I. LA CONSPIRACIÓN

Tras el no final viene un sí, y de ese sí
depende el futuro del mundo.
WALLACE STEVENS

Una vasta y poderosa red, que carece no obstante, de dirigentes, está tratando de introducir un cambio radical en los Estados Unidos. Sus miembros han roto con ciertos aspectos clave del pensamiento occidental, y pueden incluso haber quebrado hasta la misma continuidad con la historia.


Esta red es la Conspiración de Acuario. Se trata de una conspiración desprovista de doctrina política, carente de manifiesto. Está integrada por conspiradores que buscan el poder tan sólo para disgregarlo, y que se valen de estrategias pragmáticas, incluso científicas, pero con una perspectiva tan cercana a la mística, que apenas se atreven a hablar de ello. Son activistas que plantean cuestiones de muy diversa índole, que están desafiando al establishment desde su propio interior.


Más amplia que una reforma, más profunda que una revolución, esta especie benigna de conspiración en pro de un nuevo programa de actuación humana ha desencadenado el re-alineamiento cultural más rápido de toda la historia. El vasto, estremecedor e irrevocable movimiento que se nos está viniendo encima no es un nuevo sistema político, religioso ni filosófico. Es una nueva mentalidad, el surgimiento de una sorprendente visión del mundo, en cuyo marco hay cabida tanto para la ciencia de vanguardia como para las concepciones del más antiguo pensamiento conocido.


Los conspiradores de Acuario se alinean a lo largo y a lo ancho de todos los niveles de renta y educación, desde los más humildes a los más elevados. Hay maestros y oficinistas, científicos de renombre, políticos y legisladores, artistas y millonarios, taxistas y primeras figuras en el campo de la medicina, la educación, el derecho, la psicología. Algunos se manifiestan abiertamente en su defensa, y sus nombres pueden resultarnos familiares. Otros prefieren silenciar su implicación, en la creencia de poder resultar más eficaces si no les son atribuidas ideas que con frecuencia han sido mal comprendidas.


Hay legiones de conspiradores. Los hay en corporaciones, en universidades y en hospitales, entre el profesorado escolar, en fábricas y en consultorios médicos, en instituciones estatales y federales, entre concejales de ayuntamientos y miembros de la Casa Blanca, en las Cámaras legislativas, en organizaciones de voluntarios, y en prácticamente todos los centros de toma de decisiones en el país.


Los conspiradores, cualesquiera que sean sus niveles sociales o su grado de sofisticación, están ligados entre sí, emparentados por sus descubrimientos y «terremotos» interiores. Uno puede sobrepasar antiguos límites, superar inercias y miedos pasados, y alcanzar niveles de plenitud que parecían imposibles..., descubrir raudales de posibilidades, de libertad y de cercanía humana. Se puede ganar en productividad y sentirse más cómodo y confiado en medio de la inseguridad. Los problemas pueden sentirse como retos, como ocasiones para renovarse, más que como fuentes de estrés. Actitudes habituales de autodefensa o de preocupación pueden desmoronarse. Todo puede ser de otra manera.


Cierto que, al principio, la mayoría ni siquiera se proponía cambiar la sociedad. En ese sentido, se diría que es una especie de conspiración muy poco apropiada. Pero empezaron a darse cuenta de que ellos mismos se habían ido convirtiendo en revoluciones «vivientes». Tras haber experimentado serios cambios personales, se encontraron a sí mismos replanteándose todo, cuestionándose antiguas evidencias, viendo con nuevos ojos su trabajo y sus relaciones, la salud, el poder político y los «expertos» en la materia, sus objetivos y valores en general.


En cada ciudad, en cada institución, se han ido fusionando en pequeños grupos, formando lo que alguno ha llamado «inorganizaciones nacionales». Algunos conspiradores tienen una aguda conciencia del alcance nacional, e incluso internacional, del movimiento y tratan activamente de vincular a otros al mismo. Son al mismo tiempo antenas y transmisores, escuchando y comunicando a la vez. Actúan como amplificadores de las actividades de la conspiración por medios muy diversos, como crear nuevas redes, editar folletos, sistematizar e integrar los nuevos campos de posibilidades en libros, conferencias, programas escolares, y hasta en sesiones del Congreso y en los medios nacionales de difusión.
 

Otros han centrado su actividad en el campo de su propia especialidad, formando grupos en el seno de organizaciones e instituciones preexistentes, exponiendo las nuevas ideas a sus colaboradores, para lo que con frecuencia necesitan recurrir, en busca de apoyo, de confirmación o de respaldo informativo, a niveles más amplios de la red. Y hay millones de otros, que nunca se han considerado a sí mismos partícipes de una conspiración, pero que sienten que sus propias luchas y experiencias forman parte de algo más grande, de una transformación social más amplia, que resulta cada vez más visible, si se sabe mirar en la dirección apropiada. Normalmente desconocen la existencia de redes nacionales y de su influencia en puestos elevados; pueden haber encontrado una o dos personas de mentalidad pareja a la suya en su lugar de trabajo, entre sus vecinos o en su círculo de amigos. No obstante, incluso en esos pequeños grupos de dos, de tres, de ocho, de diez, están ejerciendo un impacto.


Sería en vano buscarles afiliados en formas tradicionales, como partidos políticos, grupos ideológicos, clubes, o fraternidades. Se encuentran, por el contrario, en pequeños círculos y en redes flexibles. Hay decenas de millares de puntos por donde se puede entrar a formar parte de la conspiración. La gente, cualquiera que sea el lugar donde comparten sus experiencias, acaban por conectar más tarde o más temprano unos con otros, y eventualmente con círculos más amplios. Su número crece cada día.


Por audaz y romántico que pueda parecer este movimiento, veremos cómo ha evolucionado a partir de una secuencia de acontecimientos históricos que difícilmente podrían haber conducido a otro lado... En realidad es la expresión de profundos principios de la naturaleza, que solamente ahora están siendo descritos y confirmados por la ciencia. En su estimación de lo que es posible, procede de forma rigurosamente racional.


«Estamos en un momento apasionante de la historia, tal vez en un punto decisivo de giro», ha declarado Ilya Prigogine, que obtuvo el premio Nobel en 1977 por la elaboración de una teoría que describe las transformaciones, que tienen lugar no sólo en ciencias físicas, sino también en la sociedad, y en donde se subraya el papel del estrés y de las «perturbaciones» como desencadenantes de un nuevo orden a un nivel superior. La ciencia, dice, está comprobando la realidad de una «profunda visión cultural». Los poetas y filósofos tenían razón al sugerir que el universo es abierto y creativo. Transformación, innovación, evolución, son otras tantas respuestas naturales a cualquier crisis.


Una cosa es cada vez más clara: las crisis de nuestro tiempo representan el impulso necesario para la revolución en marcha. Y una vez que comprendemos los poderes transformadores de la naturaleza, comprendemos que éste es nuestro más poderoso aliado, y no una fuerza que es preciso temer o mantener a raya. En nuestra misma patología reside nuestra oportunidad.


En todo tiempo, decía el científico y filósofo Pierre Teilhard de Chardin, el hombre se ha considerado a sí mismo en un punto decisivo de la historia.

«Y en cierta medida, en cuanto que siempre ha estado avanzando y subiendo como en espiral, estaba en lo cierto. Pero hay momentos en que esa sensación de transformación se acentúa particularmente, resultando así más justificada.»

Teilhard profetizó el fenómeno central de este libro: una conspiración de hombres y mujeres con una nueva perspectiva, capaz de desencadenar un contagio crítico de la necesidad de cambio.


A lo largo de la historia, prácticamente todos los esfuerzos por remodelar la sociedad han comenzado siempre por alterar su forma y su organización exteriores. Se partía de considerar que una estructura social racional podía ser fuente de armonía, a través de un sistema de recompensas, castigos y manipulaciones del poder. Pero los sucesivos intentos periódicos de alcanzar una sociedad justa por medio de experimentos políticos parecen haber sido frustrados una y otra vez por el espíritu humano de contradicción... ¿Y ahora qué?


La Conspiración de Acuario constituye el Ahora Qué. Hemos de movernos hacia lo desconocido. Lo conocido no ha hecho hasta ahora otra cosa que fallarnos por completo. Tomando una perspectiva más amplia de la historia, y una evaluación más profunda de la naturaleza, la Conspiración de Acuario es una forma distinta de revolución, con un nuevo tipo de revolucionarios. Lo que busca es un cambio de conciencia en un número crítico de individuos, lo suficiente para precipitar la renovación de la sociedad entera.

«No podemos esperar hasta que el mundo cambie», ha dicho la filósofa Beatrice Bruteau, «ni hasta que vengan nuevos tiempos que nos hagan cambiar a nosotros, ni esperar que llegue la revolución y nos arrastre en su nueva carrera. El futuro somos nosotros mismos. Nosotros somos la revolución.»
 

El cambio de paradigma
Las nuevas épocas históricas siempre nacen de nuevas perspectivas. La humanidad ha pasado por muchas y dramáticas revoluciones del conocimiento, grandes saltos, liberaciones repentinas de límites antiguos. Hemos descubierto el fuego y la rueda, el lenguaje y la escritura. Hemos aprendido que la tierra es plana solamente en apariencia, que el sol solamente en apariencia gira en torno a la tierra, que solamente en apariencia es sólida la materia. Hemos aprendido a comunicarnos, a volar, a explorar.


Para describir adecuadamente cada uno de estos descubrimientos, se dice que han traído consigo un «cambio de paradigma», expresión introducida por Thomas Kuhn, filósofo e historiador, en su libro La estructura de las revoluciones científicas, publicado en 1962, y que ha hecho época. Las ideas de Kuhn son enormemente útiles, no sólo porque ayudan a comprender el proceso de emergencia de una nueva perspectiva, sino también el cómo y el porqué estas nuevas visiones se tropiezan invariablemente con una terca resistencia a su aceptación durante un cierto tiempo.


Un paradigma es un marco de pensamiento (del griego paradigma, «patrón»). Un paradigma es un esquema de referencia para entender y explicar ciertos aspectos de la realidad. Aunque Kuhn se refería al terreno científico, el término ha sido ampliamente adoptado. La gente habla de paradigmas educacionales, paradigmas de planificación urbana, cambio de paradigma en medicina, y así en otros campos.


Un cambio de paradigma supone un modo nítidamente nuevo de enfocar antiguos problemas. Por ejemplo, durante más de dos siglos los pensadores de primera fila daban por sentado que el paradigma de Isaac Newton, su descripción de las fuerzas mecánicas como algo predecible, acabaría por explicarlo todo en términos de trayectorias, fuerzas y gravedad, llegando a penetrar hasta los últimos secretos del universo concebido como una inmensa «maquinaria de relojería».


Pero a medida que los científicos han seguido indagando en busca de las últimas respuestas, permanentemente huidizas, empezaban a aparecer aquí y allá ciertos datos que simplemente se resistían a encajar en el esquema newtoniano. Esto sucede típicamente en cualquier paradigma. Un buen día acaba por apilarse un montón excesivo de cuestiones enigmáticas que se salen del marco ordinario de explicación, forzándolo y poniéndolo consiguientemente a prueba. De pronto surge una nueva y poderosa evidencia que explica las contradicciones aparentes, introduciendo un nuevo principio..., una nueva perspectiva. Al forzar la elaboración de una teoría más comprehensiva, la crisis no resulta destructiva sino instructiva.


La teoría especial de la Relatividad de Einstein constituyó el nuevo paradigma que vino a suplantar a la física de Newton. Esta teoría resolvía muchos cabos sueltos, enigmas y anomalías que no encajaban en la antigua física. Y se trataba de una alternativa que realmente conmocionaba: las viejas leyes de la mecánica resultaban no ser universales, no servían al nivel de las galaxias ni al de los electrones. Nuestra comprensión de la naturaleza hubo de trasladarse desde un paradigma de relojería a un paradigma de indeterminación, de lo absoluto a lo relativo.


Todo nuevo paradigma implica un principio que había estado ahí desde siempre, pero que hasta entonces no habíamos reconocido. Incluye también la antigua concepción como una verdad parcial, como un aspecto de la realidad, del modo cómo las cosas funcionan, sin que ello implique que no puedan también funcionar de otras maneras. En virtud de su más amplia perspectiva, permite transformar los conocimientos tradicionales y las rebeldes observaciones nuevas, reconciliando sus contradicciones aparentes.


El nuevo marco es más útil que el antiguo. Permite predecir con mayor precisión. Y abre puertas y ventanas a nuevos vientos exploradores. Dado el mayor poder y el alcance superior de las nuevas ideas, podríamos esperar que se impusiesen rápidamente, pero eso casi nunca sucede. El problema es que no se puede abrazar el nuevo paradigma sin soltar el antiguo. Esta transformación no puede efectuarse poco a poco, con el corazón partido. «Debe ocurrir de una vez, como el cambio de forma y fondo en la psicología de la Gestalt», dice Kuhn. Uno no se puede «ir imaginando» el nuevo paradigma, es algo que salta a la vista de repente.


Los nuevos paradigmas son casi siempre recibidos con frialdad, incluso entre burlas y con hostilidad. Sus descubrimientos son tachados de herejías. (Recordemos, como ejemplos históricos, a Copérnico, Galileo, Pasteur, Mesmer, etc.) La nueva idea aparece a primera vista como rara, confusa incluso, entre otras cosas porque el descubridor puede haber efectuado un salto intuitivo, sin haber llegado a reajustar el conjunto de los datos. La nueva perspectiva exige un giro mental tan pronunciado que los científicos académicamente establecidos raramente llegan a darlo. Como muestra Kuhn, quienes han trabajado fructíferamente desde la óptica antigua, están habitual y emocionalmente vinculados a ella. Por lo general, su fe inconmovible les acompaña hasta la tumba. Incluso confrontados con una evidencia apabullante, permanecen apegados cerrilmente a la opinión errónea, por conocida.


Pero el nuevo paradigma va ganando ascendiente. La nueva generación reconoce su fuerza. Cuando un número crítico de pensadores llega a aceptar la nueva idea, se produce un cambio colectivo de paradigma. Al haber un número suficiente de gente que se ha acogido a la nueva perspectiva, o que ha crecido dentro de ella, brota el consenso. Después de un cierto tiempo, este paradigma empieza a su vez a experimentar contradicciones; se producen nuevas grietas, con lo que el proceso vuelve a repetirse. Es así como la ciencia va quebrando y ensanchando continuamente sus propias fronteras.


El auténtico progreso en la comprensión de la naturaleza rara vez tiene lugar de forma lineal. Todos los avances importantes son intuiciones repentinas, principios nuevos, nuevos enfoques. Este proceso en base de saltos adelante no resulta plenamente reconocible, en parte porque los manuales que tratan de las revoluciones, culturales o científicas, tienden a edulcorarlas. Describen los pasos adelante como si hubiesen sido lógicos en su día, en absoluto chocantes cuando acontecieron.


En efecto, mirando retrospectivamente, cómo en los años siguientes al salto intuitivo se ha ido construyendo penosamente el puente explicativo de enlace con la situación anterior, las grandes ideas nuevas pueden aparecer como razonables, incluso como inevitables. Las damos por sentadas, aunque lo cierto es que al principio parecían insensatas.


Al haber dado nombre a un fenómeno difícilmente reconocible, Kuhn nos ha hecho conscientes de los procesos de revolución y resistencia. Ahora que hemos comenzado a comprender la dinámica de las tomas de conciencia revolucionaria, podemos aprender a fomentar saludablemente nuestro propio cambio y podemos cooperar en hacer más fácil el cambio mental colectivo, sin tener que esperar hasta que la fiebre haga crisis. Esto podemos hacerlo haciéndonos preguntas de un modo distinto, es decir, poniendo en cuestión nuestras viejas evidencias. Estas evidencias son como el aire que respiramos, como la decoración de nuestra propia casa. Forman parte de nuestra cultura. No podemos desconocerlas, y sin embargo deben dejar paso a otras perspectivas más fundamentales, si hemos de descubrir qué es lo que no funciona y su por qué. Al igual que los koans que proponen a sus novicios los maestros Zen, la mayoría de los problemas no pueden resolverse al nivel en que vienen planteados. Es preciso enmarcarlos de nuevo, situarlos en un contexto más amplio. Y todo presupuesto no garantizado, debe ser dejado a un lado.


Con frecuencia tratamos de solucionar de modo irracional los problemas dentro del antiguo contexto, con nuestras viejas herramientas, en vez de percatarnos que la crisis que se está echando encima es solamente un síntoma de nuestra propia y fundamental testarudez. Por ejemplo, nos preguntamos cómo vamos a poder garantizar una asistencia sanitaria suficiente a nivel nacional, teniendo en cuenta el coste creciente de todo tipo de tratamiento médico. La pregunta nos lleva automáticamente a identificar la salud con los hospitales, los médicos, las recetas, la tecnología. En vez de ello, deberíamos por el contrario comenzar por preguntarnos por qué la gente se pone enferma o en qué consiste la salud. Otro ejemplo: discutimos sobre cuáles son los mejores métodos para la enseñanza de los programas escolares en los colegios, pero rara vez nos planteamos si esos programas son o no los adecuados. Y aún más raramente nos preguntamos sobre la naturaleza del aprendizaje.


Las crisis que padecemos son otras tantas formas de evidenciar la traición a la naturaleza, perpetrada por nuestras instituciones. Hemos identificado la buena vida con el consumo material, hemos deshumanizado el trabajo y lo hemos hecho innecesariamente competitivo, nos sentimos inseguros acerca de nuestra capacidad de aprender y de enseñar. Nuestra medicina, salvajemente costosa, apenas ha conseguido ganar algún terreno frente a las enfermedades crónicas o derivadas de accidentes, y se ha ido haciendo a la vez crecientemente impersonal y vejatoria. Los gobiernos se vuelven cada vez más complejos e irresponsables desde su lejanía, y los sistemas de seguridad social se encuentran una y otra vez al borde de la quiebra.


La posibilidad de salvación en este tiempo de crisis no hemos de buscarla en un golpe de suerte, ni en una posible coincidencia, ni en una ponderada reflexión. Armados, como estamos ahora, de una comprensión más adecuada de los procesos de cambio, sabemos hoy que las mismas fuerzas que nos han llevado al borde del abismo a nivel planetario, portan en su interior las semillas de la renovación. El actual desequilibrio, personal y social, prefigura una nueva especie de sociedad. Los roles, las relaciones, las instituciones, las viejas ideas... todo está siendo hoy reexaminado, reformulado, y diseñado de nuevo. Por primera vez en la historia, la humanidad tiene acceso al panel de control del cambio, a la comprensión de cómo se produce la transformación. Desde ahora estamos viviendo en la era del cambio del cambio, una época en que de forma intencionada podemos ponernos a trabajar codo a codo con la naturaleza para acelerar el proceso de nuestra propia remodelación y la de nuestras instituciones desfasadas.


El paradigma de la Conspiración de Acuario concibe a la humanidad enraizada en la naturaleza. Promueve la autonomía individual en el seno de una sociedad descentralizada. Nos considera administradores de todos nuestros recursos, internos y externos. No nos ve como víctimas ni como peones, no nos considera limitados por condiciones ni acondicionamientos, sino herederos de las riquezas de la evolución, capaces de imaginación, de inventiva, y sujetos de experiencias que apenas si hemos llegado a entrever todavía. La naturaleza humana no es ni buena ni mala, sino abierta a un proceso continuo de transformación y transcendencia. Lo único que necesita es descubrirse a sí misma. La nueva perspectiva respeta la ecología de cada cosa: nacimiento, muerte, aprendizaje, salud, familia, trabajo, ciencia, espiritualidad, arte, comunidad, relaciones, política.


Los Conspiradores de Acuario se sienten atraídos entre sí por sus descubrimientos paralelos, por cambios de paradigma que los han convencido de que estaban llevando unas vidas innecesariamente circunscriptas y limitadas.
 


Cambios de paradigma personales: detectar la imagen escondida
El cambio de paradigma, tal como lo experimenta el individuo, puede compararse al descubrimiento de la «imagen escondida» que suele aparecer en las revistas infantiles. Uno mira un dibujo que parece ser un árbol y un estanque. Te dicen entonces que lo mires más de cerca, que busques en él algo que no tendrías razón para esperar que se encontrase allí. De repente, vemos aparecer ciertos objetos camuflados en la escena: las ramas se convierten en un pez o en un rastrillo, las líneas en torno al estanque resulta que escondían un cepillo de dientes. Nadie puede hacernos ver las imágenes ocultas a fuerza de palabras. No se trata de persuadirnos de que los objetos están allí: una de dos, o los vemos o no los vemos. Pero, una vez que los hemos visto, están allí para siempre cada vez que miremos el dibujo. Y nos preguntamos cómo es que no los vimos antes.


Mientras crecíamos, todos hemos experimentado cambios menores de paradigma: la súbita comprensión de un principio geométrico, por ejemplo, o de un juego, o un ensanchamiento repentino de nuestras convicciones políticas o religiosas. Cada una de estas intuiciones ampliaba nuestro contexto, traía consigo un modo fresco y nuevo de percibir las conexiones entre las cosas.


La irrupción de un nuevo paradigma hace que nos sintamos humildes y a la vez tonificados; no es tanto que estuviésemos equivocados, cuanto que estábamos siendo parciales, algo así como si hubiésemos estado mirando con un solo ojo. No nos aporta más conocimientos, sino un modo nuevo de saber.


Edward Carpenter, sociólogo y poeta de fines del siglo diecinueve, notable por sus cualidades visionarias, describía así este movimiento de cambio:

“Si se para el pensamiento (y se persevera en ello), al final se llega a una región de conciencia situada por debajo o por detrás del pensamiento y se hace uno consciente de un yo mucho más vasto que aquel al que estábamos habituados. Y, puesto que la conciencia ordinaria, con la que funcionamos en la vida cotidiana, se funda ante todo y sobre todo en ese pequeño yo local..., se sigue que pasar más allá de él equivale a morir al yo ordinario y al mundo de todos los días.


Equivale a morir en el sentido ordinario de la palabra, pero en otro sentido significa despertar y encontrarse con que el “Yo”, el sí mismo más íntimo y real, se compenetra con el universo y todos los demás seres.

Esta experiencia es tan maravillosa, que puede decirse que, a su luz, desaparecen todas las dudas y los pequeños problemas; y es cierto que en miles y miles de casos, el hecho de haberlo experimentado una sola vez un individuo ha revolucionado para siempre su vida y su concepción del mundo”.

Carpenter ha captado la esencia de la experiencia transformadora: ensanchamiento, conexión, el poder de transformar permanentemente una vida. Y, como él dijo, esa «región de conciencia» se abre a nosotros cuando estamos en una actitud de callada vigilancia, más que cuando nos afanamos en reflexionar y planificar.


A lo largo de la historia, mucha gente ha tenido este tipo de experiencias, tanto accidentalmente como de forma deliberada. Pueden ocurrir profundos cambios interiores en respuesta a una contemplación disciplinada, o con ocasión de una grave enfermedad, de una travesía por la selva, de una emoción paroxística, o a consecuencia de un esfuerzo creativo, de ejercicios espirituales, o de respiración controlada o de técnicas para «inhibir el pensamiento», o técnicas psicodélicas, de movimiento, de aislamiento, música, hipnosis, meditación, o ensoñamiento, o al salir de una intensa lucha intelectual.


A lo largo de los siglos, en diversas partes del mundo, unos pocos iniciados en cada generación han compartido entre sí técnicas diversas, capaces de inducir experiencias semejantes. Fraternidades, órdenes religiosas y pequeños grupos diseminados han explorado lo que parecían constituir dominios extraordinarios de la experiencia consciente. En sus doctrinas esotéricas, hablaban a veces de las cualidades liberadoras de sus experiencias iluminativas. Pero eran demasiado pocos, carecían de medios para propagar ampliamente sus descubrimientos, y la mayor parte de los habitantes de la tierra estaban lo suficientemente preocupados por sobrevivir, como para ocuparse de la transcendencia.


Y, de pronto, en esta década, todos estos sistemas y toda esta literatura de engañosa simplicidad, toda la riqueza de muchas antiguas culturas, se han hecho accesibles al conjunto de la población, bien en su forma original, bien adaptados a la sensibilidad contemporánea. Las estanterías de los grandes almacenes y los puestos de periódicos de los aeropuertos ofrecen la sabiduría de las eras pasadas encuadernada en libros de bolsillo. También a través de clases de extensión universitaria, o en seminarios de fin de semana, en cursos de educación de adultos o en centros comerciales, se ofrecen técnicas que ayudan a la gente a conectar con nuevas fuentes de energía, integración y armonía personales.


Estos sistemas pretenden armonizar cuerpo y mente, ampliar la sensibilidad del sistema nervioso, conseguir que los participantes se hagan conscientes del vasto potencial inexplotado que en ellos reside. Es como dotar a su mente de sonar, radar y poderosas lentes de aumento, mientras trabajan.


La extensa implantación de este tipo de técnicas, y la generalización de su uso en la sociedad, fueron predichas por P. W. Martin en los años cincuenta, cuando estaba en sus comienzos la investigación sobre la «conciencia»:

«Por primera vez en la historia, el espíritu científico de indagación se está volcando sobre el otro lado de la conciencia. Hay buenas esperanzas de que esta vez puedan mantenerse los descubrimientos, de modo que puedan convertirse, no ya en el secreto perdido, sino en patrimonio vivo de todos los hombres».

Como veremos en el capítulo II, la idea de una rápida transformación de la especie humana a partir de un determinado movimiento de vanguardia, es algo que ha sido expuesto por muchos de los más dotados pensadores, artistas y visionarios de la historia.


Todos los sistemas de expansión y profundización de la conciencia emplean estrategias similares y conducen a descubrimientos personales extrañamente semejantes. Y ahora, por vez primera, sabemos que estas experiencias subjetivas tienen también sus correlatos objetivos. La investigación en laboratorio, como veremos, ha venido a demostrar que estos métodos contribuyen a una mayor integración de la actividad cerebral, haciéndola menos aleatoria y provocando en ella un grado mayor de organización. En sentido literal, los cerebros experimentan una transformación acelerada. Las técnicas transformativas nos abren el acceso a la creatividad, a la salud, a la libertad de elección. El don de la intuición, la capacidad de imaginar nuevas conexiones entre las cosas, privilegio en otros tiempos de unos pocos afortunados, puede en adelante ser adquirido por cualquiera que dé pruebas de una sólida voluntad de experimentación y exploración. En la vida de la mayoría de los humanos la intuición ha sido algo accidental. Nos ponemos a la espera de su llegada, un poco como los primitivos aguardaban el rayo con que poder encender fuego. Pero nuestro instrumento más crucial de aprendizaje es la facultad de establecer conexiones mentales. Esa es la esencia de la inteligencia humana: establecer lazos entre las cosas, ir más allá de lo dado, descubrir patrones, relaciones, establecer contextos.


La consecuencia natural de estas sutiles ciencias de la mente es la intuición. El proceso intuitivo puede acelerarse tanto, que podemos sentirnos aturdidos e incluso asustados ante las posibilidades que se despliegan de pronto ante nosotros. Cada una de ellas nos permite comprender mejor y predecir con mayor precisión que alternativas van a ser favorables para nuestras vidas.


No hay por qué asombrarse que estos cambios de conciencia se experimenten como despertar, como liberación, como unificación, como transformación, en una palabra. Vistos los frutos, se comprende que millones de personas se hayan apuntado a practicar estas técnicas escasamente en unos pocos años. Todos ellos descubren que no necesitan esperar a que cambie el mundo de ahí fuera. A medida que se transforma su mente, se transforman también sus vidas y su propio entorno. Se dan cuenta que tienen en sí mismos un centro sano, una fuente de salud, que su interior alberga los recursos necesarios para luchar contra el estrés y contra la rutina, y que en todas partes pueden encontrar amigos.


A menudo les resulta difícil dar cuenta a otros de lo que les ha ocurrido. No aciertan a exponerlo ordenadamente, y pueden llegar a sentirse un tanto insensatos o pretenciosos al hablar de sus propias experiencias. Algunos lo describen como un despertar después de años de haber estado dormido, otros como una reunificación de partes fragmentarias de su propio ser, otros, en fin, aseguran sentirse curados o tener la sensación de haber llegado a casa.


Para muchos, la reacción de amigos y parientes puede resultarles dolorosamente paternalista, no muy distinta de la actitud de unos padres que previniesen a su hijo adolescente frente a los riesgos de ser demasiado ingenuo e idealista. Realmente resulta difícil explicarse a sí mismo.
 


Confianza, miedo y transformación
Tras haber encontrado una fuente de fuerza y de salud en su interior, quienes han aprendido a confiar en sí mismos, sienten que pueden más fácilmente confiar en los demás. Los cínicos, que no creen en la posibilidad de cambio, suelen ser también cínicos consigo mismos y con respecto a sus propias posibilidades de cambiar y mejorar. Como veremos, toda transformación necesita un mínimo de confianza.


Puede asaltarnos el miedo a perder el control. O bien la sospecha de que vamos a tropezarnos en nuestro interior con las oscuras fuerzas inconscientes que describen Freud y las doctrinas religiosas. Puede que nos preocupe la amenaza de ir a parar demasiado lejos de nuestros familiares y amigos, y al final, encontrarnos solos.


Y también sentimos un miedo apreciable frente a la posibilidad de que se cumplan nuestras esperanzas. Consideramos tal cosa un poco como un truco de prestidigitación, y damos vueltas en torno suyo una y otra vez, metiendo la mano en sus bolsillos, o tratando de ver dónde hay dobles fondos o espejos escondidos. Cuanto más sutiles somos, tanto más suspicaces nos volvemos. Después de todo, a estas alturas, ya sea en el juego o en la propaganda política, en la lucha por «una buena causa» o en el caprichoso peloteo de la publicidad, todos hemos saboreado la decepción, propia o ajena, en formas muy distintas. Muchas veces ya antes de ahora, nos hemos sentido decepcionados, nos han timado con promesas que parecían, y eran, demasiado buenas para ser verdad. Y es indudable, además, que el oro escondido de la transformación ha atraído e inspirado a toda una generación de farsantes.


El nuevo muestrario de posibilidades se nos antoja demasiado rico y variado; sus promesas, demasiado ilimitadas. Convertimos entonces nuestros temores y preocupaciones en barreras de auto-protección; con el tiempo, hemos aprendido a identificarnos con nuestros propios límites. Y ahora, recelosos ante la promesa de un oasis, defendemos las virtudes del desierto.

«La verdad es, dice Russell Baker, columnista del New York Times, que casi nunca me siento bien ni quiero sentirme bien tampoco. Más aún, no llego a comprender por qué alguien querría sentirse bien.»

Es perfectamente normal no sentirse bien, dice. En nuestro repertorio de prejuicios culturales, figura la convicción de que la infelicidad es señal de sensibilidad e inteligencia.

«Aprendemos a saborear las cicatrices del remordimiento, dice Theodor Roszak, basta que finalmente acabamos basando en ellas toda nuestra identidad. Esto es lo que a muchos de nosotros nos parece más "serio" en definitiva, lo realmente sólido como una roca: esa adusta resignación, esa candidez teñida de ictericia... Acabamos por creer que nuestra más íntima realidad es el pecado... La desconfianza de sí mismo vuelve a la gente vulnerable y obediente con más eficacia que una fuerza policial.»

Quienes se inquietan pensando que las nuevas ideas van a sacudir la cultura hasta sus raíces tienen razón, dice. Nuestra conformidad hasta ahora se debía en parte al miedo a nosotros mismos, a la duda sobre la rectitud de nuestras propias decisiones.


El proceso de transformación, aunque al principio se sienta como algo extraño, pronto se revela como irrevocablemente acertado. Sean cuales sean las impresiones negativas iniciales, la entrega personal no se cuestiona una vez que hemos palpado algo que creíamos haber perdido para siempre: el camino de vuelta a casa. Y una vez que el viaje ha comenzado en serio, nada puede disuadirnos de él. Ningún movimiento político, ninguna organización religiosa podrían pedir mayor lealtad. Es un compromiso con la vida misma, una segunda ocasión de encontrarle un sentido.
 


Comunicación y enlaces
Para que todos estos descubrimientos transformativos puedan convertirse en patrimonio común de todos nosotros por primera vez en la historia, es preciso darlos a conocer de la forma más amplia posible. Es preciso hacer de ellos un nuevo consenso, algo que «todo el mundo conoce».


A comienzos del siglo diecinueve, Alexis de Tocqueville observaba que los comportamientos culturales y las creencias no verbalizadas cambian normalmente mucho antes de que las gentes admitan entre sí que los tiempos han cambiado. Durante años, e incluso generaciones, se siguen proclamando de palabra, ideas que en privado se habían abandonado tiempo atrás. Como nadie conspira contra esos viejos marcos de creencias, dice Tocqueville, éstas siguen ejerciendo su influjo y debilitan el ánimo innovador. Incluso mucho tiempo después de haber perdido su valor un paradigma, éste sigue reclamando una especie de hipócrita fidelidad. Pero si tenemos el valor de comunicar a otros nuestras dudas y nuestro abandono del mismo, si nos atrevemos a exponer lo incompleto, la endeble estructura y los fallos del viejo paradigma, podemos llegar a desmantelarlo. No necesitamos esperar a que se desmorone sobre nosotros.


La Conspiración de Acuario está utilizando la influencia de sus avanzadillas dispersas aquí y allá, para subrayar lo peligroso de los mitos y la mística implicados en el antiguo paradigma, y para atacar ideas y prácticas que han quedado obsoletas. Los conspiradores nos empujan a recuperar el poder al que hace tiempo renunciamos en manos de la costumbre y de la autoridad, y a descubrir, bajo la barahúnda de nuestros acondicionamientos, un núcleo de integridad que trasciende todos los códigos y convenciones.


Estamos ahora beneficiándonos del fenómeno predicho por Marshall McLuhan en 1964: la implosión de la información. Todo el planeta es hoy, efectivamente, un pueblo total. Nadie podía prever la rapidez con que los individuos iban a poderse beneficiar de la tecnología, e iban a poder comunicarse y ponerse de acuerdo. El conformismo que apenaba a Tocqueville está dando paso a una creciente autenticidad, que reviste caracteres epidémicos sin precedente en la historia. Hoy día, podemos de hecho ponernos en contacto unos con otros, decirnos mutuamente qué cosas hemos abandonado y en qué otras creemos ahora. Podemos conspirar contra las viejas y mortíferas concepciones. Podemos vivir en contra de ellas. El mundo está rodeado por un cinturón global de comunicaciones que no deja escapatoria. Todo el planeta vive hoy en base a enlaces instantáneos, todo el mundo se apoya mutuamente en base a redes de comunicación y cooperación.


Gente de mentalidad semejante puede hoy unir sus fuerzas con la rapidez con que podemos fotocopiar una carta, fotografiar una mosca, hacer una llamada por teléfono, diseñar un parachoques, atravesar conduciendo una ciudad, formar una coalición, pintar un póster, volar para tomar parte en un mitin..., o vivir sin más abiertamente de acuerdo con el cambio operado en su corazón.

«Por primera vez quizás en la historia del mundo, decía el psicólogo Carl Rogers en 1978, la gente se está comportando de una forma abierta, y expresan sus sentimientos sin miedo a ser juzgados. El tipo de comunicación es cualitativamente distinto al de nuestro pasado histórico, es más rico, más complejo.»

Los Conspiradores de Acuario, actuando como catalizadores de la humanidad, aprovechan para exponer sus ideas en clase, en la televisión, en libros, en el cine, a través del arte, de la canción, de revistas especializadas, en ciclos de conferencias, en la pausa del café en el trabajo, en documentos oficiales, en reuniones, y en nuevas reglamentaciones y disposiciones de organización. Quienes no se atrevían al principio a enfrentarse a la opinión predominante, se sienten ahora con ánimo para ello.


Las nuevas ideas transformadoras aparecen también en forma de manuales de salud, ocio, deporte, consejos dietéticos, gestión de negocios, auto-afirmación, estrés, relaciones y mejoramiento personal. Al revés que los antiguos manuales del tipo de «cómo hacer esto o lo otro», no se pone el acento en el comportamiento, sino en la actitud. Los ejercicios y experimentos que en ellos se recomiendan están diseñados para proporcionar, de un modo u otro, una experiencia directa de la nueva perspectiva. Porque sólo lo que sentimos profundamente tiene el poder de cambiarnos. Los argumentos racionales, por sí solos, no pueden penetrar las capas de miedo y acondicionamiento que bloquean y entumecen nuestros sistemas de creencias. La Conspiración de Acuario crea oportunidades para que la gente experimente cambios de conciencia siempre que sea posible. Es preciso que la comunicación no sólo sea amplia, sino también profunda.


El consenso se puede comunicar de muchos modos, incluso a veces con el silencio, como señalaba Roszak ante una gran audiencia en el Symposium mundial de la Humanidad celebrado en Vancouver en 1976:

"Se está redactando en nuestro tiempo un manifiesto secreto. Su lenguaje es una petición que podemos leer en los ojos de los demás. Es el deseo de conocer nuestra auténtica vocación en el mundo, de encontrar el modo de ser y de hacer propio de cada uno...

 

Estoy hablando del Manifiesto de la Persona, la declaración de nuestro derecho soberano al auto-descubrimiento. No puedo decir si son millones los que han comparecido efectivamente en respuesta a su convocatoria, pero sí sé que su influjo se nota de forma significativa en torno nuestro, como una especie de corriente subterránea en nuestra historia, que despierta en todos aquellos a quienes toca una sensación embriagadora sobre la profundidad de las raíces del propio ser y las extrañas fuentes de energía con que está conectado..."

Descendiendo hasta la misma raíz de los miedos y las dudas, podemos cambiar radicalmente. Algunos están comenzando a ocuparse, de palabra y de obra, de problemas sociales, a un nivel jamás alcanzado por medio de influencias exteriores como persuasión, propaganda, patriotismo, adscripción religiosa, amenazas o predicación de la fraternidad. Como siempre han dicho los místicos, un mundo nuevo es ante todo un espíritu nuevo.
 


De la desesperación a la esperanza
Muchos críticos sociales contemporáneos hablan con demasiada frecuencia de su propia desesperanza, o adoptan una especie de cinismo a la moda, a fin de enmascarar su propia sensación de impotencia. «El optimismo es de mal gusto», decía hace poco el filósofo Robert Solomon en la revista Newsweek.

«Lo que aparece como preocupación se revela por debajo como indulgencia de sí mismo, como una amarga auto-justificación, que declara "depravada" a la sociedad a fin de poderse presentar como víctima "cogida" entre sus redes. Se culpa al mundo de la propia infelicidad, o de los propios errores políticos.»

Si hemos de abrirnos paso a través de aguas turbulentas, más nos vale hacernos acompañar de quienes ya antes han construido puentes en otras ocasiones y han conseguido pasar más allá de la inercia y la desesperación. Los Conspiradores de Acuario no son capaces de tener esperanza por saber menos que los cínicos, sino por saber más, enriquecidos como están por su propia experiencia personal, por su conocimiento de la ciencia de vanguardia, o por noticias obtenidas confidencialmente de experiencias sociales que han tenido éxito en diversas partes del mundo. Han observado su propio cambio, el de sus amigos, el de su trabajo.

 

Son pacientes y pragmáticos, saben ir atesorando esas pequeñas victorias cuya acumulación debe conducir al gran despertar cultural; saben que la oportunidad se presenta disfrazada de muchas formas, que el sufrimiento y la disolución son etapas necesarias en el proceso de renovación, y que los «fallos» pueden resultar enormemente instructivos. Conscientes de que cualquier cambio profundo, en una persona o en una institución, solamente puede operarse desde su propio interior, no son nunca violentos al contrastar sus opiniones.


Día tras día actúan y trabajan, afrontan las malas noticias y continúan trabajando. Han apostado por la vida, sin importarles el costo. Y, lo que es más, son conscientes de la fuerza que tienen en conjunto.
 


La cultura emergente
La sociedad occidental se encuentra en un punto decisivo de giro. Muchos pensadores de primera línea han experimentado el cambio de paradigma acerca del modo cómo suceden los cambios de paradigma, han protagonizado la revolución de comprender cómo comienzan las revoluciones: en un fermentar de preguntas, en el pacífico reconocimiento de que lo viejo ya no sirve.


Como serio estudioso de las condiciones necesarias para una revolución, Tocqueville trató de prevenir a fines de los años 1840 a las fuerzas gubernamentales francesas sobre la posibilidad de una subversión. Estaba convencido que el Gobierno y la Justicia habían ofendido al pueblo hasta tal punto, que las pasiones democráticas habrían de derrocar pronto al gobierno.

 

El 27 de enero de 1848, Tocqueville, diputado a la sazón, tomó la palabra en la Cámara de Diputados:

«Me dicen que no hay peligro porque no hay disturbios», dijo. «Dicen que como no se observa perturbación alguna en la superficie de la sociedad, tampoco existen revoluciones debajo de ella. Permítanme decirles, Señores, que se equivocan. Los disturbios aún no se han adueñado de las calles, pero han tomado ya posesión de la mente de las gentes».

A las cuatro semanas el pueblo se rebelaba, el rey huía y se proclamaba la Segunda República.


Toda transformación cultural se anuncia por pequeños estallidos aquí y allá, a los que sirven de detonantes pequeños incidentes, al calor de las nuevas ideas que han podido estarse como larvas durante décadas. De hecho se han ido acumulando papel y astillas en muchos lugares y momentos diferentes, listos para arder en el fuego de la verdadera conflagración, la que ha de consumir antiguas demarcaciones y dejar alterado el paisaje para siempre. En La Democracia en América, Tocqueville escribía que el marchamo de toda revolución inminente es un período crítico de agitación, en el que unos cuantos reformadores clave pueden comunicar entre si lo suficiente como para estimularse unos a otros a que «las nuevas ideas cambien repentinamente la faz del mundo».


Como veremos, toda revolución se aprecia primeramente observando las tendencias: conductas y trayectorias inusuales, que son fácilmente mal comprendidas, al tratar de buscarles explicación dentro del contexto del viejo paradigma, con lo cual se las toma por algo que no son. Y para confundir aún más las cosas, estos nuevos comportamientos pueden ser imitados y exagerados por quienes no comprenden que su base proviene de un cambio interior. Todas las revoluciones se convierten en foco de atracción de mercenarios, sensacionalistas e inestables, que se mezclan con los auténticamente comprometidos.


Al principio, toda revolución que está tratando de ponerse en marcha, como en el caso de una revolución científica, suele ser rechazada por insensata o por sus escasas probabilidades de éxito. Cuando claramente comienza a hacer progresos, provoca sensaciones de alarma y de amenaza. Una vez que el poder ha cambiado de mano, al mirar retrospectivamente, se tiene la impresión que todo estaba dispuesto de antemano.


Al desconocer el proceso de cambio histórico de los valores y los marcos de referencia, al no ser conscientes del carácter continuo, y sin embargo radical, de todo cambio, tendemos a ir de acá para allá, a la deriva de unas u otras revoluciones culturales, sin saber una palabra de sus posibles causas u objetivos. No hemos sido entrenados para saber estar a la expectativa, para presentir los primeros temblores de la erupción cultural que se aproxima, para apreciar señales sutiles de oscurecimiento o de aclaración del horizonte. Todas las revoluciones, sociales, científicas o políticas, cogen siempre por sorpresa a sus contemporáneos, si exceptuamos a los «visionarios», quienes parecen poder detectar el cambio que se avecinda, a partir de informaciones esquemáticas obtenidas desde el principio. La lógica por si sola no vale demasiado como profeta, según veremos. Para captar de forma completa la imagen de la situación, es necesaria la intuición.


Las revoluciones, por definición, nunca son lineales, no avanzan paso a paso de tal modo que el hecho A conduce al hecho B, y así sucesivamente. Son muchas las causas mutua y simultáneamente implicadas entre sí. Las revoluciones aparecen en escena de repente, como una determinada combinación en un caleidoscopio. No es tanto un proceso, cuanto una cristalización. «Al ciego todo se le presenta de golpe», dice un viejo adagio. La revolución que se describe en La Conspiración de Acuario no pertenece al futuro remoto.

 

Pertenece más bien al futuro inmediato, y en muy buena medida forma parte ya de la dinámica de nuestro presente. Para quienes pueden verla, la nueva sociedad que se está gestando en el seno de la antigua no constituye una contracultura, ni tampoco una reacción, sino una cultura emergente, el surgimiento por fusión de un nuevo orden social. Un grupo inglés la ha caracterizado como una colección de «culturas paralelas»:

"Somos gente que está de acuerdo en la necesidad de sobrepasar la alienación y mutua hostilidad existentes en la sociedad, siguiendo la estrategia de construir culturas basadas en nuevos valores, que coexistan con las antiguas y lleguen tal vez a reemplazarlas.


Creemos que la confrontación organizada, las llamadas de atención al sistema o las reformas paulatinas sólo sirven para preservar la alienación básica de la sociedad... Por eso, la mayor parte de nuestras energías están dirigidas positivamente a la estrategia de construir nuevas culturas.


Consideramos que las luchas por el poder entre Izquierda-Centro-Derecha se mueven enteramente en una única y misma dirección dentro de los moldes del antiguo, alienante estilo de vida. Lejos de ser radicales, los extremos forman parte de la antigua cultura lo mismo que el statu quo al que se oponen. La Tercera Vía no es un grupo, ni una estrategia, es sólo un contexto..., aunque, eso sí, no nos equivoquemos, es un contexto radical. La lucha en favor de los valores sociales es una nueva dimensión de la acción social radical, una vía que no coincide con la Derecha ni con la Izquierda."

The Whole Earth Papers, compuesto por una serie de monografías, describía el nuevo movimiento como,

«pro-revolucionario... el ascenso de un cambio de conciencia y de paradigmas... Las crisis que atravesamos no representan un desmoronamiento (breakdown) sino una ruptura de líneas (breakthrough) en el proceso de avance de la comunidad humana».

Michael Lerner, cofundador de la red de centros de salud Commonwealth (Bienestar común) en California, al relacionar distintos esfuerzos realizados para atraer la atención sobre el estrés que nos invade por todas partes, dice:

«No habríamos sido capaces de llevar a cabo esta oscura indagación, si no sintiéramos que nuestro trabajo no es sino una diminuta parte más dentro de un movimiento global... Tal vez otros puedan así reconocer los dos polos de la experiencia colectiva de nuestro tiempo: por un lado, el estrés causado por todo lo que nosotros mismos hemos creado y traído a la existencia, y por otro, la auténtica gracia del espíritu y el valor que experimentamos cuando buscamos un camino nuevo».

Estrés y transformación son dos ideas emparentadas que aparecen una y otra vez como un tema musical, que se repiten como una letanía, en la literatura de la Conspiración de Acuario.


La Association for Humanistic Psychology, al anunciar su convención de Toronto en 1978, se refería a,

«este período de extraordinaria significación evolutiva... El material a transformar viene dado por el caos mismo que compone la existencia cotidiana. Hemos de buscar nuevos mitos y nuevas concepciones del mundo».

Según Arianna Stassinopoulos, crítica social británica, «la energía de este movimiento constituye una especie de "campo de fuerza"», que está aglutinando a todos aquellos que "sacudidos por aspiraciones nacidas de las nuevas ideas, comienzan a mostrar una fuerza nueva, una conciencia nueva y un nuevo poder». Ideas que comienzan en unos pocos y acaban por irradiarse a otros muchos.


Bernard Levin, colaborador del Times de Londres, en un comentario al «Festival del cuerpo y la mente» celebrado en las afueras de Londres en 1978, y al que asistieron casi noventa mil personas, preveía una rápida expansión del interés popular en la transformación:

"Al mundo no le basta la vida que está llevando en el presente. Ni va a bastarle en el futuro; ni hay mucha gente ya que siga pensando que si que le va a bastar. Países como el nuestro están llenos de gente que tienen todo el confort material que pueden desear, y que, sin embargo, llevan una vida mortecina de callada (a veces ruidosa) desesperación, sin comprender nada de nada fuera del hecho de sentir que tienen un agujero dentro de ellos, y que por mucho que le echen de comer y de beber, por muchos coches y muchos televisores con que intenten rellenarlo, por mucho que busquen tapar sus bordes rodeándose de hijos sanos y amigos leales... sigue doliendo.


Los asistentes al Festival venían buscando algo, no tanto certidumbre cuanto comprensión: comprensión de sí mismos. Casi todos los senderos ofrecidos tenían un mismo punto de partida: el propio interior de cada cual.
La cuestión se está planteando hoy en día con más insistencia que nunca antes en la historia... Las muchedumbres que fluyen por las puertas giratorias del olimpo son sólo la primera gota de la ola que está a punto de romper sobre políticos e ideólogos, ahogando sus vacíos e inútiles esfuerzos en la profunda auto confianza nacida de la auténtica comprensión de su verdadera naturaleza".

Un symposium sobre el futuro de la humanidad, que se celebró en 1979, anunciaba en su convocatoria:

«El primer reto con el que nos encontramos es crear un consenso en torno a la idea de que es posible un cambio fundamental, crear un clima, una estructura que pueda organizar y coordinar íntegramente las fuerzas que hoy día luchan por desarrollarse siguiendo caminos aparentemente separados. Tenemos que crear una imagen irresistiblemente vibrante, un nuevo paradigma para toda acción humanística constructiva... Hasta que hayamos creado ese contexto-patrón, no tiene sentido alguno seguir hablando de estrategias».

Este libro trata de ese contexto-patrón. Es un libro que pone de relieve la evidencia (a veces circunstancial, abrumadora en otros casos) que apunta incontestablemente hacia un cambio profundo, personal y cultural. Este libro es una guía para discernir paradigmas, hacerse nuevas preguntas, y comprender los cambios grandes y pequeños que están teniendo lugar por debajo de toda esta inmensa transformación en marcha. Este libro trata de la tecnología, los conspiradores y las redes del cambio, con sus peligros, ambiciones y promesas. También intenta mostrar que lo que algunos han podido considerar como un movimiento elitista, es por el contrario profundamente integrador, abierto a todo el mundo que quiera participar en él.


Exploraremos las raíces históricas de la idea según la cual una conspiración puede generar una sociedad nueva, buscaremos en el correr de los años los signos premonitorios de esta transformación. Pasaremos revista a las señales que evidencian la ingente capacidad de transformación e innovación que posee el cerebro humano, a los métodos diversos que se están usando para fomentar esa transformación, y a una serie de testimonios individuales de experiencias que han transformado la vida de mucha gente.


Veremos cómo las circunstancias históricas y culturales han conducido a nuestra sociedad a la situación actual, lista para el cambio, y cómo en América habían surgido hace tiempo visiones que anticipaban el actual punto de giro decisivo. Veremos formarse las líneas definitorias del mundo nuevo a la luz de las nuevas concepciones de la naturaleza, intuiciones sorprendentes que, al ser fruto de la convergencia de disciplinas científicas muy diversas, evidencian resquicios prometedores por donde intuir una nueva era de descubrimientos.


Estudiaremos las corrientes subterráneas de cambio que están afectando a la política, y las redes que están surgiendo como nuevas formas sociales, características de nuestra época, que están dotando a los individuos de una fuente de poder sin precedentes. Examinaremos los profundos cambios de paradigma que se avecindan en el campo de la salud, del aprendizaje, del trabajo y de los valores. En cada una de estas áreas podremos comprobar la evidente retracción del apoyo popular a las instituciones establecidas.


Emprenderemos la «aventura espiritual» que es, a fin de cuentas la Conspiración de Acuario, búsqueda de sentido que acaba siendo un fin en sí mismo. Seguiremos la huella del efecto poderoso, a veces perturbador, del proceso transformativo sobre las relaciones personales. Y finalmente, consideraremos la evidencia de la posibilidad de un cambio a escala mundial.
 

Aquí y allá, a lo largo del texto, se aludirá a proyectos o gentes determinadas, pero sin citarlos nunca como prueba o como argumento de autoridad. Más bien se ofrecen a modo de mínimas piezas de un gran mosaico, formado por la abundancia abrumadora de signos que en este punto de la historia señalan un cambio de dirección del esfuerzo y el espíritu humano. Para muchos, esos ejemplos podrán servir de inspiración creadora, como modelos de cambio, como opciones que puede adaptar a su propia medida.


Estos nuevos paradigmas puede que susciten una serie de preguntas que muchos preferirían dejar en la sombra. Los lectores pueden verse enfrentados a cuestiones o consecuencias cruciales para su propia vida. Las nuevas perspectivas tienen la facultad de desestabilizar antiguas creencias y valores; pueden socavar resistencias y defensas largo tiempo acumuladas. Las ramificaciones de una revolución personal, por mínima que sea, pueden resultarnos más alarmantes que el gran cambio cultural que se cierne sobre nosotros.


En el curso de este viaje podremos llegar a comprender ciertas ideas clave, hasta ahora reducto acotado de especialistas y planificadores de diversas disciplinas, que tienen el poder de enriquecer y expansionar nuestras vidas. Tendremos que construir puentes entre la nueva y la vieja concepción del mundo. La comprensión del cambio básico que se está operando en alguno de los sectores más importantes, nos ayudará a entender mejor lo que sucede en otros. La captación de la nueva configuración trasciende cualquier posible explicación.

 

El cambio es cualitativo, repentino, resultado de unos procesos neurológicos demasiado rápidos y complejos para poder seguir conscientemente su trayectoria. Aunque quepa dar explicaciones lógicas hasta un cierto punto, las configuraciones no se captan secuencialmente, sino de golpe. Si algún concepto nuevo no le encaja en su sitio al tropezarlo por primera vez, continúe leyendo. Según vaya avanzando en la lectura, se encontrará con otras ideas relacionadas, o conexiones, ejemplos, metáforas, analogías e historietas ilustrativas.

 

A su debido tiempo va a surgir la configuración, se va a producir el cambio. Miradas desde la nueva perspectiva, muchas antiguas preguntas van a resultarle irrelevantes. Después de haber captado la esencia de esta transformación, acontecimientos y tendencias que apreciamos en nuestro entorno inmediato o en los periódicos, y para los que no encontrábamos explicación, nos resultarán pronto coherentes. Comprenderemos entonces también más fácilmente los cambios que están sucediendo en nuestras familias o comunidades, o en la sociedad en general. Al final, muchos de los acontecimientos que juzgábamos oscuros, acabarán por integrarse en el contexto luminoso de un cuadro histórico, un poco como hacemos ante una pintura puntillista, en que tenemos que recular para poder captar su sentido.


Hay en literatura una técnica de eficacia comprobada: el empleo del Momento Negro, es decir el punto en que todo parece perdido justo antes de la salvación final. Esta técnica tiene su correlato en la tragedia: el Momento Blanco, la súbita aparición de la esperanza, la ocasión salvadora justo antes del desastre final inevitable. Algunos podrán especular con la idea de que la Conspiración de Acuario, con su promesa de un cambio en el último minuto, es sólo un Momento Blanco en la historia de nuestro planeta; un bravo y desesperado intento que acabará siendo eclipsado por la tragedia total, ecológica, nuclear. Exit la humanidad. Telón.


Y sin embargo, ¿hay alguna otra opción de futuro que merezca la pena ensayar?


Estamos al filo de una nueva era, dice Lewis Munford, la edad de un mundo abierto, una época de renovación en que la liberación de una fresca energía espiritual sobre la cultura mundial puede dar rienda suelta a nuevas posibilidades.

«Nuestros días, en suma, son solamente el comienzo.»

Vista a la luz de unos ojos nuevos, la vida de cada cual puede dejar de ser un accidente para transformarse en una aventura. Es posible ir más allá de antiguos acondicionamientos y expectativas miserables. Contamos hoy con nuevas maneras de nacer, y nuevos, más humanos y simbólicos modos de morir, se puede ser rico de otras maneras, existen comunidades dispuestas a ayudarnos en nuestro propio y singular viaje, tenemos a nuestro alcance nuevos modos de ser humanos y de descubrir qué somos los unos para con los otros. Después de las trágicas guerras, la alienación y las magulladuras sufridas por nuestro planeta, tal vez ésta es la respuesta a que se refería Wallace Stevens: tras el No final, viene el Sí del cual depende el futuro del mundo.


El futuro, decía Teilhard, está en manos de quienes pueden ofrecer razones para vivir y para esperar a las generaciones del mañana. El mensaje de la Conspiración de Acuario es que estamos maduros para el .
 

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