9 - CIUDADES PERDIDAS Y ENCONTRADAS

Encontrarse el relato del Génesis, en su versión original mesopotámica, representado en el Santo de los Santos del templo inca, genera, necesariamente, una serie de preguntas. La primera, y más obvia, es cómo. ¿Cómo llegaron a conocer tales relatos los incas, no sólo de la manera general en la que se han dado a conocer universalmente (la creación de la primera pareja, el Diluvio), sino de una manera que sigue la Epopeya de la Creación, en donde se incluyen los conocimientos de todo el Sistema Solar y de la órbita de Nibiru?

Una respuesta posible sería que los incas estuvieran en posesión de este conocimiento desde tiempos inmemoriales, trayéndolos con ellos hasta los Andes. La otra posibilidad es que hubieran oído hablar de ello a otros con los que se hubieran encontrado en estas tierras.

Ante la ausencia de registros escritos, como los que se puede encontrar uno en Oriente Próximo, la elección de una respuesta depende en cierta medida de cómo se haga aún otra pregunta: ¿quiénes fueron en realidad los incas?

La Relación de Salcamayhua es un buen ejemplo del empeño de los incas por perpetuar el ejercicio de la propaganda de estado: atribuir al primer monarca inca, el Inca Rocca, el reverenciado nombre de Manco Capac, para hacer que el pueblo al que habían sometido creyera que el primer Inca había sido el «Hijo del Sol» original, salido del sagrado lago Titicaca. De hecho, la dinastía inca comenzó 3.500 años después de aquel sagrado inicio.

 

Por otra parte, la lengua que hablaban los incas era el quechua, la lengua del pueblo del norte y el centro de los Andes, mientras que en el altiplano del lago Titicaca la gente hablaba aymara. Éstas, y otras consideraciones, llevaron a los expertos a especular que los incas habían llegado más tarde, que se habían desplazado desde el este, estableciéndose en el valle de Cuzco, que limita con la gran cuenca del Amazonas.

Esto, en sí mismo, no descarta un origen o un vínculo de los incas con Oriente Próximo. Mientras centraban su atención en las imágenes del muro del Altar Mayor, nadie se preguntó por qué, en medio de pueblos que hacían imágenes de sus dioses y que ubicaban sus ídolos en santuarios y templos, no había ídolo de ningún tipo en el gran templo inca, ni en ningún otro santuario inca.

Los cronistas cuentan que, en algunas celebraciones, se llevaba un «ídolo»; pero se trataba de la imagen de Manco Capac, no la de un dios. También cuentan que, en determinado día sagrado, un sacerdote iba hasta una montaña distante en la cual estaba el gran ídolo de un dios, y que allí sacrificaba una llama. Pero tanto la montaña como su ídolo eran de tiempos preincaicos, y bien pudiera ser que se estuvieran refiriendo al templo de Pachacamac, en la costa (respecto al cual ya hemos escrito).

Curiosamente, ambas costumbres están en la línea de los mandatos bíblicos de la época del Éxodo. La prohibición de forjar y adorar ídolos se incluía en los Diez Mandamientos. Y, en la víspera del Día de la Expiación, un sacerdote tenía que sacrificar una cabra, como «víctima propiciatoria», en el desierto. Nadie ha señalado nunca que los quipos que utilizaban los incas para recordar acontecimientos -cuerdas de diferentes colores que tenían que ser de lana, con nudos en diferentes posiciones- eran, tanto en factura como en propósito, semejantes a los tzitzit, «flecos en el extremo de un hilo azul», que los israelitas tenían mandado sujetar a sus prendas para que recordaran los mandamientos de Dios.

 

También está la cuestión de las normas de sucesión, por las cuales el heredero legal era el hijo tenido con una hermanastra -una costumbre sumeria seguida por los patriarcas hebreos. Y también estaba la costumbre de la circuncisión en la familia real inca. Los arqueólogos peruanos han dado cuenta de intrigantes descubrimientos en las provincias amazónicas de Perú, entre los que se encuentran los restos aparentes de ciudades construidas con piedra, concretamente en los valles de los ríos Utcubamba y Marañón.

 

Sin duda, existen «ciudades perdidas» en las zonas tropicales; pero, en algunos casos, los descubrimientos anunciados son en realidad expediciones a lugares ya conocidos; como ocurrió en el caso de un titular de periódico acerca del Gran Patajen en 1985 -lugar visitado por el arqueólogo peruano F. Kauffmann-Doig y el norteamericano Gene Savoy veinte años antes.

 

Se han dado informes de avistamientos aéreos de «pirámides» en el lado brasileño de la frontera, de ciudades perdidas como Akakor, y de relatos indígenas de ruinas en donde hay tesoros indecibles. Un documento de los archivos nacionales de Río de Janeiro es, supuestamente, un informe del siglo XVIII sobre una ciudad perdida en la selva amazónica, vista por unos europeos en 1591; este documento transcribe incluso la escritura descubierta allí. Fue el motivo principal de la expedición que llevara a cabo el coronel Percy Fawcett, cuya misteriosa desaparición en la selva constituyó el tema de unos artículos de divulgación científica.

Todo esto no quiere decir que no existan ruinas antiguas en la cuenca del Amazonas, restos de un sendero que cruzara el continente sudamericano desde la Guayana/Venezuela hasta Ecuador/Perú. Humboldt, en las crónicas de sus viajes a través del continente, menciona una leyenda según la cual gente de más allá del mar desembarcó en Venezuela y se introdujo tierra adentro; y el principal río del valle de Cuzco, el Urubamba, no es sino un afluente del Amazonas. Equipos oficiales de arqueólogos brasileños han visitado muchos lugares (sin llegar a realizar excavaciones, sin embargo).

 

En un lugar cercano a la desembocadura del Amazonas, se han encontrado urnas de cerámica decoradas con incisiones que recuerdan alguno de los diseños de las vasijas de barro de Ur (lugar de nacimiento de Abra-ham, en Sumer). Y, por otra parte, el islote de Paco val parece ser una isla artificial que sirvió de base a gran cantidad de montículos (que no fueron excavados). Según L. Netto, Investigacioes sobre a Archaeo-logia Braziliera, Amazonas arriba, se han encontrado urnas y vasijas «de calidad superior» decoradas de forma similar. Y creemos que otra ruta igualmente importante conectaba, más hacia el sur, el Océano Atlántico con los Andes.

Aun así, no está claro que los incas llegaran de esta forma. Una de sus versiones más ancestrales dice que desembarcaron en la costa peruana. Su idioma, el quechua, tiene semejanzas extremo orientales tanto en el significado de las palabras como en los dialectos. Y pertenecen claramente al linaje amerindio -la cuarta rama de la humanidad que, ya nos aventuramos a sugerir, surgió del linaje de Caín.

 

(Un guía en Cuzco, al darse cuenta de nuestra competencia bíblica, preguntó si Inca podría haber surgido de Caín por inversión de sílabas. ¡Vaya sorpresa!)

Creemos que las evidencias de las que disponemos indican que los relatos y las creencias de Oriente Próximo, así como la historia de Nibiru y de los anunnaki que vinieron desde allí hasta la Tierra -el Panteón de doce- les llegaron a los antepasados de los incas de allende los mares. Debió de suceder en los días del Imperio Antiguo; y los portadores de estos relatos y creencias también eran forasteros de allende los mares, pero no necesariamente los mismos que trajeron similares relatos, creencias y civilización a América Central.

Además de todos los hechos y evidencias que hemos aportado ya, permítasenos volver a Izapa, un lugar cercano a la costa del Pacífico, en la frontera entre México y Guatemala, en donde olmecas y mayas convivieron. Tardíamente reconocido como el yacimiento arqueológico más grande de la costa del Pacífico de América del Norte y del Centro, Izapa abarca 2.500 años de ocupación continua, desde el 1500 a.C. (fecha confirmada con la datación por radiocarbono) hasta el 1000 d.C.

 

Dispuso de las acostumbradas pirámides y de los juegos de pelota, pero lo que más entusiasmó a los arqueólogos fueron los grabados de sus monumentos de piedra. El estilo, la imaginación, el contenido mítico y la perfección artística de estas tallas han llevado a hablar de un «estilo Izapa», y en la actualidad se reconoce que fue el origen de donde se difundió este estilo a otros lugares de las vertientes del Pacífico de México y Guatemala. Fue un arte perteneciente al período preclásico olmeca primitivo y medio, adoptado por los mayas cuando el lugar cambio de manos.

Figura 87
 

Los arqueólogos de la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo de la Universidad Bringham Young, que han dedicado décadas a la excavación y el estudio de este lugar, no tienen duda de que estaba orientado hacia los solsticios en el momento de su fundación, y que, incluso, los distintos monumentos estaban «alineados deliberadamente con movimientos planetarios» (V. G. Norman, Izapa Sculpture). Los temas religiosos, cosmológicos y mitológicos se entremezclan con temas históricos en las tallas de piedra. Ya hemos visto (Fig. 51b abajo) una de las muchas y variadas representaciones de deidades aladas.

Fig. 51

 

Particularmente interesante aquí es una gran piedra grabada cuyo frontal ocupa 2,78 metros cuadrados, designada por los arqueólogos como Estela 5 de Izapa, encontrada juntamente con un importante altar de piedra. Varios expertos han reconocido su complicada escena (Fig. 87) como un «fantástico mito visual» relativo a la «génesis de la humanidad» en un Árbol de la Vida que crece junto a un río. Un anciano con barba sentado a la izquierda es el que cuenta este relato mítico-histórico, mientras un hombre de aspecto maya lo vuelve a contar desde la derecha (del observador de la estela).

La escena está llena de vegetación, pájaros y peces, así como de figuras humanas. Curiosamente, dos de las figuras centrales representan a hombres que tienen el rostro y los pies de elefante -un animal completamente desconocido en América. El de la izquierda interactúa con un olmeca con casco, lo cual refuerza nuestra opinión de que las colosales cabezas de piedra y los olmecas representados en ellas eran africanos.

Cuando se amplía la parte izquierda de la talla (Fig. 88a), se nos revelan detalles que consideramos que pueden ser pistas enormemente importantes. El hombre de la barba cuenta su historia sobre un altar que lleva el símbolo de la cuchilla umbilical; éste era el símbolo (Fig. 88b) por el cual se identificaba a Ninti (la diosa sumeria que ayudó a Enki a crear al hombre) en los sellos cilindricos y en los monumentos.


Figura 88

Cuando los dioses se repartieron la Tierra, a ella se le dio el dominio sobre la península del Sinaí, fuente de las apreciadas turquesas de los egipcios; éstos la llamaban Hathor y la representaban con cuernos de vaca, como en esta escena de la Creación del hombre (Fig. 88c). Estas «coincidencias» refuerzan la conclusión de que la estela de Izapa no ilustra otra cosa que los relatos del Viejo Mundo acerca de la Creación del hombre y del Jardín de Edén.

Y, por último, están las representaciones de las pirámides, de lados lisos, como las de Gizeh, en el Nilo, que aparecen aquí en la base de la talla, junto al río. Ciertamente, cuanto más se examina este milenario grabado, más se convence uno de que merece mil palabras.

Las leyendas y las evidencias arqueológicas indican que los olmecas y los hombres barbados no se detuvieron a orillas del océano, sino que se introdujeron hacia el sur en América Central y las tierras septentrionales de América del Sur. Posiblemente, se adentraron en el continente, pues es cierto que dejaron vestigios de su presencia en lugares del interior. Con toda probabilidad, viajaron hacia el sur de la manera más fácil, con embarcaciones.

Las leyendas de las zonas ecuatoriales y septentrionales de los Andes no sólo recuerdan la llegada por mar de sus propios antepasados (como los naymlap), sino también otras dos de «gigantes». Una tuvo lugar en tiempos del Imperio Antiguo, la otra en tiempos mochicas.

 

Cieza de León describió así esta última:

«Llegaron por la costa, en embarcaciones de juncos tan grandes como barcos, un grupo de hombres de tal tamaño que, desde la rodilla hacia abajo, eran de altos como un hombre normal.»

Llevaban herramientas de metal con las cuales cavaban pozos en la roca viva; pero, para alimentarse, hacían incursiones en busca de las provisiones de los nativos. También violaban a las mujeres nativas, pues no había mujeres entre los gigantes que habían desembarcado.

 

Los mochicas representaron en su cerámica a los gigantes que los esclavizaron, pintando sus rostros de negro (Fig. 89), mientras que los de los mochicas los pintaban en blanco. Entre los restos mochicas también se han encontrado representaciones en arcilla de ancianos con barbas blancas.

Figura 89
 

Sospechamos que estos visitantes no deseados eran los olmecas y sus compañeros barbados de Oriente Próximo, que huían de las sublevaciones en América Central hacia el 400 a.C. Tras ellos, dejaron un reguero de pavorosa veneración, a medida que cruzaban América Central y se introducían en Sudamérica hasta las zonas ecuatoriales. Las expediciones arqueológicas a las regiones ecuatoriales de la costa del Pacífico han descubierto unos enigmáticos monolitos que pertenecen a aquel terrorífico período.

 

La expedición de George C. Heye descubrió en Ecuador unas cabezas de piedra gigantes con rasgos humanos, pero con colmillos, como si fueran jaguares. Otra expedición descubrió en San Agustín, lugar cercano a la frontera con Colombia, estatuas de piedra que representaban a gigantes, a veces con herramientas o armas en las manos; sus rasgos faciales son los de los africanos olmecas (Fig. 90a, b).

Figura 90
 

Es posible que estos invasores fueran el origen de las leyendas en curso también en estas tierras sobre cómo fue creado el hombre, sobre el Diluvio y sobre un dios serpiente que exigía un tributo anual de oro. Una de las ceremonias de la que dieron cuenta los cronistas españoles consistía en una danza ritual llevada a cabo por doce hombres vestidos de rojo; se realizaba en las costas de un lago relacionado con la leyenda de El Dorado.

Los nativos de la zona ecuatorial adoraban a un panteón de doce dioses, número sumamente significativo, además de ser una pista importante. El panteón estaba encabezado por una tríada compuesta por el dios de la Creación, el dios del Mal y la diosa Madre; e incluía a los dioses de la Luna, del Sol y del Trueno-Lluvia. Curiosamente, también el dios de la Luna tenía un rango superior al dios del Sol. Los nombres de las deidades cambiaban de localidad en localidad, conservando, no obstante, la afinidad celestial.

 

Aunque los nombres suenan extraños, hay dos que destacan. Al jefe del panteón se le llamaba, en el dialecto chibcha, Abira -notablemente similar al epíteto divino mesopotámico Abir, que significa «fuerte, poderoso»; y el dios de la Luna, como ya hemos dicho, recibía el nombre de Si o Sian, que se parece mucho al nombre mesopotámico de esta misma deidad, Sin.

Así pues, el panteón de estos nativos sudamericanos nos trae inevitablemente a la cabeza el panteón del Oriente Próximo y del Mediterráneo oriental de la antigüedad -de griegos y egipcios, de hitita-s, cananeos y fenicios, de asirios y babilonios- remontándonos hasta el lugar donde todo comenzó: hasta los súmenos del sur de Mesopotamia, de quienes todos los demás obtuvieron sus dioses y sus mitologías.

El panteón sumerio estaba encabezado por un «Círculo Olímpico» de doce, pues cada uno de estos dioses supremos debía tener una contrapartida celeste, uno de los doce miembros del Sistema Solar. En realidad, los nombres de los dioses y sus planetas eran uno y el mismo (salvo que se utilizara una variedad de epítetos para describir el planeta o los atributos del dios).

 

Encabezando el panteón, estaba el soberano de Nibiru, ANU, cuyo nombre era sinónimo de «Cielo», pues residía en Nibiru. Su esposa, miembro también de los Doce, se llamaba ANTU. En este grupo estaban los dos hijos más importantes de ANU: E.A («cuya casa es agua»), el primogénito de Anu, pero no de Antu; y EN.LIL («Señor del mandato»), que era el heredero legítimo porque su madre era Antu, hermanastra de Anu. A Ea se le llamaba también en los textos sumerios EN.KI («Señor Tierra»), pues había liderado la primera misión de los anunnaki desde Nibiru a la Tierra, y había fundado en la Tierra sus primeras colonias en el E.DIN («hogar de los justos») -el bíblico Edén.

Su misión era obtener oro, para lo cual la Tierra era una fuente única. No por motivos ornamentales o por vanidad, sino para salvar la atmósfera de Nibiru, suspendiendo oro en polvo en la estratosfera del planeta. Tal como se explica en los textos sumerios (y como lo contamos en El 12° planeta y en posteriores libros de la serie Crónicas de la Tierra), se envió a Enlil a la Tierra para que asumiera el mando cuando los métodos de extracción inicial utilizados por Enki se demostraron insatisfactorios. Con esto, se sembró el terreno para una desavenencia continua entre los dos hermanastros y sus descendientes, una desavenencia que llevó a las guerras de los dioses y terminó con un tratado de paz elaborado por la hermana de ambos, Ninti (a partir de entonces, llamada Ninharsag).

 

La Tierra habitada se dividió entre los clanes contendientes.

  • A los tres hijos de Enlil -Ninurta, Sin y Adad- junto con los hijos gemelos de Sin, Shamash (el Sol) e Ishtar (Venus), se les dieron las tierras de Sem y de Jafet, las tierras de los semitas y de los indoeuropeos:

    • Sin (la Luna), las tierras bajas de Mesopotamia

    • Ninurta (el «guerrero de Enlil», Marte), las tierras altas de Elam y Asiria

    • Adad («El atronador», Mercurio), Asia Menor (el país de los hititas) y Líbano

    • A Ishtar se le concedió el dominio como diosa de la civilización del Valle del Indo

    • A Shamash se le dio el mando del espaciopuerto en la península del Sinaí

       

  • Esta división, que no se ganó sin oposición, daba a Enki y a sus hijos,

    • las tierras de Cam -la gente marrón/negra- de África

    • la civilización del Valle del Nilo

    • las minas de oro del sur y el oeste de África -un premio vital y codiciado.

       

    Enki, gran científico y metalúrgico, recibió en Egipto el nombre de Ptah («el constructor»; un título que se tradujo en Hefesto para los griegos y en Vulcano para los romanos).

     

    Éste compartía el continente con sus hijos; entre ellos estaban,

    • el primogénito MAR.DUK («hijo del montículo brillante»), al cual los egipcios llamaron Ra

    • NIN.GISH.ZI.DA («Señor del Árbol de la Vida»), al cual los egipcios llamaron Thot (el Hermes de los griegos) -dios de los conocimientos secretos, entre los que estaban la astronomía, las matemáticas y la construcción de pirámides

Los conocimientos impartidos por este panteón, las necesidades de los dioses que habían llegado a la Tierra y el liderazgo de Thot fueron los que llevaron a los olmecas africanos y a los barbados de Oriente Próximo hasta el otro lado del mundo.

Y, después de llegar a Mesoamérica por la costa del Golfo de México -del mismo modo que los españoles, ayudados por las mismas corrientes, pero milenios antes- cruzaron el istmo de Mesoamérica y su cuello de botella y, del mismo modo que los españoles, al ser la misma geografía, fueron hasta las tierras de América Central y más allá.

Pues allí era donde estaba el oro, en tiempos de los españoles y mucho antes.
 



Antes que los incas, los chimús y los mochicas, una cultura que los expertos llaman chavín floreció en las montañas que hay al norte de Perú, entre la costa y la cuenca del Amazonas. Uno de los primeros exploradores, Julio C. Tello (Chavín y otros trabajos) la llamó «matriz de la civilización andina».

 

Nos remonta, al menos, hasta el 1500 a.C, y, al igual que la civilización olmeca en México, y por la misma época, surgió de repente y sin desarrollo previo gradual aparente.

Figura 91
 

La cultura chavín, que abarcaba una vasta región cuyas dimensiones se siguen expandiendo a medida que se hacen nuevos descubrimientos, parecía estar centrada en un lugar llamado Chavín de Huantar, cerca del pueblo de Chavín (de ahí, el nombre de esta cultura). Está situado a 3.000 metros de altitud, en la Cordillera Blanca del noroeste de los Andes.

 

Allí, en un valle de montaña donde los afluentes del río Marañón forman un triángulo, se allanó y abancaló una extensión de casi 30.000 metros cuadrados, y se adecuó para la construcción de estructuras complejas, cuidadosa y precisamente diseñadas según un plan preconcebido que tomaba en consideración los contornos y los rasgos del lugar (Fig. 91a).

 

Los edificios y las plazas no sólo forman rectángulos y cuadrados, sino que también se les alineó de forma precisa con los puntos cardinales, con un eje principal este-oeste. Los tres edificios principales se yerguen sobre terrazas que los elevan y los apoyan contra la muralla externa occidental, que discurre a lo largo de 150 metros. La muralla, que al parecer rodeaba el complejo por tres de sus lados, quedando abierta al río que discurre por el este, se elevaba algo más de doce metros de altura.

El edificio más grande era el de la esquina sudoeste, que medía 73 por 76 metros, y constaba de tres pisos al menos (véase la reconstrucción del artista a vista de pájaro, Fig. 91b). Estaba construido con bloques de piedra de albañilería, bien moldeados pero no desbastados, dispuestos en hileras regulares y niveladas. Por lo que nos indican algunas losas que aún quedan, las paredes estaban recubiertas en la parte exterior con losas de piedra, lisas, parecidas al mármol; algunas aún conservan las incisiones de sus motivos decorativos.

 

Desde una terraza de la parte este, una monumental escalinata llevaba a través de un pórtico imponente hacia arriba, hacia el edificio principal; el pórtico estaba flanqueado por dos columnas cilindricas -algo de lo más inusual en América del Sur-, que, junto con unos bloques de piedra verticales adyacentes, daban soporte a un dintel horizontal de más de 9 metros, hecho con una sola piedra.

 

Más arriba, una monumental escalinata doble llevaba a la parte superior del edificio. Estaba construida con piedras perfectamente talladas y moldeadas, que recuerdan a las de las grandes pirámides de Egipto. Las dos escalinatas llevaban a la parte superior del edificio, donde los arqueólogos han descubierto los restos de dos torres; el resto de la plataforma superior quedó sin construir.

La terraza oriental, que forma parte de la plataforma sobre la que se construyó este edificio, llevaba a una plaza hundida a la que se accedía a través de unos escalones ceremoniales, y que estaba rodeada en tres de sus lados por plazas o plataformas rectangulares. Justo por la parte externa de la esquina sudoccidental de esta plaza hundida, y perfectamente alineado con las escalinatas del edificio principal y su terraza, había un gran peñasco plano, con siete agujeros y una hornacina rectangular.

Pero la precisión de la parte externa quedaba sobrepasada por la complejidad del interior. Por dentro de las tres estructuras discurrían pasillos y pasadizos laberínticos, entremezclados con galerías, habitaciones y escaleras.

 

Algunos de los pasadizos no tenían salida, lo que acrecentaba la sensación laberíntica, y algunas de las paredes de las galerías se recubrieron con losas lisas, delicadamente decoradas aquí y allí; todos los pasadizos están techados con losas de piedra cuidadosamente elegidas, que se colocaron con tan gran ingenio que han soportado el paso de los milenios.

 

Hay hornacinas y salientes sin propósito aparente, y conductos verticales o en pendiente que los arqueólogos creen que podrían haber servido para la aireación.

Figura 92
 

¿Para qué se construyó Chavín de Huantar? Lo único que se les pudo ocurrir a sus descubridores es que fuera un centro religioso, una especie de «Meca» de la antigüedad. Esta idea se vio potenciada por el descubrimiento de tres fascinantes y enigmáticas reliquias. Una de ellas, que desconcierta por sus complejas imágenes, la descubrió Tello en el edificio principal, y se le ha dado en llamar el Obelisco de Tello (Fig. 92a, b muestra la parte frontal y la trasera).

 

En sus grabados se puede observar una gran aglomeración de cuerpos y rostros humanos, pero con garras felinas o alas. Hay animales, pájaros, árboles, dioses que emiten rayos que parecen cohetes y gran variedad de diseños geométricos.

 

¿Sería un tótem que servía para el culto, o la tentativa de un antiguo «Picasso» por transmitir todos lo mitos y leyendas en una sola columna? Nadie ha podido dar hasta el momento una respuesta plausible.

Figura 93
 

Hay una segunda piedra tallada a la que se ha dado en llamar el Monolito de Raimondi (Fig. 93), por el arqueólogo que lo descubrió en un terreno cercano. Se cree que en un principio se elevaba en la parte superior del peñasco del extremo suroccidental de la plaza hundida, en línea con la monumental escalinata. En la actualidad, se exhibe en Lima.

El artista grabó sobre esta columna de granito de casi dos metros y medio de altura la imagen de una deidad que sostiene un arma -algunos creen que es un rayo- en cada mano. Aunque el cuerpo y las extremidades de esta deidad son esencialmente, aunque no por completo, antropomórficos, el rostro no lo es. El rostro desconcierta a los expertos porque no representa ni estiliza a ninguna criatura de la región (como el jaguar), sino que parece ser la idea del artista de lo que los expertos han dado en llamar «un animal mitológico», es decir, un animal del cual el artista había oído hablar, pero que en realidad no había visto.

A nuestro parecer, sin embargo, el rostro de la deidad es el de un toro -un animal completamente desconocido en Sudamérica, pero que aparece mucho en la tradición y en la iconografía del Oriente Próximo de la antigüedad. Curiosamente (en nuestra opinión), era el «animal de culto» de Adad, y la cordillera que atraviesa sus dominios en Asia Menor todavía recibe el nombre de Montes del Tauro.

El tercer descubrimiento consiste en una extraña y enigmática columna de piedra grabada de Chavín de Huantar que recibe el nombre de El Lanzón, a causa de su forma lanceolada (Fig. 94). Se descubrió en el edificio del medio, y ha permanecido allí porque su altura (más de 3,5 metros) excede los tres metros de altura de la galería en donde se eleva; así, el extremo superior del monolito sobresale del suelo en el nivel superior a través de una abertura cuadrada cuidadosamente tallada.

 

La imagen que aparece en este monolito ha sido objeto de muchas especulaciones; para nosotros, una vez más, parece representar el rostro antropomorfizado de un toro. ¿Quiere esto decir, así pues, que quienquiera que erigió este monumento -obviamente, antes de que se construyera el edificio, pues éste se hizo en función de la estatua- adoraba al dios Toro?

Figura 94
 

En general, fue el alto nivel artístico de los objetos, más que las complejas y extrañas construcciones, lo que impresionó a los expertos y les llevó a considerar la cultura chavín como la «cultura matriz» del Perú norte y central, y a creer que aquel lugar era un centro religioso. Pero recientes descubrimientos en Chavín de Huantar hacen pensar que su fin no era religioso, sino funcional.

 

En las últimas excavaciones apareció toda una red de túneles subterráneos tallados en la roca viva; formaban una especie de panal por todo el emplazamiento, tanto debajo de las zonas construidas como de las no construidas, y servía para conectar varias series de compartimientos subterráneos dispuestos en cadena (Fig. 95).

Figura 95
 

Las aberturas de los túneles dejaron perplejos a sus descubridores, pues parecían conectar los dos ríos que discurren por los lados de este yacimiento arqueológico; uno (debido al terreno montañoso) por encima de él, y el otro en el valle de abajo. Algunos exploradores han sugerido que estos túneles se construyeron así con el fin de controlar los desbordamientos, para canalizar las riadas de las montañas en la época del deshielo y hacer correr el agua por debajo en vez de entre los edificios. Pero, si hubiera un peligro de inundación (sobre todo tras unas fuertes lluvias, más que por el deshielo), ¿por qué motivo levantaron sus edificios tan ingeniosos constructores en tan vulnerable lugar?

Nosotros sostenemos que lo hicieron a propósito; que, ingeniosamente, utilizaron los diferentes niveles de los dos ríos para crear un flujo potente y controlado de agua, con el fin de utilizarla en los procesos que se llevaban a cabo en Chavín de Huantar. Pues allí, como en otros muchos lugares, estos dispositivos de flujo de agua se utilizaban para la criba de oro.

Nos encontraremos con más de estas ingeniosas obras hidráulica-s en los Andes; ya las vimos, de forma más rudimentaria, en los asentamientos olmecas. En México, había lugares con complejos terraplenes; y en los Andes, obras maestras en piedra -a veces, grandes emplazamientos, como el de Chavín de Huantar; a veces, solitarias ruinas de rocas talladas y modeladas con increíble precisión, como éstas que viera Squier en la zona de Chavín (Fig. 96), que parecían estar pensadas para algún tipo de maquinaria ultramoderna desaparecida hace mucho tiempo.

Figura 96
 

De hecho, fue el trabajo con la piedra -no de los edificios, sino de los objetos artísticos- el que parece proporcionar una respuesta a la pregunta de quiénes fueron los que estaban en Chavín de Huantar. Las habilidades artísticas y los estilos escultóricos de la piedra recuerdan sorprendentemente el arte olmeca de México.

 

Entre otros fascinantes objetos se encuentra un receptáculo con forma de jaguar-gato, un toro-felino, un cóndor-águila, un cuenco con forma de tortuga, gran cantidad de vasijas y otros objetos decorados con jeroglíficos hechos con colmillos entrelazados -un motivo que decora tanto las losas de las paredes como los objetos (Fig. 97a).

 

Sin embargo, también había losas de piedra decoradas con motivos egipcios -serpientes, pirámides, el sagrado Ojo de Ra (Fig. 97b). Y, como si esto no fuera suficiente, había fragmentos de bloques de piedra grabados que mostraban motivos mesopotámicos, como las deidades dentro de los discos alados (Fig. 97c) o (grabadas en huesos) imágenes de dioses que llevan tocados cónicos, tocados que identificaban a los dioses en Mesopotamia (Fig. 97d).

Figura 97


Figura 98
 

Las deidades que portan tocados cónicos tienen rasgos faciales de aspecto «africano», y el hecho de haber sido grabados en huesos indicaría que se trata de las más antiguas representaciones artísticas de este lugar. ¿Es posible que en época tan temprana hubiera africanos -negroides, egipcios-nubios- en este lugar de Sudamérica? La sorprendente respuesta es sí.

 

Sí que hubo negros africanos aquí y en lugares cercanos (concretamente, en un lugar llamado Sechín), y dejaron tras de sí sus retratos. En todos estos lugares, hay docenas de piedras grabadas que llevan imágenes de esta gente; en la mayoría de los casos, se les puede ver sosteniendo algún tipo de herramienta; en muchos casos, se representa al «ingeniero» relacionado con un símbolo de obras hidráulicas (Fig. 98).

En los lugares costeros que llevan a los emplazamientos chavín en las montañas, los arqueólogos han encontrado cabezas esculpidas de arcilla, no de piedra, que debieron de representar a los visitantes semitas (Fig. 99); una de ellas era tan increíblemente similar a las esculturas asirías que su descubridor, H. Ubbelohde-Doering (On the Royal Highway of the Incas), la apodó el «Rey de Asiría».

 

Pero no está claro que estos visitantes hubieran llegado a los emplazamientos de las montañas -al menos, no con vida: se han encontrado cabezas de piedra esculpidas con rasgos semitas en Chavín de Huantar, pero la mayor parte de ellas muestran muecas grotescas o mutilaciones, clavadas como trofeos en las murallas que rodean el lugar.

Figura 99
 

La edad de Chavín sugiere que la primera oleada de estos emigrantes del Viejo Mundo, tanto olmecas como semitas, llegó allí hacia el 1500 a.C. De hecho, fue durante el reinado del duodécimo monarca del Imperio Antiguo cuando, según cuenta Montesinos, «llegaron a Cuzco noticias del desembarco en la costa de unos hombres de gran estatura... gigantes que se estaban asentando por toda la costa» y que tenían herramientas de metal.

 

Después de un tiempo, se trasladaron hacia el interior, hacia las montañas. El monarca envió corredores para que investigaran y le proporcionaran información del avance de los gigantes, no fuera que se acercaran demasiado a la capital. Pero los gigantes provocaron la ira del Gran Dios, y éste los destruyó. Estos acontecimientos tuvieron lugar casi un siglo antes de la detención del Sol que acaeció hacia el 1400 a.C. -es decir, hacia el 1500 a.C, momento en el que se construyeron las instalaciones hidráulicas de Chavín.

Hay que señalar que no se trata aquí del mismo incidente del que habla Garcilaso, de gigantes que saqueaban el país y violaban a las mujeres -algo que sucedió en tiempos de los mochicas, hacia el 400 a.C. De hecho, fue entonces, como ya hemos visto, cuando los dos grupos, olmecas y semitas, entremezclados, huían de Mesoamérica.

 

Sin embargo, su destino no fue diferente en el norte de los Andes. Además de las grotescas cabezas de piedra semitas encontradas en Chavín de Huantar, también se han hallado imágenes de cuerpos de negroides mutilados por toda la región, y en especial en Sechín.

Figura 100
 

Y así fue como, después de unos 1.000 años en el norte de los Andes y casi 2.000 en Mesoamérica, la presencia africana-semita llegó a su trágico final.

Aunque algunos africanos pudieron llegar más al sur, como atestiguan los descubrimientos de Tiahuanacu, la expansión africano-semita en los Andes proveniente de Mesoamérica no parece que fuera más allá de la región de la cultura chavín. Los relatos de gigantes destruidos por la mano divina son algo más que una leyenda, pues es bastante posible que allí, en el norte de los Andes, se encontraran los reinos de dos dioses, con una frontera invisible entre jurisdicciones y subordinados humanos.

Decimos esto porque, en aquel lugar, ya habían estado presentes otros hombres blancos. Se les retrató en bustos de piedra (Fig. 100) -generosamente vestidos, con turbantes o tocados con símbolos de autoridad, y decorados con lo que los expertos llaman «animales mitológicos».

Estos bustos se han encontrado en su mayor parte en un lugar cercano a Chavín llamado Aija. Sus rasgos faciales, en especial sus rectas narices, los identifican como indoeuropeos. Sólo podían ser originarios de Asia Menor y Elam, en el sureste, y, con el tiempo, del valle del Indo, en el lejano oriente.

Figura 101
 

¿Es posible que gente de tan distantes tierras cruzara el Pacífico y llegara a los Andes en tiempos prehistóricos? El nexo, que evidentemente existió, se confirma en unas representaciones que ilustran las hazañas de un antiguo héroe de Oriente Próximo cuyos relatos se contaban una y otra vez. Se trata de Gilgamesh, rey de Uruk (la bíblica Erek), que reinó hacia el 2900 a.C.; partió en busca del héroe del Diluvio, al cual, según la versión mesopotámica, los dioses le habían concedido la inmortalidad.

 

Sus aventuras se contaron en la Epopeya de Gilgamesh, que se tradujo en la antigüedad del sumerio al resto de lenguas de Oriente Próximo. Una de sus heroicas hazañas, en la que lucha y vence a dos leones con las manos desnudas, era una de las representaciones favoritas de los artistas antiguos, como la que se muestra aquí, perteneciente a un monumento hitita (Fig. 101a).

¡Sorprendentemente, nos encontramos con la misma imagen en una tablillas de piedra de Aija (Fig. 101b) y de un lugar cercano, Callejón de Huaylas (Fig. 101c), en el norte de los Andes!

No existen huellas de estos indoeuropeos ni en Mesoamérica ni en América Central, por lo que tendremos que suponer que llegaron a través del Pacífico, directamente, hasta Sudamérica. Si las leyendas fueran la guía, precedieron a las dos oleadas de «gigantes» africanos y de mediterráneos barbados, y pudieron ser los pobladores más antiguos de los que habla el relato de Naymlap.

 

Según la leyenda, el lugar de desembarco fue la península de Santa Elena (ahora en Ecuador) que, junto con la cercana isla de La Plata, se introduce en el Pacífico. Las excavaciones arqueológicas han confirmado unos asentamientos muy antiguos allí, comenzando con lo que se llama la Fase Valdiviana, hacia el 2500 a.C.

 

Entre los descubrimientos de los que da cuenta el reconocido arqueólogo ecuatoriano Emilio Estrada (Ultimas civilizaciones prehistóricas), existen estatuillas de piedra con el mismo rasgo de la nariz recta (Fig. 120a), así como un símbolo en cerámica (Fig. 120b), que era el jeroglífico hitita de «dioses» (Fig. 102c).

Figura 102
 

Hay que destacar que las construcciones megalíticas de los Andes, como las que vimos en Cuzco, Sacsahuamán y Machu Picchu, se encuentran al sur de una línea invisible de demarcación entre dos reinos divinos. La obra de los constructores megalíticos -¿indoeuropeos dirigidos por sus dioses?- que comienza al sur de Chavín (Fig. 96), dejó su marca hacia el sur hasta el valle del río Urubamba V más allá -de hecho, en todas partes donde se extrajera o cerniera oro.

 

Por todas partes se moldearon las rocas como si fueran de blanda masilla, haciendo canales, compartimientos, hornacinas y plataformas que, desde la distancia, parecen escaleras que no llevan a ninguna parte; túneles excavados en las laderas; fisuras que se agrandaron hasta convertirlas en corredores cuyas paredes se alisaron o se modelaron con ángulos precisos.

 

Por todas partes, incluso en lugares donde sus habitantes podían satisfacer sus necesidades de agua del río cercano, se crearon elaboradas canalizaciones de agua para hacer que ésta fluyera en la dirección deseada desde los manantiales, los ríos o las rieras de lluvia.

Al oeste-sudoeste de Cuzco, en el camino que lleva a la población de Abancay, se encuentran las ruinas de Sayhuiti-Rumihuasi. Al igual que otros de estos lugares, se encuentra situada cerca de la confluencia de un río y un torrente más pequeño. Hay restos de un muro de contención, y los remanentes de unas construcciones de gran tamaño que en otro tiempo se levantaron allí; como señaló Luis A. Pardo en un estudio dedicado a este lugar (Los grandes monolitos de Sayhuiti), el nombre significa, en lengua nativa, «pirámide truncada».

Este lugar es conocido por sus monolitos, especialmente, por uno de ellos al que llaman el Gran Monolito. Y el nombre es adecuado, ya que esta enorme roca, que desde la distancia parece un inmenso huevo brillante apoyado en la ladera, mide 4,2 por 3 por 2,7 metros. Mientras que la parte de abajo se modeló cuidadosamente con la forma de medio ovoide, la parte superior se labró para que representara, con toda probabilidad, un modelo a escala de alguna zona desconocida.

 

Se pueden discernir muros, plataformas, escaleras, canales, túneles y ríos en miniatura; construcciones diversas, algunas que parecen edificios con hornacinas y escalones entre ellos; imágenes de diversos animales indígenas de Perú; y figuras humanas de lo que parecen guerreros y, algunos dirían, dioses.

Hay quien ve en este modelo a escala un objeto religioso en el que se honra a las deidades que se disciernen sobre él. Otros creen que representa una parte de Perú que abarca tres distritos, extendiéndose por el sur hasta el lago Titicaca (que identifican con un lago labrado en la piedra) y el antiquísimo emplazamiento de Tiahuanacu. ¿Sería esto, entonces, un mapa tallado en la piedra, o quizás un modelo a escala de un gran constructor que planeó la disposición y las estructuras que había que erigir?

Figura 103
 

La respuesta puede estar en el hecho de que, serpenteando a través de este modelo a escala, hay surcos de entre 2,5 y 5 centímetros de anchura. Todos tienen su origen en un «plato» ubicado en el punto más alto del monolito, y descienden zigzagueando hasta el borde inferior del modelo esculpido, desembocando en unos agujeros de desagüe redondos. Algunos creen que estos surcos debían de servir para desaguar las pociones (jugos de coca) que los sacerdotes ofrendaban a los dioses representados en la roca. Pero, si los arquitectos eran los propios dioses, ¿cuál era su propósito?

Los reveladores surcos también aparecen en otro inmenso afloramiento rocoso, que también se talló y modeló con una precisión geométrica (Fig. 103), con peldaños, plataformas y hornacinas en cascada por toda su superficie. Uno de sus costados se talló para hacer pequeños «platos» sobre el nivel superior; están conectados a un receptáculo más grande del cual baja un profundo canal, que se separa a mitad de camino en dos surcos. Fuera cual fuera el líquido que llevaran, se vertía en la roca, que había sido vaciada y en la que se podía entrar a través de una abertura en la parte de detrás.

Otros restos del lugar, probablemente trozos de losas más grandes, generan cierto desconcierto por los complejos surcos y agujeros, geométricamente precisos, que tallaron en ellos; más bien parecen troqueles o matrices de algún tipo de instrumental ultramoderno.

Uno de los emplazamientos mejor conocidos, y que se encuentra justo al este de Sacsahuamán, recibe el nombre de Kenko -nombre lúe, en lengua nativa, significa «canales sinuosos». La principal atracción turística aquí es un enorme monolito que se eleva sobre un podio, y que da la impresión de un león u otro animal grande que se levanta sobre sus patas traseras. Rodeando al monolito, hay un muro de 1,8 metros de altura, construido con hermosos sillares.

 

El monolito se yergue frente a una inmensa roca natural, y el muro circular comienza y termina en esta roca, como si se tratara de una pinza. En la parte de atrás, la roca se talló, se labró y se modeló en varios niveles, conectados a través de plataformas escalonadas. En los costados de la roca, artificialmente inclinados, se tallaron canales zigzagueantes, y el interior de la roca se vació para crear túneles laberínticos y cámaras. Cerca, una grieta en la roca lleva a una abertura parecida a una cueva, vaciada con precisión geométrica para crear lo que algunos describen como tronos y altares.

Existen más de estos sitios alrededor de Cuzco-Sacsahuamán, a lo largo del Valle Sagrado y hacia el sureste, donde hay un lago que lleva el nombre de lago Dorado. En un lugar llamado Torontoy, entre sus megalíticos bloques de piedra precisamente tallados, existe uno que tiene 32 ángulos. A unos 80 kilómetros de Cuzco, cerca de Torontoy, se hizo un curso de agua artificial para que cayera como una cascada entre dos muros y sobre 54 «peldaños», cortados todos en la roca viva; curiosamente, este lugar recibe el nombre de Cori-Huairachina, «donde se purifica el oro».

Cuzco significa «el ombligo», y lo cierto es que Sacsahuamán parece haber sido el mayor, más colosal y más importante de todos estos lugares. Un aspecto de su importancia se evidencia en un lugar llamado Pampa de Anta, a unos 15 kilómetros al este de Sacsahuamán. Allí, se labró en la roca viva una serie de escalones que conforman un gran creciente (de ahí el nombre de la roca, Quülarumi, «piedra Luna»). Dado que no hay nada que ver allí, salvo los cielos orientales, Rolf Müller (Sonne, Mond una Steiner über dem Reich der Inka) llegó a la conclusión de que debía de ser algún tipo de observatorio, situado de manera que reflejara los datos astronómicos en el promontorio de Sacsahuamán.

Pero, ¿qué era en realidad Sacsahuamán, ahora que la idea de haber sido construida por los incas como una fortaleza ha quedado desacreditada? Los desconcertantes canales laberínticos y otros recortes aparentemente caóticos con los que se dio forma a las rocas naturales comienzan a tomar sentido como resultado de unas excavaciones arqueológicas iniciadas hace pocos años. Aunque lejos de descubrir más que una pequeña parte de las extensas estructuras de piedra de la meseta que se extiende por detrás de la roca lisa del Rodadero, estas excavaciones ya han revelado dos aspectos fundamentales del emplazamiento.

 

Uno es el hecho de que murallas, conductos, receptáculos, canales y demás se crearon tanto a partir de la roca viva como con la ayuda de grandes sillares perfectamente modelados, muchos de ellos del tipo poligonal de la época megalítica, para formar una serie de estructuras de canalización de agua, unas por encima de otras; de este modo, se hacían fluir las aguas de la lluvia o del deshielo de forma regulada, de nivel en nivel.

El otro aspecto es el descubrimiento de una inmensa zona circular, cerrada con sillares megalíticos, que, según la opinión de todos, hacía las funciones de embalse. También se descubrió una cámara-esclusa subterránea construida con sillares megalíticos, ubicada en un nivel que permitía la salida de agua del embalse circular. Como han demostrado los niños que van a jugar allí, el canal que sale de esta cámara-esclusa va a parar al Chingana o «Laberinto», excavado en la roca natural por detrás y por debajo de esta zona circular.

Aun sin haberse descubierto la totalidad del complejo que se construyó en este promontorio, por el momento queda claro que algún tipo de mineral o de compuesto químico se vertía desde el Rodadero, para otorgar a su lisa cara posterior la decoloración resultante de tal uso; fuera lo que fuera -¿tierras ricas en oro?- lo que se vertía en el gran embalse circular, -desde el otro lado, el agua se hacía discurrir con fuerza. Tiene todo el aspecto de unas instalaciones de criba de oro a gran escala. Por último, el agua salía a través de la cámara-esclusa y se dejaba ir a través del laberinto. Lo que quedaba en las cubas de piedra era el oro.

Entonces, ¿qué papel tenían las colosales y zigzagueantes murallas megalíticas de los límites del promontorio, proteger o dar soporte? Para esto todavía no hay una respuesta clara, salvo la suposición de que hacía falta algún tipo de plataforma maciza para los vehículos -suponemos que aéreos- que se utilizaban para transportar el mineral y llevarse las pepitas.

Un lugar que podría haber servido, o que se pensó que sirviera para funciones similares de transporte es Ollantaytambo, situado a casi cien kilómetros al noroeste de Sacsahuamán. Los restos arqueológicos se encuentran en la cima de una empinada estribación montañosa, y dominan una abertura entre las montañas que se elevan donde confluyen los ríos Urubamba-Vilcanota y Patcancha. A los pies de la montaña, hay un pueblo que da su nombre a las ruinas; el nombre, que significa «lugar de descanso de Olíantay», proviene de la época en que un héroe inca se hizo fuerte allí para resistir a los españoles.

Varios centenares de escalones de piedra de tosca construcción conectan una serie de terrazas de factura inca y llevan hasta las ruinas principales, que están en la cima. Allí, en lo que se supone que hizo las veces de fortaleza, hay en realidad restos de estructuras incas construidas con piedras del terreno. Parecen primitivas y feas, al lado de las estructuras preincaicas de la época megalítica.

Las estructuras megalíticas comienzan con un muro de contención construido a base de piedras poligonales de bello diseño, como las que se pueden encontrar en los restos megalíticos descritos anteriormente. Después de pasar por un pórtico tallado en un único bloque de piedra, se llega a una plataforma que se apoya en un segundo muro de contención, construido también con piedras poligonales, pero de mayor tamaño.

 

En uno de los lados, la prolongación de este muro se convierte en un recinto con doce aberturas trapezoidales -dos sirven como puertas y las otras diez son falsas ventanas; quizás sea éste el motivo por el cual Luis Pardo (Ollamtaitampu, Una ciudad megalítica) le llamó a esta estructura «el templo central». En el otro lado del muro se eleva una enorme puerta modelada a la perfección (Fig. 104), que en su época (aunque no ahora) sirvió de entrada a las principales estructuras.

Figura 104


Figura 105


El misterio más grande de Ollantaytambo está allí: una hilera de seis colosales monolitos que se elevan en la terraza más alta. Los gigantescos bloques de piedra tienen entre 3,3 y 4 metros de altura, con una media de 1,8 de anchura y un grosor de entre 0,9 y 1,8 metros (Fig. 105).

 

Se yerguen todos juntos, sin argamasa ni ningún otro tipo de material adherente, con la ayuda de largas piedras desbastadas que se insertaron entre los colosales bloques. Allá donde el grosor de los bloques no alcanza el máximo (de cerca de dos metros), se encajaron unas grandes piedras poligonales, como en Cuzco y en Sacsahuamán, para darle un grosor mayor.

 

Sin embargo, en la parte frontal, los megalitos se yerguen como una única pared, orientada exactamente al sudeste, con las superficies cuidadosamente alisadas hasta obtener una ligera curvatura. Al menos, dos de los monolitos llevan los restos deteriorados de relieves decorativos; sobre el cuarto (comenzando desde la izquierda), se observa el dibujo de una escalera; todos los arqueólogos coinciden en que este símbolo, que tiene su origen en Tiahuanacu, en el lago Titicaca, significaba el ascenso desde la Tierra al Cielo o, al revés, el descenso desde el Cielo a la Tierra.

Las jambas y los salientes de los lados y de la parte frontal de los Monolitos, y los cortes escalonados de la parte superior del sexto de ellos, sugieren que esta obra quedó inacabada. De hecho, hay bloques de piedra de distintos tamaños y formas que están esparcidos a su alrededor. Algunos de ellos se tallaron, se modelaron y se les dieron esquinas, surcos y ángulos perfectos. Uno de ellos ofrece una pista sumamente significativa, pues en él se talló una profunda T (Fig. 106).

 

Todos los expertos, tras encontrar otras incisiones como ésta en los gigantescos bloques de piedra de Tiahuanacu, coinciden en afirmar que esto se hacía para mantener juntos dos bloques de piedra por medio de una especie de grapa de metal, como precaución ante los terremotos.

Figura 106
 

Y uno se pregunta entonces cómo los expertos siguen atribuyendo estos restos a los incas, que no disponían de metal alguno salvo de oro, que es demasiado blando y, por tanto, totalmente inadecuado para mantener juntos unos colosales bloques de piedra en medio de un terremoto. También resulta ingenua la explicación de que los soberanos incas hicieran en este colosal lugar unos gigantescos baños, pues bañarse era uno de sus más preciados placeres.

 

Con dos ríos que corren justo a los pies de las colinas, ¿para qué transportar tan inmensos bloques -algunos pueden pesar hasta 250 toneladas? ¿Para hacerse una bañera en la cima de una colina? Y todo eso, ¿sin herramientas de hierro?

Más seria resulta la explicación que se da a la hilera de seis monolitos de que formaban parte de un muro de contención planificado, probablemente, para soportar una gran plataforma en la cima de la montaña. Si es así, el tamaño y la robustez de los bloques de piedra recuerdan a los colosales bloques de piedra utilizados para construir la singular plataforma de Baalbek, en las montañas del Líbano. En Escalera al Cielo, describimos y examinamos con detalle esta plataforma megalítica, y llegamos a la conclusión de que era el «lugar de aterrizaje» adonde había ido Gilgamesh -un lugar de aterrizaje para las «naves aéreas» de los anunnaki.

Entre las muchas similitudes que encontramos entre Ollantaytambo y Baalbek se encuentra la del origen de los megalitos. Los colosales bloques de piedra de Baalbek se extrajeron a muchos kilómetros de distancia, en un valle; y después, increíblemente, se levantaron, se transportaron y se pusieron en su lugar, junto con otras piedras de la plataforma. En Ollantaytambo, los gigantescos bloques de piedra se extrajeron de una ladera en el lado opuesto del valle. Los pesados bloques de granito rojo, después de ser extraídos, tallados y modelados, fueron transportados desde la ladera, a través de dos ríos, y se subieron hasta su emplazamiento; más tarde, se izaron cuidadosamente y se pusieron en su lugar para, finalmente, encajarlos entre sí.

¿Quién hizo Ollantaytambo? Garcilaso de la Vega escribió que era «de la primera época, antes de los incas». Blas Valera afirmó, «de una era que precedió a la época de los incas... la era del panteón de los dioses de tiempos preincaicos». Ya es hora de que los expertos modernos lo acepten.

También es hora de darse cuenta de que estos dioses eran los mismos a los que se les atribuyó la construcción de Baalbek en las leyendas de Oriente Próximo.

¿Acaso Ollantaytambo pretendía ser una fortaleza, como Sacsahuamán podría haber sido, o un lugar de aterrizaje, como había sido Baalbek?

En nuestros libros anteriores hemos demostrado que, para determinar el lugar de su espaciopuerto y los «lugares de aterrizaje», los anunnaki establecieron primero un corredor de aterrizaje a partir de un rasgo geográfico sobresaliente (como el Monte Ararat). La ruta de vuelo en este corredor se inclinó después con un ángulo exacto de 45° con respecto al ecuador. En tiempos postdiluvianos, cuando el espaciopuerto se instaló en la península del Sinaí y el lugar de aterrizaje para vehículos aéreos se ubicó en Baalbek, la rejilla siguió el mismo patrón.

El Torreón de Machu Picchu tiene, además de dos ventanas de observación en la parte semicircular, otra enigmática ventana (Fig. 107) que tiene en su base una abertura con forma de escalera invertida, y una hendidura con forma de cuña en la parte superior. Nuestros propios estudios demuestran que, si se traza una línea desde la Roca Sagrada que, pasando por la hendidura, llegue hasta el Intihuatana, ésta discurriría en un ángulo exacto de 45° con respecto a los puntos cardinales, dando así a Machu Picchu su principal orientación.

Figura 107
 

Estos 45° de orientación no sólo determinaron el trazado de Machu Picchu, sino también la ubicación de los principales emplazamientos antiguos. Si, sobre un mapa de la región, se traza una línea que conecte los legendarios altos de Viracocha desde la Isla del Sol en el Lago Titicaca, la línea pasará por Cuzco y continuará hasta Ollantaytambo -¡precisamente, en un ángulo de 45° con respecto al ecuador!

En una serie de estudios y conferencias de María Schulten de D'Ebneth, resumidos en su libro La Ruta de Wiracocha, se demostró que la línea de 45° sobre la que se ubicó Machu Picchu encaja con una rejilla patrón a lo largo de los lados de un cuadrado inclinado 45° (de manera que las esquinas, y no los lados, señalan hacia los puntos cardinales). María confesó que, para buscar esta antigua rejilla, se había inspirado en la Relación de Salcamayhua. Después de relatar la leyenda de las tres ventanas, éste dibujó un esbozo (Fig. 108a) para ilustrar la narración, y le dio a cada ventana un nombre: Tampu-Tocco, Maras-Tocco y Sutic-Tocco.

 

María Schulten se dio cuenta de que se trataba de nombres de lugares. Cuando aplicó el cuadrado inclinado a un mapa de la región Cuzco-Urubamba, con su esquina noroccidental en Machu Picchu (alias Tampu-Tocco), descubrió que el resto de lugares caía en las posiciones correctas. Y, por último, trazó las líneas que demostraban que una línea de 45° que partiera de Tiahuanacu, combinada con cuadrados y círculos de medidas concretas, abarcaba a todos los antiguos lugares clave entre Tiahuanacu, Cuzco y Quito, en Ecuador, incluido el importantísimo emplazamiento de Ollantaytambo (Fig. 108b).

Figura 108
 

No menos importante es otro de sus descubrimientos. Los subángulos que ella había calculado entre la línea central de 45° y los lugares ubicados a partir de ella, como el templo de Pachacamac, le indicaron que la inclinación («oblicuidad») de la Tierra en el momento en que se trazó la rejilla estaba cerca de los 24° 08', lo que significaría que la rejilla se diseñó (según ella) 5.125 años antes de que se tomaran las medidas, en 1953; en otras palabras, en el 3172 a.C.

Y esto confirmaría nuestras propias conclusiones de que las estructuras megalíticas pertenecen a la Era de Tauro, la época que va del 4000 al 2000 a.C. Y al combinarse los estudios modernos con los datos aportados por los cronistas, se confirma lo que las leyendas seguían reiterando: que todo comenzó en el lago Titicaca.

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