reviste de poder al individuo al poner de manifiesto su propia autoridad interna, la transformación social es el resultado de una reacción en cadena de cambios personales operados en los individuos.


Ateniéndonos al espíritu del Sendero Óctuple de Buda, con sus admoniciones relativas a la Recta Subsistencia, al Recto Discurso, etc.2 podríamos también nosotros pensar en términos de Recto Poder:

el poder usado no como ariete o para la glorificación del propio ego, sino al servicio de la vida. El poder adecuado.

El poder es un tema central en la transformación personal y social. Las fuentes del poder y el uso que de él hacemos fijan los propios límites, conforman nuestras relaciones, e incluso determinan en qué proporción nos permitimos liberar y expresar aspectos de nuestro propio ser. Más que la adhesión a un partido, más que la filosofía o la ideología que decimos profesar, lo que define la política es el poder personal.


Según el ensayista político Melvin Gurtov,

«las nuevas personas crean la nueva colectividad, y la nueva colectividad crea "la nueva política". Todo paradigma político cambiante parte de la imposibilidad de aislar al individuo de la sociedad, como tampoco se puede separar la «política» de las gentes implicadas en ella. La persona y la sociedad están indisolublemente unidas, como el cuerpo y la mente.»

Discutir sobre cuál es más importante es como intentar dilucidar qué es más importante en el agua, sí el hidrógeno o el oxígeno. Y sin embargo, es algo que se ha debatido encarnizadamente durante siglos. Tras rastrear la historia filosófica del tema individuo versus sociedad, desde Platón a Kant, Hegel y Marx, Martin Buber llegaba a la conclusión de que es imposible escoger. El individuo y la sociedad son inseparables. Al final, todo aquel que se interese por la transformación del individuo debe comprometerse en una acción social.

«Si intentamos crecer en solitario, decía Gurtov, nos estamos haciendo candidatos ciertos a quedar encerrados en la opresividad del sistema. Si crecemos juntos, el sistema tendrá que cambiar. »

 

La crisis política y la transformación
El nuevo paradigma político está brotando de un creciente consenso, que el sociólogo canadiense Ruben Nelson describe como «literatura de crisis y transformación». Aunque esa literatura expresa la situación con toda una serie de metáforas y diversidad de grados de desesperación, su esencia se reduce a lo siguiente:

  • La crisis: nuestras instituciones, en especial nuestras estructuras gubernamentales, son mecanicistas, rígidas, fragmentadas. El mundo no funciona.

  • El remedio: necesitamos enfrentarnos al conflicto y al dolor. Mientras sigamos negando los propios fallos y sigamos camuflando nuestro malestar, mientras no confesemos nuestra desorientación y nuestra alienación, no podremos dar los pasos adelante necesarios.

El sistema político está necesitado de transformación, no de reformas. Necesitamos algo distinto, no meramente algo más.

 

El economista Robert Theobald ha dicho:

«Si las ideas acerca de la transformación son correctas, estamos implicados en un proceso sin precedentes en la historia humana: el intento de cambiar el conjunto de la cultura por medio de un proceso consciente».

En un informe encargado por la Oficina de Asesoramiento Tecnológico, órgano consultivo del Congreso, el propio Theobald decía:

«Es imposible cambiar un solo elemento en una cultura sin alterar todos los demás»

Con mucha mayor rapidez de lo que podemos cómodamente sobrellevar, se requiere de nosotros que diseñemos, descubramos y depuremos alternativas nuevas. ¡Cuánto más fácil resulta comprobar las vueltas que hemos dado innecesariamente, que salir a explorar otros caminos más practicables!


Nuestra comprensión de las necesidades y las capacidades humanas ha cambiado más rápidamente, ayudada por la ciencia, que las propias estructuras sociales. Su tuviéramos que enfrentarnos de pronto a seres extraterrestres, sin duda nos sentiríamos asustados, y nos preguntaríamos cómo comunicarnos con ellos y qué intenciones podrían traer respecto a nosotros. En este caso, la imagen de un nuevo ser humano nos parece un extraterrestre. La mera sospecha de estructuras y posibilidades hasta entonces insospechadas nos llena de inquietud.
 


Autarquía. Autogobierno
Si tuviéramos que reestructurar la sociedad sobre la base de las tácticas antiguas (organización, propaganda, presiones políticas, reeducación), la tarea nos parecería inmensa y desesperada, como tratar de invertir el sentido de rotación de nuestro planeta. Pero las revoluciones personales pueden cambiar las instituciones. Después de todo, esas instituciones se componen de individuos. El gobierno, la política, la medicina, la educación, no son realmente cosas en sí, sino actividades humanas en proceso: hacer leyes, ser elegido, votar, buscar contactos, investigar, aplicar tratamientos médicos, elaborar programas, etc.


Autarquía significa gobernarse por sí mismo. La idea de que la armonía social brota en último término de la naturaleza de los individuos reaparece una y otra vez en la historia. Según Confucio, el hombre sabio que desea gobernar bien, mira primero en su interior y busca las palabras adecuadas para expresar sus más caras aspiraciones, «los sonidos que brotan de su corazón». Tras haber conseguido verbalizar la inteligencia de su propio corazón, procedían a disciplinarse a sí mismos. El orden entrevisto en su propio interior les llevaba a conseguir la armonía primeramente en sus propios hogares, luego en el estado, y finalmente en el imperio.


Los descubrimientos que trae consigo la transformación alteran inevitablemente nuestra forma de percibir el poder. El descubrimiento de la libertad, por ejemplo, significa poco si no tenemos el poder de actuar, si no podemos ser libres para algo y no sólo libres de algo. A medida que dejamos atrás el miedo, sentimos también menos miedo de su hermano gemelo, la responsabilidad. Nos sentimos menos seguros de qué es lo bueno para los demás. Al hacernos conscientes de una realidad múltiple, dejamos de apegarnos dogmáticamente a un solo punto de vista.

 

La sensación nueva de estar conectado con los demás fomenta el interés social. La visión más benevolente del mundo hace que sintamos menos amenazadores a los demás; los enemigos desaparecen. Los compromisos se vinculan a los procesos más que a los programas. La forma de conseguir los objetivos cobra gran importancia. En lo sucesivo resulta posible convertir la intención en acción y la imaginación en realidad, sin ningún tipo de intriga ni de manipulación.


El poder brota de un centro interior, de un misterioso santuario más seguro que el dinero, la fama o el éxito. Al descubrir nuestra autonomía, al principio andamos siempre de un lado para otro, como un músico al que acaban de pagar y que, al querer recobrar los instrumentos que había ido dejando en prenda por toda la ciudad, ni siquiera puede recordar las direcciones de las casas de empeño. Nos quedamos asombrados al comprobar con qué ligereza e incluso inconsciencia habíamos abdicado de tantas cosas importantes, y con cuánta frecuencia, por el contrario, habíamos invadido el campo de autonomía de los demás. Aprendemos a considerar el poder sobre la propia vida como un derecho que nos pertenece por nacimiento, no como un lujo. Y nos preguntamos cómo es posible que alguna vez hubiésemos pensado de otra forma.
 


La política del miedo y el rechazo

«Había conseguido la victoria sobre sí mismo», dice la última línea de la ominosa novela de George Orwell, 1984. «Amaba al Gran Hermano. »

Así como los rehenes a veces cogen afecto a sus secuestradores, también nosotros nos sentimos apegados a cuanto nos aprisiona: hábitos, costumbres, expectativas de los demás, normas, programas, Estado. ¿Por qué entregamos nuestro poder, o jamás lo reclamamos en modo alguno? Tal vez como un medio de evadir decisiones y responsabilidades. La idea de evitarnos dolores y conflictos nos seduce.


En la novela de ciencia-ficción de Colin Wilson Los parásitos de la mente, el protagonista y sus compañeros descubren que la conciencia humana ha sido esclavizada, sometida e intimidada por un extraño parásito que se ha estado alimentando de ella y le ha estado chupando su energía durante siglos. Quienes llegan a darse cuenta de la existencia de estos parásitos mentales pueden liberarse de ellos; empresa peligrosa y dolorosa, pero posible. Libres de los parásitos mentales, se convierten en los primeros seres humanos verdaderamente libres, y se sienten entusiastas y llenos de una enorme energía.

 

De modo semejante, nuestra energía natural ha venido siendo chupada por parásitos seculares: el miedo, la superstición, una estrecha visión de la realidad que reduce a maquinaria rechinante las maravillas de la vida. Si dejamos de alimentarlas, todas esas creencias parasitarias acabarán por morir. Pero nos empeñamos en racionalizar el cansancio y la inercia que sentimos; nos seguimos negando a admitir que nos sentim6s acosados.


Algunas veces la sensación de impotencia de un individuo está justificada; ciertamente hay círculos viciosos de privaciones y falta de oportunidades que ponen difícil a algunos la posibilidad de liberarse. Pero la mayoría de nosotros somos pasivos a causa del estrangulamiento que sufre nuestra conciencia. La energía de nuestra conciencia de «pasajero» sufre un continuo drenaje que trata de distraernos de todo lo que nos asustaría tener que manejar conscientemente. De modo que consentimos, negamos, y nos conformamos.


Ruben Nelson, en Ilusiones del hombre urbano, publicado por el gobierno canadiense, dice:

«Podemos elegir entre el proceso doloroso pero autoconfirmante de llegar a saber quienes somos y dónde estamos..., y la alternativa inmensamente atractiva, pero finalmente vacía, de dejarnos ir a la deriva, actuando como si supiéramos lo que estamos haciendo, aunque allá en el fondo sabemos y sentimos que no es así...

 

Tanto en política como en otros tipos de relaciones, podemos engañarnos a nosotros mismos y podemos construir en torno nuestro la realidad, de forma que el interés primordial quede centrado en el propio confort más que en la verdad... ».

La existencia del gobierno supone en sí misma una estrategia impresionante de evitar dolores y conflictos. A cambio de un precio considerable, nos releva de responsabilidades, haciéndose cargo de actividades que a la mayoría nos resultarían repugnantes. Como representante nuestro, el gobierno tiene el derecho de cobrar impuestos y de fabricar bombas. Como representante nuestro, asume responsabilidades que en otro tiempo correspondían a la comunidad: el cuidado de los jóvenes, de los heridos de guerra, de los ancianos, de los disminuidos. Hace llegar a los necesitados del mundo entero nuestros gestos impersonales de beneficencia, liberando a nuestra conciencia colectiva de toda molesta implicación directa. Asume nuestro poder, nuestra responsabilidad, nuestra conciencia


Warren Bennis, antiguo presidente de la universidad de Cinncinati contaba que un día, al llegar al trabajo, encontró su despachó atestado de estudiantes que protestaban indignados. Dos hermosos árboles habían sido abatidos para ensanchar una de las avenidas del campus. Trató de bazar al culpable, y se encontró con lo siguiente: el hombre que había cortado los árboles trabajaba para un contratista de la localidad, cuyos servicios había contratado el arquitecto urbanista a fin de ejecutar el proyecto diseñado por él mismo; el arquitecto trabajaba a las órdenes del director de planificación, que dependía a su vez del jefe del departamento de instalaciones; el supervisor de éste era el vicepresidente de administración y financiación, quien respondía frente al Comité de edificaciones de la universidad, el cual a su vez transmitía sus informes al vicepresidente ejecutivo.

«Los hice venir a todos juntos, eran más de veinte, y todos se confesaron inocentes. Todos lo éramos. La burocracia es un bonito sistema de evadir responsabilidades y culpas. »

Bennis caracterizaba a este proceder de «pornografía cotidiana». Así como la pornografía es un sustituto mecánico, a distancia, del amor y del sexo, de igual modo la forma sincopada de tomar decisiones los burócratas es algo alejado de la realidad. Nuestros líderes «dan la impresión de estar hablando siempre a través de planchas de cristal».


Ante el fracaso de otras instituciones sociales, amontonamos aún más responsabilidades sobre el gobierno, la institución más inerte e incontrolable de todas. Hemos ido haciendo un creciente dejar de nuestra autonomía en manos del Estado, forzando al gobierno a asumir funciones en otro tiempo desempeñadas por las comunidades, las familias, la iglesia, es decir por el pueblo. Muchas tareas sociales han revertido al gobierno por incomparecencia de sus respectivos responsables, y el resultado final ha sido una parálisis creciente, una falta de realidad.


Tocqueville consideraba como un peligro de la democracia el abandono de la responsabilidad.

«La excesiva centralización del gobierno acaba por enervar a la sociedad, en último término», dijo hace más de siglo y medio.

Los mismos beneficios que supone la democracia, las libertades, pueden conducir a una especie de privatización de los intereses. Los habitantes de una democracia llevan una vida tan apasionante y tan atareada,

«tienen tanto trabajo y tantos deseos de cumplir, que apenas le queda energía al individuo para dedicarse a la vida pública».

Esta peligrosa tendencia no sólo les lleva a evitar participar en el gobierno, sino también a temer cualquier perturbación de la paz. «El amor de la tranquilidad pública es con frecuencia la única pasión que conservan esas naciones... » Los gobiernos democráticos aumentarán su poder por el simple hecho de permanecer en él, predecía Tocqueville.

«El tiempo está de su parte. Cualquier incidente les favorece... Cuanto más antigua es una comunidad democrática, tanto más centralizado llegará a ser su gobierno. »

Estas burocracias llegarían a crear su propia suave tiranía, advertía; una tiranía como ninguna otra que haya existido en el mundo. «La misma cosa es en sí nueva. Como no puedo darle un nombre, debo intentar definirla. » Cuando una gran multitud se dedica en gran medida a perseguir el placer, actúan como si sus propios hijos y sus amigos fuesen toda la humanidad. Acaban considerando extraños a sus conciudadanos. Aunque físicamente puedan estar muy cercanos, no verán ni tocarán a todos los que se encuentran fuera de su círculo inmediato. Cada ciudadano acaba así por existir en y para sí mismo y para los más íntimamente emparentados con él, exclusivamente; y acaba así perdiendo su país.


Por encima de los ciudadanos hay un inmenso poder, suave y paternal, que les mantiene en una infancia perpetua. Cien años antes que Orwell, Tocqueville ya había previsto al Gran Hermano:

"Es la única instancia que garantiza la felicidad; él provee a su seguridad, prevé y cubre sus necesidades, les facilita placeres, se ocupa de sus principales intereses, dirige su industria, reglamenta el reparto de sus propiedades, divide sus herencias... ¿Qué queda, sino ahorrarles todo el trabajo de pensar y la preocupación por vivir?


De esa forma, el ejercicio de la libre voluntad se vuelve cada día más inútil... La voluntad queda circunscrita a un marco cada vez más estrecho.


Extiende por toda la superficie de la sociedad un complicado entramado de pequeñas normas, minuciosas y uniformes, al que no pueden escapar ni siquiera las mentes más intactas ni los más fuertes caracteres. No es que se reduzca a pedazos la voluntad del ser humano, pero ésta queda ablandada, doblegada y guiada.


Un poder semejante no llega a tiranizar, pero comprime, enerva, apaga y deja paralizadas a las personas. La nación, en el mejor de los casos, queda reducida a un rebaño de animales tímidos y trabajadores, del que el gobierno es el pastor.

Tocqueville anticipo el papel paternal que habrían de ejercer el gobierno y las otras grandes instituciones jerárquicas (corporaciones, iglesias, hospitales, escuelas, sindicatos). Por su misma estructura, tales instituciones alimentan la fragmentación, el conformismo, la ausencia de moralidad. Extienden sin cesar sus poderes, perdiendo de vista su cometido original. Como un enorme hemisferio cerebral lineal, amputado de todo sentimiento, son incapaces de ver la totalidad. Y acaban chupando, como una sanguijuela, al cuerpo político entero, privándolo de toda vida y significado.


Ya se apoye en razonamientos capitalistas, socialistas o marxistas, la concentración de un gran poder central en una sociedad es algo antinatural, ni lo suficientemente flexible ni lo suficientemente dinámico como para poder responder a las necesidades cambiantes del pueblo, especialmente a la necesidad de participación creativa.


Algunas veces, decía George Cabot Lodge nos embarcamos en una especie de pensamiento nostálgico, y pretendemos vivir de nuestros antiguos mitos perdidos: de la competitividad, de nuestro Destino Manifiesto, del individualismo a ultranza, del Producto Nacional Bruto. Pero a otro nivel, sentimos y sabemos que hay algo que no concuerda. Sabemos perfectamente bien que todas las naciones son interdependientes, que la autosuficiencia es una amenaza sin contenido. Sabemos también que las grandes compañías se han convertido en pequeños poderosos estados, medio dotados de reglamentación propia, que apenas guardan parecido con la «libre empresa» que decimos defender.


Políticos, directivos y empleados luchan, por un lado, con las realidades económicas, pero, por otro, las ignoran descaradamente, como pacientes cogidos entre dos mundos a causa de la división practicada en su cerebro en el laboratorio.
 


Los cambios de paradigma en política
Según Lodge, la transformación que amenaza hacernos pasar del paradigma socio político surgido en el siglo diecisiete a un nuevo marco representa un verdadero terremoto para nuestras instituciones, que se ven privadas de su legitimidad al estar herida de muerte la ideología que les sirve de base. Considerar la crisis de nuestras instituciones como un anuncio del cambio de paradigma socio político inminente puede aportarnos seguridad, e incluso resultar iluminador, pues viene a situar nuestras actuales tensiones y conflictos en una perspectiva de transformación histórica.


Una comunidad de individuos, una sociedad, administra sus asuntos según un sistema convenido: un gobierno. Así como el paradigma científico establecido cubre el campo de la «ciencia normal», así también el gobierno y las costumbres admitidas en una sociedad abarcan el campo de las relaciones normales que tienen lugar en ella. La política representa el ejercicio del poder dentro de este consenso.


Igual que los científicos inevitablemente se tropiezan con hechos que contradicen al paradigma existente, también los individuos pertenecientes a una sociedad comienzan a experimentar anomalías y conflictos: desigual distribución del poder, limitaciones a las libertades, leyes o prácticas injustas. Al igual que la comunidad de científicos establecida, la sociedad al principio ignora o niega la existencia de esas contradicciones. A medida que la tensión crece, trata de reconciliarlas dentro del sistema existente, elaborando toda suerte de racionalizaciones. Si el conflicto es demasiado intenso o está demasiado focalizado para poder suprimirlo, surge finalmente una revolución en forma de un movimiento social.

 

El viejo consenso se rompe y las libertades se amplían. Donde mejor se aprecia esto en la historia norteamericana es en la expansión del paradigma del sufragio universal. En un primer momento, la facultad de votar se extiende a todos los propietarios de raza blanca de sexo masculino, luego a todos los ciudadanos de raza blanca de sexo masculino, más tarde a todos los ciudadanos de sexo masculino de cualquier raza, finalmente a todos los ciudadanos de ambos sexos mayores de veintiún años, y por último a todos los ciudadanos mayores de dieciocho años.


Se puede decir que un cambio de paradigma político tiene lugar cuando los nuevos valores han sido asimilados por la sociedad dominante. Esos valores se convierten entonces en dogma y social para los miembros de la nueva generación, que se maravillan de que alguna vez alguien hubiera podido pensar de otra forma. Con todo, no tardarán en surgir nuevos conflictos e ideas en su seno, que serán negadas, ignoradas e incluso reprimidas a su vez, y así sucesivamente.
Las pautas de irracionalidad en el comportamiento humano se repiten una y otra vez, en el ámbito individual y colectivo.

 

Los viejos moldes son fieramente defendidos, incluso cuando ya han empezado a fallar estrepitosamente y no sirven en absoluto para manejar los problemas cotidianos; y quienes los desafían tienen que sufrir el que se les considere ridículos. Generación tras generación, la humanidad ha luchado por preservar el statu quo, sosteniendo que «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer», muestra de escepticismo popular que considera siempre peligroso a lo desconocido.

 

En expresión de Virginia Satir, usamos las «tácticas del enemigo» en contra del cambio, sin darnos cuenta que todo crecimiento depende de la capacidad de transformarse. En medio de un mundo fluyente por naturaleza, nos aferramos a lo que nos resulta familiar y nos resistimos a toda transformación.

«En la alternativa de tener que cambiar nuestras ideas o probar que no es necesario llegar a eso, la mayoría de nosotros nos apresuramos a acumular argumentos», dice John Kenneth Galbraith.

Si hemos de acabar alguna vez con esa pauta de comportamiento, si hemos de liberarnos de nuestra historia personal y colectiva, tenemos que aprender a identificarla: aprender a discernir nuevos caminos de descubrimiento e innovación, a superar nuestra sensación de incomodidad y resistencia frente a lo nuevo, y a reconocer las ventajas de cooperar al cambio.
Thomas Kuhn no ha sido en modo alguno el primero en descubrir esa forma de actuar. John Stuart Mill, el famoso tratadista y filósofo político inglés, ya trató específicamente este tema con un siglo de antelación. Cada época, decía, ha sostenido opiniones que las siguientes generaciones encontraban no solamente falsas sino absurdas.

 

Y advertía a sus contemporáneos del siglo diecinueve que muchas ideas admitidas entonces de forma general serían rechazadas en épocas futuras. Por lo cual deberían aceptar con los brazos abiertos el cuestionamiento de todas las ideas, incluso de aquéllas que parecían ser más obviamente verdaderas, ¡cómo la filosofía de Newton! La mejor forma de salvaguardar las ideas era, según Mil, «invitar continuamente a todo el mundo a que probase que eran infundadas» Si toda la humanidad menos uno sostenía una opinión, decía Mill, y ese uno pensaba de otra manera, los demás no tendrían mayor derecho a reducirle al silencio, que él a imponer silencio a la mayoría. Mill subrayaba que su argumentación no era moral, sino práctica. Una sociedad que suprime de su seno las nuevas ideas, se roba a sí misma.

«No deberíamos descuidar nada que pueda dar a la verdad la oportunidad de llegar hasta nosotros. »

Mantuvo polémicas con quienes sostenían que no había ningún mal en perseguir las ideas porque si eran verdad nada podría oscurecerlas. Mill señalaba que en múltiples ocasiones habían surgido ideas importantes, y sus partidarios habían sido perseguidos antes del redescubrimiento posterior de sus mismas ideas en una época más tolerante.

 

Aunque históricamente Europa sólo había conseguido avanzar después de romper el yugo de las viejas ideas, la mayoría de la gente continuaba pensando que «las nuevas verdades pueden haber resultado deseables en otro tiempo, pero ahora estamos hartos de ellas». Esas nuevas verdades, herejías, ardían como rescoldo de unos pocos, decía Mill, más que como llama de la cultura entera. El miedo a la herejía es más peligroso que la herejía misma, porque priva al pueblo de «la especulación libre y audaz, que fortalece y ensancha las mentes».


Numerosos filósofos políticos han meditado sobre este fenómeno de la resistencia popular frente a las ideas nuevas y extrañas. Lo han llamado «la tiranía de la mayoría», la tendencia de las sociedades, incluso de las más liberales, a suprimir el libre pensamiento. Esta es la paradoja de la libertad: todo el que llega a apreciar la autonomía personal necesita garantizársela a los demás, y el único medio de llegar a la autodeterminación colectiva es ajustarse a las reglas de la mayoría, lo que puede poner en peligro a la misma libertad.


Los pensadores revolucionarios no creen en revoluciones aisladas. Ven el cambio corno un modo de vida. Jefferson, Mill, Tocqueville y muchos otros procuraban crear un entorno favorable al cambio en el seno de un sistema político relativamente estable. Deseaban un tipo de gobierno en el que la renovación continua viniera propiciada por un sano ambiente de inquietud, y en donde las libertades se ensancharan y extendieran continuamente.

 

Thoreau, por ejemplo, buscaba una forma de gobierno ultrademocrático, en donde la conciencia individual sería respetada por el Estado como «un poder diferente y más elevado», como el contexto de toda autoridad. La sociedad mete entre rejas a sus espíritus más libres, decía, cuando lo que debería hacer es «cuidar especialmente a esa más sabia minoría». Pero hay una vía de salida: todo aquel que descubre una verdad se convierte en una mayoría compuesta por uno, fuerza cualitativamente diferente de la mayoría no comprometida. Thoreau decía de los habitantes de su ciudad: «son una raza distinta de mí», a causa de su resistencia a poner por obra las virtudes que predicaban.

 

Encarcelado por negarse a pagar impuestos a causa de su oposición a la guerra contra México, Thoreau proclamaba que incluso tras los barrotes él era más libre que quienes le hablan encarcelado.

«No he nacido para ser forzado. Yo quiero respirar a mi modo. Los únicos que me pueden obligar son aquellos que obedezcan a una ley superior a mí mismo».

Si todos los que rechazan la esclavitud o la guerra se negasen a pagar sus impuestos, decía en su famoso ensayo sobre la desobediencia civil, el Estado, con las prisiones llenas y cada vez con menos fondos, se vería obligado a desistir. Así se crearía una revolución pacífica.

«Deja caer tu voto en toda su integridad, no es un mero pedazo de papel, es toda tu influencia. La minoría carece de poder cuando se deja equiparar a la mayoría..., pero es irresistible cuando deja colgar todo su peso... Convierte tu vida en un movimiento contrario de fricción hasta que se pare la máquina. »

Gandhi introdujo en el siglo veinte la idea de lo poderosa que puede ser una minoría comprometida, después de haber conseguido en primer lugar el reconocimiento de los derechos de los indios que vivían en Sudáfrica, y tras haber alcanzado después la independencia de la India respecto del dominio británico.

«Es supersticioso y antidivino creer que la actuación de la mayoría vincula a la minoría», decía. «No son los números lo que cuenta, sino la cualidad... Yo no considero necesaria la fuerza de los números en una causa justa».

El principio revolucionario introducido por Gandhi resuelve la paradoja de la libertad.

 

Él la llamaba satyagraha, «fuerza del alma» o «fuerza de la verdad». La satyagraha ha sido fundamentalmente mal comprendida en Occidente, al describírsela como «resistencia pasiva», término que Gandhi juzgaba desaconsejable por su connotación de debilidad; o como «no violencia», lo que no es sino uno de sus aspectos. Como decía el educador Timothy Flinders, llamar a la satyagraha resistencia pasiva es como llamar no-oscuridad a la luz; no describe la energía positiva encerrada en el principio.


La satyagraha deriva su poder de dos atributos aparentemente opuestos: autonomía feroz y compasión total. En efecto, dice:

«No te quiero coaccionar. Ni quiero ser coaccionado por ti. Si te comportas de forma injusta, no me opondrá a ti violentamente (por la fuerza física), sino por la fuerza de la verdad, por la integridad de mis convicciones. Mi integridad se hace evidente en mi disposición a sufrir, a ponerme en peligro, a ir a la cárcel; incluso a morir si es necesario. "Pero yo no quiero cooperar con la injusticia".

 

Al ver mi intención, al sentir mi compasión y mi apertura a tus necesidades, tú reaccionarás de una forma que nunca podría yo haber alcanzado por amenazas, componendas, pleitos o por la fuerza física. Juntos podemos resolver el problema. Este es nuestro adversario, y no cada uno de nosotros para el otro».

La satyagraha es la estrategia de quienes rechazan toda solución que comprometa la libertad o la integridad de cualquiera de las partes en conflicto. Gandhi siempre decía que es el arma de los fuertes, porque requiere un control heroico y valor para perdonar. Gandhi cambió de arriba a abajo toda la idea de poder. Al visitar un escondrijo de militantes indios en las montañas, y al ver sus fusiles, les dijo: «Debéis de tener mucho miedo».


La satyagraha, démosle el nombre que le demos, es una actitud que desplaza a la política de su antiguo terreno de confrontación, negociación, seducción y juego, para introducirla en un nuevo campo en el que impera la franqueza, la humanidad compartida y la búsqueda de comprensión. Transforma los conflictos en su fuente, en los corazones de los participantes. Supone crear un entorno de aceptación, en que la gente puede cambiar sin sentirse derrotada. Quienes la practiquen deben mantenerse vigilantes y flexibles, poniéndose incluso en el lugar del contrario para tratar de encontrar la verdad3.

 

Erik Erikson decía de Gandhi que,

«era capaz de ayudar a los otros a renunciar a costosas defensas y rechazos... La comprensión y la disciplina pueden desarmar o dar un poder más fuerte que las armas».

La satyagraha trabaja de forma silenciosa y aparentemente lenta, decía Gandhi, «pero en realidad no hay en el mundo fuerza más directa ni más rápida». Es una vieja idea tan vieja como las montañas, decía, y él y sus amigos se habían limitado a experimentar con ella.

«Quienes crean en las verdades sencillas que he expuesto, pueden propagarlas solamente viviéndolas. »

Empezad en donde estáis, decía a sus seguidores. Thoreau habla dicho lo mismo: «No importa cuán pequeño pueda parecer el comienzo».
 


Liderazgo y transformación
James MacGregor Burns, tratadista político e historiador, ganador del premio Pulitzer, consideraba a Gandhi como un ejemplo de «liderazgo transformador», liderazgo concebido como un proceso de cambio y crecimiento continuos. El verdadero líder, tal como lo concibe Burns, no es un mero «detentador del poder», ansioso de conseguir objetivos personales. El verdadero líder percibe y transforma las necesidades de sus seguidores.

"Tengan presente que yo tengo una idea de los seguidores que difiere de la que tiene la mayoría. Yo no veo a los seguidores simplemente como personas que mantienen una serie de opiniones estáticas. Yo veo que tienen diferentes niveles de necesidades... El líder auténtico moviliza en sus seguidores nuevos y más elevados niveles de necesidades.


Los lideres realmente grandes y creativos hacen aún más: hacen surgir en sus seguidores nuevas tendencias más activas. Despiertan en ellos esperanzas, aspiraciones y expectativas... En último término despiertan en ellos exigencias, que se pueden fácilmente politizar y volverse en contra de los mismos lideres que las suscitaron".

Al comprometerse de esa forma con sus seguidores, los mismos líderes resultan también transformados. Y pueden invertirse los papeles en relación con sus seguidores, como les sucede a los profesores, que aprenden también de sus discípulos. Según la definición de Burns, los dictadores no pueden ser auténticos lideres, porque al suprimir toda posibilidad de evaluación por parte de sus seguidores, la dinámica de la relación queda interrumpida.

 

Al dejar de ser transformados por las necesidades cambiantes del pueblo, los dictadores no pueden ya seguir fomentando su crecimiento. Las relaciones líder-seguidores son un modelo que es extensible a las relaciones padres-hijos, entrenador-atleta, profesor-alumno, etc. Muchos padres, entrenadores y maestros no son auténticos líderes, pues no hacen más que ejercer el poder. El liderazgo transformador no es una vía de dirección única.


La historia muestra que algunas veces ha habido líderes que han inspirado en sus electores reacciones sorprendentemente elevadas. Burns cita como ejemplo las convenciones estatales de los años 1780 que ratificaron la Constitución de los Estados Unidos. A pesar del escaso nivel de educación de la población y de la pobreza de comunicaciones, las convenciones se centraron en temas tales como la necesidad de una declaración de derechos, o de un sistema de representación y de distribución del poder.

«Es un ejemplo soberbio de la capacidad de líderes y seguidores para elevarse por encima de niveles rastreros hasta alturas mentales e incluso espirituales», decía Burns.

Para este historiador, numerosas revoluciones han tenido éxito a pesar del escaso apoyo popular con que contaban en un principio,

«gracias a que los líderes supieron motivar a sus seguidores tan intensamente, que transformaban su actitud y despertaban su conciencia».

El verdadero liderazgo no ayuda a satisfacer solamente las necesidades actuales... Nos despierta a hambres e insatisfacciones más profundas. Por definición, no se puede «despertar la conciencia» más que a propósito de algo verdadero. Por el contrario, la propaganda puede ser mentira. La diferencia entre un líder auténtico, que nos hace conscientes de necesidades y conflictos hasta entonces no expresados, y un jefe que se limita a ejercer el poder, es semejante a la que existe entre un guía y un vendedor agresivo.


El auténtico líder fomenta el cambio de paradigma en quienes están preparados para ello. Y sabe muy bien que no se puede «enseñar» o «ayudar» a otro a tener un mayor grado de conciencia, como se le podría enseñar a rellenar los formularios para la declaración de sus impuestos. Se puede convencer a la gente para que hagan la experiencia por sí mismos, puede uno convertirse en ejemplo viviente de libertad y de energía, pero no se puede convencer a nadie para que cambie.
Ni tampoco tienen derecho los líderes más eficaces a atribuirse mérito alguno por los cambios que hayan contribuido a producir. Como decía Lao Tse, el mejor de los liderazgos es cuando la gente dice: «Lo hemos hecho nosotros mismos».

 

En cuanto el poder queda localizado, en cuanto la atención se centra en un solo individuo, disminuyen la coherencia y la energía del movimiento. Sentir cuándo es necesario asumir el liderazgo y cuándo es necesario retirarse, no es fácil.

 

Requiere un constante reajuste del equilibrio y darse algunos batacazos, como montar en bicicleta. Pero los individuos pueden auto-organizarse en pequeños grupos y obtener excelentes resultados. Y están de hecho buscando la forma de gobernarse a sí mismos sin necesidad de nombrar a nadie jefe ni de establecer un programa definido. Tales grupos auto-organizados son la fábrica de la Conspiración de Acuario. Incluso personas habituadas a trabajar en grandes instituciones se adaptan fácilmente al nuevo esquema.


Por ejemplo, a principios de diciembre de 1978, tuvo lugar en un Estado del sur una especie de retiro campestre que debía reunir a varias personas: los asistentes, compuestos por catorce hombres y seis mujeres, incluían un congresista, varios directores de fundaciones de Washington, Nueva York y California, un antiguo miembro del gabinete presidencial, el decano de una de las universidades tradicionales del Este, un decano retirado de una escuela médica, un especialista canadiense en planificación, el presidente de un equipo de baloncesto de primera división, el director y el director adjunto de un famoso equipo consultivo, un artista, un editor, y tres especialistas federales en planificación. La mayor parte no se conocían entre sí.


Habían sido invitados por medio de una carta que explicaba que, no obstante sus diversas procedencias, todos tenían algo en común:

"Todos estamos mas o menos convencidos de que esta nación, y la sociedad industrializada en general, están experimentando una profunda transformación. Sentimos que la próxima década puede resultar peligrosa si no llegamos a comprender la naturaleza e importancia trascendental de la transformación.


Estamos de acuerdo en que en el corazón mismo de esa transformación hay un cambio en el paradigma básico social, extensivo a convicciones y valores fundamentales subyacentes a la forma actual de la economía industrial. Desde nuestros puestos en el gobierno, en los negocios, en la educación, o en la vida profesional, sentirnos que la sociedad tiene una profunda necesidad de encontrar sus raíces espirituales, el sentido de su destino, de la dirección correcta.


Estamos buscando el apoyo y la camaradería de quienes piensan de igual forma, en la esperanza de que cuando los espíritus se juntan en una búsqueda y un objetivo común, la eficacia es mayor. Reconocemos que nuestro país, en las primeras décadas de su andadura, estuvo guiado por esa especie de unión de los espíritus en un mismo propósito.


Precisamente porque compartimos esta convicción, entendernos que este encuentro no debe sujetarse a ninguna estructura. No va a haber nadie que presida. No hay un programa concreto. No va a haber discursos. Vengan sencillamente dispuestos a compartir sus esperanzas y preocupaciones más profundas. No tenemos ninguna expectativa específica sobre los resultados de este encuentro".

La primera noche, después de cenar, se invitó a los asistentes a que se presentasen uno a uno. Lo que empezó como una simple formalidad, llenó el programa de esa noche y parte de la mañana siguiente; el propio proceso se encargó de ir construyendo el programa. Casi como narradores de historias en una tribu en torno al fuego, cada uno fue contando sus propios relatos de poder y transformación de una forma intensamente personal y emotiva.

 

Con toda sinceridad y naturalidad, cada uno habló de sus miedos y sus éxitos, su desencanto y su desesperación, cómo golpes sufridos en su vida se habían tornado en bendiciones, al obligarles a seguir nuevos caminos más gratificantes. Pasando inmediatamente del desconocimiento mutuo a la mutua confianza, enumeraban los diversos caminos por los que habían llegado a resultarles insuficientes las recompensas más preciadas de la sociedad.

 

En algún punto, todos habían experimentado un cambio profundo en su percepción de las cosas, a menudo en una etapa personalmente traumática. Todos se habían sentido sobrepasados por otras necesidades más intensas, más profundas. La vida se había convertido para ellos en una búsqueda espiritual, una búsqueda gozosa y misteriosa de sentido, marcada en la mayoría de los casos por una creciente sucesión de coincidencias, de acontecimientos que resultaban significativos por el momento en que se producían, de sincronicidades, en una palabra.


Todos se habían llegado a sentir extrañamente como instrumentos de la evolución, siguiendo un camino que se iba iluminando tan Sólo paso a paso; se sentían avanzar en dirección a esta nueva realidad, fiados de su propio giroscopio interior. De una forma clara, todas estas odiseas se ajustaban a un mismo esquema, con unas mismas señales indicadoras aquí y allá. Y los participantes habían llegado a la conclusión, cada uno por su parte, que necesitaban juntarse con otros para tratar de construir un mundo en el que esos viajes resultasen menos solitarios. Necesitaban conspirar.


Durante los tres días siguientes, hablaron de cooperar con una meta u objetivo especifico, pero una y otra vez huyeron de todo lo que pudiera sonar a hacer «un plan general de actuación».

 

Sabían que podían producir cambios en la sociedad, la acción era su fuerte, pero les preocupaba el poder estar intentando imponer una determinada visión, tenían miedo de jugar a «hacer de Dios» a pesar de sus mejores intenciones. Se planteaban el conflicto con toda honradez, indagaban en su propio interior, tomaban resoluciones Se reunían en grupos de dos o de tres para mantener largas conversaciones y dar grandes paseos. Gastaron muchas horas tratando de agotar al máximo las posibilidades del punto más difícil de cuantos están relacionados con el poder: la intimidad de las relaciones personales.


En ocasiones, todos unían sus manos durante diez o quince minutos, y «escuchaban» en silencio. A veces, cuando después de un debate o una discusión acalorada surgía un silencio, algunos lloraban tras haber experimentado un alivio de la tensión o haberse sentido sacudidos por alguna percepción interior o por los puntos de vista de algún otro.


Ahora y luego, sin ajustarse a ningún plan, iban coincidiendo en los objetivos a seguir. Se crearon lazos: amistades, planes de encontrarse nuevamente, proyectos conjuntos, presentaciones de amigos mutuos.

 

Cuatro de los participantes se reunieron más tarde en las costas Este y Oeste para crear una nueva fundación en favor de la paz. También enseguida, otros impartieron una serie de pequeños seminarios sobre la nueva conciencia a generales del U. S. Army War College y en las oficinas de la International Communications Agency. En ese mismo mes, varias personas del grupo intercedieron con éxito en favor de la libertad académica del decano, cuya investigación habla sido juzgada demasiado problemática por el presidente de su universidad.

 

Quienes vivían cerca unos de otros (en Washington, Nueva York, o en la zona de la Bahía) compartieron contactos personales y ensancharon sus propias redes de conexión. El congresista recibió el apoyo de los participantes en su esfuerzo por ofrecer testimonios y recaudar fondos en pro de la investigación sobre los estados alterados de conciencia.

«La gente es el principio organizador», señalaba una vez Robert Theobald.
 

Experiencias de transformación social
A primera vista, emprender una transformación social parece una ambición temeraria e incluso peligrosa para cualquier tipo de grupo. Es preciso que antes se dé una cadena crítica de acontecimientos. En primer lugar, se requiere un cambio profundo en quienes desean hondamente el cambio social. Necesitan saberse encontrar mutuamente y familiarizarse con la psicología del cambio, conscientes del miedo universal frente a lo desconocido. A continuación deben diseñar tácticas que fomenten el cambio de paradigma en otras personas: deben remover y despertar las conciencias, y reclutar seguidores.

 

Esta minoría mentalizada, conscientes de que lo que mueve a la gente no son los argumentos racionales por si solos, si no van unidos a los afectivos, deben encontrar el modo de relacionarse con los demás al nivel humano más cercano.
 

A fin de no caer en antiguas trampas, (juegos de poder, concesiones, interés personal), deben vivir de acuerdo con sus principios. Sabiendo que no solamente los fines, sino también los medios, deben ser honestos, deben acudir al campo de batalla de la política desnudados de todo tipo de armas convencionales. Necesitan aplicar estrategias nuevas y descubrir nuevos manantiales de poder.


Y esta minoría alistada, convencida, avanzada, comprometida y creativa, debe ser también irresistible. Debe originar en torno a sí oleadas lo suficientemente amplias como para que sean capaces de reordenar todo el sistema; fluctuaciones las llamaríamos, en el lenguaje de la teoría de las estructuras disipativas. ¿Difícil? ¿Imposible? Visto desde otro ángulo, como el proceso es el mismo objetivo, no puede fracasar.


Por eso, la nueva colectividad es la nueva política. Tan pronto como comenzamos a trabajar por crear un mundo diferente, el mundo empieza a resultarnos diferente. Las redes de la Conspiración de Acuario, formas auto-organizativas que dejan espacio a la vez para la autonomía y para la interrelación humana, son al mismo tiempo instrumentos de cambio social y modelos de la nueva sociedad. Toda lucha colectiva en favor de la transformación social se convierte en una experiencia de transformación social.


El objetivo pasa a segundo plano; cambie o no el conjunto de la sociedad, y por largo que sea el proceso que ello suponga, los individuos logran el objetivo a través de su mutuo esfuerzo, pues encuentran en ello alegría y unidad. Se hallan comprometidos en una obra que tiene pleno sentido, que es por sí misma venturosa. Saben que los escépticos necesitan tener su mundo siniestro, también. Como decía Thoreau, la minoría no necesita esperar hasta haber persuadido a la mayoría. Y esta concepción, como veremos, tiende a extenderse por sí sola.


El efecto transformador de los movimientos sociales, tanto en sus participantes como en la sociedad en general, puede apreciarse al examinar los efectos de la protesta y la contracultura de los años sesenta. Una contracultura es una teoría que vive y que respira, es una especulación sobre la fase siguiente de la sociedad. Vista por su lado malo, puede parecer una experiencia extraña y ajena a toda ley, que fracasa en su intento de unir lo viejo y lo nuevo. Vista por el lado bueno, aporta una dirección transformadora, que profundiza la conciencia de la cultura dominante. Los primeros colonos norteamericanos que rechazaron el dominio británico eran una contracultura; y eso mismo fueron los transcendentalistas.
 

Como un juego dentro de otro juego, la transformación que preconizan los movimientos de contracultura y de protesta, resulta instructiva; ilustra la manera cómo un movimiento pendular se convierte en un cambio de paradigma. Al igual que otras generaciones anteriores de reformadores y activistas, los miembros integrantes de la contracultura al principio tratan de cambiar las instituciones políticas. Sólo después de haber luchado entre ellos mismos y de haber sufrido la frustración consiguiente al enfrentamiento al establishment, descubren donde se encuentra la auténtica vanguardia de la revolución: descubren el «frente» situado en su propio interior.


Jerry Rubin, uno de los ocho de Chicago4, que ocupó con frecuencia la primera plana de los periódicos como activista social radical en los años sesenta, decía más tarde:

"El movimiento espiritual es el verdaderamente revolucionario. Si no hay auto-conciencia, el activismo político se convierte en un perpetuo ciclo de irritación... Yo no podía cambiar a nadie sin haberme cambiado a mí mismo,"

Laurel Robertson recordaba sus años de estudiante en Berkeley:

"Yo quería realmente ayudar a la gente, quería mejorar las cosas. Un verano me vi metido en un proyecto muy constructivo de educación en la no-violencia a propósito de la guerra de Vietnam. Todos cuantos trabajaban en él lo hacían por motivos desinteresados, pero al final del verano todo se vino abajo, porque no éramos capaces de entendernos entre nosotros. Tuve que afrontar el hecho de que es imposible pretender hacer un mundo amoroso y no violento, a menos que uno mismo haya conseguido previamente ser amoroso y no violento".

Visto retrospectivamente, el giro al interior de esta revolución era casi inevitable. Un antiguo militante del movimiento de protesta, profesor hoy en día en una facultad médica estatal, decía:

«A pesar de su violencia, la protesta de los años sesenta reflejaba esencialmente motivos humanos de preocupación, paz, derechos de las minorías, repercusiones en la educación, más que temas políticos tradicionales».

Desde el punto de vista filosófico, si no siempre en la práctica, los movimientos de los años sesenta centraron su atención en una nueva especie de poder, más bien personal que colectivo.

 

Dorothy Healy, presidente entonces del partido comunista del sur de California, decía años más tarde:

«Una generación se había puesto en marcha, y estaba avanzando, y el partido no formaba parte de ella, no la comprendía. Lo que estaba sucediendo no se ajustaba al marxismo clásico, tal como lo comprendíamos. La clase trabajadora no estaba en la vanguardia, y los temas fundamentales no eran económicos».

Con ciertos fallos y algunos éxitos parciales a su espalda, muchos de los líderes activistas marchaban en una dirección que hacía sentirse turbados a muchos de quienes les apoyaban desde la izquierda convencional. Se encontraron metidos en un proceso de propia transformación personal. Este giro de los acontecimientos provocaba la confusión en los medios informativos y muchos sociólogos llegaron a pensar que la revolución se habla esfumado.

 

Lou Krupnik decía:

"Resistimos en las calles a pesar de los gases lacrimógenos y las porras de los policías, y no volvimos a casa más que cuando escuchamos a gente piadosa susurrarnos mantras sánscritos en nuestros oídos ansiosos. Nos metimos adentro durante varios años, tratando de elaborar alternativas a la locura...


Ahora estamos entrando en un nuevo período. Estamos comenzando a llegar a la síntesis de los impulsos creativos y organizadores que forman parte de nuestro patrimonio".

En «Notas sobre el Tao de la organización política», Michael Rossman señalaba:

«Cuando miro ahora a través del cristal de la política, me doy cuenta que todo lo que hago es aplicar a la política, en esencia, un test de santidad».

La democracia, como decía uno de los radicales, no es un estado político, sino una condición espiritual:

«Somos parte de un todo».

El intento de detectar y fomentar la globalidad, el deseo de contribuir a sanar la sociedad, ha dado nueva vida a las viejas preocupaciones. Antiguos militantes han buscado empleo en organismos públicos por todo el país, y han tenido éxito, y han llegado a ocupar incluso cargos políticos relevantes.

 

Por ejemplo, Sam Brown, organizador del movimiento War Moratorium de protesta contra el conflicto de Vietnam, ha introducido con éxito reformas en la práctica bancaria como tesorero del estado de Colorado, y fue más tarde nombrado por Carter director del instituto encargado de la administración de VISTA y del Peace Corps 5.

 

Brown decía:

«El cambio social no va a llegar tan rápido como desearía cualquiera de nosotros. Construir una comunidad es un proceso más sutil y delicado y a largo plazo.»

En los años sesenta, la mayor parte de los activistas sociales serios no estaban de acuerdo con el sesgo tan fácil que estaba cogiendo la contracultura, con su interés por los psicodélicos, la camaradería y un estilo de vida espontáneo.

 

En un artículo aparecido en la revista radical Focus/Midwest, Harold Baron decía:

"Con una actitud mental diferente, podríamos reaccionar de forma diferente. Podríamos sentir compañerismo, percibir nuevas posibilidades... Tal vez la esperanza de un futuro humano urbanizado no resida en los tecnócratas, sino en los creadores de comunidades. Si eso es verdad, debiéramos inclinarnos por última vez ante los seguidores de la contracultura; ellos, al menos, planteaban las preguntas correctas. Todos vamos a tener que planteárnoslas de nuevo".

Al principio, los activistas de los años sesenta, como las generaciones de reformadores políticos que les habían precedido, intentaron recurrir a la tuerza y a la persuasión; se dedicaron a escribir, a organizar manifestaciones, a predicar, a regañar, a buscar apoyos y prosélitos, a discutir. Pero pronto empezaron a comprender la verdad que encerraban las admoniciones de Thoreau: vive de acuerdo con tus convicciones y harás que el mundo gire en torno a ti.


El énfasis puesto en el sentido comunitario y en la actuación por medio de grupos pequeños representa el cambio principal en el pensamiento político radical. Otro antiguo activista social, Noel Mclnnis, decía hace poco:

«Estoy convencido de que sólo los acontecimientos, no las instituciones, van a poder cambiar la sociedad. Los cambios significativos pueden operarse solamente en el ámbito personal, de vecindad, o de grupos pequeños. En una reciente reunión del SDS (Estudiantes en pro de una sociedad democrática), la mayoría de los asistentes habían llegado a la misma conclusión y habían remodelado consecuentemente sus actividades».

James McGregor Burns decía que «cuando las circunstancias locales son creativas», hay más probabilidades de que surjan grandes líderes. Así como el pueblo norteamericano, que tanto luchó contra ellos en los años 1770 y 1780, acabó respondiendo al reto de sus líderes elevándose a niveles de grandeza en las convenciones estatales que aprobaron la Constitución, también nosotros podemos superar la crisis actual. Burns predijo que probablemente los líderes del futuro surgirían de entre quienes estuvieron complicados en los conflictos de los años 1960:

«Un cuerpo de líderes en el exilio, gente que anda ahora por los treinta o los cuarenta años, y que podrían irrumpir en el escenario nacional».

Como los líderes del futuro están surgiendo de organizaciones de base popular, decía Burns, los críticos sociales que se apoyen solamente en los medios generales de información van a perderse la génesis de la revolución. Los signos de fermentación resultan más evidentes en los cientos de miles de pequeñas publicaciones y proclamas realizadas por diversos grupos.


Tom Hayden co-defensor de Rubinen en el proceso de Chicago, más tarde candidato demócrata por California al Senado de los Estados Unidos, decía de sí mismo y de otros compañeros suyos activistas como él:

«Se acerca nuestra hora, pero no tan rápidamente, ni por el mismo camino necesariamente, que en otro tiempo deseábamos».

Más que abandonar las barricadas habían trasladado el escenario de su lucha a la prestación de servicios en un campo concreto: político, ecológico, consumista, espiritual. Hayden escribía en 1979:

"A medida que el aumento en espiral de los costes energéticos ensombrece el panorama económico, cada vez mas norteamericanos tendrán que competir por cada vez menos en el "país de la oportunidad". La llama de la esperanza fuerza que motiva a la gente para luchar en la vida puede arder muy baja, o incluso apagarse del todo, especialmente entre los jóvenes.


Yo sólo puedo ver una alternativa a largo plazo, y aún la veo lejos. Lo que comenzó en los años sesenta, la exigencia creciente de hacer oír la propia voz en las decisiones que afectan a la propia vida se extenderá a todas las esferas...


Los activistas políticos de los años sesenta, después de haber perdido completamente sus uñas y dientes, volverán una y otra vez con la misma filosofía, pero expresada desde papeles diferentes. Si los años sesenta trajeron nuestro nacimiento y desarrollo, los años ochenta y los noventa serán nuestros anos de madurez y máxima influencia.


Mi punto de vista es simple: los años sesenta crearon lo que podemos llamar el liderazgo del futuro..., una nueva generación de gente comprometida y politizada. En la época de nuestros padres, la democracia estaba amenazada desde fuera, nuestras propias instituciones eran fundamentalmente sólidas, la abundancia parecía estar garantizada, Estados Unidos era el número uno.


Nosotros hemos recibido en nuestra época una concepción del mundo distinta. La democracia se ha visto amenazada por los «fontaneros» que operaban desde la misma Casa Blanca, nuestras instituciones se encuentran perturbadas, la abundancia apenas está garantizada, y el hecho de ser el número uno en cuanto a bombas no ha hecho de nosotros el número uno en cuanto a calidad de vida.


La reaparición de los activistas de los sesenta en los años venideros será mal interpretada por muchos. Algunos no nos reconocerán, y otros creerán que nos hemos «establecido» demasiado. No seremos un movimiento marginal de protesta, porque los márgenes de ayer son la corriente central de mañana. No protestaremos, sino que propondremos soluciones: un programa energético basado en los recursos renovables..., una reestructuración democrática de las grandes compañías..., una tecnología al servicio de la descentralización de los centros de información y toma de decisiones...


Quienes llenaban las calles en los años sesenta pueden aún llegar a llenar los salones gubernamentales en los años ochenta, y si llegamos a ello, no creo que nos olvidemos de nuestras raíces. Cuando fui sentenciado por el juez Julius Hoffman al término del proceso de Chicago, el propio juez me miró con aire de connivencia y me dijo:

«Un tipo como usted podría haber llegado lejos dentro de nuestro sistema».

¿Quién sabe, señoría? Tal vez lo haga...".


El nuevo paradigma respecto del poder y la política
Evidentemente, el paradigma que está surgiendo está plagado de herejías. Niega que nuestros líderes sean los mejores, afirma que hay muchos problemas que no pueden resolverse con dinero ni con intentar hacer más o mejor, niega que la lealtad deba primar sobre la autoridad interior. El nuevo paradigma evita la confrontación frontal y las polaridades políticas. Tiende a reconciliar, a innovar, a descentralizar, y no presume de tener respuestas para todo.

 

Si tuviéramos que resumir ambos paradigmas, encontraríamos los siguientes contrastes:

Las redes, instrumentos de transformación.

Una revolución significa, por supuesto, que el poder cambia de manos, pero no supone necesariamente que haya lucha abierta, golpe de estado, ni vencedores ni vencidos. El poder puede quedar distribuido por todo el tejido social.


Mientras la mayoría de nuestras instituciones se están tambaleando, una versión siglo veinte de la antigua tribu o parentela ha hecho su aparición: la red, instrumento del paso siguiente en la evolución humana. Amplificada por las comunicaciones electrónicas, y liberada de antiguas restricciones familiares y culturales, la red es el antídoto de la alienación. Genera la suficiente energía como para remodelar la sociedad. Ofrece al individuo apoyo emocional, intelectual, espiritual y económico. Es un hogar invisible, un medio poderoso de alterar el curso de las instituciones, especialmente el del gobierno.
 

Cualquiera que se percate de la rápida proliferación de las redes y perciba su fuera, puede comprender el impulso que suponen para la transformación mundial. La red es la institución de nuestro tiempo: un sistema abierto, una estructura disipativa tan rica y coherente, que se encuentra continuamente en estado de flujo, en un equilibrio susceptible de reordenación continua, abierta indefinidamente a la transformación.

 

Esta forma orgánica de organización social es más adaptativa desde el punto de vista biológico, es más eficaz y más «consciente» que las estructuras jerárquicas de la civilización moderna. La red es plástica, flexible. Realmente, cada miembro es el centro de la red. Las redes cooperan, no compiten. Tienen auténtico arraigo popular: se autogeneran, se autoorganizan, y a veces incluso se autodestruyen. Su existencia supone un proceso, se parece a un viaje, no a una estructura congelada.


Como dice Theodor Roszak, los antiguos movimientos de masas revolucionarios no ofrecían a las personas mayor refugio que el que ofrecían las sociedades capitalistas.

«Necesitamos una clase más pequeña que el proletariado... La nueva política hablará en favor de millones... uno a uno. »

Curiosamente, H. O. Wells había predicho en 1928, en su programa para una sociedad nueva, que en la Conspiración Abierta no habría seguidores «ordinarios»: no habría gente de a pie, ni carne de cañón. La conspiración no revestiría la forma de una organización centralizada, sino que estaría formada más bien por grupos de amigos o coaliciones entre los mismos. Se trata de una idea radical. Pese a todas sus proclamaciones de apoyarse en iniciativas de acción popular, la política tradicional se ha aplicado siempre de arriba a abajo; políticos influyentes, economistas y una serie de mandatarios gubernamentales son quienes deciden las diferentes cuestiones, y pasan luego las consignas a todo el cuerpo de votantes.
 

A medida que iban resultando evidentes los beneficios inherentes a la conexión y cooperación, comenzaron a proliferar redes para tratar de conseguir toda suerte de objetivos imaginables. Unas se centran en el desarrollo personal, en la búsqueda espiritual, o en la reinserción de sus miembros; otras se ocupan principalmente de temas sociales. (Algunas persiguen con fuerza intereses específicos de determinados grupos, y ejercen presiones políticas por medios bastante convencionales; son las más vulnerables a la tentación de convertirse en organizaciones jerárquicas convencionales.)
 

Sea cual sea su objetivo manifiesto, la función de la mayoría de estas redes es ofrecer apoyo y enriquecimiento mutuo, robustecer al individuo y cooperar en la transformación. La mayoría aspiran a un mundo más humano y hospitalario. Por la riqueza de oportunidades de mutua ayuda y apoyo, la red presenta reminiscencias de su antecesor, el sistema parental. No obstante, la «familia» en este caso se basa en valores y convicciones profundamente compartidos, que resultan ser lazos más fuertes que la sangre.


La red es una matriz de exploración personal y de acción grupal, de autonomía y de interrelación. Paradójicamente, la red es a la vez íntima y expansiva. A diferencia de las organizaciones verticales, puede mantener su cualidad personal o local, aunque siga creciendo. No es preciso plantearse la elección entre un compromiso con la comunidad o un compromiso a escala global; ambos son posibles a un tiempo.


Las redes son la estrategia de los grupos pequeños para transformar la sociedad. Gandhi usó de este tipo de coaliciones para conducir a la India a su independencia. Él las llamaba «unidades en grupo», y las consideraba esenciales para el éxito.

«El círculo de unidades así agrupadas de forma conveniente va a ir creciendo en circunferencias hasta que al final llegue a abarcar al mundo entero. »

A comienzos de este siglo, Edward Carpenter había profetizado ese entrelazamiento y solapamiento de redes llamadas a crear «la sociedad acabada y libre».


De manera informal, pero también valiéndose de ficheros y computadoras, las redes están poniendo en mutua conexión a quienes poseen talentos, intereses y objetivos complementarios. Las redes promueven los enlaces y contactos de sus miembros con otras gentes, con otras redes.


El historiador de arte José Argüelles compara estas redes con la fuerza biológica de la sintropía: esa tendencia de la energía vital hacia formas de asociación, de comunicación, de cooperación y de conciencia siempre mayores. La red es como un cuerpo-mente colectivo, como los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro, como intelecto e intuición, sugiere.

«Las redes son tremendamente liberadoras. El individuo es su centro... »

Comparar las redes con el sistema nervioso humano es algo más que una metáfora socorrida. En un sentido muy real, el cerebro y el entramado de redes operan de forma similar. La estructura del cerebro es más afín a la idea de asociación que a la de jerarquía. Lo que hace nacer los significados en el cerebro son patrones dinámicos, conexiones entre grupos de neuronas e interacciones entre estos grupos. La energía del cerebro está descentralizada. En los estados de conciencia caracterizados por una mayor expansión y coherencia es también, como hemos visto, donde la energía está más amplia y ordenadamente disponible.

 

El cerebro está entonces plenamente despierto. De igual forma, las redes son una forma alerta y reactiva de organización social. La información se mueve en ella de una forma no lineal, simultánea y significativa. De un modo semejante a como las personas creativas establecen nuevas conexiones a base de yuxtaponer elementos dispares a fin de inventar algo nuevo, así también las redes ponen en recíproca conexión a personas e intereses por caminos sorprendentes. Esas combinaciones fomentan la creatividad y la inventiva.


Una red creada para asegurar un entorno psicológicamente sano a los bebés puede cooperar con una organización de orientación humanística para gente mayor. Los viejos, que de otra forma se sentirían inútiles y solitarios, ayudan en las tareas de cuidado y alimentación de bebés y niños pequeños en un centro de atención diurna.


También se da en ellas el efecto de sinergia, ese plus de energía, resultado de la cooperación que tiene lugar en el seno de los sistemas naturales. Según vamos descubriendo ese efecto en las relaciones con los demás, en nuestro grupo pequeño, su efecto benéfico potencial para la sociedad resulta cada vez más evidente.

 

Como dice el físico John Platt:

"Siempre que las personas, aunque no sean más que dos, comienzan a darse entre sí, o a trabajar los unos para los otros, inmediatamente aparecen esos resultados: ese mayor beneficio mutuo, ese mayor bienestar, y ese mayor desarrollo individual al mismo tiempo. Aparecen, tan pronto como una pareja, o una familia, un vecindario o una nación comienzan a trabajar juntos. Esos efectos se dan en los grandes equipos creativos de científicos norteamericanos. Y se dan también en el Mercado Común Europeo.


A través de la donación recíproca entre nosotros y quienes nos rodean, comenzamos a construir una especie de utopía local cuyos beneficios resultan a todas luces evidentes".

Una vez hemos comprobado la energía que genera la estrecha cooperación humana, resulta imposible seguir pensando en el futuro en términos antiguos. La explosión de redes ocurrida en los últimos cinco años ha sido como un incendio en una fábrica de fuegos artificiales. Este crecimiento en espiral de todo tipo de entrelazamientos de individuos con individuos, de grupos con grupos es como un gran movimiento de resistencia subterránea en un país ocupado en vísperas de su liberación.
 

El poder está cambiando de manos, está pasando de unas jerarquías moribundas a manos de unas redes llenas de vida.
Alfred Katz, de la Escuela de Salud Pública de la universidad de California, Los Angeles, organizador de una conferencia internacional en Dubrovnik, Yugoslavia, para tratar de las redes de mutua ayuda, dijo de éstas que eran «una fuerza social dinámica en la última mitad del siglo veinte».

 

Constituyen una respuesta saludable a la lejanía de las instituciones modernas, decía Katz. Las redes suponen,

«un impulso enérgico y refrescante para los planes de acción social... Representan una resistencia social espontánea frente a la maciza pesadez de los procedimientos burocráticos».

Katz sugería que una de las razones por las cuales las redes habían pasado casi desapercibidas, es porque nadie podía imaginar cómo gastar grandes cantidades de dinero en algo tan simple y efectivo.

«Las redes de mutua ayuda reflejan un cambio tanto en la conciencia como en las formas de acción de un gran número de personas. Sus consecuencias no deberían ser subestimadas. »

Para el gobernador de California Jerry Brown, la autoconfianza y la ayuda mutua constituyen la primera idea nueva que ha surgido en política en los últimos veinte años. La idea de que gente, que es vecina una de otra, esté colaborando en la construcción de una sociedad abierta y más justa es algo «a la vez humano y alucinante».


Los antropólogos Luther Gerlach y Virginia Hine, que desde los años sesenta han venido estudiando los movimientos de protesta social, han bautizado a las actuales redes con el nombre de SPINs (Segmented Polycentric Integrated Networks: Redes integradas policéntricas segmentadas). Todo SPIN obtiene su energía de la asociación, a base de combinar y volver a combinar habilidades, instrumentos, estrategias, elementos, contactos. Son las «unidades en grupo» de Gandhi. Al igual que el cerebro, el SPIN puede disponer de múltiples conexiones simultáneas en muchos puntos. Los segmentos de un SPIN son los grupos pequeños, que cooperan entre sí de forma fluida, sobre la base de los valores compartidos. En ocasiones, como por efecto de una amistosa fisión, el SPIN produce además efectos secundarios6. La multiplicidad de grupos robustece al movimiento.


Mientras que un esquema organizativo convencional muestra los diversos recuadros nítidamente enlazados entre sí, el esquema de organización de un SPIN se parecería más bien a «una red de pescar mal anudada, con multitud de nudos de tamaños diversos, todos enlazados entre sí directa o indirectamente». En el movimiento de protesta social, esas células o nudos son grupos locales formados por un puñado de miembros o hasta por cientos de personas. Muchos se forman para cumplir una única tarea específica, y hoy están y mañana no aparecen.


Cada segmento de un SPIN es autosuficiente. No se puede destruir una red a base de destruir a uno solo de sus líderes u órganos vitales. El centro, el corazón, de la red está en todas partes. La debilidad de una burocracia se mide por su punto más débil. En una red hay muchas personas que pueden asumir las funciones de los demás. Esta característica recuerda también la plasticidad del cerebro, que permite un solapamiento en sus funciones, de manera que las células dañadas puedan ser sustituidas por otras regiones cerebrales.


Si una burocracia representa menos que la suma de sus partes, una red equivale a muchas veces la suma de sus partes. Las redes constituyen una fuente de energía que la historia no había aprovechado hasta ahora: esos múltiples movimientos sociales autosuficientes, ligados entre sí para conseguir una serie de objetivos, cuyo cumplimiento traería aparejada la transformación de todos los aspectos de la vida contemporánea7.


Según Gerlach, estas redes producen valiosos cambios en el ámbito local. Las noticias sobre experiencias que han tenido éxito en algún lugar recorren rápidamente todos los puntos de enlace del movimiento, y pueden ser así adoptadas de forma muy general.


En un primer momento, los antropólogos que se ocuparon de observar las redes, pensaban que éstas carecían de líderes. En realidad, dice Gerlach, «no hay una escasez de líderes, sino una profusión de ellos». La dirección pasa de una persona a otra según las necesidades del momento.


Para Hine, los SPINs son hasta tal punto cualitativamente diferentes de las burocracias en cuanto a organización e influjo, que la mayor parte de la gente no se percata de su existencia, o creen que son conspiraciones. A menudo las redes emprenden acciones similares sin ponerse previamente de acuerdo, simplemente a causa de las muchas convicciones que comparten. Podría también decirse que por el hecho de compartir esas convicciones están en connivencia.


Realmente, la Conspiración de Acuario es un SPIN de SPINs, una red formada por muchas redes que pretenden transformar la sociedad. La Conspiración de Acuario, efectivamente, posee esas características de soltura, segmentación, evolución y redundancia. Su centro está en todas partes. Aunque forman parte de ella muchos movimientos sociales y grupos de mutua ayuda, su vida no gira en torno a ninguno de ellos. Tampoco puede ser desmontada, porque es manifestación de los cambios operados en la gente.


¿Qué pretenden las redes? Muchas cosas diferentes, por supuesto. No sólo no hay dos redes que sean iguales; cada una de por sí cambia con el transcurso del tiempo, porque es un reflejo de las necesidades e intereses fluctuantes de sus miembros. Pero su objetivo esencial es redistribuir el poder.


Los grupos ecologistas, por ejemplo, pretenden que la humanidad «viva de forma ligera sobre la tierra», como servidores de la naturaleza, más que como explotadores o dominadores. Las redes de orientación espiritual y psicológica buscan la energía que brota de la integración interior, y proclaman la autonomía de las porciones liberadas del propio ser. Las redes educativas intentan enriquecer a los alumnos, enseñándoles a localizar los recursos que necesitan. Las redes que buscan la salud como objetivo pretenden alterar el antiguo equilibrio de poder entre la medicina institucionalizada y la responsabilidad personal. Otros grupos intentan canalizar de otra forma el poder económico, por medio del boicoteo, el trueque, el cooperativismo, o la práctica del comercio y los negocios.


Desde las redes más simples, que tienen por base la vecindad o el lugar de trabajo (cooperativas de alimentación, utilización conjunta de vehículos, cuidado en común de los niños), la gente tiende a compartir intereses más sutiles o abstractos, como la formación o información sobre determinados temas. Las redes de autoayuda y de mutua ayuda tienen un carácter más íntimo, y por eso mismo su poder transformativo es mayor.

 

Según la oficina central del Servicio Nacional de Autoayuda, alrededor de quince millones de norteamericanos pertenecen hoy en día a redes en las que la gente se ayuda entre sí a enfrentar problemas tan diversos como la viudez, el exceso de peso, el divorcio, niños maltratados, abuso de drogas, juego, desórdenes emocionales, disminuciones de todo tipo, acción política, ecologismo, muerte de un hijo. Tales grupos se guardan cuidadosamente de llegar a «profesionalizarse» demasiado, por miedo a dar lugar al desarrollo de una jerarquía de autoridad que podría dar al traste con sus propósitos. Pues lo esencial es ese carácter de reciprocidad. La forma de ayudarse uno a sí mismo es ayudar a los demás.


La BBC hizo una serie de televisión con el título: «Consigna: ayudarse a sí mismo», a fin de ayudar a la gente a encontrar la red apropiada. Hay oficinas estatales y federales que informan sobre redes de autoayuda y asociaciones de grupos de autoayuda; recientemente se ha celebrado en Boston una feria dedicada a la autoayuda. En un número de la revista Self-Help Reporter se mencionaban, entre otros grupos de autoayuda, redes de personas sin empleo mayores de cuarenta años, padres de niños prematuros, mujeres operadas de mastectomía, familiares y amigos de personas desaparecidas, y supervivientes de intentos de suicidio.


La formación de estos grupos, ha dicho el antropólogo Leonard Borman, director del Instituto de Auto-Ayuda de Evanston, Illinois,

«representa en parte el deseo de gente que tienen problemas semejantes, de asumir la responsabilidad de sus propios cuerpos y mentes y de su propia conducta, ayudando a otros a hacer lo mismo».

Según una estimación, las redes de autoayuda se sostienen por sí mismas más que de aportaciones del público en general; no tienen líderes profesionales, son abiertas (es decir, no hay unos requisitos estrictos para formar parte de ellas), locales, innovadoras, desprovistas de ideología, y persiguen un mayor grado de autoconciencia y una vida emocional más plena y más libre. Este tipo de organizaciones demuestra el potencial oculto incluso entre los miembros más vulnerables de la sociedad; puede citarse como ejemplo el éxito notable de un grupo de ex drogadictos de la calle Delancy de San Francisco, en la tarea de ayudar a otros drogadictos a rehabilitarse a sí mismos.


La red «Linkage» (Enlace), iniciada por Robert Theobald, es internacional, está informatizada, y funciona principalmente por correspondencia. Para participar en ella, basta enviar una opinión o comentario sobre el propio trabajo o los propios intereses. Un servicio editorial creado por Theobald, Participation Publishers, reproduce esas opiniones, que son distribuidas por correo desde Wickenburg, Arizona, a cambio de una pequeña tasa anual.

«Operamos fundados en el convencimiento de encontrarnos justo ahora en medio de un período de tensiones derivadas del hundimiento cada vez más rápido de la era industrial. Estamos tratando de encontrar los medios que puedan ayudar a hacer esa transformación necesaria. Hay mucha gente que desearía experimentar esa transformación... Intentamos encontrar el modo de ayudar a la gente a que realice ese cambio. »

Las opiniones personales que recogía uno solo de los números dan idea de la diversidad de procedencias de sus redactores. Entre ellos se encontraban un militar, dos políticos, una enfermera, dos médicos, un historiador, un clérigo presbiteriano, un educador, un físico nuclear y un ingeniero. Su abanico de intereses se extendía a los cambios de paradigma, a la transformación radical de la sociedad, experiencias místicas personales, tecnología apropiada, descentralización, unión entre Oriente y Occidente, comunidades, simplicidad voluntaria, modelos organizativos fundados en la confianza y la comunicación, «modos creativos de ayudarnos unos a otros», «tecnología consciente», poder y libertad en las relaciones, cómo actuar «de forma significativa».


Un participante decía haber encontrado aliados en su propia comunidad: «Viendo que íbamos en solitario, estamos formando una red con nuevas ideas sobre esta ciudad». Para otro, la posibilidad de enlace era como «un anda, capaz de moderar los efectos de otras fuerzas».


Un clérigo enviaba una lista de publicaciones y de organizaciones en Inglaterra, para el caso de que algún miembro de la red fuese allí de visita y quisiese encontrar «gente de mentalidad semejante». Otros dos describían sus conexiones con otras redes. Un especialista en educación decía:

«En medio de este mundo frenético, yo y mi familia y otros que también andan buscando, deseamos poder escuchar susurros de nuevo».

Desde Nebraska, uno decía:

"Estamos entrando en una nueva era, que requiere un modo enteramente diferente de ver las cosas... La edad moderna ha quedado atrás. Pero la civilización necesita unas nuevas líneas de demarcación. ¿Podemos encontrar los nuevos moldes con la suficiente rapidez?


«Enlace» ofrece un punto de partida. Por primera vez en la historia, gentes que nunca se han conocido pueden convertirse en un «nosotros» si así lo desean".

Un profesor de ciencias empresariales escribía:

«Me ronda la cabeza una cuestión más amplia: la de cómo usar la riqueza y los resortes de los negocios para apoyar la transformación, en vez de luchar contra ella».

En el verano de l979, la distribución de «Enlace» creció de forma espectacular. Muchos miembros venían expresando una creciente necesidad de comunicar sus ideas sobre la transformación más allá de los límites de la red. Theobald comunicó a los miembros su sensación de «estarnos acercando a un momento en que podemos servir de catalizadores para un mayor número de actividades». Curiosamente, muchos miembros venían preguntando sobre la posibilidad de «sub-enlaces», nombres de otras personas dentro de su zona geográfica con quienes pudieran colaborar en proyectos específicos. Esta necesidad de acción en pequeños grupos es característica de la Conspiración de Acuario.


Theobald es lo que la revista Open Network News llama un «tejedor», es decir una persona que diseña redes abiertas y que descubre pautas y conexiones entre las mismas, con lo que las hace más efectivas. No hay solamente individuos «tejedores», sino también publicaciones e incluso empresas.


Otra red que funciona también básicamente por correspondencia, como «Linkage», es el «Foro de Correspondencia y de Contacto», fundado en 1968 por personalidades tales como Viktor Frankl, Arthur Koestler, Roberto Assaglioli, Ludwig von Bertalanffy, Abraham Maslow, Gunnar Myrdal, E. F. Schumacher y Paolo Soleri.

 

El objetivo del Foro se expresaba en una reciente circular que invitaba a hacerse miembros de él:

"Hemos localizado a personas asociadas con algunos de estos nuevos y vitales núcleos de actividad (centrada en lo humano u orientada al futuro), y estamos tratando de estimular exploraciones de diverso tipo... Todas ellas forman parte central de lo que con diversos nombres se describe como nuevas vías para la humanidad, transformación del hombre y de la sociedad, crecimiento holístico, etcétera".

La Asociación de Psicología Humanística cuenta también con una sección al servicio de la creación de nuevas redes. Todo miembro puede proponer un proyecto de red determinado, reuniendo una lista de personas interesadas en un determinado tema, publicando un boletín para ese grupo de personas, o bien organizando un seminario sobre ese tema.


Algunas redes, como el Renascence Project de Kansas City y el Briarpatch del norte de California, enlazan entre sí a empresarios individuales. De ellos hablaremos más ampliamente en el capítulo 10. Una red de San José, California, llamada Mid-Peninsula Conversion Project, se fundó con el fin de encontrar posibles producciones alternativas para las industrias de defensa y armamento: un paso práctico en dirección al desarme.

 

Otra red californiana, People Index, de Fairfield, se considera a sí misma como,

«un panel de control humano que ayuda a la gente a encontrar otras personas con los mismos objetivos... Deseamos que la gente pueda conectar más directamente entre sí. ¿Tiene usted un proyecto que no puede realizar solo? ¿Posee usted recursos que pueden servir de ayuda a otras personas? ¿Cómo es el futuro del que quiere usted formar parte, y que quiere usted ayudar a crear? Entre a formar parte de la red de gente que quiere un mundo nuevo».

Y hay también un número incontable de vinculaciones informales, entreveradas en prácticamente toda institución y organización: por ejemplo, grupos de enfermeras y médicos en hospitales, o de profesores y estudiantes en las universidades.

 

En organizaciones ya existentes surgen a veces redes prefabricadas como «grupos con intereses especiales», supuesta la subdivisión por status en las asociaciones profesionales, pero con mayor frecuencia suponen simplemente una unión informal de quienes ya han experimentado el cambio de su pensamiento hacia un paradigma más amplio. Psicólogos de orientación humanista de la American Psychological Association, miembros de la World Future Society más interesados en la conciencia que en cuestiones estrictamente tecnológicas, y partidos de la transformación social pertenecientes a la Association for Humanistic Psychology han creado una serie interna de redes informales y eficaces.

 

Con frecuencia han conseguido cambiar las directrices de las publicaciones oficiales de sus respectivas organizaciones más amplias; además traen portavoces más innovadores para hablar en favor de determinados programas, se esfuerzan por cumplir con su deber, y buscan otras maneras de vencer la resistencia mental de la vieja guardia. Su connivencia es tan discreta que nadie lo nota, y generalmente no se dan luchas significativas entre los miembros de la red por conseguir puestos u honores.

 


Otras nuevas fuentes de poder
Ciertos especialistas en ciencias políticas han especulado sobre la posible formación de un partido «centrista», que pudiera a la vez ser reflejo de los principios humanistas y del liberalismo económico. Dado que los partidos políticos son precisamente la clase de estructura social convencional que no está funcionando bien, no parece probable que pueda surgir ningún partido de la Conspiración de Acuario ni de ningún otro de los movimientos sociales que se encuentran hoy en germen. La energía gastada en lanzar un nuevo partido y los candidatos correspondientes que deben oponerse a los partidos ya bien implantados podría emplearse en iniciativas más rentables.


La transformación social requiere otras fuentes nuevas de poder, más imaginativas y gratificantes. Ya hemos hablado del poder de la persona, inherente al proceso transformativo: el descubrimiento de que cada uno de nosotros «somos lo nuevo» en este mundo. También hemos hablado del poder de la red, como medio de catalizar y movilizar gente en todo el mundo.
 

El poder de la atención, de descubrir qué es lo que funciona y cómo hay que enfrentar y transformar los conflictos, proporciona la ventaja de mantenernos bien despiertos incluso en medio de quienes se mantienen aferrados a alguna de nuestras formas de anestesia social: la distracción, la negación, el escepticismo. La transformación deliberada del estrés es un factor nuevo en la historia.


Lo mismo sucede con el poder de auto-conocimiento. Antes de que la tecnología nos liberara de la lucha por la supervivencia, pocos tenían tiempo ni oportunidad de mirar hacia dentro para explorar su propia psique. El auto-conocimiento conduce a un cambio profundo en la manera cómo el individuo define el poder. Junto con la disminución del ego, disminuye también la necesidad de dominar, de ganar. La no-participación en los juegos de poder se convierte en una especie de poder natural. Se produce una liberación de la energía que antes se encauzaba hacia una competitividad preñada de ansiedad: el poder de dejarse llevar.


La capacidad o poder de flexibilidad hace que el oponente potencial forme parte de la solución del problema, de modo muy semejante a como el practicante de aikido fluye con la energía de su contrario. Esta especie de aikido político canaliza la energía en la dirección pretendida, en parte a base de identificar las necesidades de los adversarios potenciales. Se trata de ayudar a los adversarios a que realicen la transición, mientras que un ataque frontal endurecería su posición.


John Platt, en su libro Step to Man (El paso hacia el hombre), publicado en 1967, proponía el uso de estrategias naturales a fin de efectuar la transformación social. Hay que ir al grano, decía. Hay que localizar los focos de poder, y abrirse paso por donde se encuentre menos resistencia. Hay que servir de catalizadores.


Con demasiada frecuencia, las minorías significativas gastan sus energías con sus amigos o con sus adversarios incondicionales, en vez de orientarlas a quienes están maduros para dejarse persuadir.

«El objetivo principal de una minoría ilustrada no es combatir a la mayoría, sino enseñarles cómo hacer. »

Toda minoría que haya comprendido el poder de amplificación de las ideas, a modo de semillas de cristal en una solución saturada, puede rápidamente ejercer un influjo muy por encima de su número. Hay que valerse de la tecnología y de las formas sociales naturales, y no luchar en contra de ellas, advertía Platt. Es preciso ser flexibles. Un sistema frágil permitirá que se acumulen las tensiones hasta que alguna parte de la estructura se quiebre de repente, con el peligro consiguiente.
Matt Taylor, fundador del Renascence Project, comparaba la tarea de reordenar la sociedad con la de hacer girar a un barco. En el pasado, la gente trataba de poner el timón en la parte delantera de la nave siempre que trataban temas sociales, con lo que aplicaban la fuerza e imprimían la dirección en lugares erróneos.

«Se puede dirigir una gran organización con muy poco esfuerzo. »

El poder de comunicación, que crece constantemente, permite una rápida transformación de las nuevas ideas y un contagio de puntos de vista, de preguntas adecuadas, de experiencias y de imágenes. El economista Kenneth Boulding decía una vez que cambios que podrían requerir una generación para introducirse en una sociedad analfabeta, podrían suceder en pocos días en una cultura de comunicación de masas.


El poder de descentralización emana de esa corriente de nuevas ideas, imágenes y energía que fluye por todos los rincones del cuerpo político. Las concentraciones de poder son tan artificiales y mortíferas como un coágulo de sangre o una línea eléctrica sin toma de tierra.


Aldous Huxley consideraba la descentralización como una alternativa frente a la distinción de Derecha e Izquierda. Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, escribía en una carta a un amigo:

"Según indicaba una vez H. G. Wells, la mente universal sabe contar más de dos. Los dilemas de los intelectuales artistas y de los políticos teóricos tienen más de dos cuernos. Entre el aislamiento en una torre de marfil, por un lado, y la acción política directa, por otro, está la alternativa de la espiritualidad.

 

Y entre el fascismo totalitario y el socialismo totalitario está la alternativa de la descentralización y la cooperación de iniciativas, que es el sistema político económico más naturalmente afín a la espiritualidad.


La mayoría de los intelectuales de nuestros días no reconocen más que dos alternativas en su situación, y se decantan por la una o por la otra..."

Con su característica lucidez, Huxley había escrito antes a su hermano Julián que la transformación social, "la dirección del poder estatal en el sentido del autogobierno, de la descentralización", como mejor podría llevarse a cabo sería atacando simultáneamente en todos los frentes: económico, político, educativo y psicológico. H. O. Wells insistía además en que el cambio debe ocurrir a la vez en todas las partes de la sociedad, no en una institución tras otra.


Esta concepción recuerda el modo cómo tiene lugar la transformación en los sistemas naturales: el cambio repentino que tiene lugar en las estructuras disipativas. El salto al nuevo estado se produce instantáneamente, es un todo o nada. Incluso en los niveles mentales más simples, podemos observar que cualquier aspecto de transformación social tiene un efecto ondulatorio.

 

El individuo que ha aprendido a asumir la responsabilidad de su propia salud es probable que llegue a interesarse por los aspectos políticos de la medicina, el entorno, el papel del aprendizaje en la salud y en la enfermedad, los aspectos benéficos o perjudiciales de las relaciones y el trabajo, y así sucesivamente. Ese es el poder del nuevo paradigma, una perspectiva que puede llegar a politizar incluso a quienes no mostraban interés alguno en la política convencional.


Según Gurtov,

"una conciencia radical basada en sentimientos y necesidades compartidas tiene mayores probabilidades de mantenerse arraigada que una ideología radical".

No se pueden abandonar intuiciones percibidas; es imposible dejar de ver lo que se ha visto.


El poder del proceso reconoce como transformador al mero hecho de reclamar la propia autonomía. Cada paso que damos por el camino de la libertad y la responsabilidad facilita el paso siguiente. Los objetivos, los programas y los cómputos de tiempos son menos importantes que el compromiso como tal.

 

Como decía Gandhi,

«el objetivo se aleja siempre de nosotros. - La salvación reside en el esfuerzo, no en la consecución. El esfuerzo total es la victoria total».

El poder de la incertidumbre facilita la innovación, la experimentación, el riesgo. Como decía Theobald,

"no hay un camino sin riesgos para adentrarnos en el futuro; debemos elegir el tipo de riesgos que queremos correr".

En un artículo aparecido en una revista que publica una red, el filósofo Jay Ogilvy acuñaba el término «parapolítico» para describir el tipo de compromiso político a que está abocada cualquier persona que se compromete con las nuevas ideas:

"Si queremos romper la jaula de acero que supone una sociedad totalmente burocratizada, nuestra imaginación debe ser lo suficientemente libre como para cometer errores. Si queremos jugar, tenemos que estar dispuestos a perder en algunos juegos. Pero lo que está en juego es nada menos que la vida chisporroteante del espíritu humano; de modo que algunos de nosotros preferiríamos arriesgarnos a perder antes que no jugar en absoluto".

Nos quedamos menos sorprendidos cuando suceden cosas sorprendentes. Después de todo, en un universo creativo, incluso un aparente desastre puede no ser sino fruto de la más armoniosa serenidad. Esta perspectiva se encuentra a gusto en medio de la ambigüedad. Supone que la mayoría de las cuestiones son engañosas, y no pretende resolver de una vez por todas lo que está sometido a un perpetuo flujo. El político o el ciudadano que admite gustoso la incertidumbre es libre para aprender, para equivocarse, para adaptar, para inventar, o para volver una y otra vez a su tablero de dibujo.
 

El poder de la totalidad reúne en sí toda la energía perdida por la fragmentación o la ignorancia. Refuerza las opciones colectivas, impulsando los talentos e ideas de quienes tal vez no habían sido conocidos o apreciados en el pasado. Una sociedad que retribuye la diversidad y las dotes de todos los ciudadanos podrá cosechar mayores frutos que una sociedad conformista.


El poder de la alternativa reside en reconocer que tenemos más opciones de lo que pensábamos. Al imaginar posibilidades nuevas, podemos rechazar las opciones sofocantes e inaceptables que se nos ofrecían en el pasado. Y así como el cambio personal es resultado de hacerse consciente de los propios procesos de pensamiento, de ver que se puede elegir cómo reaccionar en una situación dada, de despertar al influjo que proviene del propio acondicionamiento, así también una sociedad puede descubrir colectivamente que «las cosas no tienen por qué ser así».

 

También la cultura puede hacerse consciente de sí misma y de sus propios acondicionamientos. Con excesiva frecuencia, ni siquiera se nos ocurría que tuviéramos otra opción. Al tratar de lo que llama «alternativismo», Erich Fromm dice que la mayoría de la gente fracasa porque «no están despiertos para poder ver cuándo se encuentran en una bifurcación del camino y tiene, pues, que decidir».


A medida que crece el sentido de autonomía entre la gente, se respetan más las opciones de los demás. En la convención del Año de la Mujer, celebrada en 1977, muchas discusiones se desvanecían cuando el auditorio se ponía a cantar: «Optar, optar, optar... ». Incluso si no se desea un estilo de vida o una filosofía particular para uno mismo, se puede permitir a los demás que tengan sus opciones. Todos estamos rodeados por unos u otros límites, decía Tocqueville, «pero dentro de ese círculo somos poderosos y libres».


El poder de la intuición puede extenderse del individuo al grupo. «Venid, bebamos en la fuente de la intuición colectiva», rezaba el prospecto de una conferencia. Los grupos de la Conspiración de Acuario se ponen a menudo a la escucha interior en busca de guía, igual que los cuákeros buscan la luz interior en sus reuniones8. Más que programar sus actividades guiados exclusivamente por la lógica, aspiran a una especie de consenso intuitivo. Hablan de la sensación de encontrar la dirección en cuanto grupo, más que del hecho de inventarla. Es como si un grupo de arqueólogos se pusiera a cavar en busca del futuro, en vez de buscar el pasado.


El poder de la vocación es una especie de sensación colectiva de destino, concebido no como trayectoria míticamente trazada de antemano, Sino como una búsqueda de sentido, como un entendimiento tácito de que tanto el pueblo como sus dirigentes creen en algo que está por encima del éxito material, del nacionalismo, de la rentabilidad a corto plazo.


A medida que los valores espirituales y humanistas ascienden a un primer plano, unos cuantos políticos intentan plasmar el cambio.


El poder de la retirada, tanto psicológica como económica, proviene del reconocimiento de que podemos recobrar el poder que hemos entregado a otros. Teilhard decía:

«Nos hemos dado cuenta que en la gran partida que se está jugando, nosotros somos al mismo tiempo los jugadores, las cartas y lo que están en juego. Si abandonamos la mesa, la partida no puede continuar. Pero no hay poder alguno que pueda forzarnos a seguir».

Se están ideando formas ingeniosas de hacer un boicot económico. Grandes organizaciones nacionales están intentando influenciar determinadas actuaciones políticas (como por ejemplo la ratificación a la Enmienda sobre la Igualdad de Derechos) con la amenaza de no celebrar sus reuniones anuales en determinados locales. Grupos preocupados por el tema de la nutrición se han dedicado a boicotear la producción de determinados fabricantes que intentaban colocar agresivamente productos alimenticios para niños en países en desarrollo en los que la mortalidad infantil venía agravada por la alimentación artificial.

 

Grupos comunitarios han protestado por la exclusión de que han sido objeto, al negarse los prestamistas a aceptar hipotecas sobre determinadas zonas, retirando sus ahorros de los bancos, cajas de ahorro y entidades de crédito de las cercanías, hasta conseguir que consintiesen en invertir una determinada cantidad de dinero en la comunidad.


Todos nuestros sumos sacerdotes, médicos, científicos, burócratas, políticos, eclesiásticos y educadores están siendo depuestos de sus funciones a la vez. Metiéndonos incluso hasta donde los mismos ángeles no se atreverían a entrar, estamos desafiando las viejas leyes, proponiendo otras nuevas, estamos presionando y boicoteando, conscientes como estamos ahora de las fuerzas ocultas de la democracia.

«Estamos desafiando la legitimidad de sistemas enteros», dice Willis Harman. «El ciudadano es quien otorga su legitimidad a cualquier institución, o quien se la retira. »
 

El poder de las mujeres

«Las mujeres sostienen la mitad del cielo», dice un proverbio chino. Las mujeres representan la mayor fuerza de renovación política en esta civilización profundamente desequilibrada. Así como las personas se enriquecen con el desarrollo de los dos lados, masculino y femenino, de su ser (independencia y cuidado de la prole, inteligencia e intuición), así también la sociedad se beneficia del cambio en el equilibrio de poder entre los sexos.


El poder de las mujeres es el barril de pólvora de nuestra época. A medida que vaya creciendo el influjo de las mujeres en las tareas de planificación y gobierno, su perspectiva yin irá empujando hacia afuera los límites del antiguo paradigma yang. Las mujeres son más flexibles que los hombres desde el punto de vista neurológico, y la cultura les ha permitido ser más intuitivas, sensibles y sentimentales. Su medio natural está hecho de complejidad, de cambio, de procreación, y cuidados maternales, y su sentido del tiempo es más fluido.


Afirmaciones como las que hacía recientemente Patricia Mische en su monografía Las mujeres y el poder, muestran a las claras que ha pasado el tiempo del feminismo militante. En vez de seguir reclamando un pedazo de la tarta que los hombres han guardado siempre para sí, decía, «debiéramos intentar crear otra tarta completamente diferente».

 

Las cosas humanas no van a mejorar por el hecho de que el mundo hecho literalmente por los hombres vaya asimilando cada vez más mujeres en su seno. Es mejor que hombres y mujeres puedan crear juntos un futuro nuevo. Las mujeres se han sentido desgarradas entre el miedo a su impotencia, por una parte, y el miedo a la capacidad de destrucción, por otra:

«Tendemos a reprimir ambos miedos, el primero porque nos resulta demasiado doloroso enfrentarnos con nuestra impotencia, y el segundo porque asociamos el poder con impulsos malignos».

Las mujeres están ahora aprendiendo a usar el poder abiertamente, afirma, y están poniendo en práctica lo que Rollo May llamaba el «poder integrador», en vez de seguir adoptando actitudes de encogimiento o manipulación, como en el pasado.

"El poder integrador reconoce que tanto los hombres como las mujeres han sido víctimas de la historia, y se han asignado sus papeles respectivos con un criterio excesivamente estrecho... Es una forma solícita de poder, una mezcla de poder y de amor.


No es posible siquiera trabajar en favor de la justicia social o de la paz, ni tratar de superar la alienación y la pobreza, o de construir un futuro realmente más humanizado, sin que haya una combinación de amor y de poder. El mismo amor no es posible sin una dosis de poder o de auto-afirmación. Y el poder sin amor fácilmente se reduce a manipulación y explotación.


No podemos asumir la contribución de ningún otro en la configuración en marcha de la historia. Ni puede tampoco ningún otro asumir la nuestra. Cada uno de nosotros está aquí para algo, cada vida tiene un sentido y un significado. Ese sentido, sea el que sea, no puede ser plasmado si abdicamos de nuestros poderes.


Los valores etiquetados como femeninos, la compasión, la colaboración, la paciencia son los más urgentemente necesarios para poder alumbrar, alimentar y cuidar una nueva era de la historia humana".

Lou Harris, de los sondeos Harris de opinión, ha afirmado que las mujeres aventajan con mucho a los hombres en la preocupación por las cualidades básicas humanas; están más consagradas a la paz y se oponen más a las guerras, se preocupan más por los malos tratos infligidos a los niños, y se sienten más conmovidas por lo que él llama «el manto de violencia. Por sus dotes de preservación, las mujeres están jugando un nuevo y formidable papel en la escena política».
 

Un cambio en la concepción del liderazgo nos puede permitir juzgar con otros ojos la asunción de papeles directivos por parte de las mujeres. Según James MacGregor Burns, solamente un «sesgo machista» puede hacemos ver el liderazgo como mero ejercicio de mando o de control, cuando en realidad supone,

«un compromiso y movilización respecto de una serie de aspiraciones humanas. A medida que comprendamos mejor la verdadera naturaleza del liderazgo, afirma, estaremos más dispuestos a aceptar a las mujeres como líderes, y los hombres acabarán cambiando su propio estilo de liderazgo».

La misma forma de pensar sufrirá una transformación, asegura la poetisa Adrienne Rich. Las mujeres pueden aportar a la sociedad precisamente las cualidades que son necesarias para alterar la forma de vida y dotar al universo de unas relaciones más profundamente sustentadoras.

«La sexualidad, la política, la inteligencia, el poder, la maternidad, el trabajo, la comunidad, la intimidad, evolucionarán hacia nuevos significados. »

La idea de que las mujeres podrían salvar una sociedad al borde de la quiebra no es nueva. En una época tan temprana como 1890, Havelock Ellis ya veía acercarse una «invasión» de los puestos dirigentes por parte de las mujeres, lo que consideraba una fuente de renovación equiparable a la nueva vida aportada por una oleada de bárbaros a una civilización exhausta y degenerada. Los esquemas masculinos de organización social han llegado a un punto muerto, decía. Las mujeres, con su mayor sensibilidad para las relaciones y las formas sociales, podrían inventar maneras de superar los enfrentamientos y conflictos.

«El ascenso de las mujeres hasta hacerse cargo de la participación que les corresponde en el poder es un hecho cierto», decía Ellis. «Yo encuentro en ello una fuente indefectible de esperanza. »

En 1916, el psicólogo de la universidad del Sur de California George Stratton, describía la superioridad inherente al cerebro femenino en orden a percibir de forma global. En un artículo titulado «Feminismo y Psicología», aparecido en la Century Magazine, expresaba la esperanza de que las mujeres llegarían a desvanecer las ilusiones masculinas, una vez hubiesen llegado a ocupar su lugar adecuado en la sociedad.

 

Los hombres -afirmaba- tienden a fiarse más de los engranajes que de lo que tiene carne y hueso. Partiendo de una generosa admiración por la naturaleza, acaban por sentirse fascinados por los instrumentos, por los útiles científicos. Fundan los gobiernos para introducir un orden en la vida, pero acaban codiciando las funciones del gobierno más que la vida misma.

«El genio organizador masculino decía Stratton, necesita la sensibilidad de la mujer para llegar al corazón de las cosas, no sus atributos. »

Recientemente, una psicóloga sugería que podría ser necesario para la supervivencia humana el convertir en públicas las virtudes privadas de las mujeres.

«Tal vez el movimiento feminista forma parte de un proceso evolutivo que puede evitarnos seguir el camino de los dinosaurios o las aves dodo de las islas Mauricio. »

En todas partes donde la Conspiración de Acuario se encuentra en marcha, con su lucha en favor de la salud holística, de la ciencia creativa y de la psicología transpersonal, los efectivos femeninos son muy superiores a los que se dan en el establishment. Por ejemplo, una tercera parte de los miembros fundadores de una organización médica holística eran mujeres, frente al porcentaje total de mujeres médicos en los Estados Unidos, que es del 8,3%.

 

En estas organizaciones, los hombres no sólo se encuentran a gusto con el hecho de que las mujeres ocupen puestos directivos, sino que abiertamente fomentan en sí mismos cualidades yin, tales como capacidad de integración, de empatía, de reconciliación. Aprecian en las mujeres una mayor sensibilidad para el tiempo y la oportunidad, para aplicar la intuición a las tareas directivas, y una mayor capacidad de espetar.

«Si satyagraha ha de ser el modo del futuro, decía Gandhi, entonces el futuro pertenece a las mujeres. »
 

El poder del centro radical
Podríamos encuadrar la perspectiva política de la Conspiración de Acuario como una especie de Centro Radical. Eso no quiere decir que sea neutra, ni es tampoco un camino intermedio; es más bien una visión global de la ruta. Es un punto de observación privilegiado que permite apreciar las contribuciones valiosas y los errores y exageraciones sobre cualquier tema, sea o no político, de las diversas escuelas de pensamiento.


Tal como lo expresaba un editorial de la revista británica The New Hwnanity:

"No somos derecha ni izquierda, sino lanzados hacia adelante. The New Humanity aboga por una nueva especie de política. El arte de gobernar necesita encontrar un nuevo marco, no una estructura rígida; y en medio de la inmensa y admirable diversidad, tenemos que encontrar la unidad.


En este punto de la evolución humana, no hay salida posible de la situación de jaque mate político global en que nos encontramos, a menos que aparezca antes, y deprisa, una nueva humanidad con una nueva psicología. Esta nueva psicología se está desarrollando, está surgiendo una humanidad nueva".

La mayoría de los movimientos históricos han redactado su testamento al mismo tiempo que el manifiesto de su presentación. Conocían mejor aquello a lo que se oponían que lo que ellos mismos eran. Tratando de adoptar posiciones firmes, desencadenaban un movimiento de contraofensiva inevitable, que les desorientaba casi enseguida respecto de su frágil identidad. Rápidamente se sucedían las metamorfosis y las autotraiciones: pacifistas convertidos en violentos, abogados de la ley y el orden pisoteando la ley y el orden, patriotas disminuyendo las libertades, «revoluciones del pueblo» que engendran nuevas élites, nuevas tendencias artísticas que se vuelven igual de rígidas que las anteriores, ideales románticos que conducen al genocidio.


El antropólogo Edward Hall se lamentaba de nuestra incapacidad cultural para reconciliar e incluir concepciones divergentes en un mismo marco de referencia. Estamos tan imbuidos del hábito de categorizar como bueno o malo, como ganar o perder, o como todo o nada, que continuamos apilando todas nuestras medias verdades en dos montones: verdades a un lado, mentiras al otro; y lo mismo, marxismo y capitalismo, ciencia y religión, ficción y realidad, y así sucesivamente. Según observa Hall, actuamos como si fuera Freud o B. F. Skinner quien tuviera que tener la razón con respecto al comportamiento humano, cuando en realidad «ambas teorías funcionan y ambos tienen razón cuando se les sitúa en la perspectiva adecuada».


Los puntos de vista parciales nos fuerzan a hacer opciones artificiales, con lo que nuestra vida queda cogida entre ambos fuegos. ¡Rápido, elija! ¿Prefiere usted que sus políticos sean hombres compasivos, o que sean hombres fiscalmente responsables? ¿Los médicos deben ser humanos, o eficaces? ¿Se debe mimar a los niños en los colegios, o se les deben dar azotes?


Las pocas reformas que han tenido éxito en la historia, como por ejemplo nuestra ya longeva Constitución, hacen la síntesis, mezclan valores antiguos con otros nuevos. La tensión dinámica fue incorporada al paradigma democrático en forma de un sistema de controles y equilibrios. A pesar de sus defectos, este marco ha demostrado poseer una asombrosa elasticidad.


Muchos de los cerca de doscientos más activos Conspiradores de Acuario se sintieron muy frustrados a la hora de responder a una pregunta del cuestionario en que se les pedía que se clasificasen a sí mismos desde el punto de vista político. Algunos descartaban todos los apartados, radical, liberal, centrista, conservador, excusando diversamente su proceder. Unos pocos cruzaban la clasificación con flechas combinatorias.

 

Otros ponían notas al margen:

«Liberal, pero... », «Radical en unos puntos, conservador en otros»; «Estas categorías no son aplicables»; «Radical, pero no en sentido ordinario». «Las viejas categorías no valen. »

Uno, un economista británico de nacimiento, pintaba una clasificación circular, afirmando que los Estados Unidos guardan en su sistema político una reserva de flexibilidad.

«Aún no se ha polarizado en ese estéril eje derecha-izquierda que forma parte de la problemática británica hoy en día. En los Estados Unidos, las fuerzas son circulares: grandes compañías, sindicatos, pequeños negocios, iglesias, ecologistas, etcétera. »

Los políticos del Centro Radical, dejando aparte sus logros o fracasos, se prestan a ser mal comprendidos y resultan particularmente vulnerables a los ataques, debido a que no adoptan posiciones estridentes. Su alto margen de tolerancia a la ambigüedad y su disposición a cambiar de opinión les dejan al descubierto frente a acusaciones de arbitrariedad, de inconsistencia, de inseguridad, o incluso de sinuosidad.


Tradicionalmente nos preocupábamos de identificar a nuestros amigos y a nuestros enemigos. Los grupos de presión, la realidad política y los medios de comunicación, al situar el juego entre dos bandos enfrentados, fuerzan por lo general a los políticos a adoptar posiciones extremistas. Pero antes de lo que podemos suponer, el Centro Radical se va a convertir en una opción viable. El número creciente de movimientos nuevos, con todas sus presiones y manifestaciones, unido a los grupos de presión tradicionales en favor de intereses particulares, puede finalmente forzar a los políticos a buscar un camino intermedio para intentar sortear el campo minado de la política. Al final, los políticos pueden encontrarse sin otra elección que la de trascender el dilema del viejo planteamiento de «esto o lo otro».


El historiador Henry Steele Commager urgía la necesidad de restablecer el sentido tradicional de los términos «conservador» y «liberal». Todos podemos intentar salvar cuanto tiene algún valor, y también todos podemos sentimos libres para introducir innovaciones y cambios.

«Qué afortunados seríamos si pudiéramos aceptar una vez más que todos somos republicanos, que todos somos demócratas... todos somos conservadores, todos somos liberales. »

Willis Harman ha subrayado que la idea de un yo trascendental, responsable en último término, es central en toda la teoría del gobierno democrático. A la luz de estos valores, la nación puede reconciliarse de nuevo.

«Los conservadores seguirán insistiendo en que conservemos y respetemos los preceptos nacionales. Los radicales insistirán en que situemos nuestras vidas a su altura. »

Es difícil, a menudo imposible, implantar una perspectiva política nueva en un sistema antiguo, entrecruzado de viejas alianzas, deudas y enemistades, y plagado de intereses que buscan desesperadamente mantener el statu quo. Los primeros políticos que vayan acercándose a tientas al Centro Radical, igual que los científicos que hacen «descubrimientos prematuros», podrán fracasar o ejercer solamente un influjo muy pequeño. Pero es un comienzo.


A la larga, será el electorado en desarrollo del Centro radical el que generará un número creciente de candidatos y elegirá a algunos de ellos para el desempeño de funciones públicas. Este nuevo electorado prestará su apoyo a aquellos que considere capaces de crear y conservar al mismo tiempo. Les admirará por negarse a hacer opciones simplistas. Les animará a fomentar el tipo de crecimiento que no se puede medir con números ni gráficos. Como adelantaba Burns en su modelo, los seguidores ayudarán a sus líderes a transformarse, unos líderes sensibles a la aparición de otras necesidades más elevadas.


Durante las elecciones presidenciales primarias de 1976, los comentaristas políticos observaron que tanto Jimmy Carter como Jerry Brown se dirigían al electorado considerado como «la protesta del centro», y que ambos parecían percibir la presencia de una tendencia inarticulada. En una ocasión, Brown afirmó: «Vamos a caminar al mismo tiempo a la derecha y a la izquierda»; y el Los Angeles Times le tildaba a un tiempo de pragmático e imaginativo, llamándole «nuestro gobernador liberal-moderador-conservador. Desgraciadamente, la aparente paradoja de las perspectivas tanto de Brown como de Carter recibió más ataques que apoyo, con lo que ambos acabaron por recurrir cada vez más a los resortes políticos habituales.
 

En su estudio sobre nuevos despertares culturales, William McLoughlin afirmaba que Carter estaba sujeto a demasiadas presiones contrapuestas como para poder emprender una reestructuración eficaz; el consenso debe alcanzarse primero al nivel de base.

«Algunos aspectos de su visión del mundo pueden pertenecer realmente al nuevo consenso: su estilo informal, reconocer que Estados Unidos debe refrenar su poderío, su sentido de comunidad humana, su preocupación por la ecología, su reconocimiento de que "el modo de vida norteamericano" es algo culturalmente limitado y necesita someterse al juicio de determinados valores trascendentes. »

Pero nuestros líderes políticos no han sido nunca profetas de ninguna nueva luz, considera McLoughlin. «Pueden implantarla, pero no crearla. » McLoughlin prevé que en cierto momento futuro, no antes de los años noventa, surgirá un consenso que lanzará al liderazgo político a un presidente con una plataforma consagrada a una reestructuración desde la base. Será un reflejo de un nuevo sistema de creencias, con un mayor respeto por la naturaleza, por los demás, por la artesanía, y por el éxito medido en términos de amistad y de empatía, y no de dinero o status.

"La razón por la cual un despertar requiere una o varias generaciones es porque necesita crecer con los jóvenes; necesita escapar de los moldes antiguos de cultura. No merece la pena preguntarse quién es el profeta de ese despertar, ni buscar en la obra de los ilustrados los nuevos programas ideológicos. El proceso de revitalización está creciendo en tomo nuestro, en nuestros propios hijos, que son a la vez más inocentes y más sabios que sus padres y sus abuelos. Su mundo está aún por renacer".

El compromiso con el Centro Radical no es algo que pertenezca al día de mañana.
 


«Autodeterminación»
Como era de esperar, la participación ciudadana en la «política de transformación» resulta más evidente en California que en cualquier otro sitio, y hay una serie de parlamentarios que han participado en conferencias y en redes relacionadas con el tema de la conciencia. En 1976 una serie de parlamentarios, miembros del Congreso y ciudadanos diversos se unieron para formar una organización, «Autodeterminación», de ámbito nacional.

 

Los fundadores de esta red «personal/política» invitaban a que otros se les unieran diciendo:

"Autodeterminación propone una alternativa práctica y eficaz frente al escepticismo: pretende cambiar los mitos más fundamentales en que se apoya nuestra vida, las ideas que tenemos sobre la naturaleza y su potencial, como medio para conseguir nuestro propio cambio y el de la sociedad...


Esta transformación está ya teniendo lugar en Estados Unidos. Hay muchas personas que han incorporado a sus vidas una visión positiva del propio ser y de la sociedad. Juzgamos de vital importancia el darlo a conocer hoy en día públicamente. Estamos desarrollando una serie de principios de acción social y de cambio institucional basados en una visión confiada acerca de nuestra realidad y nuestras posibilidades como personas.


La vida es en gran medida una profecía que se cumple a sí misma. El individuo que se responsabiliza de su propia autoconciencia y de sus decisiones se vuelve lúcido, resistente y lleno de energía..."

Las redes no son grupos de presión ni se centran en temas particulares, sino que promueven la interacción entre personas e instituciones a fin de «dotarlas de poder». El psicólogo Carl Rogers afirmaba que «Autodeterminación» es algo significativo,

«tanto si triunfa como sí fracasa... Ha nacido un tipo de fuerza política completamente nuevo. Aun en el curso de su proceso, está centrado en la persona. No tiene al frente a una sola persona, no hay personalidades... No hay afán de poder».

El nuevo poder se manifiesta por el surgimiento de un nuevo tipo de persona, «que nunca antes se había dado, excepto tal vez en algunos escasos individuos». Este fenómeno es nuevo, decía Rogers.

«Hemos tenido unos cuantos Thoreau, pero nunca cientos de miles de personas, jóvenes y viejos, dispuestos a obedecer a unas leyes y a desobedecer a otras fundados en su propio juicio moral personal. »

Este nuevo tipo de gente se niega a ensalzar el orden por amor al orden. Obran de forma callada, sin alharacas, «abiertamente, pero sin actitudes desafiantes».

 

Actúan en grupos pequeños, no jerarquizados, a fin de humanizar las instituciones desde el interior. Ignoran las normas que carecen de sentido, haciendo gala de lo que Rogers llama,

«un sentido aventurero propio de los tiempos de la reina Isabel, cuando todo era posible... Este tipo de personas que está surgiendo no están sedientos de poder ni de satisfacciones personales. Si buscan el poder, es por motivos diferentes a los puramente egoístas».

Estas no son tendencias que deben asustar a nadie, antes bien son estimulantes, decía.

«A pesar de las sombras del presente, puede que la cultura esté al borde de un gran salto evolutivo-revolucionario. »

John Vasconcellos, parlamentario del estado de California, natural de San José, fue uno de los instrumentos de la fundación de «Autodeterminación». Para muchos, no solamente en California sino en muchos otros sitios, se ha convertido en el representante prototípico de la nueva figura de político. Aunque él sería el primero en advertir que no existe tal figura. «La política que hacemos es lo que somos», ha dicho muchas veces.

 

La vida de cada cual fabrica la propia posición política, y todas son diferentes. Vasconcellos ha sido el responsable de un cuerpo impresionante de leyes en California, que pretenden humanizar la educación y la medicina, pero él se apresura a resaltar tanto los fallos y desilusiones como los éxitos de cada sesión legislativa. No hay en él nada de esa autocomplacencia que uno espera encontrar en los políticos.

 

El paradigma que está surgiendo en relación con el poder y la política, resulta evidente en estas afirmaciones públicas de Vasconcellos:

“Podríamos cambiar mañana a todos los líderes políticos, y todas las normas e instituciones, pero si nosotros mismos no cambiamos, si seguimos llevando todos nuestros miedos, negaciones y autorepresiones en nuestros cuerpos y en nuestras mentes, nuestras vidas no serán diferentes.


El gobierno somos nosotros, y es tal como nosotros escogemos que sea. Elegimos a los dirigentes que nos parecen más cercanos a nuestros propios puntos de vista. Necesitamos preocuparnos de que nuestras instituciones, incluido el gobierno, estén ocupadas por quienes comparten nuestra lucha, nuestras ideas sobre la transformación humana".

Hace doscientos años, el tema político principal en Estados Unidos era la libertad de todo vínculo político, de ser poseídos como nación por otra nación. Un siglo más tarde, la Guerra Civil luchó en favor de la libertad de todo vínculo físico.

«En los últimos quince anos hemos presenciado un tercer tipo de revolución: la liberación del propio cuerpo, de la propia mente, de los propios sentimientos. Hay millones de personas, al pie de la letra, que dicen: "Quiero ser quien soy, y quiero estar entero". »

A juicio de Vasconcellos, la que en un tiempo fue mayoría silenciosa ha aprendido algunas lecciones sobre el poder en las revueltas estudiantiles de los años sesenta:

"La verdadera acción política revolucionaria consiste en capacitar a alguien para que vea algo que antes no podía ver.


Hay un gran movimiento en marcha. Creo que es imparable. Cuando sumamos a todos aquellos que en este país están intentando volverse más conscientes e íntegros, nos damos cuenta que hay millones de personas implicadas en esta nueva revolución. Y sin embargo, aún no ha aparecido una afirmación o una teoría lo suficientemente clara como para permitirnos comprender la importancia de este acontecimiento, y ayudarle en su camino".

En un seminario sobre salud holística, Vasconcellos incitó a los participantes a bajar en masa hasta Sacramento.

«No vamos a seguir regalando nuestro poder», decía. «Nos movemos desde la mística y la experiencia. »

Como prueba evidente de la existencia de conciencia en el Capitolio, citaba las líneas maestras de la nueva política educativa estatal, con su insistencia en el carácter único y en la potencialidad de cada niño, y en la importancia de la autoconciencia y la propia estimación.

 

El estado ha financiado investigaciones sobre los diferentes modos perceptivos de los hemisferios cerebrales derecho e izquierdo y su relación con la educación, proyectos piloto para humanizar el desempeño del puesto de trabajo, y estudios sobre la viabilidad de residencias hospitalarias (centros humanos para el cuidado de enfermos terminales). Vasconcellos trajo a Sacramento al obstetra Frederick Leboyer, autor de Nacimiento sin violencia, a fin de ponerlo en contacto con los parlamentarios y urgir a éstos la necesidad de estudiar la introducción en el estado de unos métodos más adecuados de alumbramiento.

 

Expuso también a Brown y a David Saxon, presidente de la Universidad de California, la necesidad de organizar una serie de seminarios en los nueve diferentes recintos de la universidad, para dirigir de algún modo la transformación de las ideas acerca del cuidado de la salud, el envejecimiento, la educación, la muerte, el nacimiento, y otros temas.


A requerimiento de Brown, interesado en saber algo más sobre la medicina holística, Vasconcellos se las compuso para ponerle en contacto con un grupo con el que poder hablar sobre el nuevo paradigma médico. Una docena de personas hablaron con Brown en su propio apartamento sobre las posibilidades del nuevo paradigma hasta altas horas de la madrugada.

 

Más tarde, Brown distribuyó las invitaciones formales para un symposium estatal sobre las nuevas concepciones acerca de la medicina, que el propio Vasconcellos ayudó a organizar. La invitación al symposium, convocado bajo el título « ¿Quién es responsable del cuidado de la salud?», reflejaba la necesidad de desconcentrar el poder acumulado por instituciones paternalistas y devolverlo a la comunidad:

"Necesitamos crear nuevos y mejores lugares de encuentro a fin de trabajar en estas cuestiones de vital importancia, foros interdisciplinarios en los que políticos, directores de fundaciones, representantes de asociaciones profesionales relacionadas con la salud, investigadores universitarios, filósofos, educadores, planificadores, burócratas y humanistas, puedan razonar en común y trabajar por hacer surgir, en medio de acuerdos y desacuerdos, una nueva política sanitaria más directamente relacionada con los valores y necesidades sociales cambiantes en la actualidad".

Vasconcellos fue el principal autor de un proyecto de ley que en 1979 propuso la creación de la Comisión Californiana para el Control del Crimen y la Prevención de la Violencia, encargada de estudiar y analizar las investigaciones relativas a las causas de la salud mental.
 


La conspiración dentro del gobierno
En toda burocracia, en cada rincón de cualquier gobierno, los seres humanos conspiran en favor del cambio. Un conspirador de Acuario perteneciente al gabinete ministerial del gobierno de los Estados Unidos ha organizado talleres de desarrollo humano para los miembros del staff, a fin de promover el cambio en su propio ministerio. Decía:

«Si se quiere cambiar a las burocracias, primero hay que cambiar a los burócratas».

En abril de 1979, se reunieron representantes de los ministerios de Comercio, Energía e Interior de los Estados Unidos con directivos de la Asociación de Psicología Humanística para hablar de las implicaciones del cambio de valores y de los proyectos de cambio social, encuentro que fue alabado por el Washington Post como un esfuerzo de los burócratas por ensanchar su campo de visión.


Después de todo, el gobierno no es «ellos». En toda burocracia, hay muchos individuos con las alforjas repletas de ideas creativas y nuevos paradigmas, que sólo aguardan una administración responsable o el momento oportuno para llevarlas a la práctica. Un viejo funcionario del Instituto Nacional de Salud Mental decía: «Hay muchos de nosotros en la brecha». Se refería a una coalición informal de conspiradores pertenecientes a diversas instituciones y a equipos de miembros del Congreso. Dentro del Ministerio de Educación, Salud y Bienestar, los innovadores han creado grupos críticos informales que comparten sus estrategias de inoculación de las nuevas ideas en el sistema, venciendo su resistencia, y se prestan mutuo apoyo moral.


Ideas que de otra forma serían consideradas «impensables» pueden, por el simple hecho de encajar en un programa de financiación federal, obtener el reconocimiento oficial. La máquina subvencionadora estatal crea las modas en ciertos campos de investigación. Los conspiradores-burócratas tratan de fomentar aquí y allá ese aura de legitimidad. El gobierno representa una fuente incalculablemente amplia de energía: personal, dinero, autoridad. La práctica del aikido político, la fuerza resultante de convertir la energía potencial del adversario en un elemento en beneficio propio, se extiende al uso de los fondos públicos, inclusive subvenciones militares, para investigaciones de orientación humanística y el desarrollo de proyectos piloto. Hay diversas estrategias para conseguir ese tipo de financiación.

 

Unas veces se propone una alternativa atrayente, como puede ser un sistema de tratamiento médico más eficaz o más económico. A menudo el proyecto es formalmente ortodoxo, pero el diseño de la investigación incorpora discretamente aspectos atrevidos. Otras veces, al inicio del proyecto figura un funcionario conspirador simpatizante, que indica la forma cómo debe venir redactada la propuesta y qué es lo que cuenta con probabilidades de ser aprobado. En ocasiones, algún político, conspirador también él mismo, ejerce suavemente alguna presión para que la institución financie los programas propuestos.


Ha habido proyectos de investigación sobre meditación, biofeedback, fenómenos psíquicos y medicinas alternativas que se han financiado con fondos del Ministerio de Defensa. Un proyecto iniciado por Jay Matteson, consejero civil de la Armada de los Estados Unidos, es un ejemplo del uso sutil que puede llegar a hacerse de la energía y de la autoridad del gobierno. Su iniciativa venía precedida por un proyecto anterior que aparentemente había sido un fracaso.

 

Varios años antes, el almirante Elmo Zumwalt, jefe de las operaciones navales de los Estados Unidos en aquella época, había propuesto un programa de «objetivos humanos» que se topó con una considerable resistencia por parte de los más antiguos en el servicio. En 1975, se propuso un programa semejante, rebautizado como Formación de Administradores y Directivos. Entre los asistentes figuraron los almirantes y el jefe del servicio de educación y formación naval, y todos respaldaron la idea de que los jefes de las diversas compañías recibieran instrucción en el campo del comportamiento humano. En aquel momento, estaba en curso además un procedimiento disciplinario por supuestos malos tratos encubiertos a los reclutas.


En forma de un contrato sobre aprovechamiento de los recursos humanos autorizado por la Armada en San Diego, Jay Matteson intervino en la organización de un curso adecuado al objetivo pretendido. Matteson era consciente de que jamás podría conseguir introducir la enseñanza de la meditación en la Armada. Sabía que era también muy improbable conseguir que se aprobara la enseñanza de la técnica de «respuesta de relajación», adaptada de la Meditación Trascendental por el profesor de Harvard Herbert Benson. Después de todo, ¿a quién podía interesarle un militar relajado?

 

Pero él estaba convencido de que esta técnica era el medio más efectivo para despertar la sensibilidad al comportamiento humano que la Armada quería tuvieran sus oficiales y la conciencia de sus derechos que pretendía inspirar en los reclutas. Matteson consiguió la aprobación de su curso con el título «Métodos dinámicos de enfrentamiento a las situaciones».


La distribución del tiempo era perfecta. El curso lo impartía con él otro especialista, y ambos trajeron también un entrenador de natación de Florida que habla usado esa técnica en el entrenamiento de un equipo universitario. La técnica meditativa, eliminada toda ideología, fue un éxito. Los informes de los jefes de la compañía fueron tan favorables, que el material empleado fue incorporado a unos manuales de instrucción escritos por Matteson y sus colegas. Desde entonces, el uso de estos manuales se ha extendido por todos los sectores militares.

 

 Ante el valor comprobado de las técnicas meditativas en la prevención y tratamiento del abuso de drogas, todos los programas básicos de formación deben hoy en día mencionar necesariamente a la relajación y la meditación como alternativas al uso de drogas. Todos los instructores tienen hoy acceso a cintas de video que enseñan el uso de la técnica de relajación. Matteson afirmó más tarde que la puntuación asignada a la aceptación de la meditación habla quedado por debajo de la real correspondiente, debido al creciente porcentaje de reclutas que llegaban ya familiarizados con la técnica.

"Al finalizar los programas, se observan cambios. Todo recluta recibe hoy en día veintidós horas de formación en aprovechamiento de recursos humanos, incluidas clases prácticas... La dinámica de grupos permite expresar libremente los sentimientos. Los reclutas pueden decir ahora qué es lo que no les gusta de la Armada.


También reciben un curso sobre «derechos y responsabilidades», en que les enseñan técnicas de resolución de problemas, de generalización, y otras semejantes. La Armada esta dispuesta a dedicar a ello más tiempo, con tal de desarrollar en ellos una serie de habilidades que les permita pensar por sí mismos en vez de actuar como robots. A medida que se avanzaba en el desarrollo de tales habilidades, hubo más gente a niveles mas elevados que comenzaron a querer participar en el programa.


Se les enseña a los reclutas la existencia de la Cédula de Reclamación Especial, un formulario de protesta, y se les recuerda que sus superiores tienen obligación de cursar sus quejas a la superioridad. De esa forma, el recluta descubre que tiene poder".

Es una forma de usar el poder para conferirlo a los demás.


El economista Stahrl Edmunds proponía en un artículo aparecido en The Futurist una serie de posibles escenarios para el futuro económico de los Estados Unidos, apuntando los resultados que probablemente se derivarían en el caso de seguir las pautas de otros diversos gobiernos como el de los romanos, los griegos, las sociedades medievales, las democracias industriales, el capitalismo sovietizado (esfuerzo del gobierno por controlar la economía por medio del gasto y los impuestos y ofreciendo finalmente «una obra original norteamericana», como alternativa más esperanzadora iluminada por los errores del pasado.


En este último escenario, el presidente norteamericano de los años noventa (antiguo miembro del movimiento juvenil de los años sesenta) defiende la ratificación de las nueve enmiendas a la Constitución:

"Estas enmiendas contienen dos grandes méritos que las recomiendan por sí mismas: la facilidad del cambio y la desconcentración del poder. Como presidente que ha tenido a su disposición ingentes cantidades de poder, puedo deciros que la tentación de retener el poder es muy grande. Pero la oportunidad de recuperar la autoridad sobre vuestras propias vidas se presenta rara vez en la historia. Así pues, aprovecharía, amigos míos, cogedla tal como se os presenta, a pesar de todas vuestras reservas, no sea que la oportunidad se os escape para siempre".

En 1930, el partido del Congreso de la India desafió al protectorado británico, alzando la bandera de la independencia. Según crecía la tensión por todo el país, todo el mundo miraba a Gandhi esperando que lanzara una nueva campaña. Eknath Easwaran lo narra en las conmovedoras memorias que publicó con el título Gandhi, el hombre:

"Finalmente, después de semanas de deliberación, Gandhi encuentra la respuesta en un sueño. Era algo asombrosamente simple. El gobierno había dictado una ley que prohibía a los indios fabricar su propia sal, convirtiéndolos en dependientes del monopolio británico sobre este artículo, vitalmente necesario en un país tropical.

 

Para Gandhi, éste era un símbolo perfecto de explotación colonial. Se propuso hacer una marcha con setenta y ocho de sus más fieles seguidores hasta la ciudad costera de Dandi, distante unas doscientas cuarenta millas, en la que podía cogerse libremente sal marina sobre la arena. Cuando él diera la señal, todo el mundo en la India había de actuar como si nunca se hubiesen aprobado las leyes sobre la sal en forma alguna.


...Fue una marcha épica, ribeteada por la atención del mundo entero centrada en cada etapa del camino... A su llegada a Dandi, veinticuatro días más tarde, su ejército no-violento se había elevado a varios millares de personas.


A lo largo de la noche de su llegada, Gandhi y sus seguidores rezaron para encontrar fuerzas conque poder resistirse a la violencia que fácilmente podría deslizarse en una multitud tan amplia. Luego, al amanecer, se acercaron calladamente hasta la orilla, y Gandhi, ante los miles de ojos que observaban cada uno de sus gestos, se inclinó y tomó entre sus dedos una pizca de sal de la arena.


La respuesta fue inmediata. A todo lo largo de las costas de la India, inmensas multitudes de hombres, mujeres y niños corrieron al mar para coger sal, desobedeciendo directamente las leyes británicas. Esta sal era luego ofrecida de contrabando en las ciudades a precios bajísimos, a quienes no tenían otro medio de contravenir las leyes que comprarla. Todo el país supo que se había sacudido las cadenas, y a pesar de la brutalidad de la represión policial, la atmósfera era de júbilo nacional".

Nadie puede garantizar a nadie su libertad. El acto de Gandhi, por simbólico e inspirador que fuese, sólo liberó a quienes tuvieron el valor de pasar a la acción por cuenta propia.


Lo mismo que la sal de las playas de la India, nuestro poder está ahí, al alcance de nuestra mano. Es libre, pertenece a la naturaleza. Con el gesto más simple, podemos reclamarlo. En la medida en que las normas y los precedentes estrangulen nuestra capacidad de llegar a ser nosotros mismos de forma total, cada uno de nosotros debe cometer su propio acto de desobediencia civil. Platón decía en algún lugar que la raza humana no podrá descansar de sus males hasta que los filósofos sean reyes o los reyes sean filósofos. Tal vez hay otra alternativa: el número creciente de gente que está asumiendo la dirección de sus propias vidas. Se están convirtiendo en su propio poder central. Como dice un proverbio escandinavo:

«En cada uno de nosotros hay un rey. Háblale y aparecerá».

La nueva política surge de la nueva visión del mundo; nuevas relaciones de poder entre las personas, entre los ciudadanos y entre los individuos. Vamos cambiando a medida que vamos descubriendo lo que es real, lo que es justo, lo que es posible. Este es el «cambio de mentalidad» que hace tanto tiempo que esperábamos. «Comienza aquí, ahora, contigo mismo», decía John Platt en Step o Man.

«Comienza aquí, en este lugar del entramado humano. No necesitas ser rico, ni influyente, ni brillante; aun los pescadores pueden volver el mundo del revés. Si ellos pueden, tú puedes... Todas las posibilidades evolutivas del futuro se contienen en el mundo en este instante. »

Individuos y grupos están traduciendo en acción sus descubrimientos interiores. En 1977 el premio Nobel de la Paz se concedió «a los hombres y mujeres corrientes»: al movimiento Gente de Paz de Irlanda del Norte y a Amnistía Internacional.

«Nuestro mundo está corriendo hacia el desastre, decía Mairead Corrigan, de Gente de Paz, pero no es demasiado tarde para comprobar el poder del amor... »

De California llegan noticias de nuevos grupos interesados en política:

  • por ejemplo Groundswell, «asociación de gente procedente sobre todo del movimiento de desarrollo de la conciencia, que sienten que ha llegado la hora de unir fuerzas... para generar una acción social»

  • los miembros de un grupo de Sacramento se describen a sí mismos como «burócratas y académicos que quieren unirse a la red política transpersonal de California» en la tarea de dar una nueva redacción a la constitución de ese Estado

  • otro grupo llamado Caucus de la Nueva Era 9 reclama «un gobierno descentralizado y responsable».

Activistas en solitario y reformistas francotiradores distribuidos por todo el país, tras haber descubierto su capacidad de investigar, de publicar, de reclamar y de entablar demanda judicial, aparecen en los noticieros vespertinos o en los periódicos dominicales. Los tribunales y parlamentos de todo el país subvierten las normas «paternalistas» de otros tiempos: la gente moribunda tiene derecho a morir, tienen derecho a que se les administren medicamentos letales; los diabéticos y las personas sujetas a dieta pueden obtener edulcorantes artificiales; y uno no tiene que abrocharse el cinturón de seguridad si no desea hacerlo.

 

El obligarle a uno a hacer cosas en su propio beneficio, ya no es como era antes.

«La nueva política, caso de haberla, trasciende enteramente todas las viejas etiquetas», dice un conspirador de Acuario, co-fundador de una red dedicada a la prevención de la salud y de un centro de tratamiento de jóvenes con trastornos de comportamiento. «Es una perspectiva espiritual-biopsico-social, que tiene importantes implicaciones. »

Política espiritual, corporal, mental, social... La nueva conciencia política tiene poco que ver con partidos o ideologías. Sus elementos no vienen dados en bloques. Si la persona no otorga su poder, éste no puede ser usado en su nombre. El viejo slogan El poder para el pueblo se convierte en una sorprendente realidad no por obra de ninguna protesta ni revolución, sino en virtud de la propia autonomía. Uno tras otro, tras otro.


1. En inglés se usa también la palabra power (poder) como sinónimo de energía o corriente eléctrica. (N. del T.)

2. Los ocho senderos son: Recta Creencia, Recta Intención, Recto Discurso, Recta Acción, Recta Subsistencia, Recto Empeño, Recta Atención y Recta Concentración.

3. Las federaciones de grupos antinucleares han adaptado las ideas de Gandhi a su propia causa. Quienes desean formar parte de sus manifestaciones deben pasar por un seminario de un fin de semana de entrenamiento en acción política no violenta, y luego son asignados a pequeños «grupos afines». Estos grupos, que se componen normalmente de cinco hombres y cinco mujeres, pueden crear libremente su propia forma de protesta dentro del movimiento de manifestación más amplio.
La satyagraha supone estar abiertos a la verdad en cualquier forma que ésta pueda aparecer. Un folleto de la Alianza para la Supervivencia señala que «la verdad y el sentido de la justicia residen en cada persona. Nosotros no somos la encarnación del bien en tanto que los directivos de las compañías de gas y la electricidad son la encarnación del mal. En nosotros hay injusticia, y en ellos también hay justicia».


Toda acción debe estar libre de cualquier intento de humillar, injuriar o subyugar, advierte el panfleto.


"Ese tipo de acciones sólo sirven para endurecer las posiciones y justificar la de quienes se oponen a la nuestra. Esa es la razón por la que los no violentos aceptan sufrir y ser tratados con dureza. Al obrar así, abrimos e corazón del adversario y removemos la conciencia de los indiferentes". El objetivo más que ganar es luchar contra la energía nuclear. «Nuestro objetivo debe ser la completa revolución cultural. Debemos pues tener cuidado de no sacrificar lo que creemos puede ayudar a paralizar la energía nuclear. El espíritu de la no-violencia debe reflejarse en folletos, entrevistas, en el tono y lenguaje de las publicaciones, en las relaciones con altos cargos, en el curso de reuniones, en las relaciones interpersonales. «Cualquier señal de desconfianza o de desprecio debilita nuestro propósito. El saludo con el puño cerrado, los cantos obscenos o casi obscenos, o las diatribas retóricas en contra del gobierno: ¿acaso todos estos no son más que signos de nuestra propia frustración e impotencia? Los que son fuertes de corazón no tienen necesidad de otra cosa más que del amor. »

4. The Chicago Eight designa a ocho de los principales activistas de los años sesenta que fueron procesados y juzgados de forma resonante en esa ciudad (N. del T.)

5. El Peace Corps y VISTA surgieron a iniciativa de la Administración Demócrata americana, bajo la presidencia de Kennedy y Johnson respectivamente, como instituciones de ayuda civil de carácter oficial.
El Peace Corps, de ámbito internacional, pretendía ofrecer ayuda profesional fundamentalmente técnica a los países en vías de desarrollo; y VISTA era una organización paralela, pero orientada a la ayuda a las minorías marginadas del interior del propio país.
Ambas organizaciones supusieron durante algún tiempo una ilusión y un atractivo para la nueva juventud que estaba despuntando en Estados Unidos. Ambas han seguido existiendo después, pero ya desprovistas de ese halo que rodeó su nacimiento. (N. del T.)

6. En el original, the SPIN has a spin-off. Juego de palabras, intraducible como tal. (N. del T.)

7. Según Hine, la Sociedad de Naciones y las Naciones Unidas «han fracasado porque fueron construidas de acuerdo con el mismo modelo de organización social que estaban llamadas a supervisar: el estado-nación«. Sus creadores fueron incapaces de saltar por encima del prejuicio cultural de que toda organización debe ser burocrática. Los antropólogos han detectado un paralelismo entre las redes al servicio de la transformación social y el entramado supranacional de grandes compañías que está surgiendo. Otro antropólogo, Alvin Wolf, había expresado la opinión de que esta nueva red económica trasciende a las naciones-estado. No sin ironía, podría resultar más útil para eliminar la guerra que todos los esfuerzos directos por conservar la paz realizados en la historia.

8. Los cuáqueros, o «Sociedad de Amigos», derivan su nombre de la palabra inglesa quake, sacudir, temblar. Llegaron a América en el siglo diecisiete, acaudillados por el ex almirante inglés William Penn, a quien el propio rey habla cedido un territorio en América, la actual Pennsylvania, "el bosque de Penn" en pago de deudas de la Corona frente al propio Penn y su familia. Así lo habla solicitado Penn, con la idea de emigrar allí con toda la comunidad cuáquera y cuantos hombres libres quisieran acompañarles, con la sola condición de «practicar su propia religión». La comunidad cuáquera es esencialmente antijerárquica y muy respetuosa individualmente en lo espiritual. Sus únicos rituales son las «reuniones de amigos», y su único principio, el silencio, a la escucha de la manifestación de la «luz interior», del Espíritu, podríamos decir, en forma de rapto, con temblores y sacudidas corporales (de aquí el nombre), exclamaciones, etc. Esta actitud de escucha interior y sus manifestaciones energéticas son muy similares a las que tienen lugar en algunas de las modernas psicotécnicas, o «terapias», como bioenergética, meditación dinámica, etc. (N. del T.)

9. Caucus: nombre que reciben en EE.UU. las asambleas de los dirigentes y miembros de los partidos políticos, en las que deciden las tácticas a seguir con vistas a las elecciones. (N. del T.)

 

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